Lily

Lily


Capítulo 13

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Dodie tenía los ojos como platos.

—¡Santa Bárbara bendita! Si lo que creo estar viendo es una alucinación, juro no volver a tocar una botella de coñac.

—¿De qué diablos estás hablando?

Zac la miraba con gesto de extrañeza. Se había despertado a las tres y media de la tarde porque estaba soñando que Lily era raptada por unos piratas de la zona, que la llevaban a Turquía en un barco que parecía una mezcla de embarcación china y velero europeo. Aquella ridícula pesadilla no había hecho más que enturbiar su humor.

—Es la esposa del predicador, a la cabeza de lo que parece un pelotón de beatas.

Zac levantó la vista y vio a Sarah Thoragood dirigiendo a su pequeña tropa. Avanzaban por la cantina como si estuvieran atravesando una sala llena de serpientes. Caminaban por el centro de un estrecho pasillo, con los brazos bien pegados al cuerpo.

—Pensándolo bien, más bien parece una patrulla de linchadoras —dijo Dodie—. Me pregunto dónde esconderán la soga.

—Puedes estar segura de que debe de tratarse de algo relacionado con Lily. ¿Dónde está mi prima?

—Se fue con Kitty a pasar la tarde con su madre y su bebé.

—Mejor. Así podré lidiar con las linchadoras sin interferencias.

Dodie lanzó una mirada de advertencia a Zac.

—Ten cuidado con lo que dices y con lo que haces. Recuerda que Lily será la que sufra las consecuencias de tus errores.

—¡Maldita sea, ya lo sé! —Cada vez más irritado, el apuesto tahúr no estaba en el mejor estado de ánimo para tratar con la esposa del reverendo Thoragood—. ¿Qué diablos hace Bella siguiendo a esa mujer?

—No lo sé, pero no parece que le agrade mucho hacerlo.

A medida que se aproximaban Bella parecía más deseosa de salir corriendo de allí. La situación se ponía más interesante a cada minuto.

El pelotón se detuvo cuando llegó frente a Zac. Dos mujeres que él no conocía flanquearon a Sarah Thoragood. Bella se quedó atrás, para no tener que mirarlo a los ojos, según supuso el dueño de la taberna.

Tomó la palabra, como era de esperar, la mujer del ministro.

—¿Es usted el señor Zachary Taylor Randolph?

A Zac no le gustaba ni poco ni mucho que pronunciaran su nombre completo. Por fortuna, Dodie, que lo sabía muy bien, se mantuvo seria pese a las ganas de reír que le asaltaron.

—Soy Zac Randolph. ¿Se han perdido ustedes, señoras? ¿Han olvidado su reloj? No abrimos hasta dentro de dos horas, como reza el cartel que está en la puerta. Pero si no quieren que la gente se entere de que les gusta el juego, Dodie puede habilitarles una mesa. Solo tienen que prometer no apostar el dinero de las limosnas.

Zac pensó que Sarah Thoragood iba a estallar.

—Esos comentarios no merecen ninguna respuesta. —La señora usaba un tono aún más pomposo de lo que Zac esperaba—. He venido por un asunto de suma urgencia. Acabo de conocerlo. Me enteré esta misma mañana, pero me ha contrariado tanto que no podía posponer la solución ni un solo día. Todas pensamos lo mismo.

Las mujeres que estaban a cada lado asintieron con la cabeza. Bella pareció esconderse un poco más. Desde luego, quería que se la tragara la tierra.

Zac las miraba con una sonrisa que a las señoras debía de resultarles más bien irritante.

—¿Qué es eso tan urgente? ¿Ha llegado Satanás a la ciudad? Si es así, tendré que decirle cuatro palabras, pues siempre viene por aquí antes de ir a la iglesia.

—¡Señor Randolph! —La señora Thoragood gritaba como solía hacerlo su esposo en los sermones, cuando se calentaba—. ¡Cómo se atreve a reírse de un asunto tan serio!

—No sé cuál es el asunto que las trae por aquí. Bromeo porque las veo demasiado serias, y conviene divertirse un poco. Haga el favor de contarme de una vez de qué se trata, pues de lo contrario seguiré haciendo cuantos chistes me apetezca. No sé si ha caído en la cuenta, pero estoy en mi casa.

Zac notó que Dodie estaba tratando de no reírse, pero también veía que a la vez estaba negando disimuladamente con la cabeza. Ya había ido demasiado lejos y si seguía con esa actitud, solo empeoraría las cosas para Lily.

—Se me ha informado de que Lily Sterling está viviendo actualmente en su cantina.

—Es cierto, sí, se le ha informado correctamente. —Zac y se movió hacia un lado para poder mirar a Bella a los ojos—. Vivía en una posada para señoritas, pero la dueña la echó a la calle.

—También se me ha informado de que está cantando y bailando en su escenario.

—Después de que todo el mundo la despidiera pese a su magnífica manera de trabajar, fue la única forma que encontró de ganarse el sustento. Casualmente, usted ha traído consigo a la mayoría de las culpables. ¿Piensa ahorcarlas? ¿Tal vez crucificarlas? Yo voto por esto último, pero no sé dónde podríamos encontrar tres cruces.

—Señor Randolph, si usted persiste en proferir esas blasfemias, no podré continuar con esta conversación.

—¿No me deja soltar blasfemias? Qué pena. Tengo muchas más.

—Tendrán que excusar a Zac. —Dodie no tuvo más remedio que intervenir—. Ha tenido pesadillas y ha dormido muy poco. No está en muy buenas condiciones.

—¿Pesadillas? Sin duda debió de soñar con su descenso a los infiernos —dijo la señora Thoragood.

—No, soñé con el descenso de Lily. —Zac ya se había hartado de provocar a aquella ridícula señora.

—Entonces usted está de acuerdo en que debemos hacer todo lo que podamos para protegerla de ese terrible destino.

Zac ignoraba lo que tendría en mente aquella bruja, pero estaba de acuerdo con la necesidad de proteger a su prima, así que asintió.

—Y también estará de acuerdo en que lo mejor para ella sería regresar a la casa de sus padres en Virginia.

—Es lo que le vengo diciendo desde la noche en que llegó.

—Entonces me siento en la obligación de pedirle que trate de persuadirla de nuevo. Yo lo he intentado, pero ella parece pensar que si lo hiciera lo estaría abandonando a usted. No sé si decirle esto, pues usted puede darle una interpretación equivocada a mis palabras, pero creo que ella piensa que ha sido enviada a salvar su alma.

La carcajada que soltó Zac hizo que las cuatro mujeres dieran un salto.

—Ni siquiera Lily podría creer que eso es posible.

—Cualquier cosa es posible; sin embargo…

—Déjelo, no discuta más conmigo. Hablaré con Lily, pero dudo que regrese a Virginia.

Dodie decidió que había llegado el momento de intervenir.

—Sé que no lo hará. Es una pérdida de tiempo insistir en pedírselo.

—No obstante, ¿lo intentará, señor Randolph? —La señora Thoragood era pertinaz.

—Sí. ¿Y cuál es su plan alternativo si ella se niega?

La señora Thoragood dejaba claro con sus gestos que se sentía muy a disgusto con la actitud de Zac.

—En ese caso estará de acuerdo en que debemos encontrarle un lugar adecuado para vivir y un empleo sin tacha.

—Conforme con usted al cien por cien. —Zac ya solo quería terminar con la engorrosa visita. Si tenía que lidiar con aquella mujer durante más tiempo, tendría que recurrir al coñac para conservar la cordura. No entendía cómo era posible que el señor Thoragood no fuera a esas alturas un borrachín empedernido.

—Estas damas me han acompañado porque han reconsiderado su posición —concluyó la señora Thoragood.

A juzgar por la expresión de sus caras, Zac se dio cuenta de que la que había reconsiderado las cosas era más bien la señora Thoragood, que siguió hablando con su tono mandón.

—La señorita Sterling puede regresar a su habitación en la casa de Bella. La señora Wellborn y la señora Chickalee la contratarán cada una durante media jornada. Tal vez así no se reúnan tantos jóvenes en cada una de las tiendas.

Zac sintió que su respeto por la señora Thoragood crecía notablemente. No conocía a las otras dos mujeres, pero sí sabía que se necesitaba mucho carácter para persuadir a Bella Holt de cambiar de opinión sobre cualquier cosa. Era evidente que la señora Thoragood era una mujer de cuidado. No obstante, sabía muy bien que quien decidiría sería su prima.

—Tendrá que hablar con Lily sobre este asunto.

—Desde luego.

—No está aquí en este momento.

—¿Cuándo puede ir a hablar con ustedes? —preguntó Dodie.

—Cuanto antes, mejor —afirmó la señora Thoragood.

—Le diré que usted desea verla en cuanto llegue.

Cuando la señora Thoragood dio medía vuelta para marcharse, su mirada recayó en el escenario.

—¿Es ahí donde ella actúa?

Zac asintió con la cabeza.

La mirada de la señora Thoragood recorrió el amplio espacio del salón.

—Aquí se debe reunir cada noche más gente que cada semana en la iglesia de mi marido. —Era evidente que la mujer creía que semejante desequilibrio era injusto y prueba de la degradación de la raza humana.

—Pídale a Lily que cante una pequeña canción en la iglesia —sugirió Zac—. Apuesto a que hará maravillas con la concurrencia de los domingos.

La señora Thoragood salió rápidamente de la cantina, con muda irritación, seguida de cerca por sus secuaces.

Cuando las puertas se cerraron al salir las cuatro mujeres, Dodie miró a su jefe.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—No tengo ni idea.

—Ella no se va a marchar.

—Lo sé, pero tienes que admitir que sería lo mejor para ella.

—¿Y sería lo mejor para ti?

Zac pareció reaccionar.

—Claro que sí. Conseguiría quitarme un peso de encima.

Zac se levantó y caminó lentamente hacia la tarima. Lo mejor sería que Lily se fuera a casa. Así podría dejar de preocuparse por ella. Podría dejar de odiar a los hombres por mirarla. Todo aquello estaba empezando a interferir en su vida y en su trabajo. Ni siquiera jugaba como antes. Siempre había jugado por diversión y porque se le daba bien. Pero ahora se sorprendía buscando a los hombres que parecían más absortos en la contemplación de Lily. Quería embarcarlos en una partida y vaciar sus bolsillos lo más rápido posible, para que se fueran. Era una pulsión, una obsesión que lo torturaba incansablemente.

Se quitaría un peso de encima, sí, pero la echaría de menos. Lily había causado más problemas de los que valía la pena afrontar por una mujer… pero de alguna manera a Zac le molestaba menos de lo que quería reconocer.

Sarah Thoragood entró en el estudio de su marido sin llamar y le habló sin preámbulos.

—Las donaciones de la semana pasada fueron impresionantes. Nunca imaginé que tu llamamiento desde el púlpito pudiera tener semejantes resultados.

El señor Thoragood parecía más satisfecho consigo mismo que de costumbre.

—Me esforcé mucho en el sermón, ciertamente. Al parecer esos pecadores finalmente captaron el mensaje. Si aprenden a comportarse como es debido mientras están aquí abajo, no tendrán que preocuparse el día que Gabriel toque la trompeta.

—Sí, eso lo dejaste muy claro, querido. Pero antes lo habías hecho otras veces y nunca habíamos tenido resultados tan llamativos.

—El vino no es lo único que gana con los años. ¿Por qué no podríamos hacerlo también los predicadores?

—Sí, ¿por qué no? —La señora Thoragood no parecía muy convencida por la explicación—. He descubierto al menos media docena de hombres entre los mayores donantes, y eso me sorprende mucho, no acabo de entenderlo. Hasta ahora solían ser sus esposas las que hacían las donaciones.

Esa noche estalló una pelea a propósito de una partida de cartas, lo cual no era nada inusual. Sin embargo, lo extraordinario era el motivo por el que se jugaba la partida. Lily había anunciado que cenaría con el hombre que pudiera conseguir la mayor cantidad de dinero para el fondo de caridad de la iglesia. Cuando la señora Thoragood anunció los nombres de los mayores donantes, los seis hombres acordaron jugar una partida de cartas para determinar quién se llevaría el codiciado premio.

Cuando estalló la riña, ya habían cambiado de manos varias minas, un rancho, dos tabernas y una empresa de transporte. Uno de los perdedores protestó, alegando que era extraño que el ganador tuviera cuatro ases cuando él tenía dos. Zac finalmente les dijo que iba a donar más dinero que cualquiera de ellos, así que no tenían por qué pelear. Nadie cenaría con Lily, y todos podían recuperar sus propiedades. En ningún modo pensaba permitir que el nombre de su prima anduviera de boca en boca por culpa de aquellos cretinos.

Lily había ido a la casa de los Thoragood para entregar otro lote de ropa donada por las chicas de la cantina. La mujer del ministro le habló del cheque entregado por Zac, y la joven pareció muy satisfecha.

—Ya le dije que Zac no es el malvado que usted pensaba.

—Pero no entiendo por qué quiere darnos dinero. No es miembro de la congregación. Nunca ha puesto un pie en la iglesia.

—Bueno, no creo que a usted le hiciera mucha gracia verlo por la iglesia —dijo Lily.

—Sería muy extraño que la esposa de un ministro quisiera que un tahúr formara parte de una congregación cristiana sin haber dejado su vida de pecador.

—Pues podría considerarse afortunada si lo hiciera. Sin contárselo a nadie, Zac hace más por esta comunidad que ninguna otra persona que yo conozca.

—¿Estás comparando el trabajo de ese hombre con el de mi marido? —La señora Thoragood, siempre tan dispuesta a recelar y a enfadarse, había inflado el pecho como una gallina clueca.

—No, claro que no, pero no le quepa duda de que, si Zac se lo propusiera, conseguiría que aumentase mucho la cantidad de gente dispuesta a ayudar al señor Thoragood.

La bruja, muy a su pesar, no podía discutir eso. Con frecuencia se había quejado de lo desagradable que era comprobar que el mal tenía más poder para mover a los hombres que el bien. Y sabía muy bien que aquel apuesto jugador, que dominaba tantos resortes del mal, tenía un enorme poder de convocatoria.

La señora Thoragood se sintió aún más molesta al saber que Zac todavía no había tenido con Lily la charla que había prometido. Ella misma habría querido hablar con la muchacha, pero esta había demostrado una profunda aversión a que alguien criticara su comportamiento o le dijera lo que debía hacer. Para colmo se negaba a permitir que alguien hablara mal de Zac Randolph en su presencia. La señora Thoragood no era cobarde, pero sí una mujer sensata y sabía cuándo convenía plegar velas y esperar vientos más favorables.

El sonido de dos detonaciones, al parecer disparos de pistola, sacaron a Zac de su ensimismamiento en plena partida. Había sido en la calle. Puso las cartas boca abajo sobre la mesa y atravesó el salón a toda prisa. Abrió la puerta y frenó en seco.

Dos hombres estaban en el suelo, sangrando. Uno yacía en la acera y el otro tenía medio cuerpo sobre la calle. Al primer vistazo vio que las heridas eran serias pero no fatales.

Puesto que no iban a morir les trató con su mordacidad habitual.

—¿Qué demonios hacen ustedes desangrándose en mi puerta?

—Ese maldito desgraciado me ha disparado —dijo uno de ellos—. Ni siquiera se molestó en advertirme. Solo me siguió al salir y me pegó un tiro. Luego pude devolverle la cortesía. Nadie me dispara gratis.

—¿Por qué le disparó?

—Le dije que era un gallina y un maldito mentiroso.

—Eso suele enfurecer a cualquier hombre. —A Zac le costaba trabajo dejar el sarcasmo.

—No tenía por qué decir nada de la señorita Lily.

Zac se puso en guardia.

—¿Qué fue lo que dijo? Cuéntemelo, pero no a gritos, no quiero que todo el mundo lo oiga.

—Nunca permitiría que esas palabras salieran de mis labios —dijo el hombre, que luchaba por respirar—. Le dije que si volvía a decirle eso a alguien lo mataría.

—Parece que le ha disparado por la espalda.

—¿Qué otra cosa se puede esperar de un hombre que se atreve a ensuciar la reputación de un ángel como la señorita Lily?

Cuando Zac le dijo que esa noche no podría presentar su número, Lily se enfureció. Zac le explicó que sería agradable pasar una noche sin peleas, riñas ni tiroteos, lo que la hizo sentirse un poco culpable, pero no consiguió acabar con el disgusto.

Finalmente no le había quedado más remedio que reconocer que una parte de ella adoraba la vida disipada. Le gustaba cantar y bailar, amaba el resplandor de las luces, sentir el poder que ejercía sobre los hombres y saber que esos seres grandes y brutales que manejaban el mundo estaban dispuestos a hacer prácticamente cualquier cosa para complacerla. Lily se decía que seguramente esa era la semilla del pecado que su padre había visto oculta en el fondo de su alma desde hacía muchos años. Sin duda, por eso la vigilaba con tanta atención y la había comprometido con Ezequías desde tan temprana edad.

Al principio, este nuevo conocimiento de su propia personalidad le había preocupado, pero a medida que pasaron los días y vio que no ocurría nada terrible, Lily comenzó a relajarse y a disfrutar de todo lo que le estaba ocurriendo. Nunca había sentido nada similar. Disfrutar tanto sin hacer daño a nadie no podía ser malo.

Temía que su primo no pensara igual. Por eso estaba tan molesta con Zac.

Su primo le había dicho que quería hablar con ella acerca de su futuro. Mal presagio. Llevaba días sin hablar del asunto, y ella notaba que no lo hacía porque no deseaba inquietarla. Pero estaba claro que Zac pretendía poner fin a aquellos días de vino y rosas.

Desde luego, la muchacha no pensaba pasarse el resto de su vida cantando en el Rincón del Cielo, pero tampoco quería renunciar a ello tan pronto. De momento disfrutaba: ¿por qué no seguir haciéndolo una temporada más, si no hacía mal a nadie?

Para mayor desconcierto de la joven, últimamente Zac no se estaba portando como de costumbre. Lo veía demasiado amable, y no confiaba en él cuando adoptaba esa actitud. Se dio cuenta de que algo serio flotaba en el aire cuando pasó frente a su oficina y él le pidió que entrara.

—Tenemos que hablar, pero será mejor que lo hagamos fuera. Abrígate. En el mar corre una brisa muy fresca a estas horas.

Dodie le alcanzó un chal grueso.

—¿En el mar, has dicho?

—Te voy a llevar a cenar a un yate, en la bahía.

Lily se sintió presa de varias emociones. Como toda la gente nacida en las montañas, sentía una desconfianza innata hacia las grandes masas de agua. Tampoco le atraía la idea de andar meciéndose en medio de las olas en un pequeño barco. El ferry ya le había parecido suficientemente malo. No podía entender cómo había quienes disfrutaban comiendo entre vaivenes en medio de las olas.

Sin embargo, no dijo nada, porque cenar con su primo, donde fuere, no podía ser tan malo. Además, sería capaz de cruzar el océano a nado con tal de evitar que el apuesto tahúr la considerase una cobarde.

No estaban muy lejos del puerto, pero Lily se alegró de que Zac decidiera llevarla en coche. Su nerviosismo aumentaba por momentos, y ya estaba enormemente inquieta cuando el coche llegó al muelle. Los cascos de los caballos resonaban sobre las tablas, las olas de la bahía golpeaban estruendosamente los pilares de las instalaciones portuarias. Todo ello no hacía sino incrementar la angustia de la muchacha.

Lily se sintió casi aliviada cuando llegaron al barco.

—No veo ningún mástil —dijo—. ¿Iremos a remo?

Zac se rio.

—Tranquila, nadie tendrá que agarrar un remo. Has pasado demasiado tiempo encerrada en tu valle. Los barcos ahora tienen motores de vapor. Es un poco ruidoso, así que mantendremos la caldera a fuego lento mientras comemos, para estar tranquilos.

Si se parecía al del tren, pensó Lily, sería un ruido ensordecedor. Pero no tuvo tiempo de preocuparse por el ruido, pues, a medida que la nave comenzó a avanzar lentamente a través de la bahía, la ciudad adquirió una apariencia totalmente distinta y la chica se sorprendió moviéndose placenteramente bajo el manto de la noche y observando fijamente las luces de la costa a medida que se alejaban.

Miró a su primo.

—Todo se ve tan pequeño… Las luces desde aquí parecen las luciérnagas que atrapaba cuando era niña.

No pasó mucho tiempo antes de que se hubieran alejado lo suficiente como para ser golpeados por los vientos del océano, los mismos pasaban silbando por el Golden Gate. Lily se estremeció y se envolvió en el chal que Dodie le había dado.

—Es hermoso. —Sentía gratitud por el chal y por el abrigo que le brindaba el cuerpo de Zac—. Pero ahora entiendo por qué no hay más gente disfrutando de esta vista.

Zac la interrogó, curioso.

—¿Por qué?

—Porque temen congelarse, o salir volando, o perderse en medio de esta infinita oscuridad.

—¿Quieres volver a puerto?

—No.

En realidad Lily sí quería regresar, pero jamás se lo confesaría a su primo. Se sintió aliviada al descubrir que cenarían bajo cubierta, circunstancia por la que Zac se sintió obligado a disculparse.

—No es tan agradable aquí, pero en la cubierta el viento prácticamente se lleva volando la comida delante de tus narices.

—No te preocupes, aquí se está muy bien. —Lily hizo un esfuerzo para que no se notara que estaba encantada.

La cena fue maravillosa. Estaba acostumbrada a las delicias que preparaba el cocinero de la cantina, pero esa noche fue muchísimo mejor. Por primera vez en su vida comió langosta y cangrejo.

Sin embargo, el placer que le brindaba la velada se veía empañado por lo que pudiera decirle su primo, pues al fin y al cabo la había invitado para hablar.

Lily no sabía qué iba a decirle, pero no creía que fuera algo agradable. Y parecía que Zac pensaba lo mismo, pues aunque estuvo charlando sobre cosas sin importancia a lo largo de toda la cena, no hizo gala de su habitual sentido del humor. Toda la conversación era un poco forzada, como si no se atreviera a ir al grano, como si estuviera mareando la perdiz.

No obstante, Lily disfrutaba allí, bajo cubierta. Habían anclado la embarcación en una ensenada y las olas eran tan suaves que la joven montañesa rápidamente se olvidó de ellas. No podía ver la bahía si no miraba por las claraboyas. Prepararon la langosta y el cangrejo ante sus ojos, en una parrilla. El calor del carbón calentó el ambiente de la cabina, lo que al final, combinado con el relajante efecto de la bebida y los manjares hizo que le costara mantener los ojos abiertos.

De pronto Zac soltó la pregunta que obviamente había querido hacer desde el comienzo.

—¿Y qué hay de tu futuro?

Lily salió de su adormecimiento.

—¿A qué te refieres exactamente?

—¿Qué planeas hacer con tu vida? Ya has visto más o menos todo lo que hay que ver en San Francisco. Ya es hora de que empieces a pensar en volver a casa.

—No voy a volver a casa. Me asombra que a estas alturas todavía no hayas entendido eso.

—Pensé que habías huido para no tener que casarte con ese predicador, y que pasado el tiempo, cuando aquel pretendiente se conformase…

—Pues no has entendido nada. Esa no es la verdadera razón por la cual me fui de mi casa.

A la joven le molestaba mucho que los hombres entendieran la vida de las mujeres solo en términos de pretendientes, matrimonios y todas esas zarandajas. No parecían comprender que, incluso aunque quisieran convertirse en esposas y madres, también tenían su personalidad, sus aspiraciones, su identidad propia. Miró a su primo y siguió respondiéndole.

—Tal vez te diera a entender eso. Es verdad que cuando llegué aquí en lo único en lo que pensaba era en huir de mi padre y del matrimonio con Ezequías. Pero ahora veo las cosas de otra manera. Me doy cuenta de que también huía del ambiente general del pueblo, no solo de mi prometido. No podría pasar el resto de mi vida en Salem, y menos bajo las reglas de papá. Me bullen en la cabeza muchas ideas que pueden incomodar a la gente. En especial a mi padre.

—¿Qué ideas son esas?

—Me gusta tener mi propio trabajo. Me gusta ser libre para hacer lo que deseo con mi tiempo. Mamá tiene cuarenta y seis años y nunca ha pasado un minuto de su vida en el que un hombre no le haya estado diciendo lo que debía hacer. No quiero decir que en su día me vaya a negar por sistema a complacer a mi marido, sino que también me gusta complacerme a mí misma. Me fascina cantar una nueva canción, cambiar los pasos del baile o decidir cómo será el nuevo vestuario. Sé que son cosas pequeñas, pero me hacen sentirme útil en la vida. Hasta ahora todo lo que hacía había sido planeado por otros.

—¿Debo entender que, de todas formas, en el futuro quieres casarte, tener una familia y hacer todas esas cosas que implican ser esposa y madre?

—No ahora mismo, pero algún día sí, por supuesto. Sin embargo, no quiero llegar a un matrimonio en el que mi marido piense que es mi dueño y que haré todo lo que él diga sin rechistar. No quiero que crea que es el único que tiene necesidades. No me voy a casar con cualquier hombre. Si no cumple con mis exigencias, puede irse a buscar a otra parte.

Zac soltó una carcajada.

—Pareces peligrosamente radical y ese no es un rasgo muy bien visto en una mujer. ¿Siempre fuiste tan peleona?

—Sí, pero nadie me prestaba atención. Papá decía que solo hablaba para molestarlo y Mamá pensaba que quería llamar la atención. Para mis hermanos estaba loca. No tuve otra alternativa que huir.

—Eso puede ser cierto, pero no vas a llegar a donde quieres si sigues aquí.

—No entiendo.

—Tienes que alejarte de mí.

—Sigo sin entender lo que me estás diciendo.

Pero Lily sí lo entendía. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que su primo no tenía gran autoestima, pensaba que no valía mucho como persona. Y esa era, en parte, la razón de que hablara tanto, de que siempre estuviera haciendo reír a la gente. No quería que nadie llegara a conocerlo de verdad, a acercarse a él. Con las chicas mantenía una relación puramente laboral. Solo Dodie podía atravesar ocasionalmente su muro defensivo, pero tampoco llegaba muy lejos.

—Si sigues cerca de mí, nunca encontrarás al hombre que buscas. El Rincón del Cielo está en el límite de Barbary Coast, la zona más salvaje de la ciudad, de esta y de cualquiera, a excepción quizá del distrito Tenderloin de Nueva Orleans, que es todavía peor. Yo me instalé en esa zona a propósito. ¿Sabes por qué? Porque quería atraer a hombres a los que les gustara jugar, hombres que estuvieran dispuestos a arriesgarse a perder hasta el último dólar por el simple placer de jugar.

—Pero Dodie dice que recibes a clientes de algunas de las mejores familias de San Francisco.

—Recibo a los peores miembros de las mejores familias, a los que no son capaces de tener un empleo, a los que pasan más tiempo con sus amantes que con sus esposas, a los que probablemente no reconocen a sus hijos. La escoria de la alta sociedad acude a mi negocio, es verdad, pero se trata también de escoria. Y no solo no vas a conocer a nadie apropiado allí. Si no te marchas pronto, terminarás teniendo una reputación que te mantendrá marginada de la sociedad para siempre.

—Eso no me importa.

—Ahora crees que no te importa. Ahora te estás divirtiendo. Todo es nuevo y excitante, pero eso no va a durar eternamente. A ninguna de las chicas le dura esa fascinación. ¿Acaso no te has fijado lo rápido que se marchan?

—Sí, pero…

—La mayoría son parecidas a ti. Llegan deslumbradas y esperando encontrar algo maravilloso. Pero no tardan en darse cuenta de que detrás del esplendor y el entusiasmo está el vacío, no hay nada. Rápidamente descubren que la gente que acude al Rincón del Cielo está tratando de escapar precisamente de la vida que ellas desean. Así que en cuanto tienen la oportunidad, se casan y se marchan. O se marchan sin casarse.

—¿Y qué pasa contigo, a ti sí te gusta lo que haces?

—Yo necesito esa excitación. Para mí las cartas son como seres vivos. El juego, las partidas, la ansiedad, me satisfacen más que cualquier mujer. No tengo que preocuparme por lo que nadie opine acerca de lo que hago, o digo o pienso. No tengo que preocuparme por la reputación de mi esposa, o por ahuyentar a sus amigos o por no dar a mis hijos un apellido que los convierta en parias de la sociedad.

—No acabo de creer que prefieras las cartas a las personas.

Zac no hizo caso del comentario de la muchacha y siguió con el discurso que tanto había preparado.

—Por fortuna para ti, mi familia tiene excelentes contactos. Acabo de recibir una carta de Madison. Se mudará aquí dentro de un mes o como mucho mes y medio. Entre él y Tyler te pueden presentar a toda la gente que cuenta en esta ciudad. Incluso George y Jeff vienen también de vez en cuando. Si ellos no conocen a alguien es porque no vale la pena conocerlo.

Lily negó con la cabeza.

—No quiero que me presenten a un montón de desconocidos solo porque son ricos.

—No he dicho nada de ricos o pobres, pero si tienen fortuna, tanto mejor. Estoy hablando de la clase de gente que aprobaría la señora Thoragood. Tu padre no es la única persona que piensa mal de mí. La mayoría lo hace. Piensan mal de mí, de Dodie y de todos los que trabajan aquí. Tienes que dejar la cantina y olvidarte de nosotros. Solo vamos a traerte problemas.

Lily le obsequió con una cariñosa sonrisa.

—¿Por qué tienes tan mala opinión de ti mismo?

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