Liam

Liam


Diecisiete.

Página 18 de 27

Diecisiete.

 

LIAM.

 

Era increíble lo rápido que habían transcurrido esos dos meses; lapso pleno de buenos momentos y el mejor sexo de su vida. Amelia era una mujercita, apasionada sexy y dulce, absolutamente diferente a todas las mujeres que hubiera tratado antes. Trabajadora y orgullosa, incapaz de aceptar o tomar nada extra, esquivando con una sonrisa lo material, entregándose a él por entero.

No sólo disfrutaba de su cuerpo, de su sensualidad; charlar, cenar, bailar, escuchar música o mirar el cielo se volvían planes increíbles con ella. En más de una ocasión se inquietó ante la posibilidad de estar yendo demasiado lejos; él no había considerado tener algo más que una relación casual. Sin embargo, no dudaba en invitarla a sus lugares más íntimos sin sentirse invadido.

Había noches en que sentía necesidad física y mental de su compañía, de detenerla solo para él y disfrutarla, y no dudaba en esquivar sus previsiones o excusas con pequeños chantajes. Nada material funcionaba con ella, pero ofrecerle una noche estrellada en las alturas de Los Ángeles o una película romántica era un plan que solía funcionar. A Liam esto le volaba la cabeza; con ella, solo tenía que ser él.

Era más sencillo convencerse a sí mismo de que no estaba dando un paso demasiado grande que convencer a Amelia. Ella trabajaba prácticamente toda la semana en horarios de locos, cubriendo su turno y el de otros, cada vez que su jefe le ofrecía. Además, se movía incesante por agencias de trabajo presentando su currículum. Hubiera resultado sencillo adjudicarle un puesto en alguna de sus empresas, algo sencillo como asistente, pero jamás se lo permitiría.

La sola mención de esa posibilidad había resultado en que ella se había cerrado y se había negado sistemáticamente a recibir cualquier ayuda. Era porfiada y cabezona, más que él mismo; empero, entendía que necesitaba aferrarse a la idea de que no le debía nada, de que podía hacer las cosas a su manera, que era la forma difícil.

Lamentaba que tuviera que sostener así a su familia y que hubiera debido abandonar sus sueños; el mundo podía ser bastante injusto, si consideraba que personas como su madre y sus amistades vivían con lo mejor sin mover un dedo. Se reprochaba ver a su madre o a sus pasadas amantes de esa forma, pero no había otra realidad. Él mismo había recibido todo servido, aunque hoy día se desgastara en mantenerlo. Como fuera, cada instante, cada noche con ella valían mucho y era un hombre que entendía de placeres. Ella era una mujer para saborear lento y sin prisas. Una noche no le bastaba, su cuerpo comenzaba a sentir que la quería más. 

Por ello pensó que disfrutar de su casa de playa en Santa Mónica era el contexto ideal. Era su refugio, al que escapaba cada vez que necesitaba un impasse, despegarse de lo laboral y distenderse. Invitar a Amelia se sintió correcto. Ella lo apreciaría, era un sitio privilegiado con una maravillosa vista, con acceso directo a la arena y el mar. No había llevado a ninguna mujer allí antes. Era casi un santuario, pero Amelia encajaría bien en él. Junto a él.

Extendió la invitación por el fin de semana, procurando ensalzar las virtudes del sitio, foto incluida. Sabía que para ella implicaría no trabajar y con ello una quita económica, pero también estaba convencido que debía desconectar. Se estaba haciendo daño con la falta de descanso y él quería asegurarse de que lo tuviera. Con él.

Quería ser el culpable de otro tipo de agotamiento en ella, el que deviene del placer. Recibir su respuesta positiva, luego de algunas horas de negociación en la que él no dudó en jugar con todo lo que tenía (promesas de masajes, caminatas en la playa, enseñarle a surfear y más), lo hizo sentir más satisfecho que nunca. Y hasta ansioso, entusiasmado.   

Era extraño que un hombre que podía tener cien mujeres con el golpe del meñique se sintiera orgulloso de que esa mujercita aceptara una cita por la que muchas matarían. No obstante, él solo la quería a ella. Y ella le daba su tiempo y sus caricias. Era mucho más de lo que podía decirse de la incontable cantidad de mujeres que pululaban en los altos ambientes buscando un esposo que las mantuviera, un amante que las encumbrara, la influencia que les diera un trabajo o una posición económica favorable que las dejara bien paradas.

 

AMELIA.

 

La casa era absolutamente hermosa en un estilo sobrio y de líneas limpias, sin por ello dejar de dar cuenta de la fortuna y posición de su propietario. Contuvo la respiración al mirar atrás y observar el maravilloso paisaje en el horizonte, cielo azul y verde mar uniéndose en una línea. El aire fresco y la tibieza del sol en su piel la hicieron cerrar los ojos con deleite.

Habían sido contadas las oportunidades en que ella y su familia habían disfrutado de la playa, por supuesto en zonas menos exclusivas que esta. Un chispazo de nostalgia trajo a su mente las excursiones realizadas, los aprontes de comida en una canasta, las risas, los juegos en el agua, los castillos en la arena. Ella, Tina y su tía. Esos tiempos alegres habían quedado muy atrás; las emergencias económicas y de salud habían hecho de su vida algo mecánico. Los últimos años apenas si había tenido tiempo para disfrutar.

La invitación de Liam le había tomado por sorpresa y en un principio estuvo tentada de desecharla. La primera excusa fue que no podía dejar su trabajo y eso tenía bastante de verdad. Bratt era un miserable negrero y aunque ella disponía de días que no había sacado en su favor, la necesidad de dinero la había hecho trabajar sin cesar. Otro punto que la había echado un tanto atrás había sido la creciente intimidad con Liam. El acceso que le daba a espacios que él mismo declaraba como exclusivos y suyos creaba una cercanía y un aparente avance en su relación que, solo de permitirse considerarlo, daba alas a sus esperanzas y eso no era nada bueno. Amelia creía que era bueno tener sueños, tener expectativas, mas hasta un cierto límite. No era inteligente construir sobre bases tan endebles como eran las que existían entre ella y Liam.

La tentación, sin embargo, había sido demasiada y la insistencia del hombre era proverbial. Casi podría pensarse que había bipolaridad en el discurso de ese millonario que defendía a capa y espada la idea del sexo por el sexo en sí mismo y, no obstante, pugnaba constantemente por compartir momentos que lo trascendieran. Tan obnubilada como la tenía, Amelia se daba cuenta y temía.

De no haber tenido a Sharon detrás instándole a vivir cada instante y atesorarlo, hubiera desechado la posibilidad. Pero no tenía tanta fuerza de voluntad. Pasar dos días afuera de su casa era todo un hito y no había forma de hacerlo sin hacer saber a su familia lo que pasaba. Algo había dejado entrever hacía unas semanas, ante la obviedad de que las noches del sábado para el domingo habían pasado a pertenecer a ese hombre. Había introducido su figura de manera ambigua, sin dar más detalle que su nombre y habían respetado su reserva. Confiaban en ella.

No les dijo la verdad, pero tampoco les mintió, aunque sabía bien que la omisión podía contar como una mentira o una verdad a medias. Consideró que era suficiente que supieran que se veía con alguien, que se estaban conociendo. Alguien que la hacía feliz, pero sobre el que no tenía altas expectativas de mantener. Incluso en su intimidad, donde no las necesitaba, alzaba barreras de protección.

En el fondo sabía que pretendía mucho más que algo físico con él, pero no era posible. Tomaba lo que él quería ofrecerle. Si Tina escuchara la descarnada verdad se preocuparía y tacharía de inmoral y aprovechado a Liam. La confrontaría para que viera lo bajo que la hacía caer. Desde afuera se debía ver así, lo intuía. Pero ella había comenzado a conocerlo y sabía que detrás de ese frío exterior él era un hombre que se interesaba por ella y sus asuntos, que podía ser dulce y galante, además de era un amante excepcional.

No había hecho nada para engañarla, nada le había prometido que no fuera sexo. Y, aun así, quería darle más. No aceptaba sus joyas o su ropa, sus ofertas de ayuda laboral, que todo eso hubo. Sí tomó todo el tiempo y oportunidades de encuentros que le propuso, disfrutando de una intimidad que era mucho más que sexo. 

Sabía todo de ella y algo de él había fluido en las conversaciones, aunque le costaba abrirse. Cuando hablaba de sus hermanos, los ojos se volvían más cálidos, en especial al mencionar a su hermana Avery o incluso cuando bromeaba sobre lo inconstantes, demandantes o gruñones que eran sus hermanos. Le había hablado de Beatrice, algo así como una nana todoterreno que los había criado.

Casi no había hablado de sus padres y la mirada se había endurecido al mencionarlos. Él había reconocido que adoraba a Beatrice y en ese momento deseó ser como ella. Amada. Esa palabra sonaba tan bien en sus labios. Cuando sus charlas derivaban a facetas tan íntimas e interesantes ella disfrutaba, pero sabía que cada uno de estos apuntes de su personalidad solo contribuían a complicar todo.

Y ahora, acá estaba, en su casa en la playa, en ese paradisíaco y cotizado lugar de Santa Mónica, a punto de pasar dos días con él. Ansiedad a full era lo que la llenaba. Se apresuró a volver la vista a la casa y pretendió cargar su bolso, tarea que Liam se apresuró ejecutar.

—Permíteme ser el caballero que necesitas —su sonrisa seductora la sonrojó y la hizo parpadear.

Una ráfaga de aire limpio empujó la falda de su vestido arriba y ella la alisó, tratando de contener el revoloteo. Era un modelo bonito que había diseñado ella misma y que no había tenido oportunidad de usar. La tela era sutil y adecuada para la temperatura. Se sintió bonita, libre, sin pesos. Liam la hacía sentir así. Cuando la miraba con apreciación, cuando la piropeaba y no se cortaba en decirle todo lo que le hacía sentir y experimentar, ella brillaba. Así lo sentía.

—Te vas a divertir y la vamos a pasar muy bien —sintió el brazo de él que la tomaba por los hombros y la conducía desde el aparcamiento hasta la entrada principal, una puerta majestuosa de madera labrada y oscura.

—No lo dudo —ella sonrió y lo miró, volviendo a pensar que la fortuna le sonreía, aunque fuera por tiempo limitado.

Playa, el hombre más seductor que había conocido, los mejores orgasmos del mundo. Era bastante más de lo que había tenido en años. El romance no estaba en el esquema, pero sí la galantería y el buen trato. De haber podido sumar el amor a eso hubiera sido el paraíso y nadie vivía allí, todo el mundo cargaba mochilas pesadas y situaciones imperfectas.

—Eres mi invitada y tendrás toda mi atención estos dos días. Me alegra mucho que hayas aceptado.

—¿Bromeas? —agregó—. Soy yo quien está agradecida, este es un lugar maravilloso.

—Espero que hayas traído bañador. No puedo esperar a verte con poca ropa, preciosa —dijo en tono ronco mientras la abrazaba por la cintura y la pegaba a sí para darle un beso devorador, al que ella respondió de la misma forma, abrazándose a su cuello y apretando su cuerpo contra él para disfrutar de la tibieza del contacto.

Liam se despegó al cabo de unos segundos, con renuencia, y tomó su mano para conducirla adentro. La habitación a la que accedieron era un salón muy amplio y luminoso, con preciosa vista al agua y al atardecer. Luego, la dirigió escaleras arriba para ingresar al que supuso el dormitorio principal, dominado por una cama enorme con un maravilloso dosel labrado en madera y hierro forjado que le quitó el aliento. La decoración y los muebles eran en tonos oscuros y crema y de alguna forma Amelia podía conectar la personalidad de Liam con esta casa. Era sobria, intensa, con clase, pero sin ostentación.

—Me encanta —giró sobre sí misma y se acercó al ventanal.

Los brazos musculosos la envolvieron y Liam le susurró al oído:

—Tengo pensado un maravilloso fin de semana. Buena comida, paseos en la playa, el descanso que necesitas y mereces. Y mucho, mucho sexo—Ella se estremeció. Notaba sobre si la dureza del miembro de Liam casi insertándose en la parte baja de su espalda—. No puedo esperar a poner mis manos en tu cuerpo, mi mente me ha jugado malas pasadas todos estos días.

Se apresuró a subir la falda del vestido y ella le dejó hacer, sintiendo como su mano se introducía en sus bragas y apartaba el elástico hasta llegar a su coño, deslizando las yemas de sus dedos por sus pliegues, logrando que ella jadeara excitada.

—Liam… —gimió, doblándose con placer.

—Tan tibia, siempre tan deliciosa —hundió uno de sus dedos en la intimidad de su vagina, pero de inmediato se retiró, despegándose de ella, que se sobresaltó.

Él se dirigió hacia la puerta contigua, que era un enorme vestidor, y luego de unos segundos reapareció, con una sonrisa canalla que paralizó el corazón de Amelia. Era un hombre tan seductor que no podía evitar sentir un vuelco cada vez que lo veía acercarse y la miraba, toda ella se enervaba. 

—Preparé algunas sorpresas para ti —le dijo, con destellos en sus verdes ojos.

—¿Qué tipo de sorpresas? —contestó intrigada.

—De esas que entusiasman y permiten jugar.

—¿A qué te refieres?

Todo lo que hizo fue mostrarle un pequeño objeto redondo, que no reconoció.

—En el sexo hay muchas formas de disfrutar. Algunas incluyen juguetes —le dijo, observando su reacción.

—No es lo mío —contestó Amelia, nerviosa.

—Tranquila, jamás haré nada que te incomode, pero te puedo asegurar que esto es placentero.

—¿Qué es? —la curiosidad pudo más.

—Es un juguete sexual. Un pequeño vibrador que se inserta en el coño. Puede proveerte sensaciones maravillosas.

—¿Y a ti en qué te beneficia? —no pudo evitar preguntar.

Amelia no desconocía lo bueno que podía ser un vibrador en ausencia de un hombre, mas era reacia por principio a cualquier novedad que no hubiera sido introducida por ella misma o que conociera previamente.

—Esto se trata de ti, de tu placer. Pero también es algo egoísta. Cada vez que te acabas entre mis brazos es un espectáculo maravilloso. Me perturba y me transporta ver tu cara y escuchar tus gritos. Esto agregará diversión. Te lo puedo colocar ahora y puedes disfrutarlo mientras comemos, mientras damos un paseo.

Amelia consideró unos instantes la propuesta, mordiendo sus labios. Podía imaginar las sensaciones, la mirada de él sobre sí, pero tenía límites.

—No me atrevería a exponerme a la vista de otros de esta manera.

—Eso le agrega picardía al asunto —guiñó un ojo, seductor—. Imagínate, tu coño temblando y tú intentando no mostrar el placer. Nadie, salvo yo, tiene que saberlo.

—¿Y qué pasa si me corro en presencia de alguien?

—Solo pensarlo me pone a mil. Tu corriéndote, yo mirando y viendo cómo te contienes —susurró Liam, tomando su mano y haciendo que envolviera y acariciara su miembro por encima del pantalón.

Su enorme erección pugnaba por escapar y sintió el calor. Sin hablar más, él la empujó con suavidad sobre el lecho y la hizo recostar sobre su espalda.

—Abre tus piernas para mí —ordenó, su mirada entornada, evidentemente excitado.

Amelia asintió, sintiendo como las manos grandes la acariciaban desde los tobillos y subían luego por sus muslos, mientras su boca iba dejando besos que fueron encendiendo su sangre. Los labios se abrieron para dar paso a la lengua, que se dirigió en círculos hacia su pelvis.

Con un rápido movimiento, rompió su tanga y dejó al descubierto su intimidad, lubricada por la charla y las caricias. Con suavidad la tomó de las pantorrillas e hizo que sus rodillas se elevaran. Alternó su lengua atravesando en canal desde su clítoris hasta su roseta y de ahí de vuelta, distribuyendo sus fluidos y haciendo que rogara, elevando sus caderas hacia él.

—Por favor... Liam… Quiero…

—Sé muy bien lo que quieres y te lo voy a dar. Más tarde. Ahora vamos a probar—él usó sus dedos y ella sintió de pronto la sensación de algo firme y duro que se introdujo en su coño, por lo que dio un respingo—. Con calma —susurró él mientras soplaba su cálido aliento y la elevaba con sensaciones increíbles.

De pronto, Amelia sintió un cosquilleo que la dejó sin aliento. Los ojos de Liam la observaban, chequeando cada una de sus reacciones. Sonrió abiertamente cuando la vio estremecerse a instancia de los impulsos placenteros que las vibraciones en el interior de su vagina despertaban, extendiéndose por las paredes y trasladándose por todos sus nervios. Sus pezones se endurecieron. Entonces, la vibración se apagó y comenzó a recomponerse. Pero cuando estaba por recuperarse, volvió a reaparecer.

—Es un juguete muy interesante—él se acercó reptando, quedando sobre ella, comiendo su boca y hundiendo su lengua, lamiendo, mordisqueando—. Este pequeño control lo opera —le mostró un botón entre sus dedos—. Esto enciende y apaga a voluntad el dispositivo. ¿Te gusta? —Ella contuvo el aire y luego asintió, cediendo a su evidente lujuria—. Así que, preciosa, tengo tu coño a mi merced.

Amelia pensó que no necesitaba eso para hacerlo. Él se levantó y operó el control para que se encendiera. Su mirada la recorrió mientras temblaba y se sacudía, sus talones hundiéndose en el colchón al aumentar la vibración, sus dientes mordiendo su labio inferior, sus manos buscando sostén. Él observaba cada gesto, cada rasgo de su cara que se conmovía y se crispaba ante los empujes del pequeño vibrador, hasta que evidentemente la imagen de ella se volvió tan dolorosa que bajó el cierre de sus jeans y liberó su enorme polla, que emergió dura y plena.

Amelia sintió que su deseo se potenciaba y se incorporó sin mediar palabra, para tomar el miembro en su boca tan profundo como pudo. Quería darle placer, disfrutar del cuerpo de ese hombre del que se confesaba adicta. Él apagó el aparato, seducido por la idea de ella haciéndole un oral. Amelia redondeó la corona de su glande con la punta de su lengua, para luego recorrer toda la extensión, lamiendo con gula, y luego la tragó hasta la garganta, para volver atrás una vez más, acariciando con sus labios y sus dientes, suavemente, cada milímetro del grueso miembro. Él había llevado su cabeza atrás mientras adelantaba aún más su polla. Entonces, otra vez encendió el vibrador y la presión en su coño hizo que apretara el pene y lo succionara aún más duro.

—¡Voy a follarte la boca mientras tu coño vibra como poseído! —le dijo, tomando su nuca para aplicar suave presión y no dejarla ir—. ¿Me dejarás correrme en tu boca?

El suave gesto con el que ella asintió, su boca llena sin poder emitir sonido, hizo que el ritmo de los embates creciera, como si el permiso lo hubiera enloquecido. Amelia lo tomó, acomodándose, sintiendo su desesperación, que era también la suya. El gruñido de Liam fue el aviso de que se corría y su semen brotó caliente. Lo tragó gota a gota, mientras cedía a su propia liberación, empujada por el intenso erotismo del momento y al placer que el vibrador había provocado en su interior.

Abrió su boca para liberarlo y se tendió atrás, los últimos espasmos todavía sacudiéndola. Mientras la bruma aún la cubría, se sintió repentinamente vacía cuando Liam quitó el juguete de su coño.

-Ya tendremos oportunidad de volver a probarlo.

De inmediato, dos de sus dedos pujaban dentro de ella, penetrando hasta tocar su punto G, volviendo a encenderla. Esto acompañado por la lengua, qué trabajó con calma, alternado fricción y suaves mordiscos sobre su clítoris, en pocos minutos más la hicieron correrse duro. Comenzó como un nudo apretado en la base de su espalda, uno que se desató y pareció estallar disolviéndose en miles de vibraciones que alcanzaron cada una de sus células y le volaron la cabeza.

Gritó, sus manos hundidas como garras en el colchón, sus caderas en el aire, su boca sin poder parar de gemir. Liam no dejó de lamerla hasta que los últimos estertores la agitaron. Cuando se incorporó para mirarla una sonrisa satisfecha atravesaba todo su rostro, haciéndolo ver más guapo, si cabía.

Ir a la siguiente página

Report Page