Lilith

Lilith


CAPÍTULO 03

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—Y si no fuese por Frith, ¿verdad? Voy a hablarte de Frith, y es inútil que digas que no quieres escuchar, porque vas a hacerlo.

Lilith empezó a hablar entonces. Le parecía a Kerensa que las palabras brotaban de su boca como sapos y serpientes en un cuento de hadas..., palabras horribles. Kerensa se estremecía, tratando de no escuchar y, sin embargo, fascinada de una manera que no podía comprender e incapaz de cerrar los oídos. Lilith ofrecía un aspecto malvado, relucientes los ojos, distendidos los labios en inmóvil sonrisa y con la luz que proyectaba el fuego danzando en su rostro.

—Apártate de mí —exclamó finalmente Kerensa.

—¿Querrías casarte con Frith ahora, aunque él quisiera casarse contigo?

—No quiero casarme con nadie. Vete.

—Sería diferente si te casaras con Leigh. Él es bueno, como tu padre y tu madre. Las personas como Frith y yo no son buenas. Nada me cambiaría a mí. Nada cambiaría a Frith.

—No quiero oír nada más.

—Mañana —continuó Lilith— irás a hablar con Leigh. Hablarás con él dulce y cariñosamente.

—No.

—Lo harás.

—No puedes obligarme.

—Puedo obligarte a ti y a cualquiera de esta casa a hacer lo que yo desee.

—¿Cómo puedes hacerlo?

—Lo hice una vez... y podría hacerlo de nuevo. ¿Sabes guardar un secreto?

Kerensa asintió con la cabeza.

Lilith habló rápida y suavemente.

—Ya sabes que tu padre tuvo una esposa antes que tu madre. La odiaba. Era una borracha. Tu madre vino aquí a cuidarla. Sé lo que sucedió porque yo también estaba aquí. Su dormitorio estaba en lo que ahora es la nursery. El armario de la nursery estaba lleno de bebidas, bebidas fuertes. Ella solía tenerlo cerrado con llave. —Kerensa la miraba ahora con ojos desencajados—. Estaba enferma, y tu padre y tu madre no podían casarse, como tampoco podemos Frith y yo ahora. Frith y yo, nosotros somos diferentes. No dejamos que cosas como ésa se interpongan ante el amor. Pero hay otros que sí, y tu padre y tu madre eran de ésos.

—¿Qué ocurrió...? ¿Qué ocurrió en la nursery}

—Imagina un dormitorio con pesadas cortinas corridas ante la ventana. Imagina una pobre mujer borracha y enferma. Tu padre era joven entonces, más joven de lo que es Frith ahora, oh, mucho más. Tu madre también era joven. Tu padre compadecía a su mujer porque estaba muy enferma. Le dio a beber algo para que...

—¿Para qué?

—Para que, después de beberlo, no volviera a despertar.

—¿Quieres decir que la mató?

—¡Chist! —Lilith se llevó la mano a la boca—. No digas eso. No es totalmente cierto. Él la ayudó, la ayudó a abandonar esta vida. Eso es lo que hizo.

—Si papá lo hizo es que era un acto bueno.

El rostro de Lilith estaba tan cerca del de Kerensa que ésta no podía ver nada más que sus grandes ojos negros.

—Tú amas mucho a tu madre, ¿verdad? Y, en cierto modo, amas a tu padre. No quieres que te acaricie, te bese y te abrace como hace Frith. —La risa de Lilith le hizo a Kerensa sentirse avergonzada de todo lo que había sentido hacia Frith—. No. Pero le amas de todas maneras. Supongo que harías cualquier cosa por mantenerle donde está.

—¿Dónde está papá? ¿Qué quieres decir?

—En esta bonita y confortable casa, siendo el respetado doctor y padre de todos vosotros..., reposado, un poco severo con aquellos de vosotros que lo necesitáis, no tolerante como tu madre, sino recto..., como él cree que debe ser. No te gustaría que se produjera un terrible alboroto y que los periódicos hablaran de tu padre, ¿verdad?

—No sé de qué estás hablando.

—Sí, lo sabes. No eres tan estúpida.

—¿Quieres decir que habría alboroto, escándalo?

—Sí, en efecto. Se produciría un escándalo enorme.

—Pero eso debió de ser hace mucho. —No importa. Por mucho que sea el tiempo transcurrido, hay medios para descubrirlo. —No lo creo. —¿No?

—No creo ni una palabra de lo que has estado diciendo. Voy a preguntárselo.

—¿A quién se lo vas a preguntar? —A mi madre.

—¡ Ah! Ella no sabe nada. Siempre se le ocultó lo sucedido.

—Entonces, se lo preguntaré a mi padre.

—Yo, en tu lugar, no lo haría... Como has dicho, sucedió hace mucho tiempo. Él lo está olvidando ya. Se necesita mucho tiempo para olvidar algo así. Un hombre como tu padre se siente obsesionado por una cosa como ésa, por mucho que se diga a sí mismo que obró bien. —Lilith agarró de pronto a Kerensa por la muñeca—. A ti te gusta Leigh, ¿verdad?

Kerensa afirmó con la cabeza.

—Haz lo que tu padre quiere. Haz lo que quiero yo y quiere Leigh..., y nadie sabrá jamás lo que sucedió hace todos esos años.

—¿Lo..., lo sabe Leigh?

—No. Solamente tres personas lo saben. Tu padre, yo y tú. Y no queremos complicaciones, ¿verdad?

—Tú quieres complicaciones para los demás. Eres mala.

—Sí, soy mala. Por eso es por lo que consigo lo que quiero. Soy buena durante algún tiempo, y, luego, me domina la maldad. Siempre he sido así, porque quiero algo que sólo la maldad puede darme, y cuando deseo algo lo deseo más que el resto de la gente.

—Y ahora estás decidida a que me case con Leigh.

—No dejaré que destroces el corazón de mi hijo.

—¿Y el mío?

—Estarás perfectamente. No podrías tener un marido mejor que mi Leigh. Todo lo malo que he hecho ha sido bueno en realidad. Yo he hecho el mal para que pudiera surgir el bien, no sólo para mí, sino también para otros. Creo que siempre ha sido así; y una de las mejores cosas que haré es impedir que cometas una tontería con Frith.

—No dejaré que me fuerces.

—Lo harás, porque, si no...

—No serías tan perversa. Ni siquiera tú, Lilith, podrías ser tan perversa como eso.

—Lo sería. Conseguiré que mi hijo sea feliz, cueste lo que cueste.

Lilith posó los labios sobre la frente de Kerensa.

—No te preocupes. Todo irá bien. Él está a salvo. Tu padre está a salvo con nosotros.

—¿Y si...? —empezó Kerensa.

—No hables de ello, querida. No me agrada pensar en lo que sucedería si tuviese que hacerlo. No me obligues. Cuando decido algo, tiene que ser así. No me obligues a hacer lo que no quiero. Pero tú no harías tal cosa. Claro que no. Tú vas a salvar de la desgracia a tus padres y a mi hijo y a toda tu familia. Es una buena obra. Es mucho mejor que hacer las cosas de las cuales te he estado hablando...

—No me hables más de ellas.

—No lo haré..., no si dices que te casarás con Leigh. Entonces todo sería diferente. Tú serías feliz y estarías segura y cómoda con mi Leigh. Quiero que tú y él os caséis... pronto. Quiero que les digas a tu padre y a tu madre que te vas a casar con Leigh el mes que viene.

—Dirán que soy demasiado joven.

—¡Tonterías! ¿Cuántas chicas se casan a los dieciséis años? Montones. Pero sí empiezan a llamarte solterona si llegas a los diecinueve sin haberte casado. No se opondrán, y, si lo hacen, no tienes más que mostrarte firme y plantarte. Tú sabes cómo hacerlo. Lo has estado haciendo toda tu vida. Buenas noches, Kerensa.

Lilith cogió la bujía y salió.

Kerensa se quedó mirando fijamente la puerta mucho tiempo después de que se hubiera cerrado detrás de Lilith. Se sentía asustada y aturdida. Había aprendido demasiadas cosas y demasiado deprisa. Odiaba el hecho de estar viva y de ser mujer, odiaba a Lilith, y odiaba a Frith más que a nadie.

Recordaba cosas que él le había dicho, su risa, sus modales risueños. Se había estado burlando de ella. Y durante todo el tiempo había sido amante de Lilith..., ¡horrible y obsceno amante de Lilith!

Odiaba a todos los adultos, incluidos sus padres. Sí, los odiaba a ellos también. Lilith los había ensuciado con el fango. Y se habían amado —tenían que haberse amado— como Lilith y Frith; y su padre había hecho algo más terrible aún.

Pero era un hombre bueno, tan bueno como podía serlo un hombre. Ella nunca podría creer que pudiera ser otra cosa en realidad. Hasta Lilith había dicho que era un hombre bueno.

Deseaba escapar de este mundo de personas adultas; deseaba cerrar la puerta que conducía al conocimiento y arrojar lejos la llave para siempre.

Necesitaba hablar con alguien. ¿Con Dominick? Era demasiado joven. ¿Cómo podría hablarle a él? Le amaba, y era amable y pulcro, no malo como los mayores; pero no comprendería. Estaba Leigh, naturalmente. Leigh no era uno de ellos. Leigh era bueno, y ella amaba a Leigh.

Se lo contaría todo. Pero no debía hacerlo. Era un secreto terrible. Creía todo lo que Lilith le había dicho, pues siempre había sabido que algo terrible había sucedido en aquella habitación.

Pero Leigh la consolaría, aunque nunca supiera por qué tenía que hacerlo, y, si se casaba con él, salvaría a sus padres y a toda su familia... y a sí misma también.

Leigh era la única persona mayor que ella en quien podía soportar pensar. A él no le tenía miedo. Siempre se había mostrado amable con ella y ahora le ayudaría como le había ayudado tantas veces.

Lilith había dicho que lo único que podía hacer era casarse con Leigh, y tenía razón. Se tapó la cara con las manos y no se atrevía a retirarlas por miedo a ver la figura de Lilith a los pies de la cama: Lilith el símbolo de todo mal.

 

 

Había grandes preparativos en la casa.

—Es muy joven, desde luego —dijo Amanda a Hesketh, pero lo dijo alegremente. Ella deseaba ese matrimonio—. Pero no es como si se casara con un extraño; y cuando Kerensa toma una decisión, nada puede impedirle que la lleve a cabo.

—Kerensa es madura para su edad —indicó Hesketh—. Después de todo, dentro de unas semanas cumplirá dieciséis años. A mí me gustan estos matrimonios jóvenes cuando las personas afectadas pueden estar seguras de sí mismas. Se conocen uno a otro de toda la vida, y con ningún otro preferiría que se casase.

—¡Que serena está! Casi solemne.

—El matrimonio es un asunto solemne, cariño.

—Pero no era de esperar que Kerensa lo tomara así. Está tan cambiada..., tan retraída.

Leigh y Kerensa estaban juntos todos los días. Paseaban por el parque y hablaban del futuro. Al principio, continuarían viviendo en casa, como si no se hubieran casado. Cuando Leigh se licenciara, el padre de Kerensa lo incorporaría como socio a su consulta.

—Papá está encantado de que vaya a casarme contigo. Cualquiera diría que es su boda.

Leigh se echó a reír. Se reía con todo lo que ella decía. El era maravilloso, y si ella siempre le había amado tiernamente, ahora le amaba tanto más cuanto que, de alguna extraña manera, representaba la seguridad.

Kerensa dijo:

—Leigh, tal vez me asuste un poco de... las cosas... al principio.

—No te preocupes —respondió él—. Puede que yo también.

«Somos jóvenes —pensó Kerensa—. No somos realmente adultos. No somos malos. Somos, simplemente, Kerensa y Leigh..., los dos que solíamos jugar juntos en la nursery.»

—Antes me decías que había otro —señaló él—. ¿Se trataba de una broma?

—Me estaba portando como una tonta, supongo. Ya sabes quién era.

—Bueno, Frith, naturalmente.

Kerensa afirmó con la cabeza, y él se echó a reír alegremente como si fuera un chiste. Era un chiste para todos menos para ella.

—Desde luego, es un auténtico don Juan.

Ella trató de reír. Todos sabían lo que era Frith. Solamente ella lo había ignorado. Había sido una estúpida.

—Es una pena que no esté aquí —le indicó Leigh—. Para la boda, quiero decir. Estoy seguro de que le habría gustado asistir.

Kerensa se acercó al borde del Serpentine y clavó la vista en el agua. ¿Una pena? Si él estuviera presente, ella nunca podría casarse con Leigh, porque, fuera Frith lo que fuese, y por mucho que se riera de ella, siempre le amaría. Había veces en que creía que no le importaría nada por horrible que fuese, con tal de poder estar conjunto a él.

—¿Recuerdas cuando solíamos mojarnos los pies? —preguntó.

Él rió. Era feliz. Y ella fingió reír alegremente para explicar las lágrimas que le cubrían los ojos.

Amanda dijo:

—Aquí hay otra carta para Kerensa. Parece letra de Frith.

Lilith extendió la mano.

—Es para Kerensa —dijo Amanda.

Lilith se sintió desvanecer. Nada debía torcerse ahora. Faltaban tres días para la boda. Tres días, y su Leigh sería un verdadero hijo de la casa.

¿Qué decía la carta? Lilith se maldijo a sí misma por no haber aprendido a leer. Podía abrir el sobre poniéndolo al vapor, pero ¿de qué le serviría si no era capaz de leer el contenido de la carta?

Debía apoderarse de ella inmediatamente.

—Dámela. Yo se la llevaré.

Amanda se la entregó dócilmente. Necia Amanda, que no cambiaría nunca a lo largo de los años. Todavía no comprendía que Lilith debía de estar furiosa al ver la carta de su amante dirigida a otra mujer. Amanda no pensaba en Kerensa como mujer. Estaba ciega..., ciega..., más ciega que Dominick.

Lilith se guardó la carta en el bolsillo de su vestido. Debía asegurarse de que Amanda no mencionara la carta a Kerensa.

—No sé qué dirá acerca de esta carta. ¿Te has fijado en que no le gusta hablar de Frith?

—Sí—respondió Amanda—. Nunca lo menciona. Su padre y yo ya nos hemos dado cuenta. Hace poco, apenas si hablaba cuatro palabras seguidas sin mencionar su nombre.

—Puedes imaginar cómo se siente. Son muy sensibles a esa edad. Supongo que piensa que se ha portado como una tonta con respecto a él. Oh, todo eso nos resulta muy divertido a los demás..., pero a la edad de Kerensa esas cosas se toman muy en serio. Frith es un tema delicado para nuestra pequeña novia. Creo que le dejaré la carta en su habitación y no le diré nada acerca de él.

—Creo que tienes razón —aprobó Amanda, riendo.

 

 

La novia que avanzaba por el pasillo central, cogida del brazo de Hesketh, estaba pálida y muy bella.

Contemplándola con lágrimas en los ojos, Amanda pensó que nunca había sido tan feliz. ¡Su marido y su hija mayor! Comenzaban ya a blanquearle las sienes a Hesketh, pero ¡qué elegante, qué noble parecía a sus ojos! Entregaba de buen grado su hija a Leigh; ella sabía que su marido sentía un gran afecto por el joven, y que el matrimonio del muchacho y de su hija mayor era algo que siempre había deseado. Y allí estaba Kerensa, insólitamente sumisa, con su vestido de raso blanco, su polisón y la delicada cofia de encaje.

Lilith contemplaba también la escena. Tensa y triunfante. Aquello era la culminación de los sueños de Lilith.

Leigh le estaba poniendo el anillo en el dedo a Kerensa y nada podía ya impedir aquel matrimonio.

Leigh, su hijo, era yerno de Amanda. Estaban ahora unidos... más estrechamente de lo que lo habían estado jamás.

Miró a los novios, y su vista se posó luego en el pequeño Dennis, y en Martie, tan linda con sus vestidos de boda, y en Claudia, una oronda dama de honor.

Sus ojos se encontraron con los de Amanda, y Amanda estaba sonriendo, como si leyera los pensamientos de Lilith.

Durante el trayecto de regreso a casa, Lilith le dijo a Amanda:

—Hay alguien que se sorprenderá cuando se entere de esto.

—Sí —convino Amanda—. Ojalá hubiera podido Frith venir a la boda de Kerensa.

—El no sabe nada —observó Lilith—. Imagina. No estaban prometidos cuando se marchó. Todo ha sido muy rápido.

—Eso es muy propio de Kerensa —señaló Amanda, con un afectuoso suspiro—. Una vez que toma una decisión, ya no puede esperar. Pero, por esa carta que recibió hace unos días, supongo que sabe dónde está. ¿Le contestaría diciéndoselo? Seguro que sí. No he querido preguntárselo. Últimamente parece estar bastante rara con respecto a él.

—Supongo que será una sorpresa tremenda para Frith —dijo Lilith.

—Oh, sí. Le habría gustado estar aquí.

—Eso le enseñará a no marcharse y quedarse lejos mucho tiempo —observó ceñudamente Lilith.

 

 

Kerensa se estaba cambiando de ropa. Pocas horas después iba a salir con Leigh en su viaje de luna de miel.

Entró Lilith.

Había una carta en la mano de Lilith.

Kerensa no dijo nada al verla entrar; continuó abrochándose los botones de la blusa.

—Traigo algo para ti —dijo Lilith—. Llegó hace unos días, pero, con todo este ajetreo, lo olvidé por completo. Será mejor que te lo dé ahora.

Kerensa cogió la carta.

—¡Frith...! —exclamó con voz entrecortada.

Le temblaban los dedos mientras abría el sobre. Lilith permaneció allí, mirándola, pero Kerensa parecía haberse olvidado de su presencia.

 

QUERIDÍSIMA KERENSA —había escrito Frith—. Mi adorada Kerensa. ¿Recuerdas, como yo, que dentro de muy poco tiempo habrás llegado a la importante edad de dieciséis años? He estado esperando ese día. Y ahora que está tan próximo, quiero decirte lo mucho que te amo, mucho más de cuanto he amado a nadie en toda mi vida. De hecho, ahora sé que nunca he amado a nadie. He aparentado reírme de tu decisión de amarme, de tus protestas de afecto. Me sentía extraordinariamente conmovido. Tenía que fingir reírme, querida, porque eras muy joven y yo no podía creer realmente que a mí me sucediera algo tan maravilloso. Siempre fuiste una personilla extraña, una personilla adorable, tan diferente a todos. Trataba de decirme a mí mismo que eras sólo una niña, una niña a la que yo quería especialmente... como a una hija. Nunca había tenido una, y me decía cínicamente a mí mismo que todos los hombres que van envejeciendo anhelan tener hijas. Parecía una nueva y compensatoria relación cuando otras estaban empezando a evaporarse. No era cierto, naturalmente. Te amo de cien maneras. Hace tiempo que lo sé, y ésa fue la causa de que me marchara. Quería que pensaras en mí cuando yo no estuviera ahí y averiguases si realmente querías casarte conmigo. Tu felicidad es para mí más importante que ninguna otra cosa. Es extraño, Kerensa, pero estoy escribiendo y pensando toda clase de cosas que antes consideraba estereotipadas y vulgares. Quizás estar enamorado es algo estereotipado y vulgar... y quizá lo son todas las cosas más maravillosas de la vida..., lo cual es una idea confortante, si se para uno a pensarlo bien.

Te amo, Kerensa. Escríbeme enseguida y dime que tú también me amas y que todavía quieres casarte conmigo. Pero, precisamente porque te amo tanto, quiero que pienses en mí, no como la clase de bondadoso tío-padrino que tal vez haya parecido, sino como un hombre que es mucho mayor que tú y que no es una persona muy buena, que ha hecho muchas cosas horribles, pero que ahora quiere reformarse gracias a ti. ¿Me escribirás en seguida a esta dirección y me dirás que me estás esperando? Si lo haces, regresaré inmediatamente y hablaré con tus padres; y creo que, dentro de poco, les persuadiré para que nos permitan casarnos. No tengas miedo a nada, querida. Recuerda que te amo.

FRITH

 

Kerensa leyó la carta, y empezó a leerla de nuevo mientras Lilith le miraba.

—¿Qué dice? —preguntó Lilith.

Kerensa se volvió hacia ella.

—Me mentiste —le contestó fría y lentamente—. Él me ama. No era una broma. Él dice que no lo era. Sé que me ama. ¿Qué me has hecho...?

Lilith le arrebató la carta y la miró, llena de ira y frustración.

—¿Qué dice? ¿Qué dice?

—Dice que me ama. Dice que no tenga miedo. No debí tener miedo. ¡Qué has hecho! ¡Eres perversa, vil!

—Calla. Podría entrar Leigh. —Lilith se acercó a Kerensa y la agarró del brazo. Se había tornado dominante y tan malvada como lo había sido en aquella noche memorable—. Calla, te digo. No olvides que debes guardar silencio.

Kerensa permaneció inmóvil, con la garganta seca por efecto de la emoción. No podía creer que estuviera casada con Leigh. Se sentía ahora libre del hechizo que Lilith había lanzado sobre ella. Siempre había sabido que Frith la amaba, que aceptaba el futuro que ella había planeado para los dos; su ternura se lo había demostrado así. Sin embargo, Lilith le había hecho creer lo contrario. El verdadero Frith había retornado con la carta; y el Frith mítico que Lilith había creado en aquella ocasión de pesadilla, cuando entró en su habitación con su bujía y su bata roja, no existía ya. No había nada malo en Frith, nada horrible; la vida con él habría sido una absoluta exultación una vez que hubiera aprendido lo que tenía que aprender; y él se lo habría enseñado rápidamente porque ella así lo quería. Se volvió, furiosa, hacia Lilith.

—Tú sabías lo que había en esa carta y la retuviste. Me la has ocultado durante días. Si yo la hubiese tenido, todo habría sido diferente.

—¿Qué dice? ¿Qué dice?

—Dice que quiere casarse conmigo. No era una broma para él. Dice que me ama.

—¡Es un estúpido! —exclamó Lilith—. Es demasiado viejo. Está, simplemente, tratando de conseguir algo nuevo, una nueva experiencia. Quiere tu juventud porque él ha perdido la suya. Es un error. Deberías darme las gracias por impedirte contraer un matrimonio desgraciado, un matrimonio totalmente inconveniente.

—Habría sido el mejor matrimonio del mundo —replicó Kerensa con fiereza—, y tú lo has impedido.

—No le conoces. Es encantador, pero sus sentimientos no son profundos como los tuyos, como los de Leigh, como los de tus padres...

—No te atrevas a hablarme. No quiero volver a verte más. Te odiaré siempre. Recordaré siempre lo vil que eres, lo cruel, lo perversa...

—Escucha. Te has casado con mi hijo. Tienes que hacerle feliz.

Kerensa miró tristemente a Lilith sin verla, perdida la vista en el infinito.

—El no tiene la culpa de que tú seas su madre. ¡Pobre Leigh!

Lilith sonrió. Aquella muchacha era una niña. No sabía cuáles eran sus sentimientos. Era emotiva e inexperta. No se entendía a sí misma, y Frith la había fascinado temporalmente. Leigh era el hombre indicado para ella, y Leigh era su marido ahora. Dentro de unos años se lo agradecería.

Lilith trató ahora de consolarla. Había sido cruel; compadecía a Kerensa lo mismo que había compadecido a Sam. Ella no quería herir a las personas que estaban en su camino; únicamente lo hacía para que de ello pudiera derivarse un bien para las personas que amaba.

—Dentro de poco tiempo —dijo—, Frith tendrá cuarenta años. ¡Imagina! Y tú no tendrás aún veinte. Estarás en el umbral, como se suele decir, y él será viejo..., viejo... No resultaría bien.

Hay demasiada diferencia. Espera y verás. Leigh te ama. Te ha amado toda su vida; tú eres su primer amor y serás el último. No eras la primera para Frith y no habrías sido la última. Te aseguro que eres afortunada..., sólo que ahora no lo parece. Kerensa, mi pequeña Kerensa, yo no quiero causarte daño.

—¿No? —replicó Kerensa—. Entonces, el daño te lo haré yo. Te odio. Jamás te perdonaré esto. Mentiste, acerca de él. Me hiciste verle falsamente, como él no era, y no lo he sabido hasta ahora. Y has tenido el atrevimiento de entrometerte en mi vida. Has osado hacer que me case según tus deseos, no los míos.

—Acabarás agradeciéndomelo, princesita. Oh, no me mires con ese ceño. Eres la esposa de mi Leigh, y él te ama. Eres la hija de Amanda, y yo amo a Amanda. Estamos unidos, todos nosotros. Debemos ayudarnos unos a otros. Y tú y yo ayudaremos a Leigh a hacerse un gran hombre, tú y yo juntas. Las dos le amamos como merece ser amado. Seremos ahora los tres: tú, yo y Leigh.

Kerensa miró fijamente a Lilith, sus azules ojos duros y relucientes como zafiros.

—Sí —dijo—. Ayudaré a Leigh. El es mi marido ahora. Pero tú..., tú no puedes tener un lugar con nosotros. No sabes leer ni escribir. No puedes ayudarle, y nunca habrá un sitio para ti en nuestra casa ni con nuestros hijos.

Lilith sintió un estremecimiento de terror. Eso era estúpido. ¡Qué podría hacerle una muchacha como Kerensa! Kerensa estaba enfadada, pero se le pasaría.

—A partir de ahora —dijo Kerensa, con voz serena—, yo soy la persona más importante para Leigh. Tú has conseguido que sea así. Lo hiciste por el bien de Leigh. Excelente. Tenemos que pensar en el bien de Leigh, ¿verdad? Cualesquiera que sean los sacrificios que ello nos imponga, tenemos que pensar en eso. Hay que hacer todo por Leigh y por los hijos de Leigh. Estarás de acuerdo, ¿no?

—Desde luego. Desde luego...

—No creo que fuese bueno para ellos conocer a su abuela, una mujer vulgar que no sabe leer ni escribir, que abandonó a su marido, que es la amante de otro hombre.

La risa con que Kerensa acompañó sus palabras alarmó a Lilith. Kerensa se había vuelto hacia el tocador.

—Vete —dijo—. Tengo que prepararme.

—Sí —respondió Lilith—. Estarás perfectamente, querida. Estarás perfectamente.

Leigh estaba en la puerta.

—¿Puedo entrar?

—Sí —respondió Kerensa.

Entró. Miró a Kerensa y, luego, a su madre. Kerensa se acercó entonces a él y le rodeó el cuello con los brazos. Era un gesto significativo. Encantó a Leigh; mas para Lilith significaba: «Vete, estás proscrita. No hay lugar para ti con nosotros y nunca lo habrá.»

 

 

Amanda estaba inclinada sobre su labor de bordado con el ceño ligeramente fruncido; nunca había sido muy hábil con la aguja y nunca lo sería.

—Me pregunto qué tal lo estarán pasando los niños en Italia —dijo.

Lilith continuó en silencio.

—He estado pensando mucho últimamente —prosiguió Amanda—. Supongo que es por esa boda. Es una de esas ocasiones, esas importantes ocasiones, que le hacen a una pensar en todo lo que ha conducido hasta ellas.

—Amanda, yo estoy un poco preocupada por Kerensa, estaba un poco enfadada conmigo cuando se marcharon.

—¿Contigo? ¿Por qué?

—Por aquella carta. Era de Frith, ya sabes. Me la metí en el bolsillo y luego la olvidé por completo.

—Es lógico, había muchas cosas que hacer.

—Ya sabes lo extraña que se mostraba Kerensa con relación a Frith. Sentía un gran afecto hacia él.

—Sí, lo sé, uno de esos afectos que suelen experimentar los niños. Sólo que, naturalmente, en Kerensa era más fuerte y más vehemente de lo que habría sido en cualquier otra persona.

—Amanda, los niños son tan extraños... Creo que Kerensa tiene la idea de que Frith se habría casado con ella y de que yo retuve la carta para que no se casara con él, sino con Leigh.

—¡Qué tontería!

¡La buena y estúpida Amanda!, pensó Lilith.

Seguía siendo la misma que había sido todos aquellos años en la casa de su padre.

—Sí, pero cuando se es tan joven, no se ven las cosas tal como son. Yo creo que, en estos momentos, Leigh se halla para ella en una especie de segundo lugar.

—No puede ser. Estaba deseando que por fin llegara el día de la boda.

—Las muchachas suelen suspirar por el día de su boda. Es sólo por el bullicio y la atención de que son objeto, por el vestido y por la ceremonia.

—Pero Kerensa y Leigh se quieren. No te preocupes por esa carta. A cualquiera se nos habría olvidado.

—Cuando pienso en algunas de las cosas que he hecho —dijo reflexivamente Lilith— me asusto. Pero casi siempre ha sido por el bien de otros. Amanda, cuando regresen, me ayudarás, ¿verdad? ¿No me abandonarás, no me echarás?

—¿Echarte? ¿Qué quieres decir?

Lilith se levantó y, acercando hacia Amanda un escabel, se sentó en él y apoyó la cabeza sobre las rodillas de Amanda.

—A veces —dijo—, pienso que tú eres la juiciosa. Tú tienes un hogar, un marido, una familia. Siempre tendrás tu puesto. Es firme. Nada puede alterarlo. ¿Qué querías? Sólo afecto... y supongo que obrar bien. Yo parecía importante... a mis propios ojos. Yo quería poder. Es como la historia de la Biblia que el otro día oí cómo les contaba la señorita Robinson a Martie y Dennis. Tú has construido sobre roca. Yo he construido sobre arena.

—Lilith, ¿qué te ha ocurrido?

—La arena se mueve, Amanda, y lo que has levantado sobre ella deja de ser seguro. Ojalá hubiera sabido estas cosas. Ojalá hubiera aprendido más. Quizás entonces habría actuado de manera distinta.

Amanda dejó a un lado su labor e, inclinando la cabeza, posó los labios sobre los cabellos de Lilith.

—Amanda, soy yo quien tiene miedo ahora.

—¡Miedo..., tú! Tú nunca tuviste miedo, Lilith. He estado pensando en todas las cosas que nos han pasado a las dos... desde el momento mismo en que nos conocimos. Tuvimos el mismo abuelo. Tú me lo dijiste, y siempre has considerado injusto que yo naciese en la casa grande y tú en la alquería. Y luego Frith, al que amabas, no hizo más que acentuar todo eso, la diferencia que considerabas tan injusta. Pero, Lilith, tú has hecho por Leigh lo que no pudiste hacer para ti misma. Sin duda, eso es algo de lo que debes sentirte orgullosa. Yo he escuchado las palabras de los que hablan y he visto las obras de los que hacen. Lilith, tú eres una persona de las que hacen. Tú no eres de las que se hincan de rodillas en el pozo y lloran; tú escalas para salir de él. Lilith se puso en pie.

—¿Quién decía que no sabías nada, Amanda? ¿Era yo? Estaba equivocada. Tú eres quien sabe. Tienes razón acerca de quienes se hincan de rodillas y lloran y tienes razón acerca de mí. Cualquier cosa que sea lo que me detenga, me liberaré; escalaré y saldré.

Se echó a reír, y su risa era un desafío a Kerensa, a Frith y al futuro.

 

FIN

 

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