Leo

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Capítulo 16

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—¿O sea que tu padre lo sabía?

Le preguntó Luca Santoro con un botellín de cerveza en la mano y Leo dejó de prestar atención a la barbacoa que estaba preparando para mirarlo a los ojos y asentir.

—Claro, siempre lo supo. ¿Tú madre cuándo se enteró de que su marido tenía un hijo desconocido en Suecia?

—Según nos contaron ellos mismos, ella supo desde el principio que él había tenido un desliz con una chica sueca, aunque estaban a punto de casarse, pero lo perdonó y siguieron adelante con su vida. Años más tarde, el tío Paolo les habló de ti y lo aceptó con la misma filosofía, es decir, aparentemente, no le dio mayor importancia.

—Supongo que hizo bien.

—¿Te hubiese gustado que él hubiese intentado conocerte o verte de vez en cuando? —Interrogó Marco y Leo miró al cielo y respiró hondo.

—Sinceramente, no. Mi padre fue y será siempre Alexander Magnusson, él me crio, me apoyó, me educó y me dio su amor, nunca necesité al padre biológico italiano al que mi madre había decidido enterrar en el fondo de su memoria.

—Sin embargo, mantuvo la casa aquí en Stresa y procuró que tú aprendieras italiano.

—Sí, porque para ella la cultura era muy importante y siempre creyó que yo tenía derecho a conocer la mía, al menos la mía teóricamente, ya me entendéis. Solo quería enriquecer mi educación y no negarme esa parte italiana que le gustara o no estaba presente en mi genética.

—¿Qué te contó sobre nuestro padre? —Quiso saber Luca y él lo miró sonriendo.

—La primera vez que le pregunté por él, me explicó que era bastante más joven que ella y que se dedicaba a la construcción. Se refería a él como un chico guapísimo, fuerte y muy masculino, también me contó que habían tenido una aventura porque ella la había propiciado en medio de una grave crisis matrimonial con mi padre, pero que había sido fugaz, algo puntual. A medida que fui creciendo, alguna que otra vez me reconoció que me parecía muchísimo a él, algo que yo ya sospechaba porque, desde luego, no me parecía en nada a mi padre o a mis hermanas.

—¿Tus hermanas viven en Suecia?

—Sí, las dos, una es médica y la otra veterinaria, aunque nos vemos menos de lo que me gustaría, básicamente estamos muy unidos. Bueno… —les señaló los platos y Marco se apresuró a acercárselos—, ya podemos empezar a comer, la primera ronda está a punto.

—Hay que organizar a la tropa, voy a bajar a poner un poco de orden.

Comentó Marco indicándoles el jardín de la piscina y se alejó de ellos llevándose una fuente con carne y salchichas para las mesas que esa mañana temprano Catalina y Paola habían preparado para su barbacoa a la sueca con Franco, Luca, Marco, Mattia y Fabrizio Santoro, y sus respectivas familias, en total, contándolos a ellos: doce adultos y trece niños que se lo estaban pasando en grande en la piscina y también jugando al fútbol con Mattia, que desde hacía un par de horas se había convertido en el nuevo super héroe oficial de Leo y Álex.

—Tenemos un carrito ahí detrás para llevar la carne —Le indicó a Luca y él se fue a buscarlo.

—Genial invento, creo que me comparé uno cuando volvamos a París —Le dijo acercándole la mesa de tres alturas y con ruedas, y Leo le guiñó un ojo—. Te mandaré una desde Estocolmo, las hace una amiga mía y es difícil encontrarlas fuera de Suecia.

—Entonces podríamos comercializarlas.

—Ella no quiere, incluso IKEA ha querido comprarle la patente y no se ha dejado. Las hace a mano y solo por encargo, no existe nada más estable en el mercado.

—¡Gol!

Gritaron los niños desde abajo, desde la piscina, y él levantó el puño para celebrarlo, viendo como los dos corrían para abrazarse a Paola, que a su vez se había puesto a saltar y a celebrar el gol como su fan número uno.

—¿Qué pasa con ella? —Luca se le puso al lado y se la señaló con la cabeza.

—¿Con quién?, ¿con Paola?

—¿Es tu pareja o de verdad es tu niñera?

—Es mi niñera.

—Si yo mirara a nuestra niñera así, Chantal me cortaría los huevos.

—Estoy soltero y no tengo compromiso, no corro ese riesgo.

—Ya, pero… nada, déjalo…

—¿Qué?

—Que te la comes con los ojos y ella a ti, no te cabrees, pero todos creemos que sois novios. Sois la hostia de evidentes, chaval, disimuláis fatal.

—¿Todos?, ¿quiénes?

—¿Ayudamos en algo? —Franco y Fabrizio aparecieron de repente y miraron la barbacoa.

—Sí, por favor, llevaros esas fuentes de allí y nos vamos sentando. No quiero que se enfríe la carne.

—Sí, no te preocupes. Marco, Paola, Celia y Agnese están organizando las mesas y Catalina, Chantal y Clara ya tienen listas las ensaladas y el puré de patatas —le comentó Franco.

—Entonces vamos allá… luego podemos poner más carne en la parrilla…

Se guardó sus artilugios de “parrillero”, tapó la barbacoa y se sacó el mandil mirando a Luca, que se había quedado quieto y con su botellín de cerveza en la mano.

—Independientemente del hecho de ser hermanos, Leo, me caes genial, nos caes genial a todos, creo que eres un tipo extraordinario y muy afín a nosotros —Le dijo y Leo le sonrió.

—Lo mismo digo, tío.

Se acercó y le palmoteó la espalda indicándole el camino hacia la terraza principal donde tenían las dos mesas enormes para toda la familia, la de los niños a un lado y la de los padres en otro, como se había hecho toda la vida.

Llegó allí y se sentó en su sitio observando como Paola, que se había instalado en la mesa de los niños, estaba cortando la carne de los gemelos y de los más pequeños con la ayuda de Celia y Marco, y no pudo evitar recorrerla con los ojos, disfrutando de esa imagen preciosa de ella con un vestidito de verano amarrillo, muy sencillo, pero perfecto; sus sandalias de esparto, sus piernas esbeltas, su pelo oscuro recogido en un moño alto y su piel bronceada tras un mes bajo el sol italiano.

Por unos segundos se olvidó de dónde estaba y como hipnotizado no pudo apartar la mirada de ella hasta que se acordó de lo que le acababa de decir Luca y decidió ser más discreto y concentrarse en la comida y en la charla, y en el buen ambiente reinante, porque esa familia Santoro, además de ser grande y bulliciosa, era muy interesante.

Todos le parecían buena gente, los hermanos y sus mujeres, personas trabajadoras y fuertes, exitosas y con vidas muy interesantes, y se pasó un buen rato disfrutando de la conversación y de las anécdotas y de las risas, porque se reían mucho, mientras observaba por el rabillo del ojo a sus hijos, que estaban sorprendentemente relajados y alegres juntos a sus “primos” de todas las edades, hablando en italiano fluido y muriéndose de la risa con las ocurrencias de Michele Santoro, el hijo de trece años de Franco, que además de jugar al fútbol en los infantiles del Milán, era el mayor de la mesa en ausencia de sus hermanos y de la hija mayor de Luca.

Una verdadera gozada que lo hizo aceptar el evidente beneficio de esa relación fraternal que había iniciado hacía casi un año con Franco y los demás: darles a Leo y a Álex la posibilidad de disfrutar de una gran familia.

Aquello era un regalo, algo con lo que ni en sus mejores sueños había contado, y por supuesto se acordó de su madre, a la que no sabía cómo le habría sentado eso de tener a los hijos y nietos de Francesco Santoro comiendo en su casa.

Sonrió pensando en ella, que siempre había intentado protegerlo de los Santoro, no por prejuicio sino por miedo a que algún día llegaran reclamándole algo, es decir, reclamando una paternidad o derechos de visita, y se emocionó un poco, porque conociéndola, estaba seguro de que, con tal de verlo a él y a los niños felices, habría aceptado de buen grado esa barbacoa, esas risas y esa relación, improbable unos años antes, con sus hermanos.

—Papá, te dejaste el teléfono en la cocina y la tía Esther no para de llamar.

Alex se le acercó con el móvil en la mano y él se sentó mejor en la silla y le prestó atención acariciándole el pelo rubio y revuelto.

—Luego la llamo, cariño.

—Le he respondido yo —Le dijo entregándole el móvil y luego se giró para salir corriendo—. ¡Estamos recogiendo la mesa!

—Ok… Esther, dame un minuto —se puso de pie dirigiéndose a sus hermanos—. Chicos, ahora vuelvo, tengo que contestar. Id sacando el postre y el café si queréis.

—Tú tranquilo.

Le respondieron Mattia y Fabrizio y se levantaron para ir hacia la cocina, él caminó por la terraza y al ver a Paola aún en la mesa de los niños recogiéndola y poniendo orden, se le acercó y le acarició la cintura.

—¿Qué haces?, ¿por qué no te sientas un rato con nosotros?

—Estoy trabajando.

—¿Cómo dices?

—Yo me hago cargo de los niños, tú no te preocupes.

Le sostuvo la mirada un segundo, bastante desconcertado por esas salidas suyas de vez en cuando para recordarle que esencialmente estaba allí porque era su niñera, e hizo amago de regañarla y mandarla a tomar el café con los demás adultos, pero ella le dio la espalda y se marchó dejándolo con la palabra en la boca.

—Esther, ¿qué hay? —Se puso el teléfono en la oreja bajando las escaleras hacia el jardín y su amiga le respondió en un tono un poco sombrío.

—Perdona por interrumpir tu comida, Leo, Alex me ha dicho que tenéis invitados, pero…

—No pasa nada, ¿qué tal estás?

—Ya lo he hecho.

—¿El qué?

—He dejado a Hanz, he cogido la maleta y estoy en el coche.

—No es que ibas a esperar a…

—No pienso esperar ni un minuto más, Leo, llevo esperando demasiado tiempo y esto ya era completamente absurdo.

—Vale, ¿qué tal se ha quedado Hanz?

—Tranquilo y hasta aliviado, supongo, ya te llamará para contarte tu versión. Ya sabes que es un agonías.

—¿Se lo has dicho a los chicos o…?

—Sí, se lo he dicho antes de hablar con su padre, ya son adultos y no quería ocultarles nada y los dos me han dicho que les parecía fenomenal y ya está. Maddy está de vacaciones en la India y Bobby en España, en realidad, les importa poco lo que hagamos nosotros.

—Bueno, ya hablaréis cuando vuelvan. ¿Tú cómo estás?

—Bien, muy bien, ahora decidiendo a dónde ir, porque hice la maleta y recogí mis cosas tan tranquila, pero no tengo ni idea para donde tirar, supongo que estoy un poco conmocionada.

—Es normal. Te diría que te vinieras a Italia, pero solo nos quedan cuatro días aquí, o sea… —respiró hondo— ¿Por qué no te vas a mi casa?, ¿tienes llaves o le pido a Magnus que te las acerque?

—Tengo llaves, amor.

—Perfecto, entonces vete allí y desconecta. Nosotros volveremos el domingo por la noche y así te veo y podremos charlar con calma. ¿Te parece?

—Me parece fenomenal, me muero por verte. Muchas gracias.

—De nada, cariño, mi casa es tu casa, ya lo sabes —soltó una risa para quitar hierro al asunto y ella suspiró.

—Álex me ha contado que está con sus primos.

—Sí, bueno, han venido los hermanos Santoro con sus respectivas familias, hemos hecho una barbacoa sueca y los niños se lo están pasando en grande.

—Pero ¿les has explicado oficialmente que son sus primos?

—No ha hecho falta, ha surgido solo y no pienso molestarme en enrevesar las cosas. Tiempo al tiempo.

—Me parece muy bien y me alegro mucho por vosotros, amor, es maravilloso que podáis quedar y pasar tiempo con esa gente, sobre todo si tienen niños.

—Tienen muchos, la mayoría muy pequeñitos, pero Franco y su mujer tienen a Carolina y Michele, que son más cercanos en edad a Leo y Álex, y han congeniado muy bien. La verdad es que esta barbacoa ha sido el final de verano perfecto.

—¿Y ella?

—¿Quién?

—Tu amante/niñera y viceversa.

—Se llama Paola.

—¿Paola sigue con la idea de dejaros y volver a trabajar de maestra?

—Por supuesto, no iba a permitir lo contrario, ya ha firmado el contrato por Internet.

—Te ha venido Dios a ver, cariño.

—¿A qué te refieres?

—A que esa oferta de trabajo la va a sacar de tu casa sin necesidad de despedirla.

—No pensaba despedirla.

—¿Ah no?, ¿pensabas mantener el rollo amante/niñera eternamente?.

—No…

Guardó silencio y se restregó la cara bastante incómodo, porque eso era exactamente en lo que venía pensando a medida que se agotaban las vacaciones, y finalmente fue Esther la que habló.

—Si te gusta mucho, que se marche es bueno para mantener una relación igualitaria con ella, y si no te gusta tanto, podrás romper sin vivir un drama dentro de tu propia casa. Ambas opciones te benefician.

—Supongo.

—¿Se va a quedar en tu casa hasta que consigas una nueva cuidadora?, porque en eso yo te puedo ayudar.

—¿A qué te refieres?

—A que ahora estoy más libre y puedo ayudarte con los niños a full time. No es necesario que Paola siga viviendo con vosotros, yo me puedo quedar todo el tiempo que me necesitéis hasta que encontremos a la niñera perfecta. He visto nacer a tus hijos, Leo, son casi míos, ellos me adoran, yo a ellos, puedo ocuparme de la casa y tu chica puede volver a su vida normal sin necesidad de seguir sacrificándose.

—Bueno, lo hablaré con ella, porque en principio el acuerdo es que siga con nosotros hasta diciembre.

—¿Con todo lo que ha pasado eso es lo que quieres?

—¿Tú tienes claro que lo nuestro no variará ahora que has dejado a Hanz? —Le soltó claramente y ella se echó a reír—. No te rías, lo digo para poner las cartas sobre la mesa.

—No pretendo casarme contigo, amor, solo quiero ayudarte, porque sé que siempre, siempre, después de un idilio sexual brutal como el que has tenido con tu niñera, aterrizas, ves la realidad, necesitas salir corriendo y esta vez yo estaré ahí para darte cobertura.

—Nadie ha dicho que quiera salir corriendo.

—Tiempo al tiempo.

—Está bien, voy a dejarte, como ya sabes, tenemos invitados…

—En todo caso, Leo —Lo interrumpió—, si ahora te está entrando la necesidad de estabilizarte y tener novia, recuerda que yo tengo prioridad, soy la primera de la lista de espera.

Bromeó, aunque Leo sabía que de broma había poco, porque llevaban toda una vida, desde la universidad, viéndose y acostándose a la más mínima oportunidad, y se giró al oír la voz de Paola, que estaba llamando a los niños para que descansaran un poco antes de meterse en la piscina.

—No te preocupes, Esther, no caerá esa breva.

—Por si acaso yo lo recuerdo, corazón, no te olvides de que Agnetha siempre dijo que, si le pasaba algo, yo era su favorita para casarme contigo.

—No metamos a Agnetha en esto. En fin, voy a colgar y a tomarme un café. Creo que tienes la nevera llena, pero si necesitas algo llama a Marina. Nos vemos dentro de cuatro días.

—¿Puedo quedarme en tu dormitorio?

—Hasta que volvamos ¿por qué no?

—Qué sexy, me voy a correr oliendo tus cosas.

—Madonna santa! Adiós

—Eso, tú háblame en italiano y déjame caliente y sola.

—Hasta luego, Esther.

—Leo.

—¿Qué?

—Iba en serio lo que te he dicho, puedo quedarme en tu casa y echarte una mano todo el tiempo que necesites, te quiero y quiero a tus hijos, estaré encantada de ayudaros.

—Y yo te lo agradezco, amiga. Nos vemos el domingo. Adiós.

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