Lily

Lily


Capítulo 21

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Zac subió las escaleras con dificultad. Últimamente, para él todas las noches habían sido miserables, pero esta había batido todas las marcas. Su vida se estaba convirtiendo en un infierno y al parecer no podía hacer nada al respecto.

Se había pasado toda la noche pensando en Lily. Lo mejor hubiera sido que se quedara en su oficina, pues la gente le hablaba y le hablaba y él no escuchaba; sus empleados le hacían preguntas y él no respondía. Había deambulado por el salón como si no tuviera idea de hacia dónde iba ni de qué hacía allí. Por suerte, Dodie no estaba presente. Se habría muerto de risa.

Todo porque Lily quería un hijo.

O porque él quería hacerle un hijo a Lily.

Zac no podía creerlo, pero después de toda una noche en la que prácticamente no había pensado en nada más, se había dado cuenta de que se había vuelto loco: quería darle hijos a Lily.

Deseó que en ese mismo instante se lo llevaran el diablo y todos los demonios. A él ni siquiera le gustaban los niños, y allí estaba, pensando en tenerlos, en plural. Debería ingresar voluntariamente en un manicomio. No, lo que necesitaba era una buena noche de sueño. Estaba agotado, idiotizado por el cansancio. Sin duda, alucinaba. Ocho o diez buenas horas de sueño y lo vería todo bajo una nueva luz.

Recorrió sigilosamente el estrecho pasillo, en el que la alfombra amortiguaba sus pisadas. Aunque era una precaución innecesaria. La mayoría de las chicas estaban tan cansadas que no las despertaría ni el paso de un tren de carga.

Zac entró en su habitación, encendió la lámpara que había en la mesa que estaba junto a la puerta y se dirigió al vestidor a través del baño. Mientras se quitaba la ropa, no dejaba de repetirse que no podía hacer el amor con Lily hasta que encontrara a Windy y registraran el matrimonio.

Pero el cuerpo de Zac no se andaba con melindres. La sola idea de hacer el amor con Lily le provocó una monumental erección. No tuvo más remedio que sonreír. Probablemente era la primera vez que estaba prácticamente listo para el ataque amoroso y sin embargo se iba a acostar solo.

Pensó en Lily, que debía de estar durmiendo profundamente en su propia cama. No le llevaría mucho tiempo llegar hasta la casa de Bella. Podría volver a ponerse la ropa en unos pocos minutos. No tenía nada de malo aparecer en la alcoba de su esposa. Aunque en realidad Lily no era su esposa, nadie sabía eso y tenía la intención de arreglar ese asunto a primera hora de la mañana. O de la tarde. No importaba esperar un poco más o un poco menos, con tal de que al final todo funcionara bien.

Llegó incluso a descolgar otra vez los pantalones, pero en lugar de ponérselos comenzó a recitar una letanía de maldiciones, se quitó la ropa interior, recogió la lámpara y se dirigió a la habitación. Tenía que meterse en la cama y dormirse antes de que terminara haciendo alguna locura.

Estaba a medio camino de su destino cuando se dio cuenta de que Lily estaba durmiendo en su cama.

Al instante su cuerpo reaccionó como puede imaginarse.

Zac no sabía cómo había conseguido entrar sin que nadie la viera. Luego miró el vestido que había dejado muy bien doblado sobre la silla. No era el mismo que había usado durante la noche. Obviamente, debía de haber regresado a la pensión de Bella y luego cambió de opinión.

Sin duda, su maravillosa primita había pensado en la fabricación de bebés tanto como Zac.

Tenía que despertarla y obligarla a regresar a su propia habitación. Pero, cuando iba a hacerlo, frenó en seco. No podía despertar a Lily y reprenderla por dormir en su cama estando completamente desnudo. Menudo papelón. Corrió al vestidor y se puso ropa interior y una bata. Luego se sentó en el borde de la cama de tal manera que su erección fuera lo menos evidente posible, y sacudió a Lily para despertarla.

La joven se fue despertando gradualmente. Cuando lo vio, sonrió.

—He vuelto.

—Eso veo, pero no puedes estar aquí. Tienes que marcharte antes de que alguien se dé cuenta.

—No me quiero ir. —Lily bostezó—. Vine a decirte que he estado pensando en lo que dijiste sobre el bebé.

—Te dije que lo discutiríamos por la mañana.

—Pero no tenemos que discutir nada. Ya lo he decidido. Por eso he regresado. Quiero empezar ahora mismo. Esta noche.

El miembro de Zac tocó generala y el hombre se revolvió con incomodidad, intentando someterlo. Estaba terriblemente acalorado.

—Pronto amanecerá. —La excusa para no hacer nada resultaba tan carente de convicción que ni él mismo se la creyó—. He estado levantado toda la noche.

—Jacob dice que eso no representa ninguna dificultad para los hombres en estos menesteres.

—¿Qué dice? —Zac no había entendido nada.

—Hablo de mi hermano. Una vez lo oí charlando con Joseph, mi otro hermano. Dijo que los hombres podían hacer un bebé a cualquier hora del día o de la noche.

Con aquellos comentarios, el hombre se iba excitando más y más.

—Realmente no creo que…

—¿Acaso no te gusto?

—Claro que sí.

—Jacob dijo que las mujeres siempre eran las que se resistían, y que los hombres no necesitaban ningún estímulo.

La temperatura de Zac subió por lo menos otros cinco grados. Se dijo que los hombres de la familia Sterling hablaban demasiado, en especial cuando Lily podía oírlos.

—Me gustas mucho. Apenas puedo controlarme en esta situación, pero quiero que tú estés segura de…

—Estoy segura. —Lily retiró las sábanas—. Mira, estoy desnuda.

Y así era. Aquellos senos firmes y juveniles con los que él llevaba semanas soñando estaban ahora ante sus ojos. Lo único que tenía que hacer era alargar la mano y poseerlos.

Zac pensó que iba a explotar. Aunque nadie le había contado nunca nada sobre el particular, en aquel momento quedó convencido de que la excitación sexual era muy peligrosa, que podía matar a un hombre. Casi podía sentir cómo comenzaba a derretirse por dentro. Una gota de sudor rodó por su nariz. Tenía que liberar el torturado y torturador pene, quitarse la ropa interior, o moriría.

Zac levantó la sábana.

—Cúbrete —dijo con una voz cargada de emoción—. Una visión como esa puede hacer que un hombre muera de la impresión.

—No quiero que te mueras. Quiero que tú…

—Ya sé lo que quieres, pero tienes que estar completamente segura. Mañana sería tarde, ya no podrías dar marcha atrás.

Lily dejó escapar una risita de placer que lo hizo detenerse.

—No tienes que temer que cambie de opinión. Y ya puedes dejar de esconder tus sentimientos tras esas tontas observaciones. Sé muy bien lo que estoy haciendo.

—No estoy tratando de esconder nada. Bueno, eso no es del todo cierto, pero no es lo que crees.

El hombre se puso de pie, le dio la espalda a Lily, metió la mano por debajo de la bata y se bajó los calzoncillos hasta los tobillos. Luego dejó escapar un suspiro de alivio. Siempre de espaldas a Lily y con la bata bien cerrada, se sentó de nuevo en la cama. Cuando se volvió hacia la chica, ella había vuelto a retirar las sábanas.

—¿No quieres venir a la cama conmigo?

—Yo… tú… por Dios santo, ¡deja de tentarme de esa manera!

—Jacob dijo que un hombre no es capaz de resistirse ante los senos de una mujer.

—Tus hermanos hablan demasiado.

Lily no se movió y Zac sintió que ya no podía seguir negándose a semejante invitación.

—Que quede constancia de que lo intenté. Pero la carne es débil.

Se levantó, se quitó la bata y se metió en la cama.

—¡Santo Dios! —Lily le había visto la entrepierna.

—Se suponía que no debías mirar.

—Pero antes no era así.

—Porque antes no me habías torturado ni provocado de esta manera.

—¡Santo Dios!

—Deja de gritar ¡Santo Dios! como una virgen asustada o voy a comenzar a sentirme culpable de nuevo.

—¿Te sientes culpable con frecuencia?

—Esta es la primera vez.

—Entonces me alegra.

—A mí no. Esta sensación me despierta muchas emociones encontradas.

Lily se estiró, ofreciéndose.

—¿Podemos empezar ahora?

—Espera un minuto. Necesito acostumbrarme a la situación. El bebé no tardará más en llegar si nos tomamos unos cuantos minutos para hacer las cosas bien.

—¿Hay una manera apropiada de hacerlo?

—Bueno, tal vez no se trate de una manera apropiada. Cada cual lo hace a su manera.

—Debí preguntarle a Dodie sobre tu forma particular de hacerlo. Así estaría preparada.

Zac se sonrojó de la cabeza a los pies. Tomó la mano de Lily y comenzó a besarle los dedos.

—No necesitas preguntarle nada a nadie. Contigo ha de ser necesariamente distinto, porque eres especial, diferente a todas.

Lily se sintió como una reina mientras Zac le besaba los dedos, demorándose en cada uno, como si necesitaran atención individual. Luego le besó nudillo tras nudillo. Lily nunca habría pensado que Zac pudiera tener tanta paciencia. No estaba segura de que ella misma la tuviera. Quería que su hombre pasara cuanto antes a la parte de los abrazos y los besos. Era terreno conocido, y sabía que le gustaba.

Ahora Zac le estaba besando la palma de la mano y una sensación bastante deliciosa se proyectaba a lo largo de sus extremidades. Pero eso era apenas el preludio de las sensaciones que la asaltaron cuando él le besó la muñeca y luego la parte interna del brazo. Lily casi se desmaya.

Zac comenzó con los dedos de la otra mano y Lily se dijo que era una manera bastante placentera de hacer un bebé. Se preguntó si todos los hombres usarían ese método. No podía entender cómo alguna mujer podía considerar eso como un sufrimiento. A ella no le importaría tratar de hacer un bebé todos los días.

Cuando los labios de Zac llegaron a la parte superior del brazo, la intensidad de sus sensaciones hizo que Lily dejara de pensar en cualquier otra cosa distinta a lo que le estaba ocurriendo. Tenía miedo de haberse extralimitado al meterse en la cama de Zac sin ropa. Pero ahora se alegraba de haberlo hecho, pues la sensación de su piel desnuda contra las sábanas volvía su piel más sensible a los labios de Zac.

La muchacha se acaloraba, pensaba que ya no podría aguantar más. Zac le estaba besando los hombros, los lados del cuello y la parte superior de los senos y todo ello le provocaba accesos de deseo que recorrían todo su cuerpo. Lily nunca había pensado que pudiera sentir algo ni remotamente parecido a aquello. Aunque no sabía exactamente qué era, el deseo sexual la hacía estirarse, ansiosa por agarrar a Zac y apretarlo contra ella. Pero no lo hizo. Todo lo que su esposo había hecho hasta ese momento era maravilloso. Si había una manera apropiada de hacer bebés, Lily no quería que Zac se saltara ningún paso. Hasta ahora le había gustado todo.

Él le lamió un pezón con su lengua tibia y húmeda y Lily creyó levitar sobre la cama. Luego Zac chupó el pezón suavemente, metiéndolo por completo en su boca, y Lily pensó que se iba a morir de placer. Agarró a Zac del pelo, pero luego lo soltó por miedo a arrancárselo, dado el grado de enloquecimiento que experimentaba.

Lily bajó las manos por el cuello de Zac, sobre sus hombros y por la espalda. Se sentía como una mujer licenciosa, regocijándose al acariciar el cuerpo de un hombre y deleitarse con el placer que le producía lo que él le estaba haciendo. No sabía que se pudiera gozar tanto. Incluso pensó que sería pecado o algo similar. Pero no podía evitarlo.

La parte del sufrimiento debía de venir después.

Los labios de Zac abandonaron luego el pezón, pero dejaron una estela de besos a lo largo del pecho, el cuello y la mandíbula para enseguida besarla con fuerza en los labios. Lily se entregó. Pasó los brazos alrededor de Zac, apretó el cuerpo de su marido contra el suyo y lo besó con toda la felicidad y la excitación que sentía en su corazón. Se sintió aliviada al ver que Zac no parecía ofendido por su descaro. De hecho, parecía que lo había alentado todavía más. El hombre deslizó sus brazos por debajo del cuerpo de Lily y la estrechó entre ellos hasta que ella pensó que no podría seguir respirando.

Pero respiraba, jadeaba, gozaba.

Otro tópico, otro mito caía ante su excitado cuerpo. La mujer no tenía por qué ser pasiva, podía tomar la iniciativa en el encuentro erótico, y eso no molestaba al macho, sino todo lo contrario. Sintiendo una extraña humedad entre las piernas, lo envolvió en sus brazos, se apretó contra él y lo besó con todas sus fuerzas.

Notó un objeto duro y caliente que hacía presión contra su abdomen… se detuvo un instante, pensó y sonrió, roja de deseo. Lily sabía de qué se trataba.

Tal vez aquello tuviera que ver con la famosa parte de sufrimiento que al parecer tenían aquellos encuentros.

Pero enseguida alejó ese pensamiento. Hasta que llegara ese instante, solo quería placer, y lo estaba obteniendo. Besó a Zac por toda la cara y aunque la barba incipiente le raspaba la piel, no permitió que nada la detuviera, pues eso también le proporcionaba íntimo cosquilleo, secreta humedad.

Seguiría gozando cuanto pudiese hasta que llegase la hora del dolor.

Zac soltó una carcajada.

—No tienes que ir tan rápido. Tenemos toda la noche.

Lily no quería confesarle que estaba tratando de embriagarse tanto con sus besos que no sintiera el dolor que le esperaba.

—Ya está amaneciendo —dijo ella en medio de los besos—. Hay que levantarse en una hora.

—Hoy no hay que levantarse. —Zac tenía la cara de Lily entre sus manos y en ese momento le estampaba un beso en la punta de la nariz—. Hoy puedes pasar toda la mañana en cama.

—¿Se tarda toda la mañana hacer un bebé?

—Todo el tiempo que quieras, el que desees.

Empezó a ponerse un poco más nerviosa. Al final no iba a estar tranquila hasta que llegaran a la parte del sufrimiento. Entretanto, le encantaba estar junto a Zac, que la abrazara, que le besara los párpados. Se sentía en cierto modo indecente, y le gustaba. Pensó que la Reina de Saba se comportaría de esa manera. Sin duda no estaba bien que a ella le gustaran las mismas cosas que a una reina pagana. Pero le gustaban.

Se olvidó completamente de cualquier reina, pagana o no, cuando Zac comenzó a mordisquearle el lóbulo de la oreja. Casi se sintió mareada.

—¿Mordiendo la oreja se engendran mejor los hijos?

—No exactamente, pero así es más divertido.

Sí que era divertido, o mejor dicho, algo mucho más que divertido, pero se estaba poniendo cada vez más nerviosa porque pensaba y pensaba en la parte dolorosa. Debía de ser verdaderamente horrible si había mujeres que para evitarlo renunciaban a lo que Zac le estaba haciendo en ese momento.

Cuando Zac comenzó a besarle de nuevo los senos, Lily pensó que no podía haber nada más maravilloso que eso. Pero luego los dedos de Zac comenzaron un delicado recorrido por su cuerpo, por los costados, alrededor de los senos, por el vientre. Al ver que no se detenían en el ombligo, el cuerpo de Lily se puso rígido.

Las manos masculinas hicieron un rápido recorrido por la cadera, bajaron por la pierna y cruzaron por detrás de la rodilla. Todo eso encendió su cuerpo hasta extremos inimaginables.

Zac intuía las preocupaciones de su mujer.

—No tengas miedo. Yo te avisaré cuando te puedas sentir incómoda.

Es decir, habría dolor. Su madre tenía razón. Iba a tener que sufrir. Muy bien, pero disfrutaría de antemano hasta la última gota de placer que pudiera. Lily envolvió a Zac con sus piernas y eso le brindó la deliciosa sensación de ser tan mundana y provocativa como él. Los dos eran iguales y ella lo podía seguir paso a paso.

De pronto, Zac deslizó la mano entre los muslos femeninos.

Ella se quedó paralizada, tensa, en espera del temido dolor.

—No te va a doler —susurró Zac.

Lily quería creerle, pero estaba asustada. No pudo evitar ponerse aún más tensa cuando el dedo de Zac la penetró. La sensación que experimentó fue tan novedosa, tan intensa, que casi le parecía dolorosa en el primer instante. Lily contuvo el aliento, pero pasado un segundo no sintió ningún dolor, solo la excitante sensación de que algo se movía dentro de ella. Luego Zac tocó una protuberancia íntima y Lily creyó volar.

De manera instintiva había cerrado las rodillas con fuerza, pero poco a poco se fue relajando. Cuando Zac volvió a tocar ese punto ultrasensible, la mujer sintió una oleada de indecible placer que la recorrió de pies a cabeza. Y después otra, y otra más. Zac siguió moviéndose dentro de ella hasta que las oleadas comenzaron a ser más y más seguidas. Ahora parecían casi maremotos, cada uno más fuerte que el anterior, y todas las oleadas le arrancaban un gemido de placer.

Súbitamente, las sensaciones se convirtieron en una avalancha de gozo irresistible, continuada, tan asombrosa que al cabo de unos minutos Lily pensó que no podría soportarlo más. Casi inconsciente, pronunció el nombre de Zac, mientras se movía contra su mano. Cuando pensó que ya no aguantaba más, las olas la arrastraron y Lily sintió que todo su cuerpo se estremecía con una descarga mayor que todas las demás.

La mujer se sentía flotando en las alturas, y el hombre seguía moviéndose sobre ella. Notó que Zac retiraba el dedo y su acción era reemplazada casi de inmediato por una presión mayor. Volvió a ponerse tensa.

—Esto sí dolerá un poquito —le advirtió Zac—. Pero solo un poco. Después nunca más te volveré a hacer daño.

Zac estaba tratando de tranquilizarla lo más posible. Ella también procuró ser valiente. Esta era la parte que la primera vez no le gustaba a ninguna mujer; la que todas tenían que soportar al menos en una ocasión en la vida. Bueno, pues entonces lo haría. Lo que más quería en el mundo era tener un bebé.

El dolor que le causó la embestida de Zac fue agudo, pero breve. Pasó casi antes de que Lily se diera cuenta.

Ahora Zac se estaba moviendo dentro de ella tal como había hecho antes, solo que esta vez Lily sentía cómo se ensanchaban sus entrañas para abrir campo a una parte mucho mayor del cuerpo de su marido. Zac levantó las caderas para poder penetrarla más profundamente. Lily ayudó todo lo que pudo. Ella sabía que el bebé debía crecer en el fondo de su cuerpo, protegido de todo peligro.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que Lily se olvidara totalmente de los bebés y del dolor. Las oleadas de placer comenzaron de nuevo, y esta vez eran más intensas. Lily no entendía cómo era posible, pero Zac le estaba demostrando rápidamente que hacer un bebé era mucho mejor de lo que ella se imaginaba.

Y además, el encuentro parecía estar afectando a Zac de la misma manera en que la afectaba a ella. Él ya no era el tranquilo maestro que controlaba el cuerpo de Lily. La pasión del marido parecía crecer al mismo ritmo de la de Lily, y su respiración se volvía cada vez más entrecortada, mientras que sus movimientos mostraban creciente agitación.

Poco a poco sus embestidas se volvieron más rápidas y la penetraba cada vez más profundamente, como si quisiera llegar al corazón mismo de su ser. Lily sintió que perdía el control a cada entrada de su hombre. Lo único que existía en el mundo eran Zac y ella, sus cuerpos íntimamente fundidos, mientras flotaban cada vez a más altura, sobre una cima de sensaciones que amenazaban con superar todo pensamiento consciente.

Lily se pegó a Zac con desesperación. Él era su salvavidas, su ancla, su norte. Estaba segura de que, sin él, saldría volando hacia el espacio y se desintegraría en una infinidad de partículas microscópicas. Se abrazó de forma enloquecida a Zac, trató de absorberlo, de volverse una con él, hasta que sintió que sus cuerpos comenzaban a derretirse en una única masa de pasión.

Luego, justo cuando ella alcanzó el borde mismo de la conciencia, sintió que comenzaba a flotar una vez más, arrastrada por un oleaje liberador que resultaba demasiado exquisito para describirlo con palabras.

De pronto notó que Zac se ponía tenso, muy tenso, lo oyó jadear y luego sintió el espasmo de su cuerpo al tiempo que liberaba su semilla dentro de ella.

Por fin se sintió casada.

Al cabo de unos minutos, Lily preguntó con voz de hembra satisfecha:

—¿Eso es todo lo que se hace para hacer un bebé?

Zac no sabía cómo interpretar esa pregunta. No sabía si es que esperaba algo más, si se sentía decepcionada por su forma de hacer el amor. Nadie se había quejado nunca de sus prestaciones eróticas.

—A veces hay que hacerlo otra vez. ¿Crees que podrías soportarlo?

—¿Ahora mismo?

Zac estaba cada vez más confundido.

—Bueno, tal vez no en este mismo momento.

—¿Cuánto se supone que hay que esperar?

El tahúr se incorporó apoyándose en un codo.

—No tienes obligación de hacerlo de nuevo si te resultó una experiencia desagradable…

—No, eso no es lo que quise decir. Todo lo contrario. —Se puso muy colorada—. Me gustó mucho. Esperaba que no tuviéramos que esperar demasiado antes de poder intentarlo de nuevo.

Zac la besó en la nariz y la apretó contra él.

—No vamos a tener que esperar mucho tiempo.

—¿Te saltaste algunos pasos?

Zac se incorporó otra vez, de nuevo asaltado por las dudas.

—¿Por qué?

—Solo pensé que, si te has saltado algo para no dañarme, me gustaría que lo intentaras la próxima vez. Ahora que ya no tengo miedo, estoy segura de que voy a disfrutarlo todo.

—Haremos lo que podamos. —Zac le acarició el cuello con la nariz—. Pero no soy de hierro, ¿sabes? Tengo que descansar de vez en cuando.

—Pero no demasiado tiempo ¿verdad?

—No. De hecho, ya me estoy sintiendo notablemente descansado. En caso de que no hagamos un bebé a la primera oportunidad, es posible que tengamos que hacer esto muchas veces más.

Monty e Iris tardaron seis años en concebir a su primer hijo.

—Espero que no tengamos que esperar tanto tiempo.

Zac se dijo que tampoco sería tan malo pasarse seis años haciendo el amor con aquella criatura maravillosa.

Estaba a punto de embarcarse en lo que esperaba que fuera un largo periodo de ensayos para lograr el bebé ideal, cuando se abrió la puerta de la habitación con estruendo. Zac levantó la vista y vio en el umbral a un hombre alto y delgado, con una barba larga y negra, que lo observaba como si fuera un demonio recién salido de los infiernos.

¡Cielo santo! Zac se dijo que no debió hacer el amor con Lily antes de asegurarse de que el matrimonio quedara legalmente registrado. Ahora el mismísimo Satanás estaba en el umbral de su puerta, listo para llevárselo a sus dominios.

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