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Capítulo XII

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CAPÍTULO XII

El picnic

LO QUE empezó siendo un sencillo picnic pronto se convirtió en un evento que requería una planificación tan meticulosa como una gran fiesta. En primer lugar se debía encontrar un acompañante adecuado para Miranna. Mi padre habló con algunos de los hombres de la clase más alta de Hytanica, pero le resultó difícil dar con uno que pareciera lo bastante responsable para atender a su hija pequeña.

Luego tuvo que considerar cómo nos trasladaríamos y dónde comeríamos. Yo había dado por entendido que nosotros escogeríamos un lugar de forma espontánea, pero él insistió en saber exactamente dónde íbamos a estar en todo momento, y poco a poco me di cuenta de que su deseo de preverlo todo tenía menos que ver con un sentimiento de protección paternal que con su paranoia ante la posibilidad del peligro de Cokyria.

¿Y qué haríamos con los guardaespaldas? ¿Debían acompañarnos? Mi padre llegó a la conclusión de que sólo era necesario uno de ellos, puesto que nosotras estaríamos en las capaces manos de Steldor, a pesar de que sospeché que Cannan haría vigilar el lugar hacia donde nos encamináramos. Tadark, cuya edad era la más parecida a la nuestra, se negó rotundamente a ser dejado de lado, así que se convirtió en el elegido, a pesar del rango superior de Halias. Ni Halias ni yo nos sentimos felices con esa decisión, pero puesto que el Rey estaba satisfecho, no podíamos hacer nada más al respecto.

Mi madre, siguiendo las indicaciones de mi padre, habló con los cocineros para que prepararan y entregaran una lista de alimentos para que eligiéramos la comida del picnic. El menú resultante ocupaba varias páginas; escogí los primeros platos que vi, pues no tuve la fuerza de voluntad necesaria para examinar todas las opciones.

Cuando llegó el día de la excursión, estaba tan cansada de oír hablar de ella que sólo deseaba que terminara de una vez. Por otro lado, el entusiasmo de Miranna continuaba siendo el mismo, y yo estaba segura de que eso se debía más a su enamoramiento de Steldor que a ninguna otra cosa.

Era la tercera semana de julio y, puesto que el día iba a ser caluroso, Miranna y yo decidimos ponernos unas faldas largas y unas blusas blancas de manga corta. Me recogí el pelo en una única trenza que me caía por la espalda; Miranna se lo recogió en la nuca, como Halias lo llevaba muy a menudo.

Salimos de palacio a media mañana en una calesa que había sido preparada en las caballerizas reales y que iba tirada por un par de caballos negros frisones. La calesa tenía un banco encima de las dos ruedas de delante, donde iba sentado el conductor, y dos asientos colocados el uno frente al otro, sobre las ruedas traseras, que habían sido tapizados para que resultaran más cómodos. El suelo de la calesa era bajo y quedaba cerca del suelo, para que fuera más fácil subir.

Puesto que Steldor sería quien llevara las riendas, se dio por sentado que yo iría a su lado, así que habían colocado un cojín sobre el banco de manera para indicar que ése sería mi sitio. Mi compañero iba vestido de manera informal pero elegante. Llevaba una camisa blanca ribeteada y cruzada en el pecho, con botones dorados, y un pantalón negro. La camisa contrastaba con su pelo y sus ojos oscuros, y sin duda había sido elegida para destacar la intensidad de su rostro y elevar el pulso sanguíneo de cualquier mujer. Incluso yo me di cuenta de que lo estaba mirando mientras él colocaba la comida del picnic en el asiento trasero de la calesa.

El compañero de Miranna era un fornido joven llamado Temerson que tenía el mismo color de ojos y la misma talla que yo, y el pelo color canela. Llevaba el uniforme militar típico, la guerrera gris y la faja, y parecía completamente fuera de lugar al lado de Steldor, a pesar de que de no ser comparado con él habría resultado bastante atractivo.

Miranna y Temerson ocuparon el asiento trasero. Tadark cabalgaría al lado de la calesa sobre su propia montura. Los cascos de los caballos resonaron sobre los adoquines del paseo principal mientras cruzábamos la ciudad amurallada. Al oeste del paseo quedaba el distrito del mercado, y al este se encontraba el distrito de negocios, donde bullía una gran actividad entre los prestamistas, las tabernas, las posadas, los médicos y los barberos. Un poco más allá de la calle se veían las agujas de la iglesia, el granero e innumerables residencias. Delante de nosotros se erguía el muro de nueve metros de altura con torretas que rodeaba la ciudad, con torres de vigilancia a ambos lados de la puerta principal y a intervalos regulares a lo largo del mismo. La ciudad albergaba a unas mil quinientas personas, y otras doscientas cincuentas vivían en las granjas y los pueblos del campo de Hytanica.

Al salir de la ciudad, el paseo de piedra que seguíamos se convirtió en una polvorienta carretera que se inclinaba siguiendo el terreno y que se dirigía hacia el único puente que salvaba el río Recorah. Nuestra ruta pronto nos llevó hacia el este, por un camino mucho más estrecho y menos concurrido, un camino de campo, pues nos dirigíamos a una zona protegida que se encontraba en un recodo del río, sombreado por los árboles y refrescado por la rápida corriente del agua. Tardaríamos dos horas en llegar a nuestro destino.

La excursión había empezado de forma bastante tranquila, pero no tardé en darme cuenta de que las pesadas preparaciones del picnic me habían hecho menos tolerante respecto al ego de Steldor. La presencia de Miranna ayudaba, pero él flirteaba conmigo, no con ella. Mientras los caballos avanzaban al trote, hice todo lo que pude para desanimarlo dedicándome a mirar el paisaje.

La ondulada tierra de Hytanica estaba verde en esa época del año, y los campos de lino que pronto sería cosechado se veían punteados de hermosas flores de un azul pálido. A medida que avanzábamos íbamos viendo muchos granjeros que se encontraban en plena actividad en el campo, y mi pretendiente los saludaba con la mano con gesto magnánimo de vez en cuando.

Steldor, impertérrito ante mi resistencia a relacionarme con él, demostró ser completamente capaz de llevar una conversación él solo. Después de soltar un monólogo parecido al de la noche de nuestra cena, se inclinó hacia mí.

—¿Y cuál es el nombre del amigo de vuestra hermana? —preguntó.

Temerson se había presentado al llegar, pero Steldor había estado tan ocupado siendo Steldor que no prestó atención.

—Lord Temerson —le informé; su arrogancia estaba acabando con mi paciencia—. Supongo que conoces a su padre, el teniente Garreck, puesto que es un veterano comandante de batallón que estuvo enseñando en la academia militar durante los últimos quince años. Su madre, lady Tanda, es amiga de mi madre y, supongo, de la tuya.

—Ah —repuso él, y giró la cabeza para mirar al joven con quien mi hermana había intentado sin éxito entablar conversación—. Bueno, Temerson, ¿sois estudiante de la academia militar?

La pregunta era innecesaria dada la edad y vestimenta de Temerson, pero sospeché que ellos dos lo único que tendrían en común sería el mundo militar.

Observé al acompañante de Miranna mientras esperaba a que contestara y vi en él la mirada de un animal acorralado. Abrió la boca, pero de sus labios no salió ninguna palabra, así que decidió asentir con la cabeza dos veces. Se me ocurrió que, para alguien que tuviera un carácter reservado, Steldor podía resultar intimidante, más aún para un joven cadete de rango inferior. Tal vez Temerson hubiera sido alguna vez objetivo de las burlas de Steldor y Galen.

—Es un tipo callado —me dijo Steldor, como si Temerson no estuviera allí—. Me recuerda a otro de su misma edad.

—¿Y de quién se trata? —pregunté, pues las normas de educación me salían de forma espontánea a pesar de mi decisión de no darle conversación.

—A ese chico cokyriano.

—Te refieres al chico hytanicano —lo corregí, dando por sentado que conocía la verdadera identidad del chico.

Steldor no hizo caso de mi comentario.

—Fue criado como cokyriano. Piensa como ellos y se comporta como ellos. Eso es todo lo que necesitamos saber.

—Sí, pero es que nació en Hytanica —lo contradije, sin poder creer que Steldor pudiera juzgar a Narian tan rápidamente—. Eso es todo lo que necesito saber.

—De todas formas, eso no viene al caso. Lo único que quería decir es que él casi no ha dicho una palabra desde que lo llevaron a palacio, y eso es muy extraño.

—Quizás está desbordado por todo lo que le ha sucedido. Fue capturado por la gente a quien, sin duda, teme más en el mundo, y ahora lo han llevado con su propia familia que, paradójicamente, no conoce de nada. No creo que en su situación yo hablara mucho.

—Puede que no hable porque no tiene nada en la cabeza.

—Sólo porque no esté dispuesto a contar la historia de su vida a la primera señal de que debería hacerlo, no significa que no sea inteligente, Steldor. —Me daba cuenta de que mi interés en llevarle la contraria empezaba a molestarlo, pero disfrutaba demasiado de su incomodidad para dejar el tema.

—¿Por qué lo defendéis? No sabéis de él más que yo.

—Entonces, ¿por qué lo ridiculizas?

—Está claro que no nos vamos a poner de acuerdo.

—Está claro.

El resto del viaje transcurrió prácticamente en silencio. Steldor y yo no seguimos conversando y, a pesar de que Miranna había intentado varias veces provocar una respuesta en Temerson, no lo había conseguido.

Steldor detuvo los caballos al lado de un gran roble que estaba cerca del río y dejó que Tadark los atara. Temerson ayudó a Miranna a bajar de la calesa y yo permití a regañadientes que Steldor me ayudara a bajar al suelo. Cuando me dejó en él, mantuvo sus manos en mi cintura sin soltarme y me miró a los ojos. Sentí que me quedaba lívida ante la posibilidad de que fuera a besarme. Entonces me dirigió una sonrisa desenfadada y apartó las manos, para dejarme con la clara sensación de que, precisamente, ésa había sido la reacción que había querido provocar en mí.

Tadark y Temerson empezaron a sacar de la calesa la comida del picnic; Steldor lo supervisaba todo. Estaba claro que opinaba que él estaba exento del trabajo. Pero sí se dedicó a dar instrucciones de dónde debía ir cada cosa, como si el picnic fuera una especie de instrucción militar. Finalmente, le dijo a Tadark que colocara la manta en un lugar concreto. Entonces no puede reprimirme por más tiempo:

—Me gustaría que pusiéramos la manta aquí —dije a los hombres mientras señalaba una zona con césped más cercana al río, donde unos grandes sauces dejaban que sus ramas mecidas por la brisa rozaran el suelo.

—No —repuso Steldor con un aire autoritario insoportable—. La manta debe ir ahí.

Tadark, que estaba de pie y sujetaba el mantel por dos de sus extremos, se detuvo mientras nosotros empezábamos a pelearnos.

—Aquí el terreno es más blando. —Insistí, dirigiéndome hacia el lugar que había elegido y mostrándome decidida a pasar toda la tarde peleando por algo tan insignificante.

—Pero aquí hay más sombra.

—Pero yo estoy aquí, y si la ponemos allí, tendré que desplazarme. —Le dirigí a Steldor una desagradable y dulce sonrisa.

—Tadark ya casi la ha colocado —dijo Steldor.

—Seguro que recogerla y traerla hasta aquí requerirá un esfuerzo insignificante. Si Tadark no desea cansarse, supongo que tú puedes hacerlo sin esforzarte demasiado.

Steldor me observó un momento, consciente de que nos habíamos enzarzado en una especie de lucha de poder. Decidió que podía permitirse perder esa escaramuza y se rindió.

—Como deseéis. Pondremos la manta donde queráis, princesa.

—Gracias. —Repuse, intentando disimular mi suficiencia.

Tadark soltó un bufido, como si trasladar la manta fuera el acto más absurdo que le hubiéramos podido pedir. Pero, de todas formas, la recogió y la llevó hasta donde me encontraba. Temerson, que había estado sujetando una gran cesta de comida durante toda la discusión, la dejó en el suelo sin decir una palabra.

Los hombres volvieron a la calesa, Tadark y Temerson para coger la bebida que los cocineros nos habían puesto, y Steldor para continuar supervisando las tareas. Miranna y yo nos instalamos encima de la manta. Mi hermana me miró y soltó un suspiro de exasperación.

—¿Por qué no puedes tratar a Steldor un poco mejor?

—Simplemente no estoy de humor para soportar su comportamiento pretencioso —repliqué, a la defensiva.

—Dale una oportunidad, Alera —suplicó Miranna—. ¿De verdad ha hecho algo tan terrible hoy? Y no digas que es un egocéntrico. Es Steldor. Eso va con él.

—Supongo que hoy no se ha comportado tan mal —dije, en un tono más petulante del que pretendía—. Si eso puede ayudar a que el día te sea más agradable, intentaré pensar que sus intenciones son las mejores.

—A ver si es verdad.

Steldor fue el primero en regresar, caminando a paso ligero por delante de Temerson y de Tadark, que transportaban las copas de vino y las botellas.

—Propongo que vayamos a dar un paseo por la orilla del río antes de comer —dijo en un tono, de nuevo, autoritario y que a mí me resultó, por lo menos, crispante.

—Creo que deberíamos comer primero. —Me opuse, ignorando completamente la promesa que le acababa de hacer a mi hermana.

—Si caminamos ahora, se nos despertará el apetito.

—Yo ya tengo hambre. Si caminamos, me puedo desmayar.

Parecía que Steldor se daba cuenta de lo que yo estaba haciendo, y su expresión divertida sólo consiguió molestarme más. Incapaz de soportar mi obstinación, Miranna tomó el control de la situación: se puso en pie para acompañar a Steldor y me dirigió una mirada helada que me indicó claramente que cediera. Suspiré, resignada.

—Pero pensándolo mejor, un paseo me puede venir bien —conseguí decir, aunque el tono de mi voz no fue sincero.

Me puse en pie y cogí a Miranna de la mano para que fuera a mi lado y no tuviera que verme obligada a pasear al lado de Steldor.

Los dos militares nos siguieron sin demora; ni el sentido del deber de Tadark ni el orgullo de Steldor permitían que ninguno de los dos quedara muy rezagado de nosotras. Temerson nos siguió, demasiado intimidado por sus acompañantes para acercarse más.

El terreno bajaba suavemente hacia el Recorah y se hacía más plano al llegar a la orilla del río, lo cual nos permitió caminar a poca distancia de la corriente del agua. Allí, donde el Recorah cambiaba su curso y ya no fluía hacia el sur, sino que giraba hacia las colinas del este que se veían en la distancia, su anchura era mayor y la corriente aumentaba de velocidad, lo cual provocaba olas de espuma blanca en la orilla opuesta. El único puente que había en el río y que permitía la entrada a nuestro reino se encontraba a varios kilómetros al oeste y estaba fuertemente vigilado por soldados hytanicanos. A pesar de que la amenaza cokyriana que todos habíamos sentido por la captura de la Gran Sacerdotisa parecía haber remitido, mi padre y Cannan no habían relajado la vigilancia y las patrullas continuaban recorriendo las fronteras de Hytanica, mientras que los centinelas vigilaban el puente las veinticuatro horas.

Miranna y yo seguimos la curva del río mientras hablábamos en voz baja. Steldor intentó colocarse a mi lado, pero yo caminaba muy cerca del agua y tenía a Miranna al otro lado, así que no encontró la manera de ponerse donde quería. Decidió no volver a intentarlo, como si eso le pudiera dejar en ridículo. Finalmente, se puso junto a Tadark, con quien empezó a hablar en voz alta para que lo oyéramos.

—Así que eres el nuevo guardaespaldas de Alera, ¿no? —preguntó, en un tono de voz que no me gustó.

—Así es —respondió Tadark con orgullo.

—Esperamos que seas mejor que el último.

—¡Desde luego que lo soy! —exclamó Tadark con voz chillona—. London no era un buen guardaespaldas. No podía seguir a Alera ni un minuto. No sé cómo consiguió ser miembro de la Guardia de Elite. Decididamente, no tenía las cualidades para hacer frente a una responsabilidad tan importante.

—Estoy de acuerdo —dijo Steldor con fingida indignación—. A mí nunca me impresionó mucho, a diferencia de a mi padre. El capitán se escandalizó mucho cuando supimos que London era el traidor. En realidad, no comprendo por qué nadie se dio cuenta antes; nunca me dio buen espina.

—¡Yo me di cuenta! —exclamó Tadark, orgulloso como un niño de cinco años—. Supe que había algo sospechoso en él desde el momento en que lo conocí. Nunca confié en él del todo, porque siempre parecía tener la cabeza en otra parte, como si la princesa no fuera su primera prioridad.

Incapaz de continuar sufriendo, abrí la boca para defender a London, pero la tranquila voz de Miranna me lo impidió:

—Ignóralos —me aconsejó—. No saben de qué hablan. Además, Steldor lo está haciendo a propósito. Quiere pincharte. No le des la satisfacción de saber que lo ha conseguido.

Recuperé la compostura con un poco de esfuerzo, pues reconocía que mi hermana me había dado un sabio consejo. Steldor y Tadark continuaron hablando, pero hice todo lo que pude por no escucharlos, pues sus palabras me herían y sólo conseguían que el desagrado que sentía hacia el hijo del capitán aumentara.

Finalmente volvimos al lugar del picnic, donde las cestas nos esperaban encima de la manta. Mientras Tadark se dirigía hacia la calesa, Temerson, por fin, se unió al resto y nos sentamos para desenvolver la comida. El menú para el picnic, a base de panes, quesos, sopa fría, fruta y vino, parecía delicioso, pero la presencia de Steldor me había quitado el apetito. A pesar de ello, me alegraba de que fuera la hora de comer, porque eso hizo que no hubiera más conversaciones.

Cuando terminábamos de comer, Miranna se giró hacia Temerson con una sonrisa dulce.

—¿Te gustaría ir conmigo hasta el río? Me gustaría lavarme las manos.

Temerson asintió con la cabeza y abrió mucho los ojos, asombrado de que le hubieran hecho tal propuesta. Se puso en pie para ir con ella y me dejaron sola con mi acompañante.

Supuse que se haría un silencio muy largo y tenso, pero Steldor tenía otros planes. Se sentó a mi lado y, colocándome una mano en la cintura, me tomó entre sus brazos. Intenté resistirme, pero era fuerte y de movimientos firmes. Además, su embriagador olor me confundía.

—No tengáis miedo de mí, Alera —murmuró—. Aprecio que una mujer tenga un poco de carácter. —Me acarició la mejilla con los labios y continuó—: Por lo menos, esta vez tenemos un guardaespaldas que no interferirá.

—¿Qué quieres decir con eso? —Repuse, cortante, mientras me apartaba de él; la referencia a London me había hecho recuperar la cabeza.

—La última vez que tuvimos oportunidad de estar solos, London nos interrumpió de forma muy poco educada asegurando que había una especie de emergencia en palacio.

Steldor acariciaba los mechones de pelo que se habían escapado de la trenza que llevaba a la espalda y me acariciaba el cuello con los dedos suavemente.

—Yo diría que rescatarme de vuestras indeseadas insinuaciones es una emergencia —dije, y lo empujé.

Steldor se quedó inmóvil. Estaba segura que nadie, nunca, le había ni siquiera sugerido que sus insinuaciones podían ser indeseadas, y yo acababa de decirle llanamente que no quería estar cerca de él. Casi noté el enojo que lo embargaba; se puso en pie de forma tan brusca que me hizo perder el equilibrio y caí al suelo de lado.

—¡Aquí estoy, sólo con vos, mostrándome más afectuoso y encantador de lo que nadie pueda mostrarse, y vos no lo queréis! —El tono de su voz había perdido la cualidad almibarada y ahora sonaba más grave y ronco—. En Hytanica hay muchas jóvenes que, sin duda, darían cualquier cosa para ganarse las atenciones que os dedico, sin pedir nada a cambio, Alera.

Steldor dio una patada a la cesta del picnic y se alejó precipitadamente hacia donde Miranna y Temerson se encontraban, sentados el uno al lado del otro encima de una roca. Miranna había conseguido, por fin, tener una conversación con el tímido joven, pero en cuanto el comandante se acercó a ellos, Temerson se calló de nuevo.

Steldor se colocó cerca de mi hermana, desenvainó la daga y puso un pie encima de una piedra. Me encontraba demasiado lejos para oírlo, pero por su lenguaje corporal mientras jugueteaba con la daga y por el rubor en el rostro de Miranna supe lo que estaba haciendo. A cada risita que él provocaba en ella, mi desagrado por el hijo del capitán de la guardia se hacía mayor. Estaba segura de que Steldor estaba flirteando con Miranna en un intento de ponerme celosa, pero no lo consiguió.

Su flirteo continuó durante unos cuantos minutos, hasta que Miranna miró hacia mí y comprendió cuáles eran sus verdaderas intenciones. Se puso en pie bruscamente y señaló hacia sus espaldas.

—¡Mira, un manzano! —exclamó.

Steldor pareció momentáneamente desconcertado por que mi hermana fuera capaz de darse cuenta de la presencia de un insignificante árbol a pesar de su hechizo. Pero se encogió de hombros y se giró hacia donde ella señalaba, seguramente habiendo decidido que, a causa de su juventud, ella no sabía cómo responder ante las muestras de interés de alguien tan atractivo.

—¡Alera! —llamó Miranna—. ¡Ven a coger manzanas conmigo!

Mi hermana caminó hacia mí seguida por Temerson y Steldor, que había vuelto a enfundar la daga. Mi pretendiente se detuvo a mi lado con una expresión de suficiencia, seguro de que su intento de ponerme celosa había funcionado.

—Sí, Alera, venid a coger manzanas con nosotros.

Hice un gesto para que Miranna y Temerson fueran a hacerlo y me di la vuelta para ponerme de cara al favorito de mi padre.

—Quizá tú y Tadark debáis preparar los caballos para la partida. —Sugerí, en un intento de limitar el tiempo que debía pasar en su compañía.

—Oh, ¿esperáis que volvamos tan pronto? —preguntó con mordacidad—. El Rey no espera nuestro regreso hasta media tarde. No deberíamos decepcionarlo. —Se acercó un poco más a mí y clavó sus ojos en los míos.

Por un momento temí que me cogiera en brazos; el pulso se me aceleró al darme cuenta de lo fácil que le habría sido hacerlo. Entonces pasó de largo con un brillo en los ojos que revelaba que había vuelto a conseguir el efecto deseado.

—Como deseéis —dijo en tono displicente y sin girarse—. Tadark y yo vamos a dar de beber a los caballos.

Se dirigió hacia mi ofuscado guardaespaldas y le dio un empujón hacia la calesa.

Temblorosa, me dirigí hacia Miranna y Temerson: me daba cuenta de que no debería oponerme a Steldor de forma tan contundente, pues en Hytanica se esperaba que las mujeres obedecieran a los hombres sin preguntar si no querían sufrir las consecuencias.

A pesar de que Steldor todavía no era mi esposo, tenía el favor de mi padre y no dudaba de que el Rey sería muy permisivo con él en la manera de tratarme.

Cuando llegué a la cima de una pequeña colina me di cuenta con agrado de que había varios manzanos. Mientras me acercaba, vi que mi hermana se encontraba debajo de uno de ellos y miraba hacia las ramas. Justo cuando empezaba a preguntarme dónde estaba Temerson, oí un crujido y un grito de sorpresa desde arriba del árbol. Miranna abrió la boca, alarmada, y el joven cayó aterrizando justo encima de ella. Ambos rodaron por el suelo. Temerson se puso en pie rápidamente.

—¿Os habéis… hecho daño? —preguntó, ruborizado de vergüenza, mientras yo corría hacia ellos.

—No, no, estoy bien —lo tranquilizó mi hermana, pero hizo una mueca de dolor al intentar darse la vuelta, todavía en el suelo.

—Bueno, ¿puedo… traeros algo?

—Quizás un poco de agua me ayude —respondió Miranna; no necesitaba beber, pero quería que Temerson sintiera que la estaba ayudando de alguna manera.

—¿Estás segura de que no te has hecho daño? —le pregunté, dudando, cuando el joven se hubo ido, pues temía que estuviera disimulando para no preocupar a nadie.

—Sí, estoy bien, de verdad —afirmó—. Sólo un poco dolorida.

—¿Qué hacía Temerson en el árbol?

—Intentaba coger esa manzana tan grande para mí…, la roja y madura que está en la rama más alta…, y cayó. Sujétame. No quiero ser una carga para nadie.

La cogí de la mano. Empezaba a ponerse en pie cuando soltó un grito de dolor y volvió a caer.

—¿Qué sucede? —pregunté con preocupación—. ¿Dónde te duele?

—No…, no lo sé —dijo, como si le costara mucho hablar—. No puedo respirar.

—Voy a pedir ayuda. —Me di la vuelta hacia la calesa y grité—: ¡Tadark!

El guardia de elite llegó al instante acompañado por Steldor, que también había oído mi llamada.

—¿Qué sucede? —preguntó Steldor, preocupado, como si yo le hubiera llamado a él en lugar de a mi guardaespaldas.

Me dirigí a Tadark y le expliqué lo sucedido:

—Miranna se ha hecho daño. Debemos volver al palacio rápidamente.

—Me encontré con algo parecido una vez —dijo Tadark mirando a Steldor.

—¿Tan desesperada estáis por libraros de mí, Alera? —El tono de Steldor era decididamente irónico, y estaba claro que se había enterado del ataque que Miranna había fingido en la biblioteca, pues sin duda los guardias habrían hablado de ello.

Yo, por mi parte, estaba furiosa.

—¡Quizá te parezca increíble, pero no todo tiene que ver contigo, Steldor! Mi hermana se ha hecho daño, y exijo que nos lleves de vuelta a palacio.

La dificultosa respiración de Miranna era ahora más regular, y Steldor interpretó que eso significaba que se había cansado de fingir.

—Ya veo —repuso, acercándose a ella, que permanecía en el suelo y tenía los ojos cerrados—. Su estado ha mejorado. El juego ha terminado, Alera. Vuestros pequeños trucos no funcionan conmigo. No volveremos a palacio hasta la hora señalada.

—¡Muy bien! ¡Cogeré la calesa y la llevaré yo misma! ¡Pero yo de ti empezaría a pensar excusas, Steldor, porque tendrás que tener alguna muy buena para explicarle esto a mi padre!

Me agaché al lado de Miranna dando la espalda a mi guardaespaldas y a mi acompañante.

—Vuelve a intentar ponerte en pie y te ayudaré a llegar a la calesa.

La ayudé a sentarse en el suelo a pesar de que respiraba con dificultad. Cuando intentó ponerse en pie, soltó un grito y cayó al suelo, sin respiración a causa del dolor. Sólo tuve tiempo de pasarle un brazo por la espalda y evitar que se diera un golpe contra el suelo.

Cuando la hube dejado tumbada, miré a los hombres, con quienes estaba cada vez más enojada, y les exigí que hicieran algo. Al final, Steldor se arrodilló al lado del cuerpo de mi hermana y llevó una mano hasta su pálida mejilla.

—Tiene la piel sudorosa —asintió, con el ceño fruncido de preocupación.

—¿Qué hacemos? —preguntó Tadark, que cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra, como si quisiera arrancar a correr pero no supiera hacia dónde.

—Recoge todo lo que puedas en unos minutos y llévalo a la calesa —ordenó Steldor. Entonces se dirigió a mí—: ¿Cómo se ha hecho daño?

—Ha caído —mentí, intentando evitar que la ira de Steldor cayera sobre Temerson.

Por suerte, no insistió.

—Id a la calesa —dijo—. Yo llevaré a Miranna.

Observé a Steldor mientras éste cogía a mi hermana; luego caminamos hacia Tadark. Temerson estaba al lado de la manta de picnic con el vaso de agua en la mano y una expresión de sorpresa al ver que el comandante transportaba a la princesa incapacitada.

Steldor intentó sentar a Miranna en la parte trasera de la calesa.

—¡No! Necesita ir tumbada. —Corrí a coger la manta de debajo de los restos del picnic y la llevé hacia donde se encontraba Steldor, con mi hermana en sus brazos. Doblé la manta para que mi hermana tuviera una almohada.

—No va a haber suficiente espacio para todos nosotros —señaló Steldor.

—Puedo ir arrodillada en el suelo y vigilarla.

Steldor frunció el ceño, pero dejó a Miranna con suavidad en el banco.

—Iréis delante, conmigo. Temerson puede arrodillarse y cuidar de Miranna. El suelo no es lugar para una dama, y tengo miedo de que os caigáis de la calesa. Una princesa herida es suficiente.

Llamó a Temerson para que ocupara su sitio y me ayudó a subir al banco de delante.

—Abandona todo aquello que no puedas llevar en tu caballo —le dijo a Tadark mientras subía a la calesa y se instalaba a mi lado. Chasqueó las riendas y los caballos arrancaron al galope.

Recé mentalmente para que Miranna no hubiera sufrido ningún daño grave.

Los enormes muros de piedra de la ciudad parecían adustos y fríos al recortarse contra el cielo que se oscurecía mientras nos aproximábamos a nuestro destino. Justo cuando Steldor frenó a los caballos para que continuaran al trote, oímos el primer trueno. Las pesadas puertas de hierro que controlaban el acceso a la ciudad estaban abiertas a esa hora del día. Los guardias de la ciudad que se encontraban a ambos lados de la misma nos miraron con recelo.

Continuamos por el paseo principal en dirección al palacio a un paso lento pero constante, puesto que era día de mercado y las calles estaban abarrotadas de gente. Steldor se detuvo ante las puertas del patio, y él y Temerson saltaron de la calesa. El hijo del capitán me ayudó a bajar al suelo y le gritó una orden al joven.

—Corre y di a los guardias de palacio que vayan a buscar al médico. Yo llevaré a Miranna hasta sus aposentos.

Corrí junto a mi hermana, le puse una mano sobre la frente, que estaba húmeda de sudor, y la miré a los ojos, que parecían llenos de dolor.

—Estarás en tu dormitorio dentro de unos minutos —murmuré.

Ella asintió con la cabeza levemente, pero no respondió. Steldor me apartó a un lado y la cogió en brazos. Luego cruzó las puertas del patio y recorrió el camino que conducía al palacio. Por entonces Tadark ya había llegado, y los dos los seguimos. Cuando nos acercábamos a la entrada, vimos a unos guardias de palacio, que sujetaban las puertas para que pasáramos.

—Por aquí —dije, al llegar a la puerta, y adelanté a Steldor para conducirlo por la escalera principal hasta los aposentos de Miranna.

Abrí la puerta de su sala. Él se dirigió directamente hacia el dormitorio. Allí, se arrodilló ante las blondas de tonos pastel del cubrecama y la depositó en la cama con suavidad.

—Esperaré en la sala —dijo, tras mirar con incomodidad la femenina decoración del dormitorio.

Al cabo de poco llegó el médico real acompañado de mi madre. Temerson, sonrojado y atemorizado, llegó con ellos, pero prefirió esperar en la sala con Steldor y Tadark.

Mientras Bhadran examinaba a Miranna, me pidió que le contara cómo se había hecho daño.

—Subió a un árbol y se cayó mientras cogíamos manzanas —dije, cautelosa, mientras intentaba comunicarme visualmente con mi hermana. Tenía la esperanza de que estuviera lo bastante despierta para comprender lo que estaba haciendo.

El médico, que se había ocupado de nosotras desde siempre, me miró con escepticismo, pero no hizo ningún comentario. Al ver que Miranna estaba en buenas manos, salí del dormitorio.

En cuanto me uní a los demás en la sala, Temerson me miró con expresión aterrorizada. Sentí compasión por él. Nunca había acompañado a un princesa hasta ese momento; probablemente se sintiera culpable de haberle causado algún mal irreparable. Además, temía que Steldor y quizá toda la familia real estuvieran furiosos con él. Pensé que al no haber huido ya era algo admirable. Le sonreí con amabilidad, pero me dirigí a Steldor, que también se mostraba preocupado, a pesar de que no se podría asegurar si por Miranna o por su propia piel.

—Gracias por tu ayuda —le dije, mientras daba unos golpecitos en la ventana. Y añadí, incapaz de reprimirme—: Parece que nuestro picnic ha sido infortunado por más de un motivo.

Él me miró con atención, sin duda intentando saber si yo le diría a mi padre que él había retrasado el regreso a palacio cuestionando nuestra sinceridad, pero no dijo nada.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó.

—El médico todavía no ha dicho qué le pasa, pero está consciente y tiene las mejillas un poco más sonrosadas.

—Contadme otra vez cómo se ha hecho daño —dijo, insatisfecho con mi anterior explicación.

—Trepó al árbol y cayó. Debió de caer encima de algo, quizás de una piedra o de una rama.

Steldor me miró con recelo y luego se dio la vuelta hacia Temerson.

—Tú estabas con ella. ¿Es así como se hizo daño?

El joven palideció de inmediato y yo me interpuse en la conversación.

—La herida es la que es. No tiene ninguna importancia cómo se la hizo.

Justo en ese momento, Halias apareció corriendo por la puerta. Llevaba el pelo suelto en lugar de recogido, como era habitual en él.

—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿Miranna está bien?

—Se cayó y se ha hecho daño. —Respondí—. Bhadran y mi madre están con ella.

—Ésta es la última vez que va a ninguna parte sin mí —declaró, dirigiendo una mirada de desaprobación hacia Tadark—. Ella no se hace daño cuando yo estoy a su lado para protegerla.

Tadark lo fulminó con la mirada, pues se había ofendido ante la crítica implícita de Halias sobre su habilidad como guardaespaldas. Antes de que pudiera responder, la puerta del dormitorio se abrió y mi madre entró en la sala.

—El médico le ha dado a Miranna un remedio para aliviarle el dolor. Ahora está durmiendo —nos informó en su tono amable de siempre—. Probablemente se ha roto varias costillas, pero se recuperará. —Sonrió con agradecimiento a Steldor y a Temerson—. Gracias por traerla a palacio tan deprisa, y por vuestros amables cuidados.

A pesar de que el tono de mi madre era suave, ellos comprendieron que los estaba despidiendo. Le dirigieron una reverencia y se dieron la vuelta para marcharse.

—Temerson, un momento. —Al ver que tanto Steldor como él dudaban, dije categóricamente—: Necesito hablar un momento con Temerson. Tú puedes irte.

Steldor pareció irritado, pero se marchó.

Me acerqué al inquieto joven y le expliqué en voz baja:

—Ha sido un accidente, y no te colocaré en una situación difícil. Ella, tal como yo lo recuerdo, cayó del árbol.

Temerson sonrió por primera vez durante ese día y se le formaron unos hoyitos en las mejillas. Luego me dirigió una reverencia y salió de la habitación.

Al caer la tarde, cuando volví a mis aposentos y Tadark terminó sus deberes como guardaespaldas, le informé de que quería hablar con él.

—Creo que el Rey estará deseoso de conocer vuestro mal proceder de hoy en relación con el accidente de Miranna —le informé, dirigiéndole una mirada maliciosa.

La postura de Tadark se hizo más rígida, pero permaneció callado.

—Quizá no tengas cualidades para hacer frente a una responsabilidad tan importante —continué, en referencia a la crítica que él había vertido sobre London.

Por su expresión sombría supe que se daba cuenta de que su puesto como guardaespaldas estaba en peligro.

—Tranquilízate —continué, disfrutando del poder que ahora tenía sobre él—. Si no me causas problemas, yo tampoco te los causaré a ti. ¿Comprendido? Me clavó una mirada de indignación, pues vio que había ganado poder sobre él.

—Eso es todo. Puedes marcharte.

En cuanto Tadark hubo salido, me dirigí a mi dormitorio con la sensación de que mi día había mejorado considerablemente.

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