Leo

Leo


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—¿Qué suerte cumplir años casi a la vez?

Le habló un hombre por la espalda y Paola se giró hacia él y al ver de quién se trataba le sonrió y dejó lo que estaba haciendo para prestarle toda su atención.

—O igual no, porque siempre os veréis medio obligados a celebrarlos en una misma fiesta y no sé yo si esa es tan buena idea —se contestó él mismo y luego le ofreció la mano—. Encantado, soy Björn y acabo de llegar de Noruega.

—Encantada, Björn, tenía muchas ganas de conocerte en persona, los niños hablan muchísimo de ti.

—También de ti —La observó de arriba abajo—, te adoran y ahora están como locos con la idea de convertirse en hermanos mayores.

—Sí, es cierto, afortunadamente se lo han tomado muy bien.

—Enhorabuena por el bebé, es una gran noticia.

—Muchísimas gracias.

—¿Y sabes por qué el gran Leo Magnusson nos ha convocado a todos en Italia para celebrar su fiesta, y la tuya, de cumpleaños?

Se volvió hacia la terraza y le señaló a los amigos y familiares que estaban reunidos en el jardín, comiendo y disfrutando de una tarde espléndida junto al Lago Maggiore mientras dos camareros se paseaban con bandejas de bebidas y aperitivos entre ellos, y Paola respiró hondo y se encogió de hombros.

—Se ha empeñado y no ha habido forma de quitarle la idea de la cabeza.

—Bueno, al menos así podré conocer a sus hermanos italianos, que son muchísimos.

—Son cinco, más esposas e hijos, suman un montón, la verdad. ¿Qué tal el viaje desde Njardarheimr?

—Largo, pero bien, aunque vengo desde Helgeland, al norte de Noruega, donde ya hemos puesto la primera piedra de mi nuevo hogar.

—Enhorabuena, Leo me contó que te había costado muchísimo hacerte con ese terreno.

—Fue una pesadilla, pero… guau…

Se detuvo en seco abriendo la boca, mirando por encima de su hombro, y Paola siguió sus ojos celestes hasta encontrarse con la figura llamativa y preciosa de su amiga Candela, que de casualidad se encontraba esos días en Italia, y que había llegado esa mañana a Stresa para celebrar con ella su treinta y cinco cumpleaños y de paso conocer a su nuevo amor y a su nueva familia.

—¿Quién es? —Le preguntó Björn sin poder quitarle los ojos de encima y Paola sonrió—. Dime que la conoces y me la vas a presentar.

—Claro que sí, es una de mis mejores amigas, se llama Candela. ¡Candela!, ven, por favor.

Candela Acosta, hija de sevillana y brasileño, residente en Madrid, aunque también había vivido en Estocolmo y en otros tantos países porque era periodista y una viajera incansable, se giró hacia ellos y se les acercó con una enorme sonrisa.

Paola la cogió de la mano y la puso delante del cuñado de Leo, que la seguía mirando con la boca abierta, e hizo amago de hacer las presentaciones formales, pero no pudo porque ambos se quedaron como hipnotizados, mirándose fijamente, como reconociéndose o devorándose, pensó, y decidió retirarse y dejarlos a su aire, porque era evidente que no necesitaban que alguien rompiera la magia e interrumpiera ese momento tan… raro.

Retrocedió sin perderlos de vista, aceptando que hacían una pareja de cine, porque él era el típico escandinavo rubio, alto y de ojos claros, y ella una mulata con el pelo rizado un poco salvaje y los ojos negros, y abandonó la terraza preguntándose cuál sería el estado sentimental de Björn Pedersen, y, lo más importante, si sería un tío lo suficientemente fuerte y resistente para mantener, en caso de que surgiera, algún tipo de relación con Candela Acosta, que a los tíos se los merendaba sin parpadear, y bajó al jardín de la piscina riéndose sola, porque sería interesante ver qué acababa pasando entre esos dos.

Se acercó a su abuela y a sus padres para preguntar si necesitaban algo, y ellos, que estaban encantados con Leo y con la noticia de su embarazo, le dijeron que todo estaba perfecto y que su hermana había llegado hacía un rato, pero que había desaparecido dentro de la casa y que no la habían vuelto a ver.

Ella decidió ir a buscarla, pero de camino se encontró con Marco y Celia Santoro, los saludó y se quedó charlando un ratito con ellos, luego con Mattia y Franco, también con Chantal y Valeria, las mujeres de Luca y Fabrizio; se despidió de todos ellos y se pasó a ver qué tal estaban su amiga Natalie y su novio Elías, que habían llegado la víspera de Estocolmo, y de pronto se empezó a preguntar dónde estaría Leo, al que había perdido de vista hacía bastante rato.

Hizo un barrido general por el jardín y no lo vio, aunque sí localizó a varios de sus amigos más cercanos como Esther Jakobsson y su marido Hanz, que se habían reconciliado al poco tiempo de que Leo le pidiera a ella que se fuera de su casa, también a un par de compañeros de su empresa, por supuesto a Marina y su marido Pedro, y a una invitada inesperada, la siempre espectacular Beatrice Ventimiglia, que contra todo pronóstico, había aceptado la invitación para asistir a esa gran fiesta doble de cumpleaños que Leo se había empeñado en organizar en Stresa.

La alegría de su embarazo, la certeza de querer estar juntos y la buena respuesta de Leo y Álex ante estas novedades, lo habían vuelto como loco de felicidad y había querido empezar a celebrarlo todo. Desde el principio, nada más saber que iban a ser padres en abril, había iniciado todo tipo de planes para celebraciones y festejos varios, y el broche de oro era esa gran fiesta de cumpleaños en el corazón del Lago Maggiore, en su casa favorita, le había dicho, y a la que había invitado a casi sesenta personas entre familiares y amistades cercanas.

Con la excusa de que cumplían años con dos días de diferencia, se había puesto en marcha el invento y ahí estaban, el primer fin de semana de octubre en Italia, rodeados de la gente que querían, por supuesto de sus hermanos Santoro, y ella solo podía sentirse feliz y agradecida, porque le encantaba reencontrarse con tanta gente y la emocionaba pasar un fin de semana de ensueño en uno de sus sitios favoritos del mundo, que era a su lado, porque donde Leo Magnusson estuviera, ella iba a ser feliz, daba igual donde fuera.

Saludó a su hermano y a Magnus con la mano y se dio cuenta de que los gemelos también habían desaparecido del jardín, giró buscándolos y con sus primos no estaban; se asomó a la piscina y tampoco los vio, lo que empezó a preocuparla. Hizo amago de entrar en la casa para ir a localizarlos y entonces la pequeña banda que habían contratado para amenizar la fiesta dejó de tocar y empezó a ejecutar un redoble de tambores que la hizo detenerse.

—Señorita Villagrán venga aquí, por favor.

La llamó Leo desde el pequeño escenario y ella frunció el ceño y bajó las escaleras hacia el jardín viendo que no estaba solo, porque Leo y Álex lo estaban flanqueando muy peinados y con sendos ramos de rosas blancas en la mano. El corazón le dio un vuelco y se quedó congelada, pero su padre vino por detrás, la abrazó por la cintura y la hizo ponerse delante de todo el mundo para que pudiera mirar al amor de su vida a los ojos.

—Paola Villagrán llegó a nuestras vidas para ayudarnos… —comenzó diciendo Leo y ella se tapó la boca con las dos manos y se echó a llorar—. Nosotros creíamos que venía a nuestra casa solo para trabajar, pero al final nos dimos cuenta de que había llegado para hacernos más felices y para colmarnos de amor. Te queremos infinitamente, mi vida, eres lo mejor que nos ha pasado nunca, a los tres, aunque yo además te amo, me he enamorado de ti como nunca he amado a nadie y por eso te quería pedir una cosa.

—Ohhhh…

Dijeron todos los invitados que se habían acercado para rodearlos y escuchar el discurso, y ella vio con lágrimas en los ojos como los niños le pasaban una cajita con un anillo de compromiso.

—Leo, Alexander y yo te queremos pedir que te cases conmigo, lo hacemos los tres para que no te atrevas a decirme que no. ¿Quieres casarte conmigo, mio amore? —Le dijo Leo con una sonrisa y ella asintió.

—Sí, claro que sí.

—Genial —saltó del escenario para abrazarla y ponerle el anillo en el dedo entre vítores y aplausos, y luego la miró a los ojos, la besó y se dirigió a todo el mundo—. Un momento, un momento… tenemos otra sorpresa aún mayor si Paola me lo permite, porque si ella quiere, esta no solo podría ser una fiesta de cumpleaños…

—¿Qué? —Preguntó sujetándolo de un brazo y vio que por su derecha aparecía su hermana Allegra con un velo y un maravilloso ramo de novia.

—Un pajarito me contó que odias las bodas ostentosas y que no te veías capaz de superar los preparativos de un enlace, ni elegir un vestido, ni preparar un banquete… que solo el velo de tu madre te valía para dar el sí quiero en cualquier parte, por lo tanto, mi vida… si tú quieres, podemos casarnos ahora mismo y acabar con esto ya. Tu padre me ha dado su bendición y tu madre nos ha traído su precioso velo nupcial. ¿Qué dices, señorita Villagrán?

—No me lo puedo creer.

Miró a sus padres, que estaban llorando abrazados y a todo el mundo, que saltaba y aplaudía muy animado, y asintió muerta de la risa, dejando que su hermana le pusiera el velo alrededor del moño alto que se había hecho, y que Leo y Álex la cogieran de la mano para llevarla al pequeño altar que había aparecido de repente delante del Lago Maggiore, que a esas horas de la tarde no podía estar más hermoso.

Miró hacia sus invitados, vio como Beatrice Ventimiglia y Esther Jakobsson se daban la vuelta y abandonaban el jardín furiosas, pero no le importó nada, porque nada, ni nadie, iba a empañar ese momento mágico que había estado esperando toda su vida. Miró a su maravilloso amor a los ojos, lo cogió de las manos y asintió llorando de felicidad.

—Sí, quiero. Contigo hasta el fin del mundo, mi amor.

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