Lena

Lena


Capítulo 2

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Capítulo 2

 

Fue una noche larga para los cuatro. Lena, a pesar de que no tardó mucho en dormirse, lo hizo envuelta en pesadillas. Heit simplemente se dejó mecer por la idea de que ella dijera que sí. Max y John tenían sentimientos encontrados, y cada uno desde su habitación, y antes de dejar que el sueño les venciera, confeccionó su propia lista de pros y contras, y con ella se dejaron abrazar por Morfeo.

Cuando John abrió los ojos esa mañana, le sorprendió notar el olor a café recién hecho que procedía de la cocina, y no pudo evitar sonreír. Se levantó arrastrando un poco los pies, el día anterior había sido, cuanto menos intenso, y se sentía algo cansado. Se enfundó en un vaquero roído y se cubrió con una camiseta de manga larga rematando el atuendo de domingo, con una sudadera que había conocido mejores días. Pasó las manos por su pelo y salió de la habitación. Todo estaba en silencio, salvo el ligero sonido de la cafetera dejando salir el preciado café. Se cepilló los dientes y se mojó un poco la cara para despejarse.

Lena estaba en medio de la cocina, había dejado 4 tazas sobre la barra americana, una frente a cada taburete y en medio un plato con tostadas calientes.

 

—Café recién hecho —anunció sonriente Lena al ver a John.

—Vaya, podría acostumbrarme a esto —bromeó.

 

El chico caminó un par de pasos hacia ella que acababa de dejar la cafetera sobre un trapo, y sin pensarlo demasiado, besó la comisura de sus labios. Lo hizo como si fuese lo más normal, después le dedicó una tierna sonrisa y se separó para sentarse y servirse algo de café. El corazón de Lena latía a mil por hora. No era una exageración, literalmente su corazón bombeaba a un ritmo frenético y desacompasado. ¿La había besado? Le observó servirse el café y cómo lo aderezaba, con un poco de leche para después morder una de las tostadas. Cuando se dio cuenta, estaba parada en medio de la cocina, totalmente estática como una figura de cera, y observaba a ese hombre con total devoción. ¿Realmente él la había besado? Se ahogó con ese simple pensamiento y se regodeó en la calidez que había dejado en su corazón, ese gesto a simple vista tan simple.

 

—¡Café! —chilló Max cuando irrumpió como un tráiler sin frenos— joooooder ¡y tostadas! ¡Dime que sabes hacer galletas! —Lena no atinó en responder, solo movió un poco la cabeza en señal de afirmación— de puta madre. ¡Tú te quedas! —y se sentó sin añadir nada más.

—¿Te pongo un poco? —le ofreció John clavando su mirada en ella y alzando un de las tazas.

—Sssssí…

 

Se sentó al lado de este y empezó a dar pequeños sorbos al café, mientras observaba como los dos chicos hablaban animadamente sobre algo de un 4x4. Cuando estaban a punto de terminar entró Heit, al igual que el día anterior, iba impolutamente vestido y peinado. Miró a su alrededor y se dirigió al frigorífico de dónde sacó una botella de agua.

 

—He preparado café —susurró algo temerosa.

—¡Felicidades! Sabes usar una cafetera.

—No seas borde —le reprendió John.

—Cierto, no debo ser borde —la miró y forzó una sonrisa— ¿Has decidido ya qué vas a hacer? No es que tenga prisa en echarte, pero…

—Joder Heit —se quejó John de nuevo.

—Hostia, a ver si ahora no voy a poder decir nada en mi propia casa —gruñó— además, en eso quedamos ¿no? Una noche para que se decidiera.

—Bueno… le he dado muchas vueltas —empezó Lena—, no sé ni por qué, debería decir que no, en realidad debería mandaros a la mierda a todos y largarme de aquí.

—Pero te atrae la idea —tanteó Heit— no puedes evitarlo. Tiene su morbo.

—Fijo que te pone cachonda imaginártelo… —soltó Max que recibió de inmediato un manotazo de John, para que no añadiera nada más.

—Lena, tómate tu tiempo para decidir, no te sientas obligada a hacer nada ni aceptar nada que no quieres —le recordó John.

—Bueno no tiene muchas más opciones —se mofó Heit, que hasta el momento, había mostrado empatía cero con ella.

 

Lena se sintió humillada, pero en el fondo tenía razón, hasta la había tenido Max con su burda apreciación la noche anterior, había hecho muchas locuras a lo largo de su corta vida, sobre todo cuando el alcohol había entrado en la ecuación. Al menos ahora, era consciente de las opciones de las que disponía, y eligiera lo que eligiera las consecuencias solo serían imputables a ella. Recogió las tazas ante la atenta mirada de los tres y después salió para encerrarse en la habitación. Estaba confundida y no sabía qué hacer.

En la cocina los tres chicos se miraron sin saber muy bien qué decir, la «broma» se les había escapado de las manos, si es que en algún momento había sido simplemente eso. Heit dejó lo que quedaba de agua en la nevera y se sentó frente a sus compañeros.

 

—Si no paga, folla —soltó sin más.

—¿Piensas lo mismo? —inquirió John mirando a Max.

—Sí, creo. Sí ¿no? De gratis no va a quedarse, eso está claro. Además, y sin querer ofenderla, una tía normal ante la mínima insinuación de lo que le hemos propuesto, ya se habría largado.

—Eso es verdad —reflexionó John.

—En el fondo le gusta la idea —Heit estaba convencido de que a Lena, le atraía su propuesta.

—O puede que realmente no tenga muchas más opciones —rompió una flecha en su favor John.

—Convéncela —le instó Heit.

—¿Yo? —John se sorprendió ante tal petición.

—Eres el más «sensible» de los tres, este es un bestia —dijo Heit señalando a Max, que asintió orgulloso ante la definición de su amigo— y a mi esa tía me importa una mierda en cambio a ti, parece preocuparte y ella lo sabe. Dile que pondremos normas y ella marca los límites.

—¡Sí! ¡Eso! Lo de la palabra de control y esas chorradas… y que en cuanto quiera se puede largar… o pagar el alquiler.

 

John los miró a ambos, parecían querer llegar hasta el final con esa locura, porque no dejaba de ser eso, una idea de lo más demente. Pero realmente había sido ella la que había ido hasta allí, sin tener dinero ni trabajo, era a la que no le había importado ver el piso, sabiendo que eran tres tíos y realmente, a pesar de lo ofendida que había parecido cuando Max la había tocado, no se había marchado. Estaba hecho un lío.

 

—Pero esto es una locura —verbalizó— es que parece el inicio de una peli porno.

—Pero de las buenas —bromeó Max— de las que tienen hasta diálogos.

—Haremos un contrato —continuó Heit— que quede todo claro entre todos… Un pacto entre amigos que se lo quieren pasar bien, con un poco de sexo de vez en cuando.

—¿Y cuándo encuentre trabajo? —preguntó Lena sorprendiéndoles a los tres desde la puerta.

 

Por unos segundos todos se miraron, el silencio les envolvió, como una manta en invierno, un mutismo pastoso e incómodo.

 

—Pues si tú quieres todo terminará —reaccionó con rapidez Heit, al que nunca le había gustado que le cogieran por sorpresa.

—Puede que entonces no quieras dejarlo —se mofó Max—, después de ser nuestra perrita no podrás parar, pedirás siempre más y más… Te va a gustar.

—Eres un puto engreído de mierda —espetó la chica—. No follarás tan bien, cuando no recuerdo el polvo y mucho menos a ti —replicó, pues no pudo ni quiso disimular su enfado y en cierto modo, su desconcierto. ¿Qué hacía aún ahí? ¿Por qué no se había marchado ya?

—Puede que folles con demasiados, como para poder llevar el control de todo lo que pasa entre tus piernas —atacó un Max visiblemente molesto.

—O puede que seas decepcionante.

—No te preocupes, la próxima vez haré que te acuerdes de mí, gritarás mí nombre.

—Eres un… —pero se obligó a callar.

 

John y Heit habían seguido la conversación entre divertidos y expectantes, Max siempre era así y más de una vez se había metido en problemas por ser demasiado bocazas. Lena le aguantó la mirada sin parpadear. Max tenía los ojos de un negro muy profundo, sus facciones eran mucho más cuadradas y marcadas que las de sus dos compañeros, llevaba el pelo algo largo, lo tenía muy oscuro, y se rizaba al final. Se notaba que parte de su día lo dedicaba al gimnasio, pues bajo el fino jersey que llevaba, se adivinaba un cuerpo bien definido, mucho más voluminoso que el de los otros dos.

 

—¿Un qué…? —la retó con los dientes apretados.

—Firmaremos un contrato como ha propuesto Heit —interrumpió entonces John enarcando una ceja— algo entre nosotros, algún tipo de acuerdo en donde todo esté claro. Un juego.

—Me lo tengo que pensar.

—Claro, tómate tu tiempo.

—No demasiado, si llega alguien que pague… —amenazó Heit— y esta zona está de lo más demandada.

—¿Y eso de los límites? —preguntó ella.

—Tú los pones, pero que sean unos límites reales —Heit alzó la mano para que John no le interrumpiera como iba a hacer—. No, no me vale que me diga nada de azotes, o nada de mamadas… tienen que ser cosas que no podrías soportar jamás, bajo ningún concepto. Todo el mundo soporta un bofetón o un pequeño correctivo.

—¿Correctivo? Tú has visto mucho porno japonés de ese —se carcajeó Max.

 

Lena se levantó y se acercó a la ventana del salón, ya era casi medio día y fuera se adivinaba la típica mañana invernal, soleada pero frío. Por un segundo pensó en su madre, aunque no sabía el porqué de ese pensamiento, pues procuraba no pensar nunca en esa mujer. Pensó en las dos únicas relaciones más o menos estables que había tenido, poco duraderas, nada placenteras, y ambas terminaron francamente mal. Y sin saber muy bien el porqué, pensó en Marc, el chico de la pasada noche. Ese que se la folló durante horas, el día antes de hacer la prueba del menú para su boda. Y llegó a la conclusión que el amor era una mierda, no existía y tener la insana esperanza de que algún día llegaría su príncipe azul y la rescataría, era casi peor que firmar un contrato de sumisión con esos tres hombres. Al menos ellos eran reales y tenían algo que ofrecerle.  

No sería por una larga temporada, pensó. Había inundado la ciudad con sus currículos, por lo que no sería difícil encontrar trabajo pronto y poder pagarse la habitación. Y después estaba John. Un escalofrío la recorrió ante ese pensamiento pero no podía evitarlo, aparentaba ser tan tierno, que estremecía. Max era un gigantón gilipollas, pero al que creía que podría dominar, parecía de los que perdían la fuerza por la boca. Sin embargo, Heit… no había mostrado el más mínimo atisbo de simpatía ni de empatía, absolutamente nada. Todo lo contrario, parecía que la aborreciera sin tan siquiera haberla conocido, le daba muy malas vibraciones.

 

—¿Estás bien? —John apareció justo a su lado y le dedicó una sonrisa, entendía que Lena pudiera sentirse algo aturdida en esos momentos.

—Bueno, pensaba.

—Si decides quedarte, mañana puedo acompañarte a buscar tus cosas… No creo que todo lo que tengas, esté en esa bolsa de deporte.

—Tampoco es que tenga mucho más, pero eso sería genial, si decido quedarme.

—Claro, si decides hacerlo.

—¿No trabajas?

—Soy estudiante de último año de medicina —dijo con cierto deje de orgullo.

—¡Vaya!

—Max curra en una tienda de informática y Heit… bueno la verdad es que no tengo ni puta idea de qué hace él. Trabaja en una empresa bastante importante pero nunca habla de su trabajo.

—Yo quería ser profesora.

—Bueno, nunca es tarde —volvió a sonreírle—. Deberías pensar, si es que vas a quedarte —volvió a añadir—, en lo que ha dicho Heit, tus límites, eso que jamás consentirías.

—No te creas, llevo un rato dándole vueltas. No es fácil.

—Supongo que no lo es —John se giró cuando Max llamó su atención desde la cocina—. Vamos a preparar algo para comer ¿vale?

 

Comieron hablando de temas banales, sin importancia, el trabajo, estudios, amigos. Lena observó a esos tres hombres, tan diferentes entre sí y se preguntó cómo habían llegado a ser amigos, a compartir piso, puede que algún día se lo preguntara, y con esa idea se dio cuenta que, sin quererlo, ya había tomado una decisión. Se intentó convencer a sí misma que lo hacía porque necesitaba un sitio donde vivir, pero en el fondo, muy muy muy en el fondo, temía que por algún extraño motivo, su propuesta realmente le llamara la atención. La verdad era que se excitaba un poco, cuando pensaba en cómo podía terminar todo eso, y a pesar de que no tenía ningún tipo de experiencia sexual que pudiera considerase cercana al sado o la dominación, sí había fantaseado a veces con eso. Solo le faltaba saber cuál podría ser su límite. Le preocupaba el tema de los azotes, o del dolor físico, aunque supuso que, hasta cierto punto, lo podría soportar. No quería quemar naves innecesarias, pues sabía que seguramente la retorcida mente de Heit podría llegar más allá, y unos simples azotes podían ser el mejor de los casos.

 

—Lena… eh, ¡Lena! —le gritó Max parado frente a la nevera— Que si quieres un yogur.

—Sí.

 

Se levantó de la mesa todavía meditando en todas sus opciones, quería elegir correctamente, pensarlo bien, y tomar la decisión más inteligente. Diversas «filias» recorrían su mente, y retazos de películas porno se desarrollaban como flashes que no podía evitar. Se fue en silencio hasta la habitación y se tumbó sobre el colchón, quedándose dormida y debía reconocer que algo excitada.

En ese mismo instante, en la otra habitación, Heit se sentó frente al ordenador y resopló, sonrió y dejó volar la imaginación. Empezó a teclear con celeridad y tan concentrado estaba en su tarea que no escuchó la puerta, ni los pasos de sus amigos a su espalda.

 

—Ríete tú de la crisis del papel en blanco —se mofó John—. Te veo inspirado.

—¡Buah! Te mentiría si no te dijera que he soñado con esto un montón de veces.

—Y te la has cascado otras tantas —soltó Max.

—También —reconoció— creo que ya está. Una puta obra de arte. ¿Queréis leerlo?

—Hombre, deberíamos —John se sentó y esperó a que la impresora escupiera los papeles—. Vamos a ver… —no pudo evitar soltar alguna carcajada mientras leía, otros párrafos hicieron que temiera por dónde se estaba metiendo esa pobre chica—. Jo-der —atinó a decir al final.

—¿Te parece bien?

—No será a esto a lo que te dedicas en tu empresa, ¿no?

—¿Tú crees? —interrogó Max entornando los ojos, la verdad era que llevaban tiempo intentando adivinar cuál era realmente la función de Heit en ese gran holding.

—Dejaros de gilipolleces. Bien, ¿no?

—A mí me parece perfecto.

—Si ella acepta, por mí no hay problema —dijo John dejando el documento sobre la mesa—. Solo si ella acepta —resopló.

—A ver, ¿qué?

—Me siento como si la estuviéramos coaccionando o algo así.

—Bueno ella lo ha intentado con nosotros ¿no? —Max y John lo miraron sin entender qué quería decir— ¡Oh venga!, se presenta aquí, con esa cara de no haber roto nunca un plato, sin dinero ni trabajo, intentando enternecernos con su lacrimógena historia para así poder vivir por la jeta… ¿Eso no es manipulación? Nos coaccionó a acogerla en el mismo instante que entró por la puerta, aun sabiendo que no tenía derecho a hacerlo pues está claro que quien alquila una habitación, lo hace por dinero.

—Bueno visto así…

 

La impaciencia les podía, sentados los tres en la mesa del comedor, aguardaron a que Lena saliera de su habitación. Max fumaba un cigarrillo y Heit había optado por servirse un par de dedos de Whisky, el único que parecía mantener la calma en esa situación era John. Ella se sentó en la mesa en total silencio, no sabía qué decir en esa situación, cogió los papeles que Heit le tendía y los leyó con detenimiento. A pesar de intentar templarlos, los nervios la traicionaron y las letras empezaron a bailar ante sus ojos, hasta que se dio cuenta que eran las hojas de papel, que temblaban al mismo ritmo que lo hacían sus manos.

 

—Tranquila —susurró John dejando caer la mano en su rodilla y apretando para infundirle valor.

—¿Te parece todo bien? —preguntó Heit.

—Supongo…

—¿Has decidido donde tienes los límites?

—Sí —asintió aún algo temerosa, pero el contacto de John de nuevo le hizo coger fuerzas para continuar—. Nada de… excrementos.

—Vale —respondió Heit.

—Nada de sangre, ni cortes ni…

—No somos unos sádicos —se defendió John.

—No practicaré sexo en público, ni podéis grabarme en vídeo ni hacer fotos de nada —todos asintieron, por el momento todas sus peticiones les parecieron aceptables y hasta obvias—. Oh y nada de animales.

—Vaya… pobre Rob, ya había pactado algo con el perro del vecino —se burló Max, que se había mantenido callado hasta el momento.

—Creo que eso es todo —resopló intentando así alejar, el manojo de nervios en que se había convertido.

—Lo he añadido todo —Heit volvió a acercarle el documento para que lo comprobara—. Solo queda firmar.

 

En ese salón se hizo el silencio. El primero en rubricar su nombre en el papel fue Heit, después Max, para pasárselo finalmente a John. Lena les miró a los tres que la observaban expectantes, incluso John parecía nervioso por ver si lo haría o se echaría atrás. Tomó aire de manera pausada antes de acoger el bolígrafo entre sus manos, miró y remiró el papel, donde las firmas de los chicos esperaban la suya. Dudó, ¿quién en su sano juicio no lo haría? Se preguntó, qué sería lo primero que la obligarían a hacer, y quién sería el primero en beneficiarse de ese pacto. Alzó la vista y volvió a pasearla por los rostros de los tres chicos que la observaban, se detuvo en los detalles de la mirada de cada uno de ellos, y tan solo con eso obtuvo la respuesta. Suspiró y supo, en el momento de garabatear su nombre, que su vida acababa de cambiar para siempre. Nunca sería lo mismo, con total seguridad después de eso no volvería a ser la misma.

 

—¡Guay! —exclamó Max cogiendo el documento— por el poder que me ha sido otorgado por la impresora láser que robé en la tienda y el boli de la pizzería de la esquina, yo te declaro oficialmente nuestra perra. Felicidades, ¡puedes empezar por comernos la polla! 

 

Su mundo se derrumbó en ese instante. Hacía años que se había jurado a sí misma que no volvería a llorar, pero en ese momento, dos gruesas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. ¿Miedo?, ¿nervios?, ¿la certeza de haberse equivocado? Tragó como pudo la angustia que atenazaba su garganta, y se obligó a pensar en ese tiempo pasado que tampoco fue mucho mejor.

No se dio cuenta de que John había abandonado el salón, cuando se giró en busca de la tranquilidad que le ofrecían sus ojos, simplemente no lo encontró.

 

—Joder, pues yo si llora no puedo eehh, no me empalmo —se quejó Max.

—Pues a mí me pone mucho verla llorar, por mí no pares de hacerlo nena… Sabía que eras una llorona —dijo con desdén Heit—, no vas a durar con esto ni dos días, ya lo verás.

—Tú no me conoces de nada —escupió entre sollozos.

—Conozco a las niñas como tú. No aguantarás.

—Eso ya lo veremos «amo» —arrastró entre dientes esa última palabra, que le quemó la garganta al salir.

 

La angustia y las ganas de chillar no fue lo único que esa tarde tuvo que tragar. Las lágrimas no dejaron de caer desde sus ojos en ningún momento, pero parecía que eso no importaba a Heit, al contrario, pareció disfrutar mucho con eso.

 

—Una mamada mediocre. Podemos mejorarlo —dijo con desprecio al terminar.

 

Salió del salón dejándola ahí, aún arrodillada en el suelo y llorando, pero enseguida se repuso, se levantó y enjuagó sus lágrimas. Respiró profundo y salió del salón para encerrarse en su habitación cuando recordó otra de las normas, no podía cerrar las puertas. Era una locura y empezaba a arrepentirse de haber aceptado. Apretó los dientes, pero las palabras de Heit volvieron a su mente, «no aguantarás ni dos días» iba a demostrarle que eso no iba a ser así.

Le pareció que se ahogaba, se tumbó en la cama, lloró, chilló amortiguando sus gritos en la almohada, se levantó como un resorte y salió al pasillo. Al lado de la puerta de entrada estaba Heit, parecía esperarla, con unas llaves en la mano. Sus miradas se encontraros un segundo, la de él totalmente opaca, la de ella enrojecida por el llanto. Heit le tendió un juego de llaves y la vio desaparecer escaleras abajo en dirección a la calle.

 

—¿Se ha marchado? —inquirió Max desde la cocina.

—Pero volverá.

 

En la habitación, John miraba el ordenador. Intentaba concentrarse en lo que estaba estudiando pero no podía, no había manera de centrase. Bajó de nuevo la tapa y cogió el contrato que acababan de firmar.

Era una locura. Una locura muy morbosa. No podía mentirse a sí mismo, Lena era muy guapa y pensar en ella, en qué hacer con ella, o qué podrían hacer sus amigos…

 

—Joder —gruñó mientras se recolocaba su creciente erección.

—Yo estoy igual —rio Max entrando en su dormitorio— no puedo parar de pensar en tooooooodas esas cosas que las tías no dejan hacerse nunca… y me estoy poniendo malo.

—Bueno, pues creo que Heit ya ha terminado.

—Heit es un cabrón —escupió sin más.

 

Y por el tono y la expresión de su rostro, John no pudo determinar si Max estaba o no bromeando. Sabía que Heit era un tanto peculiar, era consciente de ello, pero no creía que fuese a hacer nada, además sabía respetar un contrato. Max se sentó en la cama y suspiró.

 

—Se ha pirado.

—¿Lena?

—Sí. Heit dice que volverá.

—Lo hará, aunque solo sea a recoger sus cosas —y no pudo evitar cierto tono de desencanto.

—¿Estudiabas? —dijo de pronto percatándose, que a lo mejor le había interrumpido.

—No, lo intentaba, pero…

—Ya.

 

Pasaron aún un par de horas antes de que ella regresara. Lo hizo en silencio, cabizbaja, entró en el piso arrastrando los pies y se dirigió al salón, donde todos se encontraban. Había estado llorando, sus ojos estaban enrojecidos y todo el rostro acalorado. Max quiso decirle algo, pero supo de inmediato que no podría encontrar las palabras adecuadas, así que calló. 

Después de cenar, poco a poco la casa se fue quedando tranquila, los chicos fueron desapareciendo hacia sus habitaciones y cerca de la media noche, solo Lena estaba en el salón. Se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo, que había sacado de un paquete que había encontrado en un cajón. Había escuchado eso de que una decisión puede marcar el resto de tu vida y ella, estaba segura que la que había tomado esa misma tarde, para bien o para mal, sería un antes y un después en su persona.

Se acurrucó bajo la manta y perdió la mirada más allá de la ventana, fuera llovía pero ahí, sentada en ese sofá acompañada del humo del cigarro, se estaba bien. Sabía que el precio a pagar era tener que complacerles, cumplir sus deseos… Lena se estremeció al pensar en Heit.

Apagó el cigarrillo y dobló la manta para dejarla en el respaldo donde la había encontrado y se fue a su habitación. Rebuscó en su bolsa hasta dar con una camiseta limpia y, a pesar de que imaginaba que ellos dormían, se cambió de ropa fuera del ángulo de visión. Ya en el baño, se lavó e hizo sus necesidades, algo que sin duda, no iba a poder hacer con la puerta abierta si ellos estaban por la casa.

A la mañana siguiente Heit se levantó temprano, saltó de la cama con las energías renovadas y, por que no reconocerlo, poder darse una ducha el primero. Al pasar frente la puerta de Lena ella no estaba allí, dudó un instante, pues no se escuchaban ruidos en el resto del piso, sonrió, por un lado satisfecho de haber acertado con ella, por el otro decepcionado de no haber sacado nada más que una mamada. Aunque ya era más, de lo que podrían decir sus amigos.

 

—Buenos días amo Heit —le saludó Lena saliendo del baño justo cuando él se disponía a entrar.

 

Heit se sorprendió al verla, la siguió con la mirada hasta que la perdió cuando entró en la cocina. Sacudió la cabeza confundido, nunca se equivocaba con la gente, solía calarla a la primera y estaba seguro que Lena no soportaría la presión, ¿qué hacía aún en el piso?

 

—¿Entras o entro? —preguntó John plantándose frente a él.

—¡Joder! Pensaba que era el primero en levantarme.

—Hoy todos hemos madrugado.

—Ya veo ya, eso de tener mascota nos afecta…

—Que gilipollas eres —gruñó Max tras él.

—El que faltaba —Heit entró y les cerró la puerta en las narices.

—Pues nada… me ducho después —dijo John que se encaminó hacia la cocina, donde empezaba a oler a café— ¡Buenos días!

 

Desayunaron con rapidez y sus amigos salieron hacia sus respectivos trabajos. Era una sensación extraña, rozando lo irreal, tenerla ahí, saber que estaba en la casa, saber que… John se tiró en la cama con las manos enlazadas en la nuca, quería dejar de pensar pero no podía. Le intrigaba saber, qué la había llevado hasta esa situación y a la vez prefería no conocerla. Los chicos se habían marchado, pero él había decidido quedarse, ¿por qué? Suspiró y se levantó sobre el colchón.

Tras la puerta se escucharon pasos y los suaves golpes de nudillo, antes de que Lena preguntara si podía pasar. John se tensó no sabía aún, qué era lo que pretendía de ella, lo que quería, lo que deseaba…

 

—¿Querías algo? —preguntó John haciéndola pasar y cerrando la puerta.

—Supongo que no…

—Si necesitas cualquier cosa… —se volvió a ofrecer él, pero ella negó con la cabeza.

 

La habitación de John estaba pared con pared con la suya, y era exactamente igual, la misma distribución, aunque la de John estaba ligeramente decorada. En una de las paredes lucían perfectamente colocados un sinfín de libros, y sobre el cabezal de la cama, habían colgadas algunas fotografías de lo que supuso era su familia.

 

—Podemos ir a por tus pertenencias, si quieres.

—Sí, estaría bien.

—Pasaremos por la facultad entonces y cogeré algunas cosas que me hacen falta —comentó John, Lena simplemente asintió algo ausente—. Todo bien, ¿verdad?

—Sí.

 

John la miró y ella a su vez le miraba a él. Era guapa, no podía negarlo, su cabellera iba aclarándose a medida que se acercaba a las puntas, llevaba el pelo hasta media espalda, y sus ojos traspiraban inocencia, aunque según Max, inocente era más bien poco. Estaba algo delgada para su gusto, lo que la hacía parecer aún más niña. O puede que él ya fuese algo mayor.

 

—¿Cuántos años tienes? —preguntó para poder así matar su curiosidad, y porque no decirlo, temor.

—Veintidós.

 

John siguió observándola con detenimiento, Lena aguardó sin moverse plantada en medio de la habitación. No pudo evitar que su mirada se desviara a la entrepierna de él, que se notaba abultada bajo los vaqueros. No le había gustado cómo la había tratado Heit la noche anterior, y sin duda tenía miedo de lo que pudiera hacerle el salvaje de Max, pero sentía curiosidad por John. Mucha. Tragó saliva con dificultad, estaba nerviosa a la par que expectante, él no apartaba la mirada de ella, como si examinara la mercancía y eso empezó a calentarla.

 

—¿Quiere que haga algo… «amo»?

—¿Amo? Eso suena ridículo… —contestó él acercándose un paso a ella y alzando una mano, acarició con la yema del dedo la curva de su mandíbula— Yo prefiero que sigas llamándome John.

—Está bien —dijo con dificultad, pues su respiración empezó a agitarse, sobre todo cuando ese dedo acarició su cuello y bajó hasta el borde del jersey—. ¿Quieres que haga algo, John?

—No… —dudó, no quería hacerlo, estaba mal, pero verla ahí tan sumisa le estaba volviendo loco— Sí —rectificó entonces—, ¡joder! —exclamó—, Lena todo esto es… una puta locura. ¿Estás bien? —volvió a preguntar, ella asintió con un gesto— Puedes parar todo esto cuando quieras —le recordó.

 

John deslizó ambas manos por su costado hasta alcanzar el borde de la gruesa prenda de lana, sin que ella diera muestra de impedírselo, y con los ojos imantados en los suyos tiró hacia arriba, ella se movió lo justo para ayudarle a desnudarla. Llevaba un sostén blanco con una pequeña tira de blonda decorando la copa, la verdad es que no era muy erótico, pero no importó. John estaba ya encendido, muy excitado ante la perspectiva.

 

—Eres preciosa —le susurró acercando los labios al lóbulo de su oreja.

 

Aprovechó para besar su cuello. Pudo notar como la piel se su cuerpo se erizaba y toda ella se estremecía. Con gran agilidad, la despojó de esa prenda blanca que cubría sus pechos y se deleitó con la visión de sus pezones erectos que pronto atrapó entre sus dientes, primero uno, después otro… Los dientes de John ejercían el punto de presión justo para hacerle sentir algo de dolor y placer a la vez. Era una locura, pero no podía dejar de jadear. De un firme empujón, la lanzó sobre la cama y sin perder tiempo arrancó de un tirón sus pantalones, dejándola prácticamente desnuda, a excepción de las braguitas.

John luchó consigo mismo, todo eso parecía irreal, demente, no se conocían, no sabía nada de ella, no quería saberlo, pero él era su dueño, y verla ahí tumbada, con las mejillas sonrosadas por el placer y los ligeros suspiros que escapaban de entre sus labios… Eso era demasiado. Se tumbó a su lado y acarició su cuerpo, era suave, templado, y temblaba a medida que él intensificaba las caricias. Era todo un espectáculo. No era la primera vez que acariciaba un cuerpo femenino, pero ese momento tenía un componente altamente erótico que no había encontrado con ninguna otra mujer, y ese era que Lena le pertenecía. No del modo romántico, sino que era su posesión, y sin saber muy bien porqué, eso le excitaba. Ella era suya, bueno suya y de sus dos amigos.

Introdujo poco a poco la mano bajo la tela de la ropa interior y, abriéndose paso entre los labios, buscó su clítoris que se afanó en acariciar. Lena hacía ya rato que había perdido el mundo de vista. Estaba mojada, la humedad empapaba sus muslos y ahora también los dedos de John. No sabía si podía correrse, en el contrato ponía que tenía que pedir permiso para hacerlo, pero en una de esas caricias no lo pudo evitar. Llevó ambas manos a su boca para silenciar los gritos de placer pero aun así, estos inundaron la habitación. John sonrió satisfecho.

 

—Lo siento —se disculpó embargada por una profunda culpabilidad, a pesar de haberlo intentado no había podido retener el orgasmo.

—Tranquila, no pasa nada —susurró él todavía tendido a su lado.

—Yo... es que…

—Ssssshhh —la hizo callar poniendo un dedo en sus labios— Está bien así, me ha encantado. 

 

Lena se sintió avergonzada, por no haber sido capaz de cumplir. Pero John a su lado parecía totalmente relajado, a pesar de que él no había terminado, de hecho no había ni empezado. Lena se dio cuenta de que jamás se había corrido con tanta facilidad, era la primera vez que un hombre era capaz de catapultarla con tanta agilidad al mundo del placer. Cuando pudo reaccionar, llevó una de sus manos a la entrepierna de él, pero John detuvo su conato de caricia antes de empezar.

 

—No hace falta.

 

Y buscó sus labios para depositar en ellos un beso.

 

—Pppero…

 

Él sonrió, se levantó de la cama y tirando de su mano hizo que ella hiciera lo mismo, la observó una vez más con esa media sonrisa socarrona plantada en el rostro, enarcó una ceja satisfecho. Ella seguía de pie, frente a su cama, con los brazos cubría un poco su desnudez y había bajado la mirada al suelo. Verla tan entregada, no hacía más que acrecentar sus ganas de poseerla, así que haciendo un gran esfuerzo de contención recogió su jersey del suelo y se lo lanzó.

 

—Ves a ducharte —le ordenó.

 

La mañana con John pasó relajada y distendida, recogieron todas las pertenencias del piso de Vicky y antes de regresar al apartamento, pararon para comer. Como ya había intuido, John era totalmente encantador. Diferente a todos los hombres con los que había intimado, que solo se preocupaban de ellos mismos y de nadie más, John no, no era así. Una vez en el apartamento se dispuso a empezar a colocar sus cosas en su nueva habitación, esa por la que no pagaba dinero, pero sí un alto precio, aunque ella aún no era del todo consciente de ello.

Max llegó y como siempre, cuando él entró por la puerta, la tranquilidad se esfumó por la ventana. Era ruidoso, mal hablado y parecía carecer de modales. Lena lo miró horrorizada cuando irrumpió en su habitación y sin mediar palabra, la agarró con fuerza del pelo e hizo que se arrodillara frente a él. El resto fue historia. Gruñó como un animal justo en el momento de mayor placer, y una vez terminada la faena soltó una honda carcajada, parecía complacido con el rato que habían pasado juntos.

 

—Joder nena, en serio, yo me voy a acostumbrar a esto…

 

Lena no dijo nada, permaneció quieta, de rodillas en el suelo esperando a que él diera alguna orden. Max se sentó en el borde de la cama y palmeó a su lado para que ella lo acompañara, cosa que hizo de inmediato. La observó un momento, aún se sentía extasiado por el orgasmo. No había sido ni de lejos, la mejor mamada que le habían hecho, pero había tenido algo… y es que el poder que sentía sobre ella, le volvía loco. Llevaba todo el día en el trabajo pensando en Lena, en lo que quería hacerle, en qué ordenarle, saberse su «dueño» no hacía más que aumentar su libido. Nunca había sido muy amante de los temas de sado y demás, pero reconocía que, el saberse con el control, le excitaba de sobremanera y a la vez le asustaba y desconcertaba.

 

—¿Eres mi perrita? —inquirió en un susurro, se sentía ridículo, pero se estaba empalmando con eso.

—Ssssí.

—Dilo —exigió.

 

Lena tomó aire, tentada estuvo de mirarle a la cara, pero algo se lo impidió, seguramente la vergüenza. Así que descendió la mirada y la clavó en la punta de sus pies.

 

—Soy tu perrita.

—Me encanta —clavó los labios en el hueco de su oído de un modo que él pensaba que era erótico, pero que para ella fue molesto y hasta doloroso.

 

Antes de poder alcanzar la puerta del baño se cruzó con John, él sonrió y a Lena no le hizo fala mucho más. Después de lo de esa mañana, de lo atento que había sido con ella, de lo encantador que era... y porqué no decirlo, necesitaba quitarse el mal sabor de boca que le habían dejado sus dos compañeros, pues cada uno en su estilo ya le habían mostrado qué era lo que podía esperar de ellos. Pero John era diferente. Así que, a pesar de la duda inicial, Lena se escabulló al interior de su habitación. El resto fue historia.

Max vio desde el extremo del pasillo como Lena salía de la habitación de John y cruzaba medio desnuda, hasta el baño. La puerta se cerró para segundos después volverse a abrir, desde el interior pudo escuchar como la chica maldecía por tener que dejar la puerta abierta. Max sonrió y no pudo evitar correr a la habitación de John para saber qué había pasado, pero cuando estaba a punto de llegar la puerta se abrió y ambos chicos a punto estuvieron de colisionar, lo que habría tenido consecuencias nefastas para John, ya que era la mitad que Max.

 

—Te la has follado —y a pesar de que pretendía que fuese un susurro, Max siempre empleaba un tono de voz bastante fuerte.

—Ssssh —chistó mirando hacia el baño, Lena se había metido dentro de la ducha y había corrido la cortina—. Tenemos que poner una mampara de esas de cristal.

 

Max miró hacia el interior de baño y asintió, siguió a su amigo hasta la cocina, lo observó paciente sacar una lata de la nevera, después de haber pasado unos segundos interminables eligiendo qué quería beber.

 

—Pero diiiimeeeeeeee….

—No… no me la he follado, habíamos quedado que ninguno lo haríamos hasta hacernos las pruebas.

—Pues la tía ha salido con una cara de placer que…

—Hay otras maneras de complacer a una chica, deberías probar.

—Uy qué pereza, eso era antes cuando tenía que procurar quedar bien.

—Eso de los preliminares no es lo tuyo.

—¿Cenamos o qué? —dijo Heit entrando en la cocina— ¿Dónde está Lena?

—Se está duchando.

—Pues tengo hambre… que prepare algo —dijo saliendo hacia el salón.

 

Max y John se miraron pero no dijeron nada, aunque sabían que pensaban lo mismo, Heit no le iba aponer las cosas fáciles a Lena, estaba claro.

 

 

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