Liam

Liam


Veintidós.

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Veintidós.

 

LIAM.

 

Liam sentía el peso del mundo sobre sus hombros. Habían pasado tres meses, tres largos y solitarioS meses desde la última vez que había visto Amelia, del último momento en que la había besado y le había hecho suya, en que habían compartido la más dulce y apasionada intimidad. Jamás imaginó, al abandonar el lecho de su departamento aquel aciago lunes a hora muy temprana, luego de besar sus suaves labios, que sería la última vez.

El desconcierto regía su vida desde entonces, volviendo miserable lo que había sido hasta hacía bien poco su normalidad. La ruptura había sido inesperada y se había precipitado sobre él con la velocidad de una tormenta de verano, pero lo había sumido en la oscuridad. Esa era su sensación, pura y cruda. Como si todo fuera un antes y un después de Amelia.

Recibir el sucinto mensaje de abandono lo había sorprendido. Sin ninguna advertencia, sin ningún desencadenante, sin nada que hiciera prever el desenlace. Al desconcierto y perplejidad había seguido la rabia. ¿Cómo se atrevía a dejarlo? ¿No era capaz de ver cómo se complementaban? ¿Todo lo que él había cambiado por ella?

Luego, la ironía de la situación se había hecho obvia. Lo que Amelia había hecho era lo que él pretendía hacer en algún momento más adelante, algo que había venido posponiendo porque le dolía pensar en un adiós. ¿Por qué le impactaba tanto? Sí, su orgullo estaba herido, pero no pasó mucho hasta que fue entendiendo que lo que sentía iba más allá de un sentimiento de vanidad.

Comenzó por extrañarla físicamente, empero, pronto la cruda realidad se evidenció: le partía en dos no tenerla, toda ella. Sus risas, su charla, cenar y mirar TV, la intimidad, compartir. No guardó su reacción, no se comió sus sentimientos, pues no paró de enviar mensajes y detalles que la trajeran de vuelta. La necesitaba. Quería recuperarla.

Solo luego de una semana pudo entender, pasada su tormenta interna, lo que el mensaje de adiós significaba. Ella terminaba todo porque había empezado a sentir algo por él. Involucró sus sentimientos. Esos que él, como el auténtico bastardo manipulador que era, le había dicho que no podían entrar en juego. Esos que él mismo había sido el primero en incorporar, rompiendo, sin intenciones y sin demostrarlo, lo que había sido la esencia del trato inicial. <<Sexo sin sentimientos mis pelotas>>, se dijo entonces. No se podía estar más comprometido.

Esta convicción le asustó. No estaba acostumbrado a manejar estos sentimientos. Y si se equivocaba. ¿Si lo que sentía en verdad era abstinencia de ella? Su química era tan buena, tan vibrante, que era posible. No podía ceder a la tentación de ir por ella y confesar algo de lo que no estaba seguro, que suponía. El tiempo decantaría las cosas, decidió.

Cuando algunos domingos después de lo ocurrido su ánimo se encontraba peor de lo previsto y nada parecía mejorar, su madre le dio a entender que estaba preocupada por él. La escuchó sin mover un músculo y no emitió palabra.

—Has cambiado mucho. Te has vuelto débil. Si tu padre estuviera aquí…

—Madre… —quiso cortar Ryker.

Sus hermanos pretendieron frenar el discurso, pero fue inútil.

—Si mi padre estaría aquí, tú no podrías vivir con libertad, derrochando dinero en idioteces y maquinando para que tus hijos se casen con quienes tu club de bridge considere candidatas —interrumpió Liam, con frialdad.

—No te permito. Te he criado…

—Permíteme discrepar ahí —se involucró Alden—. Beatrice nos crio.

—Coincido —dijo Liam—. Ya que estamos en esto, en confesiones, te diré fuerte y claro que no tengo intenciones de comprometerme, casarme o siquiera estar cerca de Melody.

—¿Esto tiene que ver con esa mujerzuela con la que te revuelcas en tu apartamento? De verdad, Liam —los ojos de su madre se desmesuraron, mostrando su furor.

Liam la miró con ira:

—Lo que haga de mi vida es asunto mío.

—Eres la cabeza de la familia Turner. Lo que hagas nos impacta.

—No veo que nos haya impactado mucho. De ser así, la vida amorosa de papá nos hubiera sumido en el oprobio —sentenció Ryker, ganándose la furibunda mirada de su madre.

—Puedes elegir mejor, hijo. Es terrible la falta de clase y aspecto de esa mujer.

—No hables de ella.

—Mira, ya comencé el tema y pienso seguir. Tienes a una mujer exquisita dispuesta a comprometerse contigo. Melody es todo lo que un hombre querría para sí.

—No me interesa.

—¿Y si lo hace esa desarreglada, obesa y aprovechada? Melody me habló de ella.

—¡No quiero que hables de ella!

—¡Traté de sacártela de encima! Esas fulanas hablan el idioma del dinero.

Liam sintió que veía rojo. ¿Había pago a Amelia para que lo dejara? ¿Ella lo había aceptado?

—¡Ella no es así!

—Su numerito de digna lo hizo bien. Pero es cuestión de tiempo para que acepte. Seguro que si le ofrezco una cifra más alta…

—¿A eso te acostumbraste con las amantes de nuestro padre? —fue Ryker el que intervino.

Liam respiraba con furia. Se había atrevido a confrontar a Amelia, a ofrecerle dinero. ¿Qué pensaría de él, de ellos? Claro que había sido digna, ella era la mujer más integra, más entera que conocía. El viejo sentimiento de desilusión lo invadió, ese que siempre lo rodeaba cuando su madre actuaba.

—No puedes dejarnos ser, ¿verdad? Tienes que juzgar a todos por tu torcido sentido de la vida.

—Hijo, esa mujer es todo lo que detesto. Va contra lo que somos.

—Lo que eres —intervino Avery, con desprecio—. Tú eres la que cree que nuestro dinero nos da derecho a todo. Y que lo que mostramos es lo que somos. Tú eres la que cree que ser feliz es lucir ropas y joyas. No nosotros.

—Espero que tu acción no sea la que precipitó el que Amelia tomara la decisión de… —cortó su frase y la miró furibundo—. Te juro por lo que más quiero que si fue así, no pisaré esta casa nunca más. No me verás más, si es que eso te importa. Y de paso te digo que es la mujer que me enamoró, la única que ha logrado conmoverme. He sido tan obtuso como para no considerarla en todo su valor. Pero eso va a cambiar. Haré todo lo que sea posible para tenerla a mi lado.

—¡No puedes hacer eso! ¿Qué dirá Melody, su familia, nuestros amigos?

—No es algo de lo que me voy a hacer cargo. Y tú tampoco deberías. Aunque sé que eso es mucho pedir.  

Su tono era tenso; la ira lo envolvía y sus hermanos le rodearon para atemperar la discusión. De continuar, diría cosas que lamentaría de por vida. Su madre era así, no tenía cura ni jamás comprendería. Avery lo abrazó por la cintura y lo llevó a la sala contigua al jardín, pidiéndole que se sentaran. Miró preocupada a Alden y Ryker y estos le devolvieron la mirada de consternación. Este no parecía Liam, no el que conocían; el tranquilo, frío y calculador que hacían las veces de árbitro entre ellos.  

—Es increíble… Atreverse a juzgarla y humillarla —dijo—. Todo para conseguir que me comprometa con alguien tan vacío como Melody. Esa mujer no vale siquiera la mitad de Amelia. ¿La perdí por ellas, por lo que le dijeron? —se tomó el rostro con las manos y suspiró, cansado y aturdido.

Los tres hermanos se miraron, Alden y Avery haciendo un gesto a Ryker, para que procediera a hablar, pero este parecía sin discurso, probablemente impactado por la reacción temperamental, el vacío de su mirada y por su actitud de derrota. Poco a poco Liam comenzaba a tener la convicción de que su madre y Melody, esas dos artificiales mujeres, habían tenido el atrevimiento de ir a por Amelia y la habían tratado como una cualquiera, como una mujerzuela.

Sabía lo sensible que era, su aversión a ser considerada una escaladora, su constante lucha porque él no le diera nada que significara que su nexo era más que disfrute y tiempo compartido. ¿Cuán tocada y vilipendiada se habría sentido ante la injusticia y la prepotencia?

—Liam, debes calmarte. No se puede esperar más de nuestra madre que insensibilidad y superficialidad.

—No dudó en herirme al atacar a Amelia.

—A su modo, egoísta y cobarde, debe haber pensado que protegía a la familia. Pero no puedes pensar que esa mujer está perdida. Si la quieres, si…

Suspiró, desalentado, haciendo la cabeza hacia atrás y estirando los pies. Era la imagen de la insatisfacción.

—Culpo a mamá por esto, que fue grave. Estoy seguro que precipitó la decisión de Amelia. Pero también tengo mucho por lo que culparme. 

No dijo más, sus pensamientos eran turbulentos. No había sido más benevolente que su madre. No había sido sincero con Amelia, había estado en guardia siempre, levantando paredes que frenaran lo que sentía por ella, tratando con desesperación que nada se le fuera de las manos. En su obsesión por controlar, no le había dado nada que no fuera sexo y algunos momentos de apertura.

No la había hecho saber lo que sentía, ni siquiera lo había confesado ante sí mismo y ahora se le presentaba con meridiana claridad. Se daba cuenta de cuánto la amaba cuando la había perdido. No la merecía, él no merecía a alguien como Amelia en su vida. Y ella había decidido que no iba más.

¿Cómo no iba a hacerlo? Él era un bastardo con dinero, no muy diferente a su padre. Se levantó con agitación y se dirigió a la salida, sin hacer caso a lo que sus hermanos le decían o recomendaban. Necesitaba estar solo, procesar esto que era una herida abierta, algo que le dolía desde lo más hondo. Necesitaba estar en la soledad, lamer sus heridas sin testigos.

 

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