Lenin

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LA CONQUISTA DEL PODER » 14. Años sombríos de París

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Vorwaerts, órgano central del partido socialdemócrata alemán, publicó a guisa de editorial, o sea sin firma, un virulento artículo que calificaba de «usurpadores» a Lenin y a sus amigos. Se trasladó a París y, desarrollando una actividad febril, logró poner a todo el mundo contra ellos. El 3 de abril, Krupskaia escribía a un corresponsal cuyo nombre se desconoce: «Todos los elementos extranjeros abruman a la Conferencia: mencheviques-legalistas, bundistas, letones, conciliadores, vperedistas, plejanovistas.» Por iniciativa de Trotski y bajo su presidencia se celebró una reunión de esos grupos. Votó una protesta solemne y declaró que la Conferencia de Praga no era más que un conciliábulo de la «banda de Lenin» y que sus decisiones no tenían valor alguno. Se eligió una comisión y se le encargó organizar para el próximo mes de agosto una conferencia en la que estuvieran representadas efectivamente todas las organizaciones socialdemócratas.

Frente a este reto en masa, Lenin no quiso contestar más que con un silencio despreciativo y desdeñoso. Se encerró en su casa, en su pequeño y caliente departamento de la calle Marie-Rose. La reunión de Trotski se celebró el 12 de marzo. Doce días después, el 24, Lenin escribía a Ana: «Todos estos días me he quedado en casa traduciendo, y no sé gran cosa de lo que ocurre en París. Además, en nuestro medio se riñe y se cubre la gente de lodo hasta tal punto que es difícil imaginarse que las cosas puedan pasar así.»

Pero en su fuero interno sufría cruelmente. Las cosas se anunciaban mal. Desde Praga, Lenin se había trasladado a Berlín para entrar en posesión de los fondos de que se había constituido depositaria Clara Zetkin. Esta sentía personalmente mucha simpatía por él, pero no se atrevió a entregárselos sin consultar previamente al «codepositario», Kautsky, quien se opuso categóricamente. La campaña hecha por Trotski en la prensa socialdemócrata alemana había dado sus frutos, y además Kautsky estaba resentido con Lenin, quien en Copenhague lo había calificado de «oportunista».

Esa negativa colocaba al nuevo Comité central en una situación crítica. En los precisos momentos en que, por fin, tras haberse librado de la «canalla liquidadora» —tal como le escribía Lenin a Gorki una vez clausurada la Conferencia— el partido socialdemócrata ruso bolchevique (tal es la denominación que adoptará de ahora en adelante) se disponía a ponerse en marcha, teniendo que hacer para ello considerables gastos, se le escapaba el dinero con que contaba. Además, y sobre todo, los rusos parecen olvidarlo. Al salir de Praga los delegados le habían hecho muchas promesas, y, luego, nada. Stalin, que según el plan trazado por Lenin debía organizar en San Petersburgo la publicación de un gran diario bolchevique y dirigir la campaña electoral, y a cuya búsqueda había enviado a Ordjonikidze para arreglar su evasión, no da señales de vida.

El 28, Lenin escribe a los miembros rusos del Comité central una carta que refleja, a más no poder, el estado de ansiedad en que se hallaba entonces:

«Queridos amigos: Estoy desolado y terriblemente inquieto por el estado de completa desorganización en que se hallan nuestras relaciones. Verdaderamente es para desesperarse. En lugar de escribir cartas os comunicáis conmigo por medio de un lenguaje telegráfico en el que no se comprende nada. No sé nada de Stalin. ¿Qué hace? ¿Dónde está? ¿Qué ha sido de él? Ninguno de los delegados ha hecho un enlace. ¡Ninguno! ¡Ninguno! ¡Es la desbandada completa! Ni una sola información que diga en forma clara y precisa que las organizaciones locales han tomado conocimiento de las resoluciones de Praga y las han aprobado. ¿No es esto una desbandada? ¿No es una burla? Resolución para reclamar el dinero: ni una sola, de ninguna parte. Es simplemente una vergüenza. Ni una sola palabra de Tiflis, de Bakú, centros terriblemente importantes. ¿Dónde están las resoluciones? ¡Un escándalo! ¡Una vergüenza! En cuanto al dinero, las cosas marchan mal. Enviad una resolución facultándonos para actuar ante la justicia. Los alemanes se niegan. Sin acción judicial de nuestra parte, estaremos en quiebra completa dentro de tres o cuatro meses. Si no tenéis otros recursos, hay que revisar el presupuesto de arriba abajo. Hemos pasado todos los límites y caminamos hacia la quiebra... La Conferencia es atacada por todas partes y Rusia se calla. Inútil vanagloriarse y hacer el fanfarrón. Todo el mundo conoce el artículo de

Vorwaerts y la protesta, y nadie se mueve. Total: desbandada y desorganización. Hacen falta enlaces, correspondencia regular, informaciones. De lo contrario, todo esto no es más que un bluff».

¡Y he aquí que el propietario le anuncia que el alquiler va a ser aumentado! Por fin se harta de París. Decide ir a vivir a los suburbios, a Fontenay-aux-Roses. «Será mejor para la salud y además estaremos tranquilos», escribe a su madre el 7 de abril.

Mientras tanto, Stalin no había perdido el tiempo. Ayudado por Ordjonikidze, desapareció de Vologda, su sitio de deportación, y apareció sano y salvo en San Petersburgo hacia mediados de marzo. Pero era sobre todo un hombre de acción y no le gustaba mucho escribir. No es que la pluma le fuera rebelde; poseía una buena cultura marxista, profundizada en sus frecuentes deportaciones, y había acabado por conocer casi de memoria los principales textos de Lenin. De vez en cuando le daba por enviar alguna corresponsalía o un artículo para el órgano central. Siempre estaban correcta e inteligentemente redactados, pero se notaba que no ponía en ello el corazón. No vivía en realidad más que para la lucha revolucionaria directa, y hacerle malas pasadas a la policía se había convertido para él en una especie de voluptuosidad. Y en esto se entendía perfectamente con Ordjonikidze, su compatriota y amigo.

Organizar en la capital del Imperio la publicación de un gran diario no es en realidad una cosa muy sencilla, sobre todo cuando el que asume esa tarea está obligado a vivir clandestinamente. Stalin no se arredró y encontró una solución de las más expeditas, aunque bastante rudimentaria, para el problema. Se limitó a reunir el equipo ya existente de la redacción del semanario

Zvezda y la transformó en la redacción de un diario que fue bautizado con el nombre de

Pravda, nombre del antiguo periódico de Trotski, quien por falta de recursos había tenido que suspender su publicación. El diputado Poletaev fue el «editor», mientras Olminski y Baturin se repartieron las funciones de redactor-jefe. Se convino, naturalmente, que seguirían escrupulosamente las directivas de Lenin, a cuyo cargo quedaría la dirección ideológica del periódico. El primer número apareció el 22 de abril (calendario ruso). Al día siguiente fue detenido Stalin y emprendió de nuevo el camino de la deportación.

Cuando Lenin supo, en París, la aparición de

Pravda, se volvió loco de alegría. Abandonó inmediatamente el proyecto de ir a vivir a Fontenay. Ahora irán a instalarse a cualquier punto de la Polonia austríaca, lo más cerca posible de la frontera rusa, a fin de poder establecer el contacto más estrecho y más rápido con el periódico. Lenin se decidió por Cracovia, vieja ciudad polaca a unos 15 kilómetros de la frontera. Lenin tenía tanta prisa por librarse de lo que él llamaba «el fango parisiense», que partieron casi precipitadamente. Más tarde, recordando los años de su estancia en París, le decía a su mujer en más de una ocasión: «No comprendo qué diablo nos arrastró hasta allá.»

 

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