Liam

Liam


Seis.

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Seis.

 

LIAM.

 

Se sintió aliviado al desprenderse de la presencia de su hermano Alden quien, como si supiera sus intenciones, se había presentado esa tarde de sábado en las oficinas con intenciones de trabajar, algo que de habitual no realizaba los fines de semana. Su hermano solía tomar los sábados y domingos para resguardarse a solas, como el ermitaño que era desde hacía cinco años.

La razón de esta presencia y de su ánimo de conversación preocupada era laboral: quería dejar en evidencia sus reticencias, preocupado por las implicancias de los cambios estructurales que los nuevos clientes exigían a sus diseños arquitectónicos.

Alden era un artista, un consumado arquitecto que diseñaba lugares hermosos y le costaba mucho aceptar cambios. Lo escuchó tanto como pudo, consciente de que su metódico hermano necesitaba que reforzaran su convicción de que ningún detalle importante se perdería en el camino hacia la concreción de sus maquetas. Al mirar su Rolex y ver que apenas quedaban quince minutos para la hora en la que había citado a Amelia, lo despidió sin mayores contemplaciones ni más trámites, impaciente, ganándose una mirada entre fastidiada y curiosa de Alden.

Había impuesto un ímpetu extra en su tono y probablemente se filtró un dejo de ansiedad en su expresión, no habitual en él, que no solía perder la línea ni la sangre fría. Debía reconocer que la inminencia del nuevo encuentro con Amelia lo ponía un tanto… No sabía cómo definirlo. No era nervioso, estaba acostumbrado a manejar el estrés y hablar con una mujer no se lo generaba. Expectante, motivado, deseoso, serían expresiones más ajustadas. Y eso no le disgustaba, lo hacía sentir más vivo, más humano.

Se había debatido toda la tarde entre dos ideas contrarias: la de que sería mejor que no viniera y la urgente necesidad de que lo hiciera. Justificaba la primero en la convicción de que no era momento para dar inicio a una relación de la que pudiera arrepentirse. La segunda idea tuvo mayor peso, en definitiva, pues a esas alturas era obvio que nada le gustaría más que arrepentirse de involucrarse con ella. <<Tonterías>>, farfulló. << Me muero por hacerle cosas de las que no me arrepentiría para nada>>. Además, que no se presentara no le haría bien a su ego. No toleraba bien el rechazo.

Se echó atrás, piernas sobre el escritorio y brazos detrás de la nuca, en actitud de relax. Se volvió a preguntar si no estaba yendo demasiado lejos, si lo que había decidido no era una total locura. ¿Qué pensaría esa mujer, a todas luces ingenua y honesta, de la cruda oferta que pensaba hacerle?

No es como si fuera la primera vez que un hombre importante le ofrecía algo así a una mujer. Pero él jamás lo había hecho. Nunca había tenido la necesidad o el deseo. ¿Por qué ahora, por qué con ella? Porque lo había impactado, no había otra explicación y no se detendría a analizarlo mucho más.

Había estado sopesando, eso sí, una forma de presentar sus deseos que no fuera dura o insensible, buscando endulzar la que podía sonar como una pregunta ofensiva. No estaba en su espíritu hacerla sentir mal o menos. Por el contrario. Desearla tanto no hacía más que enaltecerla ante sus ojos. Mas como su propia cabeza no estaba clara al respecto, temía sonar como un ruin depredador que usaba su posición para ganarse a una mujer.

No obstante, no encontraba otra forma que la verdad para expresarse. No le gustaba mentir, no lo hacía con sus clientes ni con su familia. Su honestidad, a veces brutal, era uno de los baluartes que defendía a ultranza. Uno de los valores que lo destacaban y él mismo era consciente de que no eran muchos los que poseía.

El sonido del intercomunicador le hizo saber que ella había llegado. Bien, asintió, con una sonrisa canalla desplegándose. Llegaba puntual, probablemente transida de curiosidad. Se preguntó si ella adivinaría sus intenciones. Qué más daba ya, si no lo había hecho, la sorpresa la haría insultarlo e irse con rapidez, o, si la había juzgado mal, aceptaría sin más. No lo creía, pero la gente era una caja de sorpresas. Las mujeres, en particular.

Se incorporó y se dirigió a la entrada del ascensor que comunicaba directamente con su oficina. Era su escape privado y le aseguraba la intimidad en este lujoso conglomerado. Al abrirse las puertas, la visión de Amelia, algo encogida y con evidente cara de duda lo sobrecogió. Estaba hermosa, aun cuando vestía el uniforme de la cafetería.

<<El mismo atuendo>>, consideró con sorpresa. Él estaba acostumbrado a que las mujeres se prepararan para la guerra y usaran todas las armas de seducción que tenían para confrontarlo. Era poco usual que una mujer ingresara en su edificio con una vestimenta tan insulsa. Las empleadas de sus empresas ganaban muy bien y lo hacían notar en sus trajes o vestidos de diseño. Levantó una ceja como expresión del pensamiento tan irónico que lo atravesó. Tantas mujeres habían procurado impactarlo con aparatosidad y lujo y esto lo lograba espontáneamente una mujer con su naturalidad y su exuberancia.

Amelia esbozó una sonrisa nerviosa y se quedó quieta, sin saber muy bien qué hacer, por lo que él adelantó una mano con caballerosidad, procurando que se sintiera bienvenida a su lugar. <<Indefensa, tímida, soberbia>>, esos tres adjetivos se colaron en su mente mientras la conducía a uno de los sillones y la invitaba a sentarse.

—Bienvenida, Amelia —le sonrió con amabilidad, una que no solía brotar a menudo pero que para ella nacía sin forzar.

Ella se aclaró la garganta y trató de gesticular. Era probable que se sintiera fuera de lugar y nerviosa ante su presencia. Luego sonrió y Liam sintió que salía el sol. Así, tal cual. Raro, decidió, pero tenía la cualidad de disipar cualquier tensión, que no fuera la sexual, obvio.

—Lo siento, es probable que esté fuera de lugar con esta ropa, pero no tenía opción de cambiarme. Lamento presentarme así. Los tiempos —ensayó una disculpa.

Él se sentó a su lado y le sonrió de vuelta.

—No tienes que disculparte por nada —le aseguró, dando una palmadita a su mano. Quería tranquilizarla, que se sintiera a gusto y segura con él—. ¿Qué te puedo ofrecer de beber? ¿Un café, refresco, algo más fuerte?

—No, no. Si usted desea la puedo traer —ella intentó incorporarse.

—No estás aquí para servirme, Amelia —acotó, mientras pensaba al menos tres formas en que podía hacerlo.

—Sí, bien, perdón. Es la costumbre —bajó la cabeza y él no pudo evitar tomar su barbilla con dos dedos y elevarla, para que lo mirara, con el respingo subsecuente.

Parecía que no estaba habituada a gestos de ese tipo. <<Eres un desconocido, idiota, un hombre poderoso que le pide venir y tiene un planteamiento para hacerle, luego del incidente en este mismo edificio, el que hizo que la despidieran. La citas en tu oficina con grandilocuencia, genio. Ha de estar que no cabe en sí de ansiedad>>. No le gustó pensarlo, quería que pensara en él de otra forma.

—Estoy… algo nerviosa —dijo ella, sus mejillas arreboladas, los ojos brillantes y los pequeños dientes mordiendo el labio inferior de esa boca tentadora, gesto mecánico, pero sumamente excitante.

Liam sintió que la libido endurecía su miembro, sin control de la fantasía que colocaba a esa boca envolviendo su hombría, mientras esos ojos grandes y profundos lo miraban con fijeza, por lo que se incorporó con agilidad, dirigiéndose al bar. Tenía que lidiar con la excitación que tenerla allí le provocaba y su hábito de hombre dominante e impositivo que buscaba obtener lo que quería sin dilaciones.

Nada de eso iba a funcionar con una mujer tan sensible y genuina como era ella. Lo sentía en sus huesos, lo percibía con mirarla: su actitud modesta con las manos cruzadas sobre su falda, esos ojos que bajaban y no sostenían su mirada, probablemente disminuidos por el lujo y autoridad que emanaba de su oficina y el edificio todo. No hacía valoraciones egocéntricas, era lo que era.

El sitio estaba diseñado para impresionar y mostrar al mundo el éxito y la riqueza del conglomerado Turner. Hombres muy poderosos se sentían inquietos aquí. ¿Como no lo haría una mujer de clase trabajadora? Ella no podía saber que, para él, lo más impactante de esta habitación era ella, eso lo entendía él.

—Quiero que estés tranquila, no estás aquí porque hayas hecho nada mal. La propuesta que tengo para ti es simple, pero antes debo explicarte algunas cosas.

Ella se enderezó atenta y Liam no pudo evitar deslizar su vista hacia el escote moderado que su camisa armaba, un sugerente canal entre esos senos que lo traían loco desde la noche anterior. Era un hombre de pechos, no cabía duda, y los de ella lo llamaban a apreciarlos de mil formas. Dio vuelta para servirse el whisky y se obligó a enfocarse y apartarse de esa mirada honda que parecía calarlo.

—Eso…Me parece curioso y no acierto a entender qué puede querer de mí —ella agregó, un tanto más suelta.

—Entiendo tu confusión. Soy un hombre importante y con mucho dinero, eso ya lo sabes y no lo digo con ostentación. Mucha gente trabaja para mí y me congratulo de ser un jefe serio, en ocasiones, muy severo. Pero trato de ser justo. Sé que lo que ocurrió contigo anoche no lo fue.

Ella volvió a morderse los labios y asintió.

—Fue una torpeza, pero necesitaba ese dinero —murmuró.

—Tal vez esto te sonará mal y habla de mi como un desconsiderado absoluto, pero también sé que ese incidente jugó a mi favor.

—No lo entiendo —ella desmesuró sus ojos, confundida.

—De no haber sido por esas copas derramadas, no hubiera detenido mi mirada en ti —de inmediato se corrigió, maldiciéndose por su comentario, que la ruborizó—. No lo tomes a mal, esas fiestas suelen aburrirme hasta el delirio. Demasiados brillos, demasiada gente haciendo ostentación de su riqueza y sus logros. Todo me parece igual y solo deseo que termine.

Ella asintió, una vez más.

—Tú debes tener una visión bastante ácida de las fiestas de los ricos y famosos.

Su rubor le confirmó que acertaba.

—La suma del líquido que derramé anoche podría alimentar a una familia por días —musitó.

—Siempre es bueno recibir la visión externa. Solemos estar dentro de una burbuja y olvidarnos del resto del mundo. En fin, el asunto es que te vi. Y me gustó mucho. Ese champagne tan caro nunca se vio tan exquisito —su tono bajó algunas décimas para volverse ronco.

El leve sonido que ella emitió, sus ojos más abiertos y la deliciosa abertura de sus labios en forma de O le hizo ver cuánto la sorprendió.

—Yo... Esto...

—Descuida, no digas nada. Puedo entender perfectamente que estés sorprendida. No suelo ver mujeres como tú a mi alrededor.

<<Deja el tono grandilocuente y soberbio si quieres ganarte su voluntad>> se advirtió.

—No tiene que decirlo, puedo entender eso— el tono de voz de ella bajó y algo indefinible cruzó su rostro. Una mueca un tanto triste.

—No me malentiendas. Es un halago —ella lo observó con incredulidad—. Las mujeres que trabajan o pululan en mi círculo son muñecas perfectas en su exterior. El dinero compra muchas cosas.

—Y la carencia del mismo prohíbe muchas —sentenció ella con amargura.

—No lo sé con certeza, me temo.

—Apuesto a que no —sonrió ella, sin dureza.

—Noto en ti actitudes que no son comunes y me gustan. Naturalidad, expresión fiel de sentimientos, vergüenza. Me gustan mucho tus ojos, transparentan lo que sientes.

—Y mis senos —ella lo miró fijo, casi severa—. No tiene que ser tan sutil, suele ser lo primero y a veces casi lo único que ven de mí.

Su cruda declaración lo desarmó. Ella no se lo decía provocativa ni expectante, simplemente parecía querer desnudar su sentir, casi como si pensara que todo lo dicho era una mascarada para tapar un deseo procaz.

—¿Estoy siendo tan evidente? Vaya, me jactaba de ser un jugador más hábil —sonrió, sin acercarse ni mostrarse ansioso—. Claro que me encantan tus senos, soy un hombre de gustos elevados. No te confundas, lo que dije antes es verdad, mucho. Y también me provoca tu boca, la curva de tu cuello, tus caderas y tu cola. Toda tú eres una deliciosa combinación de curvas de infarto. Adoro las curvas, la Naturaleza lo es.

Ella pareció haberse quedado sin palabras ante la descripción, abriendo y cerrado su boca, para finalmente optar por un simple:

—Vaya.

—Espero que esa sea una expresión de conformidad.

—Bueno… No sé bien qué decir ahora mismo.

—¿Gracias? Son piropos, algo impropios y directos, pero muestran mi admiración.

—El caso es… Que no sé bien adónde va esta conversación y…. No tengo buenas experiencias. Odiaría que…

—No dudo que la mayoría de los hombres adore tu silueta.

—No lo hacen —contestó mecánicamente—. No soy el modelo en onda.

—Muchos no suele apreciar la verdadera belleza. No me considero por encima de esos hombres, Amelia. Confieso que la visión de eso globos turgentes me ha tenido en vilo desde anoche —su discurso derrapaba, pero no pensaba volver atrás—. Empero, no es lo único que vi en ti, como te dije antes. No estarías aquí solo por eso. No es que sea poca cosa, hermosa. Cualquier hombre con dos dedos de frente daría mucho por estar contigo y disfrutarte.

La verdad, desnuda de matices, sonó cruda y ella se sonrojó con intensidad; su rostro se tensó y comenzó a incorporarse.

—No quiero que te vayas—él se acercó y se puso enfrente—. No te he propuesto nada aún.

—Puedo suponer por dónde va su propuesta y debo decirle que se la puede meter donde mejor le quede.

Su tono alto y algo histérico lo preocupó, aunque su postura digna le encantó. No tanto ver que dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas. De pronto se sintió un bastardo completo, no mejor que los ejecutivos de alto vuelo que solían pagar por sexo o usar su poder para obtener placer. Como su padre lo había sido. No podía desdecirse, pero si explicarse mejor y lo intentaría. Ella no escuchaba aun lo que tenía para pedirle.

—Amelia… —la atajó cuando se dirigía a la salida, con toda la dignidad que podía—. Solo escucha. Entiendo que estás enterrada en una situación jodida, sé de la enfermedad de tu tía, de cómo sostienes a tu hermana, cómo trabajas sin cesar por salarios magros. Necesitas ayuda. Intuyo, por tu reacción, que estás más allá de lo cansada de que traten de usarte como un objeto. No es lo que pretendo

—¿No? ¿En verdad? ¿No es eso lo que quiere usted también? ¿Pretende compadecerse de mi situación, como dice tan livianamente? Supongo que para que caiga y pueda joderme, follarme hasta que se canse y luego arrojarme rápidamente al cesto de las olvidadas, apenas su veleidoso corazón millonario encuentre una nueva diversión —la voz sonó dolida y supo que ella se arrepentía de su exabrupto al instante.

—Quiero follarte hasta el desmayo, no hay ninguna duda de eso—Se acercó y acarició sus antebrazos, ante lo que ella se echó atrás—. Pero no quiero tenerte como un juguete. Me gustas como hace mucho tiempo no me gustaba una mujer. Esas curvas tuyas me han vuelto loco y los rasgos de carácter que veo en ti también me atraen. No quiero una muñeca, quiero a una mujer sensual que se anime a una relación libre y sin compromisos. Y por la forma en la que me miraste ayer y lo haces ahora no me parece que te sea indiferente. Dime, ¿qué fue lo que te atrajo hoy aquí? ¿Qué pensabas te iba a proponer?

Ella posó sus manos en su pecho, procurando imponer distancia.

—No tenía idea. No soy una mujer tan abierta como para hacer eso que pretende, no quiero algo que me quiebre en más pedazos.

—No quiero jugar contigo, Amelia. No te endulzaré la verdad. Quiero disfrutarte, pero también quiero que goces entre mis brazos. Quiero que seas mi amante. Y quiero ayudarte. Es un trato justo. Que recibas tanto como yo al satisfacer el deseo que me corroe. 

La palidez de ella y la falta de palabras le hicieron ver qué probablemente había ido demasiado lejos.

—¿Me está pidiendo que sea su amante y pretende pagarme?— La incredulidad era palpable en su tono y en el intenso restregar de sus manos.

—¿No te gustaría? No me considero un hombre mal parecido.

Tenía claro que no lo era y si bien el dinero solía ser el aliciente para que muchas mujeres se acercaran a él, no eran indiferentes a su cuerpo tallado por el ejercicio diario y el boxeo. 

—¿Bromea? Usted es el sueño de cualquier mujer —dijo ella, sin perder su expresión mortificada.

Liam sonrió. Hasta en eso ella era especial, incapaz de jugar o utilizar lo que él le estaba diciendo en su favor. Otra mujer estaría haciendo planes y gozando de la posibilidad de conseguir beneficios económicos o profesionales por poder acercarse a él.

—Pero yo no soy una prostituta —su barbilla se elevó altiva y digna.

—Jamás pasó por mi cabeza, te lo aseguro.

—¿Por qué me propone algo así? ¿Por qué a mí? —la voz titubeante y la forma en qué mordía su labio inferior le mostró que ella contenía el llanto.

—¿Es tan extraño que me gustes y que te pida que nos conozcamos más?

—No quiera jugar conmigo. Estoy segura de que no sería tan cruel y crudo con alguien de su misma posición económica.

Le molestó qué pensara que era capaz de algo así, y luego se calmó. Ella no lo conocía. No podía saber que esta era la forma en la que procedía en la vida y en los negocios. Era directo, frontal, tomaba lo que quería o necesitaba. Ella ameritaba ir con calma; su lógica era diferente, tal vez acostumbrada al destrato y a las inseguridades.

—Te equivocas. No me conoces, pero esto es lo que soy. Cómo soy. No pienses mal, te juro que a cualquier otra mujer que me hiciera sentir lo que tú le estaría haciendo la misma propuesta, así fuera la persona más importante de la ciudad o del mundo. Voy por aquello que me gusta.

—Como un niño rico que no puede dejar de tener el juguete que desea —completó ella—. Con el que se encapricha.

Era dura dentro de su ingenuidad y pegaba con acierto, mas eso no lo arredró.

—Esto es simple. Me atraes, mucho. Y aspiro a que puedas sentir lo mismo, explorar esto.

—Esta…atracción. Es algo impensable. Somos dos personas distintas y muy alejadas.

—Pensé que yo sería el racional y tú la sentimental, pero esto parece ir al revés. ¿Puedes decirme con total honestidad que no estás interesada en mí? ¿Qué no te sientes mínimamente atraída por lo que te propongo?—El silencio fue mejor que una respuesta y le dio más argumentos—. Tu cuerpo despierta una indescriptible fascinación en mí. Quiero explorarte. Quiero que seas mía, aunque no te voy a engañar. Esta intensa sensación física que me provocas no implica emociones ni compromisos posteriores—Procuró ser honesto y claro. No estaba en él generarle falsas expectativas.

—Es…algo que parece tan vacío, tan exento… —murmuró ella, más para ella misma.

—Quiero una respuesta —el tono fue casi perentorio.

—No, no puedo dar una sin más. Tengo que pensar… —le contestó, firme y sin permitir que la sobrepasara con su energía y mando.

—El lunes, entonces. Espero tu respuesta, te daré mi tarjeta—Se movió para conseguir una de ellas y se la entregó—. No te voy a pedir tu teléfono, no quiero que pienses que tienes ninguna presión extra. Créeme que puedo ser intenso en mi afán de que aceptes, por eso me freno. Si, como deseo, acuerdas con la posibilidad de explorar la pasión y la sexualidad, espero que me lo hagas saber pronto.

La tomó del brazo con suavidad y la acompañó hasta el ascensor. Ella parecía haber perdido la capacidad de hablar, parpadeaba sin parar y el rojo de sus mejillas había cobrado mayor fuerza. Cuando desapareció de su vista, sonrió. Era más deliciosa de lo que había pensado en primera instancia, una perla genuina. Deseó que el tiempo pasara rápido y que ella fuera capaz de ver a través de la niebla de prejuicios y pruritos de una educación tradicional.

Ambos tenían mucho para ganar. No todos los días se recibía una propuesta de un multimillonario, aunque no había querido dar énfasis a ese aspecto. Si aceptaba, se aseguraría de rodearla de facilidades y apoyarla para que pudiera salir de esa situación económica que la oprimía. Si fuera un hombre más honorable, uno de verdad, lo haría igual, de hecho. Probablemente lo hiciera aun si se negaba. Pero necesitaba probarla, saciarse, quitarse esa incertidumbre y el desasosiego que le provocaba el rememorar sus curvas y sus labios. 

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