Liam

Liam


Veintiuno.

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Veintiuno.

 

AMELIA.

 

Salió del sitio con rapidez, procurando compensar el tiempo perdido. Había pasado la noche entera en el apartamento de Liam y se había dormido esa mañana. Él se había ido temprano y le había dicho que podía quedarse tanto como quisiera, lo que agradeció. Pero había dormitado y se retrasaba para el trabajo. Cerró los ojos y un estremecimiento le trajo el recuerdo de la pasada noche, otra más en la que habían compartido esos instantes abrumadores e íntimos que se acumulaban.

El episodio con Melody la pasada semana no había roto la magia: la forma en la que él había revertido sus palabras, como la había acariciado y besado, con fuego y pasión, la habían convencido de que podía funcionar. Claro que era riesgoso, estaba comprometiéndose en cuerpo y alma en algo que se volvía cada vez más incierto. Suponía que él tenía algunos sentimientos hacia ella; tenía claro que no era solo sexo lo que vivían, pero no le había expresado nada.

Y Amelia había decidido que prefería el riesgo, lo había considerado: escapar de él por miedo a sufrir no tenía sentido. Estaba hasta las manos por ese hombre; el dolor que sentía cuando no estaba con él, la forma en que lo extrañaba, hacía que corriera cada vez que la llamaba.

Ya en el estacionamiento, a diez metros del vehículo, la figura de las dos mujeres la hizo detener en seco. Una de ellas era Melody, perfectamente vestida, como si fuera asistir a una fiesta a primera hora de la mañana. A su lado y no menos compuesta, una mujer de una elegancia innata, aunque mayor, la miraba con frialdad, midiéndola con una mirada que Amelia no pudo clasificar sino como intimidante. Melody se adelantó, pero fue la mujer mayor la que habló:

—Tenemos que hablar.

—No sé qué…—Amelia murmuró nerviosa.

La voz de Melody, chillona, la sobresaltó:

—Liam, querida, Liam pasa. ¿Crees que vamos a permitir que lo sigas enredando?

—Te confundes…

—Deja el teatro, sabemos perfectamente quién eres. La puta que mantiene y que parece creer que puede obtener algo de él, además de una buena follada.

—Melody— la voz de la mujer sonó dictatorial y llevaba implícita una reprimenda.

—Disculpa mi lenguaje, querida—Melody la miró y ensayó una disculpa, pero luego volvió su mirada aviesa a Amelia—. Este tipo de mujeres solo entiende cuando alguien es directo.

—No sé qué es lo que quiere ni tampoco… —dijo Amelia.

—Soy la madre de Liam —cortó la otra—. Tengo entendido que, de algún modo, él se ha enredado contigo. No sé qué clase de artimañas has usado, mas te puedo asegurar que no permitiré que te sigas beneficiando de su gentileza. Ni siquiera puedo entender que ve en ella —miró a Melody con extrañeza y luego su desprecio se volcó en Amelia. 

—Ni siquiera una pista—Melody pareció estremecerse.

—Tan falta de clase, evidentemente sobrealimentada.

Amelia se sintió tan herida; hablaban como si no estuviera, como si fuera un elemento de estudio. No podía emitir sonido, conteniendo la respiración, su pulso acelerado parecía enviar sangre por su cuerpo a velocidad inusitada. Las miradas, la actitud, el desprecio era tal que deseó que un agujero negro la tragara.

—¿Cuánto quieres por dejar a mi hijo en paz? —la mujer mayor había sacado una chequera y, bolígrafo en mano, la miraba.

Amelia sacudió su cabeza, sin poder creerlo.

—Vamos una cifra. Las de tus clases solo entienden ceros.

—No te excedas. No lo vales —sentenció Melody.

Amelia levantó su cabeza con toda la dignidad que pudo y se aclaró la garganta. Estas dos podían ser el ejemplo más claro de elegancia, sofisticación y dinero, podían tener el glamour del mundo, pero no pisotearían su dignidad.

—No las escucharé más. No tengo nada que decirles, salvo que me dan pena. Usted —se dirigió a la mujer mayor—, no tiene siquiera una idea de lo maravilloso que su hijo. Con todo el poder que tiene, jamás ha actuado de la forma tan baja que usted lo ha hecho.

—Mi hijo es un tonto sentimental —hizo un mohín despectivo—. Es mi deber sacarle de encima a las arribistas escaladoras que creen en mejorar su estatus a través del sexo.

—Se equivoca, pero no importa. No me conoce.

—Ni siquiera me interesa.

—Estamos iguales. No se preocupe. Su hijo está seguro conmigo, tenemos nuestros asuntos muy claros.

Sin más y a pesar del temblor de sus piernas, se obligó a caminar y las rodeó, pasando también de largo al vehículo que la esperaba, dejando detrás al chofer, que la miró desconcertado. Amelia nunca había necesitado tanto respirar aire puro. Esas dos…No la conocían, no sabían cómo era y tenían la peor imagen de ella. No tenía que importarle, pero eran parte del círculo de Liam. Uno que jamás la aceptaría.

No es que él siquiera se hubiera planteado introducirla en él. De todas maneras, venían a ella, para expulsarla, para hacerle ver que era inadecuada. Era una ilusa si creía que él en algún momento querría algo más que sexo. En su afán por tener algo de él, por compartir horas, había dejado que el fantástico sexo compartido la engañara, haciéndola pensar que le pertenecía. Era una falacia y de nuevo se lo recordaban. Como esa manecilla que golpea la puerta, cada tanto, le decían que despertara de su fantasía. Ella era nadie. Él pronto la dejaría atrás. Y se llevaría su corazón con él. O mejor, lo dejaría quebrado, devastado, en pedazos.

Tenía que ser fuerte y romper el hechizo, decidió, caminando sin parar y dando vueltas a las ideas sin parar. Era preferible un desengaño a tiempo que el rechazo y la patada cuando él se cansara de ella. No podría soportarlo, no podría soportar su indiferencia y el abandono. Limpió sus lágrimas, sentada en un banco. Se sentía cansada, sin esperanzas. Ni siquiera tenía ganas de trabajar.

Ya se había hecho tarde, de todas formas. Sus pensamientos atormentados la habían hecho caminar por dos horas. Necesitaba descansar, desconectar. Se lo merecía. Merecía estar en su casa y con su familia, protegida. En el refugio que era su espacio. Sacó su móvil y envió un mensaje a Bratt, y luego tomó el transporte para ir a su casa. Ignoró sistemáticamente los mensajes de su jefe despotricando y amenazando con despedirla. Que lo hiciera. No podía soportarlo más.

Apenas llegó se dirigió a su habitación, pasando rápido frente a Tina y su tía, diciendo que se sentía cansada y probablemente estaba por engriparse. Era imposible que no notaran sus ojos rojos e hinchados, pero nada dijeron. En su habitación, finalmente, lloró en silencio, ahogando sus sollozos con la almohada.

Comenzó lento, pero pronto se volvió una catarata. Dolía mucho querer sin ser correspondido. Dolía entregarse queriendo dar todo sabiendo que el otro devolvía una parte. Dolía ser poca cosa y no encajar. Dolía tener que tomar una decisión tan difícil cuando todo le gritaba que no lo hiciera, que no arrancara de su vida lo único que le daba calor y la completaba. El golpe en la puerta y la voz preguntando si estaba bien la hicieron reaccionar. Sus seres queridos no merecían que ella se desmoronara.

—Estoy agotada —contestó.

—Sé que hay algo más —su hermana entró y se sentó a su lado, acariciando su mano.

Se mantuvo en silencio unos minutos.

—He estado saliendo con alguien.

—Lo sé, es obvio. Tu ánimo cambió, pasas noches afuera, el fin de semana en la playa. Esa persona te hizo muy bien. Pero eso parece haber cambiado.

—No me ha hecho mal. Él no cambió. Pero me he concientizando de que soñé demasiado alto. Y la caída es dolorosa.

—Hermanita…

—No te preocupes por mí, Tina. Estaré bien. Esto no mata a nadie.

—Duele.

—Sí. Es parte de vivir.

Tina le sonrió, aunque esto no alcanzó a sus ojos. La vio rara.

—¿Qué pasa, Tina?

—La tía no se ha sentido bien —susurró—. No quisiera decirte esto justo ahora, pero me temo que los dolores están volviendo y eso no son buenas noticias.

Amelia se secó las mejillas y se incorporó.

—Tenemos que llevarla al médico, que le hagan chequeos.

—Amelia, sabes lo que dijeron los especialistas la última vez.

—No podemos…

—Ella está cansada. No quiere ir. Ha sufrido mucho y sabe que es inútil. Su enfermedad ha estado controlada, pero no ha remitido.

—Con otros medicamentos y sesiones de quimioterapia —esgrimió.

—Sufriría, Amelia, sin posibilidad real de cura. No quiere terminar su vida en una cama, dolorida.

Se derrumbó, abrazando sus rodillas.

—No quiero que sufra.

—No podemos hacer demasiado. Contenerla, disfrutar de ella. Sabes cómo es. Terca hasta el final.

—Lamento tanto que hayas tenido que llevar la casa y ayudarla. Debí…

—No has podido hacer más. Te has roto la espalda para darnos lo que necesitamos —le dijo Tina con énfasis, abrazándola.

Amelia se recostó y cerró los ojos, agotada.

—Y, aun así, todo se diluye en nuestras manos. No manejamos nada.

—Si empeora la llevaremos, claro. Para que le den calmantes. Pero ella está en paz con la idea de morir.

—No lo puedo aceptar —sollozó.

—Tampoco yo. Pero hemos de tener esperanza de que podrá disfrutar sus últimos meses.

La esperanza era algo que Amelia sabía que duraba poco, pero se aferró a esa idea. Confrontada a la inevitabilidad del decaimiento de su tía, a la inminencia de uno de sus temores más grandes, su sufrimiento por Liam parecía algo fuera de lugar.

 

+++

 

El correr de los días hizo que los pronósticos más tristes se fueran concretando. Su tía fue consumiéndose con rapidez y Amelia no podía soportarlo, verla deteriorarse le partía el corazón en dos. Aferrada a la idea de estar con ella y ayudar a Tina, desestimó las llamadas de Liam y sus mensajes, respondiendo con evasivas y luego directamente, para hacerle saber que había desistido del trato. Escribir ese mensaje fue una de las cosas más dolorosas que recordaba, pero no podía distraerse de lo importante. Había tomado la decisión antes de saber lo de su tía, pero esto había reforzado la idea.

AMELIA. Liam, te agradezco infinitamente el tiempo vivido, las risas, el apoyo, el placer. Me sentí contenida y halagada, intensamente feliz por tu interés y tu pasión. Pero ambos, tal vez tú más que yo, sabíamos que tenía tiempo de finalización. He decidido ser la que termine con esto. Te confieso que has significado mucho para mí. No puedo seguir, a riesgo de romperme, de quebrar este que ha sido el mejor trato que alguna vez he hecho. No he podido mantener mis sentimientos ajenos, aunque lo intenté. Espero que no te quedes con un mal recuerdo mío. Tengo el mejor de ti.

Apretar enviar fue todo un esfuerzo y aguantar impasible la serie de mensajes de vuelta, inquiriendo razones y pidiendo hablarlo personalmente, casi la quebró. Durante varios días, se sucedieron los ramos de flores, las notas, los mensajes, en una andanada que no esperó y que hizo todo más difícil. Las palabras dulces y la inesperada necesidad de él por explicaciones la desarmaron.

Resistió como pudo, con el corazón en la mano, amparada por Tina y Sharon, que no decían nada. No se atrevían, su cruda decisión tomada. Lo que Liam experimentaba era sorpresa, incredulidad, dedujo. Era un hombre acostumbrado a tener la última palabra, a ganar. Pero este no era un juego. Era su vida, su corazón. Se concentró en su familia, dejando de lado su trabajo, pues Tina no podía lidiar sola con la situación cada vez más difícil.

Una que al final se tornó irreversible y las obligó a hospitalizar a la tía. Con esta decisión llegaron los apremios económicos. Sin un seguro médico bueno que cubriera la permanencia y el tratamiento hospitalario, los gastos médicos se fueron acumulando y esto desesperó a Amelia.

No saber cómo resolverlo le llevó a pedir un préstamo a Bratt, ya que Sharon no tenía el dinero. Mas las condiciones que este impuso fueron tan dantescas e inmundas que las desechó de inmediato, horrorizada por su falta de humanidad y de límites. Lo único que pudo pensar, aunque la sola idea le costaba el mundo, fue pedir dinero a Liam.

Su orgullo no podía ponerse en el medio del tratamiento paliativo de su tía, decidió. Darle la mejor muerte posible era lo único que podía hacer. No tenía nadie más a quien recurrir, a quien pedirle dinero, no tenía expectativa. ¿Qué valía su orgullo frente a la posibilidad de que su tía pudiera pasar su último tiempo cuidada y muriera con dignidad? La idea de esto la llevó finalmente a enviarle un mensaje. Esperaba que él entendiera.

AMELIA. Liam, espero de todo corazón que no malinterpretes este mensaje. He luchado para tratar de evitar esto. Pero no tengo otra posibilidad. Eres mi última esperanza. Se que no me debes nada, y esto va en contra de lo que muchas veces proclamé.

Necesito con urgencia la suma de dinero que ves en esa imagen que adjunto; es para cubrir los gastos médicos de mi tía. Ella está viviendo los últimos momentos de su enfermedad y sin seguro médico los cuidados paliativos no serán posibles. ¿Podrías hacerme un préstamo? Sé cómo debe sonar, y lo lamento tanto. Trataría de devolverte esa suma a la brevedad, te puedo firmar los documentos que me pidas. Entenderé si no puedes considerarlo.

La respuesta no se hizo esperar y suspiró con fuerza, sollozando, al recibirla. Escueta, pero clara.

LIAM. Lamento saber que tu tía está en tan mala situación. Sé cuánto la amas. Por supuesto que tienes ese dinero a tu disposición, Amelia. ¿Cómo podría no considerarlo? Pásame todos los datos del seguro médico y todo estará cubierto.

Temblando, llena de agradecimiento, le contestó.

AMELIA. Gracias. No sabes lo que significa para mí.

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