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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » June

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JUNE

En Drake me enseñaron que la mejor forma de desplazarse por la noche sin que te vean es ir por los tejados. A esa altura eres prácticamente invisible, porque los transeúntes mantienen la vista fija en la calle. Además, desde ahí se ve perfectamente el lugar al que te diriges.

Tengo que ir al lugar donde peleé contra Kaede, en la frontera entre los sectores Lake y Alta. Necesito encontrarla antes de mañana por la mañana, cuando tendré que presentarme ante la comandante Jameson en la intendencia de Batalla para hacer el informe sobre el intento de fuga de Day. Kaede puede ser una excelente aliada para evitar la ejecución.

Poco después de la medianoche, me visto con ropa adecuada: botas negras de montaña; una fina cazadora negra; una mochila pequeña, negra también. Llevo dos cuchillos sujetos al cinturón. Nada de armas de fuego: no quiero que rastreen mi presencia en un sector infectado por la peste.

Subo a la azotea de mi edificio y me quedo un instante de pie, escuchando cómo silba el viento a mi alrededor. El aire huele a humedad. Aún se ven rebaños pastando en algunas azoteas. Al mirarlos, no puedo evitar preguntarme si habré pasado toda mi vida encima de una red secreta de granjas subterráneas. Desde aquí se divisan el centro de Los Ángeles y muchos de los sectores periféricos, así como la delgada franja de tierra que separa el lago del océano Pacífico. Es fácil distinguir los sectores ricos de los marginales: en los últimos, la luz eléctrica da paso a quinqués parpadeantes, hogueras y centrales de vapor.

Apunto mi lanzador de cable al edificio de enfrente, disparo y me deslizo silenciosamente de bloque en bloque hasta encontrarme lejos de los sectores Batalla y Ruby. Aquí las cosas se ponen un poco más difíciles: los edificios no son tan altos, los tejados están desmoronados y alguno amenaza con derrumbarse al mínimo golpe, así que voy escogiendo cuidadosamente mis objetivos. En un par de ocasiones, me veo obligada a apuntar por debajo del techo y trepar hasta la azotea para seguir avanzando. Cuando llego a las afueras del sector Lake, el sudor me empapa la espalda.

La orilla del lago está a pocas manzanas de distancia. Al contemplar el sector desde lo alto, distingo cintas rojas alrededor de casi todos los bloques. No hay esquina sin un soldado de la patrulla antipeste vestido con capa negra y máscara de gas. Las equis rojas se repiten puerta tras puerta. Distingo una patrulla que hace la ronda, como si fuera una redada de rutina, y tengo el presentimiento de que están inyectando la cura como dijo Metias en su blog. Dentro de unas semanas, el nuevo brote de peste habrá desaparecido por arte de magia. Me esfuerzo por no mirar el punto donde está —o estaba— la casa de Day; no puedo evitar la sensación irracional de que el cuerpo de su madre sigue tirado en la calle.

Me lleva unos diez minutos llegar hasta el sitio donde vi a Day por primera vez. Aquí los techos están demasiado destrozados para aguantar la tensión del cable. Con mucho cuidado, bajo hasta el suelo —soy ágil, pero no tanto como Day— y me fundo con las sombras de los callejones hasta llegar al lago. La arena húmeda cruje bajo mis pies. Avanzo evitando la luz de las farolas, las patrullas de la policía ciudadana y la muchedumbre que vaga por la calles. Day me comentó que había conocido a Kaede en un bar de esta zona, en la frontera entre los sectores Alta y Winter. Voy explorando el área según avanzo. Cuando investigué desde los tejados, vi que había una docena de bares que podían coincidir con su descripción. Ahora que estoy en el suelo, cuento nueve.

Tengo que detenerme varias veces en los callejones para poner en orden mis pensamientos. Si me atrapan aquí, si descubrieran lo que me propongo, creo que me matarían sin hacer preguntas. La idea hace que se me acelere el corazón.

Pero entonces me acuerdo de las palabras de mi hermano y aprieto los dientes. He llegado demasiado lejos para dar marcha atrás.

Deambulo sin suerte por diversos bares. Todos tienen un aspecto muy parecido: iluminación tenue, humo, caos, peleas de skiz en la esquina más oscura. Me asomo para ver los combates, pero me quedo lejos del corro: he aprendido la lección. Pregunto a los camareros si conocen a una chica con un tatuaje en forma de enredadera. Nadie sabe nada. Así pasa una hora.

Y entonces la encuentro. O más bien, ella me encuentra a mí.

Me dispongo a entrar en el siguiente bar. Acabo de salir de un callejón cuando algo pasa silbando sobre mi hombro. Un cuchillo. Me aparto de un salto y elevo la vista justo a tiempo para ver a alguien que se descuelga desde un segundo piso. Mi atacante cae sobre mí y me empuja con violencia contra una pared envuelta en sombras. Aferro uno de los cuchillos que llevo al cinto antes de distinguir su cara.

—Eres tú —murmuro.

La chica que tengo frente a mí está furiosa. La luz de las farolas se refleja en su tatuaje y resalta la capa de maquillaje negro que ensombrece sus ojos.

—Muy bien —dice Kaede—. Sé que me estás buscando. Tienes tantas ganas de verme que llevas dando vueltas por los bares del sector Alta desde hace más de una hora.

¿Qué quieres? ¿La revancha?

Estoy a punto de contestar cuando percibo un movimiento entre las sombras. Me quedo helada: hay alguien más aquí. Cuando Kaede advierte hacia dónde estoy mirando, levanta la voz.

—No te acerques, Tess —grita—. Mejor que no veas esto.

—¿Tess?

Entrecierro los ojos: la figura que se oculta entre la sombras es menuda y delgada, y da la impresión de llevar el pelo recogido en una trenza medio deshecha. Sus ojos grandes y luminosos me contemplan desde detrás de Kaede. Apenas puedo aguantar las ganas de sonreír: esta noticia hará muy feliz a Day.

Tess da un paso hacia delante. Aunque tiene las ojeras muy marcadas, parece encontrarse bien. Me dedica una mirada recelosa que me llena de vergüenza.

—Hola —murmura—. ¿Cómo está Day? ¿Se encuentra bien? —Asiento con la cabeza.

—De momento, sí. Me alegro de saber que tú también estás bien. ¿Qué haces aquí?

Me ofrece una sombra de sonrisa y luego contempla a Kaede con nerviosismo. Esta le dirige una mirada de furia y me aprieta contra la pared.

—¿Qué tal si respondes primero a mi pregunta? —me espeta.

Tess se ha debido de unir a los Patriotas. Dejo caer el cuchillo y extiendo las manos vacías.

—He venido a negociar —digo mirando a los ojos a Kaede—. Necesito tu ayuda: tengo que hablar con los Patriotas.

Eso la pilla con la guardia baja.

—¿Qué te hace pensar que yo soy una de ellos?

—Trabajo para la República. Sabemos muchas cosas; algunas seguramente te sorprenderían.

Kaede entrecierra los ojos.

—Tú no necesitas mi ayuda. Estás mintiendo —sentencia—. Trabajas para la República y traicionaste a Day. ¿Por qué debería confiar en ti?

Me giro, abro la mochila y saco un grueso fajo de billetes. Tess deja escapar un grito ahogado cuando lo ve.

—Quiero entregarte esto —contesto entregándole el dinero a Kaede—. Y puedo darte más, pero necesito que me escuches. No tengo mucho tiempo.

Kaede soba los billetes con la mano y toca uno con la punta de la lengua. Tiene un brazo enyesado y sujeto por un cabestrillo.

Me pregunto si será Tess quien se lo haya arreglado; los Patriotas deben de encontrarla muy útil.

—Siento mucho lo de tu brazo, por cierto —le digo a Kaede señalándolo—. Aunque estoy segura que lo entiendes: aún no se me ha cerrado del todo la herida que me hiciste.

Kade deja escapar una risa seca.

—Qué más da… Al menos, nos ha servido para reclutar una médica más —acaricia la escayola y le guiña un ojo a Tess.

—Me alegro de oírlo —respondo mirando a Tess de reojo—. Cuídenla bien. Se lo merece.

Kaede estudia mi rostro durante un rato. Finalmente, me suelta y hace un gesto en dirección a mi cinturón.

—Tira las armas.

No replico. Saco los cuchillos del cinto poco a poco, para que pueda distinguir mis movimientos, y los tiro al suelo del callejón. Kaede los aleja de una patada.

—¿Tienes algún dispositivo de seguimiento? ¿Aparatos de escucha? —Niego con la cabeza y permito que me inspeccione los oídos y la boca.

—Si oigo acercarse a alguien, te mato en el acto —dice al acabar—. ¿Me entiendes?

Asiento. Kaede parece dudar, pero termina por menear la cabeza y me conduce hacia la oscuridad del callejón.

—No pienso llevarte a ver ningún otro Patriota —declara—. No me fío de ti. Puedes hablar con nosotras dos, y ya veré si tu propuesta vale la pena.

Me pregunto por un instante qué tamaño tendrá realmente su organización.

—De acuerdo.

Empiezo a contarles a Kaede y a Tess todo lo que he descubierto. Comienzo con la noche en que Metias murió. Les relato mi persecución de Day y lo que sucedió cuando lo entregué. Luego hablo de lo que he averiguado sobre Thomas y el asesinato de Metias.

No menciono el verdadero motivo por el que murieron mis padres ni lo que escribió Metias sobre la peste en su blog. Me da demasiada vergüenza hablar de esto a dos personas que sobreviven en los sectores marginales.

—Así que el amigo de tu hermano lo mató, ¿eh? —Kaede deja escapar un silbido suave—. ¿Solo porque sospechaba que la República había eliminado a tus padres? ¿Y a Day le tendieron una trampa?

El tono de indiferencia de Kaede me molesta, pero intento no prestarle atención.

—Sí.

—Vaya, qué historia tan triste. Ahora cuéntame qué pintan en esto los Patriotas.

—Quiero ayudar a Day a escapar antes de que lo fusilen. Sé que los Patriotas llevan mucho tiempo intentando reclutarlo, así que supongo que preferirían no verlo muerto. Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

La cólera que había en los ojos de Kaede se ha convertido en escepticismo.

—¿Qué me estás contando? ¿Qué quieres vengarte por la muerte de tu hermano? ¿Qué vas a traicionar a la República para salvar a Day?

—Lo único que digo es que quiero justicia: voy a liberar al chico que no mató a mi hermano.

Kaede suelta un gruñido de incredulidad.

—No te das cuenta de lo fácil que ha sido para ti la vida hasta ahora, ¿verdad? Pero si la República se entera de que has hablado conmigo, te pondrán delante de un pelotón de fusilamiento igual que a Day.

Oírle hablar de la ejecución de Day me pone los pelos de punta. Veo por el rabillo del ojo que Tess también pega un respingo.

—Lo sé —contesto—. ¿Vas a ayudarme?

—Estás colada por él, ¿verdad?

Espero que la oscuridad disimule el color que cobran mis mejillas.

—Eso es irrelevante.

Kaede suelta una carcajada.

—¡Qué gracioso! Una pobre niña rica se enamora del criminal más famoso de la República. Supongo que lo que más te duele es saber que si se encuentra en esta situación es por tu culpa…

Mantén la calma.

—¿Me vas a ayudar o no? —insisto.

—Siempre hemos querido reclutar a Day —Kaede se encoge de hombros—. Sería un excelente apoyo para nosotros, ¿sabes? Pero no nos dedicamos a esto por amor al arte. Somos profesionales, y tenemos una agenda apretada que no incluye obras de caridad. —Tess abre la boca para protestar, pero Kaede le ordena con un gesto que se calle—. Puede que Day sea muy popular en estos sectores, pero en el fondo no es más que un niño. ¿Qué sacamos nosotros? ¿La satisfacción de liberarle? Los Patriotas no van a arriesgar una docena de vidas para salvar a un criminal. No sería eficiente.

Tess deja escapar un suspiro. Su mirada encuentra la mía, y me doy cuenta de que debe de llevar días intentando convencer a Kaede de que haga algo por Day. Incluso puede que se uniera a los Patriotas para suplicarles que le salvaran.

—Lo sé muy bien —me quito la mochila y se la lanzo; ella la atrapa al vuelo, pero no la abre—. Por eso he traído esto. Doscientos mil billetes, contando los que te he dado antes. Toda una fortuna. Fue mi recompensa por capturar a Day, y supongo que será el pago suficiente por su ayuda —bajo la voz—. También he incluido una bomba electromagnética de nivel tres. Vale seis mil billetes. Durante dos minutos, desactivará todas las armas que haya en un ratio de un kilómetro. Estoy convencida de que sabes lo difícil que es encontrar esto en el mercado negro.

Kaede abre la cremallera y echa un vistazo al contenido de la mochila. No dice una palabra, pero la satisfacción se trasluce en su lenguaje corporal, en la forma en que agarra los billetes con avidez y recorre su rugosa superficie con la bomba electromagnética; cuando levanta la esfera metálica y la inspecciona, la mirada se le ilumina. Tess la contempla con ojos esperanzados.

—Para los Patriotas, esto no es más que calderilla —declara Kaede tras inspeccionarlo todo—. Pero tienes razón: puede que sea suficiente para convencer a mi jefe de que te ayude. Y ahora, dime: ¿cómo podemos estar seguros de que no es una trampa? Entregaste a Day a la Republica. ¿Y si me estás engañando a mí también?

¿Calderilla? Vaya, los bolsillos de los Patriotas deben de ser muy profundos.

—Tienes derecho a sospechar de mí —respondo—. Pero míralo de este modo: podrías largarte ahora mismo con los doscientos mil billetes y la bomba, y no mover un dedo por ayudarme. Estoy depositando mi confianza en ti y en los Patriotas. Solo te pido que hagas lo mismo.

Kaede toma aire profundamente. Todavía no parece convencida.

—Bien. ¿Tienes algún plan? —dice al fin.

El corazón me da un vuelco y, por primera vez en toda la noche sonrío con sinceridad.

—Lo primero que hay que hacer es rescatar a John, el hermano mayor de Day. Lo sacaré de la intendencia de Batalla mañana por la noche, entre las once y las once y media —Kaede me contempla con incredulidad, pero la ignoro—. Fingiré su muerte; diré que ha caído víctima de un ataque fulminante. Si consigo sacarlo de la intendencia, necesitaré que estés ahí junto a un par de Patriotas más para a alejarlo del sector Batalla y ocultarlo.

—Si lo consigues, allí estaremos.

—Bien. Ahora, lo de Day. Evidentemente, será mucho más complicado. Lo van a ejecutar dentro de dos días, a las seis en punto de la tarde. A las seis menos diez, yo acudiré a su celda para conducirlo hasta el pelotón de fusilamiento. Tengo una tarjeta de identidad que me da acceso sin restricciones a todas las partes del edificio; la usaré para sacarlo por alguna de las seis entradas secundarias que hay en el ala este. Necesitaré que haya allí un grupo de Patriotas para ayudarnos. Calculo que acudirán al menos dos mil personas a presenciar la ejecución, de modo que apostarán en la explanada unos ochenta guardas. Necesito que las salidas secundarias estén poco vigiladas, así que habrá que hacer algo para despistar a los soldados que monten guardia en ellas. Una vez fuera del edificio no creo que sea difícil escapar… siempre y cuando no haya demasiada vigilancia en los alrededores, claro.

Kaede levanta una ceja.

—Es un suicidio. ¿Te das cuenta de lo descabellado que suena tu plan?

—Sí —hago una pausa—. Pero no hay muchas otras alternativas.

—Bien, sigue. ¿Y qué hacemos con las tropas de la explanada?

—Hay que crear una distracción —fijo los ojos en Kaede—. Tenemos que provocar el caos frente a la intendencia; de ese modo, los soldados que custodien las salidas traseras tendrán que acudir para contener a la multitud, aunque solo sea durante un par de minutos. En eso nos puede ayudar la bomba electromagnética. Si detona, hará temblar la tierra en toda la explanada y los alrededores. No hará daño a nadie, pero provocará el pánico. Además, desactivará todas las armas de las proximidades, así que no podrán disparar contra Day aunque vean que escapa por los tejados. Tendrán que perseguirlo o probar suerte con las pistolas aturdidoras, que son mucho menos precisas.

—Muy bien, chica genio —Kaede suelta una risita sarcástica—. Pero deja que te haga una pregunta: ¿cómo demonios piensas sacar a Day del edificio? ¿Crees que serás la única que lo escolte hasta el pelotón de fusilamiento? Habrá otros soldados a tu lado. Puede que una patrulla entera.

Sonrío.

—Claro que habrá otros soldados. Pero ¿quién dice que no pueden ser Patriotas disfrazados?

Aunque no me contesta, veo cómo se le ensancha la sonrisa. Sí, piensa que estoy loca. Y aun así, está dispuesta a ayudarme.

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