Lenin

Lenin


Lenin » Segunda parte: Acerca de Octubre » Discursos y mensaje

Página 34 de 49

DISCURSOS Y MENSAJE

CAPÍTULO IX

LENIN HERIDO[74]

Camaradas, las aclamaciones fraternales que escucho las atribuyo al hecho de que en estos días y horas difíciles todos sentimos la necesidad de una estrecha unión, de unos con otros y de todos con nuestra organización soviética, y la necesidad de agruparnos más estrechamente bajo nuestra bandera comunista. En estos días y horas angustiosos, en que nuestro abanderado, y con perfecto derecho puede decirse, el abanderado del proletariado internacional, yace en su lecho de dolor luchando con el espectro terrible de la muerte, estamos más cerca uno de otros que en las horas de la victoria…

Las noticias del atentado contra Lenin me han llegado a mí y a otros compañeros en Sviajsk, en el frente de Kazán. Allí los golpes caen duramente, golpes de la derecha, de la izquierda, en pleno rostro. Pero este nuevo golpe ha sido un golpe por la espalda y por sorpresa. Traidoramente ha abierto un nuevo frente, que en estos momentos nos inspira las mayores alarmas y las mayores inquietudes: el frente en que la vida de Vladimir Ilich lucha con la muerte. Cualquiera sean las derrotas que podemos esperar en tal o cual frente —como vosotros, estoy convencido de nuestra victoria inminente—, pero la derrota en cualquier frente no sería tan irreparable, tan trágica, para la clase proletaria rusa y para el mundo entero, como un tropiezo fatal en la batalla que se libra en el frente abierto en el pecho de nuestro jefe.

Para comprenderlo basta recordar el odio concentrado que esta figura provoca y provocará en todos los enemigos de la clase obrera. Porque la naturaleza ha producido una obra maestra al reunir en un solo hombre la personificación del pensamiento revolucionario y la energía indomable de la clase proletaria. Este hombre es Vladimir Ilich Lenin.

La galería de jefes obreros, de los militantes revolucionarios, es muy rica y variada y, como muchos de nosotros que han trabajado desde hace treinta años por la revolución, han encontrado en cada país muchas variedades del tipo del líder obrero, del representante revolucionario de la clase obrera. Pero sólo en la persona del camarada Lenin reconocemos una figura hecha en nuestra época de sangre y fuego.

Detrás de nosotros queda la época del llamado desarrollo pacífico de la sociedad burguesa, en que se acumulaban gradualmente las contradicciones, en que Europa pasaba el período llamado de la paz armada y la sangre corría sólo en las colonias, cuando el capital voraz torturaba a los pueblos más atrasados. Europa gozaba de la paz bajo el régimen del militarismo capitalista. En esta época se formaron, se definieron los jefes más representativos del movimiento obrero europeo. Entre ellos vemos la brillante figura de August Bebel, el gran difunto. Él reflejaba la época del desarrollo progresivo y lento de clase obrera. Juntó a una energía valerosa y férrea, la cautela más extrema en todos los movimientos, un conocimiento real del país en que se movía, practicaba la estrategia de esperar y preparar. Reflejaba el proceso gradual de acumulación molecular de fuerzas de la clase obrera; su pensamiento avanzaba paso a paso, mientras la clase obrera alemana, a través de una época de reacción internacional, se levantaba paulatinamente y se desembarazaba de la tiniebla y del prejuicio. Su figura intelectual creció, se desarrolló, se volvió más fuerte y más grande, pero todo esto sobre la base de esperar y preparar. Así, August Bebel, en sus ideas y en sus métodos era la mejor figura de una época que se aleja ya en la eternidad del pasado.

Nuestra época está hecha de otra materia. Las contradicciones acumuladas que se hacían cada vez más frecuentes han resultado en una terrible explosión; ellas han desgarrado la superficie de la sociedad burguesa; los cimientos del capitalismo internacional han sido sacudidos por la espantosa carnicería de los pueblos europeos. En esta época se han manifestado todos los antagonismos de clase, que han puesto a las masas populares frente a una terrible realidad, mostrándole que millones de seres debían perecer en nombre de los intereses de cínicos aprovechadores. Durante esta época la historia de la Europa occidental olvidó, descuidó o no pudo crear un jefe; y no es que no hiciese falta: porque todos los jefes que en vísperas de la guerra gozaban de la confianza de los obreros europeos eran los representantes del ayer, pero no del hoy…

Y cuando se abrió la nueva época, los antiguos jefes fueron incapaces de medirse con ella: ésta fue la época de las terribles convulsiones y de las sangrientas batallas.

La historia quiso, y no por azar, crear una figura un solo bloque en Rusia, una figura que representara bien toda la rudeza y la grandeza de nuestro tiempo. Repito, no era por azar.

En 1847, la atrasada Alemania hizo surgir de su seno la figura de Marx, el más grande de los militantes del pensamiento, que previo e indicó los caminos de la nueva historia. Alemania era entonces un país atrasado, pero la historia empujó a la intelectualidad alemana hacia un período de desarrollo revolucionario; y el más grande de los representantes de la inteligencia, enriquecida por toda la ciencia que había adquirido, rompió con la sociedad burguesa, colocándose al lado del proletariado revolucionario, elaboró un programa del movimiento obrero y una teoría del desarrollo de la clase obrera. Lo que Marx había predicho, nuestra época está llamada a realizarlo. Y para esto necesitaba nuevos jefes, animados con el espíritu de nuestro tiempo; la clase obrera elevándose a la altura de sus tareas, ve claramente la alta cima que debe subir si quiere salvar a la humanidad y no dejarla convertir en una carroña, en el ancho camino de la historia.

Para esta época la historia rusa creó un nuevo jefe. Todo lo mejor de la antigua intelectualidad revolucionaria, su espíritu de abnegación, su audacia y su odio contra la opresión, todo esto estaba concentrado en su persona, que no obstante, en su juventud había roto irrevocablemente con el mundo de la intelectualidad a causa de las relaciones de ésta con la burguesía; Lenin personifica la idea y la realidad del desarrollo de la clase obrera. Apoyándose en el joven proletariado revolucionario de Rusia, utilizando la rica experiencia del movimiento obrero internacional, transformó su ideología en una palanca para la acción, y entonces se levantó en el horizonte político en su total grandeza. Es la figura de Lenin, el hombre más grande de nuestra época revolucionaria. (Aplausos)

Yo sé, y también lo saben ustedes, camaradas, que la suerte de los trabajadores no depende de un individuo por singular que sea; esto no quiere decir que la personalidad en la historia de nuestro movimiento y del desarrollo de la clase obrera tenga poca importancia. Un solo hombre no puede modelar la clase obrera a imagen y semejanza e inclinar al proletariado conscientemente hacia tal o cual camino de desarrollo, pero puede ayudar a la realización de las tareas de los obreros y dirigirlos más rápidamente hacia la meta final.

Las críticas a Karl Marx destacaban que él había previsto la revolución mucho más cercana que lo que estaba en realidad. A lo que se respondía, con plena razón que él se había ubicado en una alta montaña y que, en consecuencia, las distancias le habían parecido más cortas.

Muchos han criticado a Vladimir Ilich también, más de una vez —y yo entre ellos—, porque no se preocupaba de las causas de menor importancia y de las circunstancias accidentales. Debo decir que esto podía ser un defecto para un jefe político en una época de lento desarrollo «normal»; pero en el camarada Lenin, creador de una época nueva, resultaba el mayor de los méritos. Todo lo que es de índole incidental, externa o secundaria, se omite, y sólo el antagonismo básico, irreconciliable de clases subsiste bajo el terrible aspecto la guerra civil. Dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro, abarcar lo esencial, lo fundamental, lo importante; éste era el don peculiar que Lenin poseía en el más alto grado. Cualquiera que hubiese podido, como pude hacerlo yo, observar de cerca el trabajo de Vladimir Ilich, no podría menos que mirar con entusiasmo —repito la palabra entusiasmo— este don de pensamiento penetrante y agudo que rechazaba todo lo externo, lo fortuito, lo superficial, a fin de percibir los caminos principales y los métodos de acción.

La clase obrera sólo aprende a apreciar a esos jefes que habiendo trazado el camino de su desarrollo, marchan con un paso seguro y perseverante, incluso cuando los prejuicios del mismo proletariado a veces son un obstáculo para ellos. Junto a este don de pensamiento poderoso, Vladimir Ilich tuvo también el de una voluntad inquebrantable. La combinación de ambas características produjo el verdadero jefe revolucionario, dotado de una valentía, una inteligencia y una voluntad inflexible.

¡Qué suerte la nuestra, poder decir todo esto, poder oír todo esto, acerca del valor de Lenin, sin que haya que lamentar su pérdida! Y todavía, el peligro es muy grande… Pero estamos convencidos de que en este frente cercano, aquí en el Kremlin, la vida vencerá, y Vladimir Ilich volverá pronto a ocupar su lugar en nuestras filas.

Cuando les dije, camaradas, que en su pensamiento valeroso y su voluntad revolucionaria personificaba la clase obrera, uno podía imaginar que era una suerte de símbolo, casi como un propósito deliberado de la historia, que en estas horas terribles en que la clase obrera rusa lucha en el frente exterior, con todo su espíritu, contra los checoslovacos, los guardias blancos, los mercenarios de Inglaterra y Francia, nuestro jefe combata también con las heridas que le han infligido los agentes de estos mismos guardias blancos, checoslovacos, los mercenarios de Inglaterra y de Francia. Hay en esas circunstancias un lazo interno. Hay en estos acontecimientos una profunda correspondencia histórica.

Y especialmente estamos convencidos de que en nuestra lucha en el frente de los checoslovacos, de los anglo-franceses y de la guardia blanca, nuestras fuerzas crecen cada día y cada hora. (Aplausos) Lo puedo asegurar como testigo ocular que acaba de volver del campo de batalla; sí, cada día nos sentimos más fuertes, seremos más fuertes mañana que hoy, y más fuertes pasado mañana que mañana; para mí no caben dudas de que no está lejos el día en que podré decirles que Kazán, Simbirsk, Samara, Ufa y las otras ciudades ocupadas temporalmente por el enemigo, han vuelto a la familia de los Soviets. De la misma manera espero que la mejoría del camarada Lenin no se haga esperar.

Ahora mismo, la bella imagen del jefe herido, fuera de combate por un tiempo, se eleva ante nosotros, se impone a nuestras miradas. Sabemos que ni por un momento ha abandonado nuestras filas, porque incluso herido por la bala traidora, nos exhorta, apela a nosotros y nos empuja hacia adelante. No he visto ni un solo camarada, ni un solo obrero honesto, que deje caer sus brazos bajo la influencia de las noticias del traidor atentado contra Lenin, pero he visto a docenas cerrar sus puños, que buscaban tomar las armas; he escuchado a cientos de miles que juraban una venganza implacable contra los enemigos de clase del proletariado. No necesito manifestar de qué manera han reaccionado los soldados conscientes que luchan en el frente, cuando han sabido que Lenin yacía con dos balas en el cuerpo. Nadie puede decir de Lenin que su carácter no tenga la dureza del acero; pero ahora el acero no está sólo en su espíritu, sino también en su cuerpo. Sólo por eso será el más querido de la clase obrera de Rusia.

No sé si nuestras palabras y nuestros latidos llegan hasta el lecho de dolor de Lenin, pero no dudo que siente que todos estamos con él. No dudo que sabe, presa de su fiebre, cómo nuestros corazones laten al unísono. Todos reconocemos ahora más claro que nunca que somos miembros de una misma familia comunista soviética. Nunca la vida individual se ha situado en un plano más secundario que en el momento en que la vida del hombre más grande de nuestro tiempo está en peligro de muerte. Cualquier imbécil puede tirar sobre Lenin y perforarle el cráneo; pero crear de nuevo este cerebro será un problema muy difícil, incluso para la naturaleza.

Pero no, pronto volverá a encontrarse en pie, para pensar y trabajar y luchar a nuestro lado. Y a cambio de esto prometemos a nuestro querido jefe que, en tanto nos encontremos en posesión de nuestras facultades mentales, y en tanto latan nuestros corazones, permaneceremos fieles a la bandera de la revolución comunista. Lucharemos contra el enemigo de la clase obrera hasta perder la última gota de sangre, hasta el último aliento. (Vivos aplausos)

Ir a la siguiente página

Report Page