Lily

Lily


Capítulo 14

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Eso era cierto, y al mismo tiempo no lo era. Difícil de explicar, en todo caso. Zac ni siquiera estaba seguro de entenderlo él mismo, porque era incapaz de explicarlo con palabras. Era solo una sensación que estaba presente desde que tenía memoria. Zac quería eludir la respuesta a toda costa.

—No estamos hablando acerca de lo que yo pienso de mí, sino de lo que piensa la gente que de veras importa. Ellos no tienen nada que ver con casinos y salones de mala nota. Y en especial tienen muy mala opinión de las mujeres que trabajan para nosotros. Ya sé que eso es injusto, pero no viene al caso. No hay nada que ni tú ni yo podamos hacer para cambiar esa realidad.

Lily se quedó callada. Zac sabía que la chica estaba reflexionando sobre lo que él acababa de decir. Y, a juzgar por su expresión, le estaba costando trabajo digerirlo. Mientras la muchacha pensaba, su primo siguió hablando.

—No voy a tratar de convencerte de que regreses a Virginia, aunque le dije a la señora Thoragood que lo haría. Sería lo mejor para ti, pero entiendo por qué no quieres hacerlo. Yo hui de mi familia más o menos por las mismas razones.

—Entonces comprendes que…

—Claro que lo entiendo. ¿Por qué crees que no te envié de vuelta en cuanto llegaste? Yo sabía que estaba mal no hacerlo, pero también sabía que me habría muerto si hubiese tenido que pasar el resto de mi vida con George y Rose. Los quiero mucho, pero no puedo vivir con ellos.

—Entonces, ¿por qué me estás echando ahora?

Lily se daba cuenta de que Zac hablaba en serio. En otras ocasiones había logrado esquivar sus argumentos y salirse con la suya, pero sabía que esta vez no podría hacerlo. Toda la velada, el barco, la cena, la seriedad de la expresión de Zac, era una escena final. Por mucho que se negara a hacer lo que él le pedía, no seguiría actuando en el Rincón del Cielo. En eso Zac no transigiría, lo veía muy claro. Tal vez podía regresar a la residencia de Bella o ir con Tyler, pero para ella se había acabado la cantina.

—No te estoy echando, pero tú no eres como Dodie y como yo. Realmente no eres tan distinta de tu familia. Tienes las mismas creencias. Quieres la misma clase de vida. La única diferencia real es que aspiras a que te traten como a una persona, no como a una cosa. Por lo demás, quieres que tu marido llegue a casa todas las noches y se acueste a tu lado. Te rompería el corazón que pensara siquiera en estar en otra parte. Esperas que asista a la iglesia y sea un miembro activo de su comunidad.

—¿Qué tiene eso de malo?

—Nada, pero no vas a encontrar esa clase de hombre en el Rincón del Cielo.

—Tú estás en el Rincón del Cielo.

Zac soltó una risa amarga.

—Deja de pelear contra la realidad, Lily. Tú perteneces a un mundo y yo pertenezco a otro. Y nada nos unirá nunca.

—¿Y qué pasa con todas las cosas buenas que haces por las chicas?

—Eso no cuenta. Hago cosas buenas, pero para la clase equivocada de mujeres. Y eso no es todo. ¿No te has fijado en la calle donde está el salón? ¿Has visto quiénes son mis vecinos? Otras tabernas, salones de juego, puntos ilegales de venta de licor, lugares como la Casa Salem, antros donde algunos infelices son drogados para despertarse luego en un barco con destino a la China. Ahí es donde trabajo, la que va allí es la clase de gente que frecuento todos los días. Al parecer soy como mi padre, solo que carezco de algunos de sus rasgos más abominables. No soy la clase de persona que debería conocer una mujer decente.

—Eso es ridículo. Tú eres tan bueno como cualquiera, y eso incluye a los Thoragood.

Zac no sabía lo que se necesitaría para que Lily lo viera tal como era. La chica se había hecho una imagen de él y no quería cambiarla por nada del mundo. Al menos era una imagen positiva. Le resultaba bastante agradable saber que al menos había una persona que solo veía bondad en él. Y aunque eso no cambiaba nada, sin duda lo hacía sentirse mejor.

Pero que él se sintiera bien no iba a ayudar gran cosa a Lily.

—Me alegra mucho que pienses así. —Zac le apretó la mano—. Me encargaré de que lleven tus cosas al Hotel Palace a primera hora de la mañana. Tyler y Daisy cuidarán bien de ti.

—Pero yo no puedo permitirme el lujo de quedarme allí, ni siquiera podría pagarlo aunque siguiera trabajando en la cantina.

—No te preocupes. Te tratarán como a un miembro de la familia. Además, en pocos días te encontrarán un empleo como niñera o como dama de compañía.

—¿Y qué pasará si no voy?

—No tienes otra opción. La señora Thoragood vino a verme, flanqueada por su ejército de damas adustas y puritanas. ¿No entiendes lo que eso significa?

Lily negó con la cabeza.

—Significa que te están ofreciendo una última oportunidad de salvarte. Si rechazas esta ocasión, te darán la espalda.

—Pero ellas no me han ayudado en nada.

—La señora Thoragood persuadió a Bella para que te permita vivir de nuevo en la pensión. La señora Wellborn y la señora Chickalee te van a contratar cada una media jornada. Personalmente creo que deberías mandarlas al demonio e irte directamente al Palace, pero eres tú quien tiene que decidir.

—Yo preferiría seguir haciendo lo que estoy haciendo ahora.

¿Por qué no se daba por vencida? ¿No se daba cuenta de que la situación era tan difícil para él como lo era para ella? Si aceptaba lo inevitable, es decir la realidad, sería mucho más fácil para los dos.

—Maldita sea, Lily. Usa la cabeza. Los hombres juegan partidas enconadas por ti. Por ti, algunos se tirotean en la calle. Antes de que te des cuenta, tu nombre andará de boca en boca por toda la costa. Y cuando eso ocurra no importará cómo seas de verdad. Solo importará lo que la gente diga de ti. Ya sé que has traído cientos de clientes nuevos, y si fuera un egoísta puro no te despediría. Sé que voy a ganar menos dinero, pero también sé que, de continuar igual, pronto estarías acabada, y no quiero que ocurra tal cosa.

Lily hizo un gesto de obstinación. Pese a la penumbra reinante, Zac podía ver que estaba molesta y que a la muchacha le costaba trabajo dominar su temperamento. Ante el silencio enfurruñado de la joven, el hombre volvió a la carga.

—Ya sé que ahora no lo entiendes, pero no hay otra solución.

Lily no respondió. Solo se quedó mirándolo con ojos en los que brillaba el resentimiento. Zac temió que se echara a llorar. Si empezaban a aparecer las lágrimas, sería mejor que se tirara por la borda y empezara a nadar hasta la playa. No sería capaz de soportarlo. Si lloraba podría prometerle cualquier cosa que quisiera y acabarían en una situación peor que al comenzar la noche.

—Mi opinión es que deberías trasladarte al Palace en cuanto regresemos. Pero tú verás. Decidas lo que decidas debe hacerse mañana mismo, como muy tarde. No tiene sentido esperar más.

La chica seguía muda, se miraba las manos, posadas sobre el regazo. Zac se sintió como un villano y le dieron ganas de estrangular a la señora Thoragood por haberlo puesto en aquella abominable situación.

Pero no debía culpar a la bruja. Él era el único culpable de que las cosas hubieran llegado a ese punto, por no haberse ocupado bien de Lily desde el comienzo. Tal vez habría sido imposible obligarla a regresar a Virginia, pero sí podría haber hecho algo mejor que llevarla a la residencia de Bella Holt. Podría haberse asegurado de que Lily encontrara un trabajo decente.

Pero el tahúr exageraba al culparse. No era malo ni inmoral querer tener cerca a Lily porque le agradaba, porque disfrutaba de su compañía, porque le fascinaba su inocencia.

El apuesto jugador nunca había conocido a nadie tan inocente como su prima, alguien tan incapaz de ver en los demás algo distinto a la bondad. Eso le parecía asombroso, abrumador y en cierta medida también aterrador. Constantemente temía por ella. Hasta ahora Lily había logrado sobrevivir, pero era un milagro.

Zac no se podía engañar pensando que quería tenerla cerca para protegerla, porque en realidad la había dejado al cuidado de Bella. Y para colmo le había dejado empezar a bailar. Le había dejado mudarse a la cantina. ¡Menuda protección había brindado a la inocente criatura!

Quería tenerla cerca, pero no demasiado, le encantaba y a la vez le espantaba verla bailar. Entonces, ¿qué demonios sentía por ella? No tenía ni idea y eso le molestaba más que cualquier otra cosa.

La joven rompió al fin su silencio.

—¿Podemos subir a cubierta?

—Pensé que tenías frío.

—Ya no.

La ayudó a subir las estrechas escalerillas. Después de estar tanto tiempo sentados, fue extraño caminar, en especial con el movimiento del barco, que atravesaba un mar medianamente agitado por las olas.

La noche estaba sorprendentemente clara. Un ferry se alejaba de la costa. Las luces resplandecían a lo largo de los muelles. Algunas de ellas eran verdes y rojas, y proyectaban suaves rayos de color sobre el agua. Las calles de la ciudad que subían por las colinas brillaban como constelaciones de estrellas. Al otro lado de la bahía, las luces de Berkeley les hacían guiños desde las laderas más altas. Junto a ello, las masas de tierra oscura y la negrura del cielo creaban una sensación solemne y misteriosa de inmensidad y soledad.

Lily llevaba su chal sobre los hombros, sin envolverse. Fue directamente hasta la barandilla, junto a la borda.

—Es difícil imaginarse que exista tanta agua. —Se dio la vuelta para mirar hacia el océano por encima de la bahía—. ¿Alguna vez te has preguntado qué hay allá lejos, más allá de lo que puedes ver, al otro lado del océano?

—He visto a suficientes chinos aquí en San Francisco como para imaginarme cómo es.

—Pero hay más cosas en el mundo aparte de China. O la India. O el Imperio Otomano. Mucho más, y nunca he visto nada de eso.

Zac la miraba, encandilado sin darse cuenta.

—La mayoría de esos países no te gustarían.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque allí no les gusta que las mujeres sean libres. En algunos lugares ni siquiera dejan que salgan a la calle.

Lily se volvió para mirarlo con ojos penetrantes.

—¿Qué pretendes? ¿Tratas de hacerme pensar que mi padre no es tan malo después de todo? ¿Intentas, una vez más, convencerme de que vuelva a Virginia?

—No, lo que te digo es cierto. Muchos países son así de horribles para las mujeres. En cuanto a tu padre, sin duda es demasiado dominante, pero te ama.

—¿Cómo sabes lo que pasa en esos países? —La chica seguía mirando al mar inmenso, sin darse la vuelta.

Zac soltó una carcajada. La gente siempre se sorprendía cuando veía a un jugador que parecía saber algo más que las reglas del póquer.

—George se encargó de que yo recibiera la mejor educación que el dinero puede comprar. Incluso me envió a Harvard antes de que yo huyera a Nuevo México y quedara atrapado en medio de una ventisca con Tyler. Además, aquí llegan barcos de todo el mundo y se pueden aprender muchas cosas sin demasiado esfuerzo, simplemente escuchando con atención.

Se acercó para colocarse junto a ella en la barandilla. El viento estaba arreciando, pero Lily no parecía tener intención de ponerse el chal. De repente se volvió para quedar frente a Zac.

—¿Por qué me has traído aquí? Podrías haberme dicho todo eso en la taberna.

—Ya te lo dije. Quería que tuviéramos una velada tranquila.

—Entonces podríamos haber subido al segundo piso, o salir a la calle, o ir a casa del señor Thoragood. A miles de lugares. ¿Por qué traerme a un barco? Normalmente esto se considera un gesto romántico y no estoy segura de que yo ni siquiera te agrade. Para ti soy un dolor de cabeza. No lo niegues. No tiene sentido tratar de no herir mis sentimientos. Yo sé que he sido una carga para ti desde el momento en que llegué a la ciudad. Sé que no lo creerás, pero la verdad es que nunca quise convertirme en una carga. Mis intenciones eran buenas, pero las cosas no funcionaron como esperaba. Todos esos hombres comenzaron a seguirme y luego todo el mundo se puso muy melindroso. Nunca pude comprenderlo, aún no sé qué he hecho de malo.

—¿De verdad no lo entiendes?

—No. Ellos tampoco estaban haciendo nada malo. Si alguien debería haberse molestado era yo. Ya sé que no se considera apropiado hablar con desconocidos, pero la gente debe comunicarse, eso es bueno, no es malo. ¿No es peor para mi reputación estar aquí en este barco contigo?

—Yo soy tu primo. Además, está la tripulación.

Lily se volvió de nuevo hacia el mar.

—Supongo que no tiene sentido seguir hablando. Por fin te estás deshaciendo de mí. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Para qué querías llenarme de buena comida y mostrarme esta maravillosa vista? ¿Fue para suavizar el golpe y que no me sintiera tan rechazada?

—No, no fue por eso.

—Porque si ese era el propósito, has fallado. Nunca en la vida me había sentido tan rechazada. No me aprecias, ni siquiera te parezco bonita.

Zac la agarró de los brazos y le hizo volverse hasta que quedó frente a él.

—Estás loca. Todo el mundo sabe que eres hermosa. Deslumbrante. E increíblemente agradable. ¿Por qué crees que hay tantas peleas? Nadie hace eso por otras mujeres. Sin duda lo habrás notado.

—Los demás, puede, pero tú no piensas que yo sea deslumbrante.

—Claro que lo pienso.

—No es cierto. Nunca has tratado de seducirme. Ni siquiera has querido darme un beso.

Zac no dijo nada, solo se quedó mirándola, mientras se preguntaba qué iría a decir a continuación aquella endemoniada belleza.

—Estoy segura de que no crees que sea tan ingenua como para no saber cómo funciona el mundo. Incluso en Salem los hombres seducen a las mujeres y luego tienen que casarse porque van a tener un bebé. La gente también se besa en mi pueblo, ¿sabes? Papá no, porque dice que… No importa lo que papá diga. Pero yo lo he visto. He visto a parejas besándose, y parece muy agradable. Una vez le pregunté a Mary Beth, una de mis mejores amigas allá en casa, y me dijo que besarse era una de las cosas más maravillosas del mundo.

—¿Nadie te ha besado nunca?

—No.

—¿Ni siquiera tu precioso Ezequías?

—Él está de acuerdo con papá y piensa que un ministro no debería…

—Ya sé lo que piensa. ¿Y ese maldito idiota ni siquiera te tocó la mano alguna vez?

—No.

Zac extendió las manos y Lily puso las suyas encima. Las manos de Zac eran grandes, fuertes y cálidas. Los dedos del hombre se cerraron sobre los de ella y la presión agradó sobremanera a la muchacha. Sentir el contacto de otra persona era una agradable sensación. Cayó en la cuenta de que su padre nunca la había tocado, es decir, que no la había besado ni acariciado como hacen todos los padres con sus criaturas. Y desde luego, ningún joven se había atrevido a tocarla nunca.

—No te sueltes. —Se alarmó al notar que la presión disminuía—. Me gusta esto. ¿La gente normalmente se toca mucho? —Hasta ahora nunca había pensado en eso, pero no recordaba ver a mucha gente tocándose.

—Algunas personas se tocan todo el tiempo. Otras no tanto. Eso depende de lo que les guste.

—Creo que a mí me gustaría que me tocaran mucho. ¿Eso me convierte en una mala persona?

—No, según mi parecer, te convierte más bien en una persona normal. Desde luego, no creo que la señora Thoragood esté de acuerdo.

—A mí no me importa la señora Thoragood.

Y era cierto. Nunca le había importado. Lily no entendía por qué Zac se preocupaba tanto por aquella espantosa mujer.

—Aquí es un personaje…

—Tal vez va a sonar horrible lo que voy a decirte. —Lily le hablaba ahora rehuyendo su mirada—… ¿Serías tan amable de poner tus brazos alrededor de mi cuerpo? Una vez vi a Mary Beth y a Sam haciéndolo y parecía gustarles mucho.

Zac la miró con una expresión extraña.

—No tienes que hacerlo si no quieres. Solo pensé que sería agradable y, como no conozco a nadie más a quien pueda pedírselo…

Seguía sin mirar a Zac a los ojos. No sabía cómo había reunido el coraje suficiente para hacerle semejante petición.

—Me encantaría hacerlo. —Zac hablaba con más suavidad que nunca. Ella jamás lo había oído expresarse con tanta delicadeza—. Pero será mejor que te envuelvas en ese chal. Cada vez hace más frío.

Lily no sentía el frío. Al contrario: la excitación, combinada con el calor que le causaba la vergüenza, la hacían arder de pies a cabeza.

Y pese a todo, la abrazó.

El abrazo de Zac fue en extremo suave y Lily se preguntó si lo estaría haciendo a regañadientes. ¿Aquello era algo malo?

—Tienes que relajarte y recostarte un poco en mí. —La voz de Zac era apenas un susurro en medio de la brisa.

Lily no se había dado cuenta de que estaba tan rígida.

Y tan asustada. ¿Y si Zac solo estuviera haciendo eso porque ella se lo había pedido? De repente, la muchacha pensó que quería que él de verdad quisiera abrazarla. No solo porque ella nunca había recibido un abrazo, sino porque desde el momento en que lo vio por primera vez, había anhelado que aquel hombre la abrazara.

Ya era hora de que afrontara la verdad, que reconociera que se había enamorado de Zac desde que lo vio. No se había dado cuenta plenamente hasta ese momento, pero ahora tenía muy claro que habría sido imposible que se enamorara de Ezequías o de cualquier otro. Había ido hasta California porque inconscientemente sabía que tenía que comprobar cómo era Zac, el hermoso joven que viera años antes, antes de poder hacer cualquier otra cosa.

Pero se encontró con Zac y tardó en saber cómo era de verdad. Y lo había comprendido justo cuando la echaba de su trabajo, de su fascinante cantina. Lily estaba enamorada de Zac Randolph y no podía irse sin tener al menos una prueba, aunque fuera pequeña, de que ella le gustaba al menos un poco.

Una persona no ama a otra persona porque eso sea lo más razonable. Si así fuera, ella habría amado a Ezequías. Tampoco se enamora porque otros quieran que lo haga. De ser así, Zac amaría a Dodie. El amor es azaroso. Y en su caso, en su relación con Zac, no parecía existir en las dos direcciones, sino solo en una. Ella lo amaba, pero él no correspondía a ese amor.

Le hizo caso y se recostó en su pecho. Le gustaba el calor de aquel cuerpo. Le gustaba sentir la fuerza de aquel hombre. Le gustaba notar su formidable estatura. No le importaba lo más mínimo ser mucho más bajita que él. Tal vez acabase con tortícolis de tanto tener que mirarlo hacia arriba, pero estaba dispuesta a soportarlo con tal de tener los brazos de Zac a su alrededor, de sentirse segura y protegida.

De pronto, la muchacha reaccionó. Se dijo que no estaba segura y protegida. Zac solo la estaba abrazando porque ella se lo había pedido. Al día siguiente tendría que marcharse de su lado, porque él, precisamente él, la obligaba.

—¿Y querrías darme un beso?

Lily no se conocía a sí misma, podía creer lo que estaba diciendo. Era increíble que acabara de pedirle a Zac que la besara. Era asombroso que el cielo nocturno no se hubiese iluminado con el reflejo de su vergüenza.

—¿Por qué me pides algo así?

—Nunca me han besado. Y si voy a tener que casarme con un hombre rico y formal, es posible que ese hombre también sea enemigo de las tentaciones de la carne, y entonces nunca sabré qué se siente cuando te besan.

—Ningún hombre puede casarse contigo y ser enemigo de la carne.

—Ezequías podía.

—Eso quiere decir que no es un hombre, sino un muerto viviente, que no se ha dado cuenta de su verdadera condición.

La chica pensó que Zac no quería besarla, y por eso procuraba alargar la conversación. No debería sorprenderse por ello. Nadie más la había besado nunca. Tal vez la razón no era que todos esos jóvenes le tuvieran miedo a su padre. Tal vez simplemente no era una chica a la que apeteciera besar, y punto.

—No soy yo quien debería darte tu primer beso —dijo Zac al fin—. Esa sagrada misión tendría que corresponder a algún chico que sea tan inocente como tú, alguien que esté tan deslumbrado con tu belleza que ni siquiera piense en lo que está haciendo.

—¿Pero de verdad no puedes hacerlo? Preferiría que me besara alguien con experiencia.

No. A juzgar por la expresión de Zac, era evidente que no podía. Pero a la vez parecía apesadumbrado.

—La experiencia nunca puede remplazar al sentimiento de…

—Ya sé que no te gusto, pero…

—Eso no es cierto. Me gustas mucho, mucho más de lo conveniente.

—Entonces, ¿por qué te resulta tan difícil besarme?

—Lo difícil es no besarte.

—¿Sí? Pues yo quiero que lo hagas. Yo…

—Me podría gustar tanto que sería incapaz de detenerme.

Pese al creciente frío de la noche, Lily estaba a punto de estallar en llamas.

—¿Entonces te gusto? ¿Crees que soy bonita?

—Siempre he pensado que eres muy hermosa. Todo el mundo lo piensa. Deberías prestar atención a Dodie.

—No me importa lo que diga Dodie. Solo lo que digas tú.

—¿De verdad no había ningún joven en Salem que te gustara más que el resto? Tal vez si tú…

—¿No crees que si hubiese encontrado en Salem a alguien a quien pudiese amar, ya estaría casada? Deja de inventar excusas y bésame de una vez.

Zac la estaba mirando ahora de una manera muy peculiar. Por un momento Lily pensó que tal vez había sido demasiado osada. A los hombres les gustaba dar el primer paso, llevar la iniciativa. Hasta la menor sospecha de que estaban siendo manipulados los espantaba como el ruido ahuyenta a los ciervos… Pero los temores de la chica se disiparon cuando de pronto la envolvió entre sus brazos y la besó.

No la besó en los labios, tal como ella esperaba, sino en la punta de la nariz. Fue una sensación curiosa, pero le gustó. Luego le besó los ojos.

Eso era algo que Sam nunca le había hecho a Mary Beth. Lily se preguntó qué habría pensado su amiga del asunto. Sin embargo, a medida que pasaban los segundos, cada vez podía pensar menos en otra cosa que no fuera lo que le estaba sucediendo en ese momento.

Le gustaba que la besaran con los ojos cerrados. Zac la tenía envuelta entre sus brazos de una forma muy placentera. Ella percibía su fuerza y se sentía increíblemente segura. Deslizó los brazos alrededor del cuello de su primo. Por un momento temió ser demasiado atrevida, pero ya había perdido la vergüenza, así que no le importaba mucho lo que pudiera pensar su amado. La opinión de Zac ya era mala de por sí. No tenía nada que perder.

Lily se dijo, entre beso y beso en la nariz, que Zac estaba acostumbrado a tratar con mujeres muy poco recatadas, por así decirlo. Debían de ser las que de verdad le gustaban. Posiblemente las mujeres con las que estuviera menos familiarizado fueran las vírgenes nerviosas, tímidas y dadas a ruborizarse. Seguro que a las chicas con las que solía estar se les ocurrían cosas más imaginativas y estimulantes que pasarle al hombre los brazos por el cuello.

Ahora Zac le estaba besando las orejas y ella experimentó una serie de estremecimientos que subieron y bajaron por su columna vertebral. Si no recordaba mal, Sam tampoco solía hacer eso. Estaba segura de que Mary Beth se lo habría contado, si hubiese tenido una experiencia tan absolutamente deliciosa. Notó la respiración de Zac en su oído, luego en la nuca, y todo su cuerpo pareció derretirse. Pensaba que besar era hacer un par de chasquidos con los labios y poco más. Tenía que contarle a Mary Beth lo que se estaba perdiendo.

Luego Zac la besó en los labios. Aquello no tenía nada que ver con un par de chasquidos.

Al principio Zac solo le rozó la boca, mientras jugueteaba con las comisuras de sus labios. Luego le lamió los labios. De manera lenta, minuciosa. Los labios de Zac eran templados y suaves, amables e insistentes, firmes y húmedos. Lily nunca había pensado que los labios pudieran ser tan sensibles. Para tratarse de una parte tan inocente del cuerpo, escondían todo un tesoro de sensaciones.

Si Zac no la hubiese estado abrazando, Lily estaba segura de que se habría derrumbado. Se sentía como si estuviera hecha de temblorosa gelatina. Una sucesión de pequeños choques eléctricos comenzó a estallar en cada parte de su cuerpo, hasta que toda ella estuvo incendiada, excitada, sensible. Se sentía caliente y fría al mismo tiempo, tensa y desmadejada, petrificada por lo que le estaba ocurriendo, pero ansiosa por recibir más y más y más.

Notaba que las manos de Zac la sostenían por la espalda, acunándola, apretándola contra él. Era imposible no darse cuenta de que sus senos hacían presión contra el pecho de Zac. Lily no solo nunca había sabido lo que era un beso, y por supuesto su cuerpo tampoco sabía lo que era tocar el cuerpo de un hombre. Sus senos nunca habían estado apretados contra un pecho masculino.

Una cantidad de sensaciones, sentimientos y deseos que Lily nunca antes había experimentado fueron despertando de su largo periodo de hibernación y se apresuraron a salir a la superficie de su conciencia. Todo su ser fue invadido por sentimientos que le resultaban no solo novedosos sino tremendamente excitantes. Una especie de calor líquido parecía fluir desde el fondo de sus entrañas y cubrir cada parte de su cuerpo.

Zac se apropió de su boca y Lily sintió un estremecimiento que casi la levanta del suelo. Estaban alcanzando un grado de intimidad que la volvía loca. En ese momento, Zac parecía pertenecerle y ella parecía pertenecer a Zac. Lily se sorprendió devolviéndole los besos con una voracidad y una entrega nacidas de años de privación.

Luego la lengua del hombre invadió la boca de la chica y ella sintió que la tormenta eléctrica que estalló en su interior terminaría por consumirla hasta que no quedaran más que cenizas y humo.

La muchacha jadeaba.

Entonces Zac se apartó. Fue una acción repentina y brusca. Lily sintió como si inesperadamente la hubiesen separado de la fuente que le daba vida. Su corazón latía muy rápidamente, no podía respirar. Se sentía mareada. Ahora agradecía el viento frío que venía del mar, pues eso la ayudó a recuperar la compostura.

Le sorprendió ver que Zac parecía estar tan agitado como ella. Respiraba rápidamente y con dificultad. Aun en medio de la oscuridad, Lily podía percibir la tensión de su cuerpo rígido; la percibía incluso en la luz que despedían sus ojos negros.

Después de una larga pausa, durante la cual se fue regularizando la respiración de Zac, su cuerpo pareció relajarse un poco.

—Ya no puedes decir que nunca te han besado.

Lily estaba muy conmocionada y Zac solo un poco menos afectado por aquel encuentro amoroso. La joven apenas pudo emitir un susurro.

—Gracias.

Enseguida se dijo que era una tontería decir eso después de lo que acababa de suceder. No solo parecía inadecuado, sino que la palabra gracias no reflejaba ni remotamente lo que estaba sintiendo. Pero probablemente era mejor reservarse todas esas impresiones, no confesarlas, pues aquello era el final y no un comienzo.

Y desde luego no era lo mismo.

Zac sonrió con cierta tristeza.

—Es hora de que regresemos.

Todavía parecía algo agitado, pero se estaba recuperando más rápido que la muchacha.

—¿No nos podemos quedar un poco más? Es una noche tan hermosa y la ciudad está maravillosa vista desde aquí.

—Cada vez hace más frío.

—Me envolveré en el chal. Pero no nos vayamos todavía.

—Está bien. Pero vamos a sentarnos. Al menos así podré abrigarte con una manta.

Lily se dejó conducir hasta una especie de banco que había en la parte trasera de la embarcación. Zac comenzó a envolverla en la manta más grande que la chica había visto en la vida.

—Siéntate conmigo. —Lily y le tendió la mano—. No sería divertido estar sola.

Los dos acabaron tapados por la manta, casi acurrucados. Lily se recostó contra él y Zac le pasó el brazo por la espalda. La muchacha se imaginó que debía de tratarse de un abrazo más bien fraternal, pero como nunca había estado en una situación semejante, le pareció bastante placentero.

Lily era tristemente dichosa.

—Todo parece tan grande.

Miraba hacia el mar y las montañas graníticas que formaban la entrada a la bahía. Más allá se extendía el océano, perdiéndose hacia tierras distantes y exóticas que solo podía imaginarse de manera muy vaga. Sobre su cabeza se extendía un techo infinito de estrellas. La luna, inmensa, se situaba en el horizonte y proyectaba su reflejo sobre las olas de la bahía, en permanente movimiento.

Se sintió diminuta e insignificante. Aquella era la velada más trascendental de su vida. Había tomado una decisión: de alguna manera, algún día, se casaría con Zac Randolph.

¡Eres un pobre imbécil! ¿Qué demonios crees que estás haciendo sentado aquí, en medio de la bahía, con una mujer adormilada entre tus brazos? Una mujer inocente, ingenua y confiada, para más señas. Deberías hacerte examinar la cabeza. Tienes que llevarla a casa, meterla en su cama y sacarla de tu vida. Deberías hacer cualquier cosa menos sentarte aquí como un idiota enamorado, a prolongar un momento que sabías que tenía que terminar incluso antes de que comenzara.

Tú eres demasiado listo para esto, Zac Randolph. Hasta hoy nunca habías perdido el tiempo con una quimera imposible.

Zac se odiaba intensamente, pero no podía moverse. Lo de esa noche no había salido como había planeado. Esperaba que Lily diera guerra, que se resistiera a marcharse de la cantina. Sin embargo, ella pareció saber desde el comienzo que porfiar no tendría sentido. Por otra parte, él no esperaba sentirse tan deprimido ante la idea de que ella se marchara. Lily había perturbado su vida desde el instante en que entró en su taberna. Debería sentirse aliviado al pensar que por fin se iría.

Y cierta forma se sentía aliviado. Ella representaba una enorme responsabilidad… pero le entristecía verla partir. Aquella criatura era capaz de conmover a todo el mundo, de hacer que cualquier grupo en el que entrase se sintiera como una pequeña familia. No es que a Zac le fascinara la idea de pertenecer a una familia, pero era agradable que la gente pensara en la cantina como se piensa en un hogar y no como un lugar donde detenerse momentáneamente antes de encontrar algo más serio.

De alguna manera, Lily conseguía que todo lo que tocaba pareciera respetable.

A Zac le hubiera gustado darse un puñetazo. Detestaba la idea de caer en la trampa de la respetabilidad. A él no le importaba lo que pensara la gente. No tenía intención de seguir más reglas que las suyas propias… pero detestaba que la gente despreciara a sus chicas.

Por lo general conseguía hacer caso omiso de las habladurías sobre Dodie y las demás, y hasta olvidaba lo que se decía por ahí de sus empleadas. Pero Lily había puesto la cuestión sobre la mesa con más violencia que nunca. Olvidar que murmuraban sobre su prima no era nada fácil.

Había heredado de su madre cierto apego a la vida social, pero también tenía muchos rasgos de su padre, lo que le permitía no tomarse muy en serio aquella milonga de la respetabilidad. Él era un marginal, un disidente. Siempre lo sería. No tenía sentido dar una batalla cuyo resultado ya estaba decidido.

—Regresemos a tierra —le dijo Zac al capitán, cuando este apareció en la cubierta—. Va a amanecer en un par de horas.

Cuando el barco comenzó su lento viaje hacia la costa, Zac se dio cuenta de que, por primera vez en casi ocho años, durante aquella velada no había tenido entre sus manos ni una carta, ni un par de dados ni una ruleta.

Y no los había echado de menos lo más mínimo.

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