Lily

Lily


Capítulo 22

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El apuesto tahúr se incorporó de un brinco.

—¿Quién diablos eres tú?

—Yo seré quien haga las preguntas, corruptor de mujeres inocentes, demonio entre los demonios.

Aquello empezaba a parecer un sermón de Sarah Thoragood. Además, ahora que había tenido la oportunidad de mirar mejor al hombre que estaba en la puerta, se daba cuenta de que el tío, más que diabólico, era feo. Nada temible, en realidad.

—¡Por Dios Santo, Ezequías! —Lily, que se había apresurado a cubrir su desnudez y su vergüenza, no salía de su asombro—. Te ruego que dejes de decir estupideces y te portes como un hombre maduro y en sus cabales. Zac y yo estamos casados. ¿O piensas que estaría metida en la cama con él si no fuera así?

Zac la miró, incrédulo.

—¿Estás diciendo que este imbécil flacucho es el hombre que tu padre eligió para que te casaras con él?

—Sí. Es Ezequías Jones.

—¡Ezequías Jones! —Zac estuvo a punto de atragantarse de la risa que le asaltó al repetir el nombre.

—Sí. Su nombre es una fuente de inmensa mortificación para él, así que preferiría que no lo mencionaras. —Lily señaló a Zac—. Ezequías, este hombre es mi marido, Zachary Taylor Randolph.

—Puedes llamarme Zac.

—Ezequías es un hombre muy formal.

—Entonces haz que salga inmediatamente de mi habitación, por lo menos hasta que podamos ponernos encima algo de ropa. Apuesto a que nunca irrumpió en la casa de tu padre y tu madre de esta manera.

A Lily le costaba trabajo creer que su madre y su padre hubiesen experimentado alguna vez un rato como el que ella acababa de pasar.

—No creas que podrás escapar con insultos y blasfemias al castigo que te mereces por violar a esta pobre mujer inocente. —Ezequías no parecía hacerse cargo de la situación y vociferaba como un trastornado—. Las puertas del infierno se están abriendo a tus pies y el maligno te tragará entero. Serás…

—Y tú recibirás una bala en el cráneo si me obligas a salir de esta cama. Márchate de inmediato, idiota.

—Por favor, Ezequías, sal de aquí —le imploró Lily—. Baja y pídele a alguien que te sirva un café. Me reuniré contigo en cuanto me vista.

—Me cuesta trabajo creer la evidencia que tengo frente a los ojos. —Ezequías pareció entrar en razón, abandonando el tono escandaloso y reemplazándolo por un sincero desconcierto—. Pero no te voy a abandonar, ni siquiera aunque hayas comprometido tu nombre. No podría mirar a tu padre a la cara si te dejo en manos de ese… ese libertino un minuto más.

—¡Se acabó! —rugió Zac, al tiempo que retiraba las sábanas. Su paciencia ya se había agotado.

Ezequías abrió la boca horrorizado.

—Señor, me siento en la obligación de señalar que usted no lleva puesto nada encima.

—Entonces ya sabes que estás a punto de recibir una paliza de un hombre completamente desnudo, una experiencia que probablemente nunca has tenido. Pero teniendo en cuenta tu propensión a abrir puertas que deberían permanecer cerradas, y a decir la primera estupidez que cruza por tu diminuta cabeza, tal vez no sea la última vez que te ocurra.

—¿De verdad te has casado con este hombre? —Ezequías miraba desconcertado a la chica, mientras retrocedía ante el avance del tahúr desnudo y furioso.

Fue Zac quien respondió.

—Sí, ella se casó conmigo.

Decir esta mentira le causó muy pocos remordimientos. Antes de que Ezequías averiguara los detalles, se aseguraría de que estuvieran realmente casados.

El puritano recién llegado atravesó la puerta caminando hacia atrás.

—Espera abajo —le ladró Zac—. Hay un bar muy bien surtido. Sírvete lo que quieras.

Dicho esto, cerró la puerta de un golpe ante la cara absolutamente atónita de Ezequías.

—Tu padre debería estar ardiendo en los infiernos solo por pensar en la posibilidad de casarte con ese… hombre, o lo que sea el ser en cuestión.

—Supongo que esto significa que no vamos a tener la oportunidad de volver a intentar hacer un bebé.

Zac soltó una carcajada.

—¡Estabas pensando en eso! Mi amor, eres la esposa perfecta para mí.

Y, para su sorpresa, se dio cuenta de que lo decía totalmente en serio.

Después de vestirse y bajar al salón, Lily se encaró con Ezequías y le lanzó la pregunta que le daba vueltas en la cabeza desde que le vio allí en la puerta del cuarto de Zac.

—¿Por qué no vino papá en persona si estaba tan preocupado por mí? Nunca me escribió. Nadie lo hizo. Pensé que no le importaba a nadie.

—Tu padre no estaba seguro de ser capaz de no matar al hombre que te hizo huir de tu casa. Pensó que yo, como tu prometido, podría hacer un mejor papel.

—Tú no eres mi prometido. Nunca llegaste a serlo, porque jamás quise que lo fueras. Te lo dije un millón de veces.

—Pero tu padre…

—Papá nunca oye lo que no quiere oír. Además, no me marché por culpa de Zac ni de ningún otro hombre.

—¿Entonces no estás casada con ese hombre desnudo que está ahí arriba?

—Sí, estoy casada con él, pero no vine hasta aquí para casarme con él. Vine para huir de ti y de papá. Sabía que mi primo me ayudaría, pero nunca pensé en casarme con él.

—¡Pero ese hombre es un jugador, un degenerado! ¿Cómo pudiste casarte con semejante pecador?

—Déjame recordarte que estás hablando de mi marido. Si sigues diciendo cosas desagradables de él, me veré obligada a hacerte algo horrible.

—¿Qué me podrías hacer tú a mí? —Ezequías desplegaba de pronto toda la arrogancia natural de un hombre que ha nacido convencido de que es superior a cualquier mujer.

En ese momento se oyó la voz de Zac.

—Si tú le mantienes abierta la boca, yo le meteré una botella de whisky por la garganta. Cuando lo encuentren completamente ebrio a las puertas de un salón de juego empezará a aprender unas cuantas cosas de la vida, lo cual le hace mucha falta. Tal vez así se convierta en un ser humano.

Lily levantó la mirada y vio a Zac que se dirigía hacia donde ellos estaban. Al verlo se sintió llena de orgullo. Aunque solo llevaba puesta una bata, e iba descalzo, a Lily le pareció el marido más alto y más apuesto del mundo. Pensar que aquel maravilloso ejemplar de hombre era su marido seguía sorprendiéndola, llenándola de dicha.

—Aunque no le hubieses vendido tu alma al diablo hace ya mucho tiempo, nunca podrías ser un marido apropiado para una mujer tan pura como Lily —afirmó Ezequías, que no parecía ver el peligro.

—Pero tu pequeña alma reseca y mojigata sí sería el complemento perfecto para su dulzura y su inocencia, ¿verdad?

—Su padre me eligió a mí para que fuera…

—Su padre no tenía que casarse contigo. Si hubiera tenido que hacerlo, probablemente habría cambiado de criterio.

Ezequías seguía con su monserga, implacable.

—Tu alma ya está condenada. ¿Por qué tienes que arrastrar a Lily al infierno contigo?

Zac replicó enseguida.

—Más bien es ella quien me quiere arrastrar lejos de Satanás. Y además ye te he escuchado bastante. No me importa lo que pienses de mí, que es muy malo, pero sucede que Lily tiene una opinión de mí mucho mejor que la que tenemos tú o yo. Con eso me basta y te ha de bastar a ti. Déjanos en paz. ¿Entiendes?

Ezequías abrió la boca para decir algo, pero Zac lo interrumpió.

—Si sientes la necesidad de seguir hablando mal de mí, ve a ver al predicador que vive aquí cerca y a su mujer. Estoy seguro de que el señor y la señora Thoragood estarán de acuerdo con cada una de tus palabras. Disfrutaréis mucho poniéndome a caldo. Por mi parte, llevo despierto toda la noche y ahora me voy a dormir. Si quieres volver a esta cantina, deberá ser en su horario normal, cuando esté abierta.

—Nunca entraría en este lugar cuando está trabajando para el demonio.

—Perfecto. Entonces despídete de Lily y lárgate de aquí. Hasta nunca, idiota.

Ezequías estaba haciendo un esfuerzo para ocultar su miedo, pero Lily sabía que no estaba acostumbrado a situaciones como aquella, ni a que lo increparan de una forma tan brusca. El pobre hombre era por lo menos quince centímetros más bajo que Zac, que además tenía un aire un poco diabólico en esos momentos. Lily se debatía entre la admiración por su marido y la compasión por el antiguo pretendiente.

Finalmente, Ezequías cedió a la presión del demonio aficionado a los naipes.

—Volveré —anunció, mientras Zac lo empujaba a la salida y luego le cerraba la puerta en las narices. Después miró a su prima.

—Si alguna vez pensaste seriamente, aunque solo fuera por un segundo, en ser la esposa de ese hombre, tendría que cambiar de opinión y pensar que no eres digna de llevar el apellido Randolph.

—Nunca lo pensé. ¿De verdad crees que puedo ser una buena Randolph?

—La mejor. En realidad soy yo quien no te merece a ti. No estoy tan cansado como le he dicho a ese botarate. ¿Crees que podríamos hacer otro intento de engendrar un bebé?

Lily se rio.

—Creo que Jacob tenía razón. Veo que el hombre puede, en verdad, hacer un bebé a cualquier hora del día o de la noche.

La joven guiñó un ojo y corrió hacia la habitación.

—¡Coqueta! ¡Espera a que te ponga las manos encima!

Lily le habría ganado subiendo las escaleras si no se hubiese enredado con el vestido.

Zac no podía encontrar a Dumbarton por ninguna parte. Nadie lo había visto. Nadie sabía cuándo volvería.

El cantinero de uno de sus refugios favoritos trató de darle a Zac una pista.

—Siempre está cerca de un whisky y una mesa de juego, pero eso no ayuda mucho, pues alcohol y cartas hay en todos los pueblos al oeste del Misisipi.

Zac tuvo que admitir que eso era cierto. Algunas ciudades y pueblos estaban creciendo, la gente empezaba a echar raíces y habían comenzado a construir iglesias y escuelas. Pero la mayoría de los núcleos de población se componían básicamente de hombres que deambulaban de un lugar a otro en busca de aventuras, oro o una oportunidad para escapar a las monótonas vidas que llevaban en el Este.

—Si le ves, dile que necesito verlo urgentemente y que le daré cien dólares si va a buscarme antes de que pase una hora en la ciudad.

—Debes de necesitarlo con mucha urgencia —dijo el cantinero—. Por lo general la gente solo quiere deshacerse de Windy. Nadie quiere tenerlo cerca, y menos darle dinero.

—En cuanto hable con él, yo también querré deshacerme de ese desgraciado. Tiene que ver con la peor pesadilla de mi vida.

Al cabo de un tiempo Zac ya no sabía dónde buscar. Había recorrido todas las guaridas habituales de Windy y todos los lugares a los que pudiera acudir por una u otra razón. Era desalentador, pero no podía dejar de buscar. Había hecho el amor con Lily las últimas cuatro noches. Bastante deshonrada estaba ya, era preciso regularizar su situación legal.

Los remordimientos lo estaban devorando. Tenía que haberse dominado. No debió tocarla hasta tenerlo todo bajo control.

Zac trataba de mantenerse alejado de la tentadora muchacha. Cada noche se pasaba horas inventando planes para evitar irse a la cama con ella. Pero cada mañana la sonrisa de Lily, su cercanía, las irresistibles formas de su cuerpo, hacían que esos planes se fueran al garete.

Ahora ya eran pareja en todo el sentido de la palabra. Ni siquiera la nube negra que representaba la presencia de Ezequías en la ciudad podía cambiar eso; pero sí podía cambiarlo la falta de registro legal de la unión. Lily creía que va eran matrimonio con todas las consecuencias, y solo el supuesto marido sabía que no era así. Zac vivía con el temor de que Ezequías tratara de verificar el matrimonio y encontrara que no había rastro de él en los registros.

Estaba convencido de que Lily lo abandonaría si llegaba a descubrir lo que él había hecho. Si se enteraban sus hermanos, lo matarían. De nada servía que Zac se hubiese arrepentido de sus actos casi en el momento en que los perpetró. Tampoco importaría que llevase cuatro días tratando de encontrar a Windy para arreglar las cosas. Lo importante era que él había hecho, como de costumbre, lo que le resultaba más cómodo, sin pararse a pensar en las consecuencias que eso pudiera tener para los demás.

También había sido incapaz de hacer la única cosa capaz de mitigar su terrible conducta. No había mantenido la promesa que se había hecho a sí mismo de dejar a Lily intacta. Le había quitado la virtud y la había convertido en una mujer que vivía en pecado. Encima, pecando una jornada detrás de otra.

Para una mujer con los antecedentes y las convicciones de Lily, tan honesta, tan pura, tan buena creyente, era lo peor que había podido hacer. Zac había hecho muchas cosas malas en su vida, pero nunca había deshonrado a ninguna mujer.

Y ahora que lo había hecho, se daba cuenta de que era algo con lo que no podía vivir. Se odiaba intensamente a sí mismo.

Desde luego que siempre podría casarse con ella de nuevo. Lo habría hecho enseguida, pero eso implicaba explicar por qué quería celebrar una segunda ceremonia de matrimonio, cuando, además, se había resistido cuanto pudo a la primera.

Había que agotar todas las posibilidades antes de plantear lo de la segunda ceremonia. No quería ni pensar en la pena que asomaría a los ojos de Lily si supiera lo que él había hecho. Una de las cosas que más le gustaba de Lily era la confianza que tenía en él, su ingenua creencia en la bondad innata de su alma. Acostumbrado a que todo el mundo, incluida su familia, supusiera siempre lo peor de él, era maravilloso tener a alguien que siempre pensara lo mejor de él. Y además era un estímulo, un motivo para que intentara estar a la altura de las expectativas de Lily. Sin duda, su familia entendía mejor su carácter que Lily, pero su mujercita le resultaba mucho más útil, tenía un influjo mucho mejor en su carácter.

La desaparición de Windy Dumbarton para que Zac no pudiera hacer lo correcto era una perversa broma del destino. Ocurría justo cuando por fin había decidido hacer lo que debía hacer. Pero lo que lo mortificaba de verdad no era el dilema entre el bien y el mal. Lo que lo asustaba más que cualquier otra cosa era la posibilidad de perder la confianza de Lily. A Zac no le importaba lo que su familia o los Thoragood pensaran siempre y cuando Lily siguiera creyendo en él.

Frágiles rayos de luz que luchaban por penetrar a través de los vitrales iluminaban el interior de la iglesia. Las paredes de ladrillo y el suelo de piedra mantenían el interior de la iglesia tan frío como la expresión de la cara del señor Thoragood.

Sin embargo, Lily notaba que el calor le subía desde el cuello hasta la cara y le encendía las mejillas. No estaba segura de si la sensación era efecto de la vergüenza o de la rabia. Pero, a esas alturas, eso apenas importaba. Cuanto más oía, más furiosa se ponía. Ezequías había convencido al señor Thoragood para que lo dejara pronunciar el sermón del domingo y Lily estaba segura de que el muy imbécil lo había escrito específicamente para ella.

Y también estaba segura de que toda la congregación lo sabía.

Ezequías estaba hablando sobre un personaje bíblico, una mujer que vivía en pecado, y cuando ya no pudo seguir forzando la historia para que se acomodara a la de Lily, comenzó a hablar sobre cómo los salones de juego eran el equivalente moderno de Sodoma y Gomorra. Al sentirse aparentemente en un terreno más seguro, se lanzó a un ataque frontal contra las muchachas que trabajaban en aquellos lugares, equiparándolas con las mujeres a las que les fascinaba abandonar la moral que sus padres habían tratado de inculcarles para entregarse a los placeres de la carne.

Con rabia contenida, la chica vio cómo los miembros de la congregación asentían con la cabeza a los disparates de su antiguo pretendiente. Ella sabía que la mayoría de ellos no reconocerían a ninguna de las chicas de Zac si las vieran, pues, en su patética ignorancia, creían que se trataba de criaturas con cuernos y rabo. También sabía que la mayor parte de los presentes preferirían que ella no acudiera a su iglesia.

De repente sintió que no podía aguantar más y se puso de pie para marcharse, pero enseguida cambió de opinión.

Tomó la palabra en cuanto Ezequías hizo una pausa para tomar aire.

—Os he escuchado a ti y al señor Thoragood hablar acerca de las pecadoras que trabajan en las tabernas, pero todavía no he visto a ninguno de los dos tratando de ayudarlas.

Hubo exclamaciones de horror. Todo el mundo se volvió a mirarla. Interrumpir al predicador cuando estaba en la mitad del sermón era la peor de las ofensas. Ezequías se quedó sin palabras. El señor Thoragood parecía estupefacto y la señora Thoragood, también paralizada por la sorpresa, se puso roja como un tomate.

—Muchas de estas mujeres son tan decentes y honestas como cualquiera de los aquí presentes. Vinieron a San Francisco con la esperanza de tener una vida mejor. Pero como no están casadas, el único trabajo que pudieron conseguir fue como empleadas en una cantina. Lo sé porque a mí me ocurrió lo mismo.

—Nosotros te conseguimos un empleo. —Sarah Thoragood por fin parecía haber recuperado la voz—. Mejor dicho, varios empleos.

—Y me despidieron porque atraía a demasiados hombres. Todo el mundo parecía pensar que si las intenciones de los hombres no eran honorables, las mías tampoco podían serlo. Y eso es exactamente lo mismo que todos ustedes han concluido con respecto a esas jóvenes a las que insultan sin ninguna caridad cristiana.

El señor Thoragood también salió de su estupor.

—No puedes negar que muchas de ellas han sucumbido a la tentación de llevar una vida pecaminosa.

—Solo puedo hablar sobre las mujeres que trabajan en el Rincón del Cielo, y no es así.

—Ese nombre es en sí mismo un sacrilegio —murmuró alguien.

—También sé que esta congregación nunca ha hecho nada para tratar de mejorar la vida de esas chicas.

—Las hemos invitado a venir a la iglesia.

—Pero ¿han ido a la taberna, han hablado con ellas, les han hecho la invitación en persona?

—Eso no sería apropiado…

—Tampoco han intentado conocerlas, ayudarlas a encontrar otros trabajos, a conocer a jóvenes con los que pudieran casarse. En lugar de eso ustedes se han quedado en sus casas, a salvo del pecado que tanto les asusta, y quejándose de que el pecado los rodee por todas partes.

—No puedes defender a esas mujeres ni a los hombres que las contratan.

—Tengo más derecho a hacerlo que ustedes a creerse buenos cristianos, porque no lo son.

El último comentario despertó un sordo rumor de protestas.

Ezequías levantó las manos para pedir silencio. Poco a poco el ruido fue acallándose. Antes de que Ezequías abriera la boca, Lily volvió a anticiparse.

—Los desafío a venir al salón y conocer a las chicas en el lugar donde ellas trabajan. —Con la mirada, incluía a toda la congregación en su reto—. Los desafío a comprobar quiénes son ellas de verdad, de dónde vienen, qué están buscando en San Francisco. En el fondo, ustedes tienen miedo de descubrir que ellas no son tan distintas de ustedes o de mí.

Crecieron los murmullos indignados. El templo parecía ahora un enjambre de avispas furiosas. Se oían protestas desde todos los rincones de la iglesia. Pero Lily no se alteró: mantuvo los ojos fijos en Ezequías. Sabía que él presumía de ser justo tanto como de tener siempre la razón. Así que esperaba que el joven puritano no pudiera resistirse a la oportunidad de demostrar que ella estaba equivocada. La muchacha tuvo la sensación de que Ezequías libraba una dura batalla interior y, a juzgar por la expresión sombría de su rostro, supo cuál sería la respuesta. La que ella esperaba.

—Yo iré —anunció Ezequías.

La congregación emitió un nuevo murmullo de protesta. La señora Thoragood parecía atónita.

Lily no quería soltar la presa.

—Hoy mejor que mañana.

El señor Thoragood protestó.

—¡Pero es domingo!

Una vez más Lily vio cómo Ezequías batallaba contra sí mismo, pero sabía que no se iba a retractar.

Ezequías tragó saliva antes de hablar.

—¿Qué mejor día que el domingo? Ahora inclinemos la cabeza y oremos por nuestras almas y por las de esas desafortunadas mujeres.

Lily habría preferido que su paisano no se refiriera a las chicas como «desafortunadas mujeres», pero esta vez guardó silencio, no iba a discutir por nimiedades. Ezequías había accedido a hacer más de lo que había hecho el señor Thoragood en toda su vida.

Zac no estaba muy feliz.

—Sigue sin gustarme la idea de que ande por aquí. Si alborota o molesta a las chicas, lo sacaré a patadas de mi local.

A Zac no le hizo gracia cuando Lily se lo explicó mientras se vestía. Y le gustó todavía menos cuando bajó al salón y encontró a Ezequías hablando con Julie Peterson y otras chicas de la cantina. Parecía incómodo, incluso un poco hosco, pero Lily notó que ya se había relajado un poco en comparación con el estado de tensión en que estaba cuando llegó. Tal vez finalmente se estaba calmando lo suficiente como para escuchar de verdad.

—No me gusta la gente que se porta un día como un león y más tarde como un cordero —dijo Zac—. Además, si logra lo que quiere, mañana tendré que salir a buscar nuevas chicas que reemplacen a estas. Estas muchachas hacen muy bien su trabajo. No quiero que se vayan para convertirse en cocineras, doncellas o damas de compañía de ancianas mezquinas.

—Solo quiere ayudarlas a tener otra oportunidad, a conocer a hombres agradables. Además, siempre habrá más chicas. Por cierto, ayer, sin ir más lejos…

—Ya lo sé. Yo también vi a la muchacha que vino anoche. Le dije que descansara todo lo que quisiera… vendrá a verte cuando se despierte.

Lily se puso de puntillas, agarró a Zac de las mejillas y le dio un gran beso.

Zac fingió escandalizarse.

—Oye, cuidado con eso. Estás creando mala reputación a la cantina.

—Ya la tiene pésima, no hay nada que perder.

—En ese caso… —Zac la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente—. No me gustan los lugares que no están a la altura de su reputación.

Ezequías se despidió de un grupo de jovencitas y se acercó a ellos. Lily hubiera preferido que esperase unos minutos más, para poder besar más largamente a su marido.

Zac lo saludó con un tono ligeramente hostil.

—¿Y bien?

Ezequías estaba tieso como un palo. Lily sabía que era muy difícil para él admitir ante ella y Zac que estaba equivocado.

—Me gustaría venir más veces. —Miraba a Zac—. Parece que te he juzgado mal. Las jóvenes han insistido mucho en que, sin tu ayuda, varias de ellas se habrían visto forzadas a llevar una vida vergonzosa para sobrevivir. La señorita Peterson fue muy enfática en sus elogios hacia ti y hacia Lily, es decir, la señorita Sterling… quiero decir, tu esposa.

Era evidente que a Ezequías le costaba aceptar el matrimonio de Lily, pero estaba dispuesto a admitir que estaba equivocado. A ella siempre le había gustado aquel rasgo de rectitud de su carácter, aunque desde luego no había sido suficiente para que lo amara.

—Ahora que has comprobado que no dirijo un burdel, ¿qué pretendes hacer? Porque esto sigue siendo un salón de juego.

Zac seguía sin estar contento. Lily supuso que solo estaría feliz cuando Ezequías regresara a Virginia.

—La señorita Peterson y yo pensamos que sería una buena idea reunir a todo el mundo, la congregación y las chicas, en algún tipo de encuentro social.

Zac frunció el ceño. El puritano siguió hablando.

—Y sería mejor que tuviéramos ese encuentro aquí.

Zac estalló.

—¿Estás loco? Esa gente se moriría antes de poner un pie en este lugar. Creen que se pueden contaminar de sabe Dios qué males morales y físicos.

Julie metió baza.

—Precisamente por eso creemos que deberían venir aquí.

Zac suspiró.

—Tendría que ser por la tarde, porque las chicas no pueden madrugar, como es lógico.

—Claro. En realidad no puede ser antes de las siete. Hay que dar tiempo a los hombres para que salgan del trabajo y cenen.

—Pero a esa hora el salón está lleno de jugadores.

—Tendrás que cerrar por una noche —dijo Ezequías.

Zac estalló.

—¡Estás loco si crees que voy a perder los ingresos de una noche para que un puñado de bobos de mente estrecha vengan a meter la nariz en todo lo que hago!

Ezequías insistió.

—No serviría de nada que nos reuniéramos en otra parte. Los miembros de la congregación tienen que ver el lugar en el que viven y trabajan las chicas. Tienen que ver con sus propios ojos que están ayudando a mujeres decentes y buenas.

—Ah, ¿entonces ya crees que son buenas?

—La señorita Peterson me ha convencido de que tal vez permití que mi predisposición a pensar lo peor me cegara, impidiéndome ver lo bueno que hay en estas mujeres.

Algo en la voz de Ezequías hizo que Lily lo mirara con más atención. ¿Sería un tono de confusión?, ¿tal vez de desconcierto? Ezequías observaba a Julie de una manera peculiar.

Y Julie también se comportaba de forma distinta a la habitual. Estuvo a punto de soltar una carcajada cuando al fin cayó en la cuenta de que Ezequías y Julie se sentían mutuamente atraídos. Eso debía de tenerlo bastante desconcertado. Pobre hombre, era una pena que probablemente no pudieran llegar a nada, pero al menos eso ayudaría a Ezequías a cambiar su opinión sobre las chicas. Lily tenía total confianza en que él podría convencer a los Thoragood para que apoyaran sus planes.

Ahora, lo único que faltaba era que ella convenciera a Zac.

Lily y Zac estaban en la cama, exhaustos después de hacer el amor por enésima vez. El hombre seguía demasiado excitado como para dormir y Lily se sentía demasiado cansada como para querer levantarse. Era uno de los breves momentos del día en que sus vidas se cruzaban antes de tomar caminos diferentes. A Lily le parecían demasiado cortos, pero temía que a Zac le parecieran suficientes, la dosis perfecta de convivencia.

Lily estaba comenzando a preguntarse si su primo se podría convertir algún día en un marido convencional, el clásico hombre que llegaba a casa a cenar a las seis de la tarde, en lugar de levantarse precisamente a esa hora.

Pero la verdad era que cuanto más conocía de él, más lo admiraba. Sin duda necesitó mucho coraje para abrir y mantener en pie una taberna honrada, cuando todo el mundo estaba convencido de que tenías que ser ilegal, fraudulento y tramposo para ganarte la vida. Y más difícil todavía debió de resultarle asumir la responsabilidad de tener a su cargo a tantas mujeres. El Rincón del Cielo era el único lugar de su clase en la ciudad en el que los hombres tenían prohibido subir al segundo piso.

Pero nada de esto tenía que ver con aquello de ser buen o mal esposo. Zac parecía desear una eficiente compañera de cama y nueva socia, alguien con quien pudiera satisfacer sus deseos y compartir el placer que le proporcionaba la cantina. Con eso, su marido parecía más que satisfecho. Todavía hablaba de vez en cuando de tener un hijo, pero ella se daba cuenta de que al hacerlo en realidad no pensaba en un ser de verdad, que se moviera y respirara. El bebé era una especie de mito, consecuencia de actos muy placenteros, pero el apuesto tahúr era incapaz de ponerle cara y ojos.

Muchas de las cosas que ella deseaba no encajaban en los planes de Zac. Tener hijos, una casa propia de verdad, no una cantina, horarios normales que les permitieran pasar tiempo juntos… En definitiva, la sensación de compartir el mismo mundo, el deseo de pasar la vida juntos.

Y amor de verdad, profundo y duradero.

Pero Lily sabía que no era realista esperar todo eso de golpe, inmediatamente. Había arrastrado a Zac al matrimonio prácticamente a la fuerza y no sabía si no llegaría a cansarse. Su padre siempre decía que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Tal vez las personas no fueran tan distintas de los monos.

Zac la miraba con el ceño fruncido.

—¿De verdad crees que debería cerrar la cantina por una noche?

La joven tardó un momento en entender de qué estaba hablando su marido.

—Sí. Ezequías tiene razón. No será lo mismo si no vienen aquí.

Zac se quedó en silencio unos instantes.

—Está bien, pero solo será durante dos horas. Y tendrán que salir por la puerta de atrás. Si mis clientes ven a esa gente saliendo por la puerta cuando ellos están tratando de entrar, saldrían de estampida. Podrían confundir mi tugurio con un lugar de oración e iríamos a la ruina.

—Eso no lo dudo. No creo que les importe salir por la puerta de atrás. Tal vez tengas que cerrarla para evitar que algunos se escapen antes de tiempo.

Lily estaba orgullosa de Zac. Cerrar la cantina era una decisión difícil para él, pero finalmente había aceptado. La llegada de Lily a la vida de Zac le había traído grandes exigencias para él, y el hombre siempre lograba estar a la altura de cada nuevo desafío.

¿Por qué, entonces, Lily se sentía tan infeliz en ese momento?

Mientras observaba a Julie y a Ezequías tratando de ocultar que se sentían mutuamente atraídos, se había dado cuenta de que Zac no se portaba como un enamorado. No estaba distraído, no tenía dificultad en seguir pensando en las chicas, o en la taberna, o en cualquier problema que lo preocupara en ese momento. Sin duda, se mostraba muy afectuoso y hacía el amor con ella de forma más que satisfactoria, pero nunca le había dicho que la amaba.

Ahora pensaba que había estado tan preocupada por el hecho de que ella y Zac vivieran en lugares distintos, tan entusiasmada por trabajar para él en el salón y tan encantada con sus experimentos íntimos, que se había olvidado de la cuestión más importante de todas.

Zac no la amaba. Tal vez la quisiera un poco. Ella podía gustarle físicamente y él podía necesitarla y desearla, pero no la amaba apasionada, ferviente y locamente.

Por el contrario, ella sí lo amaba con desesperación.

Lily no sabía qué iba a hacer. Nunca pensó que podría estar casada con un hombre que no la amara tanto como ella lo amase a él. Esa era la razón por la cual había huido de Salem. Por un breve y horrible instante, se preguntó si Ezequías no se habría sentido como ella se sentía ahora. Pero luego se dio cuenta de que la comparación no era procedente. Es posible que Ezequías se sintiera herido en su orgullo, pero su corazón había permanecido intacto.

El suyo, en cambio, le dolía horriblemente. Estaba herido.

¿Qué podía hacer? No podía obligar a Zac a amarla. Eso ya lo había aprendido. Tampoco podía decir con honestidad que Zac estuviera hoy más cerca de amarla de la manera en que ella necesitaba ser amada que el día en que se casaron. Ella se había acomodado a la vida de Zac por completo, sin que el marido, recíprocamente, hubiera tenido que alterar lo más mínimo sus costumbres.

Y eso no era suficiente para Lily. Cada vez se peguntaba con más frecuencia si Zac algún día llegaría a amarla. Estaba segura de que si al fin la amaba, ella podría prescindir de todo lo demás. Pero mientras no existiera ese amor…

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