Liam

Liam


Veinte.

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Veinte.

 

AMELIA.

 

Se apresuró, descendiendo del coche con rapidez y sin esperar a que el chofer le abriera la puerta, como era habitual. Bratt la había demorado, otra vez molestándola con sus insinuaciones. Se volvía más atrevido y ella comenzaba a temer que sus constantes intentos de contacto físico degeneraran en cuestiones más serias. Ella estaba resistiendo y le fastidiaba que él no pudiera dejar el acoso de lado. Sus esfuerzos por acceder a otro empleo no habían tenido éxito hasta el momento, por lo que debía seguir.

Suspiró con ruido, intentando sacar el malhumor y disgusto de su sistema. Se detuvo por un segundo para alisar su vestido. Al menos había podido cambiarse de ropa y se sentía bonita con ella. Estaba orgullosa de esta prenda, que era un diseño propio, producto de uno de los bocetos producidos en Santa Mónica. Había conseguido una tela hermosa en oferta, en un color limón que le sentaba y la hacía sentir elegante y fina. Digna de Liam, apropiada. Su relación continuaba y se maravillaba que ya hubieran transcurrido tres meses desde su primer encuentro. Para ella, al menos, era algo significativo y alentaba la esperanza de poder disfrutarlo más.

Hacía varias semanas que se encontraban en el departamento del centro, dejando atrás las primeras citas en el edificio de la empresa. Cada vez se sentía más segura junto a él; que la mimaba con sus miradas de deseo e interés, que se solazaba con las caricias en su piel, con sus besos, todo lo que alimentaba su autoestima. Por otro lado, su constante interés por su sueño y el estímulo que le daba para ir por él la habían hecho considerar con seriedad el investigar opciones para poder lanzarse como una pequeña empresaria.

Él incluso la había sorprendido un día con un plan de negocios a pequeña escala, hecho exclusivamente para ella, que señalaba costos, posibles fuentes de financiación, una de las cuales quedó descartada de inmediato, por ser él mismo. Y lo más dulce y genial que había hecho, a lo que no pudo resistirse, fue regalarle una máquina de coser industrial, que encontró instalada un día en su casa, al arribar.

Tina y su tía la habían esperado ansiosas y extasiadas, curiosas y desesperadas por que hiciera uso de ella. No había podido decir que no a eso, aunque luego había insistido hasta la saciedad que era lo único que iba a aceptar y solo porque no podría ver la cara de dolor de su tía si la devolvía. Ella misma estaba emocionada y reconocía que le daba otras posibilidades. Había amado ese gesto de impulso de Liam, que en definitiva planteaba que se preocupaba por su bienestar y su futuro.

Ya en el edificio, se montó distraída en el ascensor, pensando en él. Al abrirse las puertas, se dirigió al pent-house con decisión, sabiendo que él la esperaba, anhelando que borrara la semana de pura mierda que Bratt le había hecho pasar. A pocos pasos, se detuvo. Su corazón dio un salto al ver a la magnífica mujer que golpeaba con insistencia la puerta del apartamento. Amelia la reconoció sin necesidad de hacer mucha memoria, era Melody, la rubia platinada con quien había tenido el conflicto la noche que había conocido a Liam.

Con un vestido maravilloso y joyas que hubiera dejado ciego a cualquiera, vestida y peinada de infarto, golpeaba la puerta con impaciencia. Parecía la imagen de la riqueza y el glamour. A su lado, con el vestido del que se había sentido tan orgullosa hasta ahora, ella parecía la nada. Frenética, nerviosa, no supo que hacer y luego trató de volver atrás, pero justo en ese instante la blonda se dio vuelta y la vio. Posiblemente hubiera pasado inadvertida ante ella en otro contexto, pero este piso solo tenía dos apartamentos. Y Melody la conocía, al menos la había visto bien al insultarla cuando derramó su champagne.

—Tú…Te conozco, ¿no es así? —la mujer entrecerró los ojos, buscando en su memoria—. ¿Quién eres? —Se acercó a Amelia, que parecía haber quedado clavada en el lugar y no podía soltar palabra, aunque su mente pugnaba porque sus labios dijeran algo inteligente—. ¿Vienes a ver a Liam? ¿Eres la mujer que se está follando?

La vulgaridad y desprecio de su voz, rápidamente devenido de cuidadosa a chillona, hicieron que Amelia se sonrojara. De algún modo parecía que Melody sabía algo de ella.

—No voy… —comenzó a responder, pero la rubia se le vine encima.

—¡Te reconozco ahora, pájara! Eres la que me derramó champagne en aquella fiesta. ¡Veo que lo hiciste con toda intención! Te follas a Liam y crees que puedes ser rival para mí, ilusa —rio con un desagradable sonido—. Está claro lo que eres y debes ser buena si lo has entretenido hasta ahora. Pero se te termina el tiempo, putita. Liam es mío, es cuestión de tiempo que nos comprometamos oficialmente y nos casemos.

Amelia boqueaba, impactada por la violencia en las palabras y los ojos de Melody, que parecía haber perdido la compostura. No pudo contestar, sentía que su garganta se había hecho un nudo. En ese momento Liam abrió la puerta, envuelto apenas en una toalla, evidencia de que estaba duchando. Su mirada de estupor las recorrió a ambas, desconcertado. Amelia temblaba, pero Melody se recuperó de inmediato, poniendo su mejor cara, como si nada hubiera ocurrido.

—¡Liam, querido! —le dio un beso—. ¿Cómo es posible que no estés listo aún? —hizo un frenético aspaviento—. Vamos tarde, amor.

Si no hubiera visto la mirada de desconcierto de Liam y hubiera recordado que él mismo le había pedido que viniera, Amelia hubiera creído el teatro de Melody. Se hubiera dado vuelta sin pensar, para irse.

—¿Qué haces aquí, Melody?

La confusión en sus ojos era evidente y su boca hizo un rictus que Amelia reconoció como contrariedad.

—¿Qué hago aquí? —Melody elevó una ceja y su voz se elevó, nerviosa—. ¿No recuerdas nuestro compromiso, la fiesta de mi padre? Prometiste a venir conmigo. Es nuestra noche, tú dijiste...

—No —cortó seco él, pasando la mano por el cabello—. Tú hablaste y yo te dije que tenía planes.

—Tú madre dijo… ¡No puedes dejarme plantada de esta manera!

—¿A ti te parece que mi madre decide por mí? —dijo él, frío y fastidiado—. Lo lamento, pero esto no funciona así. Deberías haber tomado la oferta de Ryker. Llámalo, es probable que esté disponible. Hazlo rápido.

Su rostro se dirigió a Amelia, cambiando la mirada de frialdad por una cálida, una que hizo que Amelia se aflojara.

—¡No puedo creer que me dejes de lado por esta…! Por esta... ¿Este es tu plan? ¿Un revolcón con una mesera? —la voz de Melody se hizo dura—. Es totalmente ofensivo que prefieras pasar el rato con esta gorda. Oh, no dudo te la debe chupar muy bien, pero mírala…Ni un atributo destacable. Los hombres que se dejan gobernar por sus penes pierden, Liam.

Amelia sentía su cuerpo arder de furia y humillación, temblando, aunque incapaz de articular palabra. Era esa la forma en la que desgraciadamente había respondido al acoso, en el pasado y parecía que nada cambiaba. El dolor le quitaba toda capacidad de defensa. Fue Liam el que, frío y con su cara vuelta una máscara, cortó finalmente a Melody:

—Debes irte, Melody. Deja de decir tonterías. No tengo compromisos con nadie. Y eso te incluye.

La rubia apretó sus dientes y lo miró con rabia, para luego recobrar su compostura.

—Espero que recapacites. No estaré esperándote. No puedo creer que tengas tan poca clase.

—Vete.

El taconeo furioso y el subsecuente empujón a Amelia dieron cuenta de la explosiva salida, y Amelia sintió que los ojos quemaban su espalda cuando las puertas del ascensor se cerraron. Se sentía incapaz de moverse o pensar con claridad. El ataque había sido arrogante y doloroso.

—Amelia…—él se acercó y la abrazó.

Ella trató de contener sus lágrimas, pero las palabras habían calado hondo y no fue posible. Otra vez volvía a sentirse la adolescente acomplejada. ¿Qué era ella, con su absurdo vestidito casero, frente a Melody? Ante Liam. Nada. Así se había sentido. Como si la realidad se derramara con violencia, para despertarla. Era imposible que saliera ilesa.

Acababa de abrir la puerta a sus sentimientos y estos decían, sin sombra de dudas, que amaba a ese hombre que la miraba sin entender por qué estaba inmóvil y parecía no reaccionar. Ella, la poca cosa y con poca clase, la que había aceptado ser la amante de Liam, sin vínculos sentimentales, lo amaba. Él había sido muy claro, nada de sentimientos. Y Melody, en su horrible clasismo, tenía razón. La que estaba equivocada era ella.

—Liam, creo que… Esa mujer tiene razón. No tiene caso— dio la vuelta y con pesar se dirigió a las escaleras, pero los brazos de Liam la detuvieron.

—Amelia, no te alejes de mí. No dejes que Melody te afecte. Que afecte lo nuestro. Nada de lo que dijo es cierto. Es contigo que quiero pasar la noche. No le prometí nada y no me interesa. Anda, ven —le sonrió y la condujo otra vez a su apartamento.

Amelia se dejó llevar, sabiendo que estaba mal, que estaba jodida, que le iba a doler pronto el ser tan débil. Pero lo quería, quería estar con él. Y de algún modo, hoy, esta noche, era suyo. Este hombre bello, poderoso, sexy, había despedido a la elegante Melody para estar con ella. Eso tenía que valer. Cedió. Se equivocaba, lo sabía, pero no podía evitarlo. Lo necesitaba. Lo que pudiera darle. 

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