Lenin

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LA CONQUISTA DEL PODER » 14. Años sombríos de París

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La primera sesión se celebró el 3 de enero. Además de los cinco bolcheviques estaban presentes cinco polacos, tres bundistas y tres mencheviques. Los votos de los polacos inclinaron la mayoría a favor de Lenin. Por otra parte, en la cuestión de la retirada de los diputados de la Duma se encontró de acuerdo con los mencheviques, que también se mostraban hostiles. Finalmente los ultras fueron derrotados. Lenin llegó incluso más lejos: amplió, en previsión quizá de que los «retiradistas» volvieran a la ofensiva, ese terreno de entendimiento con los mencheviques que, por lo demás, habían mostrado en esta ocasión muy buena voluntad y habían sabido frenar considerablemente sus apetitos. Aceptó colaborar en el Socialdemócrata, órgano central del partido que se hallaba hasta entonces en manos de los mencheviques. Se nombró un nuevo Comité de dirección en el que figuran Lenin, Martov, Zinoviev, Kamenev y el polaco Markhlevski. Así, tras un enfado que había durado cinco años, los dos antiguos amigos volvían a sentarse de nuevo en la misma mesa de redacción. Lenin pareció encantado de ello. «Recuerdo —cuenta Kruspkaia— haberle oído decir un día, con aire satisfecho, que el trabajo con Martov era muy agradable y que era un periodista de raro talento.»

Pero el caso es que ese combate contra los «retiradistas» tuvo una enojosa repercusión en su salud. Había vivido durante ese tiempo en un estado de constante exasperación, con los nervios en completa tensión. «Todavía puedo ver —recuerda Krupskaia veinte años más tarde-la cara de Vladimir Ilich cuando regresó un día a casa después de no sé qué discusión con los «retiradistas». Tenía el rostro contraído y apenas si podía pronunciar unas pocas palabras.»

Muy inquieta, consultó a su madre y a la hermana menor de Lenin. Las tres consideraron unánimemente que había que enviarlo urgentemente a alguna ciudad del Mediodía, lejos de esos líos parisienses, por lo menos durante diez días. Lenin no protestó y partió solo, dejando a su mujer en París, cosa extraordinaria y que demuestra hasta qué punto necesitaba soledad y tranquilidad. Ese viaje le hizo mucho bien. «Descanso en Niza —le escribe el 2 de marzo a Ana—. Es delicioso: hace calor, el aire es seco y hay sol y mar.» Pero el 9 está ya de regreso en París y arde de impaciencia por reanudar la lucha, ahora en el frente «filosófico». Su libro está en la imprenta, pero la composición marcha muy lentamente (por lo menos, así le parece); activa el trabajo de Ana y le recomienda con apremio: «Te ruego que no suavices los párrafos contra Bogdanov y Lunatcharski. Nuestras relaciones están definitivamente rotas.» Subraya esas últimas palabras con la pluma y agrega: «Por tanto, no hay razón para tenerles consideraciones.»

Bogdanov, por su parte, no permanecía inactivo. Había concebido el proyecto de crear, al margen de Lenin, una nueva fracción bolchevique, con el apoyo de Alexinski y de Liadov, que se habían unido a él. Pero primero quería conseguir un apoyo sólido en el interior de las organizaciones rusas en las que Lenin seguía teniendo numerosos partidarios. Había que oponer a éstos militantes de una formación nueva, capaces de combatirlos y de convertirlos en caso necesario. ¿Pero dónde hallarlos? Por el momento no los había. Eso fue lo que llevó a Bogdanov a concebir el proyecto de crear en Capri una «escuela socialdemócrata superior de propaganda y agitación», donde jóvenes obreros enviados desde Rusia por comités locales aprendían la teoría y la práctica del marxismo, tal como las comprendía Bogdanov. A Gorki le pareció buena la idea y aceptó participar en los gastos.

Entre los pensionistas recogidos en Capri figuraba un pobre muchacho minado por la tuberculosis, que había contraído en sus múltiples estancias en la cárcel, y que, por lo demás, no le preocupaba gran cosa. Michel Vilonov (así se llamaba) había sido enviado a Capri por cuenta del partido para recuperar algo de la salud perdida, pero se aburría mortalmente y sólo soñaba con volver lo más rápidamente posible a su puesto de combate revolucionario. Tan pronto como oyó hablar de la escuela se ofreció a ir a Rusia para reclutar allí a los futuros alumnos.

Partió precedido de una carta dirigida al Comité de Moscú y firmada por el propio Gorki, quien le informaba de esa iniciativa y pedía ayuda y asistencia.

Tan pronto como regresó a París, Lenin se enteró con disgusto de la empresa de su adversario. Se apresuró a enviar al Comité de Moscú, por medio de la oficina extranjera del Comité central, un aviso advirtiéndole el peligro de esa tentativa contraria a las reglas de disciplina en vigor en el partido y cuya realización sólo servía para perjudicar sus intereses. Estimó también que había llegado el momento de zanjar definitivamente ese conflicto que se agudizaba cada vez más y de expulsar a Bogdanov y a sus comparsas de la fracción bolchevique. Se decidió una reunión de la «redacción ampliada» del

Proletary. En espera de que se abriera esa nueva conferencia (pues era una conferencia, aunque limitada sólo a los bolcheviques), Lenin apresuró la salida de su libro. «Es terriblemente importante para mí que el libro aparezca lo antes posible», escribe a Ana. Le pide que contrate a cualquier estudiante para ayudarla en sus relaciones con la imprenta y que le prometa incluso una gratificación suplementaria de 20 rublos si el libro aparece hacia el 10 de abril (la carta de Lenin está fechada en París el 26 de marzo) y 10 rublos al regente de la imprenta si el trabajo está listo para esa fecha. «Es evidente que no se consigue nada con esos imbéciles rusos sin untarles la mano», anota a este respecto.

La conferencia se abrió el 4 de julio. La redacción del

Proletary comprendía a Lenin, Zinoviev y Kamenev. Asistían igualmente cinco miembros del Comité central y cinco delegados llegados de Rusia, entre ellos dos diputados de la Duma. Uno de ellos representaba también al departamento de la policía. Bogdanov, que nominalmente formaba parte todavía de la redacción del periódico, también estaba presente. La resolución adoptada infligía una censura a los «retiradistas». La cuestión de la escuela de Capri fue objeto de una discusión particularmente áspera. La asamblea condenó este proyecto y ordenó a Bogdanov que renunciara a él. Este declaró que se negaba a someterse a la decisión de la conferencia y fue expulsado, lo mismo que sus amigos, de la fracción bolchevique.

Una vez más, Lenin sentía que esas divisiones intestinas le torturaban el alma. «Esas deliberaciones lo habían fatigado mucho», escribe Krupskaia. Se habló de nuevo de enviarlo otra vez a descansar. Pero como había llegado el verano, resolvieron partir todos juntos y pasar un buen mes de vacaciones en el campo. Lenin se puso a buscar en los pequeños anuncios del Journal «un rinconcito tranquilo y barato» y descubrió así una pensión familiar en Bonbon (Saone-et-Loire) que, por la suma global de diez francos diarios, aceptaba alojar y alimentar a cuatro personas. En la carta que escribió Lenin a su madre, desde Bonbon, el 11 de agosto, le dice: «Ya hace tres semanas que estamos aquí; pensamos pasar todavía dos semanas, incluso tres si es posible... Tenemos habitaciones muy bonitas, la pensión es muy buena y no muy cara. Nadia y yo paseamos constantemente en bicicleta.» El trabajo está completamente abandonado... «Hasta evitamos hablar de los asuntos del partido en nuestras conversaciones», anota su mujer.

Antes de salir de vacaciones, Lenin había cambiado de apartamento. No se hallaba a gusto en la calle Beaunier. La portera le hacía escenas por las muchas visitas que recibía. Era, según ella, un perpetuo vaivén de gente sospechosa, mal vestida, que le manchaba la escalera. Se quejaba al propietario, quien una vez perdidas sus primeras ilusiones, enviaba cartas certificadas a Lenin. Y además se morían de frío en esas grandes habitaciones que las chimeneas, cuyos caprichos eran un martirio para Krupskaia, llenaba de humo en lugar de darles un mínimo de calor. Hasta tal punto que ella y su marido se veían obligados a pasar todas sus veladas fuera, generalmente en los cafés, y sólo regresaban a su casa para acostarse. Al expirar su primer contrato, Lenin se despidió y se puso a buscar otro departamento.

Muy cerca de allí, en la tranquila y limpia calle Marie-Rose, acababan de terminar la construcción de un grupo de edificios modernos. Alquiló un departamento muy confortable de tres piezas (su hermana tenía que regresar a Rusia a principios del otoño) con electricidad y calefacción central, lo que fue de gran comodidad para su mujer. Disposición clásica: dos habitaciones a la calle, sala y comedor separadas por una gran puerta de vidrios, dormitorio al patio, así como la cocina, y un pasillo en medio. La sala, una pieza bastante grande iluminada por dos ventanas, se convirtió en el gabinete de trabajo de Lenin. En el comedor colocaron dos camas estrechas de hierro en las cuales dormían Krupskata y él. La anciana pero siempre alerta suegra fue instalada en el pequeño dormitorio y la cocina se convirtió en sala y comedor al mismo tiempo.

La imprenta también había abandonado el incómodo local de la calle Antoine-Chantin. Uno de los tipógrafos descubrió al lado, en el número 110 de la avenida de Orleáns, un pequeño pabellón situado al fondo de un patio con árboles que parecía un jardín. La imprenta ocupó la planta baja y las habitaciones del primer piso fueron reservadas al Comité central. Zinoviev, que vivía cerca, en la calle Leneveux, se estableció allí, por decirlo así, en residencia perpetua. No salía nunca. A cualquier hora del día y hasta muy tarde por la noche se le podía encontrar, ocupado en el periódico o en los asuntos del partido.

Llegaba desde por la mañana, acompañado generalmente de Lenin, que pasaba a buscarlo a su casa. Ambos fueron localizados rápidamente por los colaboradores de la agencia de la policía rusa en París, que empezó a seguirles los pasos inmediatamente. Frente a la habitación que ocupaba Zinoviev había un hotel en el que vino a instalarse un soplón que, desde su ventana, acechaba la llegada de Lenin. Tan pronto como lo veía pasar bajaba y lo seguía hasta la imprenta. Una vez allí, se plantaba frente al edificio y esperaba pacientemente que saliera.

Un día que llovía mucho, Lenin se quedó en la imprenta, a propósito, más tiempo del acostumbrado. «Que se moje», dijo. Otra vez vio que su «seguidor» enfocaba sobre él un aparato fotográfico. «Nuestro soplón se está poniendo demasiado insolente —les dijo a sus colaboradores—. La próxima vez habrá que llamar a un agente y llevarlo a la Comisaría.» Días más tarde, el hombre apostado frente a la casa vio salir de la puerta cochera a un muchachote de formas atléticas que con paso decidido se dirigía hacia él. Comprendió enseguida lo que eso quería decir y desapareció inmediatamente. No se le volvió a ver más.

Mientras Lenin descansaba en Bonbon, Bogdanov inauguraba su escuela en Capri. Vilonov, que regresó de Rusia a principios de agosto, había traído consigo trece alumnos, entre ellos un policía. Los comités de Moscú y de la región industrial del centro aceptaron fijar los gastos de viaje y de estancia a razón de 500 rublos por cabeza. El de San Petersburgo anunció que sólo participaría si Lenin figuraba entre los profesores: era claro y rotundo. El cuerpo docente de la escuela lo formaban ocho miembros, entre ellos Bogdanov (economía política e historia de las doctrinas sociales), Lunatcharski (historia del sindicalismo y de la Internacional), Alexinski (historia del movimiento obrero en Francia y en Bélgica) y Liadov (historia del partido socialdemócrata). Gorki se encargó de dar un curso de historia de la literatura rusa, y un joven sabio, más tarde un eminente historiador, M. N. Pokrovski, uno de historia de Rusia. Profesores y alumnos formaron juntos un Soviet que debía examinar en asamblea plenaria todas las cuestiones administrativas y pedagógicas de carácter general. Tenían que nombrar un Comité director de cinco miembros: dos profesores y tres alumnos, encargados de dirigir efectivamente la escuela.

En la primera sesión del Soviet escolar, los alumnos declararon que deseaban escuchar, además de sus profesores ordinarios, a Lenin, a Trotski, a Plejanov y a Kautsky. Se escribió una carta de invitación a cada uno de ellos. Plejanov no contestó. Kautsky pretextó estar demasiado ocupado al mismo tiempo que aseguraba que «trabajaba mejor con la pluma que con la boca». Trotski prometió ir y no fue. En cuanto a Lenin, mandó a los alumnos una carta en la que les explicaba por qué se veía obligado a rechazar su invitación, por estar en desacuerdo con los organizadores de la escuela. Los estudiantes ignoraban todavía por completo la diferencia que había separado a Lenin de Bogdanov. Les dijeron que se había producido una escisión en el interior de la redacción bolchevique, que Lenin era el responsable, que no sabía más que intrigar, que era un ignorante en materia de filosofía, que había evolucionado hacia la derecha y que había que darle una buena lección. Todo esto no debió convencer en igual proporción a todos los alumnos. Uno de ellos, Kosarev, escribirá más tarde: «Organizamos una reunión de nuestros siete camaradas de Moscú y propusimos a Lenin, apelando a su sentido del deber para con la disciplina del partido, a ir a Capri. De lo contrario, presentaríamos una queja ante el Comité central.» Lenin contestó con una larga carta amistosa en la que exponía detalladamente los orígenes y las sucesivas fases del conflicto que lo había enfrentado a Bogdanov y a los «retiradistas». «Vosotros sois buenos muchachos —les decía— y me gustaría trabajar con vosotros si vinierais a París.» No tardaron en estallar discordias entre maestros y alumnos. Entre estos últimos se formó un grupo de cinco «leninistas» que enviaron una carta al

Proletary diciendo que no podían seguir en Capri por no querer servir de biombo a un nuevo centro ideológico. Su carta fue publicada por el periódico. El Soviet de las escuelas les pidió que la desaprobaran. Se negaron y fueron expulsados. Se trasladaron juntos a París, con Vilonov, que había sido el animador de ese grupo. El policía también formaba parte y siguió a Francia al equipo leninista. Los otros decidieron continuar los cursos de la escuela e ir a París una vez terminados sus estudios.

Lenin acogió muy cordialmente a los seis disidentes. Les preparó un programa de estudios. Se encargó personalmente de explicarles el sentido y el alcance de la reforma agraria que acababa de realizar Stolypin. Kamenev debía enseñar la historia del movimiento revolucionario en Rusia; Zinoviev, la del movimiento sindical, y Krupskaia la técnica del trabajo ilegal. Al cabo de unas cuantas semanas los «cinco» regresaron a Rusia. En cuanto a Vilonov, su estado de salud se agravó de tal modo que fue mandado a Davos a un sanatorio, donde murió poco después a la edad de veinticinco años.

En diciembre llegaron los ocho alumnos que habían seguido hasta el final fieles a la enseñanza de Bogdanov. Les habían preparado habitaciones en un hotel del barrio latino. Al día siguiente, cuando se presentaron en el 110 de la avenida de Orleáns, empezaron a explicar cómo habían dirigido la escuela, en Capri, en un plano de perfecta igualdad con sus profesores; pero se les contestó: «Habéis venido para trabajar y para seguir los cursos. En cuanto a dirigir la escuela, eso es asunto del Comité central y no vuestro.» «No quisimos discutir», escribía más tarde Kosarev, que figura entre ellos. Tres días después los convocaron para que conocieran a Lenin. «No fueron todos los alumnos —escribe Kosarev—; sólo cuatro o cinco. Los otros fueron a visitar un museo.» Fueron recibidos por Zinoviev. «La conversación languidecía —cuenta Kosarev—. Ninguno de nosotros se dio cuenta que un hombre rechoncho y calvo, vestido con una levita raída, había entrado y se había sentado en el reborde de la ventana. Ni el propio Zinoviev se fijó y siguió interrogándonos. Finalmente, ya no pude más. «¿Pero cuándo va a venir Lenin, a quien ya llevamos tanto tiempo esperando?», exclamé. Zinoviev sonrió, guiñó el ojo mirando al hombre que se mantenía apartado y dijo: «Es posible que el camarada Lenin ya esté aquí». Entonces todo el mundo se echó a reír y Lenin se acercó a nosotros. Con él se animó la conversación. Convinimos que los cursos se llevarían a cabo en el hotel que habitaban los alumnos, en una de las habitaciones ocupadas por ellos. Muy puntualmente, a la hora convenida, Lenin llegaba para hablarnos de la reforma de Stolypin. Pero en realidad ese tema no era más que un pretexto. La verdadera finalidad de sus entrevistas era separarnos de Bogdanov, por lo menos a algunos de nosotros. Exponía las principales tesis del grupo de Bogdanov y se dedicaba a refutarlas demostrando su inconsistencia y su inoportunidad en las actuales circunstancias. Trataba de hacernos hablar, nos hacía preguntas y contestaba a las nuestras. A veces surgía una discusión.» Logró convertir a algunos. A otros los hizo dudar. Pero los hubo que volvieron a Rusia convencidos de que Lenin había evolucionado fuertemente hacia la derecha, se había alejado del dogma bolchevique y se hallaba en contradicción con él mismo.

Al regresar de las vacaciones, Lenin había reanudado el trabajo. Redactó un estudio bastante largo sobre «La fracción de los “retiradistas” y de los constructores de Dios», que no pudo ser publicado en el periódico por sus dimensiones. Apareció como suplemento al número del 24 de septiembre. Cada diez o quince días publicaba un artículo de unas 200 ó 300 líneas. Cada uno de esos artículos le llevaba toda una tarde o más. O sea que el trabajo periodístico no lo acaparaba demasiado en aquella época. Incluso teniendo en cuenta las frecuentes y prolongadas discusiones con sus colegas, que se celebraban generalmente por la noche, le quedaban muchas horas libres11. Lenin las aprovechó muy útilmente.

Empezó a frecuentar la Biblioteca Nacional. Ya le había hecho algunas visitas al llegar a París. Para ser admitido tuvo que encontrar un «fiador», conforme al reglamento de la Biblioteca, que invitaba a los extranjeros a unir a su solicitud una recomendación de su embajada o de una persona «honorable conocida de la Administración». Lenin juzgó que, evidentemente, en su situación, hubiera sido un poco delicado recurrir a la amabilidad de S. E. el señor Neildov, que representaba entonces a Nicolás II ante el Gobierno de la República francesa.

Un diputado socialista del departamento de Niévre fue la «persona honorable conocida» que apoyó su demanda12.

Sus relaciones con las bibliotecas de servicio en la sala de trabajo carecieron de amenidad desde un principio. La entrega de los libros exigía entonces más tiempo que en nuestro días, por múltiples razones. Una de las principales, si no la principal, era que el Catálogo general impreso, comenzado en 1897, acababa apenas de abordar la letra D, y los lectores que deseaban otras anteriores a 1882 y que no figuraban todavía en él, no tenían, para obtenerlas, otro medio que anotar el nombre y el título en sus boletines de solicitud. El servicio de investigación se encargaba de buscar la signatura, lo cual no siempre era fácil. La Biblioteca Nacional no ha conservado los boletines de Lenin, pero he podido ver la reproducción fotográfica de los que presentó años más tarde en la Biblioteca de Berna. Le hacen pensar a uno en los jeroglíficos de la época de Ramsés II, y exigen un serio esfuerzo para ser descifrados, sobre todo cuando se trata del nombre de un autor. Cabe suponer que la caligrafía de los que entregaba Lenin en la Biblioteca de París no era más perfecta. Ello debía motivar retrasos, «llamadas a la oficina» que sin duda alguna lo desesperarían. Finalmente riñó con el personal de la Biblioteca Nacional y se puso a buscar otras bibliotecas. Trató sucesivamente en Arsenal, Sainte Geneviéve y la Sorbona, pero en ninguna pudo acomodarse. No le queda más remedio que emprender de nuevo el camino de la calle Richelieu.

El motivo es que en noviembre (seguiremos en 1909) Lenin había resuelto emprender un gran trabajo que exigía una abundante documentación. Generalmente iba a la Biblioteca por la tarde, después de haber pasado la mañana en la imprenta de su periódico, que aparecía semanalmente. Pero desde el 16 de octubre, la Biblioteca Nacional, que estaba privada todavía de alumbrado eléctrico, se hallaba sometida al «régimen de invierno»: es decir, cerraba a las cuatro y las entregas de libros terminaban a las tres. Lenin tuvo que adaptarse a ese horario, y ello causó una total perturbación en su forma de vida. Estaba acostumbrado a acostarse muy tarde y, además, como sufría frecuentes insomnios, madrugaba poco y no se levantaba generalmente antes de las diez. Pero un buen día le anuncia a su mujer que iba a levantarse a las ocho de la mañana para poder llegar a la Biblioteca a las nueve, a la hora de abrir, y que pensaba hacerlo todos los días. Krupskaia se mostró un poco escéptica. Pero Lenin cumplió su palabra. A partir de ese día se le vio todas las mañanas subir a su bicicleta e ir al trabajo como el más puntual de los funcionarios. En diciembre, su mujer escribía a la señora Ulianov: «Ya hace dos semanas que Volodia se levanta a las ocho de la mañana y se va a la Biblioteca, de la que vuelve a las dos. Los primeros días le resultó difícil levantarse tan temprano, pero ahora está muy contento y también se acuesta muy temprano. Sería muy bueno que pudiera acostumbrarse a ese régimen.» También encontramos en la misma carta algunos detalles de orden doméstico que es útil recoger: «Nuestra vivienda es muy caliente —escribe Krupskaia—, y Volodia pasa mucho tiempo en casa... Salimos muy poco, generalmente el domingo.» Cuando hace buen tiempo toman sus bicicletas y se van a pasar el día en el campo, a Fontainebleau, a Meudon. A veces van al teatro de Montrouge, que está cerca de su casa, donde representan sombríos dramas que arrancan las lágrimas de los espectadores sensibles de los barrios de Alésia y del Pare Montsouris. El año termina alegremente. «Nos hemos divertido mucho durante todas estas fiestas —escribe Lenin a su hermana María el 2 de enero de 1910—. Fuimos a los museos y al teatro y visitamos el Museo Grévin, que me gustó mucho. Hoy mismo pienso ir a un alegre centro nocturno, una goguette révolutionnaire (sic, en francés), en la que hay cantantes.» El 31 de diciembre pasaron la noche en un café cerca de la Puerta de Orleáns. El gerente de la imprenta, Alin, que figuraba entre los invitados, cuenta en su pequeño libro de recuerdos: «...A eso de las cuatro de la mañana nos fuimos todos al bulevar desierto. La mujer de N. A. Semachko e Ilya Zafir empezaron un baile ruso. Pero varios agentes ciclistas nos pidieron cortésmente que dejáramos de hacer ruido. Se interrumpió el baile. Lenin reía a carcajadas: «¿Qué, habéis tenido miedo? Es terrible, un agente.» Personalmente, Lenin se interesaba mucho por la aviación, que acababa de nacer. Asistía asiduamente a las reuniones de Vincennes y a los ensayos de vuelo en Juvisy y en Issy les Moulineaux. Iba, naturalmente, en bicicleta. Un día, al regresar de Juvisy, estuvo a punto de ser aplastado por un auto. Lenin tuvo tiempo apenas para saltar a tierra, pero su bicicleta quedó destrozada. Al contar ese accidente en una carta a su hermana, agregaba: «La gente me ayudó a apuntar el número del coche y algunas personas aceptaron ser testigos. He podido identificar al propietario del auto —es un vizconde, mal rayo lo parta-y ahora le he abierto un proceso.»

Lenin ganó su proceso y pudo comprarse una bella bicicleta totalmente nueva. Y otra vez se le vio correr por los campos de aviación. Y volvió a ser víctima de un accidente.

Un día, yendo a Issy, había oído sobre su cabeza el ruido de un motor. Levantó los ojos y se puso a seguir las evoluciones del avión con tanto interés que no supo cómo había llegado al fondo de un barranco con otro ciclista que venía detrás de él y que había chocado con su bicicleta al mismo tiempo que rodaba también por tierra. Se entabló una discusión. El ciclista afirmaba que era culpa de Lenin. Lenin sostenía, por el contrario, que él iba delante y que no podía ver lo que ocurría a su espalda. Se aglomeró la gente e intervino en el debate, pronunciándose en favor de uno o de otro. La querella duró hasta la llegada de un agente, que condujo a los dos adversarios a la Comisaría. Se levantó un acta, pero parece que el asunto no tuvo mayores consecuencias. Alin, que cuenta ese incidente en su libro, escribe: «Al día siguiente encontré a Lenin en la puerta de su casa, ante su bicicleta desmontada. Enderezaba algo con unas pinzas, apretaba y aflojaba tuercas. Estaba muy disgustado por el incidente, pero se consolaba diciendo: «La bicicleta de mi adversario no parece haber quedado en mejor estado.» Pero él no iba a disfrutar mucho tiempo la suya. En aquella época la Biblioteca Nacional no disponía todavía de garaje para las bicicletas de sus lectores. Lenin se había puesto de acuerdo con la portera de una casa vecina, la cual, por dos perras chicas diarias, le autorizaba a guardar su bicicleta en la entrada de la casa, cerca de la portería. Un día, al salir a buscarla saliendo de la Biblioteca, vio que había desaparecido. Por toda explicación la portera le dijo que sólo le había permitido dejar su bicicleta en la escalera, pero que no se había comprometido en modo alguno a vigilarla.

El año de 1910 empezaba bien. El Comité central, reunido en sesión plenaria, consiguió la unión de las fracciones. Lenin se mostró dispuesto a hacer las mayores concesiones en materia de organización. Aceptó suspender la publicación de su periódico. De ahora en adelante el Comité Directivo del órgano central, el Socialdemócrata, estaría compuesto por dos bolcheviques: Lenin y Zinoviev, y dos mencheviques, Martov y Dan. Kamenev fue a representarlo en Viena ante Trotski, que publicaba desde octubre de 1908 un periódico titulado

Pravda (La Verdad), un nombre que tendrá éxito en el mundo bolchevique. Para que los miembros del partido pudieran dar a conocer sus opiniones personales sobre los problemas del momento se creó una Hoja de discusiones, especie de tribuna libre que se publicaba como suplemento del órgano central.

Ya no habría más que una caja común. Pero en lugar de entregar las sumas, bastante considerables, que tenían los bolcheviques, Lenin las dio en depósito a un trío de socialdemócratas alemanes: Kautsky, Mehring y Clara Zetkin, quienes se comprometían a devolver el dinero a los bolcheviques en caso de nueva escisión.

Las cosas parecían arreglarse con los mencheviques, pero en cambio las relaciones de Lenin con Bogdanov y sus amigos eran cada vez más tensas. Estos últimos se mostraban ahora muy activos. Habían fundado su propio periódico, con el título de

Vpered, presentándose así como fieles continuadores del periódico bolchevique creado antaño por Lenin después de su ruptura con la

Iskra. Su grupo tomó desde ese momento el nombre de

vperedistas. Lunatcharski, que había venido a instalarse en París, hacía una activa propaganda en favor suyo. Se alojó en la calle Roli, muy cerca de Lenin, y empezó a dar «cursos de cultura proletaria» que le permitieron aumentar considerablemente el número de sus adeptos. Estos se mostraban muy agresivos y disputaban la primacía a los partidarios de Lenin, no sin vehemencia. Alin ha conservado el recuerdo de una irrupción de los vperedistas en un café en el que los leninistas estaban celebrando consejo. Estaban dispuestos a llegar a las manos. Krupskaia, que quiso calmar las pasiones, fue injuriada. Hubo que levantar la sesión. «Observé en ese momento a Lenin —escribe Alin—. Nunca lo vi tan agitado. Estaba pálido. Cogió su sombrero y salió rápidamente de la sala. Todo el mundo partió. Unos cuantos fuimos a un café cercano para comentar el incidente. Lenin no estaba allí.» Más tarde, por la noche, a la una y media de la madrugada, lo encontró cerca de la avenida de Orleáns, caminando precipitadamente, bajo la lluvia, con el sombrero en una mano. Alin lo acompañó hasta la casa con otros camaradas. Repetía sin cesar: «¡Es una infamia! ¡Ser capaces de semejante escándalo! ¡Es el colmo!» Más tarde se supo que había caminado durante más de dos horas por las calles antes de poder calmarse.

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