Lena

Lena


Capítulo 3

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Capítulo 3

 

Los primeros rayos de sol empezaron a colarse insolentes por la ventana, haciendo que Lena tuviera que girarse para que no impactaran directamente sobre su rostro. Estaba cansada y no se quería levantar. No había pasado buena noche y notaba como sus músculos estaban agarrotados y su cabeza algo embotada. Pero el despertador sonó. Sacó la mano de debajo de las mantas para apagarlo y por poco se le cayó el teléfono al suelo. Gracias a John, hacía unos días que había recuperado la línea, mucho mejor si tenía que llamar por algún trabajo.

Tiró de su camiseta y la dejó caer sobre la cama revuelta y rebuscó en el armario algo que ponerse. Max la vio desde el pasillo parada frente a su armario, ataviada tan solo con la ropa interior, mientras su mirada se había perdido en las profundidades de su ropero.

 

—¿Has llegado ya a Narnia? —bromeó plantándose en su puerta.

—Estoy en una difícil encrucijada, vaqueros blancos o negros.

—Con el blanco se te transparenta el tanga, pero el negro te hace un trasero que…

 

Plantó ambas manos en las nalgas de ella y las manoseó un poco. Lena apenas se inmutó, después de los primeros días en dónde su brusquedad la cogía siempre por sorpresa, ya se había ido acostumbrando a esas muestras de cariño que, algún día, terminarían con ella en el hospital. Pues si de algo carecía Max era de delicadeza. Pellizcó su piel hasta hacerla enrojecer ligeramente para después agarrarla por las caderas y acercarla hacía él, clavándole así su erección.

 

—Eres mi putita —susurró— y tengo muchas ganas de que nos metamos en la cama y no salgamos de ella —gruñó apretando con más fuerza su agarre.

 

Así era él y Lena se dejó hacer. A Max le gustaba mostrar que tenía el dominio, que era él quien mandaba y ella la que obedecía sin rechistar. Le excitaba que Lena le llamara señor o le pidiera permiso para hacer las cosas, disfrutaba exhibiendo su poder. En la cama había resultado ser el más conformista de todos, sexo salvaje corto pero contundente. Algún que otro moratón por sus brutales caricias, pero en el fondo se notaba que era un buen chico.

 

—Creo que prefiero que te pongas falda —susurró acariciándola con su aliento— y sin ropa interior.

 

Lena asintió y cuando le dejó un poco de espacio deslizó la prenda íntima hasta el suelo y una vez fuera, cogió un vestido para ponérselo y sobre él, un fino jersey.

Se giró sobre sí misma para ver si Max aprobaba su elección, y este le hizo saber su conformidad con un silbido seguido de una fuerte nalgada.

 

—Haz el desayuno.

—Voy.

 

Era viernes. Le gustaban los viernes porque eran tranquilos, y porque John solía quedarse en casa para estudiar, al menos así había ocurrido los tres viernes anteriores. Sonrió ante la idea de pasar la mañana a su lado. Cogió la cafetera y preparó el café, y justo cuando estaba dejándolo sobre la barra entró él, arrebatadoramente atractivo como siempre, pero con esa mirada de desprecio que le dedicaba cada mañana. Heit era único para incomodarla. No solo con sus miradas, también con sus palabras, sus gestos y su forma de humillarla. Si algo excitaba a Heit, era ejercer todo su poder y control, hacerla sentir un mero objeto, a veces ni sexual, simplemente algo de su posesión y que podía usar cómo y cuándo gustara.

 

—Ya sabéis lo que opino de que los animales coman en la mesa —soltó cuando entró John.

—Lo sabemos —respondió sin hacerle el menor caso. Se dirigió directamente a Lena y la besó en los labios, algo que había hecho cada mañana—. Buenos días.

—¿Qué tengo que hacer para que a mí también me saludes con un beso? —Max entró como una apisonadora.

—Seguramente hacer que se corra —apuntilló Heit sin levantar la mirada de la tablet.

—Ah claro… ppfff que pereza ¿no? —susurró mirando a su amigo— Casi que pasamos de besos.

 

Lena cogió la cafetera y la retiró del fuego, se sintió fuertemente tentada a arrojársela a la cabeza a ese imbécil, pero en vez de eso se obligó a respirar, calmarse y servirle el desayuno.

 

—Que capullo —le dijo John con una sonrisa—. Bueno, tomo café y me voy —anunció.

—¿Te vas? —Lena no pudo evitar preguntar.

—¿!Perdona!? ¿Qué forma de dirigirte a tu dueño es esta? —gruñó Heit casi fuera de sí.

 

Lena bajó la mirada ante la reprimenda, tenía razón, había sido muy irrespetuosa, pero la noticia de que ese viernes John no estuviera en la casa la había cogido por sorpresa. John soltó una risotada viendo la tristeza de Lena, dejó el café en la encimera y se acercó a ella para depositar un beso en su mejilla.

 

—Tengo que ir a la facultad —le anunció—, pero mejor ¿no? Así tienes la mañana libre para buscar trabajo.

—La estáis mal criando —se quejó Heit cuando John pasó por su lado para salir—, y cuanto mejor te traten ellos —le advirtió a Lena agravando el tono de su voz— peor voy a hacerlo yo. ¿Crees que esto ha sido difícil hasta ahora? Yo te voy a enseñar lo que es ser una perra bien adiestrada.

 

Las palabras de Heit le helaron la sangre, y así se quedó, quieta, plantada en medio de la cocina, sin saber muy bien qué hacer. Heit conseguía asustarla, porque sabía que nunca hablaba en balde, que lo que decía lo cumplía, y cuando amenazaba no solía echarse atrás. Por eso Lena tenía sumo cuidado en hacerlo todo bien ante su presencia. Obedecerle, nunca mirarle a los ojos, ser en definitiva, una chica sumisa y obediente.

La nalgada de Max la hizo reaccionar.

 

—Joder, debería pedirme vacaciones —gruñó con su profunda voz— es imposible que me concentre en el trabajo sabiendo lo que me espera en casa —se acercó a la chica y deslizó la mano desde la cara interna de su muslo hasta llegar a su entrepierna, sonrió al notarla caliente y sin la molesta capa de la ropa interior—. Tengo que irme, pero llegaré antes de comer.

 

John vio desde el salón como Max salía de la cocina para ir a por su mochila, llevaba una sonrisa de oreja a oreja, seguramente la perspectiva de pasar toda la tarde con ella, era lo que tenía a su amigo tan contento. No así Heit, que parecía más osco cada día. Terminó de guardar un par de libros en su cartera y comprobó que llevaba la documentación antes de salir del apartamento, seguido de Heit, y poco después Max. La casa quedó sola y el silencio la envolvió.

Lena terminó de recoger los vasos del desayuno, mientras paseaba de manera lánguida por el apartamento. Los primeros días en cuanto ellos se hubieron marchado, había salido corriendo de allí, necesitaba salir a la calle, sentir el aire fresco, caminar por las calles y llorar. Llorar tranquilamente mientras sus pasos la llevaban por toda la ciudad. Dejó currículos, habló con dueños de bares y cafeterías, recorrió el centro comercial tienda a tienda. Pero después de esas más de tres semanas empezaba a desesperarse. Su acuerdo finiquitaría cuando ella pudiera pagar su parte del alquiler, necesitaba casi desesperadamente, un trabajo.

 

Max llegó al medio día. Había pedido a una de sus compañeras, que le sustituyera la última hora, alegando que tenía un asunto familiar urgente que atender. No comió, y fue directo a casa, pero al llegar, la encontró vacía. Miró en su habitación, pero Lena no estaba, y no pudo evitar que el enfado creciera dentro de él. Después de una hora parecía un animal salvaje recién enjaulado. Caminaba de un lado al otro del salón, empujando los muebles o las cosas que osaban interponerse en su frenético caminar.

El sonido metálico de unas llaves hizo que un gruñido se escapara de su garganta, quedó de pie, en medio del salón mirando en dirección a la puerta.

 

—¡Dónde cojones estabas! —vociferó nada más verla aparecer.

—Lo siento —se apresuró a decir ella— salí y… y…

 

Pero las palabras quedaron cortadas cuando de dos grandes zancadas Max se situó frente a ella.

 

—¿Qué es esto? —preguntó tirando de los leotardos que cubrían sus piernas— creí haberte dicho que con falda y sin ropa interior.

—Bueno… —empezó ella no muy segura de si continuar— en realidad llevo falda y voy sin braguitas es solo que…

 

No terminó de hablar cuando Max la agarró con fuerza por la muñeca y la arrastró hasta la mesa donde la empujó con fuerza, dejando su cuerpo aplastado sobre la dura y fría madera. Estaba muy enfadado, y, aunque no quisiera reconocerlo, celoso. John había sabido ganarse su cariño, y Heit su respeto, pero él… él no había logrado nada con ella. Cuando se dio cuenta tenía una mano en medio de su espalda y la empujaba contra la madera con extrema violencia, ella parecía resistirse, se movía intentándose soltar, insubordinación, eso no se lo haría a ninguno de sus dos amigos, y ese pensamiento le encendió aún más. Golpeó con tanta fuerza su nalga derecha que Lena se quedó inmóvil presa del terror.

 

—Me has desobedecido —gruñó con los dientes apretados.

 

Lena luchaba por no perder el equilibrio, pues en esa posición solo la punta de los pies eran lo que le hacía mantener el contacto con el suelo. Él clavó las uñas en medio de la costura de esos horribles leotardos y tiró con fuerza para desgarrarlos, soltó un poco su agarre y se desabrochó el pantalón, lo justo para poder liberar su polla y se clavó en ella de una sola y ruda estocada. Lena gritó, por la sorpresa y el dolor, pero eso no le importó al chico, que siguió con sus brutales acometidas. La alzó por las caderas evitando así que ella rozara el suelo, ahora él la mantenía suspendida, y ella estaba totalmente a su merced. Se movía como loco a su espalda, más duro, más rápido, más profundo, estaba enloqueciendo con eso.

 

—¿Quién es tu dueño? —gritó en pleno éxtasis.

—Usted amo —susurró Lena que apenas podía respirar.

—Soy tu amo —siguió él— yo soy tu amo, dilo perrita, yo soy tu amo…

—Usted es mi amo —chilló ella entonces a plena voz.

 

Eso fue demasiado para Max que con un gruñido gutural se corrió en su interior. Aún tardó un poco en apartarse de ella, cuando lo hizo la observó, despeinada y con las mejillas húmedas pero sonrosadas, la miró a los ojos y ella descendió la mirada. Al menos ahora sabía quién mandaba.

 

—Dúchate.

 

Ella asintió y se perdió por el pasillo en total y absoluto silencio. Así era como debía ser, pensó él satisfecho con su actuación.

 

—Joder, que hambre.

 

Lena caminó renqueante hasta la puerta del baño. Max había sido más rudo de lo normal, mucho más salvaje y despiadado, con ese polvo le había hecho daño tanto por los azotes, como también con las primeras embestidas, pues ella no estaba receptiva en un principio, pero casi sin pretenderlo ni entenderlo, se había excitado al final. Sus duras acometidas, sus rugiros guturales, esa tensión, la sensación de haber perdido la voluntad… Lena sintió como de nuevo nacía el calor entre sus piernas y se obligó a desterrar esos pensamientos de su cabeza. Tenía que salir de esa casa o terminaría volviéndose loca. Dejó que el agua caliente arrastrara todo lo que la angustiaba en ese momento, se dejó caer por los baldosines hasta quedarse sentada en la porcelana, mientras el agua seguía empapándola. Cerró los ojos y no pudo evitar ponerse a llorar de nuevo. Era una maraña de sentimientos encontrados, por un lado, odiaba el trato al que había llegado con esos chicos, odiaba ser su puta, porque no dejaba de ser eso, su ramera, y sabía que eso estaba mal. Pero tenía un «pero» que la estaba torturando, y no era otra cosa salvo que a veces, disfrutaba con ellos. Al menos su cuerpo lo hacía, se excitaba, se encendía y muchas veces, le costaba mantener el control. Había momentos en que era como si se escindiera y su alma abandonara su cuerpo, como si flotara, era una sensación que no había experimentado nunca antes y que le gustaba, tanto que le daba miedo no poder poner fin a eso. A veces todo su cuerpo era puro placer, y eso le encantaba. Nunca había disfrutado tanto con el sexo como esas últimas semanas, y eso estaba angustiándola aún más. Pero pensar en ellos, en el sexo, no saber nunca dónde y cuándo, de qué manera… ser arrinconada en cualquier lugar de la casa, a veces era un polvo rápido, otros podían demorarse horas. Se estaba volviendo loca.

John entró al apartamento, era casi media tarde, de lejos se escuchaba el sonido del agua correr, y desde el salón las voces que provenían del televisor. Dejó su bolsa al lado de la puerta y dirigió su rumbo hacia el baño, la puerta estaba abierta así que, en su interior solo podía encontrarse Lena. Entró sin decir nada y descorrió la opaca cortina, tenían que comprar al menos, una que dejara entrever el cuerpo de la chica. Lena seguía sentada dejando el agua correr, pero había llevado una de sus manos a su húmeda entrepierna y en esa posición, algo indecorosa, había empezado a acariciarse. John se sorprendió y se excitó al instante, no le hizo falta nada más, verla ahí mientras buscaba su propio placer fue suficiente para que una parte de su cuerpo reaccionara sin control. Lena no supo que el chico la observaba, hasta que este emitió un sonido ahogado seguido de un bufido.

 

—¡John! —se sorprendió ella y apartó rápidamente las manos de su sexo.

—No pares —le exigió con voz encendida.

 

Lena dudó un instante, pero no tuvo que hacer que John se lo pidiera dos veces, volvió a descender sus manos y a buscar su clítoris para acariciarlo, ahora sí con pasión. John empezó a masturbarse mientras miraba como ella a su vez también se tocaba, y en su rostro se empezaban a vislumbrar los primeros signos de placer. Era preciosa, ahí desnuda, jadeando, empapada por el agua y sus propios fluidos, acariciaba su centro de placer con verdadera maestría y supo, por su respiración que estaba próxima al orgasmo.

 

—Aún no —ordenó.

 

Lena aflojó un poco el ritmo pues estaba tan encendida que sabía que no podría aguantar mucho más. John seguía tocándose, su rostro transmutó y en sus ojos se deslizó la sombra del placer. Lena supo que él también estaba cerca y así se lo hizo saber él, cuando le ordenó que se corriera, que gimiera para él.  Lena no solo cumplió sus órdenes, sino que en pleno éxtasis susurró su nombre con un hilo entrecortado de voz. John se corrió sobre ella, y cuando abrió los ojos la vio sonreír.

 

—Joder Lena… vas a volverme loco —le confesó aún aturdido por el orgasmo.

 

La observó un instante más, antes de salir apresuradamente en dirección a su dormitorio. Se cruzó con Max, o eso creyó, pues debía reconocer que estaba tan confuso que no era consciente de nada. Max lo miró a su vez con curiosidad, dudó si seguirlo, pero cuando Lena salió del baño supo a que se debía el «atontamiento» de su amigo. Lena se sorprendió de verlo y descendió rápida la mirada hacia el suelo y pasó por su lado deprisa, para meterse en la habitación. El chico rebufó con molestia, pasó las manos por su media melena y volvió a resoplar, algo que solía hacer muy a menudo cuando estaba molesto con algo o, como en ese caso, cuando sabía que se había equivocado.

Se había comportado con ella como un verdadero imbécil, dejándose llevar por el mal humor y lo había pagado con ella.

 

—¿Estás bien? —le preguntó desde el quicio de la puerta.

—Sí amo.

 

Esa palabra le dio escalofríos en ese momento.

 

—No… no hace falta… —dijo él negando con la cabeza— Oye Lena… lo siento, estaba cabreado, no te he hecho daño, ¿verdad? —Ella negó—. Mejor… —resopló algo más aliviado—. Con John ¿bien? —y ella no pudo evitar una sonrisa que a Max le dolió, debía reconocerlo—. Claro —siseó entonces molesto—, con él siempre va bien —dijo sin poder evitar que en su voz se mezclaran los celos y el enfado.

 

Lena fue consciente del cambio en Max, era un tipo de contrastes, como había supuesto el primer día, ladraba mucho sin embargo era, quizás, el más inofensivo. Y esas semanas no habían hecho más que confirmárselo. Lena seguía en ropa interior frente las puertas abiertas del armario, Max la miró unos segundos más y desapareció. Ella aguardó un poco y cuando todo estuvo en calma, se vistió.

Esa noche cuando Heit llegó, ya todos habían cenado. El trabajo se le había complicado y por si eso fuese poco, un accidente había ocasionado que pasara más del doble del tiempo de lo habitual, en la carretera. Tiró su chaqueta sobre el sofá y se dejó caer en una de las dos butacas, estaba cansado, miró a su alrededor, Max jugaba a la Playstation y tan siquiera alzó la mirada para saludarle.

 

—¿Ya te la has follado hoy? —preguntó, aunque en realidad, no le importaba nada lo que habían estado haciendo con la chica.

—Aja… Sí, ¿por?

—Curiosidad, ¿hay cena?

—La hay amo —respondió Lena a su espalda.

—¿Y a qué esperas para traérmela?

 

Max esperó a que Lena se alejara, puso en pausa su juego y se acercó a Heit.

 

—¿Vas a ser siempre tan gilipollas con ella?

—No es mi novia, ni la tuya y tampoco la de John, creo que los dos habéis olvidado qué hace aquí…

—Sé lo que hace aquí, eso no quita que no puedas tratarla un poco mejor.

—Yo firmé un contrato donde especificaba que podía follármela, humillarla, y hasta castigarla si lo creía necesario, en ningún momento leí que tuviera que hablarle bien o ser simpático con ella.

—Pero…

—El problema lo tenéis vosotros, os estáis confundiendo y la confundís a ella…

 

Max se retiró de la discusión, cuando Lena entró en el comedor pero no había dicho la última palabra, ni mucho menos. Conocía a Heit desde hacía muchísimos años, eran buenos amigos desde el instituto, pero siempre le había disgustado el aura oscura que le envolvía, esa alma negra que parecía poseer. Cuando eran unos adolescentes esa mente retorcida le fascinaba, pero ahora con la edad, solo veía en eso un verdadero problema. Heit no había tenido ni una sola relación, solo le preocupara su trabajo, como él mismo decía, todo se podía comprar y vender, no arriesgaba nada si no sabía que lo tenía ganado de antemano, si los riesgos eran mayores que los beneficios, directamente no jugaba. No le gustaba perder. Nunca lo hacía.

Heit clavó su mirada en Max, sabía perfectamente que ese grandullón bocazas no había terminado, era la clase de tío que moría por la boca, parecía un tipo duro, pero cualquiera se lo podía merendar, en el fondo, era un blando. El truco estaba en hacerle creer que él estaba al mando.

Desde la cocina, Lena fue testigo de ese duelo, palabras cruzadas y pudiera ser que cierto rencor acumulado con el paso de los años, de eso no podía estar segura, pero si algo sí sabía, era que ella podía convertirse en esa moneda de cambio por la que todo fuese a estallar. Si ella había cometido un error al firmar ese contrato y dejar que esos tres hombres manejaran su vida y su cuerpo, ellos habían rubricado la que sin duda sería, la sentencia de muerte a sus años de amistad.

La noche transcurrió irrealmente tranquila. Lena nunca conseguía conciliar del todo el sueño los domingos por la noche, pues sabía que Heit sería el primero en usarla. Desde que había firmado ese contrato, todos los lunes, sin excepción, Heit llegaba tarde al trabajo. Y ese lunes, no fue diferente, él se metió entre sus sábanas con urgencia, y sin esperar invitación, ni tan siquiera un tácito consentimiento, se introdujo dentro de Lena sin ningún preliminar. Un polvo rápido, duro y sin una sola pizca de cariño o suavidad, una muestra más de lo que obtenía de él. Los primeros días Lena intentó participar en ese acto sexual, pero pronto comprendió que eso solo hacía enfurecer a Heit. Entendió que era mejor estar quieta y dejarlo hacer. Era como si ella no estuviese allí. Era extrañamente molesto, pero solo eran los lunes. Ni siquiera le daba los buenos días, o le decía una sola palabra, simplemente se metía bajo sus sábanas, entre sus piernas, se corría y después la dejaba allí sin más.

Esa mañana en concreto, le fue más difícil de aguantar. Podía ser por la mala noche que había pasado, o porque él estuvo más brusco de lo normal. Lo cierto era que, cuando él salió de la habitación, a Lena le costó un poco recuperar el aplomo. Lloró en silencio mientras se cubría el cuerpo con la ropa y tuvo que hacer un gran esfuerzo, para que las lágrimas dejaran de surcar sus mejillas.

Puso la cafetera en el fuego y sacó de uno de los estantes una caja donde habían guardado las galletas del desayuno. El primero en aparecer fue Max, su gran bostezo parecía que lo iba a partir en dos, Lena sonrió amargamente ante ese estúpido pensamiento.

 

—¿Galletas? —preguntó rascándose de manera casi compulsiva uno de sus brazos— Compra magdalenas.

—De acuerdo —susurró y dudó si añadir el «amo» o «señor» como él solía pedirle, pero aguardó a esperar su reacción, que no llegó.

—Buenos días —dijo John entrando con su habitual buen humor.

 

Lena aguardó con disimulado entusiasmo el beso, ese que cada mañana depositaba él delicadamente sobre sus labios, y cuando llegó, intentó atesorar cada sensación que este le provocaba.

 

—Me largo —Max embutió las dos últimas galletas en su boca antes de salir—, hazthar lah nosche —y miles de migas salieron despedidas cual proyectiles desde su boca.

—Cerdo —gruñó Heit entrando en ese momento— tienes menos modales que un mono del zoo.

—Y el mismo pelo —rio John divertido.

—Que os jodan.

—Esta noche seguiremos —dijo Heit a Lena, y su tono fue cercano a una amenaza, o así lo sintió ella— es una pena que no pueda quedarme, hoy tengo ganas de hacerte llorar.

 

No hacía falta ser demasiado perspicaz, para saber que no se refería a lágrimas de placer.

Su malestar fue en aumento a medida que transcurría el día. La sensación de mareo, de flotar en una nube, o puede que mejor fuese decir de ser zarandeada en un barco a la deriva. No consiguió comer apenas nada, intentó dormir un poco, pero le fue imposible, y su cuerpo cada vez se resentía más, como si acabara de correr una carrera. Cuando llegó Heit todo fue a peor.

La tarde había ido cayendo lentamente dando paso a un gélido atardecer. Max introdujo la llave en la cerradura, intentó hacer el menos ruido posible, algo impensable con esa puerta metálica y corroída por el tiempo. Dejó la chaqueta en el perchero y caminó sigiloso hacía su habitación, pero cuando iba a entrar se paró de golpe, no sabía dónde habría elegido Heit celebrar su «maratón», eso de compartir habitación era una auténtica basura. Pegó la oreja a la madera a ver si escuchaba algo, cerró los ojos como si así pudiese oír mejor, y dio un grito cercano al pánico cuando una mano le golpeó en el hombre.

 

—¿Qué haces?

—¡Joder! Casi me matas… Intentaba saber si ya habías terminado.

—He terminado —pasó las manos por su pelo mojado, y ajustó mejor la toalla que llevaba sujeta a la cintura—. Tío, ¿me dejas pasar? Voy a congelarme.

—¡Perdona! —reaccionó Max apartándose de la puerta— John no viene a cenar, puede que ni a dormir, me ha llamado hace un rato… —observó como Heit dejaba caer la toalla y empezaba a vestirse— ¿Pido comida china? Me apetecen rollitos.

—Vale.

—Está bien.

 

Max salió en dirección al comedor, metió por curiosidad la cabeza en la habitación de Lena, pero no estaba allí. Cuando entró en el salón con los ojos ya puestos en el cajón donde guardaban las publicidades de los restaurantes más cercanos, algo llamó su atención.

 

—¡Lena!

 

Hecha un ovillo estaba ella en el sofá.

 

—Joder —gruñó Max desconcertado de verla desnuda y tiritando— ¡Eh! ¿Estás bien? —preguntó sentándose a su lado y poniendo la mano sobre su espalda— mierda, estás ardiendo.

 

Tiró de ella un poco, pero parecía no reaccionar, o no del todo. Se arrodilló al lado del sofá y cogiéndola por las mejillas buscó su mirada, perdida en un punto inconcreto y lejano, puede que incluso fuera de ese salón.

 

—Tssss —chistó— Nena… soy yo, Max, ¿me oyes? —se percató entonces no solo de las marcas que decoraban sus muñecas y tobillos, sino del enrojecimiento de algunas partes de su cuerpo, como sus nalgas, la cara interna de los muslos o en los pechos— ¡¡HEIT!! —gritó con fuerza mientras cargaba a Lena entre sus brazos.

—¿Se ha dormido? —inquirió el aludido entrando en el salón ya pulcramente vestido y peinado.

—¿Sé puede saber qué le has hecho? ¡Está ardiendo! ¿No te has dado cuenta que tiene fiebre?

—¿Fiebre? Pensé que le ponía cachonda que la ataran —soltó con mofa.

 

Si Max no hubiese tenido ambos brazos ocupados con el cuerpo de Lena, le habría golpeado. Heit lo supo cuando la ira de su ya de por sí oscura mirada se clavó en él. Así que prefirió callar, y apartarse de su camino. Observó como ambos desaparecían al traspasar la puerta del baño.

 

—¿Pido la comida? —preguntó Heit algo confundido y sin saber qué hacer.

—¡Vete a la mierda! —fue la respuesta que recibió.

 

Max depositó con todo el cuidado del que fue capaz a Lena dentro de la bañera y encendió el monomando buscando la temperatura perfecta del agua, ni muy fría ni muy caliente. Mojó a la chica y cogió jabón para limpiar los restos de… Prefería no pensar de qué eran. Pasó las manos con delicadeza por sus tobillos y muñecas, pues en algunos puntos la piel estaba un poco irritada. Cuando Lena estuvo limpia, la cogió de nuevo y la secó para llevarla después a su habitación, donde la metió en la cama tapándola con las mantas. Después llamó a John.

Se impacientó cuando, por tercera vez, el teléfono daba como respuesta que estaba apagado o fuera de cobertura.

 

—Lena… —susurró agachándose al lado del colchón— Voy a ir a por un antitérmico y agua. ¿Vale? —ella asintió.

 

Heit estaba sentado en el salón, pasaba de un canal a otro sin control, sin fijar la atención en nada en concreto, tenía hambre, esperaba que el repartidor no tardara demasiado. La apisonadora Max entró y sin tan siquiera mirarle, fue directo al armario donde guardaban algunos medicamentos, rebuscó hasta dar con lo que estaba buscando y se dispuso a salir de nuevo. Heit le había observado en todo el proceso, la entrada, su tropiezo con una de las sillas, como había tirado tres de las cinco cajas de dentro del mueble… Era un desastre de dimensiones descomunales.

 

—He pedido la comida.

—Se me ha quitado el hambre —gruñó, y fue a salir, pero se lo repensó— ¡Cómo has podido!

—No sé si es una pregunta o…

—¡Está enferma!

—Llama al veterinario, es lo malo de las mascotas…

—Joder Heit, me estás dejando a cuadros. ¿Siempre has sido así?

—¿Así cómo?

—Así de hijo de puta.

—Supongo —el timbre sonó—. ¡La comida! —se alzó del sofá con un bote—. Dale un paracetamol y déjala descansar, mañana estará «follable» de nuevo —le dijo al pasar por su lado.

 

La noche transcurrió de manera lenta, casi interminable. Max se levantó diversas veces para comprobar cómo se encontraba ella, y cada vez que regresaba a la habitación y veía a Heit dormir tan plácidamente, le entraban ganas de formar un tremendo follón para despertarlo, o de asfixiarlo con una almohada, ambas ideas le gustaban casi por igual. Cuando llegó la mañana se sentía agotado, y tardó varios minutos en despegar literalmente, los ojos. La casa no olía a café. Se levantó a trompicones, tropezando con las deportivas tiradas en medio de la habitación, maldijo y salió de la habitación. Lena seguía recostada, aunque despierta.

 

—¿Estás mejor? —dijo entrando y sentándose en la cama.

—Sí, muchas gracias… —su voz fue un susurro y bajó la mirada al hablar.

—Bueno, tú hoy quédate en la cama y descansa, ¿de acuerdo?

—Oh no, no… no hace falta.

—¡Basta Lena!

—Pero el amo John…

—John no está, y Heit creo que tampoco, así que aquí hoy mando yo y te digo que te quedes descansando.

 

Lena le siguió con la mirada hasta que hubo salido de la habitación. Intentó colocarse algo mejor en la cama, le dolía la cabeza y sentía como si todas las articulaciones de su cuerpo estuvieran abotargadas, por encima de eso estaba el recuerdo de la pasada noche con Heit. Miró las marcas de sus muñecas, rozó con la punta de su dedo la parte más enrojecida de su piel. Puede que si hubiera conseguido estarse más quieta…

 

—Te traigo café —la voz de Max la hizo regresar al presente.

—No… no hacía falta.

—Yo creo que sí —le sonrió—, si necesitas algo más, estaré por aquí.

 

Se encontraba algo desconcertada, pero el cansancio de esa mala noche ganó la batalla y pronto se quedó dormida de nuevo. Cuando volvió a abrir los ojos, supo que habían pasado horas dado que el sol entraba ya por el oeste, lo que indicaba que debía ser media tarde. Intentó incorporarse un poco, cuando lo vio allí sentado en el suelo, con la espalda apoyada en una de las puertas del armario. Leía un libro. Siempre le habían fascinado los hombres lectores. Se estremeció.

 

—Ho… hola —susurró.

—¡Eh! —exclamó Jon dejando el libro a un lado— ¡Por fin! ¿Cómo te encuentras?

—Mucho mejor.

—Genial, ¿me dejas hacer prácticas de médico contigo? —ella sonrió— Vamos a ver… ¿te duele algo? —Lena negó con la cabeza.

 

John pasó las manos con delicadeza por su garganta, y descendió un poco, la ayudó a recostarse de nuevo y levantando un poco la camiseta le palpó el abdomen. Lena reaccionó a esas caricias, sus mejillas se sonrosaron y su respiración se entrecortó. Tuvo que hacer un gran esfuerzo, para no delatar lo que esas manos le estaban provocando.

 

—Estás genial, por lo que dice Max solo fue un pico de fiebre, seguramente el estrés y el cansancio. ¿Te tenemos muy cansada Lena? —preguntó con una voz tan seductora que a Lena se le erizó la piel— ¿Necesitas que… que bajemos el ritmo?

—¡No! —respondió con tanta premura, que hasta ella se sorprendió.

 

John sonrió contento, en las pocas semanas que Lena había aceptado vivir con ellos se había creado un vínculo, un algo entre los cuatro sin lo cual, puede que ya nada volviera a ser igual. No era solo por el sexo, aunque sí era lo principal. Pero estaba seguro que tanto Max como Heit sentían lo mismo, y Lena… Bueno, estaba claro que ella estaba muy necesitada de cariño y se había aferrado al que ellos le daban, con uñas y dientes.

Después de asearse y caminar un poco, Lena se fue al salón. Cuando entró, la mirada de Heit la atravesó de lleno, como si le hubiera disparado, esa era la sensación, siempre que la miraba de ese modo, ella sentía hasta el dolor que desprendían sus ojos. Fue entonces cuando Lena comprendió que Heit no era un sádico perverso, sino un hombre herido. Esa revelación hizo que todo a su alrededor se tambaleara, de manera literal.

 

—Cuidaaadooo —exclamó Max que la llevaba sujeta por la cintura— venga siéntate.  

—Lo malo de dormir cuando se tiene que estar despierto, es que se está despierto cuando deberías estar dormido —soltó Heit mirándola fijamente, sin querer ahorrarle la mirada de desprecio.

—Joder, ¿desde cuando eres tú un filósofo? —se burló Max.

 

Lena observó con disimulo al protagonista de sus más recientes pesadillas, intentando evaluar hasta qué punto, su conclusión era la acertada, y supuso que jamás lo sabría. Heit parecía tan inaccesible, tan hermético, que tuvo la sensación de que jamás le terminaría de conocer, y eso, extrañamente la entristeció.

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