Lily

Lily


Capítulo 20

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Zac subió las escaleras, pero lo único que se escuchaba de sus pisadas era el roce de los zapatos contra la alfombra. El ruido del salón desapareció por completo al llegar al rellano, girar y comenzar a subir el último tramo. A sus clientes no les preocupó especialmente la lluvia. Como no podían salir, siguieron jugando y pidieron más bebida. Probablemente, gracias a la borrasca la noche sería muy productiva.

El dueño de la cantina nunca había visto una lluvia tan fuerte y persistente. Ya eran las once pasadas. Lily debía de estar exhausta. Zac estaba sorprendido de que no bajara. Todas las noches se quejaba por tener que marcharse a la residencia de Bella a las diez de la noche, pero Zac veía que, pese a las quejas, estaba cansada. Aunque dijera que solo venía a la taberna porque se sentía sola, Zac sabía que su mujer trabajaba muy duro. Solo había pasado una semana desde que Dodie se marchó y la joven virginiana ya estaba comenzando a dejar su sello en algunos aspectos del funcionamiento de la cantina. Las chicas habían comenzado a vestirse de manera más recatada y, para sorpresa de Zac, nadie se había quejado.

Cuando abrió la puerta de su habitación, Zac estaba listo para decir algo, pero enseguida cambió de idea. La habitación brillaba con la suave luz de la lámpara de gas. Lily yacía profundamente dormida sobre la cama. Su primer impulso fue cerrar la puerta y dejarla dormir, pero de inmediato se dijo que eso no podía ser. Se acercó para despertarla, pero tampoco lo hizo pues lo invadió un sentimiento muy extraño. Era algo que no podía describir, que nunca antes había experimentado. Era algo así como un sentimiento de reverente adoración, de incredulidad por tener la suerte de conocerla…

Era difícil creer que en todo el mundo hubiese otra mujer más hermosa e inocente que Lily. Era increíble que ella confiara en él y solo viera bondad en él. Pero la idea de que solo tenía que estirar la mano para tocarla y que ella estaría encantada de que la hiciera suya, más que increíble era tabú. No debía pensar en ello. Era demasiado.

Zac se dijo que estaba contemplando al ser humano más precioso de todo el universo. No podía haber una mujer más digna de la más intensa devoción, de un amor y una dedicación que superara todas las barreras. Tenía que reconocer que le inspiraba un… sí, quizá un amor, que lo impulsaba a mantenerla a salvo de la infelicidad y el daño físico. De repente, tras tantas semanas pensando en mandarla a Virginia, Zac se sentía aterrorizado ante la idea de perderla. Ahora sabía que, si la perdía, perdería también la mejor parte de sí mismo.

La intensidad, la magnitud de aquella sensación, lo sorprendió y lo asustó. Nunca había sentido nada tan poderoso, tan profundo, y no sabía cómo reaccionar. Para ser sincero, se sentía aterrado. Estaba tan asustado que ni siquiera sintió los pasos que se oyeron en el pasillo. Tampoco los golpes en la puerta.

—¿Todavía necesita un coche?

Se sobresaltó.

—No me puedo quedar ahí esperando mucho rato —siguió el cochero—. A esta hora podría conseguir una docena de pasajeros en cualquier parte.

—Ya voy. —Zac intentaba volver a la realidad, tras sus ensoñaciones amorosas—. La señora se ha quedado dormida y solo estaba tratando de pensar cómo llevarla a la residencia de Bella sin despertarla.

—Supongo que tendría que llevarla en brazos.

—Pero no puedo dejar la cantina sola.

—Entonces no le quedará más remedio que despertarla. No puede estar en dos lugares al mismo tiempo.

Zac bajó la mirada hacia Lily y se dio cuenta de que no tenía valor para perturbar su sueño.

—¡Qué demonios! Lo peor que puede pasar si no estoy aquí es que le prendan fuego al salón y eso me daría la oportunidad de construir uno más grande y mejor.

—Ese es el espíritu que ha hecho grande a este país. —Ahora el cochero sonreía—. Siempre hay que mirar el lado bueno de las cosas.

Lily pasó el día siguiente como entre nubes. La noche anterior Zac había dejado sola la cantina para llevarla a casa. La recién casada no le había dado especial importancia al asunto hasta que una de las chicas señaló que era la primera vez que Zac había dado preferencia a alguien por delante de su local. Todo el mundo se quedó asombrado cuando salió del local y estuvo ausente durante una hora.

Eso era muy halagador para ella. Muy estimulante. Era maravilloso.

Lily hizo su trabajo diario, y lo hizo bien, pero tenía la mente puesta en otras cosas. Las chicas suponían que aquella especie de éxtasis se debía a que había sucedido lo que tenía que suceder y saludaron a Lily con sonrisas pícaras, guiños y preguntas capciosas, que la invitaban a compartir con ellas los secretos de la velada.

Pero Lily nunca compartiría secretos íntimos, aunque de verdad tuviera algo picante que compartir. Mientras hacía su trabajo, la muchacha canturreaba y sonreía en todo momento. Al verla, las otras chicas se morían de curiosidad.

Hubo una tregua cuando Kitty llegó con su bebé en brazos.

Pero no fue una tregua agradable, porque Kitty estaba llorando.

—¿Qué sucede? —Lily se olvidó de su felicidad y la miró con genuina preocupación.

—Mamá no hace más que insistir en que me olvide de Jack. Dice que se ha fugado y que no lo voy a volver a ver. Quiere que me case con un hombre que vive en nuestra misma calle, que dice que cuidará bien de mí y del bebé.

—¿Y te gusta ese hombre?

—Sí, pero no es Jack. Yo sé que no se ha fugado, que le ha ocurrido algo. En el fondo de mi corazón estoy segura de que lo secuestraron y ahora mismo está encadenado en el fondo de una de esas horribles embarcaciones.

No era la primera vez que tenían aquella conversación, así que no había mucho más que decir.

—¿Por qué has traído al bebé? Ya casi es tu hora de entrar a trabajar.

—Mamá ha tenido que ir a ver al médico. Esta niebla le sienta mal, es muy mala para los pulmones. Pero volverá pronto.

—Ven, déjamelo mientras te vistes.

—¿Estás segura de que no te importa?

—Claro que no. Me encanta tenerlo en mis brazos. Muchas veces te he visitado solo para poder hacerlo.

—Eres tan buena conmigo…

—Pamplinas. Solo soy egoísta. —Lily extendió los brazos hacia el pequeño.

—Volveré en un segundo —dijo Kitty—. Si Zac te encuentra con un bebé, puede sufrir un ataque al corazón del susto.

Las dos mujeres se rieron, pero ese comentario activó en la cabeza de Lily una idea que había estado tratando de salir a la superficie desde que contrajeron matrimonio. Ella trataba de no pensar en eso, pero Kitty tenía razón. Un bebé mataría del susto a Zac.

El niño empezó a llorar.

—Tranquilo, tranquilo, pequeñín. —Le acunó con gran delicadeza—. Te dedicaré toda mi atención hasta que vuelva tu madre.

Lily se puso de pie y comenzó a caminar lentamente por el salón, mientras cantaba una cancioncilla con voz suave. El bebé dejó de llorar y levantó hacia ella unos ojos azules inmensos. Era un niño precioso. Tenía la cabeza cubierta con una pelusilla marrón, la nariz respingona y una boca diminuta que se volvió enorme cuando bostezó. Ya tenía casi cuatro meses, y parecía demasiado pequeño para esa edad. Lily esperaba que creciera mucho. Para la autoestima de los hombres era muy importante la estatura. Lo había comprobado contemplando a su padre y sus hermanos.

Y a su amado.

Los hijos de Zac seguramente tendrían los ojos y el pelo negro, como su padre. Serían grandes y ruidosos y exigirían comer o que los cogieran en brazos, no con llantos y quejidos, sino con gestos imperativos. Serían fuertes. Estirarían los brazos y agarrarían lo que quisieran. Tendrían una expresión terca y alzarían la barbilla al enfadarse…

Sus hijos serían preciosos. Cuando estuvieran contentos, sonreirían de tal manera que podrían derretir cualquier corazón. Incluso el del padre de Lily. Cuando viera a su primer hijo, a su primer nieto, tal vez la perdonara por haber huido.

Le gustaría tanto volver a ver a su madre… La había echado mucho de menos. Con frecuencia se enojaba con ella por no defenderla frente a su padre, pero eso no alteraba el amor que le profesaba. Sus hermanos eran bruscos y ruidosos y estaban casi tan convencidos como su padre de que eran superiores a todas las mujeres del mundo, pero la mimaban mucho, la cuidaban y se sentían orgullosos de ella. También a ellos los amaba, pese a sus defectos.

Y por supuesto Lily también quería ver a su padre. El severo ministro y ella eran demasiado parecidos como para poder vivir cómodamente en la misma casa, pero esa misma semejanza era lo que hacía que cada uno fuera tan importante para el otro. Lily extrañaba la energía de su padre y su presencia reconfortante. Sabía muy bien que la regañaba porque la quería.

La joven sonrió con tristeza.

Los echaba de menos sobre todo en Navidad. En esa época del año lograban dejar de lado sus diferencias y disfrutar de lo mejor de cada cual.

Siempre la dejaban ir con ellos a elegir el árbol de Navidad. Cada año juraban que no lo harían, pero al final siempre la dejaban ir y Lily se empeñaba en que cortaran el mejor árbol de todos. Papá decía que esa era una costumbre pagana, pero siempre era él quien ponía la estrella en todo lo alto.

Y los hacía esperar hasta el 6 de enero para abrir los regalos, recordándoles que los Reyes Magos no viajaban en tren. Tenían que atravesar el desierto montados en camellos.

Lily casi podía saborear el pavo de Navidad de su madre, servido con salchichas de cerdo y pan de maíz. Siempre había mucha comida: carne de venado, manzanas al horno con nueces, maíz, frijoles, nabos y bandejas llenas de panecillos humeantes, listos para untarlos con mantequilla fresca. Como postre había tarta de batata y nueces, con mucha crema. Y más tarde, mientras se sentaban alrededor del fuego antes de irse a dormir, devoraban montañas de galletas de avena con una taza de sidra de manzana caliente.

Sería agradable ir a casa para Navidad.

Zac encontró a Lily paseando al bebé y cantando canciones de Navidad, mientras le rodaban hermosas lágrimas por las mejillas. Una voz interna absolutamente cobarde le aconsejó dar media vuelta, regresar a su habitación y no volver a bajar al menos en una hora. Y desde luego es lo que hubiera hecho apenas unos días antes; sin embargo ahora, con un suspiro fatalista, el apuesto tahúr decidió hacer caso omiso de su voz interior.

No podía soportar ver a Lily llorando. No sabía muy bien a qué venía el llanto, pero tenía que tratar de solucionarlo. No creía que pudiera hacerlo, pues por lo general en casos así solo empeoraba las cosas, pero tenía que intentarlo.

—¿Siempre lloras cuando cantas canciones de Navidad? —No era lo más apropiado que podía decir, pero no se le ocurrió otra cosa.

Lily se volvió rápidamente hacia él y una sonrisa iluminó su rostro.

—Solo me estaba poniendo un poco sentimental, mientras le cantaba al niño para que se durmiera y pensaba en ir a casa en Navidad. Esa combinación hace llorar a cualquier mujer.

Se dijo que nunca entendería a las mujeres. Belleza femenina más lágrimas eran una suma que le causaba escalofríos. Si hubiera sido bebedor, habría ido directamente a la barra a pedir una copa doble de lo que fuese.

—Claro que irás a casa para Navidad si así lo quieres. No son más que unos cuantos días de tren.

—Solo pensaba en cómo eran las cosas antes, de pequeña. Ya nunca será lo mismo.

—Nada es lo mismo nunca. Crecer implica cambiar.

—Tal vez no quiera crecer.

—¿Acaso ya te has cansado de ser independiente? ¿Qué sucedió con esa chica rebelde tan decidida de hace unos días?

Lily se rio, lo que hizo que Zac se sintiera mejor, aunque aún se preguntaba qué era lo que se escondía en realidad detrás de la tristeza de Lily.

—Todavía soy rebelde la mayor parte del tiempo, pero a veces solo quiero acurrucarme en un rincón durante un rato.

—¿Echas de menos tu casa?

—Un poco. Papá no me ha escrito, y ya no creo que lo haga. ¿Tú extrañaste tu casa cuando huiste de ella?

—Nunca tuve oportunidad de hacerlo. George me bombardeó con tal cantidad de cartas, todas ellas con agudos añadidos de Rose, que no pude sino alegrarme de estar bien lejos de Texas.

—Quisiera que papá me escribiese. No me importa lo que dijera en la carta. Me importa la carta en sí misma.

—Lo hará. Probablemente solo está tratando de discernir lo que quiere decirte.

—Papá nunca tiene dudas acerca de lo que quiere decir.

Debía de tener razón. Zac no tenía dudas sobre eso. Aparentemente, aquel hombre infernal no paraba de hablar.

Zac, a base de mirar a su Lily con el crío en brazos, acabó ablandándose como no lo había hecho en su vida. Ella mantenía al bebé muy cerca de su pecho y estaba cantando otra vez. El pequeño demonio no parecía tan terrible. Al menos estaba en silencio. Tener un hijo quizá no fuera tan malo si era como este.

Pero Zac se estremeció al recordar de pronto a las gemelas de Rose, a Adam y Jordy y a los dos hijos de Jeff. Tal vez los bebés de otras personas fueran agradables, pero a los retoños Randolph había que marcarlos como reses y dejarlos en la pradera para que se defendieran por su cuenta de los animales salvajes hasta que tuvieran al menos dieciséis años.

Conmovido, tomó una decisión. Si Lily quería una carta de su padre, la tendría. Zac sería capaz de estrangular al viejo para conseguirlo. No era muy edificante eso de andar predicando los deberes cristianos si uno no podía recordar sus propias obligaciones.

Kitty bajó las escaleras apresuradamente e interrumpió el canto de Lily y las elucubraciones de Zac. Parecía incómoda y un poco nerviosa al ver que Zac había encontrado a Lily con su bebé en brazos. Era muy consciente de que estaba estrictamente prohibido llevar niños al Rincón del Cielo.

—¿Quieres dármelo? —Extendió los brazos, aun cuando Lily todavía no parecía lista para entregarlo—. Debes de tener cientos de cosas qué hacer.

—No me molesta. De verdad.

Pero Kitty insistió, así que la chica se lo entregó.

—Vamos —dijo Zac—. Vamos a mi oficina.

Lily vaciló, mientras seguía con la mirada a Kitty y al bebé.

Conmovido por la nostalgia que reflejaban los ojos de Lily, Zac le pasó el brazo por la espalda.

—Pronto tendrás tus propios bebés y árboles de Navidad y tantas personas de visita que querrás que la mitad de ellas se hubiera quedado en casa.

—Ya sé que me estoy portando como una tonta. —Lily trataba de sacudirse la melancolía—. Debes saber que las mujeres somos terriblemente sentimentales.

Sorprendentemente, Zac nunca se había fijado en eso. Siempre se había considerado un experto en mujeres, pero Lily le estaba demostrando, con pruebas abrumadoras, que se trataba de una creencia infundada.

—Probablemente lo que pasa es que has estado trabajando muy duro. —Le cogió delicadamente la barbilla y le levantó la cara hacia él—. Pareces cansada, y eso vuelve a la gente muy sensible.

Lily se apartó y entró en la oficina antes que él.

—¿Estás insinuando que estoy perdiendo mi encantadora energía?

—No, solo que he sido demasiado egoísta y no me he fijado en que estabas trabajando en exceso.

Los ojos de Lily brillaban por las lágrimas que amagaban con brotar de ellos.

—Creo que aguantaré unos días más.

—Eso espero. Te echaría de menos si no estuvieras aquí. —Zac cerró la puerta—. Ahora dime, de verdad, ¿por qué estabas llorando?

Lily lo miró directamente a los ojos.

—Quiero un bebé.

De la mente de Zac se borraron al instante todos los sentimientos de preocupación y amor por Lily para ser reemplazados por un terrible pánico. El pobre tahúr se desplomó en la silla del escritorio sin tratar de esconder la expresión de estúpido desconcierto que cubrió su rostro. Debería haber seguido el consejo de su cobarde voz interior y esconderse en su habitación… pero ya era demasiado tarde. No creía que tuviera fuerzas para levantarse de la silla, en el caso de que pensara hacerlo.

—No se puede pedir un hijo como quien quiere comprar algo en una tienda. Tienes que… tendríamos que… pero tú no querrías…

¡Maldita chiquilla! Esta era precisamente la conversación que tenía la esperanza de evitar, y de la manera más imprudente había ido directamente a ella.

—No sé si querría o no. —Lily, obviamente, se sentía mucho más cómoda que Zac con esa conversación—. Papá dice que ese es el deber de una mujer para con su marido. Mamá dice que una mujer debe sufrir por el bien de sus hijos.

Zac estaba a punto de suicidarse.

—¡Por Dios! Si así es como hablan en Salem, me sorprende que no haya huido de allí todo el mundo.

—No debe de ser tan terrible. —Lily no quería que la conversación cambiara de rumbo—. Todo el mundo tiene bebés. Excepto Mary Ellen Warren, pero mamá dice que se muere por tener uno.

Zac se dijo que aquella conversación le daba la razón en su sana costumbre de evitar las charlas con mujeres casadas. Aquella cháchara obligaba a cualquier hombre a poner pies en polvorosa.

Y por otro lado, y puesto que de engendrar hijos se trataba, la charla encendía sus más profundos ardores. Lo que se necesitaba para hacer un bebé era algo en lo que casi no había podido dejar de pensar desde el momento en que terminó la ceremonia del matrimonio ficticio.

Y allí estaba Lily, hablando del asunto como si fuera el único deseo de su vida. Zac trató de decirse que no podía hacer el amor con Lily a menos que la amara de verdad, cosa que seguía resistiéndose a admitir ni tampoco antes de que el matrimonio fuera oficial. No podía tener un hijo con Lily cuando la sola idea de la vida familiar convencional le producía escalofríos.

Pero deseaba a aquella mujer con todas sus fuerzas. La batalla que se desarrollaba dentro de él lo había dejado sin dormir más de una noche. Por ello, en toda la semana no se había sentido lo suficientemente lúcido como para jugar.

Lily insistió.

—¿Crees que podríamos tener un bebé?

El hombre tragó saliva.

—De todas formas no llegaría a tiempo para la Navidad.

La chica se echó a reír.

—No importa, lo tendríamos para la siguiente.

No era gran consuelo para Zac. Una vez que llegara, el pequeño estaría allí para quedarse, una navidad tras otra y, si las cosas salían como solían salir esa clase de cosas, el pequeño pronto tendría compañía. Y antes de que pasara mucho tiempo, habría toda una pandilla de pequeños monstruos egoístas que coparían todo el tiempo y la atención de Lily.

Zac se estremeció. Pero se dijo que estaba casi dispuesto a arriesgarse, pues la idea de hacer el amor con Lily estaba a punto de incendiar su cuerpo.

—Esto no es algo que se deba tomar a la ligera. —El hombre intentó aferrarse al último resto de cordura que le quedaba—. Tienes que pensarlo bien.

—Ya lo he pensado.

Tenemos que pensarlo bien —matizó Zac—. Todo el mundo sabe que yo sería un padre terrible. Tal vez tú no quieras…

—¿Quién se atreve a decir algo semejante? —En los ojos de Lily hubo un brillo de irritación—. Si Sarah Thoragood se ha atrevido a venir a tu propia taberna para decirte algo como eso, yo…

—No, no hablo de la señora Thoragood. Todo el mundo lo dice. —A Zac le halagó la idea de que Lily podría agredir a la esposa del predicador solo porque había dicho algo en contra de su marido, el jugador.

Zac buscó un último recurso para poner fin a la conversación.

—Es hora de abrir. No podemos discutir esto ahora.

—¿Cuándo, entonces?

La chica no iba a dejar pasar la oportunidad fácilmente.

—Mañana, si todavía sigues pensando lo mismo. Ahora será mejor que te apresures. No quiero que todos esos pajarracos que llegan temprano tumben las puertas para saber dónde te tengo escondida.

—No me importaría lo que hicieran esos tíos siempre y cuando te escondieras conmigo.

El pobre hombre no podía más. La imaginación se le desbocaba. En pocos segundos quedaría reducido a cenizas.

—Mañana lo comentamos. —La empujó suavemente por la puerta—. Mañana hablaremos de bebés y de todo lo que se te ocurra.

—¿Lo prometes?

Demonios, ¿cómo era posible que se metiera en esos líos? Para él, hablar de descendencia era su peor pesadilla, pero ya no podía negarse. Obviamente, se trataba de un asunto muy importante para Lily. Y cualquier cosa que fuera importante para ella también era importante para él, aun cuando el asunto lo pusiera al borde de la histeria.

—Lo prometo. —Le acarició la barbilla. Entonces ella le agarró la mano y se la apretó contra la mejilla. La chica le estampó un beso en la palma de la mano y Zac sintió que sus últimos baluartes defensivos se desplomaban. Lily alzó la mirada y sonrió. El apuesto tahúr se hundía irremediablemente.

—Será mejor que me vaya. —Lily se puso de puntillas y le dio un beso rápido—. Creo que ya están golpeando la puerta.

La joven salió del local justo a tiempo. Un minuto más y Zac habría comenzado a fabricar bebés allí mismo, sobre la alfombra de su oficina.

El hombre se dejó caer en la silla. Hasta allí, hasta el mismo borde había llegado la crecida de la marea erótica ese día. Pronto, en lugar de ases, reyes, corazones y diamantes, estaría viendo bebés con ropitas rosa y azules. Esa noche no podría ganarle a las cartas ni a Lily, que no sabía jugar.

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