Leo

Leo


Capítulo 1

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 —Paola, lo siento muchísimo.

Ingrid, la jefa de estudios, entró en su aula sin llamar y ella levantó la cabeza, la miró a los ojos y supo de inmediato que le traía la peor de las noticias.

—Joder… —Resopló soltando el ratón del ordenador y su jefa se quedó quieta, con cara de circunstancia.

—He hecho todo lo posible, Paola, pero me han dicho que no, el presupuesto de este año no da para más y no te puedo dejar ni como profe de apoyo. Lo siento de veras.

—No me podéis hacer esto, tengo una hipoteca, sin contar con que estoy a punto de conseguir mi permiso de residencia permanente.

—Lo sé, lo he explicado mil veces, pero… ya sabes… solo puedo decirte que lo lamento muchísimo.

—Madre mía…

—Mira, Pao…

—¿Cuándo me tengo que marchar?

—Dentro de quince días.

—Vaya por Dios.

Se puso una mano en la cara y se echó a llorar, algo totalmente fuera de lugar en el trabajo, y mucho más si ese trabajo estaba en Suecia, donde la gente era bastante comedida y controlada, y sobre todo discreta cuando se trataba de expresar sentimientos en público.

En la práctica estaba actuando fatal, lo sabía, y de forma muy poco profesional, era consciente, pero le importó un pimiento montar el pollo delante de un superior, porque sintió que ya no tenía nada que perder, y siguió llorando con sollozos y todo mientras buscaba con una mano el paquete de pañuelos desechables que debía tener en alguno de los cajones del escritorio.

—Hija, no te pongas así —Ingrid se le acercó y le pasó un pañuelo—, al fin y al cabo, solo se trata de trabajo, encontrarás algo en seguida.

—Ya estamos en octubre, con el curso ya avanzado y las plantillas contratadas. ¿Dónde voy yo a estas alturas del partido?

—Llegaste aquí en medio de un curso escolar y mira…

—¿Miro? ¿qué miro? ¿Qué cuatro años después me echáis a la calle sin miramientos?

—Paola, has estado haciendo suplencias de manera sistemática durante todo este tiempo, no te ha faltado trabajo y hemos confiado en ti, pero nunca te hemos prometido un contrato fijo.

—Nunca me habéis prometido un contrato indefinido, lo sé, pero daba por hecho que seguiríamos colaborando juntos porque parecíais muy contentos conmigo y mira, ahora me largáis a la calle sin nada.

—Sin nada no, la indemnización es estupenda y en cuanto tengamos un hueco serás a la primera a la que llamaremos. Un poquito de calma, por favor.

—Ingrid —se puso de pie y rodeó el escritorio para mirarla de cerca—. Anders me ha dejado sola con una hipoteca carísima y encima quiere que le pague su mitad del piso. Además, estoy a solo cuatro meses de conseguir mi residencia permanente, ¿sabes las ventajas que acarrea eso?

—Bueno, no sé qué decirte, Paola, que te marches del colegio no significa que te vayas a quedar sin trabajo o sin tu residencia permanente, puedes trabajar en cualquier otra cosa ¿no?

—Ese no es el problema, el problema es que me he pasado cuatro años dejándome la piel en este cole y nunca pensé que me acabaríais dejando en la estacada.

—Debes entender que, aunque te apreciemos y valoremos el gran trabajo que has hecho con nosotros, nosotros no somos responsables de tus problemáticas individuales. Esto es una decisión básicamente administrativa, no es nada personal, Paola, con lo cual, no tengo respuesta para todo lo que me estás reprochando.

La miró sin parpadear y le sonrió de una forma muy educada, pero muy fría, giró sobre sus talones y se marchó del aula dejándola con la boca abierta y las lágrimas mojándole la cara.

Era increíble, pensó, regresando a la mesa para apagar el ordenador y marcharse a casa, porque desde luego no pensaba regalar ni un minuto más de su tiempo libre a ese colegio carísimo del centro de Estocolmo, donde llevaba trabajando cuatro años y donde, al parecer, no era más que un número, un “individuo” más en medio de un mar de personas que entraban y salían de allí sin dejar huella ni levantar compasión o compañerismo alguno.

Solo el 14% de los alumnos suecos acudía a la enseñanza privada o concertada, contra el 86% que elegía su estupendo sistema público de educación. Un sistema pionero y envidiado por medio mundo que era al que ella aspiraba a incorporarse en cuanto consiguiera su residencia permanente.

El trabajar en un colegio privado internacional, que costaba un riñón al mes y que solía tener entre sus alumnos a hijos de expatriados y del cuerpo diplomático, o de familias suecas ricas que buscaban una educación más diversa para sus hijos, había sido en un principio una opción laboral pasajera, porque nunca había dejado de soñar con su salto al sistema público, sin embargo, con el paso de los años se había convertido, además de en una alternativa maravillosa a los empleos en hostelería o servicios que había ido encadenando durante sus seis primeros años de residencia en Suecia, en un regalo, porque allí había encontrado estabilidad, un ambiente optimo de trabajo y un marco educativo puntero y rico donde había podido desarrollar todos sus sueños profesionales

De hecho, había llegado a adorar su empleo y a sus alumnos, había convertido ese centro en su casa y quedarse de repente en la estacada, justo en medio de la mayor crisis personal de su vida, era una putada, una muy grande que la partía por la mitad y que no sabía cómo lograría superar.

Se enjugó las lágrimas, cerró el aula y salió al pasillo sacando el teléfono para llamar a Anders.

—Hola, Paola, ¿qué quieres? —Respondió él después de varios tonos de llamada.

—Me han despedido.

—Podía pasar en cualquier momento.

—Ya, pero eso no quita que…

—Ahora a buscar otro curro —La interrumpió—. Supongo que te escribirán una excelente carta de recomendación. ¿Cuánto dinero te van a dar de indemnización?

—No lo sé, pero no creo que me dure demasiado.

—¿Y?

—¿Y?, que seguramente sin trabajo el banco me denegará el crédito para cubrir tu parte de la casa, con lo cual…

—¿Perdona? —la volvió a interrumpir —. Yo quiero vender el puto piso, eres tú la que se lo quiere quedar, así que te toca pagarme la mitad y yo necesito mi parte ahora. Ya han pasado más de tres meses desde que te pedí mi dinero.

—La abogada me ha dicho que tendrías que cubrir tus responsabilidades con la hipoteca hasta que pueda pagarte o hasta que podamos vender, y no lo estás haciendo. Solo te estoy pidiendo un poco más de tiempo.

—Dile a tu abogada de pacotilla que si se pone chulita nos veremos en los tribunales y entonces te reclamaré una indemnización por el retraso ¿de acuerdo?

—Pero ¿a ti que coño te está pasando?, ¿desde cuándo eres tan capullo? Te recuerdo que tú me dejaste a mí, que tú…

—Dame mi dinero, Paola, no me llames para contarme tus dramas. No me interesan.

—¿Alguna vez te han interesado?

Le preguntó saliendo a la calle, harta de él y de ese tono despectivo con el que la trataba desde que se había desenamorado de ella, decía él, y se había vuelto loco de amor por una chica de veintipocos con la que ya estaba esperando un hijo, y le colgó sin esperar su respuesta, porque sabía que si esperaba a que dijera algo iba a acabar oyendo lo que no quería oír y no tenía el cuerpo para seguir recibiendo puñaladas.

Buscó con los ojos la parada del autobús, giró hacia allí y en ese momento la voz de Natalie, una de sus colegas y una buena amiga del colegio, la hizo detenerse para prestarle atención.

—¡Paola, espera un momento! —Gritó ella con su sueco salpicado de acento francés y Paola le sonrió.

—¿Qué tal, Nat?

—Nos acaban de decir en la sala de profesores que te han despedido.

—¿En serio?, madre mía, no han esperado ni a que se enfriara mi cadáver.

—No digas eso, Pao —la alcanzó y le dio un abrazo—. El claustro de profesores presentará una queja formal en dirección. Yo he propuesto compartir nuestro malestar con el consejo de padres y montar un pequeño escándalo, estoy segura de que ellos no aprobarán que te marches.

—Mejor dejarlo correr.

—Pero si los niños te adoran.

—Violeta regresa a su plaza y no hay otro puesto para mí, así de claro. No hay nada que podamos hacer y yo no quiero irme por la puerta de atrás. No quiero pelearme con nadie, mi padre siempre dice que hay que irse como una señora de los trabajos y yo suelo hacerle caso. Nunca he salido tarifando de ninguna parte, por muy cutres que fueran mis jefes, y no voy a hacerlo precisamente ahora.

—Pero es una putada, Pao —pasó al francés para blasfemar a gusto y luego le acarició el brazo—. ¿Qué pasará con tu rehipoteca?

—No tengo ni idea.

—Igual el banco te la aprueba antes de que se te acabe el contrato.

—Aunque me la aprobara ¿cómo la pago?, sin trabajo y sin un sueldo como este —señaló el colegio con la cabeza—, no podré hacer frente a la cuota. Voy a poner el piso a la venta ahora mismo y a tomar por saco, no pienso dejarme la salud por culpa de toda esta mierda…

—No llores —la abrazó otra vez y luego la miró a los ojos—, seguro que encuentras otra solución y el capullo de Anders…

—El capullo de Anders me acaba de decir que quiere su parte del piso ya mismo. Le importa un carajo todo lo demás.

—Es un fils de pute.

—Pero tiene razón, es ridículo que yo, que soy una inmigrante sin dinero, me empeñe en tener piso propio en una ciudad tan cara como esta.

—El plan B sería alquilarlo. Si consigues un trabajo medianamente bien pagado y un inquilino responsable, podrías hacer frente a todos los gastos hasta que…

—¿Y dónde vivo yo?

—Es verdad.

—Si me voy de la casa tendría que pagar igualmente otro alojamiento, aunque fuera una habitación, y entonces no avanzaría nada…

—A lo mejor existe otro remedio.

La agarró del brazo para subirse al autobús y no volvió a hablar hasta que se sentaron juntas al final del vehículo.

—¿Sabes quién es Alicia Pedersen? —la miró a los ojos y Paola asintió.

—¿La tía de Leo y Alex Magnusson?

—Exacto. Me he enterado de que está buscando una niñera para sus sobrinitos, que ya sabes que son como la quinta plaga de Egipto.

—No digas eso, solo tienen once años y perdieron a su madre hace cuatro, es normal que…

—Tú dirás lo que quieras, pero poca gente los controla. Su última cuidadora se les ha ido sin avisar, simplemente los trajo al colegio y no volvió a por ellos. Al parecer le intentaron quemar el pelo después de prenderle fuego a toda la ropa de un armario.

—¿En serio?

—Ofrecen casa, comida, contrato y un suelo cojonudo, más que el que tú y yo cobramos ahora, porque hay que dormir en la casa y quedarse muchos fines de semana, ya sabes que el padre se pasa la vida viajando. Es un trabajo de primera y Alicia me ha preguntado si conocía a alguien responsable y con formación universitaria que quisiera arriesgar su vida cuidando de los dos monstruitos.

—¿Dijo monstruitos?  —Natalie asintió—. No me extraña que esos niños se rebelen, es increíble que los trate así. La gente no es consciente del poder que tienen las palabras y del daño que pueden provocar a los niños que tienen a su cargo. No sabía que esa mujer fuera tan palurda.

—Está desesperada y los críos no le hacen ni caso.

—Repito: no me extraña.

—Podrías optar al puesto, es un gran trabajo en una casa preciosa y con un buen salario, además, tú siempre te has llevado de maravilla con Leo y Alex Magnusson.

—Sí, pero…

Se detuvo un momento a pensar en esos gemelos de once años que habían perdido a su madre justo cuando ella había empezado a trabajar en el colegio, y se le encogió el corazón, porque la pérdida había sido tremenda, sobre todo para su padre, que desde entonces no daba pie con bola, y para los niños, que habían entrado en una espiral de hiperactividad y mal comportamiento que no hacía más que crecer exponencialmente, a pesar de lo cual, en su clase siempre se habían comportado de maravilla.

—¿Paola?

—Sí, estoy pensando, pero no creo que sea buena idea, a mí su tía Alicia no me cae muy bien, creo que el sentimiento es mutuo y no me veo viviendo en su casa.

—No es para vivir en casa de la tía Alicia, sino en casa de su padre.

—¿Pero Alicia y el padre no viven juntos?

—¡No!, el padre vive solo con los niños. Alicia es hermana de la madre de los gemelos y le echa un cable con ellos, nada más.

—En eso me parece que te equivocas, creo que son pareja, o al menos eso me contó ella en alguna tutoría.

—Me acaba de decir que la cuidadora es para vivir con Leo, Alex y su padre, ella vive en la misma zona, pero en otra casa.

—Vale, pero, no sé… creo intentaré buscarme la vida en algún colegio o en una tienda antes de meterme en semejante jardín. Los niños no son un problema, a mí siempre me han hecho caso, pero vivir como Au Pair otra vez no sé si podría soportarlo.

—Como quieras, solo era una idea.

—Muchas gracias, Nat —le sonrió mirando cómo iban llegando a su parada—. Lo tendré en cuenta, pero con algo de suerte, encontraré otro trabajo en seguida.

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