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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » Day

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DAY

Una nueva pesadilla. En esta aparece Tess.

Corro por las calles de Lake. Tess va por delante y no sabe dónde estoy. Aunque gira a derecha e izquierda buscándome con desesperación, no encuentra más que extraños, policías y soldados. La llamo, pero no consigo mover las piernas. Es como si avanzara entre barro espeso.

¡Tess!, grito. ¡Estoy aquí! ¡Justo detrás de ti!

No me oye. Observo con impotencia cómo tropieza con un soldado; cuando intenta alejarse, él la agarra y la tira al suelo. Grito algo, no sé qué. El soldado desenfunda la pistola y la apunta. De pronto, ya no es Tess: es mi madre y yace en un charco de sangre. Querría correr hacia ella, pero me quedo escondido tras una chimenea, agachado como un cobarde. Está muerta y es culpa mía. Entonces vuelvo a encontrarme en los laboratorios del hospital, rodeado de médicos y enfermeros que me escrutan. Parpadeo por la luz cegadora. La pierna me estalla de dolor. Me están rajando la pierna; apartan la carne y dejan los huesos al descubierto, raspando con sus escalpelos. Enarco la espalda y chillo. Una de las enfermeras intenta sujetarme. Tiro una bandeja con el brazo.

—¡No te muevas! ¡Maldita sea, chico! ¡No voy a hacerte daño!

Tardo casi un minuto en despabilarme. La imagen borrosa del hospital se desvanece, pero cuando logro enfocar la vista, descubro un fluorescente muy parecido a los de mi sueño. Un médico se inclina sobre mí. Lleva gafas y una mascarilla. Suelto un grito e intento apartarme, pero estoy atado a la camilla con correas.

El médico suspira y se baja la mascarilla.

—A lo que he llegado… Me toca atender a un criminal como tú cuando podría estar ayudando a los soldados del frente.

Miro a mi alrededor, confundido. Varios guardias se alinean frente a las paredes de la sala. A un lado, un enfermero limpia la sangre del instrumental médico.

—¿Dónde estoy?

El médico me dirige una mirada de impaciencia.

—Estás en el hospital de la intendencia de Batalla. La agente Iparis me ordenó que te curara la pierna; al parecer, no podemos permitir que mueras antes de tu ejecución.

Levanto la cabeza todo lo que puedo y miro hacia abajo. Me han puesto una venda limpia en la herida. Cuando intento mover la pierna, me sorprende lo poco que duele.

—¿Qué me has hecho? —le pregunto al médico.

Él se limita a encogerse de hombros. Luego se quita los guantes y empieza a lavarse las manos en una de las pilas.

—Un arreglo de emergencia. Podrás aguantar hasta el día de la ejecución —hace una pausa—. Aunque no sé si eso es una buena noticia para ti…

Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Intento disfrutar todo lo que puedo de este bienestar relativo, pero no logro quitarme de la cabeza las imágenes de la pesadilla; es demasiado reciente. ¿Dónde estará Tess? ¿Podrá arreglárselas sola? Es tan miope…

¿Quién la ayudará de noche, cuando no distinga más que sombras?

En cuanto a mi madre… No me siento con fuerzas para pensar en ella. Alguien llama con fuerza a la puerta.

—¡Abra! —grita una voz de hombre—. La comandante Jameson quiere ver al prisionero.

«El prisionero». La expresión me hace sonreír: no quieren llamarme por mi nombre.

A los guardias de la puerta casi no les da tiempo a abrirla y echarse a un lado antes de que la comandante Jameson entre como un ciclón. Parece molesta. Hace chascar los dedos.

—Saquen al chico de la camilla y encadénenlo —ordena secamente antes de clavarme el índice en el pecho—. Tú… tú no eres más que un mocoso. Nunca has ido a la universidad, ¡ni siquiera pasaste la Prueba! ¿Cómo fuiste capaz de burlar a los soldados?

¿Cómo has podido causarnos tantos problemas? —hace una mueca que descubre sus dientes—. Sabía que ibas a costamos más de lo que vales; tienes una habilidad especial para hacer perder el tiempo a mis soldados, por no mencionar a los de los demás comandantes.

Aprieto la mandíbula para no ponerme a gritar yo también. Los soldados se acercan a mí a toda prisa y desatan las correas que me sujetan a la camilla. El médico inclina la cabeza.

—Disculpe, comandante —interviene—. ¿Ha sucedido algo? ¿Qué está pasando? —La comandante Jameson le fulmina con la mirada, furiosa, y él recula.

—Hay una manifestación frente a la intendencia —responde—. La multitud ha empezado a atacar a la policía ciudadana.

Los soldados me bajan de la camilla, y doy un respingo en cuanto apoyo el peso en la pierna herida.

—¿Manifestantes?

—Sí. Alborotadores. —La comandante me agarra la cara—. Me han ordenado que mis hombres respalden a la policía ciudadana, lo cual trastorna mi plan de trabajo. Ya he tenido que mandar aquí a uno de mis mejores soldados para que lo atendieran de varias heridas en la cara. La escoria como tú no ha aprendido a respetar a nuestros muchachos —me aparta con repugnancia y me da la espalda—. Llévenselo —ordena a los soldados que me sujetan.

Los guardias me hacen salir del quirófano y me conducen a toda prisa por el pasillo. La comandante se aprieta una mano contra el oído, escucha atentamente y grita unas cuantas órdenes. Mientras me llevan a rastras hacia un ascensor, pasamos junto a varios monitores de televisión puestos en fila. Los miro de reojo: jamás había visto nada parecido en el sector Lake. Están transmitiendo justo lo que acaba de decir la comandante; no oigo la voz, pero los titulares son inconfundibles.

DISTURBIOS FRENTE A LA INTENDENCIA DE BATALLA. LAS TROPAS RESPONDEN.

A LA ESPERA DE NUEVAS ÓRDENES.

Esto no es un informativo público, me digo. Las imágenes muestran la explanada que hay frente a la intendencia, invadida por cientos de personas. Una hilera de soldados vestidos de negro lucha por contener a la multitud; otros, armados con fusiles, corren por los tejados y las cornisas para tomar posiciones. Mientras pasamos al lado del último monitor, consigo echar un vistazo a los manifestantes que se apiñan bajo las farolas. Algunos se han pintado una raya de color rojo sangre en el pelo.

Los soldados me empujan para que entre en el ascensor. La gente protesta por mí, y esa idea me emociona y me llena de temor al mismo tiempo. Es imposible que los militares pasen esto por alto: sellarán los sectores marginales y arrestarán a todos y cada uno de los manifestantes de la explanada.

O los matarán.

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