Liam

Liam


Catorce.

Página 15 de 27

Catorce.

 

AMELIA.

 

Abrumada. Sobrepasada por las sensaciones, por la lujuria. Confundida y asustada. Así estaba. Lo que le provocaba la cercanía con este hombre no dejaba de sorprenderla. Toda ella se transformaba en un cúmulo de sensaciones expuestas y a flor de piel con él. Bastaba su tono de voz, un roce de su piel, su lengua y sus labios para convertirla en una antorcha incandescente.

Sus relaciones anteriores le habían mostrado el sexo como algo anodino, un mundo que ahora podía sólo calificar como gris y deslucido. Liam, en apenas dos encuentros, estaba logrando que conociera lo que de verdad eran la pasión y el placer, empujando todas sus barreras, logrando que aflorara su sensualidad.

El sexo era más que el misionero y las posturas fijas que solo beneficiaban al hombre. Liam era generoso, daba tanto como tomaba. Para ser exacta, la había elevado a las nubes y ahí la mantenía. La hizo sentir muy bien haber devuelto ese placer. Tragó saliva y le siguió al baño.

Él ya estaba bajo la ducha, el agua corriendo por su cuerpo cincelado. Ver su perfil, la curva firme de su trasero y su pene todavía erguido, volvió a jaquear su mesura. Sus ojos se hicieron una fiesta con él y su boca se hizo agua. Los ojos verdes que la instaban a otra ronda la llamaron y como un autómata, sin otra voluntad que la de ser suya, se dirigió hacia él, su hambre recrudecida.

Era asombrosa la facilidad con la que ese hombre la ponía una y otra vez en estado de excitación. No se había considerado alguien particularmente sexual. Nada de lo que había vivido la había preparado para esta colosal relación.

El agua tibia y el vapor la envolvieron y se sintió jalada y envuelta por los brazos poderosos de Liam, que la puso de espaldas a él y la apretó contra su pecho. Sintió su miembro firme presionando su trasero y abrió sus piernas por inercia, movimiento que él amplió con su mano izquierda, mientras la derecha la empujaba por la espalda y ella lo dejó hacer. Obedeció el impulso de adelantarse y colocó sus brazos contra la pared. Sentir sus dedos en sus pliegues íntimos volvió a ponerla a cien, cosquillas y electricidad recorriendo su coño, que se mojó otra vez, pulsando casi doloroso por su toque.

—Por favor… —jadeó

—¿Por favor qué, Amelia? —su susurro ronco la invitaba a hablar claro, a hacerle saber qué sentía.

—Quiero más…

—¿Quieres más de mis caricias? ¿Quieres mis dedos adentro de tu coño? ¿Follándote duro?

—Sí —gimió.

—¿O quieres mi boca? ¿O mi polla enterrada en ti hasta las pelotas? —mordió levemente su cuello.

—Dios… —arqueó su espalda. ¡Cómo la ponía que él le hablara sucio!—. ¿Estoy muy mal si quiero todo? —cerró los ojos, avergonzada de mostrarse tan abierta a su crudeza.

—Nena golosa —rio él complacido—. No puede haber maldad en desear. Y todo vas a tener, preciosa. No es que no esté loco por dártelo.

Sus dedos se colaron en su vagina y la exploraron, abriéndola, tocando su punto G una y otra vez, provocando que gimiera sin detenerse. Luego y por un breve segundo la abandonaron y fue su miembro el que se colocó en la entrada de su coño y de un solo envión se incrustó en ella, para comenzar a embestirla con fuerza, haciendo que su cuerpo se tensara y se sacudiera por la fuerza de sus empujes.

—¡Tan apretada, tan buena, tan rica! —gruñó él, sin detenerse.

El agua corriendo entre ambos, las pieles mojadas en contacto y sonando con fuerza al chocar, el coro de gemidos y murmullos llenando la habitación, todo creaba una atmósfera de sexualidad extrema. Liam tocaba su clítoris sin desmayo y hundía con fuerza su miembro presionando su vagina en un ángulo que hacía maravillas sobre su punto G.

Todo complotó para que Amelia se rindiera y se elevara en un increíble tercer orgasmo, que la atravesó como un rayo. El prosiguió su ritmo demoledor, tocándola sin parar, y cuando su pene pareció latir en preparación, lo retiró rápido, derramando su semen en la parte baja de su espalda y en su trasero, como una marca que, aunque el agua fue lavando, permanecería como una sensación indeleble en su piel.

Él la soltó y procedió a poner jabón en gel en sus manos, distribuyéndolo con suavidad sobre ella, restregando con suavidad y cuidado cada rincón de su piel. Amelia lo dejó hacer, embriagada por lo recién vivido y por las tibias manos que ahora la recorrían con morosidad. Luego se volvió a él e hizo la mismo, sintiéndose pequeña ante su tamaño, en puntas de pies para enjabonar su torso y su espalda, disfrutando de cada trazo de piel que sus dedos recorrieron, mientras él la observaba y dejaba hacer.

—Tienes los músculos de un luchador —le dijo.

—Practico mucho. Trabajo y entreno, esas son mis actividades —susurró, él, acariciando su mejilla para luego darse vuelta y alcanzar las toallas limpias.

La visión de su trasero de dios griego la perturbó y se puso roja hasta las raíces cuando él la descubrió.

—¿Te gusta lo que ves? —se aproximó, con una sonrisa suficiente y la envolvió en la tela seca, haciéndola girar y dando una nalgada que la hizo saltar—. Ni siquiera se acerca a lo delicioso que se ve tu culito, Amelia. Venga, apresurémonos a vestirnos para poder disfrutar de esa cena. Si te miro otra vez, mi vena cavernícola va a surgir y no te dejaré salir de esta cama por horas.

Sintió su mirada mientras se vestía. Había algo muy erótico en hacerlo frente a un hombre que parecía devorarla con los ojos. Sentir la tela lujosa deslizarse sobre su piel fue una maravilla y cuando se observó de cuerpo entero en el gran espejo, se asombró. Claro que había un mérito indudable en el lujo: ¿quién podría lucir mal con esa ropa y esas sandalias?

—Eres una obra de arte —sentenció él mientras se incorporaba y también se vestía.

Por un momento, la intimidad de vestirse juntos y prepararse hizo que Amelia sintiera que parecían un matrimonio bien avenido en tránsito a un evento, casi una cita. Entonces, se obligó con fuerza a eliminar cualquier idea de ese tipo. No podía cometer el error de imaginar una intimidad que significara más que sexo. Del bueno, del que hacía vibrar. Se miró otra vez en el espejo y arregló su cabello con sencillez.

-Esto es demasiado-le dijo, mirándolo seria-. Este vestido estos zapatos. No tienes que comprarme nada.

-Lo sé, pero me gusta verte así, envuelta en algo tan exclusivo que no hace más que resaltar que tú lo eres. Única. Piénsalo como un capricho de mi parte.

-No puedo darme esos lujos.

-Aprovecha entonces. Es mi gusto.

Sonrió y asintió con timidez cuando él se acercó para tomarla por el brazo, para conducirla afuera. Tal como había dicho, el restaurante era pequeño y no había más nadie. El ambiente era majestuoso, aunque sobrio. La música suave y la iluminación incitaban a la conversación.

Él retiró la silla para que ella se sentara y ella suspiró. Un detalle encantador de un hombre que era un caballero. A ella, autosuficiente como era, le gustaban esos pequeños gestos, que no adjudicaba a machismo y si a galantería.

-Ordené el especial del día, espero no te moleste que haya tomado esa decisión por ti.

-Claro que no-sonrió ella.

Se sentía un poco descolocada, como si estuviera en un sitio diferente al que le correspondía, fingiendo ser algo que no era. Lo de ella hubiera sido la cocina, no el gran salón. Algo de eso debió traslucirse en su actitud, porque él tomó su mano y le dijo.

-Somos dos personas charlando y comiendo. El entorno puede ser formal, pero no hay más que eso, Amelia. La idea es que lo disfrutes y que puedas contarme algo de ti.

Se mojó los labios y asintió.

-No hay mucho por decir. ¿Qué quieres saber?

-Sé dónde trabajas, sé que tienes una familia muy pequeña. Cuéntame de tus sueños.

Hizo un mohín. Esa era una buena pregunta.

-Mis sueños están a la espera de que la realidad se modifique-señaló, pensativa.

-¿Qué quieres decir? Lo bueno de soñar es romper la barrera de lo que es para imaginar cómo cambiarlo.

-Sí, pero bueno, ya sabes, las obligaciones, las dificultades, posponen pensar y proyectarse.

-¿Qué es lo que deseas, Amelia?

Ella suspiró y se encogió de hombros.

-Hubo un tiempo en el que pensé que me podría dedicar al diseño de modas.

-¿En verdad? Eso explica tu fascinación por el vestido, la tela y cada uno de los detalles. Entiendo que a las mujeres les gusta la ropa y los zapatos, pero la manera en que apreciaste cada uno de los lados del vestido pareció extrema.

-Nunca creas que una mujer tiene demasiado de observar un vestido hermoso. Pero sí, me encanta diseñar y coser. Soy más bien autodidacta, he pasado años accediendo a todo blog, curso gratis y revistas que hable o enseñe sobre ello. Te podría hablar sin parar de las colecciones, de las semanas de la moda-el entusiasmo la ganó-. Mi tía Meg me enseñó a coser y a usar su máquina. Comencé con un plan de trabajo hace algunos años. Quería crear mi marca, usar las redes para atraer clientes.

-¿Y qué pasó con eso?

-La realidad, como te decía. La enfermedad de mi tía trastocó todos mis planes-la tristeza se coló en su voz.

-¿Es grave?

-Tiene cáncer. La han operado varias veces, ha tenido épocas mejores y peores. Lamentablemente, las metástasis no han dejado de producirse

-Lo lamento mucho-le dijo, en verdad afectado por la tristeza que se notaba en su voz.

-Si, es horrible ver cómo alguien a quien amas se deteriora y no poder hacer demasiado para evitarlo.

-Tienes a tu hermana, también.

-Sí, Tina-su rostro se iluminó-. Mi pequeña…Bueno, no así. Tiene dieciocho, aunque para mí siempre será mi hermanita.

-Te entiendo a la perfección. Me pasa con los míos, pero en especial con Avery.

-Ella estudia Ciencias Económicas y quiero darle una oportunidad para que sea alguien.

-Así que eres el sostén de tu familia.

-Un pobre sostén-hizo un gesto de pesar-. Pero no hablemos más de esto. Cuéntame de ti.

-Bien, suena justo. Soy el mayor de cinco hermanos. Dirijo las empresas de la familia y me encargo de las decisiones.

-Debe ser sumamente estresante y complejo.

-Lo es-afirmó-. Pero al morir mi padre, era obvio que yo debía asumir esa función. Alguien tiene que hacerlo. De todos modos, Alden y Riker, dos de mis hermanos, trabajan a mi lado.

-¿Este era tu sueño?-indagó ella y él se quedó meditabundo.

-Eso supongo, Amelia. Mi realidad tampoco me permite moverme demasiado, aunque parezca raro. Gran fortuna, grandes decisiones. Amelia-tomó su mano-. Esto que tenemos. Me gusta, me hace sentir cómodo y me satisface de muchas formas.

Ella le sonrió de vuelta

Ir a la siguiente página

Report Page