Legacy

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Capítulo XXX

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CAPÍTULO XXX

Medidas drásticas

AL CABO de unas horas, Miranna se unió a mí y nos dirigimos a los aposentos de Narian. A pesar de que Halias iba con ella, yo, por mi parte, estaba sin guardaespaldas, pues Destari había salido para ocuparse de recuperar los cuerpos de los hytanicanos asesinados.

—¿Sucede algo? —preguntó mi hermana al darse cuenta de mi bajo estado de ánimo.

—Las personas que estaban en los pueblos han sido asesinadas esta noche —le expliqué, sintiendo que me invadía una oleada de rabia—. Cokyria se ha vengado en los desprotegidos. No sólo han matado a los soldados, sino también a las mujeres y a los niños.

—No lo sabía —murmuró Miranna con tristeza.

—¿Cómo pueden actuar de forma tan salvaje? —pregunté, sintiendo que mi rabia aumentaba—. ¿Cómo pueden mirar a un niño a los ojos y no mostrar ninguna piedad? No son mejores que animales…, ¡son peores que ellos, pues ni siquiera los animales matan indiscriminadamente!

Miranna me observó con expresión preocupada; nunca me había visto hablar de aquella forma.

Cuando llegamos a la habitación de Narian, estaba casi temblando a causa del esfuerzo por controlar la rabia. En cuanto lo miré, saber que él había crecido entre los cokyrianos, entre las personas que habían cometido esas atrocidades impensables, fue en lo único en lo que pude pensar, y descargué toda mi ira contra él.

—¿Sabes lo que han hecho tus compatriotas esta noche? —espeté—. Nuestra gente ha sido masacrada…, ¡nuestros hombres, nuestras mujeres, nuestros niños inocentes! ¡Y todo porque fracasaron en su intento de secuestrarte!

El rostro de Narian se ensombreció por completo y se sentó en la cama; el libro que tenía en el regazo cayó al suelo con las páginas abiertas.

—No son mis compatriotas —me corrigió con tono amargo—. Y tanto London como yo avisamos al capitán de la guardia de que, probablemente, actuarían de ese modo. —Dejó que esas palabras resonaran en el ambiente un momento y luego terminó—: Esto es la guerra, Alera, y la guerra nunca es justa ni bonita.

Se hizo otro silencio. Me miró directamente a los ojos hasta que ya no pude continuar sosteniendo su mirada.

—Si deseas que me vaya de Hytanica, dímelo y lo haré —añadió en tono decidido.

Lo observé un buen rato y todo tipo de emociones se mezclaron en mi interior hasta que mi enojo cedió y me quedé débil y temblorosa.

—Lo siento —murmuré—. No deseo que te marches.

Me observó detenidamente para averiguar si decía la verdad. Luego dijo:

—Sentaos. Las dos.

Nos sentamos en unas sillas, a su lado, y él volvió a colocarse con las piernas cruzadas sobre la cama, pero nuestra conversación fue poco natural, pues, apenados, no teníamos ganas de nada.

—Quizá deberíamos irnos —dije al final, después de que se produjo un largo e incómodo silencio.

—Mañana me levantaré y saldré de mis aposentos —dijo Narian, mirándome—. Quizá nos encontremos en circunstancias menos difíciles.

—Tal vez. —Repuse con aire taciturno, y salí con mi hermana y con Halias, que nos siguió.

—No puedes culpar a Narian por lo que los cokyrianos han hecho esta noche —me advirtió Miranna—. Aunque —continuó, con el ceño fruncido— no comprendo porque insisten tanto en que regrese.

Se detuvo y miró a Halias mientras jugueteaba con uno de sus mechones rubios.

—¿Sabes por qué los cokyrianos están tan obsesionados por recuperar a Narian?

—No lo sé. —Halias se encogió de hombros. Sin duda, su respuesta era sincera.

—No creo que eso sea asunto nuestro —dije, intentando aplacar la curiosidad de mi hermana.

Vi que Halias arqueaba una ceja con expresión escéptica, y supe que pensaba que no se me podía dejar sola. Decidí que había llegado el momento de continuar, así que tomé a Miranna de la mano para acompañarla hasta sus aposentos. Cuando llegamos a la puerta de la sala, ella me hizo entrar inesperadamente. Halias se quedó en el pasillo.

—¿Qué hay entre tú y Narian? —preguntó, sin ningún preámbulo.

—¿Qué quieres decir? —Repuse, a la defensiva, aunque el rubor en las mejillas me delataba.

—Vamos, hermana —bromeó, haciéndome sentar a su lado en el sofá de terciopelo azul—. Te conozco demasiado bien como para no reconocer las señales. —En tono más serio, continuó—: Estabas demasiado nerviosa cuando estuvo desaparecido, y demasiado ansiosa para que volviera. Y esta salida de tono tuya ha sido un poco excesiva. Así que ha llegado el momento de que confieses.

Yo no sabía qué pensar… Sabía que podía confiar en ella, pero no quería contarle algunos de los secretos que Narian y yo nos habíamos confiado. Me sentía como si los momentos que había compartido con él de forma clandestina se pudieran echar a perder si alguien se enteraba de ello.

—Disfruto con su compañía.

—¿Os habéis besado? —preguntó con atrevimiento.

—Eh…, sí… —Pronuncié la palabra como si eso pudiera impedir que continuara haciéndome preguntas.

—¿Más de una vez?

—Sí —dije, un tanto irritada por que ella insistiera tanto en el tema. Al ver que, con una sonrisa, esperaba a que yo continuara hablando, dije—: Es muy cálido y considerado, y me trata de forma distinta a como lo hacen Steldor o cualquiera de los otros jóvenes.

—¿Distinta en qué sentido?

—Con más respeto. La verdad es que me escucha, y me dirige su atención por completo; valora mis conocimientos y busca mi consejo.

—Bueno, en eso sí que Steldor es distinto —admitió con una carcajada—. ¿Así que vas a hablar con padre? Después de todo, él sólo le ha dado permiso a Steldor para que te corteje; se entristecerá mucho si se entera de que alguien lo ha estado haciendo en secreto.

—Lo haría, pero justo ayer padre me dejó clara su opinión sobre Narian.

Al ver que ella me miraba sin comprender, se lo expliqué:

—Padre vino a mis aposentos para que lo acompañara a visitar a Narian. Me dijo que se había enterado de que se habían producido muestras de afecto entre nosotros, pero que daba por sentado que eran signo de amistad. Dijo que no le parecía que Narian fuera un pretendiente adecuado. —Suspiré antes de continuar—. Incluso yo admito que Narian no cumple los requisitos de padre. Es demasiado joven, no posee nada, excepto su camisa, y tiene un pasado militar cuestionable.

Tal como era su costumbre, Miranna me escuchaba y jugueteaba con un mechón del cabello mientras pensaba en cómo responder.

—Sé que no es lo que te gustaría oír, pero si eso es lo que piensa padre, deberías limitar tu contacto con Narian. De lo contrario, sólo conseguirás que te dé un ataque al corazón. —El tono de su voz era amable, pero la expresión de su rostro tenía una seriedad inusual en ella.

—Tienes razón, por supuesto. Pero no estoy segura de ser capaz de mantener las distancias.

—¡Entonces, por lo menos, deja de besarlo! —me reprendió en tono ligero—. Intenta que vuestra relación sea sólo de amistad. Eso no es pedir demasiado, pues dudo que tengas muchas oportunidades de estar a solas con él.

No pude evitar sonreír, pues sabía lo equivocada que estaba. Cambié de tema rápidamente antes de que pudiera empezar a interrogarme acerca de cómo y dónde nos habíamos besado Narian y yo.

—Bueno, háblame de tu historia de amor con Temerson.

Finalmente le había tocado el turno de ruborizarse a mi hermana, y pasamos la media hora siguiente hablando de sus cosas.

Salí de los aposentos de Miranna al cabo de poco rato deseando aprovechar que estaba sin guardaespaldas para dar un corto paseo fuera de palacio, pero la lluvia no había dejado de caer al otro lado de la ventana de Miranna mientras conversábamos. De todas formas, no deseaba regresar a mis habitaciones, así que decidí ir a la biblioteca. Paseé por entre los estantes sin rumbo determinado, casi sin prestar atención a los libros, mientras intentaba poner en orden los sucesos de ese día. De repente oí un ruido y ladeé la cabeza para escuchar mientras me acercaba hacia la zona de lectura. Al llegar a ella, distinguí la voz de London y me quedé inmóvil.

—De momento, Narian quiere quedarse en Hytanica, pero debemos aceptar la posibilidad de que regrese a Cokyria cuando acepte que no puede estar con Alera.

—Entiendo que no confías en él. —Era Destari quien hablaba.

—No, no confío. Creo que se queda sólo por el interés que tiene en ella, porque no tiene ningún otro vínculo con Hytanica. Está separado de su familia y ha rechazado la oferta de Cannan de entrar en la academia militar.

—Y si decide marcharse, ¿qué haremos?

—Si intenta regresar a Cokyria… —London se interrumpió. Me esforcé por prestar más atención. Incluso me acerqué lo suficiente para observar a los dos guardias, que estaban al otro lado de una de las estanterías. Un perturbador silencio inundó la habitación hasta que London continuó—: Debemos estar preparados para tomar medidas drásticas. Incluso las más drásticas de todas. Debemos estar preparados para terminar con su vida, si es necesario, para impedir que regrese. ¿Estarías dispuesto a hacer eso, sabiendo que podemos ser acusados de asesinato? ¿Sabiendo que nos pueden ahorcar por nuestros actos?

—Mi deber consiste en proteger Hytanica, y lo haré aunque eso signifique perder mi vida —reconoció Destari sin dudar.

—Bien. Pero recemos para que no haga falta.

Los dos hombres se apretaron el brazo y se separaron. Me apoyé contra la estantería de libros, débil y horrorizada por lo que acababa de escuchar. Sabía que Destari pronto se enteraría de que yo estaba fuera de mis aposentos, en algún lugar de palacio, y no quería que viniera a buscarme a la biblioteca, así que intenté tranquilizarme y recuperar un poco la compostura. Respiré profundamente varias veces, me dirigí hacia la puerta de la biblioteca y salí al pasillo. Me clavé las uñas en las palmas de las manos con la esperanza de que el dolor físico me ayudara a controlar la rabia y la desesperación. Mientras avanzaba, con el sentimiento de que mi mundo había fracasado, vi que Destari venía hacia mí.

—Alera —dijo, en tono amable—, justo iba a buscaros. —En cuanto vio la palidez de mi rostro, me miró con extrañeza—: ¿Os sucede algo?

—No, estoy bien. Mi madre quería hablar conmigo un momento.

Le solté esa mentira sin detenerme y pasé delante de él con la mirada fija hacia delante. Aunque él se puso a mi lado, decidí ignorarlo hasta que llegamos a mis aposentos.

—No te necesitaré más esta noche —le dije, girándome hacia él y con la voz quebrada. Antes de que tuviera tiempo de responder, entré en mi sala y le cerré la puerta en las narices.

Busqué el refugio de mi dormitorio con los ojos llenos de lágrimas. Estaba demasiado inquieta para sentarme, así que di vueltas por la habitación, frenética y enojada con Destari y con London. Cuando pude controlar mi rabia, me asaltó el temor por Narian, y mi respiración se tornó rápida y superficial. Sentía como si las costillas fueran a romperme los pulmones, y me hundí en la cama intentando controlar el pánico que estaba a punto de inmovilizarme. Luego volví a sentir una rabia feroz que me quemaba por dentro, y me asaltó el sentimiento de haber sido traicionada por la crueldad con que Destari y London habían concebido su plan. Me puse en pie y volví a dar vueltas por la habitación con el corazón acelerado.

Por primera vez en mi vida, deseé romper alguna cosa, pero lo que de verdad quería destrozar no era un objeto, sino el prejuicio que impedía a London ver a Narian como realmente era. La rabia volvió a convertirse en desesperación y volví a sentarme en la cama retorciéndome los dedos de las manos. La batalla emocional que tenía lugar en mi interior amenazaba con partirme en dos. Justo cuando pensaba que ya no podía soportarlo más, mi tormento estalló en un torrente de lágrimas y caí, sollozando, sobre mi almohada.

Dormí muy mal esa noche y los esfuerzos que hice a la mañana siguiente para controlar mis emociones fueron en vano. No dejaba de pensar en lo que había oído en la biblioteca. Mandé llamar a London. Cuando éste entró en mi sala, me encontró caminando arriba y abajo; casi había abierto un surco en la alfombra que se extendía delante del sofá. Antes de que pudiera abrir la boca, lo ataqué:

—Estaba en la biblioteca anoche y oí todo lo que le dijiste a Destari. ¿Cómo puedes hablar de quitarle la vida?

Me temblaban las manos y estaba al borde de un ataque de histeria. Me acerqué a él, que me detuvo:

—Sentaos y tranquilizaos, Alera —dijo en tono grave, tomando el control de forma instintiva.

Negué con la cabeza, desafiante, y continué. Me temblaba todo el cuerpo.

—¡Él es inocente en todo esto! No eligió su destino, igual que yo no elegí ser la princesa de este reino. ¡Nuestra situación no es más que un accidente por nacimiento! —Estaba casi chillando, pues tenía las cuerdas vocales tensas por la emoción—. ¡Y Narian no va a regresar a Cokyria! Tú no le conoces como yo, y lo estás juzgando mal. Él es nuestro amigo y sólo quiere lo mejor para mí y para Hytanica.

—Quizá tengáis razón —dijo London en tono tranquilizador, alarmado por mi estado de excitación—. Ahora, venid y sentaos, y podremos hablar de esto.

Suspiré, temblorosa, aunque un poco más tranquila después del estallido emocional, y permití que me acompañara hasta el sofá. Me senté con cautela, recelosa de su actitud. Se sentó a mi lado y lo miré con desconfianza.

—Destari y yo estábamos discutiendo una opción que sólo se ejecutaría en una situación límite, por si teníamos que evitar que Narian regrese a Cokyria. Si estoy equivocado con respecto a él, ni vos ni él tenéis nada que temer.

Mi histeria se calmó a medida que London hablaba, pero no así mi dolor. Permanecí en silencio mientras él continuaba tranquilizándome. Al cabo de unos momentos, dijo:

—Debes comprender, Alera, que soy un soldado de Hytanica y un miembro de la Guardia de Elite del Rey. He jurado proteger al Rey y a la gente de este reino, y lo cumpliré, sea lo que sea lo que tenga que hacer.

Lo miré con la boca abierta; me pareció que no lo conocía en absoluto.

—No tenemos nada más de qué hablar —le dije con frialdad, despidiéndolo.

London meneó la cabeza con un gesto de frustración, pero se puso en pie y salió de la habitación.

Cuando corrió la noticia del brutal ataque, las celebraciones se acabaron abruptamente. Las víctimas de la matanza fueron enterradas en varias fosas comunes. El pánico dominaba la ciudad, que estaba atestada de gente. Y el pánico se convirtió en terror cuando, durante las siguientes semanas, se hizo evidente que la estrategia de Cokyria consistía en asediarnos hasta que el hambre nos obligara a rendirnos, pues nadie, ni siquiera los soldados de Hytanica, podían salir de la ciudad y regresar a ella sanos y salvos.

La lóbrega y, a menudo, lluviosa vista desde mi balcón ahora abarcaba a los soldados cokyrianos que se desplazaban por nuestras tierras, y por la noche veía las hogueras de sus campamentos.

El Rey, para intentar que las provisiones duraran lo máximo posible, ordenó que se llevara a cabo un inventario de la comida e instauró un racionamiento. Cannan, por su parte, se reunía con frecuencia con sus comandantes de tropa para elaborar estrategias dirigidas a recuperar las tierras que quedaban entre la ciudad y el río Recorah. Cuando llegara la primavera tendríamos problemas con las provisiones…, si es que durábamos tanto tiempo.

Por supuesto, la vigilancia dentro de palacio había aumentado y las actividades sociales habituales de esa época del año, incluida la fiesta que mi madre dedicaba a los jóvenes nobles, se cancelaron.

Durante esa época de tensión, Narian volvió a realizar sus incursiones nocturnas; esquivaba a sus guardianes saliendo por su ventana y pasando por encima del techo hasta mi balcón. Al principio estábamos juntos muy poco tiempo, y eso nos daba la oportunidad de hablar libremente. A medida que pasaron las semanas, empezamos a quedarnos juntos más tiempo, y a menudo nos sentábamos delante de la chimenea de mi sala y observábamos el baile de las llamas del fuego mientras la fría lluvia de enero golpeaba las ventanas.

Pero había una voz dentro de mí que me decía que debía poner fin a esos encuentros secretos, aunque no podía hacerlo, pues disfrutaba de la compañía de Narian como nunca antes. Tampoco podía negar mis sentimientos y poner fin a mi relación física con él. Mi decisión se venía abajo cada vez que miraba sus deslumbrantes ojos azules. Así que decidí vivir solamente en el presente y me negué a prestar atención al paso del tiempo, a que cada vez estaba más cerca mi decimoctavo cumpleaños.

Una hermosa noche de final de enero, Narian me ayudó a escapar de palacio, igual que habíamos hecho aquella primera vez. Él había vuelto a atar un caballo para montar en él y cabalgamos durante un rato por el campo de entrenamiento militar. Me instruyó sobre los distintos pasos del caballo: paso, trote y galope. Luego nos sentamos a disfrutar de la tranquilidad de la colina que bajaba hasta el campo, contemplando las estrellas brillantes en lugar de las ascuas de la chimenea de mi sala.

A pesar de que a Narian no le costó nada sacarme de palacio, devolverme a él fue un poco más difícil. A causa de la mayor vigilancia, a la mañana siguiente no podíamos pasar por las puertas principales sin ser interrogados. Por supuesto, Narian ya había pensado en ese problema y había confeccionado un extraño arnés con el cual me ayudó a escalar el muro del patio y a trepar hasta mi balcón.

Cuando hubimos regresado a mi dormitorio, Narian esperó mientras yo me quitaba las ropas negras que él había vuelto a traer para mí. Después de entrar en el dormitorio con intención de dirigirme al baño, le di las ropas, pues no quería que mi doncella las encontrara y que sus chismorreos llegaran a oídos de mi madre, de mis guardias, de Kade, de Cannan o del Rey.

—Debería irme —dijo Narian después de guardar las ropas en su bolsa—. El sol pronto estará alto, y entonces me será imposible trepar al tejado sin que me vean.

Asentí con la cabeza y me hundí entre sus brazos. Nos besamos. Narian me pasó las manos por el pelo enredado y por la espalda, atrayéndome hacia él, y yo sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Cada vez me resultaba más difícil separarme de él esas noches, y sabía que él sentía lo mismo. Pero se comportó como un caballero, dio un paso atrás y abrió las puertas del balcón para marcharse. Salimos juntos y me dio un último beso antes de agacharse para recoger el arnés y la cuerda.

—Mis cosas —dijo, consternado— no están aquí.

Miré al suelo del balcón, pero tampoco vi nada.

—¿Buscáis esto? —dijo un hombre escondido en la sombra, a nuestras espaldas.

Me sobresalté y me di la vuelta. London estaba inclinado contra la pared del palacio y tenía el arnés y la cuerda de Narian en las manos. Sentí que el corazón me daba un vuelco, pues sabía que teníamos un problema muy serio.

—Adentro, los dos —nos ordenó, y le obedecimos con renuencia. No nos atrevíamos a hablar, pues no había nada que pudiéramos decir para excusar nuestros actos.

London nos siguió y cerró las puertas del balcón. Luego me miró.

—Mañana haré cerrar estas puertas, pues parece que dejan pasar demasiado el aire frío de la noche. No me gustaría que os resfriarais.

—London, sé que esto debe parecer…

—No —cortó él con sequedad, sin permitirme dar ninguna explicación.

Luego se dirigió a Narian y, con la mandíbula apretada, le dijo:

—Tú vendrás conmigo. Y nos iremos por el camino adecuado, por las puertas de la sala. —Con el ceño fruncido, volvió a dirigirse a mí—: Vos, Alera, os quedaréis aquí. Ya hablaremos de vuestro comportamiento más tarde.

Abrió la puerta de mi dormitorio y empujó a Narian bruscamente. Al salir, la cerró. Me quedé detrás, escuchando, pues sabía que Narian se había ofendido por la manera de tratarnos de London, y estaba segura de que se mostraría igual de rebelde ante su reprimenda. Al cabo de un minuto oí un sonido ahogado y un golpe sordo, como si alguien hubiera golpeado la pared con la espalda.

—Te mantendrás lejos de Alera o te las tendrás que ver conmigo —amenazó London.

—¿De verdad creéis que sois un serio contrincante para mí? —El tono de Narian era bajo pero seguro.

—Te darás cuenta de que soy mucho más peligroso que nadie que hayas conocido en Hytanica.

Se hizo un silencio y me imaginé a London y a Narian mirándose el uno al otro, evaluándose mutuamente.

—Ahora cruzaremos esa puerta y volverás directamente a tu habitación. Será mejor que no te vuelva a ver en todo el día. ¿Entendido?

London dio por terminada la conversación y ambos se alejaron por el pasillo. Me quedé sola y triste en una gélida oscuridad.

London esperó al final de la tarde para hablar de mis excursiones nocturnas. Sospeché que me había dejado sola a propósito para que reflexionara sobre mis actos durante todo el día, a modo de pequeño castigo. Entró en mis aposentos con un carpintero, a quien acompañó hasta mi habitación y a quien ordenó que tapiara las puertas del balcón con tablones. Mientras el hombre realizaba su trabajo, él se apoyó en la pared que separaba la sala del dormitorio con los brazos cruzados y me miró con expresión de reprobación. Me senté en el borde del sofá; la cabeza me latía al ritmo del martillo del carpintero. Sólo deseaba que todo eso terminara pronto.

Cuando el carpintero se hubo marchado, se impuso un silencio extremadamente incómodo hasta que London, todavía apoyado en la pared, sacó el tema.

—Explicaos, si es que podéis.

—No creo que tenga que hacerlo —dije, intentando hacerle frente.

—Entonces quizá deba llevaros ante vuestro padre —respondió él, y mi espíritu bravucón se desinfló.

—London, dime lo que debas decirme, pero te suplico que no se lo digas a mi padre.

Él arqueó una ceja con expresión burlona y me sentí animada a continuar.

—No tengo ninguna excusa —dije, abatida—. Sólo quería pasar tiempo a solas con Narian y… los encuentros nocturnos… simplemente surgieron.

Mientras hablaba, sabía que mis palabras sonaban ridículas.

—No os comprendo —me reprendió, meneando la cabeza con irritación—.

Tanto Destari como yo os dijimos que no os acercarais a él y vos no habéis hecho caso. Depositáis vuestra confianza en un lugar equivocado. Desatendéis las obligaciones de vuestra cuna y demostráis no tener ningún sentido de la decencia ni del respeto por la tradición. Os ponéis en peligro sin pensar en quienes se preocupan por vos. En resumen, os comportáis como una niña, cosa que a los diecisiete años no se puede tolerar.

La desaprobación de London me hirió profundamente, y clavé la vista en los dedos de las manos mientras me los retorcía, con ellas en el regazo. Me sentía incapaz de mirarlo a la cara. Él se separó de la pared y se colocó delante de mí.

—Miradme, Alera.

Levanté los ojos, que estaban llenos de lágrimas, hasta los suyos. Sentía las mejillas encendidas por la vergüenza.

—¿Estáis enamorada de él? —preguntó en un tono más compasivo.

—Sí —contesté, ya con las mejillas surcadas por las lágrimas.

Él se arrodilló delante de mí y me miró con preocupación.

—No podemos controlar nuestro corazón, pero debemos controlar nuestro cuerpo y nuestra mente. No os podéis casar con él, Alera. Es mejor que os mantengáis lejos de él, para que estos sentimientos se apaguen poco a poco.

—No lo comprendes —dije con un sollozo. Sentía como si me hubiera quedado sin aire en los pulmones—. Debo obtener el permiso de mi padre para casarme con Narian. Mi felicidad sólo está con él.

—No le mencionéis esto a vuestro padre; que se entere de lo ocurrido no traerá nada bueno. Ahora escuchadme con atención. Hytanica no puede tener un rey con una lealtad dividida. Hemos luchado durante demasiado tiempo y hemos hecho demasiados sacrificios para evitar que Cokyria nos conquiste. No podemos permitir que consigan sus objetivos de una manera más insidiosa, a través del dominio de un gobernante.

—No es tu opinión la que cuenta —repliqué, secándome las lágrimas; no quería darle la razón.

London se puso en pie y se pasó una mano por el pelo con gesto cansado.

—Entonces vuestro padre deberá conocer todos los hechos para tomar una decisión. Una vez dije que llegaría el momento en que vuestro padre se enteraría de la leyenda del destino de Narian. Parece que ese momento ha llegado.

—A mi padre no le importará su pasado. Lo juzgará por quién es ahora, y por quién será en un futuro.

Aunque deseaba fervientemente creer en mis propias palabras, no necesitaba que London me contradijera, pues no había nadie más obsesionado por el peligro de Cokyria que su rey. Me sentía como si me estuviera ahogando, sólo que esta vez Narian no me lanzaba ninguna cuerda.

—Ninguno de nosotros puede escapar por completo a su pasado —se limitó a afirmar.

—Entonces quizá deba renunciar a mi derecho al trono para poder estar con Narian —me atreví a decir.

—A pesar de todo, vuestro padre no permitiría ese matrimonio.

Miré fijamente a London. Los ojos se me habían vuelto a llenar de lágrimas y en parte sabía que él decía la verdad. Desconsolada, lo miré mientras él se dirigía hacia la puerta y le pregunté.

—¿Cómo lo has sabido?

Él frunció el ceño, como decidiendo si merecía que me lo dijera. Al final, me respondió con honradez.

—Hace algún tiempo que me di cuenta de que parecíais cansada los mismos días, y cualquier tonto se daría cuenta, por la forma en que os miráis el uno al otro, de que sois más que amigos. Empecé a vigilar los movimientos de Narian y la semana pasada descubrí su gran habilidad para trepar al tejado. Entonces sólo esperé a que os hiciera otra visita.

Mientras lo escuchaba, me di cuenta de su habilidad y su sagacidad, y comprendí hasta cierto punto por qué podía ser un peligroso enemigo.

—Si sus actos no hubieran sido tan inapropiados, me habría sentido impresionado —terminó.

Reprimí mi desconsuelo hasta que London se marchó. Entonces me enrosqué en el sofá y lloré durante un buen rato.

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