Lenin

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LA CONQUISTA DEL PODER » 17. El retorno

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El 21 de marzo, al día siguiente de haber escrito su primera carta, Lenin leyó en el Times del 16 una corresponsalía de Wilson, fechada del 1 al 14 de marzo (en esa época no existía todavía el Gobierno provisional; apenas acababa de formarse un Comité temporal de trece miembros de la Duma) y anunciando que un grupo de miembros del Consejo de Estado se había dirigido al zar para suplicarle que convocara la Duma y designara un jefe de gobierno que gozara de la confianza de la nación. Y Wilson escribía a este respecto: «Si Su Majestad no satisface inmediatamente las aspiraciones de los más moderados de sus leales súbditos, la influencia de que goza en estos momentos el Comité provisional de la Duma del Imperio pasará por completo a manos de los socialistas, que quieren la República, pero que no son capaces de formar uy Gobierno con el menor orden y que llevarían infaliblemente al país a la anarquía interior y a la catástrofe exterior.» Lenin se apoderó de esas líneas para convertirlas en el tema de su segunda Carta de lejos.

»Es falso —contestó perentoriamente a Wilson—; la República es un gobierno mucho más «ordenado» que la monarquía. ¿Qué garantiza al pueblo que un segundo Romanov no llamaría a un segundo Rasputín?... La República proletaria, apoyada por las poblaciones pobres de las ciudades y del campo, es la única que puede dar paz, pan y libertad. Los gritos de anarquía no hacen más que disimular los intereses egoístas de los capitalistas, deseosos de enriquecerse con la guerra y con los empréstitos de guerra, deseosos de restaurar la monarquía contra el pueblo.» Sigue a continuación una discusión bastante larga, punto por punto, de los alegatos del periodista inglés, discusión que, lógicamente, debió ser dirigida a los lectores del Times. Le sirve de pretexto para recordar la séptima de sus tesis, de octubre de 1915, sobre la participación de los socialdemócratas en el Gobierno provisional, pero, tal como era, esa carta hubiera ofrecido escaso interés de no haber sido porque, al terminar apenas de escribirla, Lenin vio en Le Temps, que acababa de recibir, una corresponsalía de Charles Rivet en la que éste reproducía el texto del llamamiento lanzado por el Soviet de los Diputados Obreros en favor del apoyo al Gobierno provisional, formado, decía, por «elementos moderados». Después de leerlo, Lenin vuelve a coger la pluma y agrega a la carta terminada unas cuantas páginas más que le conferirán una importancia capital. «Un documento notable —así califica dicho llamamiento—. ¡Y bastante decepcionante!» Le permite comprobar que el proletariado petersburgués, que ha hecho la revolución, está dominado por políticos pequeñoburgueses. «Estoy dispuesto a aceptar —escribe Lenin— que cualquier Gobierno debe ser en este momento, una vez terminada la primera etapa de la revolución, «moderado». Pero es absolutamente inadmisible pretender y hacer creer al pueblo que el Gobierno actual no quiere la continuación de la guerra imperialista, que no es un agente del capital británico, que no quiere la restauración de la monarquía y el afianzamiento del dominio de los capitalistas y de los terratenientes.»

El llamamiento anunciaba luego que, a fin de manifestar prácticamente ese apoyo, el Soviet daba a un miembro de su Comité ejecutivo, el diputado Kerenski, el mandato de entrar en calidad de ministro en el Gobierno provisional.

No era la primera vez que Lenin oía citar con bombo y platillos el nombre de ese joven abogado, hijo del director del Liceo de Simbirsk, donde había estudiado. Al salir de esa ciudad, Lenin había conservado un vago recuerdo del muchachito de seis años que jugaba en un jardín contiguo al Liceo. Luego, el pequeño Sacha Kerenski había hecho carrera. Se distinguió como defensor en varios procesos políticos y acabó siendo elegido diputado a la Duma, donde se colocó resueltamente a la izquierda. Allí, sus fogosos discursos de una elocuencia un tanto teatral, que sabía impresionar al auditorio, causaban sensación. Formó parte del Comité provisional creado el 27 de febrero y se distinguió por una febril actividad. De allí pasó al Soviet de los Diputados obreros. Ahora era ministro, primer ministro revolucionario, como Dantón, que encarnaba para los intelectuales rusos de su generación, más que nadie, al genio de la gran Revolución francesa, y tomaba la cartera de Justicia, lo mismo que Dantón. Creía sinceramente que se convertía en el Dantón ruso. Lenin, en cambio, vio en él una réplica de Luis Blanc, y juzgó con mucha severidad ese acto que, según él, era «un modelo en cierto modo clásico de la traición a la causa de la revolución y del proletariado, de una traición similar a las que perdieron a diversos revolucionarios en el siglo XIX».

Al mismo tiempo que delegaba al Gobierno a uno de sus representantes, el Soviet exigía la creación, junto a aquél, de una «comisión de contacto» nombrada por él y encargada de transmitir al Gobierno las reivindicaciones de la clase obrera. Charles Rivet, poco familiarizado con el ruso y que vio en ello una reminiscencia del Año II, la bautizó con el nombre de «Comité de Vigilancia». Al tropezar con ese término Lenin se quedó bastante perplejo. ¿Era verdaderamente eso? En todo caso creyó ver en ello una iniciativa totalmente coincidente con sus ideas y que le gustó mucho. Su Carta declara: «La idea de crear un «Comité de Vigilancia» (no sé si se llama así en ruso) que encarne precisamente la vigilancia de los soldados y de los proletarios sobre el Gobierno provisional, es una idea puramente proletaria, auténticamente revolucionaria y profundamente justa. ¡Eso sí es práctico! ¡Eso sí es digno de los obreros que derraman su sangre por la libertad, por la paz, por el pan del pueblo! ¡Ese es un verdadero paso por el camino de las auténticas garantías... Es señal de que el proletariado ruso está, a pesar de todo, más avanzado que el proletariado francés de 1848 que dio mandato a Luis Blanc!»

Pero enseguida frena su alegría. Es ciertamente un paso por el buen camino. «Pero no es más que un primer paso.» Tiene que ir seguido de otros. «Si ese Comité de Vigilancia —explica Lenin— se limita a ser una institución parlamentaria de un tipo puramente político, es decir, una comisión destinada a hacer preguntas al Gobierno y a recibir las respuestas, todo eso no será más que una bagatela y no servirá para nada.» Se puede hacer algo más, estima Lenin; algo que ofrezca al proletariado más garantías de que las conquistas de la revolución serán salvaguardadas: una leva en masa de todo el pueblo ruso, hombres y mujeres, y su transformación en una milicia obrera armada.

Promete decir en su próxima carta por qué y cómo. Esta, titulada «De la milicia proletaria», fue iniciada al día siguiente y terminada un día después. Es, indudablemente, la más importante de la serie.

Lenin toma como punto de partida la frase pronunciada por Skobelev, uno de los miembros más activos del Comité ejecutivo del Soviet, y citada por el Vossische Zeitung, que junto con el Frankfurter Zeitung era, después del Times y de Le Temps, una de sus principales fuentes de información en aquella época. Según el periódico alemán, Skobelev había dicho: «Rusia está en víspera de una segunda y verdadera revolución.» «Subrayo —escribe Lenin— la confirmación por un testigo de fuera, es decir, no perteneciente a nuestro partido, de la conclusión a que había llegado en mi primera carta, a saber: que la revolución de febrero y marzo no fue más que la primera etapa de la revolución.» Esto quiere decir que en estos momentos Rusia atraviesa por un período de transición y si los socialdemócratas quieren actuar en marxistas y sacar provecho de las experiencias de las revoluciones del mundo entero, deben tratar de comprender cuál es precisamente el carácter particular de ese período de transición y cuál es la táctica que de él se deriva.

El Gobierno está en un aprieto: está ligado por el interés a los capitalistas y debe aspirar a continuar la guerra imperialista, a la defensa del capital y de la gran propiedad, a la restauración de la monarquía; está ligado por sus orígenes revolucionarios a la democracia y es sometido a la presión de las masas hambrientas que exigen la paz, lo que obliga a mentir, a andar con rodeos, a dar con una mano y a quitar con la otra. Pero logra aplazar la quiebra poniendo en juego todas las capacidades de organización de la burguesía. De ahí la conclusión a que llega Lenin: «No podremos derribar de un solo golpe a este Gobierno, y aunque pudiéramos hacerlo (los límites de lo posible retroceden mil veces en época de revolución), no podríamos conservar el poder si no opusiéramos a la admirable organización de toda la burguesía una organización no menos admirable del proletariado.» Y repite, casi textualmente, la exhortación que dirigió a los obreros al final de su primera carta para que hagan «prodigios de organización proletaria.»

¿En qué van a consistir esos «prodigios»? En primer lugar, y antes que nada: crear en todas partes soviets de los diputados obreros dando entrada igualmente a los campesinos más pobres y a todo el proletariado rural en general. A este respecto, Lenin considera necesario esbozar cuál es su concepción del Estado que debe asumir en cierto modo el interinato entre el régimen de la democracia burguesa y el de la futura sociedad socialista. Ese Estado es necesario para un cierto período de transición. «Pero —especifica Lenin— no necesitamos un Estado como el que ha creado en todas partes la burguesía.» Se refiere a un Estado en el que los órganos del poder: administración, policía, ejército, están separados del pueblo. «Todas las revoluciones burguesas —recuerda— no han hecho más que perfeccionar esa máquina gubernamental y transmitirla de las manos de un partido a la de otro.»

El proletariado debe «destruir» (Lenin no olvida señalar que esta palabra es de Marx) esa máquina gubernamental y reemplazarla por otra en que el ejército, la policía y la administración sean proporcionadas por todo el pueblo en armas. Ese es el camino, señala, indicado por la experiencia de la Comuna de París en 1871 y por la revolución rusa en 1905.

Esa milicia popular, formada por ciudadanos de uno y otro sexo, comprendería un noventa y cinco por ciento de obreros y campesinos. Sería «el órgano ejecutivo de los soviets» y transformaría la democracia. «Esta dejaría de ser un bello cartel que disimula el sojuzgamiento del pueblo por los capitalistas que se burlan de él, para convertirse en la verdadera educadora de las masas llamadas a participar en todos los asuntos del Estado.» Esa milicia iniciaría a la juventud en la vida política, velaría por la salubridad pública dando participación a toda la población femenina adulta, «pues —declara Lenin— no se pueden asentar las bases de una verdadera libertad, no se puede edificar la democracia, y con mayor razón el socialismo, sin llamar a las mujeres al servicio cívico y a la vida política, sin arrancarlas de las atmósfera embrutecedora de los quehaceres domésticos y de la cocina».

Esa milicia garantizaría el orden sobre las bases de una «disciplina de camaradería». Ayudaría a combatir la crisis económica engendrada por la guerra aplicando un «servicio obligatorio del trabajo». Es necesario que todo trabajador vea y compruebe inmediatamente una cierta mejoría en sus condiciones de vida. «Es necesario —escribe Lenin-que cada familia tenga pan, que cada niño tenga su botella de buena leche, que ni un solo adulto de familia rica se atreva a tomar más de su ración de leche mientras todos los niños no tengan segura la suya.» Pero no llega hasta el extremo de privar completamente a dicho «adulto de familia rica». Sigo con su texto: «Es necesario que los palacios y los departamentos ricos dejados por el zar y por la aristocracia no queden inutilizados y sirvan de alojamiento a los que no tienen ninguno y a los indigentes.» Ese es, exactamente, el procedimiento que usaron las autoridades revolucionarias en Francia para utilizar los hoteles particulares y demás locales abandonados por sus propietarios al emigrar.

Lenin reconoce que todo esto no será aún el socialismo. No será todavía la dictadura del proletariado. Será tan sólo (nótese el matiz) «la dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado pobre». Y a este respecto hace a sus partidarios una significativa advertencia cuyo alcance y sentido necesitan ser cuidadosamente recordados: «No se trata de hacer una clasificación teórica en estos momentos. Sería un error demasiado grande poner!os objetivos complejos, apremiantes, prácticos, en vías de rápido desarrollo, en el lecho de Procusto de una teoría estrecha... Lo importante es comprender que la situación evoluciona en las épocas revolucionarias con tal prontitud como la vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra técnica y nuestras tareas inmediatas a las particularidades de cada situación dada.»

El mismo día en que terminaba esa carta, Lenin había visto una noticia anunciando que Gorki acababa de dirigir al Gobierno provisional un mensaje en el que saludaba la victoria del pueblo sobre las potencias de la reacción y exhortaba al nuevo Gobierno a coronar su obra liberadora haciendo la paz, no una paz a toda costa, sino «con dignidad y honor».

Al leer estas líneas Lenin sonrió con amargura y su pluma anotó: «Gorki es sin duda alguna un escritor de un talento inmenso, que ha prestado ya, y prestará todavía, enormes servicios al movimiento proletario internacional. ¿Pero por qué se mete en política?» Y ese fue el tema de una nueva Carta de lejos, la cuarta.

El nuevo Gobierno, empieza recordando Lenin, no ha nacido de la casualidad. Sus miembros son los representantes del capitalismo y están unidos por los intereses del capital. Y «los capitalistas no pueden renunciar a sus intereses, como un hombre no puede levantarse a sí mismo agarrándose por los cabellos». Y a continuación: Ese gobierno está ligado por los «tratados de rapiña» concertados por el zar con «los piratas capitalistas de Francia, de Inglaterra y de otros países aliados», tratados que ha confirmado y hecho suyos. Esto quiere decir que para obtener la paz, el poder del Estado debe pertenecer no a los capitalistas, sino a los obreros y a los campesinos pobres que no están ligados por los intereses del capital ni por los «tratados de rapiña». Si los soviets fueran dueños del poder, he aquí cómo procederían, según Lenin, para terminar la guerra:

—1. Se declararían en el acto libres de todas las obligaciones creadas por los tratados concertados por la monarquía zarista y por el Gobierno burgués que la reemplazó. —2. Esos tratados serían publicados inmediatamente «a fin de deshonrar ante el mundo entero la política de bandidaje seguida por el zarismo y por todos los gobiernos burgueses sin excepción». —3. Se propondría abierta e inmediatamente un armisticio general a todas las potencias beligerantes. —4. Las condiciones de paz formuladas por los soviets obreros y campesinos serían publicadas inmediatamente. Pedirían: renuncia a las colonias y liberación de todos los pueblos oprimidos o pisoteados en sus derechos. —5. Los obreros de todos las países serían invitados a derribar a sus gobiernos burgueses y a transmitir todo el poder a los soviets. —6. Las deudas de guerra contraídas por los gobiernos burgueses serían pagadas por los propios capitalistas. Los obreros y los campesinos no las reconocen.

Si ese programa no es aceptado, tendrán la palabra las armas. Pero ahora no sería una guerra imperialista, sino una guerra revolucionaria, que es muy diferente. «Creo —escribe Lenin— que para cumplir tales condiciones de paz, el Soviet aceptaría hacer la guerra contra cualquier gobierno burgués del mundo, ya que sería una guerra verdaderamente justa a cuya victoria contribuirían los trabajadores de todos los países.» El obrero alemán ve ahora que en Rusia una monarquía bélica ha sido reemplazada por una República no menos bélica. «Juzgue usted mismo: ¿Puede fiarse de esa República? Pero si el pueblo conquista su plena libertad y transmite todo el poder a los soviets, ¿podrá continuar la guerra? ¿Podrá mantenerse en la tierra el dominio de los capitalistas?»

Con esa triple pregunta, a la que no se puede contestar más que negativamente (tal es al menos su íntima convicción), termina Lenin su carta.

Está fechada el 25 de marzo. Lenin se detuvo en esa cuarta carta. Ya no escribió más17. ¿Por qué? Es difícil explicar esta interrupción, este silencio súbito, en un momento en que cada día aporta multitud de nuevos temas de candente actualidad, como no sea por la incertidumbre de que era presa por la suerte que hubieran podido correr las que fueron escritas desde el 20 de marzo. Las había enviado todas, a medida que las terminaba, a Ganetzki, quien debía reexpedirlas a Petrogrado, a

Pravda. Pero Ganetzki no da señales de vida. ¿Las ha recibido?, se pregunta Lenin. Tampoco le llega ningún número de

Pravda. No ignora, desde luego, que el Gobierno provisional ha prohibido su envío al exterior. Pero, en fin, todavía deben quedar entre los bolcheviques hombres suficientemente familiarizados con procedimientos de conspiración para pasar clandestinamente de Petrogrado a Estocolmo unos cuantos números del periódico. Si no lo hacen es que hay algo que funciona mal en la organización local de su partido. Incluso ignora quién es exactamente el que se halla actualmente a la cabeza del partido. Ha recibido desde Perm un telegrama que firman Kamenev, Stalin y Muranov (uno de los diputados bolcheviques), quienes le anuncian su salida para Petrogrado. Pero Perm no deja de ser todavía Siberia, es decir, un punto muy alejado de la capital. ¿Han llegado? En caso afirmativo, ¿qué hacen? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Por qué ese silencio? Los días transcurren en medio de esa desesperante incertidumbre mientras se prolongan y chocan con toda clase de dificultades las gestiones sobre el viaje de regreso. Pero he aquí que el 30 de marzo una información de prensa informa a Lenin que el miembro del Comité ejecutivo del Soviet, Skobelev, acompañado del diputado de la Duma Muranov, acaba de regresar de Cronstadt, donde habían ido juntos a calmar la agitación que se manifestaba en algunas unidades de la flota báltica. ¡Así, pues, Muranov ha regresado! ¡Por lo tanto, Kamenev y Stalin también! ¿Pero qué significa ese viaje común de un sovietista notorio y de un diputado bolchevique, sino un ensayo de colaboración del Soviet con el Gobierno provisional? Acaba de telegrafiar a Ganetzki para suplicarle que active las gestiones en favor de su retorno. En la larga carta que le escribe ese mismo día, probablemente bajo la impresión de esa noticia, Lenin dice: «Es absolutamente necesario enviar un hombre seguro a Rusia... El Gobierno, abiertamente ayudado por Kerenski y aprovechándose de las imperdonables indecisiones, por no decir otra cosa, de Cheidze, engaña, no sin éxito, a los obreros, haciéndoles pasar una guerra imperialista por una guerra de defensa nacional. Todos nuestros esfuerzos deben tender a combatirlo. Nuestro partido se deshonraría para siempre, se suicidaría políticamente si aceptara ese engaño.» Si es verdad que Muranov ha aceptado ir a Cronstadt con Skobelev para desempeñar una misión oficial, Lenin ruega con apremio a su corresponsal que transmita y publique su formal censura. Esas palabras están rabiosamente subrayadas dos veces. Y su pluma sigue corriendo, cada vez más nerviosa y agitada. Cualquier acercamiento con un social-pacifismo inclinado hacia el social-patriotismo es «perjudicial a la clase obrera, peligroso, inadmisible». «Tal es mi profunda convicción», agrega. Y como si quisiera confirmarlo expresamente una vez más, vuelve a subrayar de nuevo, con dos trazos enérgicos, los tres adjetivos. Esas dos tendencias, personificadas la una por Kerenski, «el más peligroso agente de la burguesía», y la otra por Cheidze, «viejo zorro hipócrita», y que dominan en el Soviet, deben ser combatidas «de la manera más tenaz, más perseverante y más implacable, con un rigor absoluto de principios». «Personalmente —declara Lenin— no vacilaría un segundo en dar a conocer públicamente en la prensa que preferiría incluso una escisión inmediata con quienquiera que sea en nuestro partido a tener que hacer concesiones al social-patriotismo de Kerenski y compañía o al social-pacifismo y al kautskismo de Cheidze y compañía.» ¿A quién estaban dirigidas esas palabras, sino a Kamenev y Stalin? Kamenev era

Pravda, cuya dirección acababa de reanudar al regresar a Petrogrado, Stalin representaba al Comité central, al verdadero, al antiguo, o sea que era el centro dirigente del partido alrededor del cual gravitaban hombres en su mayoría desconocidos para Lenin, que había llegado a la primera fila con las primeras oleadas de la revolución.

Lenin suplica a Ganetzki, «por el amor de Cristo», que envíe a Petrogrado «un hombre de confianza, un muchacho inteligente» (halagándolo discretamente parecía querer incitarlo a cumplir personalmente esa misión) capaz de ayudar a los «amigos de Petrogrado.» He aquí lo que hay que decirles:

»Lenin exige «a toda costa» que se reedite en Petrogrado su folleto El socialismo y la guerra, de El Socialdemócrata, publicado en la emigración durante la guerra, y «por encima de todo y antes que nada» las tesis publicadas en su número del 13 de octubre de 1915, que «son ahora sumamente importantes». «Otra cosa. La consigna de que ahora defendemos la República rusa y hacemos la guerra para derribar a Guillermo II es «la mayor de las mentiras para los obreros, el engaño más grosero». El llamamiento para derribar a Guillermo dirigido a los alemanes por parte de una república rusa belicista e imperialista «no es más que una repetición de la consigna mentirosa de los social-chovinistas franceses, traidores al socialismo, como Jules Guesde, Sembat y compañía». «¿Qué se debe hacer? Explicar a los obreros y a los soldados, de la manera más simple, más clara, sin palabras sabias, que hay que derribar no sólo a Guillermo II, sino también a los reyes de Inglaterra y de Italia. «Eso, para empezar. En segundo lugar, y esto es lo principal, hay que derrocar a los gobiernos burgueses, empezando por Rusia, sin lo cual no se podrá obtener la paz.» Lenin admite gustoso que tal vez sea imposible derribar enseguida al nuevo Gobierno ruso. «¡De acuerdo! ¡Pero eso no es una razón para decir lo contrario de la verdad!» Ese es el punto capital para él: «Hay que decir la verdad a los obreros.» Hay que hacerles comprender que tienen que empezar por tomar el poder. «Sólo entonces tendrán derecho a pedir el derrocamiento de todos los reyes y de todos los gobiernos burgueses.» «Recapitulación: «¡Ningún acercamiento con los demás partidos, con nadie! Ni la menor sombra de confianza y de apoyo al Gobierno.» Lo esencial, por el momento, es la organización del partido bolchevique, la propaganda «más irreconciliable» del internacionalismo y de la lucha contra el chovinismo republicano y el socialchovinismo en todas partes, en la prensa y en el Soviet. La carta termina con una grave advertencia: «Kamenev debe comprender que le incumbe una responsabilidad histórica universal.»

Lenin distaba mucho de ser el único emigrado que quería volver cuanto antes a Rusia. Se creó un Comité especial integrado por representantes de todos los partidos, a fin de acelerar ese regreso en la medida de lo posible. El 19 de marzo celebró su primera sesión, a la cual asistieron Martov como representante de los mencheviques, un socialista— revolucionario y un bundista. Lenin no quiso ir y envió a Zinoviev. Se hicieron sugestiones. La de Martov retuvo particularmente la atención del Comité. Habló de la posibilidad de pasar a través de Alemania sobre la base de un canje con un número correspondiente de alemanes internados en Rusia. Se convino que el proyecto de Martov era el más conveniente para todos los que asistían a la reunión y se decidió rogar a Grimm que entrara en conversaciones a ese respecto con la Embajada de Alemania. También recibió la plena aprobación de Lenin: «El plan de Martov es bueno —escribía el 21 a Karpinski—; hay que trabajar para llevarlo a cabo, pero no podemos hacerlo directamente. Sospecharían de nosotros. Es necesario que, al margen de Grimm, varios rusos patriotas y sin partido se dirijan a los ministros suizos y a las demás personalidades influyentes, para pedirles que hablen del asunto a la Embajada alemana en Berna. Nosotros no podemos participar directa ni indirectamente. Nuestra intervención lo estropearía todo. Pero el plan en sí es muy bueno y muy seguro.»

Todo parecía arreglarse. La Embajada de Alemania recibió la proposición y se apresuró a transmitirla a Berlín, dando a entender que el asunto se arreglaría seguramente para satisfacción general. Pero he aquí que a última hora los mencheviques y los socialistas-revolucionarios cambian de parecer. En la reunión que celebra el Comité el día 28 declaran que hay que demostrar primero con toda evidencia la absoluta imposibilidad de pasar a través de los países de la Entente y obtener a continuación el consentimiento del nuevo Gobierno ruso para hacer el viaje por Alemania. Lenin, que esta vez sí asistía, se mostró muy descontento por este retraso. Declaró que esperaría unos cuantos días más, pero que si veía que las cosas se prolongaban, partiría solo sin esperar a los demás. El secretario del Comité, Bagotzki, el joven médico que había guiado los primeros pasos de Lenin en Cracovia y que luego, al emigrar, había logrado entrar en un hospital suizo, escribe en sus

Recuerdos: «Salimos juntos de la reunión. Lenin dio rienda suelta a su indignación, diciendo que era absurdo tener en cuenta la opinión de un Miliukov y de la pretendida «opinión pública» en tiempo de revolución, cuando cada revolucionario era indispensable en su puesto de combate. Estaba convencido de que toda la Rusia revolucionaria comprendería y aprobaría a su decisión.»

La impaciencia consume a Lenin. Al cabo de dos días, el 30 de marzo telegrafía en francés a Ganetzki: «Inglaterra no me dejará pasar nunca. Más bien me internará. Miliukov engañará (sic). Única esperanza: envíe alguien a Petrogrado, obtenga por intermedio Soviet canje por alemanes internados.» Al mismo tiempo le envía una larga carta que no es, de arriba abajo, más que un prolongado grito de rabia y de impaciencia: «Es evidente que la revolución proletaria rusa no tiene enemigos más irreductibles que los imperialistas ingleses. Es evidente que el agente del capital imperialista anglo-francés, el imperialista ruso Miliukov y Cía., está dispuesto a todo, a la mentira, a la traición, para impedir que los internacionalistas regresen a Rusia.» Por eso «hay que actuar con la mayor energía», sin mirar los gastos, escribir, telegrafiar, reunir la mayor cantidad de datos posibles para demostrar la mala fe de «Miliukov y Cía., gente capaz de prolongar las cosas, de hacernos promesas, de engañarnos, etc.» Y, para terminar, su pluma escribe febrilmente estas palabras desoladas: «Usted comprenderá la tortura que representa para nosotros estar aquí en estos momentos.»

Lenin ya no puede más. Al día siguiente, 31, manda un telegrama a Grimm anunciando en nombre del Buró extranjero del Comité central (Zinoviev firma también el telegrama) que su partido está dispuesto a aceptar el proyecto de pasar por Alemania, sin reserva alguna, y rogándole que organice inmediatamente el viaje. Ya hay más de diez camaradas inscritos. «Nos es absolutamente imposible —le dice Lenin— cargar con la responsabilidad de un eventual retraso; protestamos enérgicamente contra ese retraso y partimos solos.» Al mismo tiempo manda al «Comité del retorno», siempre en nombre del Buró extranjero bolchevique, siempre con su firma y con la de Zinoviev, la siguiente declaración:

»Considerando que... la proposición del camarada Grimm es perfectamente aceptable, ya que la libertad de paso ha sido concedida al margen de cualquier consideración sobre la actitud política de los viajeros y está basada en un plan de canje por alemanes internados...; que el camarada Grimm ha declarado que, en las condiciones presentes, es la única salida posible y perfectamente realizable; que hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para convencer a los representantes de las diferentes tendencias de la necesidad de aceptarla y de la imposibilidad de dejar que las cosas se sigan prolongando más tiempo; que los representantes de las diferentes tendencias, desgraciadamente, se pronuncian todavía en favor de un nuevo retraso, decisión que nosotros tenemos que reconocer errónea y del mayor perjuicio para el movimiento revolucionario en Rusia; considerando todo lo que precede, el Buró extranjero ha tomado la resolución de informar a todos los miembros de nuestro partido que aceptamos la proposición de una salida inmediata y que invitamos a inscribirse a todos los que deseen partir, al mismo tiempo que comunicamos la presente a los representantes de las otras tendencias.»

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