Lenin

Lenin


La juventud de Lenin » Capítulo X. La preparación

Página 16 de 49

CAPÍTULO X

LA PREPARACIÓN

Los estudiantes expulsados por razones de higiene política eran susceptibles de ser nuevamente enviados a los centros universitarios de su «región natal». Pero en Simbirsk, donde Vladimir había vivido más de diecisiete años, casi el tercio de su vida, no le quedaba ningún pariente. Se le concedió la gracia de residir en el antiguo dominio del abuelo Blank, del que María Alexandrovna había heredado la quinta parte. En diciembre, Ulianov partió para Kokuchkino, a 40 verstas de Kazán. Allí debió vivir, sometido a una discreta vigilancia de la policía, hasta el otoño del año siguiente. Poco después llegó de Kazán la madre, María Alexandrovna, con los hijos menores. La familia habitó un ala del edificio, fría y mal arreglada, que pertenecía a una de las tías. Los vecinos no podían tener muchos deseos de frecuentarse con los Ulianov. Cada tanto aparecía M., el capitán de gendarmería, deseoso de saber si el elemento criminal continuaba siempre en su lugar. Alarmadas, las tías agasajaban al capitán, como es de práctica, con té y masitas o bien con licor de cerezas, y allí terminaba todo. A veces, llegaba también de visita algún primo, que no se distinguía en nada. El invierno en Kokuchkino fue tranquilo. Rugieron los vientos, el alud tapó la casa y hubo que usar la barredora de nieve. La madre suspiraba mirando hacia otro lado. Entonces las tías meneaban la cabeza, con aire de reproche. ¿Qué razón, verdaderamente, habría podido tener este Vladimir para echar a perder así su vida? ¿Lo que le había pasado a Alejandro no era ya suficiente? Por otra parte, se evitaba pronunciar este nombre.

Vladimir llegaba a la edad de la madurez y se había vuelto más atento con su madre que, como en el pasado, prodigaba a sus hijos sus inagotables recursos de amor y de cuidados. Ana, que se distinguía comúnmente por sus cambios de humor, se mostraba más nerviosa que de costumbre después de los sufrimientos padecidos en la prisión. La vida de la familia transcurría lánguidamente, al día, sin saber lo que reservaba el mañana. Afortunadamente, en el ala de la casa, se descubrió el armario con los libros del difunto tío, que gozaba en su tiempo de una reputación de erudito. Tíos de esta categoría, frecuentemente del género de los Gens de trop de Turguenev, se encontraban en numerosas familias de propietarios nobles; al mudarse para el cementerio, dejaban a sus sobrinos y sobrinas uno o dos centenares de libros desparejos y colecciones de viejas revistas rusas. Vladimir se abalanzó sobre el armario del tío. El primer acceso a la lectura «seria» no podía producirse sin desorden; la elección de los libros se hacía al azar, nadie estaba allí para orientarlo y los ojos del joven se perdían devorando con avidez.

Al tomar conocimiento con las revistas progresistas de antaño, Vladimir comprendió por primera vez el sentido de la lucha que oponía a las diferentes tendencias con respecto a los destinos económicos de Rusia. Este conocimiento de las publicaciones de los años ‘60 y ‘70, que luego no dejó de completar, le fue sumamente útil más tarde en sus discusiones con los populistas y para sus primeros trabajos literarios. Pero el armario de la aldea no bastaba y fue preciso recurrir a la biblioteca de Kazán. Al mismo tiempo se suscribió a un periódico, muy probablemente el Russkaia Vedomosti (Informaciones rusas), de Moscú, que proyectaba un tenue fulgor de liberalismo en el crepúsculo de los años ‘80. Seguramente, fue durante su estadía de diez meses en Kokuchkino que Vladimir aprendió por primera vez a leer un diario, arte complicado en el que llegó más tarde a ser un virtuoso. En cuanto a las relaciones con el mundo exterior, se esperaban circunstancias más propicias. Cada vez que llegaba un cesto conteniendo libros, periódicos, cartas era todo un acontecimiento. Vladimir, por otra parte, no mantenía ninguna correspondencia. Sólo una vez intentó poner a uno de sus antiguos compañeros del gimnasio al corriente de sus recientes diferencias con las autoridades universitarias, acusando en su carta a los adversarios con fuertes críticas; pero la hermana mayor, con disposición a la prudencia, comenzó a demostrar que no era razonable correr el riesgo, tanto para él como para su destinatario, y Vladimir, aunque no le agradase para nada ceder a los argumentos de otro, renunció sin embargo a enviar una carta que había escrito tan inspiradamente.

Así, entre el armario del tío y la cesta de mimbre portadora del correo de Kazán, transcurría la vida en Kokuchkino, bajo la vigilancia policial. Imperceptiblemente se iban cicatrizando las heridas de la familia; en los niños rápidamente, en la madre con lentitud. Vladimir daba lecciones a Dimitri, su hermano menor, esquiaba y perseguía, escopeta en mano, a las liebres y algún otro animal de caza, a decir verdad sin éxito. A propósito de las decepciones con respecto a la caza de Vladimir escribe Ana: «En el fondo de su alma, lo mismo que mis otros dos hermanos, nunca fue un cazador». Es difícil estar de acuerdo con esta afirmación. Lenin era en realidad un cazador apasionado, pero demasiado impetuoso: en este dominio se sujetaba mal a la disciplina. Su ardor excesivo le impidió posteriormente llegar a ser un buen cazador, aunque en la época de su deportación haya llegado a algunos resultados.

Vino la primavera, la primera que Vladimir pasaba en el campo. Tenía dieciocho años cumplidos, la edad primaveral. Ahora debía comprender mejor por qué Alejandro amaba tanto la naturaleza y el aislamiento que allí encontraba. Hacia el verano llegaron los primos y las primas; la familia se había repuesto de los golpes recibidos. Kokuchkino se reanimó, se hicieron paseos colectivos, partidas de ajedrez, se cantó, se cazó. Entre toda esta parentela de veraneantes no había ninguno con quien hubiese valido la pena intercambiar ideas sobre las cuestiones que lo inquietaban; en cambio, uno podía burlarse impunemente de los primos: aunque ellos fuesen mayores, «estaban en evidente inferioridad ante una palabra bien dirigida y una sonrisa maliciosa de Vladimir». En mayo, cinco meses después de su expulsión, Vladimir intentó hacerse reabrir las puertas de la universidad. El jefe del distrito escolar de Kazan elevó al ministro un informe según el cual era evidente que el ex estudiante Ulianov «a pesar de su notable capacidad y de los excelentes informes, no podía por el momento ser reconocido como una persona segura ni en lo moral ni desde el punto de visto político». Una breve expresión, «por el momento», indicaba que el jefe del distrito no perdía las esperanzas. El director del departamento de Instrucción Pública, sin haber leído el informe hasta el final, escribió al margen: «¿No será el hermano del otro Ulianov? ¿Es también de Simbirsk?» Enseguida, habiendo comprobado en la última parte del expediente que «el solicitante era el hermano de Ulianov, que había sufrido la pena de muerte», agregó: «No conviene de ninguna manera reincorporarlo». El conde Delianov era el ministro de Instrucción Pública. Witte lo caracterizaba como «hombre bueno, gentil» y, al mismo tiempo, como «un astuto charlatán de Armenia» que maniobraba en todas direcciones. Como era absolutamente inútil maniobrar con un Ulianov, el ministro lo descartó, pura y simplemente.

Dos meses más tarde, María Alexandrovna dirige a Delianov una súplica, esta vez firmada por ella misma. Antes de que llegara el rechazo, garantizado por adelantado, del «hombre bueno y gentil», Vladimir envía al ministro del Interior un pedido de autorización para partir al extranjero, con el objetivo de continuar sus estudios. La respuesta negativa del director del Departamento de policía a concederle un pasaporte para el extranjero, le fue comunicada a Vladimir por intermedio de la policía de Kazán, debido a que las autoridades, por las reiteradas instancias de la madre infatigable, acababan de permitir a Vladimir establecerse nuevamente en esa ciudad. Allí se trasladó la familia durante el otoño de 1888, a excepción de Ana, que no obtuvo el permiso para abandonar Kokuchkino sino algún tiempo después.

Desde la muerte de Ilya Nikolaievich, los Ulianov vivían de una pensión. Mil doscientos rublos por año, que el Tesoro pagaba a la viuda y a los hijos, representaban en provincias una suma considerable; pero la familia era numerosa y era necesario vivir austeramente. El dinero obtenido por la venta de la casa de Simbirsk constituía una reserva. María Alexandrovna alquiló, en los suburbios de la ciudad, una casita provista de una terraza y un jardín en pendiente. En el subsuelo encontraron que había, quién sabe por qué, dos cocinas. Una de estas piezas, como era superflua, fue ocupada por Vladimir, que gozando en ella de una relativa soledad se sumergió en la lectura. Comenzaron para él los años de preparación. Duraron, si se cuenta desde su expulsión de la Universidad hasta su partida para Petersburgo y a sus actividades revolucionarias, casi seis años. Precisamente aquí, sobre el Volga: en Kokuchkino, en Kazán y más tarde en la provincia de Samara, se formó el futuro Lenin. Para el biógrafo, estos años críticos —1888-93— son muy interesantes pero, al mismo tiempo, los más difíciles de estudiar.

El menor desplazamiento del joven Ulianov era objeto de informes secretos de las instancias policiales. Tales informes, como banderillas plantadas sobre el mapa biográfico, señalan su camino visible y facilitan el trabajo del investigador. Pero en lo que respecta al camino interior durante este período preparatorio, cuando todavía no había llegado a ser un escritor, esas señales aún no existen. Hay, sí, testimonios dispersos, no carentes de interés, pero demasiado vagos y algunos simplemente apócrifos. A su lado, además, no había ninguna persona políticamente más madura, que le sirviera de guía o al menos de observador atento. Fuera de la hermana mayor que nos ha comunicado todo lo que podía sobre la evolución de su hermano, Vladimir sólo tenía relaciones con jóvenes de su edad, que eran, en suma, escolares, y que después desaparecieron en su mayoría de la escena, sin dejar Memorias. Vladimir no se reveló como escritor antes de 1893; no se ha conservado ningún documento concerniente a su evolución, ninguna de sus redacciones tan cuidadosas, nada asimismo de su correspondencia personal.

A las frecuentes recriminaciones sobre la pobreza de los materiales que caracterizan los años cruciales de Lenin, Elisarova replica: «No se podría decir mucho. Leía, estudiaba y discutía». Un matiz de irritación presente en estas palabras muestra sólo con más claridad que Elisarova observaba la vida espiritual de Vladimir únicamente desde el exterior. Para ella, la cuestión no era saber lo que había leído, lo que había estudiado, lo que había discutido, cuál era su actitud frente al populismo y a la Narodnaia Volia, cómo se modificaba esta actitud bajo el influjo de Marx, de los choques con la realidad, de los encuentros e influencias personales. En una palabra: cómo, siendo aún ajeno a la política, habiendo apenas roto con la Iglesia Ortodoxa, el estudiante de Simbirsk, que se embriagaba despreocupadamente con Turguenev, se convirtió, en una provincia perdida del Volga, en un marxista perfecto, en un revolucionario inflexible, en el líder de mañana. «No me acuerdo cómo se llamaban sus conocidos», escribe Ana, que no se interesaba por la vida interior de Vladimir, así como tampoco había entrado anteriormente en la esfera de los intereses de Alejandro. De ahí la pobreza de contenido y la poca solidez de sus notas relativas a la evolución ideológica de Vladimir, a pesar de que fue su testigo más cercano durante el período crítico de la preparación.

La tendencia general del desarrollo de Vladimir no era, a decir verdad, una excepción: a comienzos de los años ‘90, la joven generación de la intelligentsia en su conjunto giró bruscamente hacia el marxismo. Las causas históricas de este giro no eran tampoco un misterio: la transformación capitalista de Rusia, el despertar del proletariado, el callejón sin salida al que había llegado la marcha revolucionaria independiente de la intelligentsia Pero no se debe hacer desaparecer una biografía en la historia Es necesario mostrar cómo, de forma general, las fuerzas históricas y las tendencias se cristalizan en un individuo, con todos sus rasgos y peculiaridades personales. Un buen número de jóvenes de los dos sexos, estudiaron a Marx por esos años, y muchos de ellos en las riberas del Volga. Pero solamente uno logró asimilar a fondo la doctrina, subordinándole tanto sus pensamientos como el mundo de sus sentimientos y supo por eso elevarse por encima de ella, convertirse en un maestro, mientras que la doctrina era un instrumento. Y este ser único fue Vladimir Ulianov. Pero aunque poseemos datos sobre el curso de su desarrollo durante los años de preparación, la situación del biógrafo no es aún menos desesperada. Existe cierto número de puntos importantes que permiten determinar con precisión su órbita espiritual. Respecto a las lagunas, habrá que formular hipótesis psicológicas, proporcionando al lector los datos indispensables para su verificación.

En Kazán, la familia vivía aún bastante aislada, aunque probablemente en menor grado que durante los últimos meses vividos en Simbirsk. María Alexandrovna, apartada de sus amistades y relaciones personales, no encontraba otras por el momento. Ana vivía mentalmente fuera de la familia: se preparaba para casarse con Elisarov. Vladimir no era un extraño en Kazán. Buscó a algunos de sus antiguos conocidos y, por su intermedio, se enteró de las novedades. Posiblemente, Vladimir no haya llevado a nadie a la casa; no lo había hecho cuando estudiaba en el gimnasio y, desde su expulsión, preservaba cuidadosamente a los suyos de visitas indeseables y de posibles disgustos. Además, la juventud radical debía evitar a la familia de Alejandro Ulianov, para no atraer sobre sí las redobladas atenciones de la policía.

Entre las nuevas relaciones de Vladimir se cita a una vieja afiliada de la Narodnaia Volia, Chevergova, a quien el joven consideraba, según algunos relatos, «con una gran simpatía». Con respecto a esto, Elisarova recuerda que Lenin no renunciaba en general a «la sucesión» de la antigua Narodnaia Volia; pero aquí, evidentemente, cae en uno de sus anacronismos habituales: posteriormente, cuando Lenin examinó atentamente los elementos que componían el pasado revolucionario, adoptó efectivamente cierta parte de la herencia de la Narodnaia Volia: una lucha implacable contra el zarismo, el centralismo, la conspiración; pero si en 1888 «no renegaba» del espíritu de la Narodnaia Volia era simplemente porque no había tenido todavía tiempo para considerarlo críticamente. Las ideas y las tendencias carecían todavía de una clara demarcación en su cabeza. Tanto para los otros como para sí mismo, él continuaba siendo el hermano menor de Alejandro Ulianov, héroe y mártir. Consideraba a Chevergova como un recluta puede mirar en el cuartel a un veterano cubierto de cicatrices.

¿Cuándo y de qué manera encontró Vladimir por primera vez a su futuro maestro Marx? Alejandro había leído El Capital durante sus últimas vacaciones. Debido a la muerte de su hermano, el nombre de Marx podía de golpe salir de ese limbo de indiferencia en donde reposan tantos nombres humanos. Uno de sus compañeros del gimnasio escribió que, habrían intentado, en la clase superior, después de la ejecución de Alejandro, traducir juntos El Capital, del alemán. Si este recuerdo, que la hermana mayor pone en duda, no es un simple error de memoria, la tentativa no pudo en cualquier caso tener más que un carácter episódico y debió ser abandonada a las primeras páginas: «¿Cómo estudiantes del gimnasio, tan jóvenes —señala justamente Elisarova—, habrían sido capaces de realizar semejante empresa?»

Otro testimonio, más veraz, a pesar de los errores de hecho que contiene, retrasa casi en un año el conocimiento de Marx. Basándose en conversaciones con Lenin, sostenidas en la emigración, durante la guerra imperialista, cuenta Radek[71]: «Siendo todavía estudiante en el gimnasio (?), Ilich vino a dar con un círculo de la Narodnaia Volia. En éste, por primera vez, oyó hablar de Marx. El que hablaba era el estudiante Mandelstamm, futuro cadete, y desarrollaba… las ideas del Grupo de la Emancipación del Trabajo. Como a través de una bruma distinguió Ilich una potente teoría revolucionaria. Se procuró el primer tomo de El Capital, que le develó el mundo exterior». Esto no sucedía en Simbirsk, sino en Kazan, Vladimir no era un alumno del gimnasio, sino un estudiante expulsado. En cuanto al resto, la narración, aunque estilizada, no suscita grandes dudas. Encontramos por primera vez el interesante detalle del nombre de Mandelstamm —futuro abogado liberal que en su juventud pasó por el sarampión del marxismo—, que Radek no hubiera podido recoger más que de labios del mismo Lenin. La referencia al círculo de la Narodnaia Volia, confirma que el hermano del terrorista al menos participaba en las reuniones de este círculo.

Sin embargo, no hay que representarse de ninguna manera al círculo de Kazán como un grupo de conspiradores y mucho menos como una organización terrorista. Muy sencillamente, cierto número de jóvenes se agrupaban en torno a un individuo vigilado por la policía, quizás en torno a la misma Chevergova. Si se admite literalmente lo que dice Radek, cuando sostiene que Lenin oyó esa noche pronunciar el nombre de Marx por primera vez, habrá no sólo que relegar a la categoría de los apócrifos el relato sobre la tentativa de traducir El Capital del alemán efectuada en Simbirsk, sino asimismo admitir que durante el verano de 1886 Vladimir no se había interesado para nada por el grueso volumen con el que Alejandro había pasado las noches. Esto no es de ningún modo imposible. Dedicado a leer a Turguenev y a jugar al ajedrez, el alumno del gimnasio podía recorrer con rápida mirada una encuadernación sin retener siquiera el nombre del autor.

De la primera edición rusa de El Capital, los universitarios de Kazán recibieron, poco más o menos, una docena de ejemplares; la mayor parte de la tirada fue proscripta de las bibliotecas y confiscada en el curso de los allanamientos. La obra se había convertido, desde mucho tiempo atrás, en una rareza. Si Vladimir consiguió procurarse el tesoro en el armario secreto de algún liberal culto, o por deportados de la Narodnaia Volia o por estudiantes de la ciudad, es cosa que no sabemos. Es posible que precisamente su búsqueda de El Capital lo haya llevado, por intermedio de Mandelstamm o bien por otros caminos, a ponerse en contacto con los primeros círculos marxistas.

Como quiera que sea, el estudiante expulsado de la universidad imperial se incorporó a la universidad clandestina de Marx. ¡Y qué estudiante! El biógrafo daría mucho por contemplar, a través de una ranura, al joven Lenin en un rincón de la cocina de la casita de Kazán, sumergido en el primer capítulo de El Capital. Cuando, por la noche, Ana caía bajo su mirada, inmediatamente la escogía como auditorio. Vladimir no podía ocultar sus pensamientos como lo había hecho Alejandro. Ellos lo poseían, lo sometían y exigían que él les sometiese a otros. Sentado sobre el horno de la cocina, cubierto de viejos periódicos, gesticulando locamente, revelaba a su hermana mayor los misterios de la plusvalía y de la explotación.

Se han conservado muy pocas informaciones sobre el círculo de Kazán al que adhirió Vladimir. «No hubo dirigente más autorizado que él —escribe Elisarova, más bien por hipótesis— en ese círculo». Cierto número de estudiantes leían juntos buenos libros e intercambiaban sus ideas sobre lo que habían leído. Hacia la primavera de 1889 los estudios adquirieron, aparentemente, un carácter más sistemático; Vladimir se ausentó más a menudo por las noches. Había logrado progresar, durante esos meses, en el estudio de El Capital y había madurado de conjunto; puede suponerse con cierta seguridad que llegó a ser en el círculo el primero entre sus pares y que cumplió sus obligaciones de dirigente no oficial muy seria y conscientemente. Pero sólo se trataba aún de buscar su camino.

Había cierto número de círculos de este tipo en la ciudad universitaria. El más serio y el que desempeñaba el papel más importante era el círculo de Fedoseev. El dirigente de este círculo, nacido en 1869 y que murió trágicamente a la edad de veintinueve años, era una figura verdaderamente notable. A causa de su influencia revolucionaria sobre sus compañeros, había sido expulsado ya de la clase superior del gimnasio. Esta lección no lo había corregido en absoluto; muy por el contrario, lo estimuló para ampliar su acción. «Fedoseev —según el informe de un oficial de policía de la ciudad—, aunque muy joven, gozaba de una autoridad muy considerable, desde el punto de vista revolucionario, entre la juventud estudiantil de Kazán…». El círculo de Fedoseev, que disponía de una pequeña biblioteca ilegal había montado su propio aparato de ediciones clandestinas. En esa época de profunda reacción, ésta era una iniciativa grande y audaz que, a decir verdad, no tuvo gran desarrollo.

Vladimir, que no pertenecía al círculo central, había oído acerca de sus planes, pero no participó en ellos. Él quería estudiar. La suerte de Alejandro no sólo lo llamaba a la senda revolucionaria, sino que también le advertía sus peligros. Arrojarse de cabeza, de buenas a primeras, sacrificarse irracionalmente: esta idea le era extraña aun en sus años juveniles. La conciencia de su valor personal ya se había despertado en él. Se preparaba sin precipitación ni sacudidas febriles. ¡No, ciertamente, porque le faltase la pasión! Precisamente la facultad de disciplinar la pasión era una de sus más altas aptitudes y ella fue la que lo convirtió en el conductor de los otros.

Sin ninguna indicación concreta, Elisarova fecha «el inicio de la elaboración de las convicciones socialdemócratas de Vladimir Ilich» en el invierno de 1888-89. La circunspecta fórmula: «el inicio de la elaboración» no dice casi nada. Pero, en todo caso, estamos lejos aquí de la afirmación de la hermana menor, según la cual la elección del rumbo socialdemócrata tuvo lugar en 1887. Sin embargo, la hermana mayor también anticipa los acontecimientos. Sólo se trataba por el momento del estudio de la teoría económica de Marx, con la que reconocían estar acuerdo, a su manera, también los populistas. Vladimir estudiaba esta teoría más seriamente que otros, pero aún estaba lejos de las indispensables deducciones políticas. De ello se tiene, en particular, la prueba, si bien indirecta, en su actitud respecto a Fedoseev. Elisarova estima que «no se puede establecer la influencia de uno sobre el otro», dado que se trataba de «magnitudes aproximadamente iguales». Para la cuestión que nos ocupa, no hay necesidad de comparar el peso específico de ambos jóvenes, de los cuales Fedoseev era un año mayor. Se trata de saber cuáles fueron las etapas en la evolución hacia la socialdemocracia. Según todo lo que se conoce acerca de Fedoseev, resulta evidente que éste había tomado una ventaja considerable sobre Ulianov. Según la afirmación de Máximo Gorki[72], que vivía en esos años a orillas del Volga y frecuentaba los círculos radicales, Fedoseev declaraba, ya en 1887, su solidaridad con Nuestras diferencias de Plejanov. Aunque la memoria de Gorki, cuando se trata de ideas y fechas, no se distingue por su fidelidad, su testimonio está confirmado indirectamente por otros contemporáneos. «Fedoseev era ya (1888) un marxista en formación», escribe Lalaiantz, antiguo estudiante de Kazán. En respuesta a una pregunta que se le formulara, el mismo Lenin escribía, algunos años antes de su muerte: «N. E. Fedoseev fue uno de los primeros que empezaron a proclamar su pertenencia a la corriente marxista». Bajo la influencia de un miembro más antiguo de la socialdemocracia, P. Skvortzov, Fedoseev rechazaba además resueltamente el terrorismo de la Narodnaia Volia, lo que no era de ningún modo la regla, por esos años, en un medio marxista. Precisamente este punto debería ser para el hermano de Alejandro Ulianov el principal obstáculo en el camino.

Se puede suponer con razón que Vladimir fue introducido por primera vez en la esfera de los intereses marxistas, en la periferia de la propaganda de Fedoseev; probablemente obtuvo de los mismos círculos el precioso tomo de El Capital. Sin embargo, Vladimir no trabó conocimiento con Fedoseev y no lo vio ni una sola vez hasta su partida de Kazán, a pesar de que mantenía estrechas relaciones con miembros menos destacados del mismo grupo.

Este hecho, sobre el que los autores de Memorias y los biógrafos no han fijado su atención, reclama una explicación. El mismo Lenin, en la nota mencionada más arriba, hace esta indicación: «Oí hablar de Fedoseev cuando vivía en Kazán, pero jamás nos encontramos personalmente». Más tarde veremos que Lenin procuraba siempre conocer a los que compartían su pensamiento y relacionarse con ellos. Muy pronto, entrará en correspondencia con Fedoseev sobre las cuestiones teóricas del marxismo y emprenderá especialmente un viaje para intentar conocerlo personalmente. ¿Por qué entonces, en Kazán, donde era tan fácil verse con él, Ulianov no buscaba a Fedoseev e incluso podría decirse que prácticamente incluso lo evitaba? La hipótesis según la cual Fedoseev, que ocupaba un lugar central en la vida «clandestina» de los marxistas de entonces, habría eludido el encuentro por razones de clandestinidad, aparece como completamente inverosímil: el nombre de Fedoseev, al decir de Grigoriev, que habitaba en Kazán, era frecuentemente pronunciado entre la juventud y «no de una manera completamente clandestina»; por otra parte, Vladimir, ya expulsado de la universidad, era el hermano de un terrorista ejecutado: esta recomendación era de mucho peso. Es mucho más probable que sea el mismo Vladimir quien haya evitado la entrevista. Hallándose completamente consagrado al estudio de El Capital no se disponía de ninguna manera a abandonar la tradición de la Narodnaia Volia. Al mismo tiempo no podía de ningún modo sentirse suficientemente preparado como para defender esa tradición contra la crítica de un socialdemócrata que rechazaba el terrorismo. Si se añade que no le agradaba someterse a los argumentos de otro, particularmente a los de un hombre de su edad, se comprenderá por qué Lenin podía preferir no exponerse prematuramente a los golpes del adversario. Por intermedio de los demás miembros del círculo, se encontraba suficientemente al tanto de los pensamientos y argumentos de Fedoseev como para tenerlos en cuenta en sus estudios. A tales procedimientos de exploración circunspecta, que atestiguan ante todo un formidable dominio de sí mismo y de esta cualidad que expresa la expresión: «Pensar por sí mismo», recurrió Lenin más de una vez mucho más tarde. El carácter psicológicamente elocuente de estas deducciones permite enunciar la hipótesis —de la que pronto encontraremos una serie de confirmaciones— de que en el curso de por lo menos cuatro años (1887-91), las tendencias revolucionarias de Vladimir no habían adquirido el tinte socialdemócrata y que el estudio del marxismo no significaba para él una ruptura con la bandera del hermano mayor.

Antes de conocer las obras de Plejanov, Vladimir no podía siquiera plantearse seriamente la cuestión de elegir entre la socialdemocracia y la Narodnaia Volia, A decir verdad, Kamenev, el primer redactor de las Obras de Lenin, afirma con seguridad que la literatura del Grupo de la Emancipación del Trabajo, que circulaba entonces entre los círculos radicales de Kazan, «llegó indudablemente a ser conocida por Vladimir Ilich». Pero nosotros no estamos tan seguros de ello. Vladimir pasó en Kazán, en total, alrededor de siete meses. El nombre de Plejanov no significaba aún nada para él. Incluso, si las publicaciones del Grupo de la Emancipación del Trabajo circulaban clandestinamente, no era sino en un solo ejemplar. Vladimir se hallaba suficientemente absorbido por El Capital. Finalmente, si Nuestras diferencias cayeron en sus manos en esa época, no es probable que, falto del conocimiento del ABC de la economía política y la historia del movimiento revolucionario ruso, hubiera podido sacar gran cosa de un libro polémico, de ningún modo pensado para principiantes.

A propósito de saber cuándo Vladimir comenzó a tomar conocimiento de la literatura socialdemócrata rusa, poseemos, sin contar la hipótesis de Kamenev, un único testimonio positivo, el de Radek: Lenin le contó, en el curso de un paseo que hicieron juntos, que ya había estudiado no sólo El Capital sino además el Anti-Dühring de Engels, antes de haber podido procurarse las publicaciones del Grupo de la Emancipación del Trabajo. Se puede considerar probado que Vladimir consiguió el Anti-Dühringt en Petersburgo, no antes del otoño de 1890; el conocimiento de las obras de Plejanov, indispensable para adherir a la socialdemocracia, se sitúa de este modo en el año 1891. Sin eliminar los anacronismos entusiastas, es imposible fijar los jalones reales del desarrollo de Vladimir y mostrar, aunque sólo aproximativamente, cómo este joven que a la edad de diecinueve años comenzaba a estudiar las ciencias sociales se lanzó cuatro años después a la arena como un joven guerrero armado de pies a cabeza. Las fechas que acabamos de indicar se enriquecerán posteriormente para nosotros con un contenido más vivo. Por el momento, nos limitaremos a repetir: no había en Lenin ninguna precipitación, su genio era orgánico, obstinado, en ciertas etapas incluso dilatorio, pues era profundo. Cómo no aconsejar otra vez más a los memorialistas y a los biógrafos, a los admiradores y a las hermanas: ¡no azoten a Lenin como si fuera un niño, déjenlo marchar a su paso, que él encontrará el rumbo preciso y, créanlo bien, a la hora deseada!

El invierno que Vladimir pasó en Kazán fue para él un tiempo de viva pasión por el ajedrez. Dos circunstancias favorecieron esta fiebre: la edad del adolescente, que sentía la necesidad de la gimnasia en todas sus formas, de un gasto desinteresado de sus fuerzas físicas e intelectuales; y la incertidumbre de la situación: Vladimir era un estudiante expulsado y no sabía hacia dónde dirigirse. Ya en tiempos del gimnasio había obtenido éxitos notables para un aficionado y vencía muy fácilmente a su padre. Durante las últimas vacaciones que Alejandro pasó con su familia, ambos hermanos se daban batalla por las noches, obstinada y silenciosamente, con el espíritu concentrado. Cuando jugaba con Dimitri, el hermano menor, o en general con jugadores más débiles, Vladimir desconocía esa magnanimidad debilitante que permite al adversario deshacer una mala jugada, desmoralizando a ambos contendientes. La observación de las reglas del juego era para él un elemento constitutivo del placer mismo del juego. La incomprensión y la negligencia deben castigarse, y no ser premiadas. El juego es una repetición de la lucha y en la lucha no se permite retractarse. Vladimir frecuentaba regularmente el club de ajedrez de Kazán y probaba sus fuerzas en su casa sin mirar el tablero. Ese invierno, Elisarov le organizó una partida por correspondencia con un distinguido aficionado, el abogado Jardín, de Samara. El duelo por medio de cartas llegó a un punto crítico. A Vladimir le pareció que con su última jugada había llevado a su adversario a una situación sin salida. En espera de la respuesta, movía a cada momento las piezas y cada vez se convencía más de que su adversario no tenía salvación. Jardín replicó con una jugada tan inesperada que Vladimir cayó en una estupefacción que, después de un cuidadoso análisis, se tradujo por una exclamación respetuosa: «¡Caramba, qué jugador, es una potencia del infierno!» Siempre descubría la fuerza de otro, aun la de un adversario, con satisfacción estética. Tres años más tarde, el abogado Jardín se convertiría en el tutor del pasante de abogado, Vladimir Ulianov.

Al período de Kazán se refiere un curioso episodio que relata la hermana. Vladimir empezó a fumar, probablemente por influencia de sus camaradas de círculo, en el que los confusos debates sobre el capitalismo se desarrollaban en medio de inevitables nubes de humo. La madre se inquietó, como todas las madres; cuando los argumentos respecto a la salud no bastaron, María Alexandrovna alegó que, al no ganar nada por sí mismo, no estaba bien que ocasionase a la familia gastos inútiles. Vladimir, aparentemente, fue sensible al reproche disimulado tras las palabras de su madre con respecto a convicciones que no podía defender. Renunció enseguida a fumar y fue definitivamente para toda su vida.

El temor de que Vladimir se dejara «atrapar» por la policía, impulsó a la madre, según Ana, a adquirir «una chacrita en la gobernación de Samara y a pedir autorización para pasar allí el verano». El relato de Ana tiene el defecto de no estar completo. «La chacrita» —como lo comunicó inmediatamente el gobernador Sverbeiev al Departamento de policía—, abarcaba un lote de tierra de 90 hectáreas, con un molino; sólo para la estadía veraniega, era demasiado. En realidad, María Alexandrovna perseguía fines económicos: pues, finalmente, había que pensar en los medios de existencia para la familia. El padre de María Alexandrovna aunque médico de profesión, se ocupaba en Kokuchkino de agricultura, mientras que la madre de Maria descendía, al parecer, de colonos alemanes de la región del Volga, agricultores modelos. La misma María Alexandrovna era quien, en la familia, se ocupaba, desde mucho tiempo atrás, del huerto y del jardín. No es extraño que se le haya ocurrido la idea de comprar un lote de tierra e instalarse allí permanentemente. Transformarlo a Vladimir en propietario y agricultor habría proporcionado una ventaja suplementaria, la de preservarlo de las tentaciones y peligros de la política.

Por ese entonces, Ana se disponía a casarse con un camarada universitario de Alejandro, el ex estudiante petersburgués Elisarov. A éste le incumbió la tarea de comprar un lote de terreno en la gobernación de Samara, su región natal. Con la ayuda de su hermano —un kulak—, Elisarov se encargó con éxito de la comisión, comprando de ocasión una chacra perteneciente a Sibiriakov, propietario de minas de oro. De carácter generoso a la manera rusa, ricachón, perspicaz y liberal de izquierda, Sibiriakov había tenido anteriormente la intención de crear, en la gobernación de Samara, explotaciones modernas, granjas y escuelas modelos. Nada resultó de todas estas iniciativas y fue necesario vender en lotes el inmenso dominio. El precio pagado por un lote de 90 hectáreas, incluyendo un molino y una casa de campo, a unos 50 kilómetros de Samara, fue de 7500 rublos. Esta suma, para la época, no era pequeña: al dinero obtenido en la venta de la casa de Simbirsk se agregó también, probablemente, la parte de María Alexandrovna en la propiedad de Kokuchkino. De este modo, los Ulianov se convirtieron en pequeños propietarios en la estepa.

El silencio que guarda Elisarova sobre el aspecto económico de la operación tiene visiblemente por finalidad proteger la figura de Vladimir de todo contacto con la prosaica existencia cotidiana. En realidad, se desprende solamente del encadenamiento de su vida un eslabón muy interesante. Por fortuna, Krupskaia nos transmite a este respecto una indicación, fugaz pero sumamente preciosa, del mismo Lenin: «Mi madre quería que me ocupara de los trabajos del campo. Me había dedicado a ellos, pero vi que las cosas no marcharían: las relaciones con los mujiks se tornaban anormales». No sabemos nada más acerca de este episodio. Únicamente por las cartas que Vladimir escribió posteriormente a su madre se aprecia que los problemas económicos y las dificultades de Alakaievka no le eran del todo extraños. Realizamos un doble reconocimiento a Krupskaia por sus dos líneas parsimoniosas: por ellas nos enteramos que Vladimir se había dedicado a realizar prácticamente los proyectos económicos de su madre y que él mismo había podido convencerse a través de la experiencia del hecho que «las relaciones con los mujiks se tomaban anormales». Este episodio es más importante que todo lo que se canta, en prosa y en verso, sobre las visitas efectuadas a los pequeños pastores, al aire libre, y los encuentros del liceísta con los mujiks de Kokuchkino en el transcurso de sus paseos. El primer verano fue consagrado, evidentemente, a la experiencia agrícola; dado que en la primavera de 1890 Vladimir recibió la autorización para realizar sus exámenes, los proyectos económicos fueron, naturalmente, abandonados. Pero no pasaron sin dejar sus huellas en la formación de la personalidad de Vladimir. Durante cierto tiempo, aunque muy corto, no había simplemente observado a los campesinos, sino que tuvo choques con ellos en el terreno de los negocios. ¡Y esto no es de ninguna manera lo mismo!

En la chacra se carecía de herramientas propias y no había obreros permanentes; los trabajos agrícolas no podían hacerse sino mediante transacciones con los campesinos de Alakaievka, el caserío vecino, verdaderamente lastimoso e indigente. De ochenta y cuatro jefes de familia, nueve carecían de caballos y vacas, cuatro no poseían siquiera una isba[73] y los lotes eran miserables; no había escuela, pero sí una taberna; en una población de doscientas almas, únicamente cuatro muchachos hacían algunos vagos estudios; el resto de la población no sabía leer ni escribir. En medio de esta indigencia dominaban algunas familias de kulaks, a decir verdad, bastante miserables, pero que tenían en sus manos a toda la aldea. No era posible obtener beneficios de la chacra de otro modo que aliándose con los kulaks y explotando implacablemente a los pobres. Si posteriormente Lenin demostró una perspicacia absolutamente excepcional para descubrir todas las formas de servidumbre en el dominio de las relaciones agrarias, el contacto que tomó prácticamente con los campesinos de Alakaievka no desempeñó, debe pensarse, un papel insignificante.

Hubo que renunciar a administrar la posesión; se dio la tierra en arrendamiento y la residencia sirvió a la familia como casa de campo durante los cuatro o cinco meses del verano. La vida libre y la paz de la estepa; un viejo jardín abandonado, que descendía por un barranco hasta el arroyo; el estanque, donde uno se bañaba con el corazón rebosante de emoción y, no lejos de allí el bosque, donde se recogían frambuesas: esta residencia era una maravilla para los Ulianov. En el jardín, cada uno tenía su rincón predilecto para la lectura y el estudio. La familia vivía menos aislada que en Kokuchkino; el temor de acercarse a los Ulianov había disminuido, aunque sin embargo, los visitantes, al principio, no se dejaron ver frecuentemente. María evoca el disgusto de los hermanos y hermanas cuando los visitaban personas poco familiares; Vladimir saltaba por la ventana para esconderse en el jardín. La prevención contra los desconocidos, lo mismo que la propensión a maniobrar por la ventana, son en general, como se sabe, característicos de la juventud, particularmente en el campo, donde los recién llegados son escasos y las ventanas bajas. Pero es posible que el vello de la timidez no hubiese desaparecido aún en este joven presuntuoso; en todo caso, en esta timidez se afirmaba así la tendencia a no desgastarse por gente que no valía la pena.

En la región de Alakaievka, los populistas, hacia fines de los años ‘70 habían intentado hacer propaganda, y durante los años ‘80, crearon comunas agrícolas en tierras adquiridas al mismo Sibiriakov: después de haberse preocupado por salvar a los campesinos mediante la revolución, habían terminado por salvarse ellos mismos con el trabajo de los campesinos. El gobierno consideraba con mucha desconfianza tales iniciativas; pero las comunas y los artels de intelectuales que habían surgido en diversos puntos del país, vegetaban tan apaciblemente que no daban motivo, en su mayor parte, a la represión policial. Un pequeño número de iniciativas se transformaban, por la marcha de las cosas, en empresas capitalistas; la mayor parte fracasaban desde los primeros pasos. Así sucedió con la vecina comuna de Alakaievka: los que la integraban se dispersaron muy pronto en diferentes direcciones, a excepción del obstinado organizador de la misma, Preobajensky[74]. Vladimir trabó conocimiento con éste y por su intermedio con algunos otros representantes del populismo provincial. Sostenía prolongadas conversaciones con Preobajensky, a menudo hasta muy avanzada la noche, yendo y viniendo por el camino entre la chacra y la comuna. Vladimir escuchaba y observaba. No, estos hombres resignados, que removían mal la tierra, quizás en nombre del comunismo o bien por la salvación de su alma, no podían conquistarle.

Alakaievka no se sustraía, naturalmente, al campo de observación de las autoridades policiales. El jefe de la gendarmería de Samara, en un informe, comunicaba al Departamento de policía la llegada a la chacra de la familia Ulianov, de la cual Ana se encontraba bajo el régimen de vigilancia especial y Vladimir bajo el de simple vigilancia, lo mismo que el antiguo estudiante Elisarov, «sospechoso desde el punto de vista político». El Ministerio de Instrucción Pública recibía del jefe del distrito escolar, Maslennikov, en todos los casos que era necesario, informes detallados, sobre la familia Ulianov. También se hallaba incluido en el círculo de las observaciones el liceísta Dimitri, sobre el cual se enviaban al jefe informes mensuales. El asunto se complicaba por el hecho de que los Ulianov vivían en una de las antiguas granjas de Sibiriakov, amigo de los deportados políticos y protector de comunas agrícolas. «Las circunstancias se han complicado —comunicaba Maslennikov a Petersbuigo— por el hecho de que las cuestiones concernientes a las granjas de Samara y a la familia Ulianov se encuentran en estrecha ligazón». En una palabra, los observadores no faltaban y, de acuerdo a los términos del jefe del distrito, la vigilancia «no pasaba desapercibida para los vigilados». Los resultados, sin embargo, fueron modestos: «No se ha notado nada reprensible», escribía melancólicamente la gendarmería de Samara. Era difícil notar alguna cosa, puesto que los procesos reprensibles sólo se desarrollaban aún en las más secretas circunvoluciones del cerebro. Pero, en contrapartida, ¡eran procesos muy peligrosos!

Aunque no transformara a Vladimir en propietario agrícola, el traslado a Alakaievka lo preservó de un arresto prematuro, en compañía de sus amigos de Kazán, en julio de 1889, cuando se apresó, no sólo al círculo central de Fedoseev, sino también a los miembros del círculo auxiliar de que Vladimir formaba parte. Él mismo escribía, muchos años más tarde: «Creo que hubiera podido ser arrestado fácilmente si me hubiese quedado en Kazán ese verano». Desde este punto de vista se justificaron los cálculos de la madre, al menos por un tiempo. La noticia de los arrestos efectuados en Kazán produjo en Vladimir una fuerte impresión. Ésta no podía sino afirmarlo en el siguiente pensamiento: no hay que entregarse en manos del enemigo a tontas y a locas, por bagatelas; hay que organizar convenientemente el trabajo para causar al adversario el mayor mal posible; pero para esto es indispensable prepararse.

En el jardín, a la sombra de los tilos, Vladimir tenía su rincón habitual, protegido del sol por el follaje, con una mesa y un banco clavados en tierra: allí pasaba sus horas de estudio. «Durante cinco años, de 1889 a 1893 —escribe Dimitri Ulianov—, éste fue el verdadero gabinete de trabajo» de Vladimir. Cerca de allí se encontraba, fija sobre dos postes, una barra transversal, que se denominaba, a la alemana, el Reck, para los ejercicios de gimnasia. El hermano menor observaba con estupefacción toda la energía y la pasión desplegadas por Vladimir para elevarse sobre el Reck, no de pecho, sino de espaldas. Por mucho tiempo no pudo conseguirlo. Finalmente, llamó a Dimitri como testigo de su triunfo: «Al fin he hecho el balanceo, ¡mira!» Brillando de alegría, ya estaba sentado sobre el Reck. Vencer la dificultad, disciplinar sus propias fuerzas, elevarse y sentarse sobre el Reck —«realizar un balanceo»—, ¡no hay nada mejor! Mostrar a Dimitri un nuevo ejercicio gimnástico es una necesidad, igual que la de develar a Ana los misterios de la plusvalía.

Vladimir se bañaba a menudo y nadaba muy bien en el estanque de Alakaievka; iba de caza, sobre todo cuando ésta significaba un hermoso paseo, por ejemplo, en los bosques vecinos, persiguiendo a los gallos silvestres; pero no podía soportar el quedarse sentado, inmóvil, con una caña de pescar. El deporte no era muy bien visto entonces por la intelligentsia democrática. Pero Vladimir tenía esta particularidad de buscar infatigablemente mantener un equilibrio activo entre las fuerzas espirituales y las fuerzas físicas. En los ejercicios sobre el Reck, en la natación, en los paseos, en el canto, revelaba una fogosidad inagotable y, al mismo tiempo, disciplinada. Lo mismo que en su primera infancia, tomaba la vida, ante todo, como movimiento; con esta diferencia: que ahora el primer lugar lo ocupaba el movimiento del pensamiento.

Vladimir ayudaba a su hermana menor, María, en sus estudios; le enseñaba a coser un cuaderno con hilo blanco y no con negro; le mostraba cómo cuadricular el papel para un mapa geográfico y se dedicaba a estas pequeñas tareas de la manera consciente que lo distinguió en todos los trabajos y que debía grabarse en la memoria de María para toda la vida. Después de la comida, en el mismo rincón del jardín, Vladimir se entregaba a lecturas más fáciles, a veces a la literatura; frecuentemente se le unía Olga, que se preparaba para los cursos superiores de Petersburgo y juntos leían a Gleb Upensky, el artista del populismo.

Al anochecer tomaban el té o leían en el terraplén de la escalinata exterior, bajo un techado, para evitar que la luz atrajese los mosquitos a las piezas; allí también hacían la comida de la noche, con una sencillez casi bíblica: se traía del sótano una gran vasija de leche y los niños la bebían, acompañándola con pan gris de trigo candeal. A menudo dedicaban las noches a la música y al canto. Se cantaba en coro: Elisarov, el marido de la hermana mayor, hacía él solo, acompañado por Olga. A menudo también Vladimir cantaba su parte. En su repertorio figuraba en primer plano la romanza: «Tienes unos ojuelos encantadores… y cuando se llegaba a la estrofa patética: “Por ellos estoy completamente perdido, perdido…”, la voz del cantante se quebraba siempre en la nota aguda; Vladimir hacía entonces un gesto desesperado y gritaba en medio de las risas: “¡perdido, perdido…!”»

Hemos mencionado ya que apenas instalado en Alakaievka, Vladimir había hecho una segunda solicitud de autorización para viajar al extranjero, diciendo que era «para una cura», en realidad, para hacerse admitir en una de las universidades extranjeras. El Departamento de policía estimó, sin embargo, que era posible curarse también en el Cáucaso y no le concedió el pasaporte. La negativa era naturalmente humillante; pero la desgracia no era a pesar de ello tan grande. En los dos años y medio que Fedoseev pasó en la cárcel, Vladimir permaneció bajo el ala materna, en condiciones tan favorables para su salud física como moral. El destino protegía evidentemente a este joven, como si lo hubiera señalado de antemano para fines particulares. Pero el joven también sabía sacar partido de la benevolencia del destino. Había, probablemente, entre ellos, un pacto secreto de reciprocidad.

Ir a la siguiente página

Report Page