Lily

Lily


Capítulo 18

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18

Lily evitó acercarse al Rincón del Cielo durante todo el día siguiente. Zac, mientras tanto, tuvo pésima suerte en las mesas de juego. Para empeorar el panorama, Chet Lee estaba en racha ganadora. Al paso que iban las cosas, Chet sería el dueño de la cantina antes de que terminara el mes.

Unos cuantos hombres entraron, vieron que Lily no estaba por allí y se fueron a otro lugar en busca de lo que Zac no ofrecía. Allí no había drogas ni sexo, y por eso su clientela siempre había sido limitada. Estaba convencido de que en San Francisco había suficientes hombres dispuestos simplemente a jugar una partida en un lugar agradable, en el cual se comía bien y había camareras atractivas, pero nada más.

Y los había. El salón de juegos seguía funcionando estupendamente, pero la taberna parecía haber perdido su encanto.

Su racha era tan mala que en un momento dado decidió dejar de jugar. Le dolía, porque lo que más le gustaba de ser dueño del local era que ello le permitía jugar a la hora que quisiera y durante el tiempo que le diera la gana. Pero ahora que no podía jugar, era como si se hubiera producido un eclipse.

Pero, si se ponía el sol de las cartas, otro astro le deslumbraba con fuerza creciente. Solo podía pensar en una cosa: Lily. En eso pensaba cuando vio que Dodie lo seguía hasta su oficina, sin duda solo para molestarlo. Y así era.

—¿Cómo está tu novia hoy? —La mujer hizo la pregunta pese a que sabía de sobra que Zac no había visto a Lily ese día.

—Está bien. Bella la está cuidando.

—¿Cómo lo sabes? No me sorprendería nada que estuviese por ahí, a su aire, haciendo su voluntad sin que Bella se entere de nada.

—Confío en Bella —respondió con tono seco, pues no quería hablar sobre el tema. Estaba muy irritable y no deseaba nada más que estar solo.

—Nunca pensé que pudieras ser un buen marido, pero creí que al menos cuidarías a tu esposa mejor de lo que cuidas a las chicas que trabajan en tu negocio.

—¿Y por eso estabas tan interesada en ayudar al señor Thoragood y a su mujer a obligarme a que me casara con Lily?

—No debí hacerlo. Ahora veo claramente que a Lily le iría mejor sola. Con su belleza y esa inocencia maravillosa y limpia que tiene, podría conseguir miles de maridos mejores que tú.

—Entonces, ¿por qué no la ayudaste a buscar a otros y tuviste que agobiarme a mí?

—¿Qué otros podía yo buscar? ¿Crees que conozco a algún hombre que no sea un jugador o un pillo?

Zac intentó dominar el acceso de rabia que empezaba a cegarle.

—Cuida tus palabras, Dodie. Te aprecio, pero no olvides que puedo manejar esta cantina sin ti.

—¡No me digas! ¿Me estás amenazando con despedirme? Por Dios, ¡mira cómo tiemblo!

Zac lanzó una maldición.

—Yo podría encontrar cien trabajos en esta ciudad, pero tú nunca podrás encontrar a otra persona de plena confianza para que maneje este lugar mientras sigues con la vida de niño bonito que llevas desde hace veintiséis años, sin responsabilidades, haciendo el papel de tahúr caballeroso e importante.

Zac rara vez se enfurecía, y menos con Dodie, pero esta vez se puso frenético.

—¿Has acabado? Si tienes algo más que decir, dilo, y no olvides que te puedo echar a patadas de aquí en cuanto termines.

Dodie lo miró directamente a los ojos.

—Esa amenaza podría haberme hecho callar hace algún tiempo, pero en esa época pensaba que tú eras un hombre admirable. Sin embargo, últimamente te he visto decaer. Has tocado fondo, estás en el suelo y ni siquiera sabes cómo volver a ponerte de pie.

—Deja de hablar con metáforas y di lo que tengas que decir.

—Quería que te casaras con Lily porque ella te ama. Pero me arrepiento, no debimos hacerle eso a una chica tan agradable. Tengo que admitir que al unirme a la encerrona solo estaba pensando en ti y no en ella. Pensé que esa chica podría convertirte en alguien mejor. Dios sabe que fracasé. En lugar de eso, se la entregaste a Bella para que la cuidara mientras tú seguías en las mismas. Ni siquiera vas hasta allá para ver si es feliz, si necesita algo.

—Le dije a Bella que le comprara lo que ella quisiera.

—No estoy hablando de dinero. Hay otras cosas en la vida. Creía que sabías eso, pero ahora me pregunto si lo sabes. Me resultas odioso, Zac Randolph, y me odio por haberte ayudado a hacer lo que le estás haciendo a esa pobre muchacha. Ella es tu esposa. Ella te adora.

—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué crees que estoy tratando de mantenerme alejado de ella?

—Para mí es un gran misterio. Explícamelo, Zac. Estoy deseando conocer la respuesta.

—No quiero comprometer su nombre.

Dodie bufó de una manera que no dejaba dudas con respecto a su incredulidad.

—Se hartará de mí, de estar casada conmigo. Si la tengo a distancia, cuando se quiera ir, podrá irse y yo no le habré quitado nada. —Ni a ella ni a sus hijos, pensó Zac.

—No se puede ir, imbécil. ¡Está casada contigo!

Le costaba trabajo contar lo que había hecho, incluso a alguien de confianza como era su ayudante. Estaba avergonzado, pero Dodie era su amiga. Era importante que ella entendiera lo que le estaba ocurriendo.

—No, no lo está.

—Lo vi con mis propios ojos. Estuve allí. ¿No me viste?

—Windy ofició la ceremonia, pero no registró el matrimonio. Así que legalmente Lily todavía está soltera.

Durante un par de segundos, Dodie lo miró con la boca abierta, sin poder decir palabra. Luego estalló furiosa:

—¡Por Dios Santo, eres un maldito egoísta, un estúpido hijo de puta sin el menor escrúpulo!

Dicho esto, iba a darle una bofetada con todas sus fuerzas, pero Zac le agarró la mano, deteniéndola antes de que alcanzase su objetivo.

—Adelante, párteme la mano. —La mujer hablaba con los labios apretados y una enorme ira contenida—. Me da igual. Como si quieres echarme. Hagas lo que hagas, aunque te sientas mejor, seguirás siendo un canalla de la peor especie.

Zac la soltó.

Dodie dio un paso atrás frotándose la dolorida muñeca. Luego siguió hablando, casi escupiéndole a la cara sus palabras.

—Se acabó, desde este mismo momento no trabajo para ti, cerdo. Recogeré mis cosas y mañana me iré de aquí. No quiero ni verte, pero te diré una última cosa. Si te queda algo de decencia, deberías ir arrastrándote a buscar a esa mujer y rogarle que te perdone por lo que has hecho. Luego, si logra perdonar tal infamia, tendrías que obligarte a ser el mejor marido que puedas. Pero no creo que hagas nada de eso, porque veo que ciertamente eres una escoria, exactamente como piensa la gente que eres.

Dodie dio media vuelta y salió de la oficina a grandes zancadas, mientras Zac se quedaba atrás, abrumado. Toda la discusión había sido absolutamente inesperada, y el resultado era desolador. No tenía una amiga mejor que Dodie. No podía creer que ella le hubiera dicho esas cosas tan horribles… y que hubiese renunciado a su empleo, abandonándole, le resultaba completamente incomprensible.

Y él, que había creído que Dodie sería la única persona que podría entender lo que estaba haciendo.

Zac no podía dormir. Ya era casi mediodía y no había pegado ojo. Pasó una noche absolutamente miserable. Sin Dodie, nada había salido bien. Empezaba a preguntarse cómo había logrado sobrevivir antes de que ella apareciera.

Por supuesto, en ningún momento tuvo intención de hacer que Dodie se fuera. Incluso la amenazó sin pensarlo, en un pronto. Le había zaherido tanto con el tema de Lily… Justo lo que no podía soportar. Ya echaba de menos a Dodie, que se había convertido en una parte esencial de su mundo. Ella siempre estaba allí.

Y extrañaba todavía más a Lily, que involuntariamente, con toda su luminosa inocencia, era la responsable de que todo se estuviera desmoronando. Zac no dejaba de repetirse que llevarla al salón solo empeoraría las cosas. Sin embargo, esa posibilidad era una idea que nunca lo abandonaba. Sabía que Lily quería estar con él, y la simple idea de compartir su cama con ella le provocaba una excitación enorme. Se le endurecía, no lo que debía endurecerse, sino el cuerpo entero. Había vuelto a pensarlo y de nuevo ardía, sudaba, se desesperaba.

Dodie se equivocaba con respecto a él. Tiempo atrás quizá fuera el canalla que la mujer había descrito, pero ahora se había convertido en otro. Estaba heroicamente decidido a no deshonrar a Lily.

Por ello, teóricamente, debería sentirse bien consigo mismo. Durante años, Rose le insistió hasta el aburrimiento en que hacer cosas buenas por los demás producía una sensación de satisfacción e incluso de placer. Pues bien, debía de haber hecho algo mal, porque seguía sin gustarse. En realidad, se tenía por un miserable.

Dio un puñetazo a la almohada, se acomodó de manera que la tensión de su cuerpo, especialmente la de ciertas partes, no lo torturase en demasía, y trató de dormir, sin éxito.

Ahora tendría que contratar a alguien que reemplazase a Dodie. No podía estar despierto toda la noche y otra vez de pie a mediodía para asegurarse de que todo estuviera listo a la hora de abrir las puertas. Enseguida pensó en Lily, que había sido ayudante de Dodie. Pero enseguida ahuyentó esa idea. Tenía que evitar a toda costa que Lily se convirtiera en parte integral de la cantina. Si eso llegaba a suceder, la posibilidad de salvarla de la deshonra se desvanecería para siempre.

Lily estaba en la acera entarimada, tratando de decidir cuál sería la mejor manera de entrar en la taberna. Sabía que Zac había ordenado que le cerraran las puertas. Ya había intentado entrar alguna vez, sin ningún éxito, pero ahora estaba decidida a lograrlo como fuera.

Tenía un estado de ánimo un poco melancólico. Había pasado la última hora con Kitty y su bebé. La pobre chica todavía estaba buscando al padre de la criatura, pero cada día que pasaba tenía menos esperanzas de lograrlo. Para consolarse, se contaba a sí misma historias que seguramente serían fantasías, y se las decía a los demás.

—Lo secuestraron. Yo sé que lo secuestraron.

A Lily le costaba trabajo creer que alguien pudiera llevarse a un hombre de la calle, o de un bar, y encerrarlo luego en una embarcación con destino a un puerto lejano para venderlo como esclavo a quién sabe para qué. No parecía posible que algo así pudiera ocurrir en los Estados Unidos de América.

Mientras pensaba en eso, vio que Dodie salía por el callejón, de modo que la saludó y se apresuró a alcanzarla.

—Justo lo que estaba buscando, una puerta abierta. —Según decía eso, se dio cuenta de que Dodie llevaba una maleta en la mano. Vio que había estado llorando—. ¿Qué pasa?

—No tiene sentido ocultártelo, me marcho del Rincón del Cielo.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¿Zac ya lo sabe?

—Claro que ese idiota lo sabe. Es por su culpa, igual que las demás cosas malas que ocurren. Todo siempre es culpa suya. Me amenazó con echarme si decía algo que él no quería oír. Se lo dije de todas maneras, y renuncié sin esperar a que él me echara.

—¿Esa discusión tuvo algo que ver conmigo?

Dodie respiró hondo.

—Le dije que era un tonto por haberte dejado en la residencia de Bella y por no acercarse ni a verte. Él piensa que tú te vas a cansar de él y te marcharás y te casarás con otro.

—No lo haré.

—Ya lo sé. Todo el mundo lo sabe. Hasta las puertas lo saben, pero no lo sabe el imbécil de Zac, que es quien debería saberlo.

—Zac no es imbécil.

—Sí lo es cuando se trata de cualquier cosa relacionada contigo. Está enamorado de ti y ni siquiera lo sabe.

—Pero él no quiere estar enamorado.

—Claro que no quiere, pero eso no lo puede controlar. Y tú, sabiendo que no quiere estar enamorado, ¿por qué te casaste con él?

—¿Qué otra cosa podía hacer? No podría ayudar a Zac si estoy casada con algún petimetre estirado y decente, viviendo a muchos kilómetros de aquí.

—Pero tampoco puedes ayudarlo desde la pensión de Bella, aunque no esté a cientos de kilómetros.

—Tengo intención de quedarme en la cantina.

—¿Qué vas a hacer?

Lily se lo contó y los ojos de Dodie, que había dejado de llorar, se iluminaron con una chispa de picardía.

—Me gustaría ver eso.

—¿Por qué no vuelves? Tú sabes que Zac, dijera lo que dijese, nunca quiso que te fueras. Seguro que fue un acaloramiento, sin más.

—Ya es hora de levantar el vuelo. Llevo años engañándome. Todavía lo amo, y aún no he superado la cruda realidad de que él no me ama a mí, sino a ti. Y no la voy a superar si sigo viendo su apuesto rostro todas las noches, sonriéndome como si fuera el dueño del mundo y lo quisiera compartir conmigo dos o tres minutos…

—Te echaré mucho de menos.

—Yo también te voy a extrañar, pero te apoyaré en la distancia. Mi corazón siempre estará contigo. Acaba con él.

—En lugar de eso, trataré de rescatarlo. Ya se ha hecho demasiado daño. —Las dos se rieron—. Ahora dime cómo puedo entrar en la cantina sin que nadie se dé cuenta.

Zac se despertó tarde y con un horrible dolor de cabeza. Miró el reloj y comenzó a maldecir a Dodie por no despertarlo. Luego recordó que su ayudante era historia y renegó un poco más.

Mientras caminaba a paso rápido hasta el baño y comenzaba a prepararse, el tahúr enamorado se preguntó por qué se habría puesto Dodie tan furiosa con él. En el momento de la discusión Zac estaba terriblemente molesto, pero ella tenía que saber por experiencia que luego se le pasaría. Siempre era así.

Zac hizo una pausa para escuchar los ruidos que venían de abajo. Las cosas parecían más o menos normales en el salón. A juzgar por lo que se oía, había más gente de lo habitual. Bien. Eso le serviría para compensar algo de lo que había perdido en el tapete verde.

Pero a medida que el tiempo fue pasando, comenzó a sentirse inquieto. El ruido parecía constante, sin las habituales oscilaciones entre momentos de agitación y momentos de relativa calma. Decidió bajar.

Al ver que la primera chica con la que se cruzó se puso pálida debajo del maquillaje y se escabulló lo más rápido que pudo supo que algo iba mal. Una rápida mirada al salón no le reveló nada raro. Acababa de comenzar a atravesar el salón cuando la vio.

Dodie estaba de vuelta. Zac se sorprendió al comprobar el alivio que eso le producía. Su ayudante estaba al otro lado del salón, conversando con unos clientes, y le daba la espalda. Había varios hombres rodeándola, como moscas alrededor de la miel. No vestía como solía hacerlo. Llevaba un vestido, y muy ajustado. Para ponerse semejante vestido estaría usando un corsé de hierro. También se había arreglado el pelo de otra manera. Lo llevaba recogido en la cabeza y se había puesto un tocado de plumas rojas y largas rematando el moño. Y, lo más asombroso en Dodie, lucía guantes largos, rojos como el vestido.

Era un atuendo inusual para Dodie, pero se dijo que tal vez seguía enojada con él y quería demostrarle que no podía sobrevivir sin ella y que valía mucho más de lo que imaginaba.

Muy bien, Zac estaba encantado, y dispuesto a seguirle la corriente. Fingiría que no había ocurrido nada. Para hablarle, esperaría a que ella estuviera cerca. En el momento en que el tahúr se recostó contra la barra, Dodie se dio la vuelta para saludar a otro cliente que acababa de entrar.

No era Dodie.

Un incómodo estremecimiento recorrió el cuerpo de Zac. Luego se convirtió en un choque eléctrico que lo abrasó de pies a cabeza. Aquella hembra deslumbrante era Lily.

Se fue hacia ella con una cara que sabía que no ocultaba la tremenda ira que lo dominaba. Todo el mundo se apartó de su camino.

Desde que tomó la decisión de ir a la taberna a cualquier precio, Lily sabía que este momento iba a llegar. Había pensado que estaba preparada para afrontarlo, pero, al primer vistazo que echó a la cara de Zac, se dio cuenta de que no estaba lista. Es decir, no estaba dispuesta a enfrentarse sola a semejante batalla.

Se armó de valor y habló a los dos hombres que acababan de entrar.

—Quiero que conozcan a mi marido. Parece un poco molesto conmigo. Supongo que se me olvidó despertarlo a tiempo.

Lily agarró como de un gancho a los dos clientes y comenzó a caminar hacia Zac con el aire más decidido del que fue capaz.

—Ningún hombre sensato podría enfurecerse contigo —comentó el más alto de los circunstanciales acompañantes—. Me sorprende que tu marido pueda dormir ni siquiera medio minuto.

Lily se dijo que el tipo tenía suerte de que Zac estuviese todavía demasiado lejos para escuchar aquel comentario.

—Veo que por fin te has levantado, querido. —Había tomado la iniciativa antes de que Zac pudiera abrir la boca—. El señor Hawkins y el señor White acaban de llegar a la ciudad. Les presento a mi esposo, Zac Randolph.

Lily tenía la intención de escaparse mientras Zac saludaba a los dos hombres, pero su marido, prevenido, la agarró de una muñeca antes de que pudiera alejase.

—Les ruego que nos excusen, caballeros. Mi esposa y yo tenemos unas cuantas cosas urgentes de las que hablar.

—Claro, cómo no. —El alto hizo un guiño de pícara comprensión—. Tómense todo el tiempo que quieran.

Lily hubiese preferido que el señor White no hiciera ese guiño, pues solo sirvió para enfurecer más a Zac, que prácticamente la arrastró hasta la oficina sin decir una sola palabra hasta que estuvieron dentro.

—¿Qué diablos pretendes apareciendo por aquí vestida como una prostituta y comportándote como si te hubieses criado en una cantina?

—Solo estaba tratando de ayudar a mi marido en su negocio. —Lily no usó el tono suave tan característico de ella. Parecía casi tan furiosa como su esposo—. Desde luego, es difícil recordar que en realidad es mi marido. Tengo que venir aquí de vez en cuando para acordarme de cómo es su cara.

—No te pases de lista conmigo, Lily Sterling.

—Me llamo Lily Randolph, ¿ya no te acuerdas?

—No lo puedo olvidar. Me estás volviendo loco.

Lily no supo discernir si esa afirmación representaba algún progreso en sus propósitos o no.

—¿Qué pretendes embadurnándote la cara de maquillaje? ¿Quieres que esos hombres te tomen por una vulgar cabaretera? Ven aquí y déjame limpiarte la cara.

Estaba claro que la inocente virginiana todavía no había hecho ningún progreso. Zac sacó su pañuelo, pero Lily se apresuró a parapetarse detrás del escritorio.

—No me he embadurnado la cara. Solo me he puesto un poco de color en los labios y me he destacado ligeramente los ojos y las pestañas. Necesito algo de color en la cara para no parecer un fantasma en medio de tanta luz.

—Si esto es idea de Bella, la voy a estrangular.

—Es cosa mía, ella más bien se opuso. Ahora deja de gritarme y trata de hablar de manera racional.

—¿Cómo podría portarme de manera racional si tú, con tus palabras y tus hechos, no tienes más objetivo que enloquecerme?

Zac la había agarrado otra vez, pero la chica se zafó y se alejó para evitar que la alcanzara.

—¿Te gusta mi aspecto? He hecho un gran esfuerzo para adivinar lo que te gusta en las mujeres.

—Deja que te ponga las manos encima y te voy a arrancar hasta el último hilo de ese vestido. Debería golpearte y encerrarte en tu habitación.

—No me amenaces. Si me pones la mano encima, habré escrito a cada uno de tus hermanos antes de que se acabe la noche.

—Y yo romperé las cartas antes de que termines de escribirlas.

—Entonces iré directamente al hotel y se lo contaré a Daisy. Seguramente ella se bastará para ocuparse de ti.

—Conocí a Daisy cuando tenía el pelo chamuscado y una cicatriz que le partía la cabeza en dos, así que no creas que me vas a asustar con ella. Me inspira cualquier cosa menos miedo.

Zac saltó de pronto por encima de una silla y la alcanzó. Ella lanzó un grito y trató de huir, pero era tarde.

—Ahora vamos a hablar de una vez.

—No, no hablaremos, seguirás gritándome y encima pensarás que estás diciendo algo inteligente.

—Ni estoy gritando ni voy a gritar. Solo estoy tratando de llamar tu atención. Nunca pareces escuchar nada de lo que digo. Óyeme, por Dios.

Unas lágrimas enormes amenazaban con desprenderse de cada uno de los ojos de Lily.

—Me haces daño.

—No te estoy haciendo daño.

—Y me estás asustando.

—Nunca le has tenido miedo a nada en tu vida.

Las lágrimas rodaron al fin, dejando un maravilloso rastro húmedo en las mejillas. Nuevos lagrimones asomaban a aquellos ojos arrebatadores.

—¡Joder, maldita sea! —Zac, inerme ante el llanto femenino, la soltó—. No soporto que las mujeres lloren. Ten, sécate y ten cuidado de no mancharte toda la cara con la sombra de ojos. Parecerías un pilluelo que acaba de esconderse en una carbonería.

—Bonito consuelo el que me ofreces. Estoy emocionada.

—Cuando tengas razones para llorar de verdad, es posible que te consuele.

—¿Cómo sabes que estas lágrimas no son de verdad?

—Tengo dos sobrinas que son dos veces mejores comediantes que tú. Además, no olvides que estás frente al rey del engaño.

—Está bien, hablemos. —Se secó los ojos con cuidado—. Será mejor que empiece yo. Eso nos ahorrará mucho tiempo.

—Yo debería hablar primero. Soy más grande y más fuerte y peor persona que tú. Te puedo encerrar en una de las habitaciones de arriba cuando lo desee y nadie se atreverá a sacarte de allí.

—Eso ya lo sé.

—Podría subirte a un tren y obligarte a regresar a Virginia.

—También soy consciente de eso.

—Podría encerrarte en un rancho, en el campo más remoto, y contratar guardias para asegurarme de que nunca vuelvas a poner un pie en San Francisco.

—De acuerdo. Dime, ¿por qué no lo haces?

Zac se había quedado sin respuesta. En realidad, la chica acababa de poner el dedo en la llaga. Desde el primer momento había sido incapaz de obligarla a hacer nada que ella no quisiera hacer. Por más órdenes que diera y maldiciones que lanzara, al final solo se había hecho lo que quería Lily. En asuntos de faldas, al parecer, era tan débil como sus hermanos. No en vano la maldita chiquilla tenía nombre de flor. Si pudiera cambiarle el nombre y llamarla Priscila, tal vez tuviera alguna oportunidad de vivir tranquilo.

Lily le miró a los ojos con descarada serenidad.

—Los dos sabemos que no vas a hacer ninguna de esas cosas. Tratas de negarlo, pero te gusta tenerme cerca y así es como debe ser, pues soy tu esposa.

—No te quiero aquí.

—No corro ningún peligro mientras tú estés conmigo. Hay más riesgo en casa de Bella que aquí.

—No me refería a eso.

—Sé a qué te referías y no me importa. Si me he enamorado de un jugador, ¿crees que me importa que la gente sepa que soy su esposa?

—Tú no me amas. Solo crees que…

—¡No me digas qué es lo que siento! —Por primera vez, Zac vio que los ojos de su prima brillaban de rabia—. Ahora que Dodie no está, necesitas a alguien que te ayude. Puedo hacer la mayor parte de lo que ella hacía y tú puedes enseñarme el resto. Así recuperarás, además, tus horarios habituales.

—¿Si acepto, te irás a la cama cuando yo diga?

—¿A qué hora sería?

—A las ocho.

—A las once.

—Ocho.

—¿Tú podrías dormirte a esa hora?

—No.

—Pues yo tampoco, y si voy a estar despierta, ¿por qué no puedo hacer algo útil?

—Está bien, pero te marcharás de la cantina a las nueve.

—Ya casi son las nueve. Dejémoslo en las diez. Creo que sería mejor que dieras una vuelta conmigo para asegurarnos de que todo el mundo sepa que ahora soy tu esposa. Eso facilitará las cosas.

Lily había vuelto a ponerlo contra las cuerdas. Estaba a punto de salirse con la suya una vez más. Si hacía público que Lily era su esposa, ella tendría en la práctica el control del local. Nadie le negaría nada a la mujer del jefe. Podría hacer lo que quisiera, en especial si él no estaba levantado para impedirlo.

Pero si no hacía público el matrimonio, Lily de todas maneras seguiría acudiendo al local. Ya le había demostrado que su inocente apariencia no era más que una máscara que escondía la voluntad más firme que había visto en su vida. Zac se dijo que había sido una estupidez no darse cuenta desde el primer momento de que una mujer capaz de atravesar sola todo el país, sin saber adónde iba ni cómo la iban a recibir, no iba a asustarse porque no la dejasen entrar en una cantina.

A Zac le quedaba un par de opciones.

Podría llevarla de regreso a Virginia y dejar que su padre la cuidara, lo que no era una buena solución, pues ya se le había escapado una vez, y ahora con toda la experiencia adquirida…

O podría cambiar sus hábitos y levantarse por las mañanas, dormir por las noches y pedir a sus hermanos que le ofrecieran un trabajo respetable, pero desechó esa alternativa sin siquiera considerarla. No podía trabajar con sus hermanos y tampoco podía pensar cuando la luz del sol iluminaba todos los rincones del planeta.

Así que en realidad no había alternativas. Solo podía amoldarse a la santa voluntad de Lily. Si le decía a todo el mundo que ella era su esposa, los hombres la tratarían con respeto. A quien no lo hiciera le rompería la cabeza. Ella podría ir a todas partes con plena seguridad, sin necesidad de que él ejerciera de guardaespaldas. No le cabía duda de que Lily iba a moverse mucho. Nunca había visto a una mujer tan llena de energía.

De repente recordó que en realidad el matrimonio no era legal. Habría un gran escándalo cuando se supiera, en especial cuando estaban rodeados de gente tan mojigata como el señor Thoragood y su esposa, que siempre estaban vigilando sus movimientos. En fin, siempre podía buscar a Windy y pedirle que registrara el matrimonio. Al menos, Lily tendría la mínima protección de su apellido.

Luego tendría que divorciarse de él, pero tal vez eso no fuera tan malo. Si la chica volvía al Este podría decir que era viuda. ¿Quién iba a decir lo contrario?

—Está bien, pero no puedes usar ese vestido. Es como una antorcha encendida en medio de este polvorín.

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