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Lenin » Segunda parte: Acerca de Octubre » Capítulo II. El golpe de Estado

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CAPÍTULO II

EL GOLPE DE ESTADO

La apertura del II Congreso de los Soviets fue fijada, según lo habíamos requerido, para el final de la «Conferencia Democrática[44]», es decir, para el 25 de octubre.

Debido al estado de ánimo que se manifestaba, a la exaltación cada vez más creciente no sólo en los barrios obreros, sino también en los cuarteles, nos parecía más acorde con nuestros planes concentrar la atención de la guarnición de Petrogrado en esta fecha, elegida como el día en que el Congreso de los Soviets debería decidir sobre la cuestión del poder, mientras que los obreros y las tropas, debían apoyar el Congreso, después de haber sido preparados como era necesario.

Nuestra estrategia, en el fondo, era la de la ofensiva, íbamos en camino a la toma del poder; pero el tema de nuestra agitación era que, como nuestros enemigos se estaban preparando para dispersar el Congreso de los Soviets, había que darles una respuesta implacable. Todo este plan se basaba en la potencia de la afluencia revolucionaria que tendería, en todas partes, a ganar el mismo nivel y no daría al adversario ningún respiro. Los regimientos de retaguardia guardarían, en el peor de los casos, la neutralidad.

En estas condiciones, el menor gesto del gobierno dirigido contra el Soviet de Petrogrado debía asignarnos, ipso facto, una preponderancia decisiva. Lenin temía, entre tanto, que el enemigo tuviera tiempo de enviar tropas contrarrevolucionarias, sin duda poco numerosas pero resueltas, y nos atacase antes, aprovechando la ventaja de la sorpresa. Si el enemigo sorprendía al partido y los Soviets, deteniendo a los que formaban el centro dirigente del movimiento en Petrogrado, podía decapitar la revolución y luego, gradualmente, debilitarla.

—¡No es necesario esperar más, es imposible diferirlo! —repetía Lenin.

Fue en estas condiciones que tuvo lugar, a fines de septiembre o a comienzos de octubre, la famosa sesión nocturna del Comité Central en casa de Sujanov.

Lenin fue a ella firmemente decidido esta vez a obtener una resolución que no dejase ya lugar a dudas, vacilaciones, obstáculos, a la pasividad ni a la contemporización.

No obstante, antes de caer sobre los adversarios a la insurrección armada, primero presionó a los que fijaban la sublevación en función del II Congreso de los Soviets.

Alguien le informó que yo había dicho: «Hemos fijado la sublevación para el 25 de octubre».

Efectivamente, yo había repetido varias veces de esta frase, ante aquellos compañeros que indicaban que el camino de la revolución pasaba a través de un «preparlamento» y de una «imponente» oposición bolchevique en la Asamblea Constituyente.

«Si el Congreso de los Soviets, en su mayoría bolchevique —yo decía—, no toma el poder, el bolchevismo pagará los costos. Entonces, muy probablemente, la Asamblea Constituyente no será convocada. Convocando, después de todo lo sucedido, el Congreso de los Soviets con una mayoría nuestra asegurada de antemano, para el 25 de octubre, nos comprometemos públicamente a tomar el poder a más tardar el 25 de octubre».

Vladimir Ilich se opuso violentamente contra esta fecha. La cuestión del II Congreso de los Soviets, decía, no le interesaba para nada; ¿qué importancia podía tener esto? ¿Se reuniría efectivamente? ¿Y qué podría hacer en el caso de que se reuniera? Había que arrancar el poder y no embrollarse con el Congreso de los Soviets: era ridículo, absurdo advertir al enemigo sobre el día de nuestra sublevación. En el mejor de los casos, la fecha del 25 de octubre podía servirnos para ocultar nuestras intenciones, pero era indispensable desencadenar la insurrección antes e independientemente del Congreso de los Soviets. El partido debía apoderarse del poder mediante las armas, y luego se vería cómo hablar con el Congreso de los Soviets. ¡Había que pasar a la acción inmediatamente!

Como en las Jornadas de Julio, cuando Lenin esperaba firmemente ver como «ellos» nos iban a fusilar, imaginaba ahora todos los detalles de la situación del enemigo, y llegaba a la conclusión de que, desde el punto de vista de la burguesía, lo mejor sería sorprendernos a través de las armas, desorganizar la revolución y, luego, demolernos. Como en julio, Lenin sobrestimaba la perspicacia y la resolución del enemigo, y quizá también a sus posibilidades materiales. En gran medida, exageraba de forma voluntaria, con un objetivo táctico absolutamente justo: sobrestimando al enemigo, se proponía incitar al partido a redoblar su energía contra el ataque.

Pero, a pesar de todo, el partido no podía tomar el poder con sus propias manos, independientemente del Soviet y a sus espaldas. Esto hubiera sido un error cuyas consecuencias se habrían manifestado en la conducta de los obreros y podría haberse convertido en algo extremadamente deplorable para la guarnición. Los soldados conocían el Consejo de diputados, conocían su sección, sólo conocían el partido a través del Congreso. Y si el levantamiento tuviese lugar después del Soviet. Y si la insurrección se hubiera llevado adelante a espaldas del Soviet, sin relación con él, sin que estuviera cubierta por su autoridad y sin afirmarse clara y francamente, frente a la mirada de todos, como la salida de la lucha por el poder de los Soviets, esto habría podido causar una peligrosa confusión en la guarnición. No hay que olvidarse, además, que en Petrogrado, al lado del Soviet local, se encontraba el antiguo Comité Central Ejecutivo de toda Rusia, con los SR y los mencheviques a la cabeza. Era lo único que podíamos oponer al Congreso soviético.

Al fin se formaron tres grupos en el Comité Central: los adversarios a la toma del poder, a los que la lógica de la situación forzó a renunciar a la consigna «Todo el poder a los Soviets»; Lenin, que exigía la organización inmediata de la insurrección, independientemente de los Soviets; y el último grupo, que reunía al resto, que consideraba absolutamente necesario ligar estrechamente la insurrección con el II Congreso de los Soviets y, en consecuencia, hacer coincidir a uno con el otro.

«En todo caso —insistía Lenin— la conquista del poder debe preceder al Congreso de los Soviets; de otra manera, se los aplastará y no lograrán convocar ningún Congreso».

Finalmente, se propuso una resolución según la cual la insurrección debía realizase el 15 de octubre, a más tardar. Acerca de la fecha citada, según recuerdo, casi no hubo debate. Todos comprendían que tenía un valor aproximado, que tenía un carácter sólo de orientación, y el seguimiento de los acontecimientos podía acelerarla o alejarla un poco. Pero sólo podía ser una cuestión de días, nada más. Pero la necesidad de una fecha tan aproximada como fuera posible era absolutamente evidente.

Los principales debates en las sesiones del Comité Central tuvieron, naturalmente, como objetivo la lucha contra los miembros del Comité que se oponían a la insurrección armada en general.

Me abstengo de reproducir aquí tres o cuatro discursos que Lenin pronunció durante esta última sesión sobre los siguientes puntos: «¿Es necesario tomar el poder? ¿Ha llegado el momento de tomarlo? ¿Podremos conservar el poder si lo tomamos?»

Sobre estos temas, Lenin escribió, entonces y después, varios artículos y folletos. El desarrollo de las ideas en sus discursos en la sesión fue, naturalmente, el mismo. Pero lo que es absolutamente intraducible, lo que no se puede reproducir, es el espíritu de estas vehementes improvisaciones, apasionadas, totalmente penetradas por el deseo de transmitir a los adversarios, a los vacilantes, a los irresueltos, su pensamiento, su voluntad, su convicción y coraje. Pues, finalmente, lo que lo decidía entonces ¡era la suerte misma de la revolución…!

La sesión concluyó muy entrada la noche. Todos se sentían casi como quien acaba de sufrir una operación quirúrgica. Una parte de los asistentes a la sesión pasamos el resto de la noche en casa de Sujanov.

El curso ulterior de los acontecimientos, se sabe, nos fue de gran ayuda. El intento que se había hecho de licenciar a la guarnición de Petrogrado condujo a la creación del Comité Militar Revolucionario. Así nos fue posible legalizar la preparación de la insurrección a través de la autoridad del Soviet, y ligar nuestra causa a una cuestión que afectaba vitalmente a toda la guarnición de Petrogrado.

En el intervalo entre la sesión del Comité Central descrita más arriba y el 25 de octubre, sólo recuerdo haber tenido una entrevista con Vladimir Ilich; aunque este recuerdo es confuso. ¿En qué fecha se produjo? Sin duda entre el 15 y el 20 de octubre. Recuerdo que estaba muy interesado en saber lo que pensaba Lenin del carácter «defensivo» de mi discurso en la sesión del Soviet de Petrogrado: yo había declarado la falsedad de los rumores acerca de que estábamos preparando para el 22 de octubre (el «día del Soviet de Petrogrado»), una insurrección armada, y advertí que responderíamos a todo ataque con un resuelto contragolpe y que llevaríamos las cosas hasta el final. Recuerdo que el estado de ánimo de Vladimir Ilich, durante esta entrevista, era de una gran calma y seguridad, incluso diría menos desconfiado. No sólo no opuso objeciones al tono aparentemente defensivo de mi discurso, sino que lo encontró completamente apropiado para adormecer la vigilancia del enemigo.

A pesar de todo, movía la cabeza de vez en cuando y preguntaba:

—¿Pero no nos van a ganar de mano? ¿No van a sorprendernos?

Yo le demostré que todo se desarrollaría casi automáticamente.

Durante esta conversación, o al menos en una parte de ella, creo que estuvo presente el camarada Stalin. Quizá confundo esta reunión con otra. En general, debo decir que, los recuerdos que tengo respecto a los días inmediatos anteriores al golpe de Estado parecen comprimidos en mi memoria, y que me es muy difícil por ello separarlos, desarrollarlos y ordenarlos.

Debía volver a ver a Lenin el 25 de octubre, el mismo día del gran acontecimiento, en el Smolny. ¿A qué hora? No tengo la menor idea, probablemente por la tarde. Recuerdo muy bien que Vladimir Ilich en seguida preguntó ansiosamente por las negociaciones que se realizaban con el Estado Mayor del distrito militar de Petrogrado acerca del futuro destino de la guarnición. Según los periódicos, las negociaciones estaban cerca de una conclusión favorable.

—¿Están por llegar a un compromiso? —preguntó Lenin, y su mirada nos penetraba hasta el alma.

Le dije que habíamos lanzado en forma adrede estas noticias tranquilizadoras en los periódicos, pero que sólo eran para tomar por sorpresa al enemigo mientras se comenzaba la batalla general.

—¡Ah! ¡Bien, esto está muy bien! —exclamó Lenin, con una voz melodiosa y alegre y, retomando su entusiasmo, se puso a dar grandes pasos por la habitación mientras se frotaba las manos.

—Sí ¡Eso está muy bien!

En general a Ilich le gustaban las estratagemas. Engañar al enemigo, hacerle creer tonterías, ¿no es lo más agradable que se puede imaginar?

Pero en aquel caso, la estratagema tenía un significado muy particular: era una prueba de que habíamos entrado directamente en pleno corazón de la acción decisiva. Le dije de qué manera las operaciones militares ya se encontraban en un estado avanzado: nos habíamos apoderado por el momento de un número importante de lugares de la ciudad.

Vladimir Ilich había visto en un edicto impreso la noche anterior —o quizá fui yo quien se lo enseñé— que amenazaba con ejecutarlo en el acto, a todo aquel que intentase cometer saqueos durante el golpe de Estado.

Al principio, Lenin parecía desconcertado, hasta me pareció que dudaba. Pero luego dijo:

—Bueno, ¡es razonable!

Lenin se abalanzó ávidamente sobre todos los detalles del gran acontecimiento. Para él, eran la prueba indiscutible de que el movimiento se hallaba en pleno desarrollo; habíamos pasado el Rubicon y ya no había un retorno posible hacia atrás. Recuerdo la fuerte impresión que produjeron en Lenin las noticias de que por orden escrita yo había ordenado la salida de una compañía del regimiento Pavlovsky, a fin de asegurar la publicación de los periódicos de nuestro partido y del Soviet.

—¿Y ha salido la compañía?

—Perfectamente.

—¿Y los periódicos están para ser impresos?

—Sí, están en marcha.

Lenin estaba satisfecho, y lo demostraba con exclamaciones y risas y frotándose las manos. Luego se encerró en sí mismo, reflexionó y dijo:

—¡Entonces, se pueden hacer las cosas de esta forma… si tomamos el poder!

Comprendí que, sólo en este momento, Lenin admitía la idea de renunciar a tomar el poder por medio de una conspiración. Hasta último momento, él temía que el enemigo desbaratase nuestros planes y nos sorprendiese.

Solamente la noche del 25 de octubre se apaciguó y sancionó definitivamente el giro que habían tomado los acontecimientos. Digo que «se apaciguó», pero sólo para volver a exaltarse ante una serie de cuestiones, grandes y pequeñas, concretas y meticulosas, relacionadas con el curso ulterior del levantamiento:

—Escucha, ¿y sí ustedes hacen esto? ¿no sería mejor hacerlo así? ¿Y si recurríamos a aquél?

Estas interminables preguntas e iniciativas aparentemente no tenían ninguna relación entre ellas, pero todas tenían un origen común el mismo trabajo interior intensivo que abarcaba toda la amplitud del alzamiento.

Hay que saber controlar los propios impulsos durante los acontecimientos de una revolución. Cuando la multitud asciende de modo irresistible, cuando las fuerzas de la insurrección se multiplican automáticamente, mientras que las de la reacción, fatalmente, se fraccionan y dispersan, es grande la tentación de librarse al curso de los acontecimientos, de dejarse llevar por la corriente. Un éxito rápido desarma tanto como una derrota.

No se debe perder de vista el hilo de los acontecimientos. Después de cada éxito hay que decirse: «Nada se ha logrado todavía, nada está aún asegurado»; cinco minutos antes de la victoria decisiva la dirección de los acontecimientos requiere la misma atención, el mismo desvelo y la misma fuerza y energía que cinco minutos antes del comienzo de la acción armada; cinco minutos después de la victoria, incluso antes de que las primeras exclamaciones de júbilo se hayan apagado, hay que decirse: «La conquista no está aún asegurada; no hay un minuto que perder». Ésta es la dirección, la manera de actuar, el método de Lenin, la esencia orgánica de su carácter político, de su espíritu revolucionario.

He dicho alguna vez de qué manera Dan[45], yendo a una sesión de la fracción de los mencheviques del II Congreso de los Soviets, reconoció entre nosotros, que estábamos sentados junto a una mesita en un pasillo, a Lenin disfrazado. Este hecho fue incluso representado en un cuadro que, además, a juzgar por las fotografías que he visto de él, no tiene mucho que ver con la realidad. Tal es, por otra parte, el destino de la pintura histórica, y no sólo de este arte.

No recuerdo en qué ocasión, pero sí que era mucho tiempo después, dije a Vladimir Ilich:

—Debemos redactar una nota sobre este encuentro, ¡si no después inventarán habladurías!

Hizo un gesto cómico de contrariedad:

—¡Qué importa! Las habladurías serán muchas más…

La primera sesión del II Congreso de los Soviets se celebraba en el Instituto Smolny. Lenin no se mostró en público. Permanecía apartado en una de las salas donde, donde, si mal no recuerdo, no había o casi no había muebles. Sólo después llegó alguien con colchas y dos almohadas que tendió en el suelo. Vladimir Ilich y yo reposábamos allí, uno al lado del otro. Pero a los pocos minutos alguien vino a llamarme:

—Dan ha tomado la palabra, hay que responder.

Al regresar de mi réplica volví a tenderme junto a Lenin quien, naturalmente, ni pensaba en dormir. ¡Las cosas no estaban para eso! Cada cinco o diez minutos, alguien llegaba del salón de sesiones para hacernos saber cómo iban las cosas. Además, llegaban mensajeros de la ciudad donde, bajo la dirección de Antonov-Ovseenko, se estaba llevando adelante el asedio del Palacio de Invierno, que terminó siendo tomado por asalto.

A la mañana siguiente, separada del día anterior apenas por una noche de insomnio, Vladimir Ilich tenía el aspecto de un hombre fatigado. Sonrió y dijo:

—La transición de la ilegalidad y del régimen de Perevertzev al poder es demasiado brusca… Es schwiendelt (la cabeza me da vueltas) —añadió, no sé por qué, en alemán, y describió con la mano un movimiento circular sobre su cabeza.

Después de esta observación, la única más o menos personal que le oí acerca de la conquista del poder, pasó simplemente realizar las tareas del día.

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