Liam

Liam


Dieciocho.

Página 19 de 27

Dieciocho.

 

AMELIA.

 

Se tapó la cabeza, con vergüenza sintiendo que sus piernas temblaban sin fuerzas. Había sido tan intenso, tan crudo, tan abiertamente se había expuesto ante él que temió que él pensara lo peor.

—No te cubras, no te ocultes de mí. Este ha sido el sexo más hermoso de toda mi vida —le dijo, quitando la sábana de su rostro con firmeza, mientras le tomaba ambas mejillas y la besaba con suavidad—. Me fascina tu belleza y tu entrega. Dulce Amelia —se incorporó y ella casi llora de felicidad al notar su mirada reconfortante, sincera-.Cuando te recuperes, puedes prepararte para ir a la playa. Vamos a aprovechar las últimas horas de sol.

Asintió, mordiéndose los labios. Le vio irse y se acostó sobre un lado, todavía débil y conmovida. Luego de algunos minutos se decidió y se preparó, higienizándose para colocarse su traje de baño y un vestido camisero abierto de gasa. Él la esperaba escaleras abajo y le tomó la mano, para llevarla fuera. Sentir la arena bajos sus pies descalzos, tibia y húmeda, fue un placer reconfortante.

—Es un lugar maravilloso —sonrió, mirando en derredor.

—Lo es —dijo él.

Con su bañador como única pieza de ropa él lucía espectacular y parecía más joven. Musculoso, bronceado, con todo su cuerpo tonificado y su perfil recostado en el horizonte, era un perfecto dios o vikingo. Lo que estuviera mejor, decidió ella. Su belleza masculina imponía. Amelia se sintió tímida al exponer sus atributos y sus curvas a plena luz. Cuando había empacado deseó haber tenido un bañador enterizo, pero en verdad las pocas veces que había ido a la playa en los últimos años había sido para disfrutar del sol en todo su cuerpo, en especial en su estómago y espalda. Las dos piezas habían sido buenas entonces.

Ahora, frente a ese hombre de porte perfecto, su escueto triángulo cubriendo su zona baja era bastante revelador. Lo mismo ocurría con el torso, pero de esa parte de su cuerpo se sentía un tanto más orgullosa. No hubo, empero, más que miradas de deseo y frases agradables de parte de Liam, que no dejó de comerla con los ojos. Eso se sintió bien y entibió su autoestima, haciendo que se relajara y disfrutara.

Alternaron entre caminata y baño y se divirtieron, casi en plan de amigos. O como si fueran novios, metidos en la charla intrascendente o en aspectos más hondos. Sentirse a gusto y en confianza los llevó a descubrirse y a bajar barreras. Liam le inquirió sobre sus relaciones amorosas y ella le desgranó sus decepciones, en especial de la última, sin rencor o tristeza. Le habló de todo lo que quería para su hermana Tina, de sus miedos por su tía, de sus esperanzas laborales, de sus problemas constantes con Bratt, de su amistad con Sharon, a la que describió como su loca amiga plena de recursos buena voluntad y dispuesto hacer todo para que ella estuviera bien.

Liam se abrió para describir a su familia, mostrando con sus frases a cada uno de sus cuatro hermanos, describiéndolos con anécdotas y citando como Beatrice les había incentivado y ayudado a crecer y estar unidos. El día pasó entre paseos, baños, conversaciones. Cuando llegó la noche y las estrellas coparon la oscuridad del cielo nocturno, la charla continuó entre comida y bebida. Amelia no recordaba haber estado tan en paz y feliz, sintiendo que podía ser ella, dejándose llevar. Y cuando la hora de la cama arribó, nuevamente se vio inmersa en el deseo y la novedad

Liam parecía decidido a hacerle conocer todo lo que lo hacía disfrutar. Cuando le mostró las esposas la hizo temblar. Había leído sobre el bondage, pero jamás había pensado experimentar la sensación de estar atada al dosel de la cama mientras su amante tomaba y disfrutaba de cada centímetro de su piel. La sensación de inmovilidad, de estar constreñida, no hizo sino aumentar el placer. Esa noche él le arrancó la mayor cantidad de orgasmos que recordaba. En verdad, si juntaba las veces que este hombre la había hecho correr, superaban ampliamente toda su experiencia amorosa.

Lo que hablaba mal de estas, por lo que Amelia prefería pensar que esto daba cuenta de la pasión y el deseo que Liam despertaba en ella. Nunca había sentido algo tan intenso por otro hombre. Si tuviera que elegir lo que más le gustaba de estar con él, a pesar de lo difícil que sería, pues todo era una gozada, serían su actitud dulce con ella, la certeza de la conexión entre ambos y el hecho de sentirse deseada.

Cuando él le decía lo hermosa que era, ella sentía que estaba en la cúspide. Si a esto le agregaba que Liam era el hombre más sexy que hubiera visto y además la escuchaba y se preocupaba por lo que sentía, le pareció que era mucho. Trataría de disfrutarlo todo lo que pudiera, haciendo atrás sus reparos, dejándose llevar para descubrir todo lo que podía brindarle.

 

Con una gran taza de café, sentada en el enorme balcón, bañada por la luz del amanecer y el arrullo del agua que rompía a pocos metros, trabajaba sin cesar en sus bocetos. Se había levantado tan temprano como acostumbraba, a pesar del agotamiento físico provocado por las sesiones amatorias que habían hecho de su noche una delicia.

Liberada del bloqueo que la había asolado estos últimos meses en los que el cansancio y el trabajo excesivo habían bloqueado su mente, esta parecía fresca y su mano se movía con pericia trazando imágenes que originaban indumentaria. El saber que era poco factible que algún día pudiera convertirlas en algo real no medraba el deleite que le producía plasmar sus sueños en el papel. Lo que para otro podía ser una falda, un pantalón, un vestido, para ella era mucho más.

No se consideraba una artista, pero se sabía creativa y tenía claro que le gustaría lograr: una línea de ropa bonita, sensual, elegante, para mujeres como ella. Las referencias técnicas que tenía las había logrado de su tía y de un breve curso que había podido realizar hacía algunos años. Leía y veía tutoriales de manera constante, llevando a la práctica muchos durante los años. Había dejado de hacerlo sin poderlo evitar. Liam había traído con él la inspiración. En este momento creaba por la satisfacción de hacerlo.

—Estas muy concentrada —la voz ronca de Liam llamó su atención y miró un costado, sonriendo al sexy hombre que aún en bata mañanera lucía como un millón de dólares.

—No hay que hacer esperar a la inspiración.

Él se adelantó y observó sus bocetos, tomando varias de las hojas que yacían en desorden en la mesa.

—¿Esto es lo que quieres hacer? De poder emprender algo, ¿esto es lo qué harías?

Había curiosidad en su pregunta y ella asintió.

—Un sueño simple el mío.

Al lado de lo que eran sus empresas y sus edificios, lo suyo podía ser risible. Mas él la miró con seriedad.

—No hay sueños simples, Amelia. Es lo que nos impulsa a seguir.

—Sí. Parece un poco lejano ahora —luego de decirlo se arrepintió.

No podía permitir que la realidad se colara en lo que vivía ahora, que era una fantasía de corto plazo.

—Hay muchas posibilidades para emprendedores. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, es probable. No es tan fácil para aquellos que no disponemos de capital o gente con buenas conexiones.

—Puedo contactarte con gente que te facilitaría

—Te agradezco —le interrumpió—. De veras, pero no es eso lo que nos une.

-No pretendo que lo sea—él se sentó a su lado—. No es malo dejarse ayudar cuando uno lo necesita.

—Eso lo sé. Pero en el contexto que nos une, no es algo que esté dispuesta a aceptar —su voz y expresión seria le hicieron ver que era un tema sellado.

El no insistió. Era probable que su ofrecimiento fuera sincero, pero coincidía con ella en no dejarse llevar por nada más que la pasión que los conectaba. Se sirvió un café y se sentó frente a ella, observándola. Contrario a lo que hubiera creído, no se sintió molesta ni coartada. Él le permitió volver a reconcentrarse un rato. Luego, con un respingo recibió el repentino beso en la base de su cuello y las manos que la rodearon tomando sus senos le hicieron soltar el lápiz.

—Déjame ver cuán creativa puedes ser en otras áreas —le susurró él con ardor.

 

LIAM.

 

El fresco de la noche movía suavemente las cortinas y el murmullo del agua que rompía en la playa elevaban la sensación de paz. Lejos de la rutina y con el calor de Amelia contra su cuerpo, envuelta en su brazo, se sentía en total calma. De seguro esto era por lo menos extraño; normalmente su posición era alerta, chequeando debilidades propias y ajenas, buscando grietas por donde colarse para hacer el mejor negocio, pendiente de las fluctuaciones de los mercados, del cumplimiento de los contratos.

Aquí no, con ella no. Podía aflojarse y mostrarse sin dobleces, lo que era tan bueno como preocupante. Se estaba amoldando a ella y a las sensaciones que le provocaba y eso sólo haría las cosas más difíciles. Cuando llegara el momento ineludible de dejarla atrás, de terminar esto tan intenso que tenían, este tipo de pensamientos solo haría las cosas más difíciles para ambos. <<¿Es así? ¿Es ineludible que todo termine?>>, se animó a cuestionarse.

Ella se movió en sueños, volviéndose hacia él, y no pudo evitar maravillarse ante esos rasgos perfectos: esos labios pulposos que tanto le gustaba sentir sobre sí, la suavidad de su piel, el cabello esparcido como un manto sobre la almohada y cubriendo una parte de su mejilla. Lo apartó con suavidad, con un dedo, despejando el rostro. Este era el momento de más intimidad que recordaba haber vivido con una mujer.

Y le asustó. Retiró su mano rápido y se levantó, inquieto. Estaba pensando demasiado, dejándose llevar. Necesitaba ejercitar, quemar energías hasta que su cerebro dejara de pensar lo que no debía. Con decisión, bajó al gimnasio del subsuelo y se aprestó a agotarse. No supo cuánto tiempo pasó azotando la bolsa de boxeo, saltando la cuerda, haciendo flexiones y sentadillas. Fue el agotamiento el que finalmente le hizo desistir y moverse arriba. Amelia estaba en la cocina tomando café y le sonrió al verlo.

—Hace un rato que me desperté. Te busqué, exploré todo y te vi. No quise molestarte interrumpiendo.

—Estaba ejercitando —le dio un beso suave-. Tú no me molestas, Amelia-le dio un suave beso en los labios.

Ella respondió de la misma manera y deslizó un dedo por sus pectorales, dibujando cada músculo.

—De esa forma has esculpido tu cuerpo. Me preguntaba cómo mantenías cada uno de estos deliciosos abdominales —había tímida picardía en su voz y él se sintió movilizado por su actitud.

—Amelia, todo este cuerpo sueña con tenerte. Una vez que me bañe.

—¿Por qué esperar?— La voz de ella sonó ronca—. Debo confesar que verte así me enciende.

La abrazó y avanzó, tomándola por los glúteos para posarla sobre el mostrador. Levantó su falda y vio que no vestía bragas.

—Nena traviesa —gruñó.

—Tenía la esperanza de que vinieras por mí —se sonrojó.

—Te voy a devorar sin piedad —se sumergió entre sus muslos y acarició sus pliegues con hambre devorador.

Ella gimió, dejándolo hacer, retorciéndose complacida. Cuando los jadeos le mostraron lo excitada que estaba, la abrazó y la movió hacia la pared, empotrándola con suavidad, pero urgido, colocando su pene en su entrada húmeda, haciendo entonces una pausa para mirarla a los ojos.

—Pensé que todo este ejercicio mataría mi dureza matinal, pero tú logras que sea permanente-Se enterró en ella de una, calando hondo y sin pausa, la embistió en estocadas constantes—.Tal vez parezca un adolescente, pero no voy a durar mucho —rugió, sintiéndose al borde de venirse.

—Siento lo mismo —dijo ella entre estertores, lo que hizo aún más duro sus empujes.

Apenas segundos transcurrieron hasta que ambos sintieron que se encendían y sus cuerpos se elevaban disolviéndose, sus mentes en la niebla placentera del éxtasis sexual. <<Mía, mía para follar, mía para disfrutar>>, pensó mientras se derramaba en ella, tan hondo como podía, queriendo quedarse a vivir en su calor, en su placer.

Ir a la siguiente página

Report Page