Lena

Lena


Capítulo 6

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Capítulo 6

 

Los siguientes días fueron inciertos y les precedieron noches aún peores. La tensión en el apartamento no había descendido en ningún momento, al contrario cada día que pasaba, parecía más difícil recuperar la normalidad. Lena sufría por ello. Después de mucho tiempo había encontrado el lugar donde quería estar, entre los brazos de John, enredada en las sábanas de Max, a los pies de Heit… Había rozado con la punta de los dedos la felicidad, aunque mucha gente bien habría podido cuestionársela, pero por desgracia la había perdido, esta se esfumaba de entre sus dedos, era como intentar retener el agua con las manos, un trabajo imposible.

Esa mañana fue como las anteriores. Lena se levantó, hacía ya calor, lo que le permitía ir con menos ropa, preparó el café que sirvió en cuatro tazas. El primero en entrar fue Heit, que la saludó con un simple movimiento de cabeza, sus humillaciones y golpes dolían menos que su actual indiferencia.

 

—Amo —dijo ella llamando su atención— hace días que no… y…

—¿Y…?

—Me preguntaba si podía hacer algo para…

 

La puerta se abrió, Max clavó su profunda y oscura mirada en Heit. Desde ese día apenas hablaban entre ellos. Un muro posiblemente insalvable se había alzado entre los dos y aunque Max había dado por bueno el escarmiento de John, seguía con ganas de golpearlo un poco más. Pero había prometido zanjar el tema y aunque le estaba costando, era hombre de palabra.

 

—Buenos días pequeña —susurró John atrapando sus labios, y como cada vez que él hacía eso, el corazón de Lena dio un brinco y su piel se erizó—, estás preciosa esta mañana— continuó sabiendo lo que sus palabras provocaban en ella.

 

John miró a su alrededor. La situación empezaba a ser insostenible y de no hacer nada al final lamentarían lo sucedido, alguien debía poner cartas en el asunto, y ese alguien era él. Dejó el café sobre la encimera y se encaró visualmente a Max, el chico fue a decir algo, pero Jon alzó la mano para detenerlo.

 

—Vete a tu habitación —le ordenó en un susurro a Lena.

 

La observó mientras desaparecía de la cocina y esperó unos instantes prudenciales antes de empezar.

 

—Ya está bien de tanta gilipollez —exclamó con enfado—, tenéis que arreglar esto. 

—No hay nada que arreglar —dijo Max cruzando los brazos a la altura del pecho, poniéndose a la defensiva— Heit es un cabrón.

—Cuidado —dijo el aludido bajando del taburete donde estaba sentado— que, aunque me saques una cabeza, te puedo dar un buen par de hostias.

—Me gustaría ver cómo intentas hacer eso —Max adelantó un paso hacia él.

—Joder, parecéis niños en el patio del colegio. ¿Vais a daros de tortas? —Les miró a ambos inquisitivamente, pero ninguno de los dos movió un solo musculo— Ya decía yo —sentenció al fin—. ¿Os tengo que recordar lo que pasó con Danielle en el último año de instituto?

—No es lo mismo —exclamó Max retirándose un poco, pues estaba casi pegado a Heit con la clara intención de intimidarle, aunque no hubiese resultado.

—Ni remotamente —confirmó el otro.

—Por fin estamos de acuerdo en algo.

—Puede que no sea igual —les concedió John a ambos— pero todos hicimos una promesa, ¿o es que vuestra palabra no vale una mierda? —los dos quedaron callados— Prometimos que jamás dejaríamos que una tía se interpusiera entre nosotros —les recordó.

—No se trata de un ligue o una tía cualquiera —empezó Max—, se trata de Lena —y para él, esa afirmación, era explicación suficiente.

—Oh venga.

—¿Qué quieres decir con «oh venga»?

—«Se trata de Lena…» —se burló Heit—. Se trata de alguien que ha firmado un contrato cambiando sexo por… una habitación —soltó y aunque su tono era neutro, se podía adivinar en sus palabras cierto desprecio—. No, espera —instó Heit viendo que iban a interrumpirle— se trata de una tía, que deja que la mantengan a cambio de polvos, que tiene una palabra de control que puede usar en cualquier momento y te aseguro Max, que no usó. Lena vino a mí ese día y en ningún momento me pidió que parara, que me detuviera, éramos dos adultos disfrutando de una buena sesión de sexo, duro pero consentido. Lo siento Max, lamento tener que decirte esto, pero Lena disfrutó con lo que hicimos, joder, ¡si se corrió como una perra en celo!

—Vete a la mierda —soltó empujándole contra la nevera.

—Max, no voy a negar que me sobrepasé, estaba muy cabreado y te prometo que no volverá a ocurrir, pero no me eches toda la mierda a mí, te juro que ella vino buscando lo que se llevó.

—Te pasaste.

—Me pasé y lo lamento.

—No es conmigo con quien tienes que disculparte.

—No pienso disculparme con ella —le aseguró—. Creo que todos tenemos claro, en qué consiste este juego…

—Bueno va —intervino entonces John bastante satisfecho—, que somos amigos desde hace mucho, no podemos dejar que esto nos joda... Heit, siento haberte golpeado —dijo alargando la mano que el otro encajó.

—Olvidado, tampoco es que pegues muy fuerte —bromeó.

 

Ambos miraron a Max, parecía mantener una lucha interior consigo mismo, era como si de un momento a otro su cabeza fuese a estallar, salpicando las paredes de ideas. En el fondo sabía que Heit tenía parte de razón. Era un gilipollas integral, lo había sido siempre, pero Lena tenía una palabra de control, ella podía detenerles en cualquier momento y no lo había hecho, en los más de seis meses que llevaba en la casa jamás había dado muestras de no poderlo soportarlo, al contrario, parecía que disfrutaba y muchas veces Max se preguntaba quién dominaba a quien, pues Lena parecía tener el papel de sumisa muy bien aprendido. Suspiró. Tan solo había usado la palabra en una ocasión y no fue para ella… La cabeza de Max bullía de ideas.

 

—Lo siento —gruñó al fin—, he sido un capullo.

—No podemos dejar que esto termine con nuestra amistad —susurró John visiblemente más tranquilo de que las cosas volvieran a su cauce.

—Tienes razón —Max cogió de nuevo su café y se sentó.

—Sigo pensando que le gustó —susurró Heit al oído de John—. Es toda una cerda.

 

John lo empujó divertido, antes de que Max se diera cuenta o escuchara algún comentario, no estaba el tema para bromas entre ellos. Y de pronto tuvo una idea.

 

—Salgamos esta noche —propuso—, hace tiempo que no salimos. Corrámonos una juerga como las de antes.

—A bebernos hasta el agua de los jarrones.

—Por mí perfecto —dijo Heit— necesito despejarme un poco.

—Decidido, esta noche salimos los cuatro. Será divertido.

 

En la otra punta de la casa, Lena llevaba rato paseando por la habitación, muriéndose de ganas de saber qué pasaba, suplicando calladamente que John fuese capaz de solucionarlo, aunque sin duda si alguien podía lidiar con la situación, ese era John. Al rato escuchó la puerta de la calle cerrarse, el sonido metálico hizo que le diera un vuelco el corazón. ¿Quién se habría ido? ¿Por qué? ¿Lo habrían arreglado? Miles de preguntas y la respuesta estaba si salía de la habitación, pero no podía. Aguardó impaciente a que alguno de los dos chicos que quedaban en el apartamento fuese a decirle algo, lo que fuera. Se sentó en la cama y se volvió a alzar al minuto. Abrió la ventana y dejó que el aire fresco de la mañana, se colara en la habitación y la ayudara a despejarse un poco. Pensó entonces que hacía días que no salía de esas cuatro paredes, se había acostumbrado tanto a estar ahí que cada vez se le hacía más difícil eso de salir al exterior, socializar, cruzarse con gente…

 

—Me marcho —dijo John desde el pasillo.

 

Quiso preguntar, pero no sabía si debía hacerlo, aunque a esas alturas ya daba un poco igual, temía que todo se hubiese estropeado sin posibilidad de solución.

 

—¿Qué ha pasado? ¿Quién se ha ido? ¿Están muy enfadados? —las palabras salieron de manera atropellada.

—Eh respira —sonrió— todo está solucionado —dijo enarcando una ceja en señal de suficiencia, gesto que encantó a Lena— Heit se ha ido a recoger no sé qué, de no sé dónde y yo me voy al cumpleaños de mi hermana, pero esta noche hemos decidido que saldremos —dijo guiñándole un ojo.

—¿Salir?

—De fiesta.

—Ah…

—¡Joder! Llego tarde.

 

John salió a toda prisa, cruzándose en el pasillo con Max que estaba pensativo. El sonido de la puerta le sobresaltó, pues a pesar de que John se había despedido, este no le había escuchado. Se alegraba de haber aclarado las cosas con Heit, pero era mucho más fácil pensar que este era un cabrón psicópata a no que Lena… Y sin pretenderlo estaba frente a su habitación observándola. Llevaba puesta una camiseta blanca de tirantes, que dejaban entrever sus rosados pezones. Bajo esta, unas simples braguitas de algodón del mismo color, estaba descalza y su pie derecho se movía de manera nerviosa sobre el colchón. Con esa descripción no habría llamado la atención de nadie, pero Lena poseía un encanto especial, un embrujo de sirena, no le hacía falta valerse de artificios para resultar tremendamente atrayente.

 

—Me alegro que todo se haya arreglado —dijo, pues con Max siempre podía mostrarse un poco menos temerosa, pues él no era como John, y mucho menos como Heit.

—Supongo que sí —él forzó una sonrisa, tenía ganas de preguntarle por qué no había hecho que Heit se detuviera, por qué había dejado que la golpeara y Dios sabía que cosas más, pero temió escuchar la respuesta, una que se negaba a aceptar—. Voy a tocar un rato.

—¿Es una invitación? —exclamó contenta.

 

Lena salió de la habitación siguiendo la estela de ese hombre de contrastes. Tan frío por fuera, tan cálido por dentro. Era fácil estar con él, si sabías superar la barrera de la primera impresión. Se sentó silenciosa en el sofá y recogió las piernas contra su pecho, rodeándolas con ambos brazos después. Adoraba escucharle tocar. Era su momento. Cuando tenía la guitarra entre las manos se transformaba y era verdaderamente él.

Los primeros acordes de Fade to black inundaron el salón, Lena se dejó arropar por el sonido de la guitarra, cerró los ojos un instante dejando que la música penetrara en ella. Le encantaba esa canción, lo que no sabía era cómo podía saberlo él.

 

—Life it seems to fade away…

 

La grave voz de Max la sobresaltó, jamás en los más de seis meses que llevaba en esa casa le había escuchado cantar. Abrió los ojos y se sorprendió al ver la oscura mirada de él sobre ella, sus ojos quedaron imantados, mientras la profunda voz de Max seguía engulléndola, cortándole la respiración. No podía moverse, subyugada a ese momento, a esa música, esa letra y esa voz. Su corazón empezó a latir con fuerza dentro de su pecho, que ascendía y descendía al ritmo de su acelerada respiración.

 

—No one but me can save my self but it’s too late…

—Nadie más que yo puedo salvarme, pero es demasiado tarde —susurró Lena presa del embrujo.

 

Ni siquiera se dio cuenta del instante en el que había terminado la canción, cuando volvió a la realidad de ese salón se encontró con que él seguía mirándola, Lena abrió la boca pero no supo que decir.

 

—Muy sutil —le recriminó al fin, obviando el hecho de que le debía «sumisión y respeto».

—He estado pensando en lo que me dijiste —Max habló despacio, mientras apretaba más la guitarra contra su cuerpo, seguramente para esconder sus nervios.

—¿Sí?

—Sí, le he dado vueltas y creo que no tienes ni puta idea de qué es el amor.

 

Se quedó atónita. Esas palabras la molestaron, ¿quién era él para poner en duda lo que sentía? Quiso defenderse de tal ataque, pero no sabía muy bien que decir.

 

—Esto es muy injusto, tú no puedes saber qué es lo que siento.

—Lena, cuando te enamores de alguien, lo entenderás. 

—No sabes nada de mí…

—Sé que estás enganchada a esta mierda, ¿no puedes vivir sin nosotros?, ¿nos necesitas?, ¿solo aquí te sientes a salvo?, ¿todo tu mundo gira en torno a esto? No es amor Lena, es dependencia, obsesión insana, nada tiene que ver con estar enamorado…

—Que sabrás tú —escupió arrepintiéndose de inmediato.

—Lo sé porque…

—¡Eh! Hacía mucho que no sacabas la guitarra —exclamó Heit sorprendiendo a ambos entrando al salón— No me digas que solo tocas para ella, que romántico —se burló.

 

Lena observó a Max y vio como descendía la mirada un instante, un gesto que pasó inadvertido a Heit, pero no a ella. Tan solo había transcurrido un segundo, pero suficiente para que Lena se replanteara muchas cosas, tantas que sintió una punzada en la sien, ¿estaba él enamorado?

 

—Tan romántico como la hostia que te voy a soltar —respondió Max recobrando el aplomo y enfundando de nuevo el instrumento.

—Tranquilo fiera, que acabamos de reconciliarnos, por cierto me debes un polvo.

—O tú a mí, ya sabes que me gusta que grites mi nombre.

—Marica —gruñó Heit—. Tú qué perrita, ¿disfrutando del concierto?

 

Max dejó la guitarra apoyada en la esquina del mueble, desde que se había mudado a la habitación de Heit no tenía otro sitio donde dejarla, cogió de la mano a Lena antes de salir y tiró de ella para que le siguiera. Heit protestó viendo como se llevaban su objeto de distracción favorito. Odiaba los fines de semana y no tener que trabajar, aunque reconocía que estos eran menos tediosos desde que ella se había mudado. No tener que esforzarse por follar era un lujo al que le iba a costar renunciar, pues sabía que los días de Lena en ese apartamento estaban contados.

Se dejó caer en el sofá y encendió el televisor subiendo el volumen, por si Max tenía pensado hacer algo con ella, no tenía ganas de calentarse inútilmente si no le iban a dejar desfogarse, por suerte al día siguiente cuando Max y John sucumbieran a la resaca, Lena sería toda suya, iba a empezar la mañana cobrándose todos los que no le había echado los últimos días.

La tarde había pasado lentamente, los nervios iniciales dieron paso a las ansias de salir a divertirse. Lena se sentía entusiasmada, delante del armario repasó la poca ropa que tenía. Eligió una minifalda negra que combinó con un top del mismo color, que dejaba parte de su plano vientre al aire. Se miró al espejo satisfecha de su elección, cerró el armario y se dirigió a la puerta de la habitación, detuvo sus pasos antes de salir, había algo que no estaba del todo bien y esa noche tenía que ser perfecta, volvió a mirarse sin saber, qué era lo que fallaba en su elección. Se giró a derecha e izquierda, observando su propio reflejo, se miró por delante y por detrás… metió ambas manos bajo su falta y alcanzando la goma del tanga tiró de él para hacerlo descender hasta que cayó a la altura de sus tobillos. Dio un paso al frente dejándolo olvidado en el suelo. Volvió a observarse.

 

—Ahora sí —susurró.

—Wow —exclamó John palmeándole en el culo cuando la vio aparecer— Estás que rompes, ¿lista?

—Lista.

—¿Dónde vamos a ir? ¿Al Manhattan, Cosmo…?

—Me han hablado de un sitio nuevo… —propuso Heit— además no está lejos de aquí.

—Genial, vamos —respondió John poniendo una mano en la espalda de ella para acompañar sus pasos.

 

Las noches empezaban a ser ya calurosas. Decidieron coger un taxi para que fuese más cómodo el regreso y no se tuvieran que preocupar. El local era una nave industrial rehabilitada, una gran pista de baile en el centro circunvalada por distintas barras de bar. La música sonaba atronadora y a esas horas el ambiente era ya asfixiante. Lena siguió de cerca a Max, que abría la comitiva, detrás de ella con una mano en su cadera, iba John, a Heit le había perdido la pista poco después de entrar. Max eligió una zona ligeramente apartada, cerca de una de las barras laterales, hizo un gesto al barman y pidió una cerveza para empezar.

 

—¿Qué te pido? —le susurró al oído.

—No sé… un cubata…

—Perdón —se disculpó entre gritos Heit— había alguien del trabajo… Joder, ¿una cerveza? Pídete algo más fuerte, hoy tenemos que terminar doblados.

—Bueno, acabamos de llegar.

 

La música seguía sonando, cientos de cuerpos se movían a la vez, al ritmo desacompasado de una música que jamás había olido instrumento alguno. El calor era opresivo y las bocanadas de humo que soltaban los cañones de vez en cuando, no ayudaban a facilitar el poder respirar. Tras la segunda copa Lena ya se sentía mareada. A su lado una pareja había empezado a besarse con frenesí, las manos de él llevaban rato buceando bajo la falda de ella. Lena no podía dejar de mirar de vez en cuando, primero con disimulo pero después, ya con cierto descaro. No muy lejos de esa pareja, un par de chicas bailaban de tal modo que tenían toda una cohorte de mirones a su alrededor, algunos se aventuraban a acercarse a ellas, que se dejaban magrear sin pudor.

Y su cabeza seguía dando vueltas.

Tras dos cervezas, tal como le habían sugerido, Max empezó con algo más fuerte. Hacía tiempo que no salía de fiesta. Posiblemente la última vez que lo hizo fue cuando se folló a Lena, antes de que esta fuese «su» Lena. Sentado al lado John observaba divertido cada escena del local. Le maravillaba la facilidad de perder el control cuando te creías en el anonimato, esa disposición a perder las formas.

 

—Baila —le susurró entonces John a Lena—, enséñales a todas estas cómo se pone cachondo a un tío.

—¡Ja! —se carcajeó Heit.

 

Lena dio un par de pasos alejándose de ellos. Hacia tanto tiempo que no bailaba… Empezó a moverse con timidez, mirando a todos lados, sintiéndose fuera de lugar entre tanta gente, pero cuando se giró y se cruzó con el destello de deseo que desprendían los ojos de John se animó. Empezó a moverse un poco más, a contonearse mejor.

 

—Así se hace nena —vitoreó Max con un vaso de tubo en la mano.

 

Poco a poco dejó que fuese la música la que se moviera a través de ella, sentía la melodía y simplemente se dejaba llevar. Siempre le había gustado el juego de seducción que podía desprenderse de un solo baile. Le encantaba sentirse observada, deseada, despertar los más bajos instintos de todo el que la miraba. Le gustaba saberse objeto de deseo de todos a su alrededor. Pero en ese instante, lo que la animaba a seguir, no era el gesto lascivo del hombre a su derecha, o el casi imperceptible roce del chico que tenía justo detrás, ni las miradas de deseo del barman que se había detenido a observarla, lo que la estaba encendiendo de un modo que no podía ni explicar era el gesto de aprobación y orgullo de sus amos.

Un chico se acercó por su retaguardia y pegó la cadera a la suya, acoplándose al movimiento rítmico que ella llevaba, sintió las manos de ese desconocido descender desde su cintura hacia sus caderas, pero se encontraba fuera de sí, había perdido el control. Heit clavó los ojos en esa escena que transcurría a tan solo unos metros de él y cuando el tipo arrimó su entrepierna a las nalgas de Lena, sintió una punzada en medio del estómago. Un dolor real al que no quiso poner nombre. Cuando la mano de ese chico estaba a punto de descubrir que bajo la tela de la falda no había nada, algo lo arrancó de su lado de un fuerte empujón.

 

—Joder Lena eres puro vicio —rugió Heit con voz encendida y totalmente fuera de sí.

 

Esas palabras turbaron aún más su consciencia, si es que quedaba resquicio alguno de ella. La rodilla de Heit se situó entre sus piernas, su muslo peligrosamente cerca de su sexo, cerró los ojos y se dejó llevar, cuando unas nuevas manos se aferraron a su cadera de manera ruda, no le hizo falta nada más para saber que eran las manos de Max las que ahora ascendían en dirección a la curva de sus pechos. Le costaba respirar, todo a su alrededor era fuego y cada bocanada de aire ardía más que la anterior. John le acercó un vaso a los labios y ella bebió como un sediento en el desierto. Ya no sabía si era ella la que se movía o lo hacía todo lo demás a su alrededor.

Sentía como diversas manos se movían por su cuerpo, dejó caer la cabeza hacia atrás encontrando el pecho de John como tope. Y de pronto sintió los labios de Heit sobre los suyos, esos besos despertaron su lado más salvaje, era la primera vez que él la besaba. Mordió con saña esos durante meses tan deseados labios, él respondió apretando con fuerza uno de sus muslos hasta lograr que gimiera de dolor y placer. Todo daba vueltas. John, tras ella, las manos de Max hurgando descaradamente bajo el top, Heit apretando contra ella su erección, John, Max, Heit… John, Max, Heit… Todo se nublaba a su alrededor…

 

Los primeros rayos de sol impactaron dolorosamente contra sus ojos cerrados. La cabeza le iba a estallar y sabía que si intentaba moverse, sería aún peor. No recordaba nada, desde que estuvo viendo como Lena bailaba y calentaba al personal no recordaba nada más. ¿Tanto había bebido? Se estaba haciendo mayor. Intentó abrir los ojos, pero un zumbido retumbó dentro de su cabeza y sintió nauseas, ganas de vomitar. Pegado a su espalda notaba un cuerpo desnudo, lo curioso de la situación era que su brazo rodeaba a alguien que dormitaba contra su pecho.

Ese fue el motivo determinante de que, a pesar del dolor, decidiera abrir los ojos y fue entonces cuando descubrió el cuerpo de Lena, que acurrucada contra él respiraba con placidez. No puedo evitar sonreír al observarla, tan tranquila, tan guapa, tan perfecta... Entonces alguien a su espalda se movió. Heit se giró todo lo rápido que le permitía su mareo…

 

—¡Mierda! ¡Max! ¿Qué cojones haces en mi cama? —chilló Heit y empujó con fuerza el cuerpo de su fornido amigo, que cayó con estruendo al suelo— ¡Estás desnudo!

—Sssssssshhhhh —chistó el chico desde el suelo sin levantarse— me duele todo, creo que me he roto algo…

—La cabeza te voy a romper —rugió furioso Heit entre dientes—. ¿Se puede saber qué ha pasado?

 

Cuando se giró vio a Lena despierta observando la escena en silencio. Se había cubierto el cuerpo con parte de la sábana y estaba sonrojada, como si sintiera pudor.

 

—Oh venga, a estas alturas —dijo dando un tirón a la sábana para dejar su desnudez al aire— y tú, levanta—pateó a Max.

—¡Anda! —rio este levantándose del suelo— ¿Qué ha pasado aquí? ¡Joder! ¿Te duele el culo? —preguntó de pronto.

—¡Vete a la mierda!

—La leche, qué resaca —exclamó Max llevándose las manos a la cabeza y apretándola con fuerza—. Espero que lo pasáramos bien porque yo no recuerdo nada.

—Lárgate a tu habitación —le gruñó a Lena y tú, tápate eso.

—La tengo grande eeehhhh…

 

Lena se precipitó al pasillo, cerrando la puerta tras de sí y corrió a su dormitorio. Estaba algo confundida, no por la posibilidad del sexo en grupo, eso no era algo nuevo, tampoco lo era lo de no recordar lo acontecido la noche anterior, aunque a decir verdad hacía tiempo que no le pasaba, su confusión se derivaba de pequeños flashes en forma de recuerdos que llegaban a su mente, porque vagamente recordaba los labios de Heit, sus besos y una mirada que jamás había visto en él. Pero la noche anterior estaba tan borrosa, que no podía saber si esos retazos eran o no de verdad. Se tiró sobre la cama, la cabeza le iba a estallar, se concentró en el lacerante dolor en sus sienes y en esa sensación de tener la boca pastosa, con miles de horribles sabores mezclados a la vez. No escuchó pasos a su espalda, ni notó como se hundía el colchón a su lado, solo se dio cuenta de que no estaba ya sola cuando la mano de John se posó en su nalga desnuda. Levantó la cabeza con un gesto rápido, o esa era la sensación que ella tenía, bastante alejada de la realidad, pues todos sus movimientos eran farragosos, como si le costara hasta respirar.

 

—Menuda juerga ayer —le alargó un vaso de agua y una pastilla—. Para la resaca— le aclaró— ¿Recuerdas algo?

—Vagamente.

—Bebiste mucho, los tres lo hicisteis.

—¿Y tú?

—¿Yo? —John sonrió de medio lado— ¿Me guardas un secreto? —Ella asintió y se medio incorporó sobre el colchón, John perdió por un segundo el hilo de sus pensamientos observando su desnudez, tenía un cuerpo perfecto— Yo no bebí.

 

Lena entrecerró los ojos y lo miró inquisitivamente. Él soltó una carcajada que inundó la habitación e hizo que ella, casi por contagio, también riera.

 

—¿Nada?

—Ni una gota.

—Entonces, tú sí sabes lo que ha pasado.

 

John se levantó cogiendo de nuevo el vaso de cristal para devolverlo a la cocina, caminó hacia la puerta pero se detuvo un segundo y se giró de nuevo a mirarla, su expresión era de desconcierto y no pudo evitar volver a reír de la situación. Podría hacerla sufrir un poco más, como estaba dispuesto a hacer con ellos, pero se apiadó, le supo mal y sabía que Lena no les diría nada, si él le decía que no lo hiciera.

 

—No pasó nada. Estabais muy bebidos, me costó un buen rato lograr meteros en el apartamento, no digamos en la cama.

—Pero…

—Oh bueno —dijo adivinando por donde iba la pregunta de Lena—, pensé que sería divertido.  La verdad es que cuando me acosté tú estabas entre medio de los dos —alzó los hombros y su rostro mostró cierto desconcierto— esta mañana Max y Heit estaban abrazados, y tengo una foto que lo demuestra… Creo que no voy a volver a fregar un plato en la vida.

—Bueno, los friego yo.

—Me refiero a cuando te vayas.

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