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Primera parte. El chico que camina en la luz » June

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JUNE

La mujer ni siquiera ha caído a tierra cuando veo que el chico se lanza desde el tejado. Me quedo helada: se suponía que esto no iba a ser así. No tenía que haber víctimas. La comandante Jameson no me dijo que pensara matar a nadie; solo teníamos que llevarlos a la intendencia de Batalla para interrogarlos. Vuelvo la mirada hacia Thomas, esperando verle tan horrorizado como yo. Pero está inmóvil, inexpresivo, con el arma todavía desenfundada.

—¡Atrápenlo! —grita la comandante. El chico cae sobre un soldado y lo derriba entre una nube de tierra—. ¡Lo queremos vivo!

El chico —o Day, porque ya no cabe duda de que es él— suelta un grito desgarrador y se lanza contra el siguiente soldado, aunque no tiene ninguna oportunidad: está rodeado. Se las arregla para quitarle el arma, pero otro militar se la arranca de las manos.

La comandante Jameson me mira de soslayo y desenfunda su pistola. La imagen de Metias me cruza por la mente.

—¡Comandante, no!

—No pienso dejar que mate a mis efectivos —replica ella.

Apunta a la pierna derecha de Day y dispara. No da en el blanco (la bala iba dirigida a la rodilla), pero le acierta en un muslo. Day ruge de dolor y cae en medio del círculo de soldados; su gorra sale disparada y su cabello rubio se desparrama por el suelo. Un soldado lo deja fuera de combate de una patada, y varios de sus compañeros lo esposan, le vendan los ojos y lo amordazan antes de meterlo en un todoterreno. Cuando logro reaccionar dirijo la mirada hacia el otro prisionero: es un hombre joven, seguramente hermano o primo de Day. Grita algo ininteligible mientras los soldados lo meten a la fuerza en otro coche.

Miro a mi alrededor: Thomas me dirige una mirada de aprobación, con la mascarilla todavía puesta. La comandante Jamenson, sin embargo, me observa con el ceño fruncido.

—Ya veo por qué en Drake te ganaste fama de alborotadora —gruñe—. Esto no es la universidad. No cuestiones mis órdenes.

Una parte de mí quiere pedir disculpas, pero me siento abrumada por todo lo que ha pasado. Estoy demasiado enfadada, nerviosa o aliviada, no sabría decir qué.

—¿Y el plan que habíamos acordado? Comandante, con todo el respeto, no se habló en ningún momento de víctimas civiles.

Ella me responde con una carcajada áspera.

—Mira, Iparis, no tenía ganas de pasarme horas negociando. Esto ha sido mucho más eficaz… más convincente para nuestro objetivo, por así decirlo —aparta la vista—. Bueno, ya está. Sube al coche. Volvemos al cuartel.

Hace un gesto rápido con la mano y Thomas suelta una orden seca. Los soldados recuperan rápidamente la formación mientras ella monta en el primer todoterreno.

Thomas se acerca y me hace un saludo militar con aire desenfadado.

—Te felicito, June —sonríe—. Los has conseguido. ¡Vaya éxito! ¿Viste la cara que puso Day?

Acabas de matar a una persona. No puedo mirarle a la cara; me gustaría preguntarle cómo puede obedecer tan ciegamente, pero soy incapaz. Mi mirada vaga hasta toparse con el cuerpo de la mujer, tirado sobre el pavimento. Los médicos ya han rodeado a los tres soldados heridos. Sé que los meterán con cuidado en el furgón médico y los llevarán hasta el cuartel, y que el cadáver de la mujer se quedará aquí abandonado. Algunos vecinos se asoman por las ventanas del otro lado de la calle. Al ver el cuerpo, varios vuelven a meterse rápidamente y otros nos contemplan con timidez. Una pequeña parte de mí desea sonreír y saborear el triunfo, la venganza por la muerte de mi hermano; pero por más que me concentro, no me inunda esa sensación. Aprieto los puños. El charco de sangre que se extiende bajo la mujer empieza a darme náuseas.

Recuerda, me digo. Day mató a Metias. Day mató a Metias.

Las palabras resuenan en mi mente, vacías e inciertas.

—Sí —le digo a Thomas, y mi voz suena como la de una extraña—. Creo que lo he conseguido.

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