Legacy

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Capítulo XI

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CAPÍTULO XI

De vuelta de entre los muertos

LOS RUMORES circularon por palacio inmediatamente, y las preguntas y especulaciones que todo el mundo hacía eran mi única fuente de información. Mi padre estaba furioso con Miranna y conmigo, pero también estaba preocupado por averiguar la posible identidad del chico cokyriano, así que todavía no había tenido tiempo de reñirnos. Por mi parte, me sentía casi agradecida por esto último.

Al día siguiente de que lleváramos a cabo nuestro plan, Semari volvió a palacio con sus padres. Ni Miranna ni yo estuvimos presentes cuando se encontraron con Cannan y con mi padre, y desde entonces no pude averiguar qué había sucedido exactamente.

Miranna se moría de ganas de volver a hablar con Semari, pero tenía miedo de pedir permiso a padre para ir a visitar a su amiga, por miedo a que eso le hiciera recordar que todavía no nos había reñido. Yo también deseaba saber qué se había decidido respecto a Narian, pero las únicas personas de quien podía obtener información fehaciente eran los militares, y ninguno de ellos quería contármelo.

Tampoco era probable que mi padre despejara mis dudas. Finalmente, interrumpió sus deberes para enfrentarse a sus díscolas hijas. Llegó a mis aposentos a primera hora de la mañana.

Tadark había vuelto a su sitio y estaba en el pasillo, esperando a que yo le comunicara nuestra agenda para el día. Llamó a la puerta y lo anunció. Mi padre entró mostrando una expresión inusualmente adusta. Yo acababa de salir de mi dormitorio y me encontraba sentada en el sofá, cepillándome el pelo. El húmedo aire de la mañana ya resultaba sofocante, y la sensación aumentó con la llegada de mi padre. Dejé el cepillo y me puse en pie, pero él me hizo un gesto con la mano para que me sentara.

—Tu comportamiento me ha decepcionado enormemente, Alera —dijo, con poca emoción—. He perdido mucha confianza en ti.

—Lo sé, padre —dije, con remordimientos; pero no bajé la cabeza, como había hecho con mi madre, sino que le miré directamente—. Lo siento.

—Me temo que un «lo siento» no es suficiente esta vez. Has puesto en peligro no solamente a tu persona, sino también a tu hermana y a su mejor amiga. Has obrado de un modo insensato, y no estoy seguro de si puedo confiar en que te comportes de forma menos osada en el futuro. ¿Qué debo hacer, Alera? ¡Tienes diecisiete años y continúas teniendo un comportamiento infantil! Vas a ser reina dentro de un año, de un poco menos. Dada tu edad y tu educación, no debería tener que decirte que te comportes de forma más sensata.

A medida que hablaba, su excitación aumentaba. Además, reforzaba sus palabras con diversos ademanes. Yo permanecía sentada, en silencio, sintiéndome miserable, y dejaba que sus críticas me cayeran encima.

—¿Quién va a gobernar al lado de una reina tan poco prometedora? ¿Permitirá ella que su esposo dirija el reino con mano firme o lo distraerá con sus absurdas tretas?

Me escudriñó, como esperando a que respondiera, pero sabía que no podía decir nada. Sentía un nudo en la garganta. No podía pensar en otra cosa que en mi incompetencia, que mi padre había destapado de forma tan dolorosa.

—Hay que escoger a un prometido, Alera —continuó, caminando arriba y abajo delante de mí; tenía la frente perlada de sudor—. Tú sabes quién quiero que sea mi sucesor. Si algún otro hombre con cualidades no se presenta pronto, entonces tendrás que casarte con lord Steldor, y ésa será mi última orden como rey de Hytanica.

—Pero no me puedo casar con Steldor —exclamé. Por fin me sentía capaz de pensar.

—Entonces, quizá tengas a algún otro en la mente.

Mi padre se detuvo y se dio la vuelta hacia mí. El tono de su voz indicaba que le parecía poco probable que pudiera aprobar cualquier elección mía.

—No hay nadie más, padre —murmuré, recordando vagamente nuestra conversación anterior al respecto.

—Sí, lo suponía —dijo, de forma desagradable; no pude evitar sentirme una inepta—. Me he tomado la libertad de invitar a Steldor a que te acompañe a un picnic fuera de los muros de la ciudad. Le he dado permiso para cortejarte, e insisto que lo evalúes en función de sus cualidades, no de forma caprichosa.

Mi padre se dio la vuelta para marcharse, pero yo me puse en pie y lo llamé.

—¡Espera! A Miranna también le gustaría salir en una excursión así. Te ruego que le permitas ir con nosotros.

Mi padre no parecía estar de humor para prometer nada, pero me sentía obligada a suplicárselo, pues sabía lo desagradable que esa salida iba a ser para mí.

—Se podría elegir un joven para que fuera su compañero. Tal cosa nos quitaría presión a Steldor y a mí. Además, ayudaría a que me sintiera más tranquila en su compañía.

Mi padre lo pensó un momento y, como era habitual, empezó a juguetear con su anillo.

—Entre todas tus terribles ideas, de vez en cuando aparece alguna que vale la pena —concedió, finalmente—. Informaré a Miranna de que, dentro de diez días, os acompañará a ti y a Steldor en vuestra excursión.

Abandonó la habitación sin decir ni una palabra más. Me dejé caer en el sofá; el calor de la mañana y mi abatimiento me habían dejado sin energía. Probablemente mi padre también habría ido a ver a Miranna. Y, aunque no lo hubiera hecho, mi hermana era una persona que me comprendería, con la que podía hablar.

Salí de mi sala y me apresuré por el pasillo en dirección a los aposentos de Miranna; igual que yo, disponía de tres habitaciones, aunque ella no tenía balcón. Su sala era parecida a la mía, con tapices que decoraban las paredes, alfombras que cubrían el suelo, un sofá y varios sillones para sentarse. La principal diferencia era el color, pues a ella le gustaban más los azules, mientras que yo prefería el color burdeos.

Halias llamó a la puerta de la sala de Miranna en cuanto me vio acercarme y luego la abrió para permitirme la entrada. Mi hermana estaba sentada en un sillón de terciopelo de un color azul oscuro que tenía lazos y colgaduras de un pálido terciopelo azul. Las paredes no estaban completamente cubiertas de tapices, sino de sedas de suaves tonos azules, amarillos, verdes y rosas. De los cuatro postes que rodeaban su cama colgaban unos cordones de los mismos colores que decoraban el dosel. Encima de las estanterías y del tocador había una gran cantidad de muñecas que ella cuidaba amorosamente.

Miranna se dejó caer en la cama y me hizo un gesto para que hiciera lo mismo.

—¿Se trata de padre? —preguntó.

—Por supuesto. —Me senté en la cama, a su lado, con expresión triste.

—Ha hablado conmigo esta mañana sobre que debo dar un mejor ejemplo —dijo, abrazando una almohada—. Aunque no ha sido una conversación desagradable, por lo menos no me ha pegado. ¿Cómo te ha tratado a ti?

—A mí tampoco me ha pegado, pero quizás eso habría sido más fácil de soportar. No, me ha dirigido un sermón acerca de mis faltas como hija. —Dudé un momento. Luego se lo dije—: Ha dicho que tiene miedo de que sea una reina incompetente, y que soy demasiado mayor para andarme con juegos infantiles. Dice que ya no puede confiar en mi buen juicio.

No pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas mientras decía esas palabras. Sentí que derramar aquellas lágrimas era como admitir que mi padre tenía razón.

—No sabe lo que dice —repuso Miranna, con una sonrisa tonta mientras me cogía una mano—. Serás una reina excepcional. No debería basar su opinión en este único incidente.

—Padre dirige este reino, Mira. Él, mejor que nadie, conoce las cualidades que son necesarias en una reina.

—Lo que hicimos ha sido poco sensato, pero él está exagerando. Hasta ahora nunca había dudado de tu capacidad como heredera, y estoy segura de que, en su corazón, no ha cambiado de opinión.

—También ha dicho que, a no ser que yo encuentre a un «hombre con cualidades» para ser mi esposo, me ordenará que me case con Steldor. —Aparté mi mano de entre las suyas y empecé a juguetear con las blondas del cubrecama.

Miranna no esperaba esto.

—¿Que te lo ordenará?

—¡Sí! ¿Qué voy a hacer? ¡No puedo casarme con Steldor!

—Esto no parece propio de padre —dijo ella, abatida—. Es sólo que… está sometido a mucha presión. Estoy segura de que, a su debido tiempo, reconsiderará su posición… y recuperará el sentido del humor.

Su intento de tranquilizarme no funcionó; su tono no era muy convincente.

—¿Y si no es así? Entonces, ¿qué voy a hacer? ¡Tenía la esperanza de casarme por amor con un hombre inteligente y compasivo, con alguien que pudiera convertirse en el mejor rey de la historia de Hytanica! ¿Cuánto tiempo me va a dar padre antes de obligarme a casarme con un hombre al que detesto?

—¡Tranquilízate, Alera! —insistió Miranna—. A pesar de que no comparto en absoluto tu opinión negativa sobre Steldor, estoy de acuerdo en que deberías casarte por amor. Dale un poco de tiempo a padre, para que vuelva a ser el mismo.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Luego Miranna se puso en pie.

—¿Por qué no salimos un rato? Nos vendrá bien. ¿Por qué no dejamos los problemas aquí?

—Sí, estaría bien —asentí, casi derrotada.

Mientras se retorcía un mechón de pelo, mi hermana pensó en qué podríamos hacer.

—Creo que hoy es día de mercado: vamos a tomar un poco de aire fresco y a dar una vuelta. —Me cogió de la mano y me obligó a ponerme en pie—. ¡Y podemos salir en busca de otros pretendientes!

No pude evitar sonreír al oír tal sugerencia, a pesar de que todo aquello no era nada divertido.

Al cabo de dos horas, Tadark y Halias nos siguieron mientras salíamos de palacio, atravesábamos el patio central y entrábamos en la ciudad. Caminamos un rato por el paseo principal, de diez metros de ancho, que cortaba la ciudad en dos. Luego giramos hacia el oeste y entramos en el distrito del mercado. En él, las fachadas de las tiendas se abrían a calles estrechas repletas de negocios. Mientras paseábamos, examinábamos con atención las ofertas de las panaderías, las tiendas de especias, las farmacias y las joyerías. Los artículos se exponían en mostradores colocados en la mitad inferior de las dobles puertas que se cerraban al acabar el día. Las mitades superiores se levantaban hacia arriba para proteger un poco las mercancías de la intemperie. Al final de una de esas calles adyacentes al mercado vimos letreros de zapateros, fabricantes de sillas de montar y de arneses, y de curtidores. En otra de las calles se encontraban los vendedores de pescado, los carniceros y los fabricantes de velas.

Al llegar a la última tienda vimos que la estrecha calle desembocaba en una gran franja de hierba que se hallaba encima de una ladera que bajaba hasta la zona de entrenamiento del área sur del complejo militar de Hytanica. En ella se habían erigido puestos callejeros para los vendedores que habían traído sus mercancías para intercambiarlas o venderlas.

El día de mercado se hacía una vez a la semana y atraía a muchísima de gente. Además de productos agrícolas, los artesanos de los pueblos de alrededor de la ciudad acudían para vender sus artículos confeccionados a mano. También acudían allí los vendedores ambulantes, así que en el mercado había un enorme surtido de artículos. Muebles, herramientas, pieles, servicios de mesa, especias y aceites exóticos, perfumes, sartenes y ollas, blondas y tejidos raros formaban parte del batiburrillo de aquel improvisado zoo.

Miranna y yo llevábamos unos vestidos sencillos, puesto que Cannan había decidido hacía mucho tiempo que vistiéramos igual que los ciudadanos cuando saliéramos a visitar el mercado. El capitán era un hombre cauteloso y no quería que nuestra vestimenta nos delatara. Por supuesto, ningún disfraz podía resultar efectivo con los uniformes de nuestros guardaespaldas pegados a nosotras, así que Tadark y Halias también vestían de forma más sencilla. Además, para gran alivio mío y frustración de Tadark, el capitán nos había dado un poco más de libertad al prohibir que el teniente me pisara los talones. Puesto que Halias tenía un rango superior, Tadark no tuvo otra opción que acatar la orden.

Mientras recorríamos el mercado en medio de la multitud que rodeaba las tiendas y los puestos, recibimos un bombardeo de sonidos: los vendedores que anunciaban a gritos sus artículos, los clientes que se quejaban y negociaban, los niños pequeños que jugaban y los animales que se quejaban cada uno con su propia voz. Mi estado de ánimo mejoró de inmediato al absorber la energía que llenaba el aire de ese fascinante lugar.

—¡Oh, mira ahí! —dijo Miranna, tocándome el brazo y señalando por encima de las cabezas de la multitud hacia un joven de unos veinte años que se encontraba al lado de unos puestos de verdura.

—Es guapo…, ¡podrías casarte con él!

—Estoy segura de que eso mejoraría la opinión que padre tiene de mí. —Repuse, siguiendo la broma—. «Señor, me gustaría casarme con un vendedor de verduras… o quizá con el sirviente del vendedor de verduras» —dije con una formalidad exagerada.

—¡Padre no lo aprobaría, pero sería interesante verle la cara cuando se lo pidieras!

Continuamos abriéndonos paso por entre los vendedores mientras observábamos los artículos que estaban a la venta esa semana. Miranna estaba devolviendo a su sitio un pañuelo que había estado examinando cuando oímos una voz familiar a nuestras espaldas.

—¡Mira! —Semari se abría paso hacia nosotras por entre el bullicio de la gente. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos azules le brillaban de emoción.

—¡Semari! —saludó Miranna con alegría, adelantándose y recibiendo a su amiga con un abrazo—. ¿Cómo estás?

—Papá se puso furioso cuando le dijeron lo que habíamos hecho, pero ya no me duele —respondió Semari sonriendo abiertamente a pesar de esas palabras—. Y ahora ya lo ha olvidado todo.

—¿A causa de Narian? —inquirió Miranna, que sacó a colación el tema que habíamos tenido en la cabeza últimamente: el increíble parecido entre Semari y el joven cokyriano.

Semari asintió con la cabeza y se apartó hacia el lado de una de las tiendas para que pudiéramos conversar sin que nos empujara la multitud.

—Cuando el capitán de la guardia y el Rey se encontraron con nosotros, les preguntaron a mis padres si podían identificarlo como a su hijo, aparte de por su aspecto y su edad. Mi madre recordó que Kyenn había nacido con una marca especial detrás de la oreja izquierda, una marca que tenía la forma de una luna creciente rota. ¡El capitán examinó a Narian y descubrió la marca, tal y como mi madre la había descrito! ¿Es posible que dos personas tengan la misma marca de nacimiento, más aún, una tan extraña como ésa?

—Imposible —dije, cautivada por su historia.

—Entonces, el Rey y el capitán llegaron a la conclusión de que él es el miembro de la familia que desapareció hace tanto tiempo, mi hermano mayor.

—¿Qué van a hacer con él? —preguntó Miranna, tan intrigada como yo.

—Bueno, mis padres quieren que viva en casa, pero no se puede confiar en él del todo, así que ahora permanece en palacio, vigilado. El capitán quiere enseñarle despacio la forma de vivir de Hytanica al mismo tiempo que lo vigila, por si los cokyrianos lo mandaron aquí con algún objetivo.

—¿Has hablado con él? —insistió Miranna.

—¡Por supuesto que sí! El capitán ha decidido que nos visite cada semana. Los días acordados, Destari lo conduce a nuestra casa por la mañana; después, al caer la noche, lo vuelve a llevar a palacio. Lo vigila de cerca mientras está con nosotros, pero no ha habido ningún problema.

—¿Y cómo es? —pregunté, casi sin aliento.

—Es muy emocionante conocer a mi hermano desaparecido, pero también es extraño. —Semari había adoptado una expresión pensativa—. Siempre he sido la hija mayor de la familia. Ahora es raro ser la hermana menor. Y para mis padres, es como si él hubiera vuelto de entre los muertos.

Pensé en ello un momento. A Kyenn, el hermano mayor de Semari, lo secuestraron justo una semana después de nacer. Todos lo dieron por muerto, a pesar de que su cuerpo no había sido encontrado con los demás. El trauma que los padres de Semari, el barón Koranis y la baronesa Alantonya, habían sufrido era tan devastador que todavía sentían el dolor dieciséis años después. Nunca habían sabido a ciencia cierta cuál había sido el verdadero destino de su hijo. Resultaba casi inconcebible que el joven cokyriano que London había arrestado fuera él. Pero la alegría que sentían por su regreso no podía detenerse ahí, pues sabían que el chico había sido criado en tierras del mayor enemigo de Hytanica.

—Es muy callado —dijo Semari, arrancándome de mis pensamientos—. No habla casi nada, sólo lo observa todo.

—Bueno, Hytanica debe de resultarle interesante. —Especuló Miranna—. Sin duda, nuestra forma de vivir es distinta de la de Cokyria.

—No sé si «interesante» es la palabra adecuada. Reacciona casi con condescendencia ante nuestra forma de vivir…, como si estuviera decepcionado, como si hubiera esperado más de nosotros.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—No es que sea presuntuoso… Por ponerte un ejemplo: se mostró sorprendido, casi irritado, cuando se enteró de que yo no sabía manejar un arma y de que el principal tema de mi educación y de la de mi hermana habían sido las normas de educación y no la historia de Hytanica o su política. Nuestra educación le parece insuficiente.

—¿Ha mencionado Cokyria alguna vez? —preguntó Miranna, que desde el principio quería hablar de eso.

—Tal como he dicho, no es muy abierto. Lo único que sabemos es que, mientras estaba en Cokyria descubrió que era hytanicano, y por eso se marchó y vino aquí. No ha dicho cómo descubrió eso sobre su vida, y no lo hemos presionado para que nos lo cuente. Mis padres creen que fue criado en la clase alta, puesto que habla bien y es educado.

—¿Cómo te diriges a él? Debe de tener dos nombres —intervine.

—Esto todavía no se ha decidido —respondió Semari, con pesar—. Mis padres quieren llamarlo Kyenn, pues es su hijo y así es como lo bautizaron, pero él insiste en que lo llamen Narian. Mi madre, a pesar de que le duele, comprende ese deseo y está dispuesta a utilizar el nombre cokyriano, pero papá se niega. Le dijo que puede presentarse como Narian, o como quiera llamarse, cuando esté en otro lugar, pero que mientras esté bajo su techo será Kyenn. Mi hermano replicó que no respondería a ningún nombre que no fuera Narian, estuviera bajo el techo que estuviera.

»Así que para no enojar a padre, nosotros lo llamamos Kyenn, lo cual sólo hace que aumentar la tensión, pues él no responde a ese nombre. Se dirige a mi madre para formular las preguntas que quiere hacer, que son pocas, y mira a papá como si fuera un tonto cuando le responde en lugar de ella.

—London me contó que las mujeres cokyrianas, y no los hombres, son quienes ocupan los puestos de poder —dije—. Tal vez por esa razón prefiere obedecer a tu madre y no a tu padre.

—Supongo.

Semari oyó que la llamaban y miró calle abajo.

—¡Ya voy, madre! —respondió, y luego continuó—. Mis padres no saben cómo tratarlo. Mi madre no está acostumbrada a ser el centro de atención, y sabe muy poco de lo que él le pregunta. Mi padre es el cabeza de familia, y merece ser tratado como tal, pero al mismo tiempo no quiere enfadarse con Narian…, Kyenn. El hijo mayor de mi padre ha resucitado, y lo único que papá quiere es conocerlo. La relación de mi hermano con todos nosotros es difícil, en especial con mi padre, que no está acostumbrado a permanecer en un segundo plano.

Ésa era una actitud con la cual nadie de Hytanica se sentiría familiar. No podía imaginar a alguien que mostrara más respeto ante una mujer que ante un hombre, ni que tratara a su padre como inferior a su madre. Sería algo completamente inaceptable. Me pregunté cómo iba a encajar Narian en nuestro mundo.

—¡Ya voy, madre! —repitió Semari, después de que la llamaron nuevamente—. Tengo que irme, pero quizá podáis venir a visitarnos a nuestra casa de campo. Es muy posible que Kyenn esté allí. —Nos dio un abrazo a las dos y luego corrió a reunirse con su familia.

—Tiene una suerte increíble —dijo Miranna, enfurruñada, cuando su amiga se hubo ido—. Nuestro plan era conocerlo y preguntarle cosas de Cokyria, y ahora ella lo tiene prácticamente viviendo en su casa.

—A veces la vida no es justa, ni siquiera para las princesas —bromeé, a pesar de que la envidia me corroía por dentro. Era poco probable que nos permitieran visitar a Semari mientras Narian estuviera allí. Mi padre insistiría en permitir que el barón y su familia tuvieran intimidad para que pudieran volver a familiarizarse con su hijo—. Será mejor que volvamos a palacio —dije, al ver que el cielo empezaba a nublarse y que esa noche iba a llover.

Regresamos caminando por la maraña de calles, seguidas por Tadark y Halias.

—Padre quiere que vuelva a ver a Steldor —dije en tono sombrío.

—¿De verdad? ¿Cuándo?

—La semana que viene. Por desgracia he tenido que utilizarte para no quedarme atrapada a solas con él. Padre va a buscarte un acompañante, y los cuatro nos iremos de picnic.

—¡Oh, eso suena estupendo! Hace mucho tiempo que no salimos de la ciudad.

—¿No estás molesta conmigo?

—¡Para nada! A mí me gusta la compañía de Steldor. Y puedo ayudar a que no te dedique toda la atención a ti.

Todavía no podía comprender por qué a Miranna le gustaba la idea de estar con Steldor, pero no tenía ganas de discutir con ella. Cuantas más distracciones hubiera, menos tiempo tendría él para pavonearse.

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