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Primera parte. El chico que camina en la luz » Day

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DAY

Poco antes de que amanezca, consigo dormirme y tengo sueños esperanzadores.

En ellos, mi casa continúa tal y como la recuerdo. John y mi madre están sentados a la mesa del comedor; él lee en alto un viejo libro de cuentos de la República, y ella asiente con la cabeza cuando John consigue terminar una página sin confundirse. Yo los observo desde el umbral. John es el más fuerte de los tres, pero además tiene una paciencia y una suavidad que yo no he heredado. Le vienen de mi padre. Eden se dedica a hacer garabatos en un papel al otro extremo de la mesa; en mis sueños siempre aparece dibujando. No levanta la vista, pero juraría que también está atento al cuento de John, porque se ríe cuando tiene que hacerlo.

Entonces me doy cuenta de que la chica está de pie a mi lado. Le agarro la mano y ella me sonríe. Su sonrisa inunda de luz la habitación y me obliga a sonreír a mí también.

—Quiero que conozcas a mi madre —le digo.

Ella niega con la cabeza. Cuando vuelvo la vista hacia la mesa del comedor, mi madre y John siguen ahí, pero Eden se ha marchado.

La chica deja de sonreír y me contempla con ojos doloridos.

—Eden está muerto —sentencia.

Una sirena lejana me despierta y deshace la pesadilla.

Me quedo quieto un rato con los ojos muy abiertos, esforzándome por controlar mi respiración. El sueño se me ha grabado a fuego. Me concentro en la sirena para distraerme, y de pronto caigo en cuenta en que no suena como la de un coche de policía. Tampoco es la sirena de una ambulancia. Es la de un furgón médico militar como los que usan para transportar a los soldados heridos. Suena más fuerte y aguda porque los furgones militares tienen prioridad absoluta.

Pero este furgón no puede transportar soldados: a los militares le suelen tratar en el frente, en hospitales de campaña. Y si necesitan atención especializada los llevan al hospital central, lejos de este barrio.

Sin embargo, dado que estos furgones están muy bien equipados para atender emergencias, también se utilizan en otra tarea: llevar hasta los laboratorios a los enfermos de brotes especiales de peste. Enfermos a los que quieren estudiar los médicos.

Incluso Tess reconoce la sirena.

—¿Adónde irán? —pregunta.

—Ni idea —respondo.

Me incorporo y miro a mi alrededor. La chica parece llevar horas despierta. Está sentada a corta distancia, apoyada contra la pared, y observa la calle con expresión severa y concentrada. Parece tensa.

—Buenos días —saludo.

Mis ojos bajan hasta sus labios sin que lo pueda evitar. ¿De verdad la besé anoche? Ella no se inmuta.

—Tu familia tiene una marca en la puerta, ¿verdad?

Tess la mira con desconcierto; yo me quedo sin palabras. Hace años que nadie que no sea Tess menciona a mi familia.

—Ayer me seguiste —murmuro.

Debería estar enfadado, pero me siento confuso. Supongo que lo hizo llevada por la curiosidad. Estoy asombrado ¿cómo pudo hacerlo sin que yo me diera cuenta?

Además, parece haber cambiado. Ayer por la noche se sentía tan atraída a mí como yo por ella. Hoy se muestra distante, alejada. ¿Habré hecho algo que la haya molestado? Me mira directamente a los ojos.

—¿Para eso estás ahorrando? ¿Para comprar una vacuna contra la peste? —Creo que pretende conseguir algo de mí, pero no sé qué.

—Sí —contesto—. ¿Por qué te interesa tanto?

—Es demasiado tarde —replica—. La patrulla antipeste va a por tu familia. Se los quieren llevar.

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