Liam

Liam


Quince.

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Quince.

 

LIAM.

 

Luego de despedir a la dulce mujercita que había encendido su noche, se acercó a la acristalada superficie del ventanal, perdiéndose en la magnífica vista de las luces de Los Ángeles a sus pies. Bebió un largo sorbo de su vaso de whisky y lo paladeó con placer. Tanto como le gustaba, no podía compararse con el sabor que aún guardaba su boca, el embriagante e íntimo de Amelia.

No se había equivocado cuando la había visto, su ropa empapada y su cara abochornada en aquella fiesta, cuando supo que tenía que tenerla en su cama. El sexo con ella no se igualaba a nada que hubiera tenido antes. Bien estaba que ninguna relación anterior, más o menos larga, había sido algo serio, pero esto que acababa de vivir con Amelia era intenso, superaba sus expectativas más altas.

La pasión y entrega que esa mujer le regalaron, la forma sublime en la que gimió cuando la acariciaba, sus quejidos cuando sus dedos rozaron sus zonas más erógenas, esas que lo llamaban como el agua a un sediento, sus grititos lujuriosos cuando se corrió, todo había sido de una sensualidad impactante. Había logrado multiplicar sus propias sensaciones y que sintiera hambre de ella apenas la despedía y no la tenía a su merced, su boca añorando sus pechos y su dulce y apretado coño.

Su miembro volvió a tensarse, inquieto y voraz como si desdeñara el hecho de que hacía apenas minutos que terminaba de disfrutar de las profundidades cálidas de la boca y vagina de Amelia. Esta sensación de permanente calentura que lo atosigaba era lo que su hermano Ryker esgrimía en su defensa cuando él le reprochaba sus constantes devaneos y amoríos, su ir y venir sobre las relaciones, su actitud de picaflor constante.

Suspiró, intentando justificarse. En su caso era algo que solo Amelia generaba, solo ella había conseguido que su presencia y su recuerdo lo enervaran sin pausa. Suponía que esto iría remitiendo una vez que sus encuentros se volvieran repetidos y la novedad que representaba en su vida desapareciera. Sorbió otro trago de su whiskey, pensativo. Eso esperaba. Tanto como disfrutaba de su presencia y su sensualidad, sentía que estar con ella le hacía perder objetividad y que el eje racional que de habitual lo mantenía en su sitio se conmovía. Y eso no era bueno.

Lo había asombrado e intrigado por partes iguales su entrega, sin exigencias materiales; tan desconfiado como era, sabía que no se podía fingir la expresión de sorpresa de ella al ver el vestido y los zapatos, como si fuera algo de otro mundo que él tuviera el gesto de regalarle objetos. Cualquier mujer en su posición vería natural recibir regalos costosos, incluso lo habría sugerido. Joyas, viajes, una tarjeta dorada.

No obstante, ella había abierto sus ojos y su boca con total confusión e incertidumbre. Eso no era nada para él, simples detalles, pero supuso que para alguien que trabajaba arduamente durante toda la semana y que conocía el valor monetario de esos objetos, era algo obscenamente caro. Lo había pensado de manera mecánica y había solicitado a su asistente que lo adquiriera y había hecho un buen trabajo. Ese vestido estaba hecho para ella, le sentaba como un guante y envolvía de maravilla sus líneas sensuales y curvas, dotándolas de elegancia y sofisticación. No es que esas cualidades no estuviesen en ellas, pero se destacaban plenamente.

Tener diálogo y cenar juntos había sido mejor de lo esperado. Había dudado al planearlo; después de todo, la idea era follar sin consecuencias. Algo en ella, empero, le hacía querer retenerla un poco más. O tal vez era algo en él, suspiró. Soledad, demasiada. En definitiva, había sido una buena idea, la velada había sido de una calidez y sencillez como las que no recordaba. Habían hablado sobre todo de ella, de su familia y eso le permitió conocerla un poco más. Poco había hablado sobre su propia vida, mas había dejado entrever la unión con sus hermanos.

Había pensado despedirla desde el restaurante, mas ella le había pedido volver para recuperar su uniforme, ya que lo necesitaría al otro día. No esperó que le pidiera unos minutos y saliera cambiada y con el dichoso uniforme puesto. Le había sonreído, argumentando lo que pareció lógico: ella no quería volver a su casa con una vestimenta que no podía justificar. Le había dicho que quería mantener esto para sí y que su familia no lo supiera. Supuso que tal vez la juzgarían. Pensó que llevaba el vestido en su gran bolso, pero al encontrarlo junto a los zapatos, prolijamente arreglados sobre su cama, se había desconcertado. ¿Por qué no los había tomado? Eran suyos, se lo había establecido claro. Luego vio la nota garabateada a un lado:

Ha sido una noche hermosa... Pero esto no es algo que pueda llevarme. Es demasiado y no busco nada extra en esta relación. Puedes guardarlo para otra ocasión, me encantaría vestirlo para ti. No significa que no aprecie el bello gesto. Me sentí una princesa y eso, créeme, no es poco.

Gestos como este lo desconcertaban. Por Dios Santo, eran objetos, un vestido, zapatos. No haría ningún mal llevándoselo. Él quería que los tuviera. Esa obsesiva necesidad de Amelia, en el discurso y en las acciones, de marcar a cada paso el que estaba consciente de los límites que él había impuesto a su vínculo le molestaba. Extraño, él sabía qué debía agradecerlos.

Implicaban que no se hacía falsas ilusiones, que no esperaba más, las que eran sus preocupaciones al esbozarle su propuesta. ¿Cuál era su problema? Lo pensó un rato, dando vueltas, hasta que decidió que era relativamente simple: el que Amelia no aceptara su regalo lo hacía consciente de que era él quien más tomaba en la relación y eso la hacía mejor que él. Al descartar con delicadeza lo que quería darle, ella era la que le daba un vuelco al trato. Le imponía su dignidad y le hacía ver que estaba en su cama porque así lo decidía y sin intenciones ulteriores. 

No era necesario, no lo era, meditó. Le encantaría que ella disfrutara de los beneficios de acostarse con un hombre rico como era él. Eso podría poner la relación en un esquema cómodo que podría manejar sin remordimientos. ¡Carajo! ¿Por qué demonios no podía tomarse las cosas con liviandad, como su padre o Ryker? ¿Por qué tenía que problematizar y analizar cada paso que daba?

No le pasaba con los negocios o las relaciones con sus pares, era el terreno que mejor lidiaba. Pero cuando las cosas pasaban al terreno personal, cuando se acercaban un poco a su esencia, se volvía un condenado freekie, susceptible y temeroso. <<Miedo>>, pensó con disgusto. Siempre estaba el miedo. A perder pie, a dar un paso en falso que lo precipitara por el camino que su progenitor había transitado sin complejidades.

Esa senda que lo había convertido en un ser frío y materialista, que tomaba todo de los demás, hiriendo y creyendo que el dinero podía solucionar cualquier desmán o carencia. Suspiró. Su peor escenario, volverse un cerdo sexista y sin sentimientos por el entorno, familia incluida, no era algo cercando, tenía que calmarse. Se castigaba demasiado: él amaba a los suyos, se preocupaba. Evitaba herir a las mujeres que le gustaban.

Lo cierto es que ninguna lo había movilizado como Amelia lo lograba, a pesar de no tener nada en común. Era una mujer dulce y una amante de poca experiencia, pero deseosa de complacerlo. Se entregaba sin dobleces y lo que más quería era que la pasara bien, colmar su pasión y que no tuviera miedo con él. Él se sentía renovado con ella, era justo que obtuviera algo a cambio.

Notaba en sus ojos, transparentes como cristal, que ella atesoraba sus frases y palabras de admiración al desnudarla y rozar cada una de sus curvas. Que sonreía con placer cuando él se encendía y la embestía con fuerza y casi de manera cavernícola, fruto del deseo que ella despertaba. Que disfrutaba del sexo, pero en especial de sentirse anhelada. No había nada impostado en sus miradas y en sus expresiones. Tampoco las había en las de él: cada palabra de admiración, cada suspiro satisfecho, sus gruñidos de disfrute, no eran más que verdades como puños. Ella era perfecta, deseable, sublime en su voluptuosa sensualidad.

Por lo que intuía, sus relaciones amorosas previas habían sido desastrosas. El mohín de contrariedad al mencionar a su ex, uno que pretendió disfrazar de indiferencia, no logró disimular sus ojos velados y el rictus triste de su boca. Eso, sumado a sus palabras, habían sido más que reveladores: <<No he sido inteligente, me dejé llevar por mis emociones con mi última relación. Dejé que me usara y me convirtiera en vertedero de sus miserias y con ello apagué mi personalidad. Hirió la percepción que tengo de mí misma. Pero es pasado>>, se había recuperado rápidamente y le había sonreído.

Había que ser muy bastardo para herir a esa mujer gratuitamente, pensó. Había hombres que se complacían en romper y desdeñar a las mujeres y eso, a su juicio, era temor. Ningún tipo bien plantado y seguro podía más que sentirse bendecido de que alguien como Amelia lo hiciera foco de su interés. Estaba decidido a no dejar un recuerdo así en la mente de Amelia. No importa cuán corto fuera su vínculo, cuán laxo fuera este, haría lo que estuviera en sus manos para no ser recordado con un amargo sabor de boca.

Por lo pronto, quería más, necesitaba más de ella y manejarse con la verdad no solo era de rigor de acuerdo a su ética, sino que era imprescindible para que se sintiera cuidada. Varias cosas eran seguras: ella le gustaba a rabiar, la quería en su cama con cruda pasión y quería gozar y que ella se encendiera entre sus brazos y sus piernas. No sabía cuánto podría durar su relación, cuánto se mantendría así de urgido y necesitado de poseerla, pero iba a asegurarse de que ella mantuviera su autoestima e incluso la superara.

Haría su deber ratificarle cada vez que se encontraran, con su pasión y su lenguaje, lo magnífica que era. Porque una mujer tan exquisita merecía ser adorada, idolatrada. Ella tenía que ser consciente de lo bella que era y de que tendría la oportunidad de un amor verdadero en otros brazos menos egoístas que los suyos. Cuando su vínculo terminara, estaría fortalecida y podría superarlo incluso a él. Aunque ahora mismo no le hiciera ninguna gracia pensar que otro pudiera poner un dedo sobre ella, era claro que esta fascinación pasaría y ambos deberían seguir con sus vidas.

Debía hacer su misión buscar la manera de que ella pudiera aceptar algo más que su tiempo y sus caricias en el tiempo que compartieran. Algo que mejorara su situación económica y le permitiera orientarse a cumplir sus sueños. Eso era, esa era la clave, decidió: encontrar una fisura en su postura que le permitiera premiarla sin tocar su orgullo. Sin sentir que la compraba.

Encontrar un objetivo le hizo sentir aliviado. Podría volver a ella sin pensar que abusaba de su posición. Se aflojó la camisa y se dijo que era tiempo de descansar. Tenía varias ocupaciones en la mañana siguiente, entre ellas lidiar con la mierda que Alden parecía dispuesto a dejar caer en el proyecto que lideraba. Su hermanito estaba insufrible y no sentía que tuviera energía para confrontarlo sin ayuda.

Texteó a Ryker; él sabía cómo convencer a Alden de deponer sus armas y colaborar. Y ya que estaba en el tema familiar, recordó que era tiempo de hacer algo para lograr que Ethan regresara y finalizara con esa actitud de rebelde sin causa ni pausa que ostentaba. Era tiempo de que se hiciera cargo de alguna de las responsabilidades del conglomerado Turner. Era tiempo de que volviera con ellos.

Pensar en esto lo decidió a dar un paso que no había considerado antes, pero que se abrió paso como una luz. Avery. Avery también tenía que estar al tanto de todo, participando. La había visto caída este último tiempo. No había pensado que le podría interesar participar en los negocios, pero tampoco le había preguntado. Ella era tan dueña de todo como ellos. No le gustaba la forma en que su madre la dejaba de lado y sabía que tanto tiempo libre no podía ser bueno. Ella no parecía encontrar un lugar, había dejado de buscar qué estudiar o en qué trabajar. Era momento de sacudirla. La mayoría de las mujeres trabajaba y mucho. Amelia era un buen ejemplo de esto.

 

Descansó mejor de lo que venía haciendo durante las últimas semanas, plenas de trabajo y preocupaciones. El intenso ejercicio físico, la liberación de la ansiedad y endorfinas que significó el sexo con Amelia obró de maravillas en su ánimo y le insufló buen humor. Más puntos para agregar a la lista de pros que se acumulaban para mantener a esa mujer en su cama y en sus brazos, entre sus piernas o en su boca, fantaseó.

Recibió a sus hermanos con una actitud bastante menos compuesta de lo habitual, con una sonrisa abierta que Alden fue el primero en recibir, aunque no modificó la mirada ceñuda y actitud enfurruñada que parecía pegada a él hacía un tiempo. De lo que Liam no se salvó, sin embargo, fue del comentario sarcástico de Ryker, que lo observó:

—Algo te pasa, es definitivo. Estás diferente. Casi pareces…feliz. Si no te conociera, podrías pasar por un ser humano.

—Tonterías —trató de cortar.

Sabía que una vez que una idea se plantaba en la cabeza de Ryker, no cejaba hasta encontrar la razón o explicación. Y no quería hablar de Amelia con ellos. Era suya, su secreto. Su dulce y apasionado secreto, decidió.

—No, no, no. Ya lo noté el domingo anterior. Estás diferente —gruñó Alden, sumándose al escrutinio con una mueca calculadora—. ¿Qué es?

—También lo vi —escuchó la voz de Avery, que ingresaba en ese instante.

—Vamos, hermanita, no tú— Eres mi defensora —ella le dio un beso y una sonrisa cariñosa.

—Tienes algo escondido, campeón —insistió Ryker—. No tiene nada que ver con los negocios.

—Es cierto—Avery hizo un mohín, su ceño algo fruncido, con curiosidad.

Liam sabía que a ella le encantaría enterarse de lo suyo con Amelia, pero no había nada que detallar, en realidad. Esa mujercita era una estrella fugaz, aunque placentera, en su mundo. Quería mantenerla alejada.

—Dejen sus teorías locas. Lo último que deseo es lidiar con tu paranoia, Ryker. Tenemos que definir varias cosas. Avery está aquí porque creo que es hora de que se integre a los negocios.

—A tiempo —asintió Ryker.

—Claro que sí, bienvenida al emocionante mundo de la Corporación Turner, hermanita. ¡Yupiii! —sentenció Alden, rodando sus ojos.

—Alden, deja de ser tan idiota —señaló Liam, fastidiado.

—Me tomó por sorpresa que me llamaras. No voy a pegar una, pero estoy feliz de estar con ustedes. Me ahogo en casa —confesó.

El brillo de sus ojos hizo ver que Liam no se había equivocado al hacerla venir.

—Creo que es necesario que empieces a involucrarte en los negocios de la familia. Debí habértelo pedido antes.

—Pensé que no me querías aquí —confesó ella.

—Claro que sí, pequeña, simplemente quería darte tu espacio.

—Lo agradezco, aunque me resulta difícil encontrar mi norte ahora mismo.

—Pasas demasiado tiempo con mamá —chasqueó su lengua Alden.

—Eso es imposible— dijo Ryker—. Nuestra madre no tiene tiempo para nada que no sea su ajetreada vida social.

—No, pero la presiona —sentenció Alden—. Lo único que mamá considera conveniente para Avery es un casamiento glamoroso con un hombre que la pueda lucir a su costado.

—Jamás seré algo así —dijo ella, envalentonada—. No seré el adorno de nadie.

Liam sabía que ese era su mayor temor. No quería jugar el mismo rol que su madre había tenido por años. No importaba cuánto dinero manejara su madre, cuán elegante fuera su vida. Todos tenían claro que por décadas había sido un accesorio bonito para su padre. No había tenido tiempo ni ganas de ser una madre. Era la cruda realidad.

—Estar presente en las reuniones e involucrarte en las distintas funciones de nuestras empresas te permitirá encontrar lo que deseas hacer. Quiero que te sientas cómoda y valorada hermanita —le sonrió.

—Puedes empezar trayendo café —sugirió Ryker, recibiendo la mirada furibunda y el empujón de Avery, que le hizo soltar una risotada, tras la cual la abrazó con calidez.

—Bien, comencemos—Liam les señaló las sillas y todos se dirigieron a la mesa redonda—. Necesitamos una definición del proyecto del centro de convenciones y hotel de lujo del centro. Alden, tus pruritos están retrasando la ejecución de las obras.

—Me resisto a que decisiones externas a las técnicas modifiquen algo en lo que puesto tanto tiempo y energías—Alden cruzó sus brazos en actitud defensiva.

—No se trata de indicaciones caprichosas, hermano. Entiendo tu postura y valoro el trabajo que realizas. Estos clientes quieren tu diseño. Apenas señalan algunas contingencias vinculadas a cuestiones de seguridad.

—Realizar esos ajustes implicaría modificar el diseño.

—Pues hazlo —señaló Ryker—. Eres lo suficientemente creativo como para realizar algo bueno aceptando las disposiciones externas. Si no te sientes capacitado para ser flexible, podemos pedirles a otros arquitectos que lo realicen.

Alden sintió que había desafío en la voz de Ryker.

—¡Nadie va a tocar mi proyecto!

—Pues hazlo tú. Y rápido —dijo Liam.

—Si alguien puede ajustar un diseño hermoso y convertirlo en algo mejor, ese eres tú, Alden —intervino Avery con cariño—. Dales lo que desean en el envoltorio que a ti más te guste.

—Es poco tiempo.

—Te conseguiré alguna semana más si consideras los cambios.

—Está bien —aceptó gruñendo.

Liam suspiró, aliviado y miró a Ryker y Avery. Formaban un buen equipo.

Estuvieron juntos por casi dos horas, revisando contratos, determinando futuras inversiones y prospectos de negocios. Al finalizar, decidieron ir a comer juntos, pero Liam desechó la invitación.

—No me digas que te quedarás otra vez en la soledad de tus dominios —dijo Ryker.

—Tengo planes —dijo, tratando de ser vago.

Su hermano entrecerró los ojos y sonrió aviesamente.

—Claro que los tienes. Y deben ser condenadamente sexys para que deseches la oportunidad de decirnos cómo vivir nuestras vidas. No puedo esperar a ver lo que estás guardando.

—No hay nada que debas saber.

—¿Hay una mujer? —preguntó Avery.

—Hay algo, nada serio.

—¡Cómo si pudieras hacer algo que no lo fuera! —se burló Ryker.

—Me alegro tanto—Avery sonrió alegre.

—No es nada que vaya a prosperar—Liam trató de atajar cualquier esperanza de su hermana de verlo con novia.

—Que estés follando ya es un milagro —rio Ryker—. Estabas por volverte monje de clausura.

—Oh, de seguro se encargaría de dirigir los negocios y nuestras vidas desde un monasterio —gruñó Alden, aunque menos serio.

Los despidió sin decir más y luego llamó a su secretaria para establecer algunos puntos de su agenda de la próxima semana. Cuando finalmente dio por terminada la jornada de trabajo, decidió que era tiempo de pensar en un plan que le permitiera disfrutar de Amelia esa noche. No era para nada un monje, solo bastante más discreto que Ryker. Tampoco era un adicto al sexo, pero la miel de Amelia le atraía tanto que no podía parar de pensar en ella y su miembro no tenía descanso. Esperó impaciente la respuesta de ella a su mensaje invitándola.

La contestación demoró un rato y no fue tan satisfactoria como quisiera. Ella tenía que trabajar hasta tarde. Había tomado un turno extra en la cafetería. Un esfuerzo grande para ella, pensó. Algo necesario al haber perdido ingresos extras. Ella necesitaba el dinero y eso era algo que él podría solucionar sin mayores esfuerzos, mas estaba fuera de toda consideración. Insistió con otro mensaje, sin querer parecer incomprensivo, pero cada vez más urgido de tenerla a él.

LIAM. Si me lo permites, te espero con mi vehículo. Entiendo que vas a estar cansada, pero tengo un jacuzzi en mi apartamento. Es ideal para evaporar el agotamiento y me encantaría que pasemos juntos algunas horas. Disfruto estar contigo.

La respuesta no tardó en llegar y fue finalmente positiva, lo que le produjo satisfacción. Su invitación implicaba que la llevaría a su apartamento, algo que no había hecho con mujer alguna. Sus conquistas o ligues solían conocer su oficina o un hotel, pero nunca su casa. Amelia, sin embargo, bien valía la pena. Ella era diferente.

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