Liam

Liam


Doce.

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Doce.

 

AMELIA.

 

Bostezó una vez más, vez mientras dejaba la orden de la mesa 6 en el pincho para que el cocinero preparara la comida. La voz de Bratt, insidiosa y chillona, la interpeló.

—¿Estás descansando poco? Tal vez sales demasiado. ¿O es que has conseguido algún hombre que te folle?

Desagradable y guarro, eso era él, entre otras cosas. Odiaba las licencias que se tomaba con ella, cada vez más.

—No es asunto tuyo —cortó seca y brusca.

—Me preocupo por ti—él chasqueó su lengua—. Sabes que estaría encantado de tenerte en mi cama, estoy a tu disposición.

Lo ignoró esta vez y se movió ante el ladrido de Sean, el cocinero, para tomar la orden y llevarla al grupo de mujeres que se apiñaban en una de las mesas. Estaba cansada, aunque esto no tenía que ver con agotamiento laboral exclusivamente. Era el sexo, practicado en cantidad y calidad, que le hacía doler músculos que no recordaba tener. <<Liam>>, pensó. Ese hombre había logrado despertar todos sus sentidos, acariciando y besando todo a su paso, como un terremoto que arrasaba hasta dejarla agotada de pasión, para volver a encenderla poco después. Desprenderse de su presencia había sido difícil y, conseguido, había sido inútil; la necesidad de volver a estar entre sus brazos había regresado de inmediato.

Había dormido poco el resto de esa noche, encerrada en su dormitorio y rememorando con delicia e incredulidad cada momento, cada beso y caricia, volviendo a sentir calor ante las más osadas. Sus pezones, su coño, su garganta, los lóbulos de sus orejas, sus labios, todo tenía su marca. Su olor, su calor. Revivió cada instante, buscando que quedara grabado en su mente.

Sus frases, sus palabras, a veces sucias y excitantes, otras tiernas y admirativas, habían vuelto a sonar en la soledad de su dormitorio. Vaya si sabía cómo colarse en el pensamiento y en la libido de una mujer Eso era seguro. Un cuerpo esculpido, atlético y musculoso, forjado para abrazar, envolver, levantar. Se deleitó una y otra vez en la memoria de sus dedos recorriendo el pecho amplio, su pack de abdominales tan marcados y esas largas piernas, tatuadas.

Había sido todo un espiral de emociones, deseos y acciones y volvían una vez y otra también, dificultando su sueño y ahora su trabajo. No importaba qué pudiera decir Bratt ni cuantas veces bostezara, valía mil veces la pena no dormir para vivir, para disfrutar un hombre como él. Le parecía un milagro que alguien tan impactante como Liam, un diez en todos los sentidos, la deseara cómo le había demostrado que lo hacía.

No había dobleces en la forma en que la tomaba y en las expresiones de su mirada. Eran lujuria y deseo puro los que lo empujaban a explorarla y a hacerla correr sin parar. Todo nervio, toda indecisión y duda se habían disuelto entre sus brazos, durante las horas que habían compartido. La había hecho sentir enaltecida, valorada, atesorada. Algo invaluable para ella, acostumbrada a ir detrás y recibiendo conmiseración y burlas.

No es que fuera la constante, en verdad. Era el remanente de años de burlas y no apreciación en su adolescencia, cuando los chicos iban por las esbeltas y perfectas y ella era alguien de quien burlarse. O el premio consuelo de quien la deseaba, pero no quería exponerse al ojo del público.

El mensaje de Sharon cortó sus pensamientos. Con emoticones y muchos signos admirativos le recordaba que había olvidado la consigna de conectarse cada hora, luego de hacerlo al comienzo de la noche.

AMELIA. ¡¡Lo lamento!! Es que fue una noche tan particular, tan mágica, que perdí toda referencia, contestó de inmediato.

Había visto la serie de mensajes de Sharon por la mañana, los últimos breves, y había respondido entonces con un breve Estoy bien. Ahora, su amiga comenzó a encadenar demandas de detalles. Sabía que de no haber tenido que trabajar en el hospital la hubiera tenido a primera hora en la cafetería. Debía estar en un momento de tranquilidad de su guardia, pues los mensajes llegaron sin descanso.

SHARON. Quiero detalles. Jugosos, exhaustivos, escabrosos. ¿Es tan imponente como se ve?

Supongo, por el silencio de tu celular toda la noche, que debe haber sido espectacular. ¿Sexo sin parar? ¿No te pidió nada raro? ¿Nada de tríos o hamacas sexuales o juguetes?

Se ruborizó y contuvo su sonrisa. Sharon leía demasiado BDSM para su salud mental. Comenzó a escribir rápido, aprovechando los minutos de descanso en la cafetería y que Bratt estaba enzarzado en una de sus habituales discusiones con Sean.

AMELIA. Nada raro, amiga. Fue maravilloso, apenas tengo palabras para describirlo

Sharon escribiendo. No la desanimaría tan rápido:

SHARON. ¿Estuvo a la altura de lo que imaginaste?

Se mordió el labio, súbitamente conmovida.

AMELIA. Fue mucho más

La respuesta tuvo muchos corazones.

SHARON. Me alegro nena. Estuve un poco ansiosa y nerviosa por ti. Temí que ese hombre no fuera más que otro de los sapos con los que solemos encontrarnos. Un ególatra acostumbrado a que le sirvan en todo sentido. Ya me entiendes.

¿Cómo no hacerlo? Ambas tenían una larga historia de toparse con especímenes desagradables, irrespetuosos y egoístas.

AMELIA. Es un hombre de una masculinidad impresionante. Demandante, aunque generoso, si entiendes lo que quiero decir.

La loca de su amiga no cejó:

SHARON. Entiendo, y por eso quiero saber más. Detalles. Me lo debes, vivo a través tuyo y este romance de novela me tiene loca.

No, no irían por ese lado. No romance, debía aclararlo cada vez que esa palabra apareciera:

AMELIA. No es un romance. Los términos entre ambos están claros. Es un vínculo de mutuo acuerdo para disfrutar del sexo.

Quería evitar que la ilusión de una relación romántica se filtrara en su mente y en cualquier conversación que tuviera que ver con Liam. No quería olvidar que había especificado con claridad en qué consistía y no había compromiso sentimental. No podía darse el lujo de pensarlo siquiera como remota posibilidad.

SHARON. Vale. Pero no te exonera de contarme. Tenemos que juntarnos.

AMELIA. Tengo una semana complicada. Bratt se ha propuesto llenar los huecos y me ha asignado horarios cortados.

SHARON. ¡Ese cabrón! Deberías renunciar.

AMELIA. Necesito trabajar. Es lo que hay. Al menos por ahora.

SHARON. También tengo unos días complicados. Algunas compañeras han enfermado y tuve que asumir sus guardias. Cuando nos veamos tendremos los ojos detrás de la nuca. Pero, dime, ¿en qué quedaron?

No habían hablado de eso.

AMELIA. Nada. Cenamos, tuvimos, mucho sexo, luego me envió a casa.

SHARON. Hay que dejarlo fluir. Si, como imagino, lo impactaste, será él quien mueva sus fichas de inmediato.

AMELIA. Me dijo que no me considera un simple ligue de una noche.

SHARON. Eso es bueno. Alégrate. Tus fines de semana serán mucho más intensos de aquí en más. 

No podía más que esperar que así fuera, que la honda impresión que él había dejado en ella fuera al menos la mitad en él. Imaginaba que tendría una vida ajetreada y llena de compromisos, en cualquiera de los cuales podría conocer a una mujer varias veces mejor que ella. De la misma forma que se había sentido prendado por ella en un evento, podía pasar con otras. La conciencia de esto la hizo entristecer. Era demasiado bueno para durar. ¿Pasaría Liam de ella sin dificultad, como una página insulsa? Tenía que bajar sus expectativas o iba a darse un golpe grande, decidió.

 

Al llegar el viernes se sentía agotada, su mente un mar de dudas, deseando saber de él y esperando un mensaje que la llevara otra vez al lugar donde había sido tan intensamente feliz, hacía cinco días. Cinco largos días en los que había chequeado su móvil de manera constante, para decepcionarse cada vez.

Su parte racional trataba de aterrizar sus emociones y hacerle ver que era casi seguro que se hubiera hecho ilusiones falsas, equivocadas, gestadas por las dulces palabras y el néctar que ese millonario había derramado sobre ella, fruto de una pasión momentánea. Su mente le decía que tenía que estar preparada para el desengaño.

No obstante, su cuerpo respondía sin pudores a las fantasías que los recuerdos despertaban. Había recurrido a masturbarse, deseando que el vibrador, su amigo durante tantos años, fuera el miembro de Liam insertándose en ella sin piedad para llevarla a la cima. Le fascinaba y detestaba por partes iguales esa sensación extraña de sentirse parte de un juego amoroso que no tenía posibilidades de concretarse. Se forzó a mantener su libido en orden en horas del trabajo, que era mucho y agotador.

En su casa se dedicó a compartir tiempo y conversar con Tina por horas, obligándose además a mirar los realities de cocina y alta costura que a su tía Meg le encantaban. Estos últimos los devoraba ella también y le hacían sentir más cerca de lo que amaba. Notaba a su querida tía un poco más pálida, aunque, como de costumbre, ella sonrió y la disuadió de preocuparse. Tina estaba cada vez más ocupada en la preparación de sus exámenes y pruebas y a Amelia le gustaba que por las noches tuviera momentos para ella. No tenía amigos más que virtuales y era callada y responsable.

Dios sabía que su hermana se encargaba de la casa sin queja. Sabía que, con su actitud humilde, su vestimenta ancha y sus lentes de montura debía ser considerada una nerd, pero a ella no le importaba. Era lo mejor que podía pasar, esa actitud prescindente de cualquier cosa que no fuera su familia y su estudio. Eso la ayudaría a progresar, a alcanzar lo que le proveería de un futuro mejor. Eso deseaba. Ojalá pudiera hacerle las cosas más sencillas.

Cuando ya había perdido ilusión, llegó el mensaje de Liam y esto la sumió de nuevo en la niebla de la ansiedad y la tensión sexual. Era increíble que unas pocas palabras anunciaran tanto. Para ella, eran el paraíso.

LIAM. ¿Nos vemos hoy? ¿Puedo enviar coche por ti?

Suspiró extasiada y un dejo de alivio la recorrió. Por una vez le supo bien que su mente lógica hubiera sido batida: él la había vuelto a llamar y ella deseaba estar con él, disfrutar de sus caricias y de su cuerpo más de lo que creía posible. No dudó.

AMELIA. A las 19:00 termina mi turno en la cafetería. Tal vez es un poco tarde.

<<Que no lo sea, que diga que no importa>>, rogó, esperando la respuesta

LIAM. Para nada, es perfecto. Nos vemos. 

Un estremecimiento la recorrió, sin poder evitarlo. Cerró sus ojos y se imaginó ante sí a Liam y el calor subió a su cara, tensa y deseándolo: sus abdominales duros y tallados, su boca que incitaba al pecado y que la había comido sin pudor, esa voz ronca que tanto la ponía. No podía esperar a estar con él.

Lamentó que el mensaje no hubiera llegado unas horas antes, pues podría haber traído alguna ropa diferente. Se había despertado sobre la hora esa mañana, con escaso tiempo para otra cosa que no fuera una ducha, un café y correr por el transporte. La razón de eso: su agitada imaginación, que no tenía otro tema que él. Lo veía, lo recordaba, lo soñaba despierta. <<Voy a verlo una vez más>>, sonrió.

Serían ella y su uniforme ingresando a ese lujoso edificio. No era importante, considerando que era una Cenicienta moderna. Salvo que ella era una versión menos idealizada: curvy, sin hermanastras malvadas, sin expectativa de casamiento con el príncipe. Liam tenía toda la estampa, él sí se apegaba al esquema. Supuso que habría alguna princesa dorada para él. No le sentó bien pensarlo, así que frenó su imaginación. Algo de magia había, para ella. Y la disfrutaría tanto como pudiera, decidió.

Las horas se le volvieron interminables, sus manos cada vez más tembleques al avanzar la tarde. A las 18:30 su trabajo finalizó y fue con rapidez al precario baño para el personal e hizo lo que pudo para mejorar su aspecto cansado y sudoroso. Lo único que le gustaba era su ropa interior: nueva y osada. Le gustaba sentirse sexy. Pensó que su lencería de muerte combinaba terrible con sus zapatillas, pero tendría que funcionar.

El mismo vehículo y chofer la esperaron esta vez, aunque él no estaba adentro, lo que la decepcionó un tanto. Viajó tratando de relajarse, descansando su cuerpo, disfrutando de la música funcional y del olor agradable del cuero. Cuando arribaron, el chofer descendió presto a abrirle la portezuela y ella le sonrió. Él permaneció serio y le dijo:

—El señor Turner espera que se comunique por el intercomunicador para habilitar el ascensor.

Ella asintió y obediente, se dirigió al aparato, anunciándose cuando escuchó la voz sensual de Liam. Apenas tuvo que esperar unos instantes para que el elevador abriera sus puertas y se sorprendió sobremanera al encontrarse con su figura alta y vestida en impecable traje de tres piezas. Su aspecto quitaba la respiración, parado con sus piernas separadas y sus manos en los bolsillos, mirándola de arriba abajo con una expresión que solo pudo calificar como hambre Sintió que sus bragas se mojaban sin remedio ante la visión y apretó su bolso para encontrar algo de seguridad.

—Bienvenida otra vez, Amelia—Le tendió la mano y ella se adelantó para ingresar y pararse justo a su frente, dudosa.

Él se acercó, alzando su mano sobre ella para tocar el botón del ascensor correspondiente y el intenso olor de su fragancia, a cuero, madera y cítrico, impactó sus sentidos y le invitó a morderse los labios De inmediato, con el elevador en movimiento, él también lo hizo, envolviéndola y arrinconándola contra la pared, tomando sus dos brazos y llevándolos arriba, sosteniéndolos con una de sus grandes manos mientras la otra recorría sin pudores cada una de sus líneas.

Se rindió de inmediato a ese toque que la quemaba, sensación que se redobló cuando él inclinó su cabeza y tomó su boca con ardor, mordisqueando sus labios e introduciendo su lengua en ella en un beso de reclamo al que respondió sin censura. La mano que jugaba y exploraba se cernió sobre su camisa y la desabotonó con habilidad y sin prisa, dejando expuesta su parte superior. Entonces dejó de besarla y se concentró en mirar y moldear sus senos por encima de la tela, sin piedad, pellizcando sus pezones. Amelia gimió conmovida y caliente, adelantando su torso para que continuara con esas caricias que la volvían loca.

—Extrañé estas bellezas, estas nenas preciosas —aseguró él, tomándolas por la base y elevándolas, para dejarlas expuestas a su observación, para luego besar la piel y quemarla con su lengua. Ella gimió con abandono—. Deja tus brazos arriba, Amelia —le dijo con una sonrisa y desprendió el corpiño con delicadeza. Libres de su cárcel, los senos se mecieron y sus aureolas destacaron, duras y excitadas.

No tardó nada en deslizar su boca hacia ellas, usando la punta de su lengua para lamerlas y luego chuparlas, degustándolas, sorbiéndolas, haciendo que pequeños relámpagos, corrientes placenteras viajaran por todo el cuerpo de Amelia, directos a su pelvis, mojándola, dejándola sin voluntad de nada que no fuera disfrutar de él y entregarse a sus deseos.

Él recorrió cada porción de sus senos, dibujando sus lados y protuberancias con su aliento cálido y su saliva, hundiéndose en la uve de su escote, mordiendo con suavidad la piel, para curarla con la lengua.  

—Este es el mejor par de tetas de toda California, Amelia, no puedo dejar de devorarlas, de tocarlas —la observó con seriedad no exenta de lujuria, una extraña combinación—. Soy un hombre de senos, me gustan, los disfruto. Contigo esto se hace glorioso. Tan suaves, cremosas y pesadas, deseando ser besadas y adoradas. No voy a decepcionarlas, bella. No quiero que nadie más que yo las tenga, las disfrute. Son mías, tan mías —continuó acariciando y chupando un poco más.

Ella solo pudo asentir, en total rendición. ¿Ante quién otro podía brindarse de esta forma? ¿Qué otro podría arrancarle tantos jadeos y gemidos encadenados y encenderla con sus palabras? El ascensor se había detenido hacia un buen rato, pero era evidente que no tenía intenciones de abandonarlo hasta que su lujuria estuviera contenida. Sus manos abandonaron los senos para dirigirse al vuelo de su falda, que elevó hasta sus caderas para dejar en evidencia las bragas que apenas cubrían su sexo.

—Bella, traviesa y tan cachonda que me hace arder —gruñó, cubriendo con su mano el pubis, que apretó sobre la tela, para luego apartarla con dos dedos, colándose a la cálida intimidad de su sexo.

Amelia sentía sus piernas débiles y se sostuvo de sus hombros mientras él exploraba sus pliegues con la punta de sus dedos, recorriendo toda la extensión de su raja y enviando punzadas de placer que hicieron cerras sus ojos y apretar sus labios.

—Lo que temía —susurró él en su oreja, su cálido aliento estremeciendo su oído. Ella le miró sobresaltada—. Sufre usted un severo caso de humedad y calentura. Y solo hay un remedio para eso.

—¿Cuál? —musitó ella su voz estrangulada.

Él sonrió, sin responder y deslizándose con suavidad y enloquecedora lentitud, se arrodilló. Separó sus piernas y pronto tuvo su cabeza sumergida entre su coño, lamiéndolo sin piedad, deleitándose en el clítoris con pequeños círculos, separando sus pliegues con sus dedos hasta que ella sintió que se ahogaba de placer. Sus grandes manos acariciaban sus nalgas y la apretaban más contra su boca. Nunca le habían hecho un cunnilingus tan voraz, tan abrasador. Nunca nadie la había probado de esta forma, comiéndosela con gula. La ansiedad desesperada hizo que sus brazos bajaran y procurara meterlo más en ella, si esto era posible. Él se separó y la miró, reprobatorio:

—No, no, no. Brazos arriba. Estás a mí merced y yo tomo las decisiones. Piernas muy abiertas.

Algo en ella quiso rebelarse, pero luego se abandonó a la idea de que Liam impusiera el qué y el cómo. Y también el cuándo. Todo lo que quería era a él en ella, sobre ella, con ella. Supuso que más adelante tendría tiempo para tocarlo y disfrutarlo. 

—Este es el coño más dulce y delicioso que he probado nunca. Tan rosa, tan jugoso, chorreando para mí —la lamía sin parar, el ruido de su lengua audible al chasquear sobre sus fluidos.

Él se deleitaba con su intimidad, tomando su excitación e imponiendo con su ritmo sensaciones crecientes que preludiaban un intenso desenlace. Las vibraciones eléctricas que logró arrancar de su clítoris comenzaron a formar un nudo denso de energía devastadora que amenazaba expandirse y estallar.

Sus pezones le dolían, necesitados, y fue desobediente al llevar sus manos a ellos y acariciarlos con lentitud, totalmente abandonada a la sensación de éxtasis, marea que nació en su bajo vientre y se extendió hasta cada uno de los rincones de su piel impactado su cerebro como una onda expansiva. Se encontró vibrando y temblando mientras él retiraba su boca para seguir estimulándola con sus dedos mientras la miraba fijo y le decía:

—¡Córrete, dame toda tu miel!

Sintió que se elevaba, qué perdía noción de su cuerpo en un orgasmo tan brutal que fue un encadenamiento de varios. Sintió que gritaba su nombre y sus brazos se apoyaban en su pecho, mientras él rodeaba su cintura con sus fuertes brazos, impidiendo que cayera redonda una vez que los espasmos fueron cediendo. Pareció que había corrido varios kilómetros, su pecho jadeante, su corazón palpitando, su respiración agitada.

—¡Dios! —dijo en un murmullo.

—Me han dicho que soy muy bueno, pero no creo que tanto como él —le sonrió—. Pensé que era buena idea recibirte de una manera que te convenciera de que a mi lado tienes asegurada una velada espectacular.

—No lo dudé nunca —contestó, buscando su ropa.

<< ¿Quién no lo pensaría? Tu sola presencia es la imagen de un sueño húmedo>>, pensó.

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