Lena

Lena


Capítulo 7

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Capítulo 7

 

Esa semana había sido de lo más diferente, John pasaba mucho tiempo en el apartamento, cosa que agradaba a Lena, aunque echaba de menos escuchar tocar a Max, que nunca lo hacía si no estaban solos. Por otro lado, algo había cambiado en Heit, que seguía maltratándola, sobre todo verbalmente, pero Lena había encontrado algo en sus ojos, una luz, un brillo especial, esa nueva forma en que la miraba a veces, su mano sobre su brazo más tiempo de lo habitual o una sutil caricia disfrazada de roce fortuito.

Esa mañana abrió los ojos entre los brazos de John, no había mejor lugar en el mundo donde despertar y si lo había, Lena no quería ni saberlo. Porqué para ella el nirvana se encontraba en esa cama, junto a ese cuerpo. Aspiró el aroma de su colonia mezclada con el propio olor de su cuerpo y se abandonó a esa caricia, que empezó de manera sutil en la curva de su espalda y que ascendía y descendía unos centímetros, esos dedos que dibujaban círculos en su piel…

John seguía con los ojos cerrados, notando la calidez del cuerpo de ella pegado al suyo. Acariciaba de manera distraída su espalda, habían pasado del sexo salvaje a todas horas, en todas las posiciones y de todas las maneras imaginables, a una relación más tranquila, pausada, siempre basada en el sexo, pero de un modo mucho más relajado, sin prisa por terminar para poder volver a empezar. Empezó a hacer descender sus caricias hasta donde la espalda pierde su casto nombre, ella separó sutilmente las piernas para facilitar la incursión de sus dedos entre sus muslos. John abrió entonces sus ojos y descubrió la tierna mirada de Lena sobre él, para entonces dos de sus dedos ya la habían penetrado.

 

—Buenos días pequeña…

—Buenos días —dijo con voz encendida.

—Vaya… no perdemos el tiempo —sonrió al notar la humedad de su sexo.

 

Y sin más, en un rápido movimiento, se tumbó sobre ella que quedó atrapada entre su cuerpo y el colchón. Sintió la primera penetración de manera profunda y a pesar de haberse saltado los preliminares, estos no eran necesarios, pues desde hacía tiempo podía encenderse solo con una mirada, una caricia, una palabra, cualquiera de esos tres hombres conseguía que su ropa interior se humedeciera casi sin proponérselo. Las manos de John sujetaban con fuerza su cadera, se movía a un rimo cadencioso, midiendo con exactitud cada nuevo embiste, haciéndola enloquecer. La primera nalgada la cogió por sorpresa, un pequeño hormigueó nació justo en esa zona, pero antes de poder reaccionar la mano de él se había estampado contra su trasero una segunda vez. John era un experto en eso, sabía encontrar el punto exacto entre dolor y placer. Así se lo hizo saber Lena, cuando entre jadeos le pidió más. Quería sentirlo más fuerte, más duro… A pesar del poco margen de maniobra que esa posición le dejaba, Lena movía las caderas como loca, de manera casi impúdica. No tardó en llegar al orgasmo, tuvo que enterrar su rostro en la almohada para evitar que sus gritos reverberaran en todo el apartamento. Chilló mezcla de placer y dolor, pues sus nalgas no habían dejado de ser fuertemente castigadas ni un solo instante. Sintió que a sus convulsiones se unían las de él, que se vació en su interior de manera animal.

 

—Eres una chica muy mala —susurró dejándose caer a su lado— no te he dado permiso para correrte.

—Lo lamento mucho, supongo que deberé ser castigada.

—Deberás… pero no ahora… Haz el café.

 

Lena sonrió divertida, le excitaba la idea de pensar que en algún momento John le daría su correctivo, salió a hurtadillas de la habitación para meterse en la suya y prepararse algo de ropa, sin duda necesitaba una ducha, olía a sexo y descontrol.

Heit la vio meterse en el baño, pero no dijo nada, ya en la cocina se sentó en uno de los taburetes que daban al salón, no tenía mucha prisa, esa mañana se avecinaba tranquila o eso creía.

—Oh que bonito, durmiendo abrazaditos —dijo burlón cuando John cruzó la puerta.

—Cuestión de gustos, prefiero dormir abrazado a Lena que a Max.

—Imbécil.

—¿Celoso? Sabes que tú también podrías hacerlo si quisieras…

—Tú lo has dicho, si quisiera.

—Eres humano, se te permiten tener sentimientos.

—Lo anotaré en la agenda, en el apartado «me importa una mierda».

—Tú mismo, no sabes lo que te pierdes, tan calentita y suave… —susurró guiñándole un ojo.

—Me largo.

—¿Sin desayunar?

—Habría desayunado si tu «cosa» calentita y suave, se hubiera levantado antes —gruñó molesto.

—Eres un amargado —le gritó antes de que desapareciera.

 

Heit luchó por no delatarse, de hecho llevaba días haciéndolo, desde que se había dado cuenta que estaba a punto de arriesgarlo todo en una partida que tenía perdida de antemano. Lena se había colado en su organismo, como una droga y no era persona de dejarse vencer por los vicios, pero empezaba a sentir que moría un poco cada día si no la tenía cerca, si no sentía el roce de su cuerpo junto a él. Una debilidad que debía erradicar antes que fuese tarde.

La casa quedó silenciosa una vez que dos de los tres chicos se marcharon. Era un día más, un día normal, uno de tantos, había empezado igual que el anterior y como posiblemente lo haría el siguiente. Lena terminó de recoger la cocina, deambuló por el salón y se abstrajo un momento de su realidad mientras perdía la mirada por la ventana. Las manos de John la sorprendieron agarrándola por detrás. Su corazón se aceleró al pensar que, posiblemente, iba a darle su castigo. Pero al girarse se encontró con una dulce sonrisa pintada en el rostro del chico. Quería a los tres, ahora ya no tenía duda alguna, aunque Max no la creyera y pusiera en duda sus sentimientos, se había enamorado de esos tres hombres, pero sin lugar a dudas John era su favorito. Era cariñoso, atento, amable, siempre se preocupaba por ella y por su bienestar, también era duro e inflexible cuando correspondía y su corazón se aceleraba con tan solo una mirada suya. No quería enturbiar con sentimientos todo lo que estaba viviendo, pero había sido imposible mantener a raya su corazón. A esas alturas era absurdo negar que no haría cualquier cosa por él, por Max o por Heit.

 

—¿Qué piensas? Pareces preocupada. ¿Estás bien?

—Sí.

—Sabes que puedes contarme lo que quieras, ¿verdad? —ella asintió— Si algo te duele o te inquieta…

 

El dedo de John resiguió casi sin rozarla desde el codo a la mano, lugar donde se detuvo para que sus dedos quedaran enlazados. Lena miró sus manos unidas y sintió que no quería que la soltara jamás. Ellos eran todo lo que deseaba.

 

—¿Puedo hacerte una pregunta? —susurró con voz contenida.

—Lo que quieras —John tiró de ella en dirección al sofá donde ambos se sentaron muy cerca el uno del otro— ¿Estás bien? —preguntó de nuevo ahora sin poder esconder su preocupación por que realmente le sucediera algo.

—Te quiero.

 

Soltó sin más, sin previo aviso, cogiendo a John tan desprevenido, que por un segundo se quedó sin saber qué decir y mucho menos cómo decirlo.

 

—Eso no es una pregunta —sonrió, pero Lena tenía una mirada muy seria—. Bueno, yo también te quiero Lena, en cierto modo todos te queremos… Sé que es un poco extraño, pero… la verdad es que jamás pensé que ocurriría todo esto, para ser sinceros siempre pensé que te largarías antes…

—No —Lena sacudió la cabeza— no me has entendido, claro que os quiero, a los tres y ya no podría vivir sin vosotros, os quiero demasiado a todos, y no quiero que nunca cambie nada, pero… —dudó, bajo la mirada pero se obligó a alzarla y enfrentar esos ojos verdosos— no sé cómo explicarlo… Estoy enamorada de ti John, creo que desde el primer día, por eso me quedé…

—Lena yo… No sé qué decir…

—Dime que tú también me quieres, dime que me amas… —la esperanza tiñó el tono de voz.

—No puedo decirte eso.

—¿Por qué no? —preguntó angustiada.

—Porque no sería cierto.

 

John se levantó del sofá dejando un vacío a su lado, no solo de su presencia y calor, sino de todo lo que estaba manteniendo en pie su mundo, de todo a lo que inconscientemente se aferraba para poder aguantar. No podía creer que él no sintiera nada por ella, él era tan tierno, tan sensible… Sus besos siempre eran dulces y sinceros… El mundo de Lena daba vueltas.

 

—¿No me quieres? —y no pudo evitar que gruesas lágrimas empezaran a descender indómitas por sus mejillas.

—¡Sí! Ya te lo he dicho, claro que te quiero… Te quiero muchísimo, pero no estoy enamorado de ti… Lena… Entre tú y yo, jamás habrá nada más allá de ese contrato. Cuando decidas marcharte lo harás y yo no haré nada por retenerte con nosotros…

 

Esas palabras, pronunciadas en voz baja, de manera dulce, de forma tan tranquila y sosegada, estaban quebrando su alma, estaban desgarrando su vida y partiéndole el corazón, cosa que jamás pensó que pudiera doler tanto y en esos meses, había aprendido mucho sobre el dolor. Lo miró a los ojos una vez más y su mirada le escupió que sus labios no mentían.

 

—Me has hecho creer que…

—Lo siento pequeña, jamás quise confundirte —dijo hincando una rodilla al suelo frente a ella e intentando coger una de sus manos, aunque Lena la apartó.

—No me toques —exclamó.

—Lena, cariño…

—¿Cariño? —negó con la cabeza.

 

Se levantó como empujada por una fuerza invisible, necesitaba salir de ahí, huir de él, de esa casa, de todo lo que sentía, aunque posiblemente el dolor la seguiría allí donde decidiera ir. Corrió atropelladamente hacía la puerta de la escalera, John a su espalda no hizo nada por impedirle que se marchara, el sonido metálico de la puerta al cerrarse les sobresaltó a ambos. Lena suspiró y aguardó tras la puerta unos instantes y cuando comprobó que esa no se abría, no pudo evitar echarse a llorar. «Detenme» pensó mientras empezaba a descender la escalera.

John se dejó caer con suma confusión en el sofá y así siguió durante horas, hasta que el sonido de la llave al girar hizo que reaccionara de ese trance en el que se había sumido.

 

—¡Lena! —exclamó.

—No —Max entró en el salón— Pero me encanta que me recibas en la puerta, qué lujo —soltó con una sonrisa, pero pronto vio la mirada de John— ¿Ha pasado algo?

—Nada —mintió— ha salido a llevar unos currículos y se ha dejado el móvil.

—Eres como papá oso, toooooodo preocupación —se carcajeó.

—Ese soy yo —sonrió y descubrió que mentir se le daba bastante bien.

 

¿Volvería? La duda atormentaba a John. Le había hecho daño, la había herido, él no quería eso, pero no podía mentirle. ¿La quería? ¡Claro! Todo lo que habían pasado juntos… Siguió como un autómata a Max en dirección a la cocina y lo miró sin verle, mientras se preparaba algo para merendar. No, no estaba enamorado de Lena, ella simplemente era…

 

—Estás muy raro.

—Puede…

—¿Seguro que no ha pasado nada?

—¿Pasar algo de qué? —quiso saber Heit que acababa de llegar—. Hoy Lena es mía —les dijo tajante y alzó ambas manos para reforzar esa afirmación, antes de que ninguno pudiera objetar nada.

—Hola a ti también, después el que no tiene modales soy yo, hay que joderse.

—Solo os lo recordaba, porque no quiero que quepa lugar a dudas que Lena es una propiedad y como tal, podemos disponer de ella como nos guste —insistió.

—No hay dudas, Lena es tuya —concedió John con su habitual neutralidad.

—Perfecto.

 

Abrió la nevera y sacó una lata de refresco, intentando aparentar una total normalidad, algo que no sentía desde hacía días. Necesitaba hacer eso, se recordó a sí mismo, recuperar el control de sus anestesiados sentimientos. Heit sabía que lo que estaba a punto de hacer precipitaría el final, pero no podía hacerlo de otro modo. Necesitaba a Lena fuera de esa casa antes de cometer una locura, no estaba dispuesto a dejarse ganar en un juego al que ni sabía que estaba jugando.

 

—¿Tienes planes especiales? —le preguntó John, más para evadir su mente que porque sintiera curiosidad en que pensaba hacer Heit con ella.

—Sí, me la voy a llevar de cena.

—¿De cena? —casi se atragantó Max— ¿Qué tipo de cena? ¿Una de esas caras? ¿Una cita? ¿Vas a pedirle una cita? ¡Joder! ¡Vas a pedirle que se case contigo!

—Noooooo.

—Ahhh… —suspiró aliviado.

—¿Han sido celos lo que he intuido? —Heit frunció el ceño y observó las reacciones de Max.

—¿Celos? ¿Qué? ¡No!

—Yo creo que sí. ¿Te has enamorado de la perrita? —se burló Heit, sabiendo que él podría perfectamente ser el blanco de esas mismas burlas, pues estaba claro que, sin saber cómo ni cuándo, él si se había enamorado de Lena— ¿Qué opinas John? —preguntó esperando el veredicto de su amigo, lo de ser tres solía ser una ventaja para poder desempatar, aunque fuesen opiniones, pero John no dijo nada y Heit se impacientó y cansó de esperar.

—Bueno y qué tipo de cena —Max tampoco se caracterizaba por ser extremadamente paciente.

—Ya sé cómo arreglar mi cagada en el trabajo —les explicó con fingido orgullo—. Cometí un error, peeeeeero ya tengo la solución. Solo necesito a Lena.

—¿Para qué?

—A ti que más te da —gruñó molesto ante tanta pregunta.

—Me da pues porque… —Max se quedó pensativo— pues ¡por qué sí joder!

—Bah —le ignoró y salió de la cocina— ¡Lena! —gritó, pero no apareció— joder con la perra indisciplinada.

—Es que no está —dijo Max que le había seguido por el pasillo.

—¿Cómo que no está? Pues necesito que se vista, he quedado en… —no terminó la frase cuando la puerta de la calle se abrió— ¡Bien! Justo a tiempo —exclamó.

 

Ninguno de los dos se fijó en los ojos hinchados y enrojecidos de la chica, ni en las marcas que las lágrimas habían dejado en su rostro. John suspiro aliviado cuando la vio aparecer, por un momento había temido que no lo hiciera.

 

—Hoy te vienes conmigo —dijo Heit agarrándola del brazo y tirando de ella— ponte un vestido.

—Claro Amo… —pero no pudo evitar desviar su mirada a John.

—Hoy te lo vas a pasar de puta madre, ya verás.

—¿Qué pretendes? —Max se interpuso entre ambos.

—Solo que haga felices a un par de personas, necesito que pierdan la cabeza y que se desfoguen un poco para que me firmen unos documentos.

—Espera, espera, espera… ¿Qué? —gritó y ahora sí cogiendo a Lena del brazo tiró de ella hacia atrás, para apartarla de Heit.

—Oye tú, gilipollas —rugió entre dientes—. ¿Me estás desautorizando delante de ella? Te recuerdo que podemos hace con esta perra lo que nos dé la gana.

—Y una mierda —contestó amenazante.

 

Lena observaba la escena desde un segundo plano y a pesar de que era su cuerpo el que zarandeaban, como si se tratara de un juguete entre las manos de dos niños, era como si la discusión no fuera con ella, como si no estuviera allí, como si ella solo fuese un pretexto para por fin, hacerles estallar. John estaba observando la escena del mismo modo que ella, manteniéndose alejado sin osar interrumpir.

 

—Lena, vístete —ordenó Heit.

—Sí Amo…

—¡Qué no! —Max la retuvo— ¿Te has vuelto loco o qué?, no te la vas a llevar para que se la folle cualquiera.

—Que más te da quien se la vaya a follar, para eso está ¿no? Para follar —¿Si? ¿Para eso estaba? La voz de Heit tembló y volvió a sentir la misma punzada de celos que llevaba semanas sintiendo, cada vez que alguien que no era él rozaba el cuerpo de Lena, las mañanas que la veía salir de una cama que no era la suya, pero se obligó a recordarse a sí mismo que sí, que tan solo era un objeto del que disponer cuándo y cómo se le antojara.

—¿Pero tú te estás escuchando? —gritó Max— ¿Desde cuando eres tan gilipollas? Lena no se va y punto.

—Tenemos un contrato, y en él se dice que … —recordó Heit.

—El contrato —pronunció despacio cada palabra manteniéndole la mirada— me lo paso yo por donde tu sabes…  ¿John? —dijo Max girándose hacia él, buscando que su amigo le diera la razón.

 

De pronto se hizo el silencio y todos se quedaron observándole. Sabía que al final todo se desmoronaría, pero jamás hubiera pensado que las cosas terminarían así. John tragó saliva de manera nerviosa. Desde que Lena había aparecido en sus vidas, había intentado hacer lo correcto con ella. Él no era como Heit, tan frío y sumamente maquiavélico, tampoco era como Max, patrón de las causas perdidas y que sin duda, había perdido la cabeza por Lena casi desde el primer día. Quería a Lena, no quería que le pasara nada malo, pero ella se había prestado a un juego, y era la única que lo podía detener, si quería. Pero era obvio que Lena, ni tan si quiera se había planteado esa posibilidad. Y eso lo tenía totalmente confundido, ¿por qué no lo dejaba ya?, ¿hasta dónde pretendía llegar?, ¿qué intentaba demostrar? Clavó los ojos en ella y calladamente suplicó que dijera algo, lo que fuese, que se negara a ir con Heit, que detuviera ya ese estúpido juego. Todos sabían que, aunque ella decidiera parar y romper el contrato, no la echarían de allí. Eso ya nunca ocurriría. Solo tenía que decir algo, solo ella podía detener eso, y si lo hacía, sería un alivio para todos, pues la situación era ya insostenible. «Di algo» suplicó en silencio John, pero ella no dijo nada.

 

—Bueno —susurró al fin viendo que ella no pensaba hablar—, el contrato dice que cada uno puede disponer de ella como le plazca…

—¡A la mierda el contrato! —exclamó furioso Max.

—Un contrato es para respetarlo, sino ¿para qué mierda lo firmamos? —defendió Heit.

—Puedo hacerlo —la voz de Lena, tan suave y comedida, hizo que todos se callaran—. Si el Amo Heit necesita que lo haga, puedo hacerlo. El contrato es el contrato ¿no? —buscó con la mirada a John— Y todo va de esto, del contrato, después de él no hay ni habrá nunca nada.

—¿¡Es que os habéis vuelto todos locos!? —gritó Max fuera de sí.

—Tranquilízate —le aconsejó John.

—No me jodas, estoy muy tranquilo, cuando pierda los nervios lo notarás porque le partiré la cara a ese gilipollas —bramó mirando a Heit.

—¡Inténtalo! —le retó este, aunque sabía que, si Max decidía empezar una confrontación más allá de la verbal, no tendría mucho que hacer.

—Te juro que ganas no me faltan —masticó cada palabra y la dejó salir con tanta rabia, que heló el ambiente de la habitación—. Ponle una sola mano encima a Lena y por lo más sagrado que te la corto.

 

La mano de Heit quedó suspendida en el aire durante un instante hasta que la hizo descender. Sabía que Max decía la verdad. Puede que no de manera literal, su mano no corría el peligro de ser separada de su brazo a la altura de la muñeca, pero si continuaba con eso, sí saldría mal parado. Él y Max habían chocado siempre, desde pequeños, su amistad se mantenía en pie por esa pequeña línea de flotación, que ninguno de los dos por respeto, se atrevía a pinchar.

John aguardaba expectante por si tenía que intervenir, aunque aún no había decidido en favor de quien. Suspiró aliviado cuando el lenguaje corporal de Heit dio a entender que se retiraba y Max pareció intuirlo también, porque se relajó.

 

—Está bien, tú ganas —escupió Heit— igualmente dudo que esta me sirviera de nada, necesito una mujer de verdad, alguien capaz de hacerles enloquecer. Disfrútala —dijo empujándola en dirección a Max.

—Eres un bastardo —rugió entre dientes, con los ojos cargados de ira, furia que desapareció cuando descendió la mirada para posarla en ella que había ido a parar entre sus brazos—. ¿Estás bien? —Lena asintió— No te va a hacer nada, te lo juro.

 

Ella no pronunció palabra, no sabía qué decir. Estaba colapsada, demasiadas emociones contenidas, demasiados sentimientos confrontados, demasiada tensión a su alrededor. Se sentía agotada y no solo de un modo físico. Se dejó arrastrar hasta su habitación y antes de que Max cerrara la puerta, aún pudo ver a John ahí de pie, sin decir nada, sin hacer nada, sin sentir nada. Había pensado que Heit era de hielo, pero sin duda John la había engañado, era el más frío y siniestro de los tres.

 

Lena se despertó a la mañana siguiente presa de un gran dolor de cabeza, todas las emociones, sentimientos, ideas, y palabras del día anterior aún turbaban sus sentidos. Se dejó caer de la cama y arrastró los pies, hasta quedar frente a las dos puertas del armario, le sobraba una. Casi seguía con tan poca ropa como la que había traído al llegar. Se enfundó unos pantalones cortos de sport y una camiseta de un color a medio camino entre el rosa y el blanco. Agudizó el oído antes de atreverse a salir de la habitación, Heit no había vuelto la noche anterior, lo sabía porque no había podido conciliar el sueño ni un solo segundo. Al poco de que él se fuera también lo hizo John, pero este sí había regresado, lo hizo bien entrada la madrugada.

Empujó con desánimo la puerta de la cocina y como cada día, siguiendo la misma rutina que los últimos meses, preparó el café y se dispuso a hacer unas tostadas, en el momento que cogía del armario el pan, la puerta se abrió.

 

—Buenos días —la saludó John.

 

Lena aguardó con contenida emoción, ese beso que solía darle cada mañana desde el primer día, esperó pero no llegó. El corazón de Lena se arrugó como el papel de un caramelo en las manos de un niño. Sintió ganas de llorar, pero se las tragó con el primer sorbo de café y se obligó a sonreír a Max que acababa de entrar. Los oscuros ojos del chico se clavaron un segundo en ella antes de desviarse a su compañero, al cual no saludó. El silencio en ese momento se hizo incómodo, se condensó a su alrededor, como si amenazara con asfixiarles a los tres. John fue el primero en abandonar la estancia, recogió algunas cosas de su habitación y las metió dentro de su porta documentos, dudó si decir algo o no antes de salir, finalmente se despidió, indicándole a Lena que seguramente no regresaría a la hora de comer. Los ojos de ella se quedaron fijos en esa puerta recién cerrada.

Todo había terminado.

 

—Lena —dijo Max desde el salón llamando su atención.

 

Ella lo miró, sus ojos siempre tan oscuros, ahora parecían transparentes y un inmenso dolor emanaba de ellos, lo delató también el temblor de sus manos, cuando una de estas se alzó hasta quedar frente a ella. Dudó un instante y al final tomó lo que Max le ofrecía. Dinero.

 

—¿Qué es esto?

—Dinero.

—Eso ya lo sé.

—Es para ti —le aclaro él, maldiciéndose de que la fortuna no le hubiera obsequiado con un mejor don de palabra.

 

Lena miró el fajo de billetes que él sostenía.

 

 —Pero… —Lena giró sobre sí misma y buscó con la mirada en el rincón, al lado del mueble del comedor, pero no había ni rastro de lo que esperaba ver allí— ¡Has vendido la guitarra! —chilló y apartó las manos del dinero como si quemara.

—Lena, tienes que marcharte de aquí.

—¡No! —gritó presa del pánico— No… —repitió conteniendo la emoción de su voz— Max yo… puedo arreglarlo, de verdad, dejadme que lo arregle…

—No hay nada que arreglar Lena, ¿es que no lo entiendes?

—Por favor Max, ¿por qué quieres que me vaya? —notó como se le quebraba la voz y el terror se apoderaba de ella— ¡Déjame que me quede! —sus fuerzas flaquearon y sus rodillas cedieron a su peso, cayendo sobre ellas en el suelo, aferrándose a las piernas de él.

—Joder Lena… —se arrodilló frente a ella y con suma facilidad la volvió a alzar— No entiendes una mierda… No puedo dejar que te quedes.

—Pero… ¿Por qué?

 —¡Porque te quiero! ¿!Vale!? —su profunda voz resonó fuerte y furiosa por toda la estancia desgarrando cada rincón—. Porque yo sí me he enamorado de ti —reconoció entonces en un susurro apenas audible—. Porque no soporto ver cómo te hacen daño, cómo tú misma te lo haces… Joder Lena, ya no puedo aguantarlo más.

 

Lena sintió como él clavaba su mirada en ella y se estremeció por completo, si sus palabras habían arañado su alma, esa mirada la estaba confundiendo aún más, quiso replicar, quiso chillarle ella también, quiso rebatir sus argumentos, pero la había desarmado y supo que no tenía nada que decir. No podía. Notó como él la agarraba de los hombros y con un ligero pero firme tirón, la acercó hacia su pecho, enterrando después la cara entre su cabello. ¿Estaba llorando? El corazón de Lena se rompió.

 

—Tienes que irte —dijo entonces él apartándola de golpe—, lárgate de este piso, deja la ciudad, termina la carrera, busca un buen trabajo y alguien que te quiera, te respete y te haga feliz. Olvídate de nosotros y de todo lo que has vivido aquí. Por favor Lena…  —volvió a alzar la mano con el dinero que ella había rechazado tan solo un momento antes— Vete.

 

La mano de Lena se alzó casi en contra de su voluntad, era como si se hubiese escindido y observaba la escena desde fuera de sí misma, como si esa que ahora agarraba los billetes no fuese ella, sino alguien que había ocupado su lugar.

 

—Max yo… —pero no supo que decir.

—Lo siento —dijo él y a pesar de que su padre siempre le había dicho que los hombres jamás lloraban, no pudo evitar que una lágrima bañara su mejilla—. Debería haberlo sabido, debería… Lena siento mucho el daño que te he hecho, espero que algún día puedas perdonarme.

—No hay nada que perdonar —exclamó saltando a su cuello y rompiendo a llorar.

—Joder nena, te quiero tanto —susurró acunándola contra él.

—Yo también te quiero.

 

Y fue una pena que no pudiera creerla, Max sabía que, a pesar de que ella lo sintiera como cierto, nada de eso era real. Y eso le estaba matando porque él si la amaba, demasiado, quererla era dolor por no poder tenerla, porque no podía ser suya. Jamás le había pertenecido, a ninguno de los tres.

 

Cuando Lena cerró la puerta del apartamento el sonido la despertó, como si esos siete meses se trataran de un largo letargo. Bajó los escalones de manera pausada, sin prisa y sin mirar atrás. Cruzó la calzada, sabiendo que posiblemente él la estaría observando desde la ventana del salón. Tomó una profunda bocanada de aire y se marchó sin tan siquiera decirles adiós.

 

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