Liam

Liam


Cinco.

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Cinco.

 

AMELIA.

 

Se sentó a dar cuenta de su almuerzo en un costado de la estrecha cocina de la cafetería, el menos poblado de trastos. Agradeció estar sola y sin cháchara alrededor, pues Bratt había llamado al encargado de la cocina para increparle, como era usual. El abusivo utilizaba cualquier excusa nimia o queja de algún cliente para descargar su ira sobre alguno de ellos. No había estado ajena a eso.

Suspiró, masticando con lentitud. Tenía una bola en el estómago provocada por la ansiedad. Su vida parecía haberse convertido en una ruleta rusa de emociones. Necesitaba ese tiempo para recomponerse y lograr que su mente razonara y dejara de estar en las nubes. ¡Él había venido hasta aquí, a este sitio que de seguro ni sabía podía existir, a verla! Liam Turner quería verla y tenía algo para proponerle.

Parecía tan descabellado, un sueño. Ese hombre se había colado en sus retinas apenas al verlo anoche, cada vez que había podido sus ojos volvían a él y su apostura, en medio de la fiesta, como un gran imán. Solo respirar cerca de él era de locura.

¿Qué querría de ella? ¿Sería posible que el incidente de la noche anterior tuviera consecuencias posteriores? Tal vez quería resarcimiento por los estropicios causados al vestido. Aunque él le dijo que no era grave. Querida, la llamó, recordó, boqueando. Y si… ¿Y si era el novio de la tal Melody y buscaba vengarse por ella?

Una vendetta, entrecerró los ojos. No, sacudió la cabeza. Un millonario moviéndose a un barrio bajo, a una cafetería mugrosa para reclamar venganza por un vestido. Mal argumento para cualquier film. Ella no tenía nada para darle, no podía pensar en algo que él pudiera querer con ella. Ese tipo de personas estaban acostumbrados a salirse con la suya.

¿Podría ser que su torpeza hubiera resultado en problemas para la imagen de esa gente? Hoy día los periodistas estaban siempre alertas para dar a conocer todo lo que les pasaba a las celebridades, a los ricos y famosos. Su mente imaginó la foto que haría la cara de Melody y sus gritos en fotografías. La ridiculizarían, sería objeto de chanzas. Se alarmó y casi se sintió enferma.

La culparían, la llevarían a juicio por … por algo.  Tomó su celular y buscó en las redes sociales, primero el perfil de la empresa de Turner. Su mano temblaba. Encontró de inmediato las fotografías de la gala, hermosas y vibrantes, y las pasó con desesperación esperando que no hubiera ninguna que la incriminara. No la había, se tranquilizó, para luego razonar que la empresa jamás publicaría algo así.

Si había algo malo, sería en las publicaciones de los tabloides y revistas que solían retratar las vidas y fiestas de los famosos. Encontró varias fotografías en ellos, pero ninguna que evidenciara nada incorrecto. Respiró y trató de recomponerse. La visita de ese hombre la había desestabilizado y no podía seguir así. Tenía que concentrarse en el trabajo actual y en su familia, en sus preocupaciones.

¿Cómo haría para mantener la casa, pagar las facturas y las medicinas necesarias, además que lograr que Tina pudiera seguir estudiando? Esto la hizo volver en sí y tomó el celular para atender lo importante. Envió mensaje a Sharon, bendita fuera su mejor amiga. Se conocían desde pequeñas, habían sido compañeras en el colegio y la secundaria, atravesando juntas las buenas y también las amarguras de ser adolescentes marginadas por no corresponder a los estándares promedio de inteligencia y belleza.

Sharon era enfermera, se había graduado, continuando sus estudios, lo que ella no había podido hacer. Su amistad no había medrado, por el contrario, era bastón que la sostenía una y otra vez. Solía pasar todas las mañanas antes de su trabajo para cerciorarse del estado de su tía Meg y aliviar sus dolores de ser necesario, así como ayudar a Tina en alguna tarea. Era un ángel, la hermana de la vida con la que el destino la había premiado. Siempre podía contar con ella y eso era invalorable. Sabía que también era así al revés, ella estaba para contener las inseguridades y preocupaciones de Sharon cuando era necesario. Aunque menudo par hacían ambas en ese sentido.

La respuesta que sonó de inmediato la tranquilizó: todo estaba bien en su casa.

<<¿Cómo estuvo el trabajo anoche?>>, el nuevo mensaje daba cuenta de la curiosidad de Sharon por la fiesta. Normalmente tendrían mucho cotilleo sobre los personajes famosos, sus vestidos, sus alhajas, sus zapatos. Sharon adoraba los zapatos.

<<No te haces una idea de lo mal que fue. Te cuento en la noche, el imbécil de Bratt me llama>>

<<Pizza y vino en casa>> fue la respuesta inmediata.

Vaya si necesitaba a su amiga y desahogarse con ella, contarle lo que le había pasado. Reirían, maldecirían, sollozarían y se emborracharían sin remordimiento. Su garganta se cerró al pensar qué otras novedades se acumularían de aquí a la noche, en especial si pensaba ir a esa cita… No era cita, era… ¿Qué era lo que tenía a las 17, exactamente? Que la mataran si entendía. Pero iría, claro que iría, no podía mentirse fingiendo que lo iba a pensar.

La urgencia hizo que sus manos temblaran al lavar su taza. No tenía nada elegante que ponerse, nada para cambiarse. Debería ir con el uniforme de trabajo. No había traído una muda alternativa y era impensable comprar algo, no podía permitirse un gasto superfluo más. Rio con burla. Nunca hacia gastos innecesarios, hacía meses que no compraba nada que le alegrara las noches.

Por otro lado, ¿por qué habría de hacerlo? No trabajaba para él, ¿qué podía ir mal por presentarse con indumentaria de trabajo? No es como que él no hubiera adivinado que era una mujer sin recursos. Una que acababa de recibir una invitación intempestiva que aún no sabía bien por quéaceptaba. Lo único claro para ella es que iba a ir y no tenía que ver exclusivamente con el tono con el que el señor Turner…Liam, había utilizado en la cafetería, sino que su propia pulsión la obligaba a ir y estar un poco más de tiempo en su cercanía. Como una polilla pequeña que no puede despegarse de la luz. <<Esas que mueren de un manotazo>>, se burló.

¿Qué podía buscar un millonario que lo tenía todo? Si fuera algo simple lo harían sus secretarios, guardaespaldas, directivos, toda la gente que danzaba alrededor de alguien como él. Esto era algo distinto, tenía que serlo. A ver, no era tonta, había visto su mirada de lujuria sobre ella, aunque luego había desechado esa posibilidad. Pero ella podía reconocerlas, las veía a menudo en los clientes que se insinuaban con asquerosa mala intención, dejándole saber todo lo que harían con sus senos. El mismo Bratt no dejaba de mirarlos y lo había descubierto más de una vez…tocándose. El recuerdo le hizo estremecer con disgusto.

Se acomodó el cabello con nervio. ¿Tal vez Liam Turner era de esos hombres a los que le gustaban las mujeres con curvas? Bufó. ¿Por qué siquiera lo pensaba? Se enojó, sabiendo que sus fantasías volvían a enredarla. <<Vamos, Amelia, reacciona y vive tu realidad. ¿Cómo podría Liam Turner verte de ese modo? Si quisiera a alguien con curvas, podría llamar a cualquiera de esas modelos de tallas grandes que son una belleza>>.

Ella estaba acostumbrada…No, no podía ponerlo así. ¿Cómo se acostumbra una al desprecio y al doble sentido que muchos hombres utilizaban? O las mismas mujeres. Las palabras hirientes para referirse a su físico. Su anatomía era irreductible, y así lo había demostrado; incluso en los momentos en los que había procurado castigarla sometiéndola al hambre, su cuerpo había permanecido estoico. Era su naturaleza, una que hubiera sido adorada en los años cincuenta, pero que en el presente la arrojaba a la penumbra.

Debía agradecer que su tía la hubiera defendido a ultranza, siempre sosteniendo que era bella y que tenía que estar orgullosa. <<Tu cuerpo de sirena, en forma de reloj de arena, tal vez no condice con los cánones actuales en los que esas muertas de hambre se aprietan>>, sostenía. <<Pero eres tú y debes alzarte sobre tus prejuicios y lo de los otros. Llegará alguien que te quiera por quién eres, por cómo eres, alguien que disfrutará intensamente de lo que puedes entregar,>>. Si no había caído del todo en pozos depresivos por los disgustos y malas experiencias amorosas había sido por ella, que había sostenido su mano.

Había sido especialmente necesario ese cariño y apoyo incondicional, de ella, de Tina y de Sharon, para superar el amargo sabor que le había dejado el fiasco asqueroso y removedor que había sido su falso noviazgo con Ben. Esa víbora malnacida que la había engañado, se había burlado de ella sin piedad, por una simple apuesta. Había confiado en él tanto como para entregarle aquello que guardaba para el “verdadero amor”. 

Su virginidad, pensó con amargura. Había sido una simple moneda de cambio para que Ben ganara su pulseada con sus amigos. ¿Se podía ser tan canalla? Sip, él era la prueba. Y ella el resultado. En el camino había arrasado con su ingenuidad, con los sentimientos que había depositado en él, con la confianza en los otros. Ella se había entregado como una tonta y su corazón había sido vapuleado. De nada valía que luego él se hubiera mostrado contrito y le dijera que había disfrutado del tiempo juntos.

La traición había sido mayúscula, dolorosa. La había sumido en noches de interminable auto desprecio y llanto, hasta que pareció que quedaba seca por dentro. Había llorado mucho, tanto. Por su ingenua visión del amor y de los hombres, por su credulidad, por su escaso orgullo que la hizo aceptar lo inaceptable. Por negar lo que su corazón sentía; que era agraviada, disminuida, desdeñada y usada. Se había aferrado a la ilusión del cariño dejando de lado todo sentido de preservación.

Reconocerlo fue duro y la llevó al límite; lloró por todo. Tal vez más por su propia actitud que por Ben en sí mismo, eso podía reconocer hoy, en la lejanía. Se había enamorado del hecho de que alguien se detuviera a mirarla, de que alguien la considerara bella, deseable. ¡Cuánta razón tenía su tía! Creyó haber encontrado a un príncipe, pero no era más que un sapo.

<<Tienes que recordarlo Amelia. Cuando algo parece demasiado bueno, tiene trampa>>. Tenía que reforzar sus defensas y mostrarse entera. No podía claudicar frente al primer hombre que mostrara algo de interés. Empero, no era fácil cuando este era alguien que se parecía a un ángel musculoso, con ojos como un mar verde y dinero para tapar buena parte de la ciudad de Los Ángeles.

No es que esta última parte la conmoviera como punto central. Por más que necesitara dinero, para ella lo primero era la persona, sus dotes, su humanidad. Era lo que aspiraba que vieran en ella. La voz de su jefe recordando que su tiempo libre finalizaba la trajo a la realidad, esa gris y monótona que la envolvía como un manto.

La intensidad de la labor la sumergió hasta las 3:30 de la tarde en la que sus pies ya no resistían. Se sentía cansada y agobiada, deseosa de retornar junto a sus afectos. Y todavía tenía por delante el encuentro con Liam, lo que la ponía de los nervios. Lo más sensato era correr y esconderse en su casa, suspiró. Como una cobarde, escapar de cualquier situación compleja que él quisiera adjudicarle. No podía ser bueno, no creía que fuera a serlo, se repetía.

De todas formas, se dirigió al baño y trató de mejorar su aspecto para dar una impresión menos mala, no tan decadente como la que el espejo mostraba. Se refrescó y peinó, dando brillo a su cabello cobrizo que ató en una cola de caballo alta. El delineador que siempre llevaba en su bolso le permitió avivar sus ojos y disimular en parte las ojeras. Aplicó labial, uno discreto qué más que colorear daba brillo a sus labios y esparció un poco por sus pómulos. No podía hacer más, decidió. Con inquietud y expectativa se dirigió a la salida y tomó el primer taxi que encontró. Tentada estuvo en dos ocasiones de pedirle que diera vuelta y la llevara rauda a su casa, pero se contuvo. <<El mundo es de los valientes, Amelia>, se dijo.

Cuando estuvo frente al enorme rascacielos, punto central de las empresas Turner, sitio que la noche anterior la había visto irse llorando desconsolada, un estremecimiento eléctrico recorrió su columna vertebral y la hizo detenerse, dudando. Estaba a tiempo de volverse atrás. Si lo hacía, no vería más a ese hombre, probablemente. No sabría qué quería de ella, que propuesta tenía para hacerle. ¿Una oportunidad de cambiar su vida, de mejorar? ¿Un golpe más, problemas?

Nada parecía anunciar esto último, no tenía sentido el miedo. Tomó aire y con decisión se dirigió a la entrada, donde un portero tomó su nombre y le habilitó la entrada tras comprobar que estaba en su lista. No pareció sorprenderse de su ropa o ,si lo hizo, tuvo la suficiente decencia como para no hacerlo ver.

Amelia estaba segura de que no era nada común que una mujer tan mal vestida atravesara la entrada de este edificio. El hombre la dirigió a la recepción, donde un guardia corpulento y trajeado la recibió y la guio hasta un ascensor que no había visto la noche previa. Aunque el servicio de cáterin había entrado por la puerta de servicio, claro, no había forma de haberlo visto, pensó nerviosa.

—Toque el botón rojo y la dirigirá a las oficinas del señor Turner —le hizo saber y ella asintió.

No había como perderse, había pocos botones y ninguno correspondía a pisos específicos. Exhaló con fuerza, aunque mantuvo su postura estoica. Debía haber cámaras por todos lados en este sitio. No sabía que esperar y por dentro temblaba por la inminencia de tener enfrente, otra vez, a Liam Turner.  

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