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Capítulo V

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CAPÍTULO V

Acerca del sigilo y de Steldor

—¿POR QUÉ vais a hacer esto otra vez, exactamente? —me preguntó London por tercera vez en la última media hora. Estábamos a punto de salir de mi salón. Pretendía pasar la tarde con Steldor en el patio central. Me detuve para mirarlo, exasperada ante su resistencia a abandonar el tema.

—Con todas estas nuevas normas, la única manera que tengo de obtener permiso de mi padre para salir fuera es satisfacer su deseo de que pase un poco más de tiempo con Steldor.

No estaba siendo del todo sincera con London. A pesar de que el palacio se me caía encima cada vez más, no era ése el motivo por el que había acordado una cita con el hijo del capitán de la guardia. Necesitaba saber qué estaba ocurriendo, y Steldor iba a ser una involuntaria fuente de información.

—¿Así que estáis deseando estar a solas con Steldor durante horas sólo para tomar un poco de aire fresco? —preguntó London levantando una ceja para demostrar su escepticismo.

—London, deberías estar contento de tener esta oportunidad, igual que Tadark —señalé, intentando distraerlo del hecho de que yo pasaría casi todo un día sin guardaespaldas—. Estás libre de tu deber por una vez, y deberías aprovecharlo en lugar de intentar persuadirme de que abandone mis planes. Y, recuerda, no fue decisión mía. Fue decisión del Rey. Por algún motivo, se le ha ocurrido pensar que Steldor está siendo un poco desplazado por ti, y cree que sería mejor que nosotros dos pasáramos un tiempo juntos sin tu presencia. Además, Steldor me puede proteger si hay necesidad, y hay decenas de guardias apostados en el patio. ¡Así que ve a la ciudad! ¡Haz… lo que sea para divertirte! Alégrate de tener un día en el que no tienes que preocuparte ni por mí ni por mi agenda.

Me sentía culpable por no ser completamente sincera con London —había sido yo quien le había dicho a mi padre que Steldor se sentía incómodo en presencia de London—, pero si se permitía que mi guardaespaldas me hiciera de carabina como la otra vez, seguro que se imaginaría lo que estaba haciendo y arruinaría cualquier posibilidad de éxito.

—De todas formas, sigue sin gustarme —dijo London con aire taciturno. Entonces, en un gesto extraño de afecto, alargó una mano y me pasó los dedos por la mejilla—. Y no puedo evitar preocuparme por vos, igual que no puedo evitar los latidos de mi corazón.

No pude disimular una sonrisa a pesar de mi determinación de permanecer firme.

—Sé que Steldor no te gusta, y que tampoco te gusta la decisión del Rey, pero debes obedecerla.

—No es sólo que no me guste, es que no confío en él. ¿Habéis olvidado lo que intentó hacer la última vez?

Me puse las manos en la cintura, pues se me estaba acabando la paciencia.

—No intentará nada al aire libre y a la luz del día, London. No es tan idiota. Y, además, madame Matallia ha accedido a ser nuestra carabina.

Madame Matallia, rolliza y malcarada, era la institutriz ya mayor que nos había estado enseñando a Miranna y a mí, durante los últimos doce años, las normas de etiqueta, así como, durante los últimos cinco, la manera de llevar una casa.

—¿Madame Matallia? Se quedará dormida a la sombra de un árbol al cabo de cinco minutos. Y aunque no lo haga, adora a Steldor. ¡Apartará la vista, gustosa, con la esperanza de que os bese!

Volví a reprimir una sonrisa, puesto que la predilección que madame Matallia tenía por Steldor era el motivo por el que la había elegido como carabina.

—¿Y qué me decís de ese «increíble olor»? ¿Cómo os podréis resistir? —London se había apoyado contra la puerta, como si al interponerse entre ella y yo, pudiera hacerme olvidar por dónde salir.

Me mordisqueé el labio inferior, frustrada, pero hice un intento final por tranquilizar a mi guardaespaldas.

—Esta vez sé con qué me enfrento, así que si intenta besarme, lo abofetearé, ¿de acuerdo?

—Bueno, ésa sería una experiencia nueva para él.

Cuando abandonamos mis aposentos, London cruzó los brazos y se sumió en el silencio. En un intento por relajar la tensión, y puesto que Tadark no estaba con nosotros, decidí que había llegado el momento de preguntar por mi joven guardaespaldas.

—London, me he estado preguntando una cosa. No parece que Tadark reúna las características de un guardia de elite. ¿Sabes cómo llegó a serlo?

Mi guardaespaldas bajó los brazos y sonrió un poco a pesar de su mal humor, así que la tensión entre los dos se relajó.

—Bueno, eso depende —dijo, pasándose una mano por el pelo con gesto distraído.

—¿De qué?

—De qué versión deseéis escuchar.

—¿Hay más de una?

London asintió con la cabeza y su sonrisa se ensanchó.

—¿Queréis oír la versión oficial, la que Tadark afirma que es cierta, o la versión de otro guardia que fue testigo de ello?

—Empieza por la de Tadark y luego cuéntame la otra —lo animé rápidamente, pues tenía la impresión de que iba a escuchar una historia interesante.

Habíamos llegado a la escalera de caracol, pero, en lugar de empezar a bajar, London se apoyó en la pared.

—Todo ocurrió hace unos cuantos años y tiene que ver con vuestra madre. La Reina había estado mirando los productos del mercado y estaba a punto de realizar una compra cuando un inepto ladrón le robó el monedero de las manos, tras chocar contra ella y tumbarla en el suelo. Sus guardias comprobaron que no hubiera sufrido ninguna herida y luego salieron en persecución del hombre…, y entonces Tadark apareció en escena. Según cuenta el mismo Tadark, vio al ladrón asaltar a la Reina y salió en su persecución, lo atrapó, lo derribó y lo retuvo hasta que llegaron los demás a echarle una mano.

Estuve a punto de ponerme a reír al pensar que alguien pudiera imaginar a Tadark actuando de forma tan heroica.

—¿Y la otra versión?

—El principio es el mismo —dijo London, disfrutando con la historia—. Pero el relato cambia mucho en cuanto a las circunstancias de la llegada de Tadark. Según uno de los hombres de la misma Reina, él y otro guardia persiguieron al ladrón. Estaban ganándole terreno cuando Tadark, que entonces era guardia de la ciudad, apareció por una calle lateral. Sería correcto decir que el ladrón no vio a Tadark y no tuvo tiempo de evitar el choque, y los dos cayeron al suelo, el uno encima del otro. El criminal quedó inconsciente, supuestamente por el golpe que se dio en la cabeza contra el suelo, y los otros guardias lo arrestaron mientras Tadark se esforzaba por ponerse en pie.

»Tadark y el desgraciado ladrón fueron llevados ante la presencia de la Reina, que, naturalmente, dio por sentado que Tadark había realizado algún acto de valentía. Cuando regresó a palacio, insistió en que él debía recibir reconocimiento por ese “noble acto”. Así que Cannan lo colocó en el programa de entrenamiento de la Guardia de Elite. Siempre he sospechado que algún asunto debía preocupar al capitán; si no, no le hubiera ofrecido una recompensa tan importante.

London se apartó de la pared y me dirigió un gesto con la mano indicándome que debíamos bajar las escaleras. Accedí. Cuando llegamos al pasillo del primer piso, terminó su historia.

—Diría que Cannan nunca imaginó que Tadark sería capaz de terminar el programa de entrenamiento, porque la mitad de los que empiezan lo abandonan. Pero, de forma inexplicable, lo realizó entero. Creo que ese año alguien cometió un terrible error al decidir quién debía ser admitido en la Guardia de Elite, y eso nos ha maldecido a todos con la constante presencia de nuestro querido amigo Tadark. Mi único consuelo es que es poco probable que ascienda de rango; siempre será un mero teniente.

Me vi obligada a reprimir una carcajada mientras bajábamos hasta el vestíbulo principal de suelo de mosaico, pues allí nos esperaban madame Matallia, con un costurero entre las manos, y Steldor, que acariciaba su daga con gesto distraído.

Los guardias de palacio abrieron las dos pesadas puertas de roble y madame Matallia, que llevaba el pelo gris recogido en un pulcro moño, salió a la luz del sol. Steldor enfundó la daga y dio un paso hacia delante para dedicarme una reverencia y besarme la mano. Luego me dirigió una sonrisa perezosa y vi en sus ojos una inequívoca expresión de tedio. A pesar de la sencillez del diseño de su túnica verde, que llevaba atada con un cinturón, tenía un aspecto verdaderamente impresionante; de hecho, me sentí poco agraciada en comparación, con mi sencillo vestido azul zafiro. Tomé el brazo que Steldor me ofrecía y me pregunté si me consideraba solamente otra tarea de su agenda. Miré hacia atrás para ver la reacción de London, pero mi guardaespaldas se negó a devolverme la mirada.

El patio central era uno de mis lugares favoritos, solamente por detrás del jardín. Las lilas bordeaban el amplio camino de piedra que iba desde el palacio hasta las puertas de delante —la entrada en los extensos terrenos del palacio—, y las innumerables flores despedían una fragancia que se adhería a la ropa y al cabello como la niebla de las tierras bajas. Robles majestuosos, abedules blancos y cerezos en flor proyectaban su fresca sombra sobre los bancos que se encontraban situados por todo el césped. Las puertas que se abrían en los muros, de cuatro metros de altura, daban a los patios del este y del oeste, igualmente hermosos. Era un lugar encantador para sentarse a leer, a pensar o, simplemente, a soñar con los ojos abiertos. Ni el abundante número de guardias ni la compañía que tenía en ese momento podían empañar la alegría que sentía al pasar esa tarde de primeros de junio fuera del palacio y en un lugar tan agradable.

Salí de mis ensoñaciones e intenté prestar atención a Steldor, que estaba recordándome de nuevo lo increíble que era.

—Así que pensé: «¿Por qué no?», y le di un beso en la mejilla —dijo Steldor como si lo recitara de memoria—. No me sentía realmente atraído por ella, pero ella estaba totalmente enamorada de mí y no me pareció nada malo prestarle un poco de atención.

—Sí —dije yo con dulzura, interrumpiendo su monólogo—. Hay muchas jóvenes que se sentirían complacidas si pudieran recibir unas migajas de vuestra atención.

Él pareció divertido por un momento, pero continuó hablando.

—Ella, por supuesto, estaba encantada de encontrarse en mi compañía. Pero, claro, quién no, dado mi atractivo, mi fortuna y mi encanto.

Mi primera reacción fue bostezar, pero entonces se me ocurrió pensar que quizá me tomaba el pelo, así que conseguí disimular mi reacción con una sonrisita infantil. Miré a mi alrededor en busca de madame Matallia, que se había sentado en un banco a la sombra y no nos podía oír.

—Por no mencionar lo fuerte que sois —me atreví a decir—. No tengo ninguna duda de que todo el mundo os admira y, por supuesto, os confían cualquier información importante.

—Bueno, oigo muchas cosas —confirmó Steldor.

No me podía creer lo fácil que estaba resultando poner en práctica mi plan.

—Oh, contadme alguna cosa… oficial —dije, acercándome a él.

Él pasó sus brazos alrededor de mi cintura y yo, nerviosa, esperé no haberlo animado en la dirección equivocada.

—¿Qué queréis saber?

—Contadme algo sobre Cokyria, quizá sobre la mujer cokyriana que fue nuestra prisionera.

—¿Queréis saber cosas sobre Cokyria? —repitió, y yo me pregunté si se habría dado cuenta de cuál era mi verdadera intención.

—Sí, quiero decir, sois tan experto y tan listo que debéis de tener una teoría acerca de cómo escapó.

Steldor se detuvo y me miró con las cejas ligeramente fruncidas. Levanté la mano y, con gesto seductor, sujeté la cabeza de lobo de plata que llevaba como colgante y me reí.

—Bueno, es verdad que tengo experiencia y que soy listo —comentó con una sonrisita mientras me cogía la mano y se la apretaba contra el pecho—. Pero, de verdad, Alera, sería mucho más sencillo si me preguntarais directamente, si lo que queréis son detalles de la investigación.

Clavé la mirada en su colgante. Sentía las mejillas encendidas con todos los tonos del rosa.

—Por otro lado, me gustan los halagos, así que vuestro intento de sacarme información confidencial me ha resultado divertido. —Para mi vergüenza, me cogió la barbilla y me hizo levantar el rostro hacia él para que le mirara directamente a los ojos—. Pero os resultará difícil igualar mi ingenio.

Aparté mi mano de la suya con un gesto brusco, molesta por sus palabras y avergonzada de que me hubiera descubierto. Me di cuenta de que se me escapaban las lágrimas, así que me di la vuelta para que no viera que sus palabras me habían herido. Respiré profundamente y caminé con ojos llorosos hacia un banco de piedra que había bajo las ramas de un abedul. Al llegar a él, me senté con toda la dignidad de que fui capaz, pero apartando la mirada de Steldor, con la esperanza de que London apareciera y me rescatara. Al cabo de un momento, Steldor se acercó y se sentó a mi lado. Me sentí incapaz de mirarlo.

—Bueno, bueno —dijo en un tono insoportablemente condescendiente, como si le hablara a una niña rebelde—. El hecho de que vuestro jueguecito no haya funcionado no es motivo para estar tan contrariada.

No respondí, y él suavizó el tono de voz. Habló como si me estuviera concediendo un gusto:

—Sé que ni mi padre ni el Rey quieren hablar de temas militares con vos, pero no creo que haya ningún mal en satisfacer vuestra curiosidad. Después de todo, no podéis hacer nada con esta información. —Empezó a juguetear con el cabello que me caía sobre la espalda—. Lo único que tenéis que hacer es preguntar.

Sentía un nudo en la garganta por la humillante posición en que me colocaba, pero me tragué el orgullo y lo miré. No encontraba otra manera de averiguar lo que quería saber.

—Me gustaría saber algo sobre la investigación que se está llevando a cabo acerca de la fuga de la prisionera cokyriana.

—Muy bien —repuso él, absolutamente complacido. Adoptó una postura estudiadamente relajada. Sus brazos reposaban en el respaldo del banco, y continuó jugueteando con mis mechones negros.

—Todavía no hemos llegado a ninguna conclusión, pero sé que mi padre ha cambiado el curso de la investigación y ahora buscan a un traidor. Los dos guardias de las mazmorras que se encontraban de guardia a medianoche han confesado haberse quedado dormidos durante su turno. Ninguno de ellos había mostrado ninguna negligencia en sus deberes antes de esta ocasión, así que mi padre sospecha que ha habido traición. Cree que los guardias fueron drogados.

»Se les llevó la cena tres horas después de que comenzara su turno de guardia, y ellos se durmieron inmediatamente después de comer. Los dos han afirmado que se despertaron justo cuando el sol empezaba a salir, poco antes de que Kade fuera a buscar a la prisionera. Eso nos da el periodo de tiempo en que se realizó la fuga.

—¿Vuestro padre sospecha de alguien en especial? —pregunté, sin acordarme ya de mi incomodidad.

—No, pero el traidor debía de conocer las órdenes que Kade dio a los guardias de las mazmorras. Estas órdenes son distintas cada día, y solamente quienes se encuentran de guardia en ese momento y los guardias de elite conocen el horario de cambio de turno. Si el traidor conocía las órdenes, pudo haber puesto droga en la comida.

—Así que nuestro traidor debe de pertenecer a la Guardia de Elite. —Me costó pronunciar esas palabras, pues no podía imaginar que ninguno de los guardias en quienes tanto confiaba la familia real pudieran ser capaces de una traición así; solamente pensarlo me resultaba inquietante.

—En teoría. Por eso se ha doblado el número de guardias. Pudieron haber cogido las llaves y haberlas devuelto mientras los guardias estaban inconscientes.

—Eso es aterrador —murmuré. A pesar de que hacía un día caluroso, sentí que un escalofrío me recorría la espalda.

—Oh, no temáis, princesa —dijo Steldor con una carcajada mientras me pasaba un brazo por encima de los hombros y me atraía hacia él—. Yo os protegeré.

—Estoy segura de que lo haréis. —Me obligué a decir mientras me escabullía de su brazo y me ponía en pie. La falta de confianza que London tenía en Steldor empezaba a hacer mella en mí.

—Paseemos un poco más, ¿os parece? —lo invité.

Pasé casi toda la tarde con el hijo del capitán, comimos algo y lo escuché con fingido interés mientras él volvía a dirigirme discursos acerca de su persona. Al final volvimos al palacio. Me sentía un poco culpable por haber dejado a madame Matallia dormida en el banco. Steldor me acompañó hasta la escalera de caracol y, a pesar de que se ofreció a continuar acompañándome, conseguí que un guardia de palacio tomara el lugar de London.

Después de escapar de Steldor con un beso, subí rápidamente las escaleras. No podía dejar de recordar los rostros de todos los miembros de la Guardia de Elite al pensar en la posibilidad de que uno de ellos fuera el traidor. La mayoría de ellos habían protegido a la familia real durante, al menos, la mitad de mi vida y sabía que para que un soldado fuera reclutado en la Guardia de Elite debía demostrar su lealtad a la Corona. ¿Qué podría haber impulsado a uno de ellos a traicionar al rey que, supuestamente amaba?

Al llegar al segundo piso oí las voces apagadas de una conversación que provenía de la biblioteca, y me dirigí hacia allí. Mientras me acercaba a la puerta de la biblioteca, que estaba entreabierta, oí la inconfundible voz de Tadark que despedía al guardia de palacio que me acompañaba. El teniente hablaba de forma imparable y precipitada, y yo di por sentado que London se encontraba con él, pues nadie más hubiera tenido la paciencia de soportar una charla como ésa.

—Cuando tenía nueve años, cogía la espada de mi padre para jugar con ella. Nunca le hice daño a nadie, pero me metí en muchos problemas, créeme. Pero, por algún motivo, continuaba haciéndolo. No sé por qué. Supongo que estaba destinado a ser soldado. Mi sueño era ser miembro de la Guardia de Elite. Vosotros me inspirasteis a ser lo que soy. Cuando era soldado cometí muchos errores, así que creía que no llegaría a serlo nunca, ¡pero lo conseguí! Recuerdo que cuando estaba en la escuela militar me enteré del tipo de entrenamiento que había que realizar para entrar en la Guardia de Elite y pensé: «Nunca».

Se hizo un silencio y me imaginé a Tadark tomando aire, como un nadador, puesto que ese discurso tenía que haberle dejado los pulmones vacíos. Luego continuó hablando, aunque más despacio, su entusiasmo mitigado por la curiosidad.

—¿Cómo sobreviví?

El tiempo transcurrió despacio mientras Tadark esperaba una respuesta de London. Supuse que el capitán segundo debía de estar leyendo un libro sin prestar ninguna atención a lo que le decía el joven.

—¿Eres todo un personaje, no es así? —Continuaba siendo Tadark quien hablaba.

—Sólo contigo —repuso London sin prestar mucha atención, procurando decir lo mínimo posible.

—¿Y eso por qué? No recuerdo haberte visto hablar mucho nunca. Me pareces un poco… aburrido.

Me llevé una mano a la boca para sofocar una carcajada, lo cual atrajo la mirada de extrañeza de los guardias y sirvientes que pasaban por mi lado.

Se hizo un silencio, y luego London dio una explicación:

—Imagino que tú hablas por los dos, Tad.

—Me llamo Tadark.

—Vaya, ¿no te gusta el nombre de «Tad»? Creo que es adecuado para ti. Tad.

—¡No me llames así!

—Lo que tú digas…, Tad.

Tadark soltó varios bufidos. Estaba segura de que London había vuelto a dirigir la atención a su libro, sin incomodarse por el disgusto del otro. Al cabo de un momento, el teniente recuperó la compostura y volvió a intentar entablar conversación con London.

—¿Quieres saber por qué te sigo todo el tiempo?

—¿Porque nos han ordenado estar juntos? —repuso London, haciéndose el gracioso.

—Bueno, sí, pero quiero decir aparte de eso.

—Dime, Tad, ¿por qué me sigues todo el tiempo?

—Porque te respeto. Tú eres todo aquello en lo que yo quiero convertirme…, todo lo que un guardia de elite debería ser.

—Oh, ahora me siento honrado.

—No soportaría pensar que hubieras traicionado a los reyes por tu propio beneficio.

Un largo silencio recibió aquella insultante afirmación.

—¿De qué estás hablando? —dijo London finalmente, en un tono que indicaba que Tadark era absolutamente imbécil.

—Alguien tiene que haberlo hecho…, ayudar a escapar a la prisionera cokyriana. Podrías ser tú o cualquier otro.

—No hay ninguna prueba de que alguien la haya ayudado a escapar.

—Oh, por favor —dijo Tadark, como si London hubiera contado un chiste—. Sabes que hay un traidor. Solamente digo que…, todo el mundo… es sospechoso.

—No estás en disposición de señalar a nadie con el dedo, Tadark. La mayoría de las veces el acusador suele ser el culpable. —London estaba irritado. Yo nunca lo había oído hablar en un tono tan grave y amenazador como el que utilizaba en esos momentos—. No te pases conmigo. Te puedo causar muchos problemas, chico.

—¿Chico? ¿Quién eres tú para llamarme «chico»? ¡Pareces más joven que yo! —Tadark casi chillaba, el tono de su voz había subido de tono al exaltarse.

Se oyó el golpe de un libro al caer al suelo y supe que London se había puesto en pie.

—¡Atención! —gritó—. ¿Has olvidado que soy tu superior?

—No, señor. No lo he olvidado, señor —farfulló Tadark.

—No te he oído. —Gruñó London.

—No, señor. No lo he olvidado, señor —repitió Tadark en voz más alta y con mayor claridad.

Decidí intervenir antes de que mi joven guardia recibiera un castigo horrible. Conocía a London y sabía que seguía siempre sus propias normas. Debía de sentirse enormemente enojado para haber apelado al protocolo militar.

Abrí la puerta de la biblioteca de par en par y los saludé con un aire deliberadamente alegre.

—Me dirigía a mi dormitorio cuando os oí hablar, y pensé en veniros a buscar.

London estaba inusualmente intranquilo.

Se encontraba al otro lado de la habitación, ante la ventana, y el libro que había estado leyendo descansaba, olvidado, a sus pies. Tadark estaba frente a él, inmóvil, en medio de unos sillones tumbados. En la pared de la derecha, cerca de la chimenea, había un sofá y varias sillas. En el suelo, entre las dos zonas de descanso, había una alfombra en la que yo me había tumbado de niña muchas veces, a menudo entretenida con los dibujos que London hacía para mí. Unos estantes de libros, a la izquierda, dibujaban inacabables pasillos.

—Descansa —murmuró London al verme, y Tadark abandonó su rígida postura aunque se puso colorado hasta el cuello. Los dos hombres se miraron y casi oí la pregunta que ambos se formulaban mentalmente: ¿nos habrá oído?

—Bueno, caballeros —dije, en tono burlón—, a juzgar por vuestra cara, debíais de estar hablando de algo de lo que yo no debería saber nada.

Se hizo un silencio incómodo. Finalmente, London lo rompió.

—No seáis ridícula.

Decidí dejar de ponerlos incómodos.

—Bueno, entonces terminad vuestra discusión. Me dedicaré a echar una ojeada a los libros mientras estamos aquí.

Mi padre había reunido una considerable colección de libros a lo largo de los años y había insistido en que a sus dos hijas no sólo les enseñaran a leer, sino que les permitieran leer sobre una amplia variedad de temas. Esos libros habían provocado años de doloroso esfuerzo a sus escribas, quienes copiaban las palabras del original en unas hojas que luego se encuadernaban en piel o en unas cubiertas de metal de elaborada ornamentación.

Mientras paseaba por los pasillos, pasé un dedo con cariño por los volúmenes. Había libros de ciencia, teología, filosofía, historia y medicina, además de diccionarios y enciclopedias. También había recopilaciones de cuentos y de historias populares, así como poesía, y teatro. London, muy probablemente, había estado leyendo un libro de derecho, ya que tenía la mente aguda y leía latín. Estaba agradecida de que mi padre hubiera sido un hombre progresista en lo concerniente a la educación de sus hijas, ya que nos enseñaron a leer, a escribir y matemáticas, además de los temas femeninos tradicionales como todo lo relacionado con la etiqueta, la gestión de una casa, el bordado y la música.

Continué paseándome entre los polvorientos tomos, sin ganas de leer, pero con la necesidad de pensar sin distracciones. Todavía no quería creer que hubiera un traidor entre los miembros de la Guardia de Elite ni en cualquier guardia; sin embargo, tal como había dicho Tadark, no parecía haber ninguna otra posibilidad. Pero ¿cómo podía dudar de ninguno de los guardias? Eran mis guardias, y yo confiaba mi vida a cada uno de ellos. Al mismo tiempo, cualquiera hubiera podido cometer ese acto, excepto, quizá, Tadark, que era demasiado tonto y bocazas para realizar nada tan hábil.

La única opción, a la que me aferraba desesperadamente, era a algo que Cannan había dicho después de que la prisionera se escapara. Había mencionado que los cokyrianos eran famosos por su sigilo y sus artimañas. Tenía la esperanza de que la huida de Nantilam fuera producto de ello y no de que hubiera un traidor en la corte.

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