Leo

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Capítulo 14

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—Vaya, la propiedad es realmente impresionante.

Comentó Franco Santoro, observando las vistas desde su enorme terraza en Stresa, frente al Lago Maggiore, y Leo se apoyó a su lado en la barandilla, pero no para admirar el lago sino a Paola Villagrán, que en ese momento estaba en la piscina, sentada junto a la escalerilla y con los pies en el agua, siguiendo atenta las clases de natación que habían acordado contratar para Leo y Álex ese verano, el primero de ella en sus vidas.

—¿Habéis reformado la casa muchas veces? —Preguntó Franco y él dejó de mirar a Paola y le prestó atención.

—Solo ha tenido una gran reforma, la primera, que fue en 1970, a partir de entonces la hemos pintado y mantenido en perfectas condiciones, pero no la he vuelto a tocar. No quiero hacerle nada, porque era cómo le gustaba a mi madre y como la disfrutamos mis hermanas y yo de pequeños.

—Claro, tampoco le hace falta, es una casa preciosa.

—Gracias. La primera reforma la hicieron tu padre y tu tío —Le recordó y Franco lo miró y movió la cabeza riéndose—. Yo soy la prueba viviente de todo aquello.

—Madre mía, Leo, todo esto me sigue pareciendo un culebrón mexicano.

—Tal cual.

Le contestó y volvió a posar la mirada en esa chica preciosa y sexy que lo tenía medio hechizado desde hacía unas semanas, concretamente desde el 17 de junio, cuando habían hecho el amor por primera vez en la terraza de su casa y habían descubierto que se gustaban de verdad y que compartían una química sexual extraordinaria, de esas que ni se compraban ni se simulaban, y que podían poner la vida para arriba de cualquier persona.

—Yo reformé el palazzo de Marco en el Lago Como y no le hicimos apenas modificaciones —continuó diciendo Franco—, solo se hizo una reforma interior, el edificio lo respetamos y reforzamos. Supongo que algo así se hizo aquí en 1970. ¿Quién fue el arquitecto que firmó la obra?

—No tengo ni idea, pregúntaselo a tu padre, a lo mejor se acuerda.

—Lo haré… bueno… debería irme, Agnese y los niños me están esperando para coger un vuelo.

—¿A dónde vais?

—A Cádiz, ella estudió en Sevilla y le encanta veranear en España, además se vienen Valeria y Fabrizio. Solo estaremos allí un par de semanas, así que espero que nos dé tiempo de vernos otra vez antes de que volváis a Suecia.

—Claro, esta vez toca que vengáis aquí y prepararemos una buena barbacoa a la sueca.

—Suena genial —Se acercó como para abrazarlo, pero como él no se movió, Franco optó por palmotearle la espalda—. Bueno, tío, me voy.

—¡Chicos! —llamó a los niños—. Decid adiós a Franco.

—¡Adiós!

Gritaron los dos y también Paola, que los miró con esa sonrisa radiante que tenía, y Franco les dijo adiós con la mano y luego giró hacia la casa para salir por el jardín delantero a buscar su coche. Leo lo acompañó un paso por detrás, alucinando con lo mucho que se parecían, porque de espaldas era como mirarse en un espejo, y lo acompañó hasta su 4X4 con las manos en los bolsillos.

—Entonces quedamos en que mando a tu ayudante el proyecto de Drottingholm para que consiga los permisos. Solo nos haría falta la firma de un arquitecto sueco, porque no quiero compartir este proyecto con el marido de mi ex, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, ni se enterará, es nuestro y lo firmo yo —Le respondió y Franco abrió la puerta del coche y se lo quedó mirando con algo incredulidad—. También soy arquitecto, tío, no sé cómo a estas alturas del partido aún no lo sabes.

—No lo sabía, apareces como empresario en todas partes.

—Escuela de arquitectura del Real Instituto de Tecnología de Estocolmo. No proyecto desde hace años, pero sigo teniendo el título y la firma.

—Vale, pues, genial, colega. Más cosas en común —Le dio un apretón de manos y se montó en el 4X4—. Gracias por el expreso y nos vemos dentro de un par de semanas. Adiós.

—Arriverderci y pasadlo bien en España.

Esperó a que se fuera y miró a su alrededor disfrutando de la buena temperatura reinante, porque hacía bastante calor, pero el viento que venía de las montañas refrescaba lo suficiente como para no sentir el agobio típico del verano italiano, que en otras zonas del país era insoportable.

Saludó a un vecino con una venia y volvió a entrar en su jardín pensando en Franco Santoro, que se había pasado a saludar sin previo aviso, solo porque tenía una obra cerca de Stresa; algo impensable en Suecia, pero muy típico de los italianos que, cuando tenían confianza, amistad o parentesco contigo, se podían presentar en tu casa sin una invitación formal, solo llamándote por teléfono diez minutos antes.

De normal, aquello le habría molestado un poco, porque no estaba acostumbrado, pero tratándose de Franco no le había importado, al contrario, porque le caía genial y porque, además de ser su medio hermano biológico, Franco Santoro era un tipo brillante, tanto, que acababa de ganar en concurso público la construcción de una gran biblioteca cerca de Estocolmo y había pensado en él para hacerse cargo de la obra.

Estupendo, concluyó, caminando hacia el patio trasero donde estaba la piscina, los niños y la preciosa Paola Villagrán, que llevaba uno vaqueros cortos sobre el bikini y la parte de arriba, color rosa, a la vista de todo el mundo, también del instructor de natación que en ese momento estaba hablando con ella muy entregado mientras Leo y Álex hacían una carrera de crol.

Sintió un pinchazo raro en el estómago, algo parecido a los celos, o eso creyó, porque no tenía mucha experiencia al respecto, y a punto estuvo de bajar de dos zancadas a despedir al monitor, porque se la estaba comiendo con los ojos, pero se contuvo y se quedó quieto en la barandilla con vistas al lago para seguir la evolución de la escena a la distancia, tranquilamente, sin intervenir y tratando de concentrarse en sus hijos, que eran los que estaban aprendiendo a nadar mejor ese verano.

Los saludó con la mano, ellos devolvieron el saludo y se lanzaron a nadar otra vez, en esta ocasión seguidos de cerca por el profesor que se había apartado de Paola para animarlos y hacer algunas correcciones, cosa que lo alivió, aunque no entendía muy bien por qué, porque él no era celoso y Paola podía tontear con quién quisiera, si es que estaba tonteando, porque conociéndola, lo dudaba un poco.

Ella lo miró cómo leyéndole el pensamiento, se cubrió del sol con una mano y le sonrió; él devolvió la sonrisa y decidió bajar para sentarse a su lado y observar los últimos minutos de la clase de cerca.             

—Hej, min sköna —Susurró, rozando su muslo desnudo con el dorso de la mano y le guiñó un ojo metiendo los pies en el agua.

—¿Qué tal con Franco?

—Muy bien, venía para comentarme un proyecto nuevo de trabajo.

—¿Aquí?

—No, en Drottingholm, a veintiún kilómetros de Estocolmo. Ha ganado un concurso para construir una biblioteca pública y nosotros nos haremos cargo de la obra.

—Qué bien.

—Sí. Ha dicho que volverán a vernos cuando regresen de sus vacaciones en España.

—¿En España?, ¿dónde?

—Cádiz, me comentó que su mujer había estudiado en Sevilla y que le encanta veranear en España.

—Es verdad, hizo un máster en conservación y restauración de bienes culturales en la Universidad de Sevilla y pasó un año en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Habla perfectamente español.

—¿Cómo sabes eso?

—Me lo contó cuando fuimos a su casa en Semana Santa.

—Siempre admiraré la capacidad que tenéis las mujeres de recordar los datos biográficos de la gente —soltó una risa y ella movió la cabeza.

—Solo prestamos atención.

—¡Papá!

Los niños acabaron la clase, se acercaron para saludarlo y antes de darse cuenta ya lo habían tirado al agua, así que se sacó la camiseta y decidió nadar un poco y jugar con ellos mientras Paola se ponía de pie y acompañaba a Bruno, el monitor de natación, a la salida.

Sin poder controlarse los siguió con los ojos, pendiente de lo que ese chaval le decía con cara de embobado, y vio aparecer por su derecha a Catalina, la persona que cuidaba de la casa y de ellos en Stresa, señalándose el reloj con cierta impaciencia.

—Tengo el almuerzo preparado, salid ya del agua, niños.

—Es muy pronto —Protestaron los gemelos y ella asintió.

—Prontísimo, pero vosotros tomáis el lunch a esta hora. ¿No tenéis hambre?

—¡Sí!

—Vale, entonces a comer todo el mundo.

Catalina los ayudó a salir del agua y Leo los imitó, abandonó la piscina y cogió una toalla de las tumbonas sin poder dejar de vigilar la casa, porque Paola no hacía amago de volver y aquello empezó a incomodarle.

—¿Paola está en la cocina? —Le preguntó a Catalina y ella lo miró entornando los ojos.

—No lo sé, acabo de verla salir con Bruno.

—Ya hace un rato.

—Hará cinco minutos, don Leo.

—Bueno, venga, chicos, una ducha rápida aquí mismo y a comer.

Los puso a los dos debajo de la ducha que su madre había mandado a construir en el jardín junto a la piscina hacía ya cuarenta años, y los ayudó quitarse el cloro sin dejar de vigilar la casa, esperando a que apareciera Paola, pero no lo hizo, así que los envolvió con una toalla a cada uno y se los llevó a la terraza de la cocina donde Catalina había servido una variedad de delicias frías que ellos se lanzaron a atacar con su entusiasmo habitual.

—Sentaros y ahora vuelvo. Catalina, écheles un ojo, por favor.

—No se preocupe, si conmigo se portan muy bien.

—Genial, vuelvo en seguida.

Entró en la casa y se fue directo a la puerta principal, pero ahí no había nadie, la abrió y se asomó al jardín y a la calle, tampoco divisó a nadie, mucho menos al tal Bruno o a Paola, y regresó sobre sus pasos para ir a buscarla a su dormitorio.

Caminó por el pasillo con paso firme y subió las escaleras cada vez más alterado y sin saber muy bien por qué, y cuando llegó a su habitación entró sin llamar y caminó hacia su cuarto de baño en silencio, como esperando pillarla en algún renuncio, hasta que la oyó toser y entornó la puerta.

—¿Estás bien? —Preguntó y ella saltó y se giró hacia él con cara de espanto.

—¡Qué susto!, ¿no has llamado a la puerta?

—No, ¿qué te pasa?, ¿te sientes mal?

—Creo que he cogido frío o me ha sentado algo mal, pero ya estoy bien.

—¿Segura? —le levantó la barbilla con un dedo para que lo mirara a los ojos y ella sonrió y le apartó la mano.

—He devuelto un poco y ya me siento mejor, no te preocupes —cogió el cepillo de dientes y le echó el dentífrico mirándolo a través del espejo— ¿Los niños?

—Comiendo con Catalina.

—Vale, dame cinco minutos y estoy con ellos. ¿Tú te vas a comer a casa de Beatrice Ventimiglia?

—¿Quieres que vaya a casa de Beatrice Ventimiglia?

Se le acercó por detrás y le sujetó el trasero con las dos manos, deslizó los dedos y le separó las piernas pensando que si no la penetraba en ese mismo instante iba a sufrir un colapso, pero ella dio un respingo y se apartó para mirarlo de frente.

—Acordamos que nunca de día. Son las reglas, Leo.

—A la mierda las reglas, a mi edad esto es un prodigio —Le sonrió señalándose su erección y ella se echó a reír.

—Madre mía.

—Ven aquí…

—No, los niños están abajo.

—Están comiendo y no me moverán de la mesa.

La agarró por la cintura y se la pegó al cuerpo. No le costó nada sacarle los vaqueros cortos y el bikini y la apoyó en la encimera sintiendo cómo lo envolvía con sus piernas largas y esbeltas; percibiendo perfectamente cómo entraba en ella con suavidad, porque estaba húmeda y muy caliente, y luego buscó su boca para besarla como un loco, como siempre, porque cada vez que la tenía cerca solo quería devorarla, poseerla y hacerle el amor como un salvaje.

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