Lily

Lily


Capítulo 15

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Las calles estaban desiertas, es decir tan desiertas como podían estar las calles en esa parte de la población. Las ruedas del coche de alquiler saltaban sobre el irregular suelo de barro seco y Zac pensaba en lo placentero que era circular por las suaves calles empedradas de la zona elegante de la ciudad. Pero pese al traqueteo, Lily no se despertó. Sin duda, la chica dormiría hasta el mediodía. Zac estaba seguro de que era la primera vez que permanecía despierta toda la noche.

Cuando el coche se detuvo y él se bajó, el sol estaba comenzando a iluminar el cielo por el este. El propio tahúr se sentía un poco adormilado, pero en lugar de despertar a su prima, la cargó en sus brazos y la llevó al interior de la cantina. El cochero le abrió la puerta para que entrara.

A esas horas el local estaba a oscuras, pero Zac conocía cada centímetro de ese lugar mucho mejor que el cuerpo de cualquier mujer con la que hubiera estado, y eso era mucho decir. Con los ojos vendados, podría llegar sin equivocarse hasta cualquier mesa de juego o cualquier rueda ruleta.

El contacto con la mujer que llevaba en sus brazos, es decir, con aquel maravilloso cuerpo femenino, conmocionaba cada fibra de su ser, y por su mente cruzaban ideas que nunca habría admitido ante ningún hombre. Estaba enternecido. Todavía no se había recuperado totalmente de los efectos de aquel beso. El deseo ardía a fuego lento en su interior, esperando solamente que el aliento de la pasión lo convirtiera en un incendio.

Sabía que eso podría suceder en cualquier momento.

Apretó el paso. Tenía que dejar a Lily en su cama y luego irse directamente a su cuarto lo más rápido posible. Por lo general controlaba muy bien sus impulsos sexuales cuando era necesario, pero esta vez no confiaba nada en su capacidad de dominarse.

Llevar en brazos a Lily por las escaleras no fue tan fácil como había pensado. Pesaba lo suyo, y el trayecto era largo. Pese a que seguía propinando soberbios puñetazos a los clientes patosos, se dijo que no estaba en forma. Tendría que seguir los consejos de sus hermanos y hacer un poco de ejercicio.

Los pasillos eran estrechos y las tablas del suelo chirriaban a cada paso. Zac nunca se había dado cuenta de lo difícil que era entrar o salir del salón sin hacer ruido y supuso que esa era una de las razones por las cuales sus chicas rara vez lo intentaban.

En la puerta de la habitación de Lily había pegado un trozo de papel con una nota:

Cora Mae ha vuelto. Acomoda a Lily en tu habitación. Tú tendrás que irte a dormir al Palace.

Dodie.

¡Maldición! Con la de veces que advirtió a Cora de que estaba cometiendo un error al marcharse con ese imbécil. Los hombres como él no eran de fiar. No les gustaba quedarse en ningún lugar por mucho tiempo y detestaban la responsabilidad de tener a una persona a cargo. Zac lo sabía mejor que nadie, pero Cora Mae, otra maldita boba, no había querido escucharlo.

Si al menos la muy cretina hubiese tardado una noche más en regresar. Zac no quería cruzar toda la ciudad a esa hora para ir hasta el Palace. Tyler seguramente haría preguntas. Siempre las hacía, y en semejante ocasión mucho más.

Tampoco quería que Lily durmiese en su habitación. Ya en la anterior ocasión le parecía poco apropiado, pero después de lo que había sucedido entre ellos esa noche, era todavía más inconveniente. Con ella en brazos, empezó a pensar en cosas imposibles, en cosas que podrían haber sucedido si se hubiese comportado de otra manera, si la chica hubiera nacido en otro lugar, si…

Se dijo que si la gente estuviera más dispuesta a pensar las cosas, muchas vidas podrían dar un giro total…

Sacudió la cabeza. No sabía qué le estaba ocurriendo. Se estaba poniendo filosófico y eso no era muy propio de su manera de ser. Filosofar era una pérdida de tiempo. Las cosas eran como eran y punto. Cuanto antes aceptara eso, más feliz sería. Cuanto antes dejara a Lily en una cama, antes podría irse a dormir y dejar atrás aquel extraño y perturbador estado de ánimo.

Zac se volvió y recorrió los pasillos hasta llegar a su habitación. En contra de lo que temía, logró abrir la puerta sin dejar caer a Lily. Pero cuando la puso sobre la cama, se sintió peligrosamente desalentado y falto de energía.

Bajó la vista hacia Lily. Yacía boca arriba, con la cabeza hacia un lado, las piernas ligeramente dobladas y los brazos flexionados a la altura de la cintura. Con delicadeza, procuró colocarla en una postura más cómoda. La chica suspiró y se dio la vuelta para acostarse de lado, sin despertarse en ningún momento. Zac comenzó a echarle encima una manta, pero luego decidió que no podía dejarla dormir vestida.

Y el único que podía desvestirla era él.

No es que no hubiese desnudado nunca a una mujer, pero esta era nada menos que Lily. Si se despertaba en plena operación, lo mismo empezaba a gritar antes de que él tuviera tiempo de explicarle lo que estaba haciendo.

Suspiró, un poco angustiado. La parte delantera del vestido parecía tener decenas, si no cientos de botones. Empezó a desabrocharlos desde arriba. Cuando el vestido quedó totalmente abierto a la altura del cuello, Zac trató de no fijarse en lo blanca que era la piel del cuello. Mientras soltaba los botones que cerraban el vestido a la altura de los senos, trató de no pensar en la suavidad de aquellos tentadores montículos que parecían ofrecérsele, inocentes, apetitosos. Hizo caso omiso del rítmico movimiento del vientre. Bloqueó su mente para no pensar en el calor que brotaba de las caderas y los lugares más recónditos del cuerpo de su prima. Pensó en la forma de deslizar el vestido por los hombros y sacarle los brazos de las mangas.

Para eso tuvo que sentarla y recostarla contra él. El contacto de aquella suave piel estuvo a punto de alterarle definitivamente. Hizo un esfuerzo supremo para terminar de quitarle el vestido antes de que ella se despertara o él perdiera el control de sus impulsos.

Lily seguía profundamente dormida. Balbuceó algo e hizo unos cuantos ruiditos, pero siempre estuvo muy lejos de despertarse.

Al fin pudo sacarle los brazos. Volvió a recostarla y dejó escapar un suspiro de alivio. Solo le quedaba tirar del vestido desde abajo. Así lo hizo, y lo dejó sobre el sillón que estaba cerca de la puerta. Luego le desató el corsé, se lo sacó por los pies y la cubrió con una sábana.

Cuando terminó, respiraba como si acabase de realizar una tarea extenuante. Nada había puesto a prueba su capacidad de autocontrol como los sucesos de esa noche. Pero todo había sido por su culpa, no tenía derecho a quejarse. Había cometido un serio error de cálculo. Empezó la velada pensando que podría controlar sus sentimientos hacia Lily, porque no eran diferentes de los que había tenido por otras mujeres atractivas. Pero aquello era una tontería, un autoengaño. Finalmente reconoció que desde que la conoció no había sido capaz de olvidarse de ella ni siquiera cuando no estaba cerca. Y cuando estaba cerca, no podía pensar en nadie más.

Por fortuna se trasladaría al Palace en unas cuantas horas. La situación empezaba a ser insostenible.

Sin embargo, quien de momento tendría que irse al hotel era él. Empezó, pues, a reunir algunas cosas que necesitaba llevarse, pero de inmediato cambió de opinión. Dodie no tardaría en levantarse y Lily se podría pasar a la cama de su ayudante para que Zac pudiera recuperar la suya. Así no tendría que ir a ninguna parte ni dar ninguna explicación difícil a su hermano.

De momento, decidió echarse en el sofá. Sería durante dos o tres horas como máximo.

Se desvistió, colgó cuidadosamente su ropa en el armario, pues detestaba las prendas arrugadas, y se puso una bata. Tenía mantas, en el armario y un par de almohadas de sobra en la cama.

En cuanto puso la cabeza sobre la almohada, se dio cuenta de que no tenía sueño. Estaba demasiado alterado. Su mente quería repasar toda la velada una y otra vez, a pesar de que sabía que era un ejercicio inútil, que solo lo perturbaría y lo desvelaría todavía más.

De modo que decidió hacer uso de la capacidad de concentración que lo había convertido en un jugador formidable y dejar la mente en blanco. Cuando lo logró, se durmió enseguida.

Al despertar, Zac quedó deslumbrado por la luz del sol que entraba por las ventanas. Maldijo. Se le había olvidado echar las cortinas. Cerró los ojos, pero ya no pudo eliminar luz grabada en sus pupilas. Era asombroso lo brillante que podía ser la luz del sol a las nueve de la mañana. ¿Por qué demonios no habría amanecido un día lluvioso o cubierto de neblina? Así eran la mayor parte de las mañanas, menos aquella.

Se levantó del sofá. Solo entonces se acordó de dónde estaba durmiendo. Y por qué.

Miró de reojo hacia la cama, con un poco de aprensión. Lily todavía estaba profundamente dormida. Por fortuna no había ninguna vaca esperándola para ser ordeñada, porque a esas horas el pobre animal ya hubiera estado desesperado.

Fue hacia la cama y se olvidó por completo de las vacas y de la luz del sol. No podía entender cómo era posible, pero Lily parecía aún más bella, inocente y vulnerable acostada allí, sin la protección de la sábana, que se había quitado durante la noche. Tenía los brazos y las piernas completamente extendidos. La combinación se le había subido y dejaba al descubierto una pierna hasta la mitad del muslo. Zac estaba a punto de volverse loco.

Su prima era una criatura absolutamente voluptuosa. Pese a estar recién despertado, en una hora tan temprana para él y sin apenas haber descansado, mirándola se sentía lleno de vitalidad. Y también muy preocupado. Tanto, que estaba rígido, como paralizado. Evidentemente, lo más sensato era echarle la sábana encima cuanto antes, para prevenir tentaciones, y llamar a Dodie para que se la llevara a alguna otra habitación.

Pero en lugar de llamar a su ayudante, Zac se sentó en el borde de la cama y acarició, apenas rozándola, la palma abierta de la mano de Lily.

Fue un gesto mínimo, insignificante, pero que causó una reacción asombrosa en aquel hombre tan experimentado. Fue como si todo su cuerpo sufriera pequeñas descargas eléctricas. Sintió un imparable deseo de extender los brazos y devorar a la mujer que dormía ante él, de hacerle el amor hasta la extenuación.

Enseguida retiró la mano. Precisamente para evitar lo que acababa de ocurrir la obligaba a abandonar el Rincón del Cielo. Los hombres como él la miraban y solo pensaban en una cosa: satisfacer sus necesidades físicas. No le cabía duda de que sería una amante asombrosamente deliciosa, pero aquella maravillosa muchacha necesitaba mucho más que un enredo sexual, más de lo que él o cualquier hombre de su calaña podía darle.

Cuando escuchó pasos en el corredor, pensó que sería Dodie. Perfecto. Era hora de que Lily se marchara. Se estaba volviendo vergonzosamente vulnerable y no tenía muy claro que pudiera dominarse durante un minuto más.

Notó que los pasos se volvían más fuertes, más apresurados y sonrió para sus adentros. Dodie tampoco confiaba en él. Entonces se estiró para bajar la combinación de Lily y cubrirle la pierna, y justo en ese momento la puerta se abrió de par en par. Sarah Thoragood irrumpió en la habitación seguida de su santo esposo, Bella Holt, Dodie y algunas de las chicas.

Si Zac se hubiera preguntado alguna vez cómo era un basilisco, allí tenía la respuesta, en forma de beata. Sarah Thoragood tenía la cara tan roja y distorsionada por la ira que el atormentado tahúr apenas pudo reconocerla.

—¡Sátiro! ¡Bestia lujuriosa! ¡Lo hemos atrapado en su cueva pestilente ante el cuerpo herido de su presa inocente!

Por primera vez en la vida, Zac se quedó sin palabras.

—¡Satanás consumirá su alma en el infierno! ¡Destrozará su cuerpo con espuelas y pasará el resto de la eternidad en permanente tormento!

El pobre Zac logró recuperar al fin el habla.

—¿Qué son esos gritos y de qué demonios está usted hablando?

—Siempre supe que usted era un libertino depravado, pero nunca pensé que caería tan bajo como para dañar a esta inocente que le confió su futuro, su vida, su alma y su cuerpo.

—¡Usted está loca! —Zac se volvió hacia Dodie—. ¿Me puedes decir de qué diablos está hablando esta mujer?

—Creen que te has acostado con Lily. —Dodie lo miraba con sorprendente dureza—. ¿Lo has hecho?

Zac miró primero a Dodie, luego plantó los ojos en Lily y después los dirigió hacia el sofá con las sábanas arrugadas. Finalmente, tras otra mirada a su prima, contempló a los furiosos invasores.

—Ustedes piensan que yo…

La dulce primita todavía estaba dormida en su cama, cubierta solo con la combinación. Y allí estaba él también, a medio vestir.

—No, no me he acostado con ella. Ya sé que eso es lo que parece, pero no sucedió nada.

—¿Espera que yo crea que usted, un depravado, un licencioso e inmoral violador de mujeres no…?

—Lo que ella está tratando de decir —interrumpió Dodie— es que las pruebas están en tu contra.

—¡Fornicador! Vil seductor de…

—No me importa lo que digan las apariencias. —Zac trataba de hacer caso omiso de la señora Thoragood, para no tener que estrangularla—. No la he tocado. Si hubiese querido, podría haberlo hecho hace mucho tiempo.

—¡Ajá! —Sarah Thoragood ya no clamaba, solo emitía chillidos—. Y ahora se enorgullece de sus poderes para seducir, para violar, para…

—No quería irme a un hotel. Pensé que solo pasarían un par de horas antes de que tú vinieras y te la llevaras a tu habitación.

—Durmiendo estaba cuando ellos irrumpieron en la cantina.

—Justo a tiempo para atraparlo in fraganti, mientras cometía este crimen tan execrable. —Sarah Thoragood seguía con su cantinela.

Lily se movió y pareció comenzar a despertarse. Zac no entendía cómo era posible que siguiese durmiendo en medio de semejante escandalera.

—Desaparezca de su vista antes de que despierte. —Sarah Thoragood no dudaba en dar órdenes—. Este pobre ángel caído ya tendrá suficientes remordimientos como para tener que ver la cara al causante de su desgracia.

—Zac. —Lily le llamaba con los ojos a medio abrir, mientras trataba de enfocar la mirada y entender la escena que tenía delante. Intentaba, obviamente sin éxito, encontrar una razón lógica para que toda aquella gente estuviera en la habitación de Zac—. ¿Qué está haciendo aquí toda esta gente?

Dodie se apresuró a cubrir a Lily.

Como no podía ser de otra forma, Sarah Thoragood fue la primera en dar explicaciones.

—Hemos venido a rescatarte de las garras de este réprobo. Entendemos tu vergüenza, compartimos tu dolor, y has de saber que no te abandonaremos. Este hombre será obligado a pagar por lo que te ha hecho. Él tendrá que…

Zac prácticamente voló a través de la habitación y le tapó la boca a Sarah Thoragood con la mano antes de que pudiera decir una palabra más. La mirada horrorizada de la señora Thoragood parecía indicar que tenía miedo de que Zac la estrangulara allí mismo.

—Si no quiere que me ponga violento con su santa esposa —susurró ferozmente Zac a Harold Thoragood—, hágala callar antes de que Lily entienda lo que ella está diciendo. No me importa lo que usted piense de mí. —Ahora se dirigía a la aterrorizada señora Thoragood—. Ahora bien, como diga una palabra más delante de Lily, la arrojaré por esa ventana.

En ese momento, Dodie estaba ayudando a Lily a ponerse la bata que le había alcanzado una de las chicas.

—Han venido a asegurarse de que no te retenga aquí por más tiempo. —Zac estaba improvisando—. Al parecer, Bella no puede esperar ni un minuto más para tenerte de vuelta en su pensión.

—Es muy considerado por su parte que quiera proteger los sentimientos de la muchacha… —El señor Thoragood hablaba con su tono más pomposo—. Pero no participaré en una mentira.

Zac reaccionó de inmediato.

—¡Todo en usted sí que es una mentira! Y además, no olvide que también puedo arrojarlo a usted por la ventana detrás de su mujer.

Dodie decidió intervenir.

—Nadie va a arrojar a nadie por ninguna parte. Toda esta situación es demasiado confusa. Hay que aclarar cuidadosamente cada cosa antes de que nadie salga de esta habitación.

La ayudante de Zac se dirigió hacia la puerta y la cerró.

—Que todo el mundo se siente y guarde silencio. —Miraba especialmente a Sarah Thoragood—. Vamos a averiguar lo que sucedió anoche.

—No sucedió nada —dijo Zac.

De pronto terció Lily.

—Eso no es cierto. Pasaron muchas cosas.

Todo el mundo miró a la joven. Las expresiones de los rostros oscilaban entre el horror y la furia.

—Te dije que…

—¡Cállese! —Dodie cortó en seco a la mujer del ministro. Zac se había vuelto hacia la señora, que enseguida se escondió detrás de su marido.

Dodie se dirigió a la recién despertada.

—Ahora cuéntanos lo que pasó.

—Zac me llevó a dar un hermoso paseo en un barco. Tuvimos una maravillosa cena y le pregunté por el motivo de la invitación. Él dijo que quería que yo pasara un buen rato, pero no era cierto. Eso no era lo que él quería en realidad.

—¿Lo ven? ¡Se lo dije! —La señora Thoragood, incapaz de guardar la compostura, chillaba de nuevo—. Yo…

Se interrumpió al ver que Zac corría las cortinas con fuerza y abría la ventana que daba sobre el callejón. Estaba dispuesto a defenestrarla. Sarah Thoragood se quedó definitivamente muda, con ojos aterrorizados.

—Lo que quería era decirme que no iba a permitir que siguiera actuando en la cantina. También me dijo que debería casarme con un millonario correcto y aburrido.

—¿Eso es todo? —El señor Thoragood parecía incrédulo.

Dodie siguió llevando la voz cantante.

—¿Por qué volvisteis tan tarde?

—Zac quería que regresáramos, pero yo le pedí que nos quedáramos un rato más. Era una noche tan hermosa que no quería que terminara. Además, si voy a tener que vivir en un hotel y convertirme en dama de compañía de alguna señora respetable, la verdad es que no tenía mucha prisa por empezar esa nueva existencia.

Dodie miró a Zac con gesto cómplice, a punto de sonreír.

—Pero ¿qué estás haciendo en la cama del señor Randolph? —La señora Thoragood habló en tono más bajo que antes, bien protegida detrás de su marido.

—No lo sé. Me quedé dormida. Me desperté cuando ustedes le estaban gritando a Zac esas cosas tan horribles.

El ministro interpeló al tahúr.

—¿Cuál es su explicación?

—No tenía otro lugar donde dejarla. Hasta ahora, ella estaba durmiendo en la habitación que dejó libre Cora Mae al irse, pero esa tonta chiquilla decidió regresar de forma inesperada. Dodie quería que yo le diera mi cama a Lily y me fuera a un hotel. Iba a hacerlo, pero a Tyler no le gusta que lo despierten al amanecer, así que preferí esperar. Me imaginé que Dodie se levantaría en un par de horas y Lily podría pasarse entonces a la habitación de Dodie.

El señor Thoragood la miró, interrogador.

—¿Dónde dice que durmió?

—En el sofá.

La bruja pidió confirmación a Lily.

—¿Eso es cierto?

—¿Acaso está usted sorda? —Zac volvía a mirarla con gesto inquietante—. Le acaba de decir que estuvo dormida todo el tiempo.

—Si Zac dice que durmió en el sofá —dijo Lily—, es que es ahí donde durmió. Nunca miente.

—Me temo que esa explicación no es suficiente —dijo la señora Thoragood.

—Yo pienso lo mismo —apuntó Dodie.

—¿Cómo? —Zac se acercó con cara de asombro a su amiga, que no se inmutó, sino que siguió diciendo lo que quería.

—Digo que no creo que sea suficiente. Has comprometido la reputación de Lily. Después de lo que hiciste, nadie creerá en su pureza.

—Estoy totalmente de acuerdo con la señorita… con esta persona. —El señor Thoragood intentaba parecer temible, pero resultaba un poco ridículo. Ni siquiera se sabía el nombre de todos los presentes en la curiosa reunión.

—Me llamo Dodie Mitchell y, a pesar de que vivo en una taberna, sé distinguir perfectamente entre lo que está bien y lo que está mal. Y eso vale también para el resto de las chicas. ¿No es así, muchachas?

Con asombro, Zac oyó cómo un coro de voces secundaba las palabras de Dodie.

—No creo que nadie tenga aquí derecho a juzgar vuestra moral, y no creo que se trate de eso. Más bien se me está juzgando a mí, ¿verdad?

—Ese es el meollo del asunto. Parece que nadie se fía de ti, Zac.

Otra vez intentó terciar el ministro.

—Lo que la señorita… o la señora…

—Señorita —aclaró Dodie.

—Lo que la señorita Mitchell está tratando de decir es que su mala reputación ha comprometido el nombre de la señorita Sterling.

—¡La ha deshonrado! —La señora Thoragood era incapaz de controlarse, pese al peligro de salir volando por la ventana.

—No creo que eso un gran problema —dijo Dodie—, Zac siempre ha insistido en que el hombre que deshonre a una de las chicas debe casarse con ella. ¿No es así, Zac?

—Así es. Nunca permitiré que…

El tahúr enmudeció al ver la extraña luz que brillaba en los ojos de Dodie.

—Maldita sea, Dodie. Si piensas siquiera por un segundo que yo me voy a…

Ahora fue Bella la que tomó la palabra.

—No tienes otra salida. Lo que dice Dodie es verdad. Cuando yo estaba aquí, no dejabas de repetir que esa era la única regla que nunca romperías.

—¿Tú vivías aquí? —La señora Thoragood parecía más espantada que nunca. Bella no hizo caso a su exclamación y siguió dirigiéndose a Zac.

—Decías que no podía haber excepciones.

—Hace solo unas semanas te aseguraste de que Josie se casara —le recordó Dodie.

—Sí, así fue.

—Lizzie de Leadville se había sumado al coro, con una pícara sonrisa.

Zac trató de defenderse de aquel ataque por todos los flancos.

—Pero yo no he mancillado el honor de Lily…

—Nadie va a creer semejante cosa. —El señor Thoragood seguía intentando poner cara de temible ministro de Dios—. Estoy de acuerdo con la señorita Mitchell. Debe usted casarse con Lily.

—Pero él no puede hacerlo. —Lily, que escuchaba embelesada, habló, como siempre, con la mayor naturalidad del mundo—. Zac no quiere casarse.

El tahúr pareció aliviado.

—Ya era hora de que abrieras la boca para apoyarme. Pensé que me ibas a dejar solo con toda esta jauría.

—No puedo quedarme callada. Ellos también están hablando de mi matrimonio.

—Me alegra que lo notes.

—Zac no me ama. Ni siquiera le gusto. Lo único que hago es causarle problemas.

—Eso no es cierto. —Zac se sentía acorralado, metido en una endemoniada trampa. No quería casarse, pero tampoco podía permitir que su prima creyera que la detestaba—. Me gustas mucho. Anoche te lo dije. —Nada más pronunciarlas, se dio cuenta de que estas palabras podían ser un arma letal en manos de los allí presentes.

Dodie tenía expresión de triunfo.

—¿Qué más te dijo Zac anoche, Lily?

—Dijo que no quería besarme porque tal vez podría gustarle demasiado. Pero luego me besó. Y le gustó.

Zac se preguntó por qué les gustaba tanto a las mujeres divulgar precisamente las cosas que deberían llevarse a la tumba.

—Eso no es exactamente lo que…

—¿Obligó usted a la señorita Sterling a aceptar sus atenciones? —El señor Thoragood empezaba a declamar igual que lo hacía en su iglesia cuando quería reconvenir a los pecadores.

—No, no lo hice. —Zac estaba empezando a enfurecerse en grado máximo—. Ella me pidió que la besara.

Bella dejó escapar una exclamación de asombro. Las chicas se rieron. La señora Thoragood parecía incapaz de hablar. Dodie estaba haciendo cuanto podía para contener la risa. Lily siguió hablando con su implacable inocencia.

—Es cierto. Nunca me habían besado y le pedí a Zac que me mostrara cómo era eso de besarse. También le pedí que me abrazara. Las dos cosas me gustaron mucho. Zac lo hace muy bien. Pero, claro, me imagino que ha tenido mucha práctica.

Sara Thoragood estaba amoratada, de pura indignación. Dodie perdió su batalla contra la risa.

—¿Es cierto que le pediste a él que hiciera esas cosas? —El señor Thoragood no parecía tan conmocionado como su esposa.

—Zac dijo que tenía que casarme con el hombre adecuado —siguió la muchacha—, pero a la única gente adecuada que conozco no le gusta andar besándose ni abrazándose.

—Por supuesto que no —dijo la mujer del ministro.

El señor Thoragood se sintió obligado a reconvenir a la chica.

—Me temo que eso demuestra una gran falta de recato de tu parte.

—¡Un momento! —Zac miraba amenazadoramente al clérigo—. No voy a permitir que nadie le hable a Lily de esa manera.

—No veo otra solución. Zac debe casarse con ella —sentenció Dodie.

—Lamento decir que estoy de acuerdo con usted —afirmó el señor Thoragood.

—¿Casarse con él? Pero si ese hombre es un libertino, un depravado, un seductor, un… —Curiosamente, la señora Thoragood parecía convertirse en inesperada aliada de Zac, pero a este, de todas formas, no le gustaron sus palabras.

—¡Señora! Si vuelve a llamarme libertino o seductor, serán las últimas palabras que saldrán de su boca.

—¡No se atreva a amenazarme! Tengo a Dios de mi lado.

—Junto a Dios la voy a mandar como no se calle. Todo esto de que debo casarme con Lily no es más que una tontería. —Zac dio media vuelta para encararse con Dodie—. ¿De verdad crees que la violé?

—No importa si lo hiciste o no. El caso es que arruinaste su reputación.

—Yo creo que sí importa, y mucho.

—Yo también lo creo —dijo Lily.

El tono inocente de la voz de la muchacha no ayudaba mucho a Zac. Estaba seguro de que la gente no tenía en cuenta las opiniones de su prima, precisamente por ser tan buena y tan sincera.

—La señorita Mitchell tiene razón. —El ministro se había puesto definitivamente pomposo—. En este momento la verdad no importa. Lo único que importa es lo que la gente creerá que sucedió.

Zac le fulminó con la mirada.

—Usted no puede hacer semejante afirmación y seguir diciendo que es un ministro de Dios.

—Soy realista y digo que usted debe casarse con la señorita Sterling sin demora.

—¡No!

—No puedes negarte. Son tus propias normas. —Dodie, radiante, no podía ocultar que estaba encantada con aquella situación.

—Mis normas dicen que las chicas que han sido deshonradas deben casarse. Pero yo no he deshonrado a Lily.

—Da igual, podrías haberlo hecho.

Zac estaba comenzando a preguntarse si no se trataría de una pesadilla, de la que podría despertar en cualquier momento, eso sí, con un buen dolor de cabeza. Resopló y con tono fiero se dirigió a todos.

—¿Así que da igual? ¿Por qué no salen de la habitación de una vez? Así Lily y yo podremos dedicarnos a deshonrarnos todo lo que podamos. Puesto que da igual, aprovecharemos para pasarlo estupendamente.

—¡Señor Randolph! —El señor Thoragood ya había alcanzado su registro de predicador más imponente y aterrador—. ¿Es que su desfachatez no tiene límites?

—No lo sé, creo que me limita el hecho de haberlo visto y probado todo. ¿Conoce usted alguna depravación que se me pueda haber escapado?

Dodie miró al señor Thoragood.

—No le haga usted caso, solo está tratando de provocarle para distraer nuestra atención. —Se volvió hacia Zac—. Lo más importante es proteger a Lily, como muy bien sabes.

Y has arruinado su reputación, así que lo único que puedes hacer es casarte con ella.

—No seas ridícula.

—¿Crees que alguno de esos jóvenes adecuados, ricos y pudorosos, de los que hablas se querrá casar con ella cuando se enteren de esto?

—¿Y quién se lo va a contar?

—Hay diez personas en esta habitación en este momento. Además, está la tripulación del barco, el cochero que os ha traído y cualquiera que te haya podido ver. Y la propia Lily.

—¿Crees que Lily se va a ir de la lengua?

—Por Dios, es tan inocente que terminará por delatarse, tal como ha hecho hace solo un momento.

—Hablaré con ella, le enseñaré lo que conviene y lo que no conviene decir a la gente.

—Gracias a Dios no es como las demás, no tiene nada que ver con todas nosotras. ¿Quieres que cambie, que se pase la vida dudando si ha de contar la verdad? ¿Esa es la clase de persona en que quieres convertirla? Pensé que lo que más te gustaba de ella era precisamente su inocencia.

La inocencia no era exactamente lo que más le gustaba de aquella hembra asombrosa, pero ciertamente era la cualidad que más le había llamado la atención al principio. Sobre todo le agradaba su capacidad de ver siempre lo mejor en los demás, su deseo de ayudar a todo el mundo, a quien se lo merecía y a quien no. También le acabó gustando hasta su ridícula manía de referirse a su papá… Pero sobre todo le gustaban el pelo, los ojos, los pechos, los muslos…

—Ya está bien, demonios. Lily no quiere casarse conmigo. Vino aquí en busca de libertad, no de un marido.

Dodie, siempre sonriente y tranquila, se volvió hacia la muchacha.

—¿Y tú qué opinas? ¿Crees que podrías casarte con este patán envuelto en papel dorado?

—Cualquier mujer podría casarse con Zac. Es muy amable y es realmente dulce cuando se lo propone.

Sarah Thoragood parecía al borde de la apoplejía.

—La muchacha está embrujada. Usted debe de haberla drogado.

—¿Para qué iba a drogaría? No quiero que ella se case conmigo, ¿lo recuerda?

De repente volvió a sonar la voz de la joven.

—¿Tan malo sería para ti estar casado conmigo?

Zac replicó de inmediato.

—Sería terrible. Porque esperarías que me levantara temprano, a unas horas infames, y que aprendiera a ordeñar las malditas vacas que acabaríamos comprando por tu insistencia de mil demonios. Y cantarías y bailarías hasta que todos los hombres que pusieran un pie en el salón estuvieran dispuestos a apuñalar o matar a tiros a su vecino, o a su mismísima madre, solo para conseguir una sonrisa tuya. Tendrías todo un ejército de hombres siguiéndote por la calle, adondequiera que fueras. Harías que esta maldita sanguijuela de predicador, y todo su cortejo de furias, se pasaran la vida pisándome los talones e invadiendo mi habitación para acusarme de toda clase de cosas. Acabaría volviéndome loco de tanto pelear con unos y otros para poder tenerte solo para mí.

Dodie suspiró y dictó sentencia.

—A mí eso me suena a declaración de amor. Yo propongo que se casen ahora mismo. Busquemos un pastor.

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