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Segunda parte. La chica que rompe el cristal » June

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JUNE

No puedo dejar de pensar en Day.

Al llegar a mi apartamento, me echo un rato y sueño con él. Me estrecha entre sus brazos, me besa, me acaricia los brazos y el pelo, me rodea la cintura, pega su pecho al mío… siento su aliento en las mejillas, en el cuello, en las orejas… noto el tacto de su larga cabellera y me ahogo en las profundidades de sus ojos. Cuando me despierto y me doy cuenta de que estoy sola, me cuesta respirar.

Sus palabras cruzan por mi mente una y otra vez hasta que dejo de entenderlas. Su voz me repite que no fue él quien asesinó a Metias, que la República propaga la peste en los sectores pobres. Pienso en lo que compartimos en las calles de Lake, cuando se arriesgaba para que yo pudiera descansar. Y en lo que hemos compartido hoy, en sus manos rozando mis mejillas para secar las lágrimas.

Por más que lo intente, ya no soy capaz de odiarle. Y si descubro alguna prueba de que fue otra persona la que mató a Metias, no tendré motivo para hacerlo. Hace mucho tiempo llegué a sentirme atraída por su leyenda, por todas las historias que se contaban sobre él. Ahora noto cómo regresa esa fascinación. Recuerdo su rostro, tan hermoso a pesar del dolor, de la tortura, de la tristeza; sus ojos azules y sinceros. Me avergüenza admitir lo mucho que he disfrutado del rato que he estado con él en la celda. Su voz hace que mi mente se detenga, que deje de analizar las cosas, y la llena de emociones: a veces de deseo, otras de miedo, otras incluso de ira. Pero siempre me provoca algo, algo que no estaba antes ahí.

19:12

Sector Tanagashi

26 °C

—Me he enterado de que mantuviste una conversación privada con Day esta tarde —comenta Thomas.

Estamos sentados en una cafetería, comiendo edamame. Es el mismo sitio al que solíamos venir con Metias. Que Thomas haya elegido este lugar no hace más que empeorar las cosas; soy incapaz de olvidar la mancha de grasa en la empuñadura del cuchillo que mató a mi hermano.

Tal vez me esté poniendo a prueba; a lo mejor supone que albergo sospechas.

Me como un pedazo de carne de cerdo para no contestar. Por suerte, la mesa que se interpone entre los dos es bastante ancha. Thomas se ha esforzado mucho para convencerme de que le perdone, para que acepte cenar con él. No sé por qué.

¿Pretenderá hacerme hablar, distraerme por si se me escapa algo? ¿Querrá tirarme de la lengua y luego delatarme ante la comandante Jameson? No hacen falta demasiadas pruebas para iniciar una investigación contra cualquiera. Puede que esto no sea más que una trampa.

Pero también puede que Thomas solo quiera hacer las paces conmigo. Como no lo sé, actúo con mucha cautela.

Thomas me observa.

—¿Qué le dijiste?

Hay algo tenso en su voz. Celos.

—Da lo mismo, Thomas —contesto con frialdad, y le rozo un brazo para desviar su atención—. Piénsalo: si alguien matara a tu ser más querido, ¿no querrías averiguar por qué lo hizo? Pensé que hablaría si no había guardas presentes. Pero no hay manera. Me quedaré mucho más tranquila cuando lo fusilen.

Thomas se relaja un poco, pero no deja de escrutar mi cara.

—Creo que deberías dejar de visitarlo —sugiere tras un largo silencio—. No parece ayudarte demasiado. Le puedo pedir a la comandante Jameson que le asigne otro supervisor; no quiero ni pensar en lo que supone para ti ver todos los días al asesino de tu hermano.

Asiento con la cabeza y tomo un bocado de soja. Si me quedo callada, puede sospechar algo. Se me pasa por la mente que tal vez esté cenando junto al asesino de mi hermano. Actúa con lógica. Precaución y lógica. Observo con disimulo las manos de Thomas. ¿Serán esas las manos que apuñalaron a Metias en el corazón?

—Tienes razón —respondo con aire natural, como si le agradeciera su preocupación por mí—. No le he sacado nada de utilidad. En cualquier caso, pronto desaparecerá de mi vida.

Thomas se encoge de hombros.

—Me alegro de que pienses así —deja cincuenta billetes en la mesa y el camarero se acerca a cobrar—. Day no es más que un criminal condenado a muerte. Lo que pueda decir no debería importarle ni lo más mínimo a una persona de tu posición.

Mastico otro bocado antes de contestar.

—Es que no me importa, Thomas —respondo—. Para mí, hablar con él es como hablar con un perro.

Eso digo en voz alta, pero lo que pienso es bien distinto: Si Day dice la verdad, sí que me importan sus palabras. Me importan muchísimo.

* * * *

Después de que Thomas me haya acompañado a casa, me siento frente al ordenador y abro el informe del asesinato de Metias. Aún sigo examinándolo a medianoche. He mirado las fotos tantas veces que ya puedo hacerlo sin dar un respingo, pero todavía me provocan una sensación de náusea. Cuanto más miro las manchas negras del cuchillo, más me convenzo de que son de grasa de fusil.

Al cabo de varias horas, agoto mi capacidad de aguante y decido sentarme en el sillón y sumergirme en los diarios de Metias. Si mi hermano tenía enemigos, puede que dejara alguna pista ahí. Pero no era tonto; jamás escribiría nada que pudiera ser utilizado en su contra. Voy pasando páginas y páginas de entradas antiguas sobre asuntos irrelevantes. A veces hablan de nosotros; me cuesta mucho leer esas partes.

En un sitio habla de su ceremonia de reclutamiento, cuando entró en la patrulla de la comandante Jameson, el día que caí enferma. También describe la fiesta privada que montamos tras conocer el resultado de mi Prueba. Pedimos helados y dos pollos enteros; en un momento de la noche, decidí hacer experimentos y me preparé un sándwich de pollo con helado que resultó no ser una buena idea. Recuerdo lo mucho que nos reímos, el olor delicioso del pollo asado y del pan reciente.

Me froto los ojos con los puños y tomo aire.

—¿Qué estoy haciendo? —le digo a Ollie, que inclina la cabeza y me mira desde el otro lado del sofá—. Estoy aproximándome a un criminal y alejando de mí a personas que conozco de toda la vida.

Ollie me contempla con esa expresión sabia que tienen todos los perros, apoya la cabeza en un cojín y se vuelve a dormir. Lo observo un buen rato y luego cierro los párpados. No hace mucho tiempo, Metias habría estado tumbado a su lado. Me pregunto si Ollie lo echará de menos.

En ese momento me asalta una idea. Abro los ojos de golpe y regreso a la última página que he leído. Creo que he visto algo… ahí. Busco el final de la hoja.

Una falta de ortografía. Frunzo el ceño.

—Qué raro… —reflexiono en voz alta.

La palabra es «nevera», y está escrita con be. «Nebera». Nunca había visto una falta de ortografía en un texto escrito por Metias. Observo la letra durante unos segundos y luego sacudo la cabeza. Decido continuar la lectura, pero guardo el número de esa página en la memoria.

Diez minutos después, encuentro otro error. Esta vez, Metias ha escrito «biemvenido».

Dos faltas de ortografía. Mi hermano jamás habría escrito eso por accidente. Miro a mi alrededor, imaginando por un momento que hay cámaras ocultas en el cuarto de estar. Luego me inclino sobre la mesa baja y empiezo a pasar páginas de los diarios, memorizando las palabras mal escritas. Mejor no apuntarlas; prefiero no dejar rastros.

Encuentro una tercera: «burguesía», escrita como «bwrguesía». Y una cuarta: «respuesta», que aparece como «resposta». Mi corazón empieza a latir con fuerza.

Después de leerme los doce diarios de Metias, he encontrado veinticinco palabras mal escritas. Todas están en los diarios más recientes, los de los últimos meses.

Me recuesto en el sofá y cierro los ojos para recordar las palabras en orden. Ese montón de faltas no puede ser más que un mensaje dirigido a mí, la única que iba a prestar atención a unos diarios llenos de cosas triviales. Un mensaje cifrado. Por eso Metias sacó todas las cajas del armario la tarde en que murió…

Tal vez esto tenga que ver con la cosa tan importante que quería decirme. Combino las palabras intentando formar una frase con sentido, pero no saco nada en claro.

Desordeno las letras de cada una de ellas: puede que sean anagramas de otros términos.

Nada.

Me froto las sienes. ¿Y si Metias pretendía que me quedara solo con las letras erróneas? Decido hacer un listado imaginario, empezando por la be de «nebera»:

BMWOUWEGITMCWSIHPNEOUTCIO.

Arrugo el gesto: esto no tiene ni pies ni cabeza. Reorganizo mentalmente las letras una y otra vez. Cuando era pequeña, Metias y yo jugábamos a algo parecido: él me entregaba un montón de cubos de juguete con letras y me pedía que formara palabras. Ahora me toca volver al mismo juego.

Sigo durante un rato hasta que me topo con una combinación que me hace abrir los ojos de golpe:

BICHITO.

Así es como me llamaba Metias. Trago saliva y hago un esfuerzo por mantener la calma. Despacio, juego con las demás letras e intento organizarías. Las combino una y otra vez hasta que llego a una que me hace parar en seco:

SIGUEME.

Me quedan tres uves dobles y varias letras sueltas: MCPNOUTO Lo cual me deja una sola opción lógica: PUNTO COM.

WWW SIGUEMEBICHITO PUNTO COM.

Una página web. Repaso la lista de letras un par de veces más para asegurarme de que no me he dejado ninguna fuera. Luego me acerco al ordenador.

Lo enciendo y tecleo el código pirata de Metias que me permite acceder a la red. Luego establezco defensas y escudos, como me enseñó a hacer mi hermano: hay vigilancia por todas partes. Desactivo el historial de mi navegador y escribo la dirección de la página con dedos temblorosos.

Aparece una página en blanco con una única línea de texto en la parte superior:

Dame tu mano y yo te daré la mía.

Sé perfectamente lo que quiere que haga. Sin dudar un instante, poso la palma de la mano en el monitor y aprieto.

Al principio no sucede nada. Después oigo un clic y distingo una luz débil que va escaneando mi huella. La página en blanco se borra y en su lugar aparece algo similar a un blog. Me falta el aliento. Veo seis entradas breves. Me inclino hacia la pantalla y comienzo a leer.

Lo que encuentro me horroriza.

12 de julio

Esto es solo para tus ojos, June. Puedes eliminar este blog sin dejar rastro apoyando la palma derecha en la pantalla y pulsando Ctrl+Mayús+S+F. No tengo otro sitio donde escribir esto, así que lo escribiré aquí. Para ti.

Ayer cumpliste quince años. Ojalá fueses mayor, porque me cuesta muchísimo revelarle a una chica de quince años —casi una niña— lo que he descubierto.

Hoy encontré una fotografía que sacó papá. Estaba al final del último álbum que tenemos. Jamás la había visto, porque estaba escondida detrás de otra más grande. Sabes que me gusta mirar las fotos de nuestros padres siempre que puedo. Me siento bien cuando leo sus anotaciones, porque me da la sensación de que puedo hablar con ellos. Pero hace un rato me di cuenta de que la última foto era demasiado gruesa. Al sacarla, se cayó otra que estaba detrás.

Debió de hacerla papá, porque retrataba su lugar de trabajo: el laboratorio del hospital de la intendencia de Batalla. Me extrañó, porque papá nunca hablaba de lo que hacía allí. Aunque la imagen estaba desenfocada, se distinguía a un hombre joven en una camilla. Parecía estar implorando clemencia. En su pijama del hospital había impreso un signo rojo: peligro biológico.

¿Sabes qué había escrito por detrás?

6 de abril. Dimito irrevocablemente.

Nuestro padre había intentado dimitir poco antes de que mi madre y él murieran en un accidente de coche.

15 de septiembre

Llevo varias semanas buscando pistas. Nada. ¿Quién iba a pensar que era tan difícil colarse en la página web del registro de fallecimientos?

Pero no me doy por vencido. Hay algo raro en la muerte de nuestros padres, y pienso averiguar lo que es.

17 de noviembre

Hoy me has preguntado por qué estaba tan raro. June, si estás leyendo esto, seguro que te acuerdas de ese momento. Bueno, pues ahora sabes por qué.

No he dejado de investigar desde que escribí la última entrada. Llevo dos meses haciendo preguntas discretas a gente que trabaja en el laboratorio y a viejos amigos de papá. He seguido buscando en la red.

Bueno, pues hoy he encontrado algo.

Por fin he conseguido entrar en la base de datos de civiles fallecidos en Los Ángeles. Es lo más complicado que he hecho en mi vida, pero al fin encontré un fallo de seguridad oculto tras una red de… Bueno, resumiendo, me colé en el registro. Y para mi sorpresa, he encontrado un informe sobre el accidente de coche en el que murieron nuestros padres.

Solo que no fue un accidente. June, no creo que sea capaz de decirte esto en voz alta, así que espero que lo leas aquí.

El informe está firmado por el comandante Baccarin, que también fue cadete de Chian (recuerdas a Chian, ¿verdad?). Pone que el doctor Michael Iparis despertó sospechas entre los administradores del laboratorio de la intendencia desde que empezó a cuestionarse el auténtico propósito de su investigación. Su trabajo consistía en analizar el comportamiento del virus de la peste, pero debió de descubrir algo que le inquietó lo bastante como para pedir un traslado a otra sección del laboratorio. ¿Lo recuerdas, June? Fue unas semanas antes del accidente de coche. No se lo concedieron.

El resto del informe no hablaba de la peste, pero me dijo todo lo que necesitaba saber. June, los administradores del laboratorio habían ordenado al comandante Baccarin que vigilara a papá. Cuando pidió el traslado, Baccarin se dio cuenta de que había descubierto el verdadero propósito de todas sus investigaciones.

Como podrás imaginar, no les sentó demasiado bien, y le ordenaron a Baccarin que «solucionara discretamente el asunto». El informe finaliza indicando que el asunto se resolvió sin bajas militares.

Está fechado un día después del accidente. June, los asesinaron.

18 de noviembre

Han solucionado el fallo de seguridad del servidor. Voy a tener que buscar otra forma de colarme.

22 de noviembre

Resulta que la base de datos de los civiles fallecidos tiene mucha más información sobre la peste de lo que suponía. Sí, es normal que aparezcan miles de entradas: la peste acaba con cientos de personas al año. Pero siempre creí que los brotes eran espontáneos. Y los datos demuestran lo contrario.

Bichito, necesito que sepas esto. No sé cuándo descubrirás este diario, pero sé que acabarás por encontrarlo. Presta atención: cuando hayas terminado de leerlo, no hagas nada. No quiero que cometas ninguna estupidez. ¿Me entiendes? Antepón tu seguridad a todo lo demás. Sé que encontrarás la forma de hacer algo, no me cabe la menor duda. Si alguien puede, esa eres tú. Pero, por favor, no hagas nada que despierte sospechas. Me suicidaría si la República acabara contigo por mi culpa, por haberte contado todo eso.

Si quieres rebelarte, hazlo sin salirte del sistema. Es mucho más eficaz trabajar desde dentro que desde fuera. Y si eliges hacerlo, cuenta conmigo.

Nuestro padre descubrió de dónde partían los brotes anuales de peste. Era el foco más obvio. La carne que comemos no procede del ganado que se cría en las azoteas de los rascacielos. ¿Lo sabías? Verás, la República mantiene miles de granjas subterráneas. Están a cientos de metros de profundidad. Al principio, el Congreso no sabía qué hacer con aquellos virus que mutaban sin parar y arrasaban granjas enteras. Les parecían simplemente una molestia. Pero entonces recordaron que estaban en guerra con las Colonias. Desde entonces, cada vez que aparece un nuevo virus en el subsuelo, los científicos toman muestras y lo modifican genéticamente para que afecte a los humanos. A continuación, desarrollan una vacuna y la inyectan a los ciudadanos de todos los sectores excepto los marginales.

¿No has oído hablar de la nueva cepa que ha empezado a extenderse por Lake, Alta y Winter? Las autoridades propagan el virus por los barrios deprimidos mediante un sistema de tuberías subterráneas. A veces contaminan el suministro de agua, otras lo administran a un hogar específico para analizar cómo se propaga. Así comienzan los nuevos brotes de la peste. Cuando los investigadores han obtenido todos los datos que necesitan, las patrullas inyectan la vacuna a los supervivientes y la peste desaparece hasta que se prueba la siguiente cepa. Ah, y también experimentan con algunos de los niños que suspenden la Prueba. Esos niños no van a campos de trabajo, June.

No hay campos. Los niños mueren.

¿Entiendes a lo que me refiero? La República utiliza la peste para librarse de la población con peor carga genética, y luego organiza la Prueba para escoger a los más dotados. Pero además, la peste se usa para crear virus con los que atacar a las Colonias. Llevan años usando armas biológicas contra ellos. Y no me importa mucho lo que pase en las Colonias, pero… June, nuestra propia gente sirve de conejillos de Indias. Nuestro padre trabajaba en los laboratorios, y cuando intentó dimitir le asesinaron. Y mataron a nuestra madre con él. Debieron de pensar que iban a hacer público lo que sabían. ¿Quién quiere lidiar con una revuelta ciudadana? Desde luego, el Congreso no.

June, si nadie da un paso al frente, acabaremos todos muertos. Un día de estos, un virus se les irá de las manos y no habrá vacuna capaz de detenerlo.

26 de noviembre

Thomas lo sabe. Sabe que albergo sospechas sobre la muerte de nuestros padres.

Ha averiguado que entré en el registro de fallecimientos. No sé cómo lo ha hecho; tal vez los técnicos que parchearon el fallo en la base de datos rastrearan mis huellas. Puede que ellos se lo hayan contado a Thomas. El caso es que esta mañana me preguntó directamente.

Le dije que todavía no había superado la muerte de nuestros padres, que me estaba volviendo un poco paranoico. Le comenté que no había encontrado nada y le aseguré que tú no tenías ni idea. Me prometió que no le diría nada a nadie. Creo que puedo confiar en él. Lo que pasa es que me pone un poco nervioso que alguien sepa de mis sospechas… Y ya sabes cómo se pone Thomas a veces.

He tomado una decisión. Al final de la semana, le diré a la comandante Jameson que me retiro de la patrulla. Me quejaré del horario y le diré que apenas puedo estar contigo. En cuanto me asignen otro puesto, retomaré este blog.

Sigo las instrucciones de Metias y elimino su blog sin dejar rastro.

Después me acurruco en el sofá y me quedo dormida hasta que Thomas llama. Pulso el botón del teléfono y la voz del asesino de mi hermano llena el cuarto de estar. Thomas, el soldado que cumple alegremente cualquier orden que provenga de la comandante Jameson, aunque sea asesinar a su amigo de la infancia. El soldado que usó a Day como cabeza de turco.

—June, ¿te pasa algo? —pregunta—. Son casi las diez y no te he visto por aquí. La comandante quiere saber dónde estás.

—No me encuentro bien —murmuro—. Voy a quedarme en la cama un rato más.

—Vaya. —Hace una pausa—. ¿Qué síntomas tienes?

—No es nada grave; solo estoy un poco deshidratada y tengo algo de fiebre. Creo que me sentó mal la cena de ayer. Dile a la comandante Jameson que por la tarde estaré bien.

—De acuerdo. Espero que te mejores, June. —Otra pausa—. De todos modos, si sigues enferma por la noche, mandaré una patrulla antipeste para que te hagan un análisis. Ya sabes, es el protocolo. Si me necesitas, llámame.

Eres la última persona a la que quiero ver.

—Bien, ya te diré. Gracias. —Cuelgo.

Me duele la cabeza. Demasiados recuerdos, demasiadas revelaciones. Ahora comprendo por qué la comandante Jameson decidió retirar el cuerpo de Metias tan pronto; fui una estúpida al pensar que lo hacía por compasión. Por eso organizó el funeral. Hasta mi misión de perseguir a Day fue una estratagema para alejarme mientras ocultaban todas las pruebas.

Metias ya había pedido que lo reasignaran en una ocasión anterior. Me viene a la mente el día en que renunció a trabajar junto a Chian en la organización de la Prueba. Cuando fue a buscarme al colegio aquella tarde, estaba muy callado.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté.

Me agarró de la mano sin responder y echó a andar hacia la estación.

—Ven, June. Nos vamos a casa.

Me fijé en sus guantes: tenían manchitas de sangre.

Metias no probó la cena ni me preguntó qué tal me había ido ese día. Recuerdo que eso me molestó hasta que me di cuenta de lo mal que se sentía. Justo antes de acostarnos, me acerqué al sofá en el que se había echado y me acurruqué bajo su brazo. Me dio un beso en la frente.

—Te quiero —susurré con la esperanza de que respondiera algo. Él me miró con ojos tristes.

—June… Creo que voy a pedir que me cambien de mentor.

—¿No te gusta Chian?

Metias se quedó callado un buen rato y después bajó la vista como si se sintiera avergonzado.

—Hoy maté a una persona en el estadio de la Prueba.

Así que era eso. Esperé a que continuara. Tardó en hacerlo, pero al fin se pasó una mano por el pelo en un gesto de indecisión y me miró.

—Disparé a una niña, June. Había suspendido la Prueba e intentaba huir del estadio. Chian me ordenó que le disparara… y yo obedecí.

—Ah… —En aquel momento no me di cuenta, pero ahora sé que, al disparar a esa niña, Metias se sintió como si me hubiera disparado a mí—. Lo siento —musité.

—Es raro tener un buen motivo para matar, June —comentó tras un largo silencio, con la mirada perdida—. Cuando alguien mata a otra persona, suele hacerlo por razones equivocadas. Espero que nunca tengas que hacerlo, sean cuales sean tus razones.

El recuerdo se desvanece y solo me queda el eco de sus palabras.

No me muevo durante varias horas. Cuando resuena en la calle el juramento de la República, oigo que la gente lo corea, pero no me molesto en ponerme de pie. Tampoco me cuadro cuando pronuncian el nombre del Elector Primo. Ollie me mira y gime de vez en cuando. Lo observo. Estoy elucubrando, calculando. Tengo que hacer algo. Pienso en Metias, en mis padres, en la madre de Day, en sus hermanos. La peste nos ha clavado las garras a todos. Por culpa de la peste murieron mis padres. La peste infectó al hermano pequeño de Day. Acabó con Metias porque descubrió la verdad. Se ha llevado a toda la gente que me importa.

Y detrás de la peste está la República.

La nación de la que siempre he estado tan orgullosa. La nación que utiliza y mata a los niños que suspenden la Prueba. Campos de trabajo… Nos han engañado a todos.

¿Estará la República tras la muerte de más personas que supuestamente han fallecido en combate, en un accidente o una epidemia? ¿Cuántos secretos oculta este país?

Me levanto, me acerco al ordenador y agarro el vaso de agua que dejé anoche al lado.

Lo miro sin verlo. La imagen de mis dedos distorsionados por el cristal me sobresalta: me recuerda a las manos ensangrentadas de Day, al cuerpo destrozado de Metias. Es una antigüedad que me regalaron, supuestamente importada de las islas que posee la República en Sudamérica. Costó dos mil ciento cincuenta billetes. Con lo que vale este vaso que yo uso para beber agua, se podría comprar una vacuna de la peste. Puede que la República ni siquiera posea esas islas de verdad. Tal vez todo lo que me han enseñado sea un engaño.

En un arrebato de cólera, levanto el vaso y lo estrello contra la pared. Contemplo temblorosa los fragmentos.

Finalmente, cuando la luz anaranjada del ocaso inunda el apartamento, salgo del trance. Barro los trozos de cristal. Me pongo mi uniforme completo. Me recojo el pelo con cuidado y compruebo que mi rostro muestra una expresión tranquila, serena, carente de emoción. En el espejo parezco la de siempre; por dentro soy una persona completamente distinta. Soy una chica superdotada que conoce la verdad, y sé perfectamente lo que quiero hacer al respecto.

Voy a ayudar a Day a escapar.

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