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Lenin » Segunda parte: Acerca de Octubre » Capítulo XI. Lenin enfermo

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CAPÍTULO XI

LENIN ENFERMO[76]

Camaradas, este año nuestro partido se ha encontrado atravesando una prueba que exigía una especial claridad de pensamiento y firmeza de voluntad. La prueba era difícil, porque fue determinada por un hecho que pesa duramente sobre la conciencia de los miembros de todo el partido y los más amplios círculos de la población obrera, para ser más exactos, sobre toda la población obrera de nuestro país, y en un grado considerable sobre la del mundo entero. Me refiero a la enfermedad de Vladimir Ilich.

Cuando se agravó su estado, a principios de marzo, el Buró Político del Comité Central se reunió para deliberar sobre lo que debíamos decirle al partido y al país acerca de la salud del camarada Lenin. Creo que todos se pueden imaginar, camaradas, en qué estado de ánimo tuvo lugar esta sesión: debíamos revelar, en un primer parte, la triste, la inquietante noticia.

No cabe duda que obramos en aquel momento como políticos. Nadie nos lo puede reprochar. No pensamos solamente en la salud del camarada Lenin —estábamos naturalmente, preocupados por su pulso, su corazón y su temperatura—, pero nos preguntamos también qué impresión iba a producir el parte médico en la vida política, en el pulso del corazón de la clase obrera y de nuestro partido.

Con ansiedad, pero también con una fe profunda en la fuerza del partido, dijimos que debíamos informar a éste y al país tan pronto el peligro fuese evidente. Nadie dudó de que nuestros enemigos procurarían aprovecharse de esta noticia para desorientar al pueblo, sobre todo a los campesinos, y para lanzar rumores alarmantes, etc., pero nadie tampoco dudó por un segundo de que debíamos decir al partido inmediatamente cómo iban las cosas: porque decir lo que ocurría, hacía crecer la responsabilidad de cada miembro de la organización. Nuestro gran partido, que abarca medio millón de adeptos, es una gran comunidad con una gran experiencia; pero en este medio millón de hombres, Lenin ocupa un lugar incomparable.

El pasado histórico no conoce un hombre que haya ejercido tal influencia, no solamente en el destino de su propio país, sino en el destino de la humanidad: el significado histórico de Lenin no tiene precedentes. Y el hecho de que haya sido separado del trabajo por mucho tiempo y que su salud decaiga, produce una profunda inquietud política. Sin duda, sin ninguna clase de duda, sabemos, de manera positiva, que la clase obrera vencerá. Cantamos en uno de nuestros himnos: «No hay salvador supremo», ni tampoco: «héroe» supremo… Esto es cierto, pero solamente en su sentido histórico, esto es, que los obreros hubieran vencido finalmente, aunque no hubiesen existido Marx ni Ulianov Lenin. Los mismos obreros hubieran perfeccionado las ideas y los métodos que necesitaran, aunque su marcha hubiera sido más lenta.

La clase obrera, en dos puntos culminantes de su evolución, ha visto erigirse a dos figuras, Marx y Lenin: esto es una gran ventaja para la revolución.

Marx es el profeta de las tablas de la ley y Lenin el más grande ejecutor del testamento, que no sólo dirigía a la elite proletaria, como lo hizo Marx, sino que dirigía clases y pueblos en las ejecuciones de la ley, en las situaciones más difíciles que actuó, maniobró y venció.

Este año, en parte, nos veremos obligados a hacer sin Lenin el trabajo práctico. En el terreno ideológico hemos recibido de él recientemente ciertas advertencias e indicaciones que nos guiarán por varios años —acerca de la cuestión campesina, sobre el aparato de Estado, sobre la cuestión nacional…

Yahora nos vemos obligados a anunciar que el estado de su salud se ha agravado. Nos preguntamos con una ansiedad justificada qué consecuencias van a sacar de ello las masas sin partido, las masas campesinas y las del Ejército Rojo; en nuestro aparato gubernamental, es Lenin, principalmente, quien tiene la confianza del campesinado. Independientemente de todas las demás consideraciones, Ilich representa un gran capital moral en las relaciones establecidas entre los obreros y los campesinos. ¿No pensará el campesino —nos preguntamos muchos de nosotros— que estando Lenin tanto tiempo alejado del trabajo su política iba a ser modificada? ¿Cómo iba a reaccionar el partido? ¿Cuál será la actitud de las masas obreras y de todo el país?

Cuando el primer parte alarmante apareció, el partido, unido como un solo bloque, creció y alcanzó un plano moral altísimo.

Naturalmente, camaradas, el partido está formado por hombres activos, y los hombres tienen faltas y defectos, y hasta entre los comunistas hay mucho de «humano, demasiado humano», como dicen los alemanes; hay conflictos de grupos y conflictos individuales, algunos desacuerdos serios, otros insignificantes; y habrá más aún, porque un gran partido no puede existir de otra manera. Pero la fuerza moral, el peso político específico de un partido se define en las horas trágicas de prueba: la voluntad de unificación y disciplina o lo incidental, lo personal, lo humano, lo demasiado humano.

Yaquí, camaradas, creo que podemos sentar una conclusión con certeza absoluta: cuando el partido vio que nos veríamos privados de la jefatura de Lenin por mucho tiempo, se agrupó con rapidez y dejó a un lado todo lo que amenazaba la claridad de su pensamiento, la unidad de su voluntad y su capacidad combativa.

Antes de tomar el tren para venir aquí, en Jarkov hablé con nuestro comandante en Moscú, Nikolai Ivanovich Muralov[77], a quien muchos de ustedes conocen como un viejo miembro de partido. Le pregunté cómo reaccionaría el Ejército Rojo ante la enfermedad de Lenin. Muralov dijo: «En un primer momento, la noticia caerá como un rayo; retrocederán, pero luego pensarán más profundamente en el valor de Lenin».

Sí, camaradas, el hombre sin partido del Ejército Rojo, se pone a pensar a su manera, pero muy profundamente acerca del papel de la personalidad del individuo en la historia; pensar en aquello que nosotros, hombres de la vieja generación, hemos estudiado en los libros, hemos pesado y discutido como investigadores, como estudiantes u obreros jóvenes, en las prisiones y en los calabozos, particularmente en el destierro: la «relación» del «héroe» con las masas, el factor subjetivo y las condiciones objetivas, etcétera.

Ahora, en 1923, nuestro joven Ejército Rojo, con cien mil hombres, se ha puesto a pensar en estas grandes cuestiones, y con él todos los rusos, todos los ucranianos, en todas partes, millones de campesinos, se preguntan cuál ha sido el rol personal de Lenin en la historia.

¿Cómo responden a esto nuestros instructores políticos, nuestros comisarios y los secretarios de grupo? Su respuesta es: Lenin es un genio; genio no nace más que uno cada cien años, y la historia del mundo no conoce más que dos jefes geniales de la clase obrera: Marx y Lenin. El partido más fuerte y disciplinado no es capaz de crear un genio, pero el partido puede esforzare en la medida de lo posible en reemplazarlo, se pude suplir su ausencia redoblando los esfuerzos colectivos. Ésta es la teoría de la personalidad y de la clase que nuestros instructores políticos presentan con simples términos ante el soldado sin partido del Ejército Rojo. Y esta teoría es cierta: Lenin no trabaja por ahora, por lo tanto nosotros debemos redoblar los esfuerzos todos juntos, vigilar los peligros con doble cuidado, proteger de ellos a la revolución con doble energía, utilizar las posibilidades de construcción con una obstinación más encarnizada. Y esto es lo que haremos todos, desde los miembros del Comité Central hasta el soldado sin partido del Ejército Rojo…

Nuestro trabajo, camaradas, es muy lento, aunque se haga dentro de los límites de un gran plan, todavía es muy parcial; los métodos de nuestro trabajo son «prosaicos»: teneduría de libros, balances y cálculos, tasación de productos y granos de exportación… Hemos de hacer todo esto paso a paso, piedra por piedra. ¿Pero en estas menudencias no está acaso el peligro de la degeneración del partido? Y nosotros no podemos permitir tal degeneración, de la misma manera que no podemos permitir la más ligera violación de su unidad de acción; porque aunque el período presente se prolongase mucho, no podría ser eterno. Quizá no durará mucho tiempo.

Una explosión revolucionaria de grandes proporciones, como sería el comienzo de una revolución europea, puede llegar más pronto de lo que nosotros esperamos.

Si de las numerosas lecciones estratégicas de Lenin debemos particularmente retener algo, es lo que él llama la política de los grandes cambios: hoy en las barricadas y mañana en el sillón de la Tercera Duma, hoy una invitación a la revolución mundial, a la revolución internacional de Octubre, y mañana las negociaciones con Kühlmann y Czernin para firmar la infame paz de Brest-Litovsk. Las circunstancias han cambiado o bien las hemos evaluado de otra manera-marchamos hacia occidente sobre Varsovia… Nos encontramos obligados a apreciar de otro modo la situación —tuvimos que firmar la paz de Riga, como todos saben una paz que también podemos llamar infame, Uds. lo saben bien…

Luego hay un trabajo persistente, piedra por piedra, la economía, la reducción de los puestos de funcionarios, es una gran verificación: ¿Eran necesarias cinco o tres telefonistas? Si tres eran suficientes, ¡que no se permita tomar a cinco, porque esto costaría al mujik algunos puds[78] de granos inútilmente gastados! Éste es el trabajo cotidiano, minucioso, meticuloso…

Pero miren en el Ruhr, ¿no es una primera llama de la revolución la que se enciende? ¿La revolución nos encontrará transformados, degenerados?

¡No, camaradas, no! No cambiamos nada de nuestra naturaleza; cambiamos nuestros métodos, instrumentos de trabajo, pero la conservación revolucionaria del partido sigue primando para nosotros sobre todas las demás cuestiones. Estudiamos la teneduría de libros y al mismo tiempo con mirada aguda seguimos lo que se hace en occidente y en oriente, y los acontecimientos no nos toman por sorpresa. Por medio de la depuración y la ampliación de nuestra base proletaria, nuestra fuerza crece… Aceptamos un compromiso con el campesinado y la pequeñoburguesía, toleramos a la gente de la NEP, pero no aceptamos en el partido ni a los de la NEP ni a la pequeñoburguesía. No, los mantendremos fuera del partido con ácido sulfúrico y con hierro candente, los eliminaremos de nuestro partido si fuera necesario (Aplausos).

Y en el XII Congreso que será el primero desde la Revolución de Octubre al que no asistirá Vladimir llich, y además uno de los pocos en la historia de nuestro partido en que él no esté presente, nos diremos el uno al otro que debemos escribir o grabar con un lápiz afilado las órdenes del jefe en nuestra conciencia: que no te inmovilice la rutina; recuerda el arte de los cambios bruscos; maniobra pero sin dispersarte; concluye acuerdos con aliados temporales o duraderos, pero no permitas que tu aliado se introduzca subrepticiamente dentro del partido; sigue siendo lo que eres, la vanguardia de la revolución de mundial.

Y cuando el rumor de la tormenta de Occidente, que no dejará de estallar, nos llegue, entonces, libres del agobio —teneduría de libros, cálculo y NEP— responderemos sin titubear y sin demora: «Somos revolucionarios de pies a cabeza, lo éramos y continuaremos siéndolo, y lo seremos hasta el final». (Vivos aplausos, toda la asistencia se pone de pie para aclamar estas palabras)

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