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Primera parte. El chico que camina en la luz » June

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JUNE

No sé si la comandante Jameson se ha apiadado de mí o si realmente siente la pérdida de Metias, uno de sus soldados más valiosos, pero me ayuda a organizar su funeral. Es la primera vez que hace algo semejante para uno de sus subordinados. Se niega explicarme el por qué.

En las familias acomodadas como la nuestra, los funerales suelen ser muy historiados. El de Metias tiene lugar dentro de un edificio con arcos y vidrieras barrocas. Han cubierto los suelos con alfombras blancas, y toda la estancia está llena de mesas redondas adornadas con lilas del mismo tono. Las únicas notas de color son las banderas y los emblemas circulares de la República que cuelgan tras el altar principal, bajo el retrato de nuestro glorioso Elector.

Todo el mundo va de blanco. Yo llevo puesto un vestido muy elegante, con lazo, corsé y una sobrefalda de seda que cae en varias capas por detrás. En mi corpiño destaca un pequeño broche de oro blanco con el sello de la República. El peluquero me ha hecho un moño alto, con rizos sueltos que caen en cascada sobre uno de mis hombros, y me ha colocado una rosa blanca sobre una oreja. Una gargantilla de perlas me rodea el cuello y mis párpados están pintados de blanco brillante. Mis pestañas parecen de nieve, no se me notan los ojos enrojecidos ni las ojeras por el resplandor del maquillaje. Me han arrebatado el color igual que me han arrebatado a mi hermano.

Metias me contó una vez que los entierros siempre no han sido así, que estos ritos empezaron tras las primeras inundaciones y las erupciones volcánicas, después que la República construyera la barrera para evitar que los desertores de las Colonias entraran en nuestro territorio. Entonces se empezó a llevar luto blanco por los muertos.

«Después de las primeras erupciones volcánicas, llovieron cenizas blanquecinas durante meses», me dijo. «Todas las víctimas quedaron cubiertas. Por eso ahora nos vestimos de blanco para recordar a los muertos».

Me contó aquello cuando le pregunté cómo había sido el funeral de nuestros padres. Ahora paseo sin rumbo entre los invitados y respondo a sus comentarios con frases estereotipadas. «Siento mucho su pérdida», me dicen. Reconozco a algunos de los profesores de Metias, a compañeros suyos y a varios superiores. Incluso hay algún que otro alumno de Drake. Me sorprende verlos aquí; no hice demasiados amigos los tres años que estuve en la universidad, sobre todo teniendo en cuenta mi edad y mi fuerte carga académica. Pero aquí están, algunos de la clase de maniobras de la tarde y otros de la clase 421 de Historia de la República. Me estrechan la mano y menean la cabeza.

«Primero tus padres, luego tu hermano. No puedo imaginar lo difícil que debe ser esto para ti». No, no puedes. Pero sonrío amablemente e inclino la cabeza, porque sé que lo dicen con la mejor intención. «Gracias por venir», respondo. «Se los agradezco de corazón. Sé que Metias estaría orgulloso de haber dado la vida por su país».

A veces capto alguna mirada de admiración. Las ignoro. No me interesan. No llevo este vestido exquisito y absurdo para ellos. Solo me lo he puesto por Metias, para mostrarle sin palabras lo mucho que le quiero.

Al cabo de un rato, me siento en una mesa cercana al altar y observo las coronas de flores tras la que pronto desfilará una fila de personas para leer discursos elogiosos sobre mi hermano. Bajo la cabeza con respeto ante las banderas de la República y se me van los ojos hacia el ataúd blanco que hay a su lado. Desde aquí apenas puedo distinguir a Metias en su interior.

—Estás preciosa, June.

Alzo la vista y me encuentro con Thomas, que se ha sentado a mi lado. Ha reemplazado su uniforme por un elegante traje blanco y lleva el pelo recién cortado. Juraría que la ropa es nueva. Debe de haberle costado una fortuna.

—Gracias. Tú también estás muy guapo.

—Esto… Quiero decir que tienes buen aspecto, a pesar de todo lo que ha pasado.

—Te he entendido —le doy una palmadita en la mano para tranquilizarle y él me devuelve una sonrisa. Me da la impresión de que quiere añadir algo, pero luego parece cambiar de opinión y aparta la mirada.

Pasa media hora hasta que todo el mundo encuentra su asiento, y otra media hora hasta que los camareros empiezan a servir la comida. Yo no la pruebo. La comandante Jameson se sienta frente a mí. Entre ella y Thomas están tres compañeros de Drake, y les dedico una sonrisa forzada. A mi izquierda hay un hombre llamado Chian que organiza y supervisa la Prueba de todos los niños de Los Ángeles. Se encargó de la mía. Lo que no entiendo es qué hace aquí, por qué le importa que Metias haya muerto. Sé que era conocido de mis padres, así que no me extraña verlo del todo en el funeral, pero ¿por qué se sienta a mi lado?

Entonces recuerdo que, antes de entrar en la patrulla de Jameson, Metias estuvo bajo las órdenes de Chian. Para él no fue una buena época. Y ese hombre me mira frunciendo sus pobladas cejas, me pone la mano en el brazo desnudo y la deja ahí durante un rato.

—¿Cómo te encuentras, querida? —pregunta.

Al hablar se le retuercen las cicatrices de la cara: un corte en el puente de la nariz y una marca irregular desde la oreja hasta el mentón.

—Mejor de lo que cabe esperar —respondo tratando de esbozar una sonrisa.

—Bueno, he de admitir que ese vestido te hace brillar —deja escapar una carcajada breve que me provoca un escalofrío—. Pareces una flor que se abre en mitad de la nieve.

Necesito toda mi fuerza de voluntad para mantener la sonrisa. Conserva la calma, me digo. No te conviene tener a Chian como enemigo.

—Yo quería mucho a tu hermano, ¿sabes? Le recuerdo de pequeño… Deberías haberle visto. Corría por todo el cuarto de estar persiguiendo a tus padres con una pistolita en la mano. Estaba destinado a entrar en uno de nuestros escuadrones.

—Gracias, señor —respondo.

Chian corta un pedazo enorme de filete y se lo mete en la boca.

—Metias era un chico de lo más atento cuando lo tuve a mi cargo. Un líder natural. ¿Te habló alguna vez de eso?

Me viene un recuerdo a la mente: la noche lluviosa en que Metias empezó a trabajar bajo las órdenes de Chian. Él y Thomas, que todavía estaba en la universidad, me llevaron al sector Tanagashi, donde probé por primera vez el cerdo con soja, los fideos y los panecillos dulces de cebolla. Recuerdo que los dos llevaban el uniforme completo: Metias tenía la chaqueta abierta y la camisa por fuera, mientras que Thomas iba abotonado hasta el cuello y llevaba el pelo cuidadosamente peinado hacia atrás. Thomas se pasó toda la cena burlándose de mis coletas de niña pequeña, pero Metias apenas habló. Una semana después, dejó de estar a cargo de Chian. Presentó una apelación y se le reasignó a la patrulla de la comandante Jameson.

—Me dijo que era información clasificada —miento. Chian se ríe.

—Era un buen chico, un cadete excelente. Puedes imaginar mi decepción cuando fue reasignado a la policía militar. Me dijo que no se consideraba lo bastante inteligente como para valorar las Pruebas o distribuir a los niños que las acababan de hacer; era muy modesto. Y mucho más inteligente de lo que creía… —me sonríe—. Igual que tú.

Asiento. Chian me obligó a repetir la Prueba porque saqué una puntuación perfecta en un tiempo récord (una hora y diez minutos). Pensaba que había copiado. No solo soy la única de la nación que sacó el máximo, sino que debo ser la que pasó la Prueba dos veces.

—Es usted muy amable —respondo—. Mi hermano tenía mayores dotes de liderazgo de las que yo tendré jamás.

Chian me hace callar con un aspaviento.

—Tonterías, querida —replica, y se acerca a mí demasiado para que me sienta cómoda. En él hay algo desagradable, como aceitoso—. Estoy destrozado por la forma en que murió tu hermano. A manos de ese mocoso… ¡Qué vergüenza! —Chian estrecha sus ojos y sus cejas parecen hacerse aún más pobladas—. Me alegra que la comandante Jameson te haya encargado seguirle la pista. Este caso necesita alguien joven que lo mire con nuevos ojos, y tú eres perfecta. Vaya una joya de primera misión, ¿eh?

Le odio con toda mi alma. Thomas se ha debido de dar cuenta de lo rígida que estoy, porque me agarra la mano por debajo de la mesa y aprieta. «Aguanta», intenta decirme. Cuando Chian por fin se gira para hablar con el hombre que tiene al otro lado, Thomas se vuelve hacia mí.

—Chian tiene motivos personales para odiar a Day —susurra.

—¿En serio? —Thomas asiente.

—¿Quién crees que le hizo esa cicatriz?

¿Day? No puedo contener la sorpresa. Chian es un hombre bastante corpulento, y lleva muchos años trabajando para la organización de la Prueba. Es un oficial cualificado. ¿Es posible que un adolescente lo haya herido así y haya salido impune? Me vuelvo hacia Chian y estudio su cicatriz: fue un corte limpio realizado con una hoja muy afilada.

Debió de suceder muy rápido, porque forma una línea completamente recta, y no me imagino a Chian quedándose quieto mientras le rajan la cara. Por un instante, solo uno, me pongo al lado de Day. Luego mis ojos se posan en la comandante Jameson, que me mira como si pudiera leerme la mente. Me pone nerviosa.

Thomas vuelve agarrarme la mano.

—Tranquila, June —dice—. Day no puede esconderse para siempre. Tarde o temprano, lo encontraremos y haremos que sirva de ejemplo. No es rival para ti, sobre todo si te centras en ello.

La sonrisa amable de Thomas me desarma: de pronto, me da la impresión que es Metias el que está a mi lado diciéndome que todo irá bien, que la República no va a fallarme. Mi hermano prometió una vez que estaría siempre a mi lado. Aparto la vista de Thomas y fijo los ojos en el altar para que no me vea llorar. No puedo devolverle la sonrisa. No creo que sea capaz de sonreír sinceramente nunca más.

—Acabemos con esto —susurro.

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