Liam

Liam


Veinticuatro.

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Veinticuatro.

 

AMELIA.

 

Día tras día abría los ojos con pesadez y trataba de movilizarse de la cama. Se sentía tan cansada. Le costaba emprender la rutina, el simple hecho de levantarse y tratar de conducirse de manera normal en el actual contexto era demasiado. Su corazón y su cabeza se encontraban agotados. La muerte de su querida tía, luego de días de espera y cuidados, había sido extenuante para ella.

Sabía que debía sobreponerse y que su tía Meg se encontraba en paz, descansando por fin luego de años de dolor. Empero, no podía evitar extrañarla y compadecerse a sí misma por su egoísmo. Debería estar sosteniendo a Tina y sin embargo era su hermana menor la que la movilizaba.

La primera semana había sido de inmovilidad. Su mente se había cerrado, como si demasiadas cosas se hubieran acumulado para que pudiera funcionar. Se sentía como una diminuta hoja en un vendaval. Sin trabajo, con su familia reducida y con el amor de su vida lejos, parecía que caía en un abismo sin fin.

Con tristeza podía aceptar la inevitabilidad de la muerte, pero la separación física y sentimental de Liam corroía como ácido, dolía sin parar. Sabía que él no había entendido lo repentino de su accionar. Le había exigido explicaciones una y otra vez, mensaje tras mensaje, llamándola repetidamente, e hizo su mejor esfuerzo para no contestar.

Su decisión no se mantendría si lo escuchaba, lo sabía, por eso trató de evitar su voz, su mirada. Se sentía vacía de esperanzas a la vez que llena del amor que sentía por él, que se le desbordaba en el pecho. Esa era justamente la razón de su huida, ese era el problema. Ella lo amaba, él la deseaba. Por fin había entendido que la pasión de Liam era también la suya, pero no le bastaba.

Él no lo entendía así, sus mensajes la interpelaban, la envolvían, apelaban a su vínculo, a lo que habían compartido:

LIAM. ¿Por qué no me respondes?

LIAM. Te extraño. ¿No sientes lo mismo?

LIAM. ¿Puedes decir con franqueza que no me quieres a tu lado?

LIAM. Pensé que teníamos una relación. Hablemos.

Era factible que la desazón e incomprensión que los mensajes denotaban, a pesar de su brevedad, tuvieran que ver con el orgullo herido de ese hombre acostumbrado a tenerlo todo. No podía responderle. ¿Qué decirle? ¿Que su cuerpo extrañaba sus caricias, el sexo, los momentos de intimidad? Claro que lo quería a su lado. Tenían una relación adulta y consensuada, pero ya no era suficiente para ella.

Tenía que reconocer que aquellas dos mujeres frías y elegantes que la habían interpelado y humillado con sus miradas y palabras tenían algo de razón. Estar juntos hacía mal, pero a ella. Para él era algo circunstancial, y se engañaba a sí misma si no lo reconocía. Tenía que reordenarse y avanzar, con sus dientes apretados, desobedeciendo a los latidos del corazón que apelaban a ir por él y atendiendo a su cabeza para seguir, para recuperarse.

Con el correr de las semanas y siempre con la sombra de su hermana detrás, empujándola, instándola a levantarse, logró levantarse. Fue Tina junto a Sharon las que se sentaron con ella frente al ordenador y la obligaron a reconocer lo que quería hacer, de verdad, con su vida profesional. La ayudaron a ordenar sus carpetas y sus bocetos, a depurarlos, a emplear el ingenio para adecuar ropas de segunda mano con buenas telas para acercarse a sus diseños.

Tina la ayudó a crear su perfil profesional en las redes sociales, a diseñar una marca y un logo, a interactuar con los interesados que comenzaron a aparecer. Esto le fue dando perspectiva y pudo canalizar su energía y su tristeza en lo creativo y en lo manual. Pronto comenzó a llenarse de la idea de que una parte de su vida debía enderezarse.

El resto de las cosas las hacía mecánicamente; en su mente la tristeza y la nostalgia estaban presentes desde que amanecía hasta que cerraba sus ojos en la noche. Y eso lo sabían Tina y Sharon. Al principio no lo cuestionaron, pero pronto comenzaron a buscar que se desahogara. Sharon era de las que creía que lo que no se dice envenena y Tina podía ser muy persistente:

—Vamos, hermana. Eres fuerte y puedes hacer lo que desees. Lo estás demostrando al aventurarte con tu sueño. Pero sé que te carcome el no estar con ese hombre. ¿Por qué no respondes sus mensajes? Soy consciente de que lo amas.

—Claro que sí —aseguró—. El problema no es ese —le dijo con tristeza—. No puede haber una verdadera relación entre nosotros.

—¿Eso lo decidiste tú?

—Claramente no, no estaría tan desgarrada. Liam no ha dicho que me ama ni que quiere volver conmigo. Simplemente me extraña, extraña la pasión que compartimos, la cama —se sonrojó al reconocerlo, pero Tina rodó los ojos.

—Tengo la mayoría de edad y no soy lerda, aunque te comportes como si estuviera en el kínder. Sé lo que es la piel entre dos personas.

—Hay mucho, mucho de eso entre nosotros —reconoció—. Pero para mí, es más. Él dice que desea verme. Sé que lo que desea es tener sexo.

—Lo estás dando poco crédito. Podría tener a cualquiera en su cama. Lo googlé. Es mega guapo y millonario.

—Lo es —su mente se perdió en la añoranza.

—Esos ramos de flores que no dejan de llegar y esas tarjetas parecen pedir más que sexo —argumentó Sharon, que había escuchado en silencio, sabedora de que no podía apurar a Amelia o se cerraría de plano a hablar.

—No puedo hacerme ilusiones.

—¡Debes hacerte ilusiones! ¿Cómo vas a superar esto si no lo haces? Tienes que poner el corazón en algunas de las áreas de tu vida, hermanita. Si no vas dar una chance a Liam, déjalo atrás, no vuelvas una y otra vez a él en tu mente. Concéntrate en conseguir tus sueños.

—Lo hago.

—Mira, Amelia—Sharon dijo con cautela—. Con respecto a eso, tengo una novedad que puede ayudar—Amelia y Tina la miraron, con curiosidad—. Hace unos días conocí a una mujer que es una inversionista interesada en promover nuevas ideas. Muy simpática, joven, entusiasta. Y con mucho dinero. Le conté de ti. Le interesaron tus bocetos.

—¿Cómo…?

—Le envié fotos —señaló Tina.

—Y miró tus redes. Leyó tu visión y lo que quieres hacer con tus diseños. Todo eso de crear para una mujer real, para dar belleza y sensualidad a las mujeres con curvas. Quedó encantada. Quiere financiar tu empresa y convertirla en algo más grande. 

Amelia miró con sorpresa. Era difícil creer que una oportunidad así apareciera de pronto. Pero la vida era dulce y amargo. ¿no era así? Había caído tan bajo que solo podía ir hacia arriba otra vez, la escalera era de subida.

—Dinos que lo considerarás. Tengo los datos de contacto.

Asintió. Lo pensaría.

—Sí, muy bien —aplaudió.

Amelia sabía que ambas estaban más allá de lo preocupada por ella. Tenía que levantarse de esta situación. Suspiró. Las tareas más sencillas le llevaban un buen tiempo y le costaba concentrarse. Rememoraba cada uno de los instantes vividos con Liam. Releía sus mensajes, que no cesaban, como si él hiciera su cruzada reconquistarla por el móvil.

Él no parecía cansarse y debía reconocer que la entibiaba que siguiera preocupándose o interesándose a pesar de que ella permanecía en silencio. El tenor de sus palabras parecía ser muestra de un interés que trascendía placeres del encuentro sexual, pensaba a veces, aunque cuando ese tipo de ideas la llenaban, procuraba desmontarlas.

LIAM. Te extraño. Quiero pensar que te pasa lo mismo. ¿Nos encontramos?

LIAM. Quisiera que me dijeras que pasó entre nosotros para que decidieras unilateralmente dejarme.

LIAM. Lamento muchísimo lo que ha ocurrido con tu tía. Espero que puedas superarlo. Tienes la fuerza para hacerlo.

LIAM. Amelia, añoro nuestros encuentros. Te confieso que en la soledad de mi apartamento falta tu presencia y tu risa.

LIAM. Estoy en mi casa de Santa Mónica. ¿Recuerdas lo bien que la pasamos? Como si eso fuera posible.

LIAM. No dejo de pensar en ti. ¿Alguna vez vas a volver a darme la oportunidad? No desisto de lo nuestro, Amelia. Aunque te escondas detrás de tu dolor, que entiendo, o detrás de esas paredes que levantaste. Lo que te puedan haber dicho no cuenta. Contamos nosotros y lo que sentimos.

Este último fue el único mensaje que contestó, alterada por el tono y lo que dejaba entrever:

AMELIA. Lo nuestro nunca dejó de ser encuentro de cuerpos. Lo entendí desde el principio, como pediste. Ahora, es momento de movernos adelante.

Había contestado procurando mostrar un desapego que no sentía y le había costado lágrimas. Tenía que reconocer su persistencia. Pero ella tenía que levantarse y rehacer su vida, tenía que deshacerse de las esperanzas de que algo real ocurriera entre ambos. Suponía que él se había acostumbrado a eso: a su cuerpo, a sus encuentros, que habían establecido una intimidad que para él era cómoda. Eso es lo que Liam extrañaba.

Ella no podía fingir que eso era suficiente. Le había sido arrojado a la cara, con brutal desprecio, lo poco que era para Liam. El hecho de que jamás la aceptarían en su círculo, y no es que él se lo hubiera ofrecido. Tenía que seguir por ella, por Tina, por Sharon, que se desvivía porque su situación mejorara. Debía hacer todo lo posible para lograr superarse. Si fracasaba no sería porque no lo había intentado.

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