Lena

Lena


Capítulo 1

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Capítulo 1

 

(Siete meses antes)

 

Lena no podía creer lo que veía ante sus ojos. Sus cosas, sus queridas, escasas y preciadas pertenencias, esparcidas sin orden y con bastante furia por toda la habitación. Se afanó en agacharse y recoger uno de los libros que había quedado cerca de los pies de la cama, y mientras lo hacía, otros dos salieron disparados desde las manos de la que, hasta entonces, había sido su amiga y compañera de piso, para rebotar contra el colchón y precipitarse al suelo.

 

—No puedes hacerme esto —gruñó entre dientes, pero ahí terminó su alegato, no tenía nada más con lo que defenderse ni más argumentos que dar salvo los ya expuestos. Apelar a la humanidad, a la caridad y a su tan preciada amistad, aunque sabía que nada de lo que dijera, cambiaría la situación en la que ahora se encontraba.

—Lo siento mucho Lena, he tenido muchísima paciencia contigo y lo sabes, pero he encontrado a alguien para alquilarle la habitación, alguien que sí va a pagarme. Te lo dije hace semanas.

—Ya… pe-pero… ¡Pensaba que éramos amigas!

—¡Y lo somos! —se afanó en puntualizar— ¡Claro que lo somos! Cuando quieras quedamos para tomar un café y ponernos al día de todo, pero necesito a alguien que pague su parte de los gastos.

—Joder Vicky, es invierno, hace frío y sabes que no tengo dónde ir… No tengo a nadie y no es una forma de hablar, es literal, nadie.

—De verdad que lo siento, pero no soy una jodida ONG, llevo meses advirtiéndotelo.

—¡Vete a la mierda! —y a punto estuvo de acompañar esa recomendación turística con un lanzamiento de libro, que era lo único que tenía entre las manos.

—Sal esta noche, emborráchate, échale el ojo a algún tío y vete a su casa, y ya mañana con la cabeza fría decides si volver a follártelo o cambiar a otro…

—Eres una hija de puta —y notó como podía hasta masticar su enfado.

—Entonces de ese café ni hablamos ¿no? —resopló— Mira Lena, de verdad que lo siento, en serio, sé que es una cabronada, pero tú te lo has buscado, recoge lo que necesites y puedes venir a por el resto otro día.

 

 

Salió del apartamento cargando una bolsa de deporte que había llenado con algo de ropa, un par de libros y poca cosa más. Era viernes noche y hacía ya bastante frío, aunque ese año el invierno estaba siendo bastante amable con sus cálidas temperaturas. Sintió ganas de llorar, sin embargo, hacía ya tiempo que se había prometido a sí misma que no volvería a hacerlo, aunque para ser sinceros, la vida no le estaba poniendo demasiado fácil el poder cumplir con su palabra. Caminó un par de manzanas en dirección al centro, sin rumbo fijo, realmente no tenía donde ir. No había usado esa frase para ablandar el corazón de Vicky, ni había exagerado un ápice su situación. No tenía familia y contaba con muy pocos amigos. Siempre había tenido dificultades en entablar relaciones de confianza con la gente, y después de lo de Vicky… Puede que sus escasas habilidades sociales, fuera porque su padre la abandonó antes de que su memoria pudiera fijar su cara o su voz, mucho menos ningún recuerdo al que aferrarse, o bien pudiese ser que su extrema desconfianza hacia el ser humano se debiera a ese desfile de hombres que pasó, año tras año por su casa, y por entre las piernas de su madre. Cada nueva ilusión de formar parte de una familia, se esfumaba como el conejo en la chistera de un mago. Hasta que cumplidos los diecisiete, decidió poner fin a todo eso marchándose de casa para vivir por su cuenta.

En esos años había pasado malos momentos, otros peores, pero desde hacía un tiempo la suerte parecía sonreírle con un trabajo suficientemente estable, como para alquilar una habitación y con las ilusiones de haberse podido matricular por fin, en la universidad. Soltó un bufido maldiciéndose por no haber previsto que la buena suerte no existía, o si lo hacía estaba claro que ella estaba condenada a no alcanzarla jamás. Todos a su alrededor parecían fallarle en algún momento u otro. Y por si todo eso no fuese suficiente, empezaba a llover, como si el tiempo se hubiera confabulado en su contra. Resopló enfadada, corrió hacia una cafetería cercana y entró antes de quedar totalmente empapada. Rebuscó en sus bolsillos, le quedaba muy poco de su finiquito y no sabía si malgastarlo en algo tan mundano como un café o una caja de cigarrillos, aunque ambas cosas le apetecieran mucho.

 

—¿A ti también te ha pillado el chaparrón?

—¡Ja! —soltó una risotada al tiempo que se giraba hacia su interlocutor, un chico de más o menos su edad y bastante bien parecido— En realidad no… me gusta eso de bailar bajo la lluvia —le dedicó la más dulce y seductora de sus sonrisas— iba al gimnasio —mintió al tiempo que alzaba la bolsa de deporte.

—No puedo competir con una sesión de spinning…

—Puedes intentarlo —le atajó.

—Probaremos suerte entonces, ¿un café? —propuso el joven.

—¡Ves! Has acertado, un café sería perfecto. Soy Lena, por cierto —alargó su mano y él la encajó.

—Marc.

 

La tormenta había amainado a altas horas de la madrugada, dando paso a una mañana fría pero soleada. Lena se revolvió entre las sábanas de esa nueva cama, buscando el contacto del cuerpo caliente que dormía plácidamente a su lado. Al menos Marc, había resultado ser un amante complaciente y atento, aunque con algunas peculiaridades a la hora del sexo, pero en general parecía un buen tío. Lena se reprendió por estar valorando la posibilidad de aprovecharse de ese pobre hombre, aunque su situación era, cuanto menos, desesperada. Pero sabía que no tenía derecho a hacer eso. Se acurrucó junto a él y volvió a cerrar los ojos para seguir durmiendo un poco más.

 

—¡Joder! —exclamó Marc saltando de la cama— Mierda, mierda… ¡Mierda!

—Buenos días a ti también… —sonrió algo aturdida pero dispuesta a hacer de esa mañana una buena mañana—. Oye Marc, supongo que suena a cliché, pero… no suelo hacer estas cosas… es que…

—Oye Lena, pareces una buena tía —le cortó—, y te juro que yo tampoco suelo hacer esto, nunca, en realidad es la primera vez… pero…

—Pero…

—Tengo novia —soltó de pronto—, de hecho, hoy tengo la prueba del menú… Nos casamos en primavera. No me puedo creer que me haya quedado dormido…

 

¿Novia?, ¿menú?, ¿boda? Esos conceptos se mezclaron y agitaron como una coctelera en la mente de Lena, que no podía creer que hubiera pensado que ese era un buen tipo. Y por si fuese poco, se lamentaba de que se había quedado dormido, no de haber sucumbido al placer de la carne, engañando con ello a su futura mujer con una completa desconocida.

 

—Es lo que tiene follar toda la noche, que da sueño —gruñó molesta y salió de la cama buscando su ropa que había quedado esparcida por la habitación.

—¿Estás enfadada? —preguntó, pero ante la cara de la chica rectificó de inmediato— Estás enfadada, claro que estás enfadada.

—Pues sí, ¡por supuesto que lo estoy! Eres un asco de tío —soltó terminando de ponerse los pantalones.

—Puede ser… no lo sé… Dicen que es sano hacer una locura y vivir una aventura antes de dar el sí quiero, ¿no? —y aguardó una respuesta que no llegó—. Oye, tengo que irme —cogió la chaqueta de encima de la silla—. Esto… —la apremió para que ella hiciera lo mismo.

—Al menos hazme un café.

—¿Café? Joder… —miró el reloj— toma —sacó un billete del bolsillo— en la cafetería de la esquina hacen un cappuccino buenísimo. De verdad que lo siento, pero tengo mucha prisa.

—Yo también, ¿crees que no tengo nada mejor que hacer que ver esa cara de gilipollas? —tomó al vuelo el billete que él tenía en la mano y salió del apartamento, dando un sonoro portazo.

 

¿Cómo había podido pensar que ese era un buen tío? Siempre había tenido muy mal ojo para los hombres. Seguramente había heredado alguna deficiencia congénita de su madre, que le hacía ir a buscar a los tipos de peor calaña. Tenía que ser eso. ¿Dónde estaban esos hombres tiernos que salían en las novelas románticas? ¿En qué lugar se escondían esos tipos duros que resultaban ser encantadores al final? Pero lo que la tenía más preocupada, ¿cómo había caído tan bajo? Sin duda había tocado fondo, pensó mirando el billete que tenía en la mano.

Resopló con hastío y se cambió la bolsa de deporte de hombro, era casi medio día y aún no sabía qué hacer, no tenía plan alternativo ni ningún as en la manga. Después de esa montaña rusa sentimental en la que se convirtió su vida los primeros años fuera de casa, pensaba que había encontrado la estabilidad, entonces había llegado ese maldito despido y el dinero se había acabado con mucha rapidez, demasiada quizá. Había calculado que podría aguantar sin trabajo un año, quizás un poco más, pero nunca había sido buena con los números.

 

—Necesito un piso —susurró sentándose en uno de los bancos del parque— trabajo y dinero. Fácil.

 

Decidió ir caminando hasta la zona universitaria, muchos estudiantes colgaban anuncios de alquiler de habitaciones, o incluso algunos trabajos temporales, no gran cosa, sin embargo, estaba en una situación extrema.

Repasó uno a uno todos los carteles de ese tablón y apuntó un par de números, hacía ya diversas semanas que le habían cortado la línea telefónica, así que no tenía más remedio que…

 

—¡Perdona! —llamó la atención de un grupo de chicos que pasaba por su lado— Lo siento, me he quedado sin batería y el coche no me arranca… ¿Alguno podría dejarme el teléfono, por favor?

 

No le pasó inadvertida la mirada que le dedicó uno de ellos, por suerte, o tal vez por desgracia, siempre había tenido eso a su favor. No era una chica explosiva, pero sí solía llamar la atención de los hombres, a pesar de no proponérselo. Puede que fuese por sus profundos ojos castaños, por sus largas pestañas, o por esa aura casi infantil que acompañaba y harmonizaba su rostro siempre sin maquillar. Uno de los chicos sacó su smartphone de uno de los bolsillos y ella se lo arrebató con velocidad de entre las manos, alejándose un par de pasos después.

Realizó tres rápidas llamadas, no podía demorarse demasiado, no hizo preguntas y evitó que los propietarios se las hicieran, simplemente consiguió las direcciones que apuntó en una libreta y después devolvió a ese chico su teléfono, dándole sus más sinceras gracias y declinando con amabilidad, su invitación para salir a tomar algo.

El primer piso estaba bastante cerca del campus, cosa que le parecía una ventaja y un inconveniente al mismo tiempo. Lo ocupaban dos chicas encantadoras, pero ya había tenido bastante mala experiencia con arrendatarias de su mismo sexo, además solían ser por lo general, menos receptivas a realizar favores o actos de buena voluntad. El segundo piso estaba en un barrio de las afueras, uno de esos a los que llamaban emergentes, con ese regusto a mezcla de sabores y olores. El apartamento, estaba en un primer piso de un edificio de tan solo dos plantas, que antaño debió haber sido una fábrica o puede que un almacén. Comprobó de nuevo la dirección, antes de tocar al timbre de esa gran puerta de metal a la que le hacía falta una mano de pintura.

 

—¿Sí? ¿Quieres algo?

 

Lo primero que llamó la atención de Lena cuando ese joven abrió la puerta, fue sin duda, su voz. Pero esa pasó a un modesto segundo plano cuando su mirada se posó en ella, tenía los ojos de un tono marrón verdoso hipnotizador. Se tuvo que obligar a parpadear, para parecer una persona normal.

 

—Esto… sí, hola… Soy Lena, he llamado hace unas horas por el alquiler de la habitación.

—Oh… bueno —el chico pareció dudar un instante—, debe haber habido un mal entendido, estábamos buscando a un chico.

—Vaya —se lamentó ella— y si no es mucha indiscreción puedo preguntar ¿por qué?

—Puesss… bueno, a ver, ¿quieres pasar? —dijo él haciéndose a un lado para flanquearle el paso—. Por cierto, yo soy John.

—Un placer John.

—No te ofendas, pero somos tres chicos, y la verdad es que no nos habíamos planteado la posibilidad de meter a una chica en casa.

—Pues somos bastante más limpias.

—Pero tardáis una eternidad en el baño.

 

Lena se sorprendió al escuchar esa segunda voz que procedía de su espalda, y que a diferencia de la de John, no era nada dulce, y el tono le había parecido amigable, a decir verdad, con una sola frase, ese chico había conseguido incomodarla.

 

—Él es Heit —le indicó John—. Ella es... Lena, ¿no? —esperó confirmación— Lena ha venido a ver el piso —informó al recién llegado.

—Por mí no hay problema, enséñaselo —y dicho eso desapareció por la puerta del final del pasillo, que Lena supuso era uno de los dormitorios.

—No se lo tengas en cuenta, está cabreado por tener que compartir habitación. ¿No tendrías inconveniente en vivir con tres tíos?

—A no ser que seáis unos psicópatas… —John sonrió y negó con la cabeza— Entonces no le veo problema.

—Pues ven, te enseñaré esto. No es muy grande pero la zona es inmejorable.

 

El piso le pareció perfecto. Como había supuesto se trataba de una vieja nave industrial reconvertida en cuatro apartamentos. Ese en concreto tenía una gran zona de salón comedor, con una barra que separaba la cocina, práctica y funcional. Todo con ladrillo visto y vigas metálicas cruzando de lado a lado. En un amplio distribuidor, que los chicos tenían decorado con numerosas estanterías llenas de películas y libros, desembocaban el resto de estancias. Tres habitaciones y un baño de buen tamaño.

 

—Esta sería la habitación —informó el chico abriendo la puerta—, antes era la de Heit, pero cuando decidimos meter a alguien más hicimos un sorteo y bueno… de ahí que mis compañeros no anden de muy buen humor últimamente.

—Lo entiendo.

—Es más fácil alquilar una habitación individual que una compartida.

—Imagino.

 

Lena observó esa habitación, era fantástica, pero tenía que ser realista, y una cosa era convencer a alguien que le cediera una habitación por un pequeño, pero indeterminado período de tiempo a cambio de nada, y otra muy diferente era convencer a tres, eso parecía una tarea hercúlea.

 

—¿Te gusta?

—Me encanta —reconoció.

—¿Quieres un café? —ella asintió y lo siguió hacia la cocina— ¡Heit! —gritó John por encima de su hombro— Voy a hacer café y a hablar con Lena.

 

Pocos segundos después apareció el otro chico por el hueco de la puerta, se acercó a la nevera de dónde sacó una botella de leche que dejó en la barra en la que tenían dispuestos unos taburetes. Lena se fijó un poco más en él, sus ojos eran azules y su pelo castaño claro casi rubio caía desordenado por su rostro. A pesar de ser sábado por la tarde y estar en casa, vestía con un pantalón de traje y una camisa de un tono gris que hacía resaltar mucho más el color de sus ojos. Sin duda era muy atractivo. Lena no pudo evitar quedarse embelesada observándole. Parecía un modelo de pasarela, y desprendía un sex appeal arrollador.

 

—Son tres cientos al mes y ahí entran todos los gastos, menos la comida— dijo Heit clavando su mirada en ella.

—¿Tres cientos? —repitió.

—¿Te parece mucho? —John tomó asiento a su lado y le acercó la taza de café.

—No, supongo que me parece razonable.

—Solemos hacer un bote común y compramos la comida de ahí, por no tener que estar separando latas y botellas… Para nosotros es más fácil así, pero bueno, eso cómo tu quisieras hacerlo.

—Genial.

—¿De qué trabajas? —quiso saber Heit.

—Bueno ahora mismo no tengo empleo fijo.

—¿Estudias?

 

Lena sabía que ese momento tenía que llegar, era normal que los chicos quisieran saber algo más de ella. Demoró su respuesta ahogándola en un sorbo de café, y el sabor amargo le recordó que ese líquido era lo único que había ingerido en todo el día. Estaba perdida, en cuanto dijera que no tenía empleo ni dinero la echarían de ahí, y era totalmente lógico. Si su amiga no había tenido compasión, ¿por qué deberían tenerla ellos? Estaba irremediablemente perdida y abocada a vivir de nuevo en la calle.

Alzó la mirada, ambos chicos la observaban aguardando la respuesta. Tomó aire.

 

—Estudiaba magisterio, pero tuve que dejar la carrera —resopló y dejó la taza sobre la mesa—. Chicos, no os voy a mentir, ahora mismo no tengo cómo pagar la habitación.

 

Ambos chicos se miraron.

 

—¡Ja! Lo sabía, tengo un sexto sentido para esas cosas —soltó Heit—. Entonces ¿para qué cojones nos haces perder el tiempo?

—Bueno, no tengo cómo pagar ahora, pero…

—Lo siento mucho Lena —lamentó John.

—Estoy buscando trabajo, es solo cuestión de semanas, de verdad —suplicó.

—¿Y mientras tanto?

 

¿Mientras tanto? Lena no se lo había planteado, o sí, muy en el fondo sí se había hecho un par de consideraciones sobre ese tema.

 

—Puedo encargarme de la casa —ofreció algo dubitativa pero esperanzada— limpiar, hacer la compra, cocinar… Por favor, es solo cuestión de tiempo.

—Buscamos alguien que pague un alquiler, no una chacha.

 

El sonido de la puerta de entrada sorprendió a los tres, sobre todo a Lena, pues su mente se había quedado bloqueada en esa tajante negativa que le habían dado ambos chicos, y el tercero de ellos llegaba en ese preciso momento, acompañando su saludo inicial con un sonoro portazo.

 

—¿Qué pasa cabrones? —soltó nada más entrar a la cocina— ¡Hostia! Perdón, no sabía que teníamos visita.

—Ella es Lena, ha venido por la habitación, pero no hemos llegado a un acuerdo —explicó John— Él es Max, el tercero en discordia.

—Pues que lástima, molaría vivir con una tía.

—Bueno —Lena tomó el último trago de café— supongo que debería irme.

—¿No te gusta la idea de vivir con tres sementales? —bromeó el recién llegado.

—El problema —expuso Heit bajando de la encimera donde se había sentado— es que aquí nuestra amiga Lena no tiene ni dinero, ni trabajo. No tiene nada que ofrecer.

—¡Ja, ja, ja! —soltó Max en una estruendosa risotada, nunca se había caracterizado por su suavidad, pero sí por su sinceridad y buen humor— Para mí una pava como tú, tiene mucho que ofrecer y dos poderosas razones con las que convencerme —soltó en una carcajada al tiempo que llevaba ambas manos a la altura de su pecho para hacer un gesto obsceno.

—Bueno, les he ofrecido a tus compañeros encargarme de las tareas de la casa hasta que pueda pagar el alquiler.

—Yo para me laven la ropa tengo a mi madre, pero por una mamada me plantearía dejar que te quedaras —soltó con total naturalidad, como si dijese algo de lo más normal.

—¡Qué cabrón! —rio con ganas Heit— Quiero cambiar mi respuesta, por una mamada, yo también me lo plantearía.

—Estáis locos —sonrió John—. No les hagas ni caso —se disculpó quitando importancia a los comentarios de sus compañeros.

—¡Hostias! Yo te conozco —exclamó entonces Max mirándola fijamente—, ¡claro que te conozco! Hace tres semanas en el baño del Tropical, un polvazo increíble.

—¿Qué? —chilló ella— ¡No!

—¡Ooohhh sííí! Llevabas un pedal impresionante.

—Me confundes con otra.

—Y una mierda, jamás olvido un buen polvo.

—Esto no puede ser —susurró Lena llevando ambas manos a su cara y cubriéndose con ellas, la vergüenza que sentía.

—Ahora sí que sí, voto por que se quede, siempre y cuando me deje repetir de vez en cuando —soltó llevando la mano a la entrepierna.

—Lo siento —Lena se puso de pie con tal rapidez, que parecía que la había alcanzado un rayo— tengo que irme.

 

Tropezó con el taburete y casi se fue de bruces al suelo, todo su cuerpo temblaba y en su mente no paraba de repetirse, como si de un bucle se tratara, ¿por qué me tienen que pasar estas cosas a mí?

 

—¡No! No te marches, venga, negociemos… —dijo Max deteniendo su torpe huida al interponerse entre ella y la puerta— Venga nena, ¡piénsatelo! —y dicho esto, llevó una de sus manos directamente a sus nalgas que manoseó sin ningún tipo de reparo—. ¿No quieres repetir?

 

El gesto de Max la cogió totalmente por sorpresa, y a pesar de que no era la primera vez que un hombre se creía con el derecho de poder toquetearla, esta vez el gesto la molestó de sobremanera. Su mano, en un acto reflejo y casi involuntario se alzó, y con toda la rabia que había acumulado las últimas horas, se estampó contra la mejilla de ese chico, con tal rapidez que cortó el aire y el sonido al golpearle, resonó en toda la cocina. Se hizo el silencio, y solo se rompió segundos después cuando John y Heit estallaron en una carcajada que inundó todo el apartamento.

 

—Vaya leche te ha dado —se burló Heit.

 

Max se hizo a un lado totalmente herido, no en el rostro, sino en el ego, esa chica no solo le había golpeado, sino que lo había hecho delante de sus dos mejores amigos, sería la burla durante años. Observó como Lena salía de manera apresurada hacia la puerta de entrada, o en ese caso, de salida.

 

—Eres una perrita muy desobediente —gritó Heit para que ella pudiera escucharle— si te quedas aquí, tendremos que enseñarte buenos modales.

 

Lena cogió la chaqueta y la bufanda del perchero, no podía creer que alguien pudiera tener tal desfachatez, menos aún, que ella hubiese sacado el genio suficiente como para abofetearle, en ese sentido, se sentía orgullosa de sí misma. Cargó la bolsa de deporte sobre uno de sus hombros y se dispuso a abandonar ese apartamento, cuando una mano la agarró por el antebrazo. Gruñó y se giró airada pensando que era uno de esos dos imbéciles, pero en vez de ellos se encontró con el sereno rostro de John. Si su voz era dulce y su tono calmado, sus ojos eran un remanso de paz. Y a pesar de que su primer impulso había sido soltar ese agarre, golpearlo o insultarle también, no reaccionó.

 

—Espera —susurró él y esa simple palabra flotó en el aire hasta llegar a ella— ¿tienes dónde ir?

 

¿Dónde ir? No, no lo tenía, pero no pensaba quedarse allí ni un segundo más de lo necesario. John inquirió con la mirada y Lena sintió como un escalofrío la recorrió por entero. Quiso replicar, o puede que soltarle alguna bordería que dejara claro lo imbéciles que eran todos los hombres sobre la faz de la tierra, pero cuando fue a hacerlo, las palabras se le atravesaron y se negaron a salir.

 

—¿Qué? Sí, claro… ¿Qué te has creído? —pero supo de inmediato que su tono había carecido de convicción, y la mirada de él se lo confirmó.

—Puedes quedarte aquí, al menos esta noche, es tarde y hace frío.

—¿Quedarme aquí? Gracias por el ofrecimiento John, pero no.

—¿Por ellos? —sonrió—. No te preocupes, ladran mucho pero no muerden. Son buenos tíos, en serio —añadió viendo la cara de incredulidad de ella—. Venga Lena, no puedo dejarte marchar.

—Prefiero dormir en la calle —dijo muy seria.

—No puedes hablar en serio, no lo permitiría.

—Ya, pero…

—Mira —tiró de su bolsa hasta arrancársela de las manos y cargarla él—, date una ducha, cena algo y descansa, mañana es domingo, tienes todo el día para pensar en qué hacer ¿vale? Bueno, no sé por qué pregunto, no acepto un no por respuesta.

—No creo que a ellos les haga mucha gracia.

—De ellos me encargo yo. Ven…

—¿Tan evidente es que no tengo dónde ir?

—Has venido hasta aquí, aun sabiendo que no puedes alquilar la habitación, o eres una aprovechada, o estás en una situación desesperada, y a mí me pareces una buena tía.

 

Dejó a Lena en la habitación y sacó del mueble del baño un par de toallas limpias, en la cocina se escuchaban los berridos de Heit y Max. John la miró un segundo más, era una chica guapa, pero parecía muy joven, estuvo tentado de preguntarle la edad, pero supuso que, si había estado en la universidad, era mayor de lo que en apariencia aparentaba.

Cuando entró en la cocina los encontró a los dos sentados en la barra que separaba esta del comedor, riendo mientras compartían una lata de cerveza. Ambos lo miraron de manera inquisitiva. Se conocían desde hacía muchos años, con Heit desde el colegio y con Max unos años después, y aunque habían pasado temporadas separados, siempre les había unido una gran amistad, a pesar de ser tan diferentes entre ellos.

 

—Eres un buenazo —se burló Max.

—No podía dejar que se marchara, está claro que no tiene donde ir.

—Pero eso no es nuestro problema John —ahora había sido Heit el que había hablado— yo no quiero una chacha. Decidimos alquilar la habitación para sacarle algo de dinero y poder ir más desahogados.

—Lo sé, pero…

—Que sí, que vale, que no podías dejar que durmiera en la calle, lo entiendo, pero mañana se larga.

—A no ser que lleguemos a un acuerdo —rio Max.

—Sois un par de cerdos —les reprendió John, pero no pudo evitar que se le escapara una pícara sonrisa— aunque reconozco que la idea tiene mucho morbo… pero ¡no! Me lleváis por mal camino.

—Por mal camino te llevas tu solito, no nos eches la culpa a nosotros.

—Está buena eehhhh —susurró Max y no pudo evitar cierto deje de orgullo— Si ya os dije que me había follado un pibonazo, panda de descreídos. Pues que sepáis que tiene un tatuaje bastante sugerente bajo la teta derecha…

—¿En serio? —se interesó Heit—. Joooooooder, yo quiero ver eso —Heit se levantó del taburete y salió apresuradamente hacia el baño donde el sonido del agua había empezado a sonar.

—¡Qué cabrón! —Max le siguió a empellones por el pasillo.

—Preguntadle de qué quiere la pizza —les gritó John.

 

El agua caliente la reconfortó y arrastró en parte, el cansancio que sentía, que era mucho, más emocional que físico. Y cuando todo que ese agotamiento hubo desaparecido, le cedió el paso a la sensación de hambre, estaba hambrienta y sus tripas se encargaron de recordárselo. No había comido nada desde la cena anterior con Marc, el gilipollas prometido. Salió de la ducha y se enrolló una de las toallas en el cuerpo y pasó la otra por el pelo. Desde fuera alguien golpeó la puerta, para ser fieles a la verdad, más bien parecía que alguno de ellos había chocado bruscamente contra ella.

 

—¡Oye! —gritaron desde fuera, y por el tono despectivo de la voz supo que era Heit— Aquí hay unas normas, la puerta del baño siempre abierta.

 

Lena abrió mucho los ojos y a punto estuvo de soltar una grosería, pero tuvo la cabeza suficiente de reprimir ese primer impulso, no podía tentar a la suerte, al menos esa noche tenía un techo bajo el que dormir.

 

—¡Eh! —reconoció entonces la grave voz de Max— Que te estamos hablando a ti princesa, tienes que dejar la puerta abierta, una norma es una norma.

 

Lena convirtió sus manos en puños sintiendo cómo la rabia y las ganas de soltarles una bordería, se la comían por dentro.

 

—Ahora ya lo sé para la próxima —se obligó a decir con tono de voz calmado.

—No habrá próxima —le escupió Heit.

 

Lena dejó caer la toalla al suelo y con la piel aún húmeda, empezó a vestirse con prisa mientras los chicos desde el otro lado seguían insistiendo en que abriera la puerta y les dejara pasar.

 

—John quiere saber de que quieres la pizza —dijo Max de pronto.

—¿La pizza? —se detuvo ella a medio ponerse el pantalón, totalmente descolocada del cambio de conversación tan radical.

—Ya sabes, eso redondo que comen las tortugas ninja.

—Sé que es una pizza, gracias —respondió molesta aún desde dentro del baño.

—Abre la puerta y así podremos hablar mejor—sugirió Max.

—Me da igual, me gustan todas.

—Eso es bueno, que te guste todo y no le hagas ascos a nada —soltó entre carcajadas Heit.

 

Lena terminó de enfundarse el jersey y sin más abrió la puerta, ambos chicos se tambalearon al hacerlo y Max a punto estuvo de caer al suelo por el traspiés.

 

—Eres un… —empezó Lena, pero su frase se vio interrumpida cuando Heit alzó su dedo para señalarla. No era ese gesto el que había hecho morir sus palabras antes si quiera de pronunciarlas, sino su mirada, tan fría que la intimidaba.

—Cuidado mona… —amenazó.

 

Heit la observó unos instantes más, antes de desaparecer en dirección al final del pasillo, hacia la habitación que, por culpa de un sorteo, ahora tenía que compartir con Max. Odiaba haber perdido su intimidad. Si al menos la compartiera con John… Él era más silencioso, Max era un buen amigo, pero no se caracterizaba por su delicadeza en nada, ya fuera hablando como poniéndose un calcetín. Cerró la puerta tras de sí y se tumbó en la cama mirando al techo. Les había costado mucho decidir alquilar uno de los dormitorios, ellos se conocían de hacía mucho tiempo, eran como la noche y el día pero a pesar de todo, habían logrado encajar bien. Meter a un cuarto en discordia no les hacía gracia a ninguno, lo habían decidido para poder ir más desahogados a final de mes, pero si encima este cuarto era una tía… Eso solo podía terminar en tragedia. La puerta se abrió para cerrarse instantes después, y el sonoro bostezo de Max rompió la tranquilidad. Este se dejó caer pesadamente sobre el colchón y gruñó una maldición, cuando se clavó algo en la espalda.

 

—¿Has probado en recoger alguna vez? —le amonestó Heit— Eres un cerdo.

—Recoger… ¿Es eso de colocar las cosas en su sitio? No, creo que no. Al final resultará que sí necesitamos una chacha.

—Habla por ti —se molestó él.

—¿Te imaginas que dijera que sí?

—Sí a ¿qué?

 —A lo de quedarse y… ya sabes.

 

Heit no pudo más que soltar una carcajada ante el gesto de su amigo, pues quería ser discreto en sus palabras, pero estaba claro que no lo había pretendido en la elección de movimientos para darse a entender.

 

—Polvo mañanero, pues anda que no llegaría yo cada día relajado al curro —rio Heit y se giró hacia su compañero.

—Brutal —reconoció Max levantándose de la cama por incomodidad— Es guapa.

—Nada del otro mundo.

—¿En serio? —no pudo evitar alzar una ceja, era imposible que Heit no viera que esa chica era un auténtico bombón.

—No es mi tipo.

—Cierto, a ti te van más, las que no tienen cerebro ni carácter y se dejan hacer de todo.

—Ahí le has dado —sonrió con maldad Heit—. Lena parece que tiene mucho pronto, pero oye, todo se puede moldear.

—Hablas como un villano de película —soltó confundido, a veces no sabía si su amigo hablaba de verdad o simplemente bromeaba—. ¿Vienes?

 

Heit negó con la cabeza y Max salió de nuevo para ir al salón, al menos en el sofá no había objetos punzantes que se clavaran en su cuerpo. Se paró frente a la habitación vacía y se sintió tentado de entrar y hablar con la chica, pero pensó que era mejor dejar eso para John, era el más conciliador de los tres. Justo al pasar frente a la puerta de entrada, escuchó el sonido de pisadas y segundos después llamaron al timbre.

 

—¡La pizza! —gritó abriendo la puerta muerto de hambre.

 

Empezaron todos a cenar en un incómodo silencio, Max de vez en cuando miraba de reojo a Lena, la recordaba más alta, y menos delgada, pero si ella llevaba unas cuantas copas de más, él no se había quedado corto esa noche. Cogió un trozo de pizza y mordió, le jodía comer en silencio, era algo que odiaba desde siempre, escuchar a los otros masticar.

 

—Entonces… —dijo sin terminar de tragar— No tienes dónde ir.

 

Lo dijo sin más, no era una pregunta, ni era una duda que quisiera resolver, una simple afirmación hecha con total espontaneidad para romper el silencio incómodo, con una conversación aún más embarazosa. La verdad es que debía ser muy triste despertar un día y no tener a nadie a tú alrededor. Él siempre había contado con sus padres, y Heit y John que eran como sus hermanos. Lena se sintió algo incómoda, su situación ahora conocida por los tres, la hacía débil a la hora de negociar. Y si bien esa vulnerabilidad podía valerle con John, dudaba que jugara en su favor con los otros dos chicos.

 

—Digamos que estoy pasando por una situación complicada —dijo de la manera más neutral posible, intentando dejarse algún as en la manga.

—¿Y tus padres?

—Max —le reprendió John.

—Prefiero no hablar de ellos —bufó la chica cortando así el conato de conversación.

—Pues es una putada —siguió el joven haciendo caso omiso de la mirada de disconformidad de John—, una tía sola, sin un lugar dónde vivir… La calle es dura.

—¿Has vivido en la calle? —inquirió Lena clavándole una mirada, que debió ser tan fría que el chico se estremeció— imaginaba… —soltó con desdén.

—Incluso así, no hace falta ser muy listo para suponer que es mejor vivir en un piso, que en un cajero —Heit lo dijo sin más, sin tan siquiera alzar la mirada de su plato dónde había dejado los bordes de su segundo trozo de pizza.

 

Tenía razón claro estaba, cualquier cosa era mejor que la calle, incluso era mejor que volver a casa de su madre, con la que no había vuelto a hablar, bien podía ser que ya no viviera ni en el mismo sitio o que estuviese muerta, nunca se lo había planteado. Conocía la calle y conocía los recursos que el Estado, ponía a disposición de gente como ella, y con ese conocimiento podía afirmar que, cualquier cosa era mejor.

 

—¿Hablábais en serio? —por fin, había reunido el valor suficiente para preguntarlo— ¿De verdad dejaríais que me quedara a cambio de…?

—Sexo —la ayudó Heit viendo que ella rehuía decir la palabra—. Sí —afirmó simplemente Heit.

—¡Por supuesto! —remarcó un divertido Max.

—Estoy alucinando —susurró sacudiendo la cabeza totalmente desconcertada— ¿Tú también?

 

Lena miró entonces a John, que seguía con la mirada fija en su plato, dejó la comida y tomó su lata de refresco, de donde dio un largo trago. Sabía que todos aguardaban su respuesta, pero él no tenía claro cuál debía ser. Le parecía una absoluta locura y sabía que sus compañeros hablaban en broma, ¿o no…? Con ellos nunca se sabía, pero lo que más le incomodó, fue que la chica se lo estuviera planteando, porque eso era lo que parecía hacer, planteárselo. Realmente su situación tenía que ser muy desesperada, para barajar esa posibilidad. Resopló y dejó el refresco frente a él. No la conocía de nada, eran perfectos desconocidos, podían ser unos psicópatas, como ella había apuntado esa misma tarde, incluso así…

 

—Yo nunca haría nada, que alguien no quisiera…

—Eso no es lo que te ha preguntado John —le increpó Heit.

—Lo sé.

—La cuestión es esta… —Heit se hizo con la situación— Tú necesitas un sitio donde vivir y nosotros digamos que… nos ha atraído la idea, de tener alguien a quien usar.

—Usar —repitió Lena en un susurro casi atemorizada de lo que eso podía significar, para alguien a priori tan frío como él.

—Un polvo lo podemos echar cuando queramos —puntualizó—, al menos por mi parte, busco algo más que simple sexo ¿o no? —miró a Max que casi se atragantó.

—Un rollo a lo 50 sombras de Grey —respondió este.

—Eso es una mariconada —se carcajeó Heit— pero bueno, sí, para que me entiendas, un rollo así.

—Vosotros mandáis y yo simplemente obedezco, ¿es eso? ¿Te das cuenta de que es una locura? Por no decir totalmente denigrante.

—Bueno, ahí ya entra el valor que le des tú, a tener un sitio donde dormir y comida que comer…

—Por cuanto estoy dispuesta a vender mi alma al diablo —susurró.

—Más bien tu cuerpo, a mí tu alma me importa más bien poco.

—Convertirme en vuestra puta, a cambio de una habitación. Gracias, pero no.

—¡Oh venga!  —gruñó Max— follaste conmigo por nada, follar por conseguir algo parece hasta más lógico ¿no?

—Eso es prostitución.

—O un acuerdo entre amigos que se lo quieren pasar bien.

—Nosotros no somos amigos.

—Podemos llegar a serlo —Heit decoró esa afirmación con una sonrisa más fría que el hielo, se notaba a la legua que no estaba muy acostumbrado a sonreír.

—Bueno, ¿por qué no terminamos de cenar y dejamos que Lena descanse un poco? Mañana será otro día —les cortó John.

 

Heit observó cómo la chica se marchaba a su habitación, y sonrió.

 

—Eres como un parásito —le recriminó John, aunque no pudo esconder cierta admiración en el tono de esas palabras, siempre le había fascinado lo frío y distante que podía llegar a ser Heit—. Esa chica lo está pasando mal y vas a aprovecharte de eso.

—Que ella lo pase mal, no es mi problema.

—Ya, pero no está bien.

—Bien, mal… —susurró moviendo ambas manos— John, eres enternecedor, pero así no se puede ir por la vida, yo lo veo un trueque justo y como bien ha dicho Max, ha follado por nada, seguro que más veces de las que te quieras imaginar. Nosotros le ofrecemos el poder hacerlo por algo, le damos sentido a su promiscuidad.

—No, si encima vas a pretender, que te dé las gracias —rio Max sentándose al lado de sus amigos.

—Créeme que, si se queda, va a terminar haciéndolo.

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