Legend

Legend


Segunda parte. La chica que rompe el cristal » Day

Página 44 de 46

DAY

El resplandor de un rayo, el rugido de un trueno, el rumor de la lluvia. A lo lejos, las sirenas anuncian una nueva inundación.

Abro los parpados y pestañeo ante el agua que me cae en los ojos. Por unos instantes soy incapaz de recordar nada, ni siquiera mi nombre. ¿Dónde me encuentro? ¿Qué ha pasado? Estoy sentado al lado de una chimenea, empapado. Miro alrededor y veo la azotea de un bloque de pisos. La lluvia cubre el mundo como una manta y el viento se me cuela por debajo de la camiseta como si quisiera llevarme con él. Me agarro a la chimenea. Cuando miro al cielo, veo un mar de nubes negras, tormentosas, iluminadas por los relámpagos.

De pronto lo recuerdo todo: el pelotón de fusilamiento, el pasillo, las pantallas. John. La explosión. Soldados por todas partes. June.

¿Por qué no estoy muerto?

—Te has despertado.

Junto a mi agachada, se encuentra June. Su uniforme negro resulta casi invisible en la oscuridad de la noche. Está apoyada contra la chimenea, sin hacer caso de la lluvia que le golpea la cara. Me acerco a ella y un latigazo de dolor me recorre la pierna. Las palabras se me quedan en la punta de la lengua; soy incapaz de hablar.

—Estamos a veinte kilómetros de Los Ángeles; los Patriotas, nos llevaron hasta donde pudieron. Se han ido a Vegas —June parpadea para que el agua no le entre en los ojos—. Eres Libre. Vete de California mientras puedas, porque estoy segura de que no van a dejar de buscarnos.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla. ¿Estaré soñando? Me aproximo más a ella e intento rozarle la cara con la mano.

—¿Qué…? ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Cómo conseguiste sacarme de la intendencia? ¿Saben que me ayudaste?

June me observa como si sopesara la conveniencia de contestarme. Finalmente, alza la vista hacia el borde de la azotea.

—Mira.

Me incorporo con trabajo y veo que June señala las pantallas gigantes de la fachada. Me acerco cojeando a la barandilla y echo un vistazo. Definitivamente, estamos en las afueras: el edificio en el que nos encontramos está abandonado y tapiado, y no funcionan más que dos pantallas. Cuando leo lo que ponen, me quedo sin aliento.

FUSILADO HOY DANIEL ALTAN WING.

Tras el titular vienen las imágenes: soy yo, sentado en la celda con los ojos fijos en la cámara. La escena se corta y aparece el patio donde se alinea el pelotón de fusilamiento. Varios soldados arrastran hacia el centro a un chico que se resiste. No recuerdo nada de eso. El chico tiene los ojos vendados y las manos esposadas a la espalda. Se parece a mí, salvo por un par de detalles que yo solo puedo ver. Tiene los ojos un poco más anchos que los míos, la cojera con la que camina es fingida y su boca es más semejante a la de mi padre que a la de mi madre.

Entrecierro los ojos. No puede ser.

El chico se detiene en medio del patio. Los guardias que lo arrastraban regresan a su posición inicial. Los soldados del pelotón levantan las armas y apuntan. Se produjo un silencio breve, horrible. De pronto, cada fusil expulsa un hilo de humo y chispas. Veo como el chico se convulsiona a cada impacto. Cae de bruces en la tierra. Suenan un par de disparos más y el silencio regresa.

El pelotón se disuelve rápidamente. Dos hombres recogen el cuerpo y los llevan hacia las cámaras de incineración.

Las manos empiezan a temblarme.

John.

Me enfrento a June, que me observa sin decir una palabra tras una cortina de lluvia.

—¡Era John! —grito—. ¡Ese chico era John! ¿Qué hacía ahí, delante del pelotón? —Se queda callada.

No puedo respirar. Ahora entiendo cómo me sacó de ahí.

—No lo llevaste de vuelta a la celda —consigo decir—. Lo pusiste en mi lugar.

—Yo no lo hice —replica—. Fue él.

Me acerco cojeando, la agarro de los hombros y la empujo contra la chimenea.

—¿Qué pasó? ¿Por qué lo hizo? —Grito—. ¡Debería haber sido yo!

June chilla de dolor, y me doy cuenta de que está herida. Un corte profundo le cruza el hombro y le tiñe de sangre la manga. Me quedo helado, avergonzado por mi actitud. Desgarro una tira de mi camiseta e intento vendarle la herida como lo haría Tess. Ajusto la venda y la cierro con un nudo. June hace una mueca de dolor.

—No es nada —miente—. Me rozó una bala.

—¿Te han herido en alguna otra parte? —recorro sus brazos, palpo su cintura y sus piernas. Está temblando.

—Creo que no. No te preocupes, estoy bien.

Le retiro el pelo mojado de la cara y le coloco suavemente los mechones detrás de las orejas. Ella alza la vista.

—Day… Las cosas no salieron como yo había previsto. Quería sacarlos a los dos. Podría haberlo hecho. Pero…

Aparto la mirada y me topo con el cuerpo sin vida de John en una de las pantallas. Por un momento se me va la cabeza, y tomo aire con fuerza para no desmayarme.

—¿Qué pasó?

—Nos faltaba tiempo para escapar —hace un pausa—. John se dio cuenta y regresó para que tú y yo pudiéramos salir. Todos lo confundieron contigo; incluso se llevó la venda que te habían puesto. Lo agarraron y lo sacaron al patio… —June sacude la cabeza—. La República ya debe de haber averiguado que cometió un error. Tienes que huir Day. Escapa mientras puedas.

Las lágrimas ruedan por mis mejillas, pero no me importa. Me arrodillo frente a June, escondo la cabeza entre las manos y me vengo abajo. Ya nada tiene sentido. Mi hermano debía de estar enfermo de preocupación por mí mientras yo me compadecía de mí mismo. John siempre pensaba en los demás antes que en él. Siempre.

—No tenía que haberlo hecho —susurro—. No se merecía eso. —La mano de June se posa en mi cabeza. Levanto la mirada.

—Sabía lo que hacía, Day —susurra, también con lágrimas en los ojos—. Alguien tiene que rescatar a Eden, así que John te salvó a ti. Es lo que haría cualquier hermano.

Sus ojos ardientes se cruzan con los míos y los dos nos quedamos inmóviles bajo la lluvia. Parece pasar una eternidad. Recuerdo el momento en que empezó todo, la noche en que vi como los soldados hacían la marca en la puerta de mi madre. Si no hubiera ido a ese hospital, si no me hubiese topado con el hermano de June, si hubiera conseguido la vacuna de la peste en otro sitio… ¿serían distintas las cosas? ¿Seguirían vivos John y mi madre? ¿Se encontraría Eden a salvo? No lo sé. Me da miedo pensar en ello.

—Lo has tirado todo por la borda —alzo la mano para tocarle la cara, para retirar las gotas de lluvia de sus pestañas—. Tu vida entera… tus creencias… ¿Por qué lo has hecho?

Jamás la había encontrado tan hermosa como en ese instante: sin adornos, sincera, vulnerable pero invencible. Un rayo atraviesa el cielo y sus ojos oscuros toman un brillo de oro viejo.

—Porque tú tenías razón —susurra—. En todo.

La abrazo, y ella me limpia una lágrima de la mejilla y me besa. Después apoya la cabeza sobre mi hombro, y solo entonces me permito llorar.

Ir a la siguiente página

Report Page