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Capítulo XXXI

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CAPÍTULO XXXI

Un aliado inesperado

DURANTE la semana siguiente no vi a Narian, pues London y Destari estaban decididos a mantenernos separados e incluso habían puesto un guardia ante mi puerta durante la noche. Pero nuestra separación forzosa sólo consiguió hacerme más consciente de que, en muchos sentidos, Narian tenía mi vida en sus manos.

Había empezado a elaborar argumentos a su favor. Era joven, sí, pero muy maduro para su edad; estaba separado de su familia, pero, sin duda, Koranis le daría una buena herencia si se casara con la princesa del reino; quizá no había asistido a la escuela militar de Hytanica, pero era incuestionable que tenía un fuerte entrenamiento militar. La única objeción que no podía rebatir era la única que importaba: su lealtad podía estar dividida. A pesar de que, en mi corazón, no lo quería admitir, el sentido común me decía que el juicio de London sobre la situación era correcto, pues sería tonto y completamente innecesario correr un riesgo como ése cuando el hijo del capitán de la guardia estaba dispuesto a asumir el trono. Incluso London, a quien Steldor desagradaba tanto como a mí, preferiría ver coronado a Steldor antes que colocar a Narian en una posición de poder.

Justo cuando parecía que las cosas no podían ir peor, Steldor volvió a entrar en mi vida. Mi padre me llamó a su estudio para informarme de que la familia comería al día siguiente con la familia de Cannan para celebrar el veinte cumpleaños de Steldor. Aunque me alegraba de no tener que pasar la tarde a solas con el despreciable hijo de Cannan, no me apetecía en absoluto esa situación. No lo había visto desde que había interrumpido de forma tan brusca mi salida de compras antes de Navidad, pues el asedio a Cokyria había mantenido extremadamente ocupados a los comandantes militares, y ese encuentro no era un recuerdo grato.

—Puesto que es el cumpleaños de Steldor, sería apropiado hacerle un pequeño regalo —dijo mi padre.

—Sí, claro —contesté, pensativa.

—Tengo intención de hablar con Cannan sobre los detalles del compromiso, pues no conozco a nadie más que pueda ser tu esposo. Esta decisión no se puede seguir posponiendo, pues tu cumpleaños será dentro de tres meses.

Todo mi cuerpo se tensó y la cabeza me empezó a doler. A pesar de que tenía claro que mi felicidad estaba al lado de Narian y de que con Steldor sólo conseguiría un ataque al corazón, no me sentía con argumentos para convencer a mi padre, pues mis sentimientos no tendrían ninguna importancia en su decisión sobre con quién debía casarme.

—También he invitado a Temerson como acompañante de Miranna. Y, por supuesto, Galen estará presente.

—Sí, padre. —Repetí, con una reverencia y dispuesta a marcharme. Pero él no había terminado conmigo.

—Deseo tu felicidad, al igual que tu madre —dijo, de forma poco convincente—. Pero tú también debes desearla, y dentro de los límites de tu posición. El corazón no siempre es sabio, Alera, y no se puede confiar en él para tomar ciertas decisiones.

Asentí con la cabeza y me pregunté si me habría leído el pensamiento. Salí de su estudio sin responder, por miedo a que mi voz delatara mis verdaderos sentimientos.

A la mañana siguiente me levanté temprano para hacer una rápida excursión al distrito del mercado, contenta de que el sol de febrero expulsara por fin la fría lluvia de enero. Ya había decidido qué «pequeño» regalo sería adecuado para Steldor. Puesto que él me había ofrecido ese caro collar de zafiros, me sentía obligada a igualar ese dispendio. Cuando llegué a la tienda que había pensado, sorprendí a Destari pidiéndole opinión sobre la compra. Él, a pesar de que estaba incómodo por el tipo de objeto que estaba a punto de comprar, me ayudó a elegir y regresamos a palacio al cabo de una hora.

Esa tarde Miranna vino a mis aposentos, ya vestida para la cena, y esperó a que terminara de arreglarme. Mientras Sahdienne me cepillaba el cabello, mi hermana se paseaba por la habitación, más animada que de costumbre, y yo le dirigí una amplia sonrisa.

—¿Quizás tu nerviosismo se debe a que Temerson cenará con nosotros? —pregunté.

—¿Tan evidente es? —contestó ella, un tanto molesta.

—Me temo que sí. Pero no te incomodes. Estoy segura de que él estará igual de emocionado.

—Es sólo que nunca hemos estado con madre y padre en una ocasión así.

—Lo sé. Pero él pasará el examen.

—Sí, ¿verdad? —asintió Miranna, y el rubor de sus mejillas reveló su afecto por el joven.

Miranna estaba radiante con su vestido de terciopelo verde. Había decidido no recogerse el pelo: se lo había dejado suelto sobre los hombros, adornado solamente con una diadema de oro con esmeraldas engarzadas. Mi vestido era de seda blanca y el corsé y las mangas ajustadas eran de un color azul oscuro; los pliegues de la falda se abrían y revelaban unas enaguas también de color azul oscuro. Sahdienne me acababa de poner la diadema de plata con zafiros y diamantes, y el collar de zafiros que Steldor me había regalado.

Cuando estuve vestida para la velada y hube despedido a mi doncella, Miranna y yo charlamos un rato en mi sala hasta que llegó el guardia de palacio para informarnos de que nuestros acompañantes nos esperaban en el pequeño comedor del primer piso. Destari y Halias nos condujeron por las escaleras y luego se marcharon, pues tenían la noche libre. Cannan, Steldor y Galen eran más que capaces de proteger a la familia real.

Miranna me tocó el brazo e hizo que nos detuviéramos en el pasillo, fuera del comedor: quería humedecerse los labios y pellizcarse las mejillas. Sonreí al ver que empezaba a ponerse nerviosa y a cuestionarse cómo le quedaba la diadema.

—Tu belleza ya supera la mía, y no hace falta aumentar esa diferencia —dije, bromeando.

Ella rió y entró con paso decidido en la habitación, delante de mí.

Steldor estaba de pie a la derecha de la mesa y tenía una mano apoyada con gesto descuidado en el respaldo alto de una silla. Moviendo la copa de vino con la otra mano, era la viva imagen de la elegancia y del encanto. Temerson estaba muy refinado con su jubón dorado y se encontraba de pie, a su lado, en silencio, y de vez en cuando miraba a Steldor furtivamente, como temeroso de encontrarse en su compañía.

El extremo de la mesa que quedaba más cercano estaba cubierto con un mantel de lino y habían colocado un servicio para diez personas, con platos dorados y copas de cristal. Yo me sentaría a la izquierda de mi madre, con Steldor al otro lado; luego se sentarían Galen y a quién éste hubiera invitado como acompañante. Faramay debía sentarse al lado de su esposo, y Miranna y Temerson se colocarían en el lado derecho de la mesa.

Steldor, magnífico con su jubón de seda negro con bordados de oro, dejó la copa de vino en la mesa y se acercó a saludarme. Inclinó la cabeza para besarme la mano; lo noté complacido por ver el colgante de zafiros en mi cuello.

Acepté el brazo que me ofrecía y le permití acompañarme hasta la mesa con los refrigerios. Miranna se quedó detrás; miraba a Temerson con expectación, y se puso a su lado con torpeza. Se quedaron al lado de la puerta charlando en voz baja. Al parecer necesitaba relajarse un poco antes de enfrentarse a todos nosotros.

Mientras Steldor me estaba sirviendo una copa de vino llegaron Cannan y Faramay. Los padres de Steldor saludaron a Miranna y a Temerson con cordialidad, pero mientras lo hacían Faramay vio a su hijo y se acercó apresuradamente a nosotros con Cannan detrás. Me hizo una reverencia y arregló los lazos de la camisa de Steldor con el rostro radiante de alegría. Cannan, con una inclinación de cabeza, se colocó a mi lado.

Steldor expresó el desagrado por el gesto de su madre poniendo los ojos en blanco; yo me cubrí la boca con la mano para disimular la risa. Al hacerlo miré a Cannan, que parecía descontento por el exagerado comportamiento solícito que Faramay demostraba hacia su hijo.

Al ver a la madre y al hijo juntos, me sorprendió de nuevo el gran parecido entre ellos: el rostro ovalado de ella, sus pómulos altos, su nariz recta y estrecha, y su perfecta sonrisa eran rasgos idénticos a los de Steldor. Continuamos charlando y, al cabo de poco rato, Galen llegó con una joven que se llamaba Tiersia. Era pequeña y femenina, pero hubiera resultado anodina de no ser por sus claros ojos verdes y el cabello largo y del color del bronce. Tenía dos años más que yo y era muy reservada; nunca había hablado con ella.

—¡Ah, Galen! Veo que te retrasas, como siempre —dijo Steldor cuando su amigo entró en la habitación.

—Yo nunca llego tarde —repuso Galen en tono animado—. A estas alturas ya deberías saber que la fiesta no empieza hasta que llego yo.

A Steldor le brillaron los ojos con picardía mientras miraba a Galen, que acompañó a Tiersia hasta nosotros.

—¿Y quién es esta encantadora joven que ha sido la elegida para acompañarte? —preguntó.

—Calma. Pasaré a las presentaciones dentro de un momento. —Al igual que Steldor, Galen estaba de excelente humor. Se giró hacia mí, me hizo una reverencia y me besó la mano—. Princesa Alera, os presento a lady Tiersia, la hija mayor del barón Rapheth y de la baronesa Kalena.

Asentí con la cabeza y ella me dedicó una reverencia, pero mi vista se dirigió hacia Galen, pues no pude evitar darme cuenta de que él era el único, aparte de Steldor, que me había saludado con un beso en la mano.

Luego Galen se dirigió a Cannan y a Faramay.

Lady Tiersia, me gustaría presentaros al barón Cannan, capitán de la guardia, y a su esposa, la baronesa Faramay. —El tono de Galen era formal, e inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Es un placer conoceros —respondió Cannan en tono cordial, pero vi que Tiersia lo miraba con aprensión; la presencia del capitán era intimidatoria de por sí.

—Y éste, por supuesto, es su hijo, lord Steldor, de quien a veces afirmo que es mi amigo —terminó Galen con un gesto elegante.

Steldor inclinó la cabeza en dirección a Tiersia y pasó un brazo por encima de los hombros de Galen.

—Voy a buscar un poco de vino —dijo, y se llevó a Galen hacia la pequeña mesa donde estaban las copas y varias botellas de distintos vinos.

Mientras los jóvenes se servían, Cannan aprovechó la oportunidad para llevar a Faramay al otro lado de la habitación, hasta el fuego de la chimenea, y Tiersia se colocó a mi lado.

—¿Cuánto hace que conocéis a Galen? —pregunté, en un intento por suavizar su nerviosismo.

—Nos conocimos en una pequeña reunión social, y desde entonces nos hemos visto un par de veces.

Hablaba con un tono suave y de forma muy educada, y no puede evitar pensar que Galen había elegido bien.

Los dos amigos regresaron y nos ofrecieron unas copas de vino. Steldor dio un sorbo a su copa y se dirigió a Tiersia con el mismo tono frívolo de antes.

—Bueno, decidme, ¿qué clase de soborno ha utilizado Galen para conseguir que una mujer tan encantadora lo acompañe esta noche?

Tiersia no respondió, sino que dirigió la mirada hacia su acompañante y las mejillas se le ruborizaron, insegura de cómo reaccionar ante Steldor. Galen le pasó el brazo por la cintura con delicadeza y contestó al comentario de su amigo.

—Quizá tú hayas tenido que recurrir a uno o dos sobornos para conseguir que las jóvenes te acompañen, pero yo nunca he necesitado utilizar este tipo de cosas.

—No, no, te falla la memoria, Galen. Son ellas quienes me han sobornado a mí.

—¿Y cuánto tiempo tardaron en pedirte que les devolvieras el dinero? —se burló Galen con una amplia sonrisa, disfrutando claramente con el intercambio de bromas.

Steldor, dirigiéndose de nuevo a Tiersia, continuó con arrogancia:

—Debo advertiros sobre Galen. Su encanto desaparece…, bueno, enseguida, y pasa a ser un hombre completamente aburrido. —Hizo un ademán hacia la mesa de los refrigerios y añadió con un brillo diabólico en los ojos—: Bueno, disfrutad del vino durante la noche, y cuando necesitéis… una compañía más estimulante, venid a buscarme. Siempre estoy dispuesto a echarle una mano a una joven dama desesperada.

Galen arqueó las cejas y meneó la cabeza para hacerle saber a Steldor que se estaba extralimitando con Tiersia.

—Me veo en la necesidad de recordarte que la princesa Alera es tu acompañante esta noche, y que Tiersia es la mía. Intenta recordarlo.

—No lo he olvidado —repuso Steldor con una sonrisita, y le dio una palmada a Galen en la espalda, golpe que le desplazó unos pasos. Añadió—: Excusadnos, señoras, tenemos que discutir asuntos relativos al reino.

Tiersia y yo nos quedamos en silencio y un tanto confundidas. Ella no sabía qué pensar sobre esos dos buenos amigos y yo me sentía tan molesta como divertida por la atrevida manera que Steldor tenía de flirtear. Por suerte, en ese momento, Lanek anunció la llegada de los reyes, lo cual nos salvó a Tiersia y a mí de una extraña conversación acerca de nuestros acompañantes.

Mis padres saludaron a Cannan y a Faramay, que ahora estaban de pie ante la chimenea, cerca de nosotras. Steldor y Galen vinieron a reclamarnos a Tiersia y a mí, y todos nos acercamos a nuestra familia para que Galen pudiera hacer las presentaciones.

Al cabo de unos minutos de educada conversación, mis padres se dirigieron hacia la mesa para sentarse para la cena, y el resto los imitamos.

La cena consistía en varios platos, aunque eran menos sofisticados de lo habitual debido al racionamiento. Primero se serviría la sopa, seguida por el pan y un guisado; luego, unas patas de cordero y de ternera. Por último, unos pastelitos y fruta. El festín duraría aproximadamente una hora, pues las cenas formales transcurrían con lentitud y a menudo se parecían a un baile, pues solamente ciertos movimientos eran apropiados y los pasos en falso eran debidamente registrados por nuestros mayores.

A pesar de la evidente presión que sufríamos por mostrar unos modales impecables, la comida transcurrió de forma agradable. Steldor, por supuesto, mostró un comportamiento mucho más adecuado en presencia de mis padres y me dirigió la atención justa al tiempo que se relacionaba con las personas del resto de la sala. Yo, al contrario, me mostré altiva y un tanto distante, pues sabía que mi participación en la conversación no era necesaria y preferí dedicarme a observar a Steldor en todo su esplendor.

El festín terminó y mis padres invitaron a todo el mundo a acompañarlos hasta la habitación de al lado, donde se habían dispuesto unos asientos de forma más íntima. Steldor me ofreció la mano para ayudarme a ponerme en pie y mi padre se acercó a nosotros con una amplia sonrisa en el rostro.

—Me gustaría robarte a tu joven amigo unos momentos. Tengo que discutir unos asuntos con él. Puedes continuar un rato sin él, ¿no es así? —dijo, riéndose.

Asentí con la cabeza y mi padre pasó un brazo por encima de los hombros de Steldor y se lo llevó con gesto amigable hacia la sala del té. Los seguí un trecho, al lado de Galen y Tiersia; entonces vi que Cannan se encontraba de pie ante la puerta que separaba las dos habitaciones y que me estaba mirando.

—Princesa Alera, ¿puedo hablar un momento con vos? —me dijo, y se acercó.

Sin esperar mi respuesta, me condujo hasta la ventana del comedor. Lo seguí con cierta aprensión. Estaba claro que no quería que nadie nos oyera.

Los candelabros que iluminaban la mesa en que habíamos cenado no llegaban a alumbrar esa parte de la habitación. La luz de la luna se filtraba por la ventana y, hasta cierto punto, aclaraba la penumbra, pero proyectaba unas sombras movedizas en el suelo. Cannan miró por la ventana hacia el patio oeste y esperé a que hablara.

—Yo antes era muy parecido a mi hijo —empezó a decir. Luego se giró hacia mí y su rostro me pareció más surcado por las arrugas que antes. Habló eligiendo las palabras—: Sin embargo, la guerra me forjó el carácter y me dio convicción, modificó mi ego y me dio confianza en mí mismo, y transformó mi tozudez en fortaleza. Steldor todavía tiene que enfrentarse a estos retos; cuando lo haga, también cambiará.

Hizo una pausa. Cuando volvió al hablar, lo hizo en tono más grave.

—Sé que no estáis enamorada de él, pero estoy convencido de que él os ama, aunque dudo de que su orgullo le permita admitirlo. Eso os otorga cierta capacidad de influencia… y también talento para cambiarlo.

Se dio la vuelta y, de espaldas a la ventana, su rostro desapareció en la penumbra. No sabía qué responder. Me sentía inquieta por su franqueza, además de por lo que había dicho sobre mis sentimientos. El silencio entre nosotros se alargó; pensé en qué le podía responder, pero él continuó. Lo que dijo a continuación fue todavía más asombroso:

—Aunque creo que, a su debido tiempo, seréis capaz de abrir vuestro corazón a Steldor, no deseo obligaros a que os caséis. No permitiré este compromiso hasta que vos me digáis que es vuestro deseo.

Sentí una oleada de gratitud ante esa inesperada concesión, e inmediatamente empecé a preocuparme por la posible reacción de mi padre.

—Pero mi padre…

—No tiene por qué conocer los motivos. Puedo aplazar esta decisión sin decirle que hemos hablado. —Se acercó a mí y continuó—: También puedo manejar a mi hijo.

Volví a asentir, incapaz de expresar mi gratitud.

—Es el cumpleaños de Steldor —conseguí decir, por fin—, pero vos me habéis hecho un regalo único. Os agradezco vuestra amabilidad, y pensaré en vuestro consejo detenidamente.

—Será mejor que nos reunamos con los demás —contestó él, un tanto brusco. Su cambio de actitud no menguó mi alegría, sólo me confirmó que no tenía por costumbre mostrar el lado más sensible de su carácter.

En cuanto entramos en la sala, Steldor nos miró con el ceño fruncido; evidentemente, sentía curiosidad por saber de qué habíamos hablado el capitán y yo. Se encontraba con Galen y Tiersia, pues ya había terminado de conversar con el Rey, y por el rubor que vi en sus mejillas supe que él y Galen habían vuelto a intercambiar bromas. Cannan se fue de mi lado y Steldor ocupó su lugar, pero yo ya estaba preparada para su llegada.

—Tengo algo para vos —le dije, tirando de su manga y con una sonrisa seductora—. Venid conmigo.

La táctica funcionó, y mi extraña muestra de afecto hizo que se olvidara de su curiosidad por la conversación que yo había tenido con su padre. Le cogí de la mano y lo conduje por el pasillo hasta la sala del Rey. Mientras caminábamos, noté que tenía una pequeña protuberancia en la palma de la mano.

Cuando entramos, saqué el paquete que antes había colocado sobre un enorme estante de roble que estaba al otro lado de la habitación. Noté el frío que emanaba de la chimenea apagada. La habitación era muy similar al estudio del Rey; tenía unos sofás de piel marrón y unas estanterías llenas de libros. Pero, a diferencia del estudio, también había unas mesas de juego para jugar a las cartas, a los dados y al ajedrez.

Steldor esperó en medio de la habitación hasta que yo volví y le di el paquete, estrecho y perfectamente envuelto. Cuando alargó la mano para cogerlo, de forma instintiva le agarré la mano y se la giré con la palma hacia arriba.

—Me corté cuando era un niño —explicó.

—Mucho, por el aspecto que tiene —comenté, observando la cicatriz que le cruzaba la palma de la mano desde la base del dedo índice hasta la base de la palma—. Parece que jugar con dagas es un pasatiempo peligroso.

Le solté la mano y lo miré, esperando que reaccionara a mi comentario, pero él se limitó a sonreír con sorna y dirigió la atención al regalo que tenía en la mano izquierda. Observó la forma extraña que tenía el paquete y, rápidamente, lo desenvolvió. Miró la funda de piel que tenía en la mano y luego a mí; lentamente, extrajo de ella una daga con la empuñadura de piel negra y un rubí en el extremo del pomo.

—No sabía que prestabais tanta atención a mis armas —comentó con una expresión aprobadora de admiración.

Sacó su espada de la funda y comparó las dos hojas. Luego hizo girar la daga en su mano, como si pretendiera comprobar su peso y su equilibrio.

—Es un regalo magnífico, aunque un tanto excesivo —dijo, con expresión burlona—. No puedo evitar preguntarme qué os ha llevado a realizar una compra como ésta.

—Simplemente intenté llegar al mismo nivel de vuestro regalo —expliqué, con una sonrisa de satisfacción—. Supongo que ahora estamos en paz.

—Comprendo —dijo con cierta sorna que me resultó un poco irritante—. ¿Y hay algún otro aspecto en que queráis igualar la puntuación? —Se movió para colocarse entre la puerta y yo—. Puesto que habéis conseguido que estemos solos, me tenéis a vuestra merced.

—Debemos volver con los demás —tartamudeé, molesta por sus modales—. Mi padre se sentirá disgustado si se entera de que nos hemos marchado sin una carabina.

—Nadie se molestará porque pasemos un tiempo solos…, especialmente el Rey. Está muy interesado en que nuestra relación progrese.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo mientras volvía a enfundar su espada y se ajustaba la daga en el cinturón. El rubor que encendía mis mejillas pareció extenderse por todo mi cuerpo.

—Puesto que os sentís muy generosa, y ya que es mi cumpleaños, hay una cosa que me gustaría pediros.

—¿De qué se trata? —pregunté, mirándolo con recelo.

Él sonrió y dijo:

—Acercaos y os demostraré qué es lo que me gustaría.

Lo observé un momento, intentando averiguar cuáles eran sus intenciones. Luego enderecé la espalda y di un paso hacia delante hasta que quedé justo delante de él. Sus ojos recorrieron mi rostro, y sentí que los cabellos de la nuca se me erizaban. Alargó las dos manos y me acarició las mejillas con los dedos. Me quedé sin respiración un momento. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, me sacó las agujas del pelo y éste cayó, suelto, sobre mis hombros.

—Me gusta más así —dijo con afecto, sujetando unos mechones en la palma de la mano. Luego sonrió y dio un paso hacia atrás mientras me hacía un gesto para que lo siguiera—. Creo, querida princesa, que habéis expresado vuestro deseo de reuniros con los demás.

Asentí con la cabeza, demasiado consternada para decir nada. Sabía que, por el cambio de mi peinado, todo el mundo pensaría que no habíamos estado conversando solamente. Mis mejillas volvieron a ruborizarse, pero esta vez a causa de la humillación y la rabia. Al no encontrar la forma de salir de esa situación, avancé para pasar por delante de él. Justo cuando estaba a punto de escapar, él me cogió del brazo.

—¿Y de qué estaba hablando mi padre con vos, exactamente? —El tono de su voz tenía una mezcla de curiosidad y de sospecha.

—Sobre el tiempo. —Repuse con sarcasmo—. Cree que este año tendremos una buena cosecha.

Para mi alivio, Steldor se rió y me soltó el brazo.

—Por algún motivo no me imagino a mi padre hablando del tiempo con la princesa. Pero podéis guardar vuestro pequeño secreto, por ahora.

Sin perder tiempo, me apresuré a volver a la sala del té, y por el sonido de sus pasos supe que Steldor me seguía. Esperé justo fuera de la sala para que me diera alcance y vi que nuestros padres se encontraban cómodamente sentados cerca de la ventana tomando vino especiado; Galen y Tiersia estaban cerca de ellos. Temerson y Miranna estaban sentados en una pequeña mesa un poco alejada de los demás y hablaban con las frentes casi tocándose; el cabello color canela de él era un poco más oscuro que el pelo rubio de mi hermana. Me alegré de ver que el chico había superado su timidez, por lo menos ante Miranna.

Cuando Steldor se detuvo a mi lado, Faramay le hizo un gesto con la mano.

—¡Steldor, querido! ¡Ven con tu madre! ¡No sabía dónde estabas, y había empezado a preocuparme!

Noté que Steldor se ponía tenso. Con una sonrisa forzada en el rostro, se acercó a ella. Yo lo seguí un poco rezagada, además de confundida por la extraña exclamación de su madre. Aunque a veces su madre parecía completamente prendada de su hijo, no me la imaginaba preocupándose por su ausencia.

—No tienes de qué preocuparte, madre —la tranquilizó Steldor mientras se acercaba a ella—. Sólo salí al pasillo con Alera un momento.

—Deberías de haberme avisado —se quejó Faramay—. Ya sabes que me preocupo.

—Bueno, estoy bien. Alera tenía un regalo que darme.

Después de tranquilizar a su madre, Steldor miró a su padre con el ceño fruncido.

—Tu madre pensaba que te habías marchado sin decir buenas noches —explicó Cannan con brusquedad—. Como es evidente que tú nunca harías eso, algo terrible tenía que haberte pasado. —Me pareció detectar un ligero tono de sarcasmo en las palabras del capitán.

Steldor se apartó de Faramay y le mostró la daga nueva a su padre.

—Estoy seguro de que esto te gustará —dijo con un orgullo evidente.

Mientras Cannan cogía la daga, mi padre me miró y, por su expresión de asombro, supe que intentaba decidir de qué forma eso se podía considerar un «pequeño» regalo. Yo le sonreí, sabiendo que me perdonaría aquella extravagancia por lo bien que estaba resultando la noche. Entonces me guiñó un ojo y me ruboricé. Sólo pude pensar que estaba encantado de que Steldor y yo hubiéramos robado unos minutos para estar a solas, y que mi pelo suelto le parecía un signo alentador.

Cuando todos nuestros familiares hubieron visto la daga y la hubieron admirado debidamente, Steldor se la dio a Galen, que inmediatamente empezó a hacerla girar en la mano. Al verlo, no pude dejar de pensar que los dos amigos podrían ser casi la misma persona. Steldor le indicó a Galen con un gesto de la cabeza que deseaba alejarse de nuestros padres y se dirigió educadamente a Faramay.

—Vamos al otro lado de la habitación a reunirnos con la princesa Miranna y lord Temerson. Podéis vigilarnos desde aquí, si lo deseáis.

Mientras los cuatro nos reuníamos con mi hermana y su acompañante, Steldor me miró y me di cuenta de que, de alguna forma, estaba incómodo por el comportamiento de su madre. Lo observé con expresión interrogadora y él meneó la cabeza.

—No me preguntéis. —Gruñó.

Galen le dio la daga a Temerson y, mientras él y Miranna la admiraban, Steldor me habló con aire taciturno.

—Voy a buscar una copa de vino. ¿Queréis una?

—No, gracias —contesté, pues todavía no había desarrollado el gusto por esa bebida.

—De todas formas traeré dos copas, será todo un placer beberme yo las dos —bromeó.

Al cabo de poco rato, mi padre se levantó para desearnos buenas noches, cosa que indicaba que la velada había llegado a su fin. Juntos, abandonamos la sala de té, y Galen y Tiersia nos dedicaron una reverencia, se separaron del grupo y se dirigieron hacia la entrada principal del palacio, donde esperaban los dos hermanos de la chica para acompañarla a casa. Antes de que Faramay y Cannan se marcharan, Steldor le dio las buenas noches a su madre; volví a preguntarme por qué ella se había preocupado tanto cuando lo había perdido de vista. Luego Steldor me acompañó hasta la escalera de caracol, y Temerson hizo lo mismo con Miranna; los cuatro seguíamos a nuestros padres. Miranna se despidió de Temerson al pie de la escalera, pero Steldor me interrumpió cuando me disponía a hacer lo mismo que mi hermana.

—No os he expresado adecuadamente mi gratitud por vuestro regalo —dijo, pensativo.

Le dirigí a Miranna una mirada de súplica; ella me sonrió implacablemente y empezó a subir las escaleras. Temerson la observó con adoración mientras subía y luego se marchó.

En cuanto estuvimos solos, Steldor me acarició la mejilla y yo lo miré con desconfianza.

—Parece que cada beso que os doy es el primero —dijo en un tono de amable burla—, pues entre uno y otro pasa demasiado tiempo.

Al ver que permanecía en silencio, dio un paso hacia mí y empezó a juguetear con un mechón de mi pelo.

—Gracias por tan generoso regalo, princesa.

Puso una mano en mi nuca, se inclinó hacia delante y me dio un beso juguetón y sensual. Su embriagador aroma me embargó y mis labios respondieron a los suyos, así que colocó la otra mano en la parte baja de mi espalda y apretó los labios con más fuerza contra los míos. Enseguida me recompuse y me aparté de él. Steldor me soltó.

—Estoy dispuesto a tomarme las cosas con calma, Alera —dijo con una mirada tierna. Me pasó un dedo con suavidad por la mandíbula—. Tengo la sensación de que vos valéis la espera.

Me dedicó una reverencia y se marchó. Me pasé los dedos por los labios, traidores, incapaz de comprender cómo podía gustarme un beso de alguien que me disgustaba tanto.

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