Liam

Liam


Siete.

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Siete.

 

AMELIA.

 

Se tambaleó apenas las puertas del elevador se cerraron frente a ella y demoró unos segundos en pulsar el botón para descender; temblando. Le parecía estar dentro de un sueño o una película, tan extraña era esa situación inesperada. Hasta le había quitado la capacidad de hablar claro o decidir. Si al ingresar no había tenido idea de cuál podría ser la oferta de Liam, al escucharle mientras la planteaba con tanta claridad y casi desapego, como si fuera una decisión de negocios más, ella se sintió asediada por emociones encontradas.

La convicción de que no se había equivocado al medir la lujuria en la mirada de ese hombre, el sentirse deseada, la sorpresa de que entre tantas bellas y elegantes mujeres era ella la que tenía un lugar de privilegio en el pensamiento y en las fantasías de alguien tan poderoso como Liam Turner, todo se unió para que se sintiera liviana y encendida, casi como si por sus venas corriera lava.

Por otro lado, la certeza de que él quería disfrutar de su cuerpo y que no había ni un solo interés en el compromiso emocional o deseo de involucrarse con ella a otro nivel que el físico, así como la sombra de la ayuda económica que sobrevoló, aunque no fue expresamente desarrollada, la hicieron sentir sucia. Él la deseaba sí, había sido claro, tan claro con sus términos que ella por momentos pareció derretirse, embelesada. No obstante, ese deseo era imperioso y la arrinconaba, él era tan intenso al expresarse que temía perder control y caer como una muñeca rota, sin defensas. No podía exponerse a algo así, ¿no? Era demasiado directo, falto de la delicadeza necesaria para un acercamiento efectivo entre dos personas que querían intimar.

<<Vamos, Amelia, nena, ¿en qué piensas?>>, se dijo mientras salía del lugar. <<¿Crees que a él le interesa el cortejo, los detalles románticos que a ti te molan y que hacen a la esencia de un noviazgo? No es lo que te está ofreciendo. Es sexo puro y sin envoltorios, por eso fue por ti a la cafetería y por eso te citó hoy. Nada de adornos, nada de flores, nada de velas. Desea estar contigo y no se corta con aquello que desea. Punto. Lo tomas o lo dejas>>.

Su mente era un caos y en el pecho su corazón palpitaba acelerado y con una convicción firme: deseaba a ese hombre como no había deseado a nadie antes. Todo él la derretía, la provocaba y la encendía. No era para menos, parecía perfecto, el epítome del macho alfa: alto, musculoso, con rasgos varoniles y una masculinidad a tope que parecía llevarse todo por encima. Ella incluida.

Con todo lo equivocado e inmoral que la propuesta parecía contener, la emoción de que se dirigiera a ella y la mirara como lo había hecho, como si quisiera comerla, la había dejado casi sin fuerzas. No supo de dónde sacó carácter para no entregarse allí mismo, como pudo mirarlo firme y decirle lo que era necesario y correcto: que debía reflexionar, pensar, considerar. Y no lo lamentaba, bastante mal lo había pasado en las oportunidades en que se lanzaba sin paracaídas a relaciones que la habían lastimado. Salvo que él no le proponía una. Quería un ligue, nada más.

Se dirigió con lentitud a la acera en procura de un taxi que la llevara rápidamente a su casa. No estaba en condiciones de esperar al transporte público, quería estar ya en el refugio que era su dormitorio, con su familia y allí pensar. El poco tráfico del sábado operó en su favor y cuando estaba ya en camino, recibió el mensaje de Sharon para recordarle que se reunían hoy en su casa. Contestó de inmediato para confirmar, con alivio.

Agradecía la posibilidad de verse, necesitaba alguien a quien contar todo y de quien pudiera obtener consejo, el de una amiga como Sharon, que podía entenderla y hacerle ver lo que ella no y guiarla. Qué hacer, qué camino tomar con lo que Liam Turner le ofrecía. No era algo que pudiera soltar frente a su tía o a su hermana Tina. Esta tenía dieciocho años y era una joven realista, pero ante sus ojos seguía siendo su pequeña hermanita, a la que no podría contar la turbia oferta que ese millonario le había hecho. Y peor, que ella estaba considerando.

Estar inmersa en esta inquietud cuando tenía problemas graves de otra índole le pareció mezquino. ¿Cómo era posible que pesara más la figura de Liam que las implicaciones de haber perdido uno de sus trabajos, con la subsecuente complicación económica y riesgos para los suyos? Él había dicho que sabía todo, ¿la había hecho investigar? Había incluso sugerido que la podía ayudar y esto le hizo sentir mal sabor de boca. Si fuera una mujer menos limitada, más abierta, tomaría la posibilidad que le ofrecía sin dudar y sacaría todo el jugo, exprimiendo ese deseo en su beneficio. Probablemente él esperaba algo así de ella. 

Al llegar, se sintió feliz. Tina y su tía estaban en el living mirando una serie policial y se las veía animadas y contentas. Les dio un beso y la recibieron con cariño. Tina vio su cara y la hizo sentar, para luego traerle un café y un trozo de tarta que había hecho siguiendo una receta de la TV. Le encantaba cocinar y experimentar tanto como los números.

—Hija, te ves agotada —se preocupó la tía Meg—. Trabajas demasiado.

Amelia sonrió de vuelta y negó. Verla sin dolores y levantada le hacía sentir bien y valía cualquier esfuerzo que hiciera.

—Nada que una ducha y una noche de diversión con Sharon no quiten.

—Esa bendita niña, tan buena como tú —se emocionó Meg.

—¿Cómo estuvo la noche? Debe haber sido una fiesta muy importante, en el centro y en ese edificio —inquirió Tina, curiosa.

—Sí, fue buena —dijo ella, sin más detalles. No les diría que había perdido el trabajo, no tenía sentido preocuparlas—. ¿Cómo va todo? —inquirió.

—Bien, la verdad, estoy encantada —sonrió con ilusión su hermana—. Cada vez me gusta más. No te negaré que debo esforzarme, hay algunos cursos complicados.

—Nada que no puedas manejar —sonrió confiada—. Eres el cerebrito de esta familia.

—Pues entonces tú eres el corazón —respondió Tina, con amor en su voz.

Se adoraban y complementaban en las tareas y en el cuidado de su tía y Amelia aspiraba a que pudiera hacer una carrera que le permitiera depender de sí misma y no sufrir las limitaciones de trabajos mal pagos y jefes horribles. Bien podía pasarle a ella, pero le había prometido a su madre al morir que la cuidaría.

La nostalgia de pensar que hacía once años que estaban sin su querida mami la desanimó, pero se recuperó enseguida. Meg las había adoptado como suyas y a su vera habían crecido, con cariño y cuidado constante que había hecho que las presiones económicas se sintieran menos. Todo esto había cambiado desde que su pobre tía se enfermó. Frenó sus pensamientos, negándose a adentrarse en la nostalgia.

—No sé cómo pueden mirar eso —se quejó al ver la disección de un cadáver en una mesa de autopsia.

—Es muy entretenido —defendió Tina y su tía rio.

—Amelia, no vamos a mirar esas series melosas insufribles hoy —su tía le hizo una pulla suave y ella rio.

Le encantaban las historias románticas, que le iba a hacer. Un rato más tarde, luego de una ducha larga, eligió ropa agradable que le hiciera pensar que salía a celebrar la vida. Un vestido algo ajustado y zapatos de tacón, perfume y buena energía para salir. Esperó que Sharon pasara por ella en su pequeño auto y se dirigieron al coqueto restaurante que solía ser su lugar de encuentro, pegado a la zona de locales de baile. Si no estaban muy cansadas, podrían bailar y disfrutar un poco más de lo habitual. Lo necesitaba, desconectar.

Sharon la envolvió en un abrazo afectuoso y la buena energía de su personalidad la hizo recuperar las ganas de salir y divertirse. Era una mujer alegre por naturaleza y estar a su lado era una buena forma de sobreponerse, toda ella era una inyección de optimismo. Sharon era un poco más alta que ella, dotada de similares curvas sinuosas que Amelia, aunque su musculatura era mucho más evidente como consecuencia de las caminatas, la bicicleta y sesiones de gimnasio, al que acudía por gusto y con pasión.

Era generosa y vivaz, criada en un ambiente cariñoso, alguien que no dudaba en ayudar y en comprometerse con causas que a veces parecían perdidas o difíciles. En muchos casos la propia Amelia se había considerado así, una causa perdida, por más que Sharon le indicara, con severidad, que no se valoraba en su justa medida. Tampoco ella lo hacía en verdad, eso pensaba Amelia. Era una mujer hermosa, abnegada y a pesar de eso, nada de suerte en el amor. Pasar con ella algunas horas luego de tanto que había acontecido entre el viernes y el sábado era una liberación. Con Sharon podía mostrarse auténtica, sin caretas.

Mientras manejaba no dejó de hacerle preguntas, deseosa de saber qué había pasado y cómo había estado la fiesta de la noche anterior.

—Me has tenido en ascuas, niña. Sabes lo curiosa que soy, me muero porque me cuentes algo de los ricos y famosos que conociste anoche.

—Pues sí que fue toda una nochecita —asintió Amelia—. No lo sabes bien.

—De hecho, vamos a empezar por ahí, nada de realidades duras, que por tu cara se nota son varias —estacionó y bajaron, caminando con tranquilidad al pequeño restaurante.

La noche estaba fresca, pero era agradable caminar entre las múltiples personas que deambulaban y entraban a los bares y lugares de comida dispuestos a disfrutar del sábado. Se sintió una más, despreocupada, al menos de momento. Tomaron asiento en una de las mesas cerca de la ventana y Sharon se apresuró a pedir una botella de vino.

—Tus mensajes crípticos me han tenido de cabeza —se adelantó sonriendo, sus bellos ojos grises iluminados y a tono con su vestido blanco—. Nada, nada —le indicó—. Primero, lo primero —miraron como la moza destapaba el vino y llenaba dos copas. Sharon tomó uno e indicó a Amelia a hacer lo mismo—. Por nuestra amistad y el futuro que tenemos y que ya nos llegará —sonrió y Amelia hizo lo mismo—. No tengo actividad mañana y deduzco que tú tampoco. Así que hoy se bebe y se baila, amiga.

—Sí, señora —asintió Amelia, sonriente—. Menos mal que me paraste, venía dispuesta a echarte por delante todas mis cuitas, pero vamos a divertirnos. Nada como el alcohol para apagar dolores. O amortiguarlos por un rato.

—Eso, y mucha pizza. La combinación no será muy chic, pero como mola —se rio.

Llamó a la moza para solicitar la comida.

—Sabes que se va directo a nuestras caderas e igual insistes —se quejó Amelia.

—Ya nos lamentaremos mañana, mientras nuestras cabezas estallen por la resaca. Vamos a lo nuestro. ¿Fotos de anoche?

—En las redes sociales encontré varias. Las estuve mirando hoy temprano, ya sabrás por qué.

—Veamos —aplaudió Sharon encantada—. Quiero ver zapatos. Por cierto, ¿ya viste estos?

Elevó sus pies y Amelia sonrió al ver las hermosas sandalias rojas de pulsera y tacón de 10 centímetros que su amiga llevaba. Ya los había visto, pero dejó que ella los mostrara y describiera. Sabía cuánto adoraba hacerlo.

—¡Son Jimmy Choo! Claro que de otra temporada y en rebaja, pero, aun así —suspiró y su rostro denotó el placer que sentía.

—¡Divinas! —concordó Amelia.

Su amiga ahorraba por meses para darse un lujo así cada tanto y, a falta de ocasiones de fiesta, las usaba sin culpa y con gusto para salir con ella. Ella sentía lo mismo por los vestidos, aunque en su caso pensar en un diseño exclusivo era una utopía. Hacía su propia ropa y amaba la confección, aunque las telas más hermosas estuvieran fuera de su presupuesto.

—Dime, ¿cómo estuvo? ¿Había muchas mujeres despampanantes? Estuve mirando qué Empresas Turner ES un conglomerado de negocios de la construcción, no me digas que en su mayoría eran hombres aburridos y viejos.

—Había de todo. Fue una fiesta muy selecta y te morirías si supieras el precio total de todo. Caviar del mejor, champagne, etc.

—¿Cómo era el lugar?

—Un ático gigantesco en el edificio. La familia Turner posee todo el edificio.

—Suena muy importante —sentenció Sharon.

— No lo sabes tú bien —agregó.

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