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La juventud de Lenin » Capítulo XII. El período de Samara

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CAPÍTULO XII

EL PERÍODO DE SAMARA

En el otoño, la familia se trasladaba a la ciudad, en donde ocupaba, con los Elisarov, medio piso de una casa de madera, el cual comprendía seis o siete piezas. Así, Samara se convirtió en la residencia de los Ulianov durante casi cuatro años y medio. En la vida de Lenin el período de Samara constituye un período particular. Posteriormente, a mediados de la década del ‘90, Samara, bajo la influencia de Lenin, llegó a ser, en su género, la capital marxista de la región del Volga. Es indispensable echar por lo menos una breve mirada sobre la fisonomía de esta ciudad.

La historia administrativa de Samara difiere poco de la de Simbirsk: la misma pugna con los nómades, la misma época de fundación de la «ciudadela», es decir, del levantamiento de murallas de madera, la misma lucha contra Razin y Pugachev. Pero la fisonomía social de Samara era muy diferente. Simbirsk se constituyó como una sólida cuna de nobles. Más adentrada en la estepa, Samara comenzó a desarrollarse mucho más tarde, después de la abolición del derecho servil, como centro del comercio de cereales. Aunque la calle principal se llamara calle de la Nobleza, era únicamente por imitación. En realidad, el régimen de la servidumbre no había podido casi ganar las estepas de Samara; la ciudad estaba desprovista de antepasados y tradiciones. No tenía universidad, como Kazán, y por tanto ninguna casta universitaria y ningún ambiente estudiantil. Con tanta mayor seguridad, pues, se sentían aquí los ganaderos, los agricultores, los comerciantes de granos, los harineros, sólidos pioneros del capitalismo agrario. Indiferentes, no sólo a la estética, sino también al confort personal, no se construían residencias señoriales con columnatas, parques y ninfas de yeso. Lo que ellos necesitaban eran embarcaderos, graneros, molinos, comercios, garajes con rejas de hierro y gruesos candados. No eran los perros de caza los que suscitaban su interés, sino los perros guardianes. Sólo cuando habían amasado una sólida fortuna edificaban casas de piedra.

En torno a esa burguesía que comerciaba los cereales en el Volga, en tomo a los embarcaderos y galpones, iban y venían una multitud de vagabundos y semivagabundos. Los antiguos habitantes de los suburbios de Samara intentaron una vez, calcando el ejemplo de los alemanes —mennonitas de Sarepta[83]—, cultivar la lucrativa mostaza; pero el hombre ruso careció de capacidad y paciencia. Las plantaciones de mostaza que no dieron resultado, no dejaron a los pequeñoburgueses de Samara más que amargura, desilusión y el irónico mote de «mostazudos». Cuando se enfadaban, sobre todo cuando después de beber un trago, los habitantes de los suburbios, tanto como los remolcadores de las embarcaciones, ocasionaban grandes preocupaciones a las autoridades. Pero sus revueltas no tenían visos de esperanza, lo mismo que toda su perdida existencia.

El viejo Chelgunov, el mismo a quien los obreros de Petersburgo rindieron posteriormente un homenaje, hizo en 1887 una interesante descripción de Samara, ciudad de los pioneros: «al lado de los palacios se extienden terrenos baldíos, o empalizadas, o bien se levantan chimeneas de casas que se incendiaron quince años atrás y que nunca serán reconstruidas, lo mismo que no se pondrá jamás de pie el pionero que se ha aventurado más allá de sus posibilidades y se ha arruinado. Más lejos aún, pasando por las empalizadas, los terrenos baldíos y las casas desparramadas por los alrededores, se encuentran los suburbios, en donde se apretujan las casuchas de tres o cuatro ventanas. Se trata de la aldea, que ha abandonado la estepa y se ha fijado en la ciudad, a fin de trabajar para el constructor…».

No había casi industria ni por consiguiente obreros industriales en Samara. Y como tampoco se padecía allí del contagio universitario, Samara entraba en la lista de las ciudades que no proporcionaban inquietudes, en donde las autoridades toleraban que residiesen los revolucionarios que habían cumplido el plazo de su deportación en Siberia y adonde se enviaban, cada tanto, a los individuos sospechosos de las capitales y de los centros universitarios, bajo la vigilancia policial. Esta cofradía nómade, que hasta el comienzo de la década del ‘90 estaba completamente teñida de color populista, agrupaba a su alrededor a la izquierda de la juventud local. No sólo los representantes de zemstvos y los comerciantes, sino a veces también los funcionarios se permitían impunemente jugar al liberalismo en esa provincia en donde la nobleza no ejercía sujeción, en donde no se producían agitaciones de estudiantes y obreros. Las sombrías revueltas de la gente del puerto no eran registradas por nadie en el libro de la policía. Entre los individuos vigilados, era posible encontrar hombres inteligentes y honestos, para puestos de funcionarios de los zemstvos, gerentes, secretarios y maestros particulares, aunque de acuerdo a la ley, muchas de esas ocupaciones exigiesen una garantía oficial de lealtad. Según los informes de la policía de Samara, también Vladimir Ulianov, en 1889, se dedicaba a dar lecciones particulares. La administración de Samara cerraba los ojos ante los pequeños favores concedidos a los individuos sospechosos.

Los viejos deportados, los individuos sujetos a vigilancia y, en conexión con ellos, los pequeños círculos de estudiantes secundarios, seminaristas, jóvenes alumnas de las escuelas sanitarias de los zemstvos y los estudiantes que venían a pasar el verano, constituían, por así decir, la vanguardia de la provincia. De este pequeño mundo partían hilos en dirección de los liberales de los zemstvos, de los abogados, del comercio y de la burocracia. Ambos grupos se nutrían del periódico liberal-populista Russkaia Vedomosti: el ala más importante se interesaba principalmente por las editoriales moderadamente insidiosas y en la crónica de los zemstvos; la juventud radical devoraba las correspondencias del extranjero. Entre todas las revistas mensuales, la izquierda absorbía con avidez, apenas salía, cada número del Russkaia Bogatsvo (La riqueza rusa), especialmente los artículos del talentoso publicista populista Mijailovsky, infatigable pregonero de la «sociología subjetiva». El público más equilibrado prefería el Vestnik Evropy o bien la Russkaia Mysl (El Pensamiento Ruso), órganos de un disfrazado constitucionalismo. En Samara, la propaganda no traspasaba en absoluto los límites del mundo intelectual. El nivel cultural de los obreros, que eran poco numerosos, era muy bajo. Cierto número de obreros ferroviarios adherían, a decir verdad, a los círculos populistas, pero no con la finalidad de hacer propaganda entre los obreros sino para elevar su propio nivel cultural.

Los individuos vigilados visitaban sin aprensiones a la familia Ulianov que, por su parte, había ido perdiendo poco a poco todos los motivos para evitar la visita frecuente de los enemigos del zar y de la patria. La viuda del alto consejero de Estado se había puesto en contacto con un mundo con el que probablemente apenas soñara en vida de su marido. Su sociedad se componía al presente, ya no de funcionarios provinciales y sus esposas, sino de viejos radicales rusos, que habían vivido años en la prisión y en la deportación, y que rememoraban a sus amigos muertos en el curso de los atentados terroristas, mientras se defendían a mano armada, o bien habían muerto en presión; en una palabra, gente de ese mundo del que partiera Alejandro para no volver. Ellos tenían opiniones sorprendentes sobre muchas cosas, sus maneras no eran siempre distinguidas, algunos se destacaban por extravagancias adquiridas durante los largos años de prisión, pero no eran malos; al contrario, María Alexandrovna debía convencerse, eran buena gente: desinteresados, fieles en la amistad, audaces. Uno no podía considerarlos sin afabilidad y al mismo tiempo resultaba imposible no temerles: ¿no arrastrarían al otro hijo también hacia el camino fatal?

Entre los revolucionarios que residían en Samara bajo la vigilancia policial, se distinguían Dolgov, que había participado en la famosa conspiración de Nechaiev y la pareja Livanov: el marido estuvo complicado en el «proceso de los 193» y la mujer, comprometida en Odessa en el asunto de Kovalsky, cuando intentó resistir a mano armada su arresto. Las conversaciones con estas personas, sobre todo con los Livanov, de quienes dice Elisarova que eran «populistas típicos, muy enteros e idealistas», constituyeron para Vladimir una verdadera y elevada escuela práctica de la revolución. Escuchaba con avidez sus relatos, preguntaba constantemente, en busca siempre de nuevos detalles, para revivir en su imaginación la marcha de los combates de antaño. Una gran época revolucionaria, que por entonces aún no había sido estudiada ni tampoco consignada casi en los escritos, que además se hallaba separada de la nueva generación por una fase reaccionaria, erguía ante Vladimir sus vivientes figuras humanas. Este joven poseía la más rara de las cualidades: sabía escuchar. Todo lo que se refería a la lucha revolucionaria le interesaba: las ideas, las personas, los procedimientos conspirativos, la técnica de la acción clandestino, los pasaportes falsos, el régimen penitenciario, los procesos ante los tribunales, las condiciones de la deportación y de las evasiones.

Uno de los centros de reunión de la intelligentsia radical de los zemstvos, en Samara, fue la casa del juez de paz Samoilov. Allí concurría a menudo Elisarov, a quien se le ocurrió un día la feliz idea de llevar con él a su cuñado. Esta visita le permitió a Samoilov, hijo, muchos años más tarde, reconstruir la figura del joven Ulianov con algunos trazos muy bien logrados: «Cuando fui a saludar a los huéspedes —cuenta Samoilov—, atrajo repentinamente mi atención una figura nueva: sentado a la mesa, con desenvuelta postura, se hallaba un joven muy delgado, cuyos pómulos, de un rojo subido, resaltaban en su rostro un tanto kalmuk; sus bigotes y barbilla, ralos, con ligeros reflejos cobrizos, no habían sufrido aún, evidentemente, el filo de las tijeras; la mirada de sus vivos ojos oscuros era irónica. Hablaba poco, pero esto no se debía en absoluto, al parecer, al hecho de que se sintiera incómodo en un ambiente desconocido: no, era completamente evidente que esta circunstancia no le pesaba en modo alguno. Al contrario, súbitamente me percaté de que M. T. Elisarov, que siempre se sentía a sus anchas entre nosotros, estaba en esta oportunidad, no turbado ante el nuevo huésped, diría, sino algo intimidado. La conversación era insignificante y se refería, recuerdo, al movimiento estudiantil de Kazán, a causa del cual Vladimir Ilich (era él), había sido obligado a abandonar la universidad de Kazán… Aparentemente, no estaba dispuesto a considerar su suerte bajo una luz trágica… En medio de la conversación, después de haber recogido una deducción que le pareció particularmente oportuna, prorrumpió repentinamente en una risita nerviosa, corta, enteramente rusa. Era claro que se le acababa de ocurrir una idea cautivante, mordaz, que había buscado anteriormente. Esta risita, sana y no desprovista de malicia, subrayada por pequeñas arrugas igualmente maliciosas en las comisuras de los párpados, se grabó en mi memoria. Todos se echaron a reír, pero él ya estaba tranquilo y nuevamente prestaba oídos a la conversación general, fijando una mirada atenta y un poco irónica sobre los interlocutores». Cuando el visitante se fue, el huésped, con naturalidad expansiva, resumió la impresión recibida en términos exaltados: «¡Qué hombre razonable!» Y la exclamación del padre se confundió para siempre en la memoria del hijo con la imagen del joven Lenin, con el juego irónico de sus ojos, con su breve risita «muy rusa». Así lo pinta también, es verdad, tres años más tarde, un allegado de Vladimir, Lalaiantz: «de talla pequeña, pero sólidamente constituido». Esta descripción se corresponde mucho mejor con lo que sabíamos nosotros de cómo era Vladimir por esos años: gran caminante, cazador, maestro en natación y patinaje, acróbata sobre el Reck y, además, aficionado al canto en tonos agudos, hasta alcanzar los falsetes. Es posible que, habiendo llegado a Samara como un adolescente delgaducho, se haya enseguida fortificado con la sana vida de la estepa.

Es absolutamente indudable que fue precisamente en el período de Samara que Vladimir Ulianov se transformó en marxista y socialdemócrata. Pero el período de Samara duró casi cuatro años y medio. ¿Cómo se inscribe en este largo marco la evolución del joven? Los biógrafos oficiales se han sustraído de una vez por todas a las dificultades mediante una teoría salvadora según la cual Lenin habría sido un revolucionario por herencia y un marxista de nacimiento. Pero, sin embargo, no es así. No poseemos, en verdad, pruebas documentales de que Vladimir haya compartido durante los primeros años del período de Samara las opiniones de la Narodnaia Volia; pero los datos de los años posteriores no dejan casi dudas sobre este punto. Escucharemos más tarde los testimonios impecables de Lalaiantz, de Krjijanowski y otros, sobre el hecho de que Vladimir, durante los años 1893-95, es decir, cuando ya era un marxista bien formado, conservaba, sobre la cuestión del terrorismo, ideas extrañas en el ambiente socialdemócrata, a las que todos consideraban como una supervivencia del período precedente de su evolución. Pero aún si nos faltara esta manifiesta confirmación a posteriori, estaríamos igualmente obligados a preguntarnos: ¿podía no existir esta etapa durante este período?

La sombra política de Alejandro hostigó durante largos años a Vladimir, sin soltarlo. «¿No es el hermano de ese Ulianov?», escribía al margen de un documento oficial un alto burócrata. Bajo el mismo aspecto lo vieron todos los que lo rodeaban. «El hermano de Ulianov, el que fue ahorcado», así decía de él, con respeto, la juventud radical. ¡Le mort saisit le vif[84]! Vladimir nunca mencionaba a su hermano, si no lo obligaba a ello una pregunta directa y no lo recordó ni una sola vez posteriormente en la prensa, aunque las ocasiones no faltaron. Pero precisamente este silencio obstinado probaba cuán profunda era la herida que había dejado en su conciencia la muerte de Alejandro. Para romper con la tradición de la Narodnaia Volia, Vladimir necesitaba motivos infinitamente más convincentes y probatorios que cualquier otro.

La prolongada persistencia de sus simpatías terroristas, que echa un reflejo retrospectivo sobre el período de su evolución que colorearon las ideas de la Narodnaia Volia, no tenía, con todo, raíces solamente personales. Vladimir evolucionaba con toda una generación, con toda una época. Incluso las primeras publicaciones del Grupo de la Emancipación del Trabajo, si uno admite que Vladimir ya las conocía por ese entonces, no le planteaban brutalmente la cuestión de romper con la bandera del hermano mayor. Al desarrollar la perspectiva de la evolución capitalista de Rusia, Plejanov no oponía aún la futura socialdemocracia a la Narodnaia Volia; sólo exigía a los partidarios de esta última, que se asimilaran el marxismo. Poco tiempo antes, el Grupo de la Emancipación del Trabajo, había hecho una tentativa práctica para unificarse con los representantes de la Narodnaia Volia en el extranjero. Si al inicio de la década, las cosas se presentaban de ese modo, en la emigración, en donde actuaban teóricos más combativos de ambas tendencias, en la misma Rusia, la demarcación entre los partidarios de la Narodnaia Volia y los socialdemócratas era todavía a fines de los años ‘80, muy fluctuante y poco clara. Axelrod tiene perfecta razón cuando escribe en sus memorias que la «principal línea de separación entre los miembros de la Narodnaia Volia y los socialdemócratas pasaba, a fines de esos años, no por la oposición: marxismo-populismo, sino por la oposición: lucha política directa, lo que era entonces sinónimo del terrorismo, o bien propaganda». En los casos en que los marxistas reconocían el terrorismo, la línea de separación de las aguas se borraba totalmente. Así, Alejandro, que había leído Nuestras diferencias, estimaba que no existían prácticamente distancias entre los miembros de la Narodnaia Volia y los socialdemócratas y que Plejanov se había equivocado al dar a su obra contra Tijomirov un carácter polémico. En la conspiración del 1.o de marzo de 1887, los representantes de ambas tendencias actuaban bajo la bandera de la Narodnaia Volia.

El acercamiento de las dos tendencias, que debían más tarde divergir irrevocablemente, tenía en realidad un carácter ilusorio y se explicaba por su debilidad y por el carácter crepuscular de la política de la época. Pero precisamente en ese crepúsculo comenzó Vladimir el estudio teórico del marxismo. Al mismo tiempo, por los relatos de los «viejos», trabó conocimiento con la práctica de las luchas recientes, en las cuales la conspiración de Alejandro venía a poner el punto final. En Samara, donde no existía un movimiento obrero, siquiera embrionario, los grupos de los medios intelectuales se formaban con retraso y se desarrollaban lentamente. No había aún socialdemócratas. En tales condiciones, Vladimir podía ir lejos en el estudio de los clásicos marxistas sin verse, no obstante, obligado a elegir definitivamente entre la socialdemocracia y la Narodnaia Volia. La búsqueda de la claridad y de la perfección constituían, indiscutiblemente, el principal resorte, tanto de su voluntad como de su inteligencia. Pero no menos importante en él era el sentimiento de la responsabilidad. La suerte de Alejandro trasladó de golpe las ideas de «lucha por la libertad» de la esfera de los sueños color de rosa de la adolescencia al reino de la severa realidad. Hacer una elección significaba, en tales condiciones, estudiar, comprender, verificar, convencerse. Esto requería tiempo.

Entre los primeros amigos de Samara de Vladimir, encontramos a cierto Skliarenko, que tenía su misma edad. Expulsado de uno de los cursos superiores del gimnasio (el sexto), fue arrestado en 1887 y pasó un año encarcelado en la prisión de Kresty, en Petersburgo. Después de su retorno a Samara, había reanudado la propaganda entre la juventud. Principalmente gracias a sus esfuerzos se creó una biblioteca, a medias legal, a medias ilegal, para los autodidactas. Se recortaban de los viejos periódicos mensuales, de acuerdo a un catálogo especial de propaganda, los artículos más instructivos y a menudo había que volver a copiar a mano la primera y última páginas. Esas colecciones de artículos eran encuadernadas y, con uno o dos centenares de libros selectos, en su mayor parte prohibidos, constituían la biblioteca de los alumnos del gimnasio de Samara (BSG), a la cual hubo de recurrir Vladimir más de un vez durante los años que pasó en esa provincia. Con su amigo Semenov, Skliarenko publicaba, por medio de un mimeógrafo, una literatura inspirada en las ideas de la Narodnaia Volia, que predominaban a su alrededor. Si Ulianov se hubiese considerado como socialdemócrata desde los dos primeros años de su estancia en Samara, habría tenido encarnizados debates con Skliarenko, Semenov y sus amigos, que en caso de una obstinada resistencia de los adversarios, hubieran conducido inevitablemente y muy pronto a una ruptura. Pero no sucedió nada parecido; las relaciones personales no se deterioraron. Por otra parte, los lazos amistosos con los jóvenes partidarios de la Narodnaia Volia no impulsaron a Vladimir a participar en el trabajo clandestino. Las iniciativas revolucionarias de unos muchachos inexpertos pero seguros de sí mismos, no podían imponérsele, después de lo que le pasó a Alejandro. Él quería ante todo instruirse y pronto llevó por este camino a Skliarenko y a Semenov.

Vladimir debía pasar en Samara cuatro inviernos. Crecía y cambiaba durante esos años, encaminándose progresivamente hacia la socialdemocracia. Pero también cambiaban quienes lo observaban y sentían su influencia. Las delimitaciones entre las diferentes etapas se han borrado de las memorias… Los resultados de la evolución, que se precisaron en 1892, están ahora presentes, normalmente, en todo el período de Samara. Esto se nota particularmente en los recuerdos de la hermana mayor. Según ésta, Vladimir se peleaba «cada vez con más exasperación» con los viejos militantes de la Narodnaia Volia, a propósito de sus opiniones esenciales. Así fue, sin duda alguna. Pero ¿a partir de qué momento comenzaron las disputas y tomaron éstas un carácter «exasperado»? Ana, que por entonces apenas veía claramente las cuestiones de principio, acababa de casarse, justamente en la época de la mudanza a Samara, con Elisarov y aunque ambas familias viviesen en la misma casa, la joven pareja se había apartado, naturalmente, de los demás. En la vida de Vladimir, los dos primeros años de estadía en Samara escapan casi por completo a la memoria de su hermana mayor.

Se puede creer perfectamente que las opiniones arcaicas de los «viejos» de Samara no eran capaces de satisfacer a un joven espíritu al que le preocupaban los problemas de fondo. Vladimir tuvo y debió tener discusiones con los viejos desde los primeros años, no porque hubiese encontrado la verdad sino porque la buscaba. Pero sólo mucho más tarde, hacia el final del período de Samara, esas discusiones se convirtieron en un conflicto entre dos tendencias. Es curioso que la misma Elisarova, al buscar una viviente ilustración de las discusiones de Samara, señale en calidad de adversario a Vodovozov, que estaba bajo la vigilancia policial. Pero las discusiones con este ecléctico impenitente, que no se contaba ni entre los populistas ni entre los marxistas, ocurrieron durante el invierno de 1891-92, por consiguiente, al terminar el tercer año de estadía de Vladimir en Samara.

Uno de los militantes samarenses cuenta, es verdad, que durante una excursión de remo de la juventud radicalizada, al parecer en el verano u otoño de 1890, Ulianov rebatió completamente la teoría idealista de la moral que expusiera cierto Buchholz y le opuso una concepción de clase. Este episodio presenta el ritmo de desarrollo de Vladimir bajo un aspecto más rápido que el inferido de otros datos. Pero es de notar que el mismo Buchholz, socialdemócrata alemán nacido en Rusia contesta, sobre el punto que nos interesa, el relato que acabamos de mencionar. «En las reuniones en que estuviéramos juntos —escribe-V. I. Ulianov, en lo que puedo recordar, no manifestaba ningún tipo de actividad y, en todo caso, no desarrollaba opiniones marxistas». El valor de este testimonio es absolutamente indiscutible. ¿Puede creerse que Ulianov habría disimulado lo que consideraba la verdad si la hubiese conocido? Si no desarrollaba opiniones marxistas, es porque aún no las había elaborado.

En octubre de 1889, ya establecido en Samara, Vladimir envía «a su Serenísimo el señor ministro de Instrucción Pública» una nueva petición redactada en un tono extremadamente persuasivo. Durante los dos años que han seguido a la terminación de sus estudios del gimnasio, él, Vladimir Ulianov, ha podido «convencerse por completo de la enorme dificultad, sino de la imposibilidad, de encontrar una ocupación para un hombre que no ha recibido ninguna instrucción especializada». No obstante, el suscripto tiene extrema necesidad de un empleo, que le proporcionaría la posibilidad «de sostener, mediante su trabajo, a una familia compuesta por una madre muy anciana y por un hermano y una hermana aún pequeños». Esta vez no pide ser readmitido en la universidad, pero solicita el derecho de rendir el examen final como alumno libre. Delianov escribió con lápiz sobre la petición: «interrogar con respecto a esto al jefe del distrito escolar y al Departamento de policía; es un mal tipo». Cosa evidente, el Departamento de policía no podía tener una opinión más favorable sobre el solicitante que el ministro de Instrucción Pública. Así, el «mal tipo» sufrió de parte del hombre «gentil y bueno», una nueva negativa.

Al parecer, la puerta de la ciencia oficial se había cerrado estrepitosamente y para siempre ante Vladimir. A fin de cuentas, esto probablemente no habría cambiado mucho su destino ulterior. Pero, por esos días, la cuestión del diploma universitario parecía mucho más importante al mismo Vladimir y aún más a su madre. En mayo de 1890, María Alexandrovna partió para Petersburgo, a fin de hacer gestiones por el futuro de Vladimir, lo mismo que tres años antes las había hecho por la vida de Alejandro. «Era un verdadero tormento —escribía— contemplar a mi hijo, viendo cómo los mejores años transcurrían infructuosamente…». Y para conmover más todavía el corazón del ministro, la madre procuraba asustarlo, expresando que la existencia sin objeto de su hijo «debía, casi inevitablemente, conducirlo incluso a la idea del suicidio». Hablando sinceramente, Vladimir se parecía muy poco a un candidato al suicidio. Pero en la guerra —y la madre daba una batalla por su hijo— no se puede prescindir de las estratagemas. Delianov no carecía, al parecer, de la cuerda sentimental: si bien no autorizó al «mal tipo» a reingresar a la Universidad, le permitió esta vez dar los exámenes de egreso, de acuerdo al programa de la Facultad de Derecho, en cualquiera de las universidades imperiales.

La Dirección de policía de Samara informó oficialmente de este favor a la viuda del alto consejero de Estado Ulianov, Vladimir pidió autorización para rendir sus exámenes en Petersburgo y recibió una respuesta favorable. Independientemente de las gestiones de la madre, una circunstancia desempeñó inevitablemente su papel, el saber que en los dos años y medio que habían transcurrido desde su expulsión, Vladimir no se había hecho ver en ninguna acción sospechosa. La familia salía, al parecer, de la desgracia.

A partir de fines de agosto, las plumas policiales de Samara y de Kazan anotan, en una serie de informes, el viaje de Vladimir Ulianov a Petersburgo, vía Kazán, con el propósito de informarse sobre los programas para los exámenes. Vladimir pasó seis días en Kazán. ¿Con cuál de sus viejos amigos volvió a encontrarse allí? El informe del jefe de policía de Kazán no da con relación a esto indicación alguna. Vladimir permaneció casi dos meses en Petersburgo: las fechas se han establecido según los informes del comisario de Samara. Pero no sabemos casi nada más. Con todo, Vladimir, seguramente, no perdía su tiempo. Su principal preocupación era asegurarse de todas maneras su preparación para los exámenes. No tenía la intención de pasar los exámenes al azar, fracasar y tener que volver a comenzar. Necesitaba disponer de antemano, todos los elementos del problema a resolver, con perfecta claridad: la extensión de cada materia, los manuales, las exigencias de los profesores. Una parte considerable del tiempo pasado en Petersburgo fue consagrada, indudablemente, a estudios en la Biblioteca Pública. Era menester hacer extractos, redactar resúmenes, para no comprar los libros demasiado caros. Por intermedio de su hermana Olga, que estudiaba en Petersburgo, Vladimir conoció a su futuro antagonista Vodovosov, camarada de Alejandro en la Universidad, que había vuelto de la deportación para dar los exámenes finales, y con su ayuda entró en el local, donde alrededor de cuatrocientos estudiantes rendían sus pruebas. Vladimir se mezcló con esa multitud y según las palabras de Vodovosov «permaneció allí varias horas, escuchando y observando». Esta expedición de reconocimiento previo de la arena de su lucha y de las condiciones en que daría la próxima batalla es, en el grado más alto, característica del joven Lenin. No le agradaba dejar nada al azar que pudiera ser, en alguna medida, previsto y preparado de antemano.

Pero Vladimir tenía todavía un asunto, de no escasa importancia, en Petersburgo. Precisamente durante este viaje y gracias a unas relaciones, se procuró, al fin, en casa de un profesor del Instituto Tecnológico, llamado Jawein, el libro de Engels: La revolución de la ciencia de Eugen Dühring (el Anti-Dühring). El dichoso poseedor del libro, supuestamente, no se decidía a dejar partir el prohibido libro hacia una lejana provincia, por ello Vladimir debió estudiar con gran aplicación la notable obra científico-filosófica durante su corta estadía en la capital. Es posible, sin embargo, que después de una conversación con el joven obstinado, el joven profesor cediese y que el Anti-Dühring haya abandonado el Neva para ganar el Volga. En todo caso, Vladimir tuvo por primera vez este libro entre sus manos no antes del otoño de 1890. Radek, al relatar este episodio de acuerdo al mismo Lenin, añade: «Por mucho tiempo todavía no pudo conseguir las obras de Plejanov, publicadas en el extranjero». Si las palabras «mucho tiempo» indican aquí al menos algunos meses, pareciera entonces que Vladimir no conoció las obras del Grupo de la Emancipación del Trabajo antes del comienzo de 1891. Recordemos estas fechas. Aunque los testimonios de Radek, en general, no pueden aspirar a la exactitud, en el caso presente los corrobora —fuera del carácter convincente del aspecto exterior del relato— la evolución general de Vladimir tal como se esboza de acuerdo a otros elementos.

A principios de noviembre, el comisario de Samara ya hizo saber al jefe de policía el retorno de Vladimir Ulianov. El comisario, una vez más, no ha notado visiblemente «nada sospechoso». De regreso de Petersburgo, el candidato al crimen ha traído, sino en su cabeza, al menos en su valija, el cargamento explosivo de la dialéctica materialista. Sin embargo, no había motivo para esperar prontas explosiones. Por el momento, ni el marxismo ni la revolución estaban en el primer plano. Era menester arrancar el diploma de manos de la universidad imperial. Había que prepararse para la tediosa rutina de los cursos.

Verdaderamente, Ilya Nikolaievich estaba equivocado cuando temía que en Vladimir no se desarrollase el amor por el trabajo. Una de las personas sometidas a vigilancia, la «jacobina» Iasneva, que llegó a Samara en la primavera de 1891, dice en sus recuerdos: «Nunca he visto tal perseverancia y obstinación como en Vladimir Ilich, ya por ese entonces». Vladimir no salía más que para el té y la comida; hablaba muy poco. Raramente entraba alguien de la casa, en su pieza. Por su tipo de vida, debía recordar ahora a Alejandro. En el campo, su gabinete de trabajo se encontraba en el jardín, al fondo de una avenida de tilos. Todos los días, a la misma hora matutina, se iba para allí con su provisión de libros jurídicos y no volvía a la casa antes de las tres horas, «íbamos a llamarlo para la comida —cuenta una antigua sirviente— y él estaba con un libro». De que no perdía el tiempo era testigo el sendero cercano a su banco, que pisoteara en sus idas y venidas, recapitulando lo que había leído o aprendido de memoria. Después de comer, a modo de recreo, leía en alemán La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Engels, o cualquier otra literatura marxista. Al hacer esto, aprendía el alemán, no por el idioma sino por el marxismo y por consiguiente con tanto más éxito. El paseo, el baño y el té de la tarde precedían la última parte de la jornada laboriosa, ya a la luz de una lámpara, sobre la escalinata. Vladimir trabajaba con demasiada aplicación para que pudiese ocurrírsele a alguno de los viejos o de los jóvenes la idea de importunarle durante sus horas de ocupación. Naturalmente, no hubiera vacilado ahora más que en sus años del gimnasio en decir a cualquiera: «Hacedme el favor de iros». Por el contrario, durante las horas de descanso, durante las comidas, en el baño, era bullicioso, bromista, risueño, alegre, con una alegría contagiosa. Cada fibra de su cerebro y de su cuerpo se desquitaba por las largas horas consagradas al derecho romano o al derecho canónico. Este joven ponía tanto brío y pasión en divertirse como en trabajar.

¿Cuánto tiempo necesitó para prepararse? Dieciocho meses, responde Elisarova. Ahora bien, sabemos por ella que Vladimir «se puso a repasar sus cursos» sólo después de haber obtenido la autorización de dar sus exámenes a título de estudiante libre. Y además, es difícil admitir que hubiese emprendido el estudio del derecho penal, del derecho canónico o aun del derecho romano por su propio placer o completamente al azar. Pero, en este caso, la preparación no ha exigido tampoco un año y medio. Desde la «amnistía» ministerial hasta el comienzo de los exámenes transcurrieron menos de once meses; hasta el fin de los exámenes, dieciocho. La misma Elisarova, en otro artículo, habla de un año solamente. ¡Los estudiantes de la Universidad consagraban a este mismo trabajo cuatro años!

Tuvo que dar los exámenes en dos turnos: durante la primavera, en abril y mayo; durante el otoño, en septiembre y noviembre. Vladimir llegó a Petersburgo en marzo, ocho días antes de los exámenes, pertrechado con una tesis sobre derecho penal. Es muy probable que la semana de reserva haya estado prevista para conocer los cursos editados por los estudiantes. Cuando establecía los planes de su propio trabajo, Ulianov era taylorista[85], antes de Taylor. La mesa examinadora, presidida por Sergueevich, en esa época popular profesor de historia del derecho ruso, comprendía la flor y nata del cuerpo de profesores de la Facultad de Derecho. El recién llegado, a quien los examinadores veían por primera vez, fue interrogado por los mismos con cierto prejuicio. Pero pronto la desconfianza cedió lugar a la aprobación. El alumno libre Ulianov reveló estar preparado de modo insuperable.

La nomenclatura de los temas de examen tiene el tono de una irónica introducción a toda la futura actividad del abogado de los oprimidos, del fiscal, acusador de los opresores. En Historia del derecho ruso le tocó en suerte a Vladimir la cuestión de los «no-libres», de los siervos de todas las categorías; en derecho civil se le interrogó sobre la institución de las castas, en donde entraban datos sobre la historia de las instituciones de la nobleza y acerca de las administraciones autónomas de la clase campesina. Al otorgarle la más alta nota en estas materias, la universidad imperial certificaba que antes de emprender la liquidación de las condiciones «no-libres», la esclavitud y la barbarie de las castas, Vladimir se había preparado conscientemente para su futura profesión.

En cuanto a la economía política —también en la primavera— tuvo que responder sobre los salarios y sus formas; en la enciclopedia y la historia de la filosofía del derecho, sobre las opiniones de Platón concernientes a las leyes. Si Ulianov expuso a sus examinadores la teoría del valor y la concepción materialista del derecho, como contrapartida a todos los aspectos del platonismo de la explotación, desdichadamente no lo sabemos. En todo caso, si tomaba contacto con la ciencia oficial de forma contraria a lo establecido, lo hizo con toda prudencia. La mesa calificó «muy satisfactorio», lo que constituía la nota más alta. Con todo, la mayor parte de las pruebas estaba reservada para el otoño.

El primer domingo de mayo, un pequeño grupo de obreros de Petersburgo, más o menos setenta hombres, celebraba por primera vez en ese año, la fiesta proletaria, con una reunión clandestina fuera de la ciudad y con discursos que fueron prontamente impresos en mimeógrafo y luego publicados en el extranjero. La propaganda socialdemócrata, en cuyo centro se encontraba el joven ingeniero Bruslev, había llegado ya a notables resultados. Encontrándose en Petersburgo en momentos de la fiesta de mayo, Vladimir, al parecer, no sabía nada acerca de este acontecimiento memorable. No tenía lazos revolucionarios y no es probable tampoco que los buscase. Durante los dos años siguientes tendría aún que unirse a los marxistas de Petersburgo, para ponerse enseguida, de un solo golpe, a su cabeza.

En lo más fuerte de los exámenes de primavera, la familia sufrió una nueva desgracia. La víctima fue Olga, la hermana que había crecido y que se había formado junto con Vladimir, que lo acompañaba al piano cuando se ponía a cantar «Los ojitos encantadores». Desde el otoño del año anterior, Olga estudiaba con mucho éxito en los cursos femeninos superiores de Petersburgo. Diversos recuerdos presentan a esta joven con los rasgos más seductores. Habiendo terminado los estudios del gimnasio a la edad de quince años y medio, al igual que sus hermanos con la medalla de oro, se ocupaba de música, aprendía inglés y sueco y leía mucho. Una compañera de Olga en los cursos superiores, Z. Nevsrova, que posteriormente llegó a ser la mujer del ingeniero Krjijanowski, el electrificador soviético, escribe en sus memorias: «Olga Ulianova no se correspondía para nada con el tipo común de las estudiantes de ese tiempo: un grillito negro, modesto y sin relieve a primera vista, pero inteligente, aventajada, poseyendo una especie de dulce fuerza concentrada de la voluntad y la perseverancia necesaria para alcanzar la meta fijada. Profunda y seria, aunque no tuviese más que diecinueve años y maravillosa camarada». «En ella como en Alejandro —escribe Elisarova—, el sentimiento predominante era el del deber». Olga amaba a Alejandro más que a sus otros hermanos y hermanas. Con Vladimir, a pesar de la paridad de edades y de las condiciones de desarrollo, no tenía intimidad moral. Pero lo escuchaba muy atentamente, estimando mucho su opinión.

En la primavera, durante la estadía de Vladimir en Petersburgo, Olga cayó enferma de fiebre tifoidea. Entre dos exámenes, Vladimir se vio obligado a llevar a su hermana al hospital y, como se comprobó enseguida, a un pésimo hospital. Llamada por un telegrama de aquél, María Alexandrovna llegó pronto a Petersburgo, pero sólo para perder un segundo hijo.

Olga murió el 8 de mayo, el mismo día en que, cuatro años antes, Alejandro había sido ahorcado. Y lo mismo que en Simbirsk en que Vladimir debió pasar los exámenes para el certificado de terminación de estudios después de la ejecución del hermano mayor, así tuvo ahora que dar sus exámenes universitarios, en días en que su hermana menor estaba presa de una enfermedad mortal. Fue probablemente después del entierro que Vladimir visitó a un compañero de estudios de Alejandro, Servio Oldenburg, el futuro académico orientalista, que a diferencia de todos los demás, evoca a su interlocutor como sombrío y taciturno, sin la menor sonrisa. Durante los primeros días, los más penosos, Vladimir permaneció con su madre en Petersburgo; enseguida realizaron juntos el triste retorno a Samara. Y, nuevamente, todo el mundo admiró el valor de la madre, su constancia, sus infatigables cuidados para con los hijos que le quedaban.

Durante más de tres meses del verano, Vladimir pisoteó nuevamente su pequeño sendero al fondo de la avenida de los tilos. En septiembre reapareció en la capital, completamente armado de pies a cabeza. En derecho penal respondió honorablemente sobre la defensa en los procesos criminales y sobre los robos de documentos. Respecto de los dogmas del derecho romano, las cuestiones que le plantearon se referían a los actos delictivos y a la influencia del tiempo sobre el origen y la decadencia de los derechos: dos temas no desprovistos de interés para un hombre que debía entregarse a actos delictivos de envergadura bastante considerable y poner fin a derechos no carentes de importancia. Ulianov respondió con pleno éxito sobre «la ciencia de la policía», destinada «a asegurar al pueblo condiciones de bienestar moral y material». El candidato demostró conocimientos no menos envidiables en el dominio de la organización de la iglesia ortodoxa y de la historia de su legislación. En derecho internacional se le interrogó sobre la neutralidad y el bloqueo. Estas nociones le sirvieron, veintiocho años más tarde, cuando Clemenceau y Lloyd George replicaron con el bloqueo a la tentativa de los soviets de librarse de la guerra[86]; esta cuestión sigue estando abierta. Para el diploma de primer grado necesitaba obtener en más de la mitad de las materias las notas más altas («muy satisfactorio»); Vladimir obtuvo esa nota para las trece materias. Podía felicitarse íntimamente y reírse para sus adentros, con su breve risita «muy rusa».

Un mes antes de terminar los exámenes, en octubre de 1891, la solicitud de Vladimir para que le entregaran un pasaporte para el extranjero fue rechazada por tercera vez. ¿Qué finalidad podía tener este viaje? Vladimir buscaba y estudiaba toda la bibliografía esencial de la literatura marxista. Le faltaban muchas obras, sin duda alguna, principalmente en el dominio de la prensa periódica socialdemócrata. No podía menos que seducirle la idea de trabajar libremente, después de haber dado los exámenes, en las bibliotecas de Berlín. Desde Berlín no es difícil trasladarse a Zurich y a Ginebra, conocer el Grupo de la Emancipación del Trabajo, estudiar todas las publicaciones de este último, aclarar las cuestiones sujetas a controversia. Estos motivos son más que suficientes. Pero el Departamento de policía lo juzgaba de otro modo. Y maldiciendo a las autoridades superiores, Vladimir no esperó siquiera en la capital la decisión de la mesa examinadora: no había razón para dudar del resultado. Y en efecto, el 15 de noviembre, el mismo día en que el comisario de Samara advertía al jefe de policía, en un informe secreto, del regreso a la ciudad de Vladimir Ulianov, sometido a una discreta vigilancia, la mesa examinadora de la Facultad de Derecho de la Universidad imperial de Petersburgo entregaba a la misma persona el diploma del primer grado. En un año, en un año y medio, en un rincón perdido de la provincia de Samara, sin ayuda ninguna de profesores o de compañeros mayores, Vladimir no sólo había cumplido la tarea a la que otros dedicaban cuatro años de su vida sino que la había realizado mejor que todos: fue el primero entre ciento treinta y cuatro estudiantes regulares y libres de la promoción. Ante tal resultado, la hermana señala, «eran muchos los que se quedaban estupefactos». ¡No es asombroso! En esta magnífica performance lo que seduce, sobre todo, fuera del resto, es el elemento de atletismo intelectual. ¡Estaba «con todos sus bríos», no podría hacerse mejor!

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