Legacy

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Capítulo XXXII

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CAPÍTULO XXXII

Ultimátum

DURANTE los dos días siguientes estuve in quieta por la conversación que debía mantener con mi padre. Ya no podía continuar pensando que aceptaría a Narian como sucesor al trono, pues no confiaba en él. También me preocupaba, después de la charla con London, que mi padre tampoco aprobara que fuera mi esposo en ninguna otra circunstancia. Sabía perfectamente que el mero hecho de que yo estuviera enamorada de él no era suficiente para persuadir al Rey. Pero tenía que intentarlo, pues mi felicidad se encontraba ligada a ese joven.

Para mayor frustración, London y Destari habían demostrado una clara intención de mantener a Narian alejado de mí. Echaba de menos su compañía más de lo que hubiera creído posible, y me preocupaba lo que London le hubiera podido decir sobre el motivo por el que no podía verme. Intenté mantenerme ocupada, pero aunque era capaz de ocupar las manos en el bordado, la jardinería o el arpa, mi mente y mi corazón no se dejaban distraer. Entonces se me ocurrió una solución sencilla: podía hacer que un sirviente le hiciera llegar una nota a Narian de mi parte. Aunque no podía contar con que London o Destari me ayudaran, ellos no podían evitar que yo le escribiera.

Estaba sentada en un sillón, al calor de la chimenea, cuando London entró en la sala sin anunciarse.

—¿Dónde está Narian? —inquirió en tono exigente.

—¿Qué? —pregunté, completamente desconcertada—. ¿Cómo voy a saber dónde está Narian?

—Si sabéis dónde está, debéis decírmelo.

—London, como sabes muy bien, no lo he visto hace casi dos semanas.

Él dio media vuelta con intención de marcharse.

—¿Qué quieres de él? —le pregunté, y me levanté.

El tono insistente de mi voz impidió que saliera de mi habitación. Se dio la vuelta lentamente, como si no tuviera ganas de explicarme sus motivos.

—Cannan desea hablar con él. —Al ver mi mirada de interrogación, añadió—: El capitán ha enviado a los guardias de elite a buscarlo, pero no han podido localizarlo en palacio.

—Quizás se haya ido a la ciudad. No está prisionero, ya lo sabes.

—He buscado en su habitación. No se hubiera llevado todas sus pertenencias si sólo pensara pasar la tarde en la ciudad.

Aquellas palabras resonaron en mí como el trueno de una tormenta. Me alarmé al entender qué significaban.

—¡Él no se iría así! —dije, palideciendo.

London dio un paso hacia mí, me puso una mano sobre el brazo y me hizo sentar de nuevo. Al hacerlo me vino a la mente un pensamiento terrible, y lo miré con expresión acusadora.

—¿Le hablaste a Cannan de la leyenda?

—Sí, pero ése no puede ser el motivo por el que se haya marchado; él no sabía nada de eso.

—Pero ¿cómo reaccionó Cannan? —Insistí.

—No muy bien. Está enojado: Narian no sólo no se ha mostrado muy comunicativo con él, sino que, además, no ha sido sincero. Cannan tiene poca paciencia con quienes lo decepcionan.

—Pero ¿por qué ha enviado Cannan a sus guardias? ¿Por qué no fue a hablar directamente con él?

—Ya os lo he dicho, Cannan está enojado. Se toma la actitud de Narian como algo personal, y quería dejarle claro lo grave que era la situación, así como la seriedad con que Cannan trataría sus transgresiones.

Me quedé completamente inmóvil intentando comprender por qué Narian se había marchado de repente.

—Alera, debo irme. Cannan ha hecho cerrar la ciudad, y todavía es posible que lo encuentre.

—No le harás daño, ¿verdad, London? —susurré.

—No, a no ser que tenga que hacerlo —contestó, pero el afilado tono en su voz contradecía sus palabras.

Después de que se fue, no pude evitar que me recorriera un escalofrío, pues en sus ojos no había visto ninguna calidez ni indecisión.

Al final de la tarde se descubrió al guardaespaldas de Narian atado y amordazado en una de las habitaciones de invitados del tercer piso. Estaba claro: Narian se había escapado.

Durante los días siguientes no se encontró ninguna señal de Narian en la ciudad, y Cannan ordenó detener la búsqueda, seguro de que el joven había saltado el muro inmediatamente después de salir de palacio.

Tras su desaparición me esforcé por aceptar que no lo conocía tan bien como creía. Volví a examinar mis propias acciones y tuve miedo de haber interpretado mal sus sentimientos hacia mí. No dejaba de asaltarme el doloroso pensamiento de que London tenía razón. Intenté encontrar una explicación; me negaba a aceptar que él se había marchado al creer que no podíamos estar juntos. No quería pensar que él no sentía ningún amor por Hytanica, que no tenía ningún sentimiento por nadie aparte de por mí, y que no deseaba ser mi amigo, aunque no pudiera ser nada más.

Por otro lado, puede que, de alguna forma, Narian se hubiera enterado de la conversación entre London y Cannan, y que se hubiera marchado al sentirse en peligro. Sabía, que Narian tenía extraños medios de obtener información, y que no se quedaría a luchar si la retirada parecía la vía más sensata. También sabía que habría reparado en que su muerte eliminaría la posibilidad de que Hytanica sufriera un gran daño.

De todos modos, a pesar de que Narian se había marchado, los cokyrianos no abandonaron el asedio. Eso me desconcertaba. London dedujo que aquello implicaba que Narian no había regresado a la tierra en que había crecido, pues el objetivo del enemigo continuaba siendo obligarnos a entregarlo. Aunque rezaba para que el conflicto cesara, aquello me dio esperanzas. Si Narian no había regresado con el enemigo, debía de sentir alguna lealtad hacia Hytanica. London también pensó que eso era un buen indicio: probablemente, el joven estaba escondido en las montañas. Continuaba siendo muy posible que Narian confiara lo suficiente en nosotros para volver, a pesar de las terribles consecuencias con que debía enfrentarse.

A principios del mes de marzo, el tiempo empezó a ser más cálido bajo el sol de la primavera, y el estado de ánimo en palacio cambió. La tensión provocada por el asedio de la ciudad ahora se teñía de excitación, y se rumoreaba que nos estábamos preparando para atacar a los cokyrianos, para forzarlos a que retrocedieran en las amplias tierras del río Recorah. El río ahora bajaba rápido y embravecido, crecido por las lluvias y por la nieve derretida de las montañas; si conseguíamos obligar al enemigo a mantenerse al otro lado de nuestra frontera, podríamos recuperar nuestras tierras. Las provisiones empezaban a escasear, y pronto sería necesario salir a cazar y a cosechar.

A pesar de que todo esto alteraba la atmósfera en palacio, no conseguía encontrar consuelo por la partida de Narian. La tristeza se había instalado en lo más profundo de mi alma y sentía un dolor que no lograba eliminar hiciera lo que hiciera.

El ataque se produjo una oscura noche de principios de marzo. London y dos docenas de exploradores salieron primero a pie. Puesto que Destari no era uno de los soldados destinados a esta misión, le pregunté cuál era la tarea de ese pequeño grupo. Me dijo que nuestros hombres llevaban bolsas con veneno en polvo, y su misión consistía en colocarlo en la comida y la bebida de los soldados cokyrianos en sus campamentos. Le pregunté por qué London estaba en el grupo; al parecer, éste había empezado su carrera como explorador militar. De hecho, fueron London y Cannan quienes elaboraron ese plan.

Al cabo de unas cuantas horas, seis antorchas se encendieron en la oscura noche y muchas tropas hytanicanas, algunas a caballo y algunas a pie, salieron a expulsar al enemigo. Destari continuó siendo mi fuente de información sobre cómo se desarrollaba la ofensiva.

—Las antorchas son una buena señal. No son sólo señales, sino que marcan la localización de los campamentos cokyrianos más importantes para que podamos localizarlos en la oscuridad. —Sus ojos oscuros parecían fríos y despiadados mientras hablaba—. Nuestros soldados se ocuparán rápida y duramente de los que hayan sobrevivido al veneno. Ha llegado el momento de echar al enemigo de nuestras tierras.

Comprendía sus sentimientos en relación con los cokyrianos, pero el odio que se desprendía del tono de su voz era inquietante.

—Podéis retiraros a dormir —me aconsejó. Luego, en un tono que ya no resultaba amenazante, añadió—: Probablemente no sabremos nada hasta la mañana.

—Lo haré, pero despiértame en cuanto recibas noticias.

—De acuerdo.

Hacía mucho tiempo que había amanecido cuando nuestros soldados regresaron al día siguiente. Mientras tomaba un bocado en la sala del té, intentaba evitar cualquier encuentro, a la espera de noticias. Destari me había acompañado y se encontraba fuera, en el pasillo.

Oí unas voces altas y alegres que provenían de la parte delantera del palacio. Dejé la comida y Destari y yo corrimos hacia el vestíbulo principal para averiguar qué había pasado. Varios cokyrianos, con las manos atadas a la espalda, estaban arrodillados sobre el suelo de mosaico, rodeados por soldados hytanicanos que hablaban todos al mismo tiempo. Cannan salió de su oficina por la sala de guardia y se hizo el silencio. Miró a los cautivos y ordenó que los llevaran a las mazmorras.

—Kade se encargará de que los interroguen. A diferencia de otros prisioneros cokyrianos, quizás uno de ellos valore su piel lo suficiente para hablar.

Me sobresalté al darme cuenta de que, probablemente, los otros soldados enemigos habrían muerto, incapaces de resistir nuestras técnicas de interrogatorio. Miré a los prisioneros mientras los obligaban a ponerse en pie y me di cuenta de que algunos eran mujeres. Temblé, incapaz de imaginar la agonía que estaban a punto de infligirles a los cautivos. También sabía que, por mi parte, no tendría ni la fuerza ni el valor necesarios para soportar una prueba como aquélla.

Mientras se cumplían las órdenes de Cannan, London llegó. Tenía un aspecto andrajoso, me pregunté cuánto habrían sufrido él y sus hombres esa noche.

—Infórmanos —ordenó Cannan con la mirada clavada en el capitán segundo.

—El veneno ha actuado con eficacia: una tercera parte de los soldados cokyrianos han muerto o han caído enfermos. Se produjo una gran confusión entre el resto mientras intentaban determinar qué les sucedía a sus camaradas. A pesar de esas desventajas, han presentado una feroz oposición, pues están excepcionalmente entrenados. Al final los hemos empujado hacia el río; algunos han conseguido cruzarlo, pero la mayoría se han caído al Recorah. En la oscuridad ha sido imposible saber cuántos se han ahogado y cuántos han conseguido llegar a la otra orilla. —London parecía eufórico por el éxito de la misión—. Hemos retirado a nuestros heridos, y he puesto al resto de nuestras tropas a lo largo del río. Pero están cansados, y debemos mandar refuerzos.

—Me ocuparé de ello de inmediato —repuso Cannan en tono expeditivo. Pero continuó hablando con una ansiedad poco común en él. Me di cuenta de que Steldor y Galen habían dirigido algunas de las tropas—. ¿Cuántas bajas hemos sufrido?

—Hemos sufrido pérdidas, pero no puedo dar un número en este momento.

—Mandaré un destacamento a recoger los cuerpos. —El tono de su voz se había endurecido al pensar en los buenos hombres que habían perecido en la batalla—. ¿Algo más?

—Tenemos que pensar qué hacer con los cokyrianos muertos.

—Quemaremos los cuerpos —contestó Cannan sin ninguna compasión.

—Creo que estaría bien que lleváramos los cadáveres hasta el puente y dejar que los cokyrianos se lleven a sus muertos. Anoche demostramos nuestra fuerza; hoy podemos demostrar nuestra compasión. —London habló con elocuencia y de forma persuasiva.

Cannan consideró esa petición un momento.

—Muy bien.

—Me gustaría supervisar la tarea —continuó London en tono sumiso.

Cannan volvió a acceder.

London se dio la vuelta para marcharse, pero se giró y miró a su capitán.

—Vi a Steldor dirigiendo las tropas en la orilla del río esta mañana. No vi a Galen, pero he oído que también está bien.

Los ojos de Cannan brillaron con gratitud un momento; inmediatamente despidió a los soldados que estaban delante de él y se retiró a su despacho. Sabía que pronto informaría a mi padre de los detalles de nuestra maniobra militar.

Ahora que los cokyrianos habían sido expulsados hasta el otro lado del río, el estado de ánimo en el palacio y en la ciudad mejoró de manera espectacular. La lucha todavía no había terminado, pero nuestras tropas estaban consiguiendo mantener al enemigo al otro lado del Recorah, gracias a la ayuda de la corriente del río. Nuestras provisiones, a pesar del racionamiento, se agotaban rápidamente y muchos de los hombres de los pueblos regresaron a los campos para plantar las cosechas; se llevaron sus armas y trabajaron las tierras más cercanas a la ciudad. Otros salieron a cazar al bosque y llenaron las tiendas de carne de venado y de jabalí. Necesitábamos aprovechar la situación favorable de ese momento, pues los cokyrianos serían una amenaza mucho mayor cuando el río Recorah empezara a vaciarse con la llegada del verano.

A causa del reciente ataque militar y del frenesí de actividad que siguió a la victoria, mi padre todavía no había vuelto a mencionar el asunto de mi cumpleaños. Nos aproximábamos a mediados de mes y el asunto no podía demorarse por mucho más tiempo. De repente, una tarde se requirió que me presentara ante el Rey. La sala estaba en silencio y solamente se oían mis pisadas; resultaba extraño que no hubiera nadie más. Mi padre había ordenado que Destari y que todos los guardias que estaban de servicio en la sala del Trono esperaran en la antesala o en la habitación de la guardia, pues no quería que nadie más oyera sus palabras.

Cuando llegué delante del estrado, hice una reverencia y esperé a que hablara.

—Alera, me estoy haciendo viejo y estoy cansado. Después de casi treinta años, estoy preparado para abdicar. También he visto demasiadas cosas de la guerra, y no me siento capaz de luchar en otra.

Me observaba con expresión preocupada mientras jugueteaba con el anillo que llevaba en la mano derecha.

—Nunca debería haber gobernado, pero cuando mi hermano mayor murió en el campo de batalla, asumí la responsabilidad como el siguiente en la línea sucesoria. Había pensado hacer muchas cosas en mi vida, pero el deber era lo primero. Quizá se deba a que he fallado como padre, pero no estoy convencido de que comprendas las exigencias del deber ni la responsabilidad que conlleva ser mi heredera. —Suspiró, era evidente que se sentía abatido—. Me duele tener que decirte esto, pero, ya que parece que tú no puedes decidir quién ha de ser tu esposo, lo decidiré yo.

Sus ojos, habitualmente amables, tenían una expresión de decepción. Me di cuenta de que un terrible destino estaba a punto de caer sobre mí.

—Decreto que lord Steldor me sucederá como rey de Hytanica. La boda se celebrará el mismo día de tu cumpleaños, por la tarde, y depende de ti que seas la esposa o la dama de honor.

Lo miré, incapaz de comprender lo que me estaba diciendo.

—Puedes casarte con Steldor y ser coronada a su lado como su reina. Pero si no puedes aceptarlo como marido, entonces perderás el derecho al trono a favor de tu hermana. Miranna sí está preparada para cumplir con sus obligaciones como princesa de Hytanica y ha accedido a casarse con Steldor si ésa es tu decisión.

Me pareció que me estaba hablando en un idioma extranjero. Me quedé inmóvil, incapaz de dar una respuesta a su ultimátum.

—¿Puedo hablar con Miranna? —supliqué en cuanto recuperé la voz.

—No. Ella ha tomado su decisión. No necesitas hablar con ella para tomar la tuya. —Su voz era firme y no había ni rastro de compasión en ella—. Puesto que tu cumpleaños será dentro de siete semanas, me darás tu respuesta mañana. Ya has tenido tiempo de sobra para meditar esta decisión; ya no tengo paciencia para seguir esperando a que me presentes a un joven de tu elección.

—Pero, padre, ¿no nos puedes dar un poco más de tiempo a Steldor y a mí? —supliqué, con la esperanza de que demostrara hacia mí la misma compasión que le había visto demostrar hacia otros muy a menudo—. Él todavía es joven para ser rey, y ninguna ley dice que yo me tenga que casar por mi cumpleaños.

A pesar de que era costumbre que la heredera se casara en su dieciocho cumpleaños, mi padre era el Rey y, por tanto, no estaba obligado por la tradición. De hecho, al coronar a Steldor a una edad tan temprana estaba rompiendo con ella, pues los reyes de Hytanica no eran coronados, habitualmente, hasta que tenían más de veinticinco años. A pesar de ello, poner el reino en manos de Steldor no parecía muy arriesgado, debido a su educación, su experiencia y a que era el hijo del capitán de la guardia.

—Soy tu padre y soy el Rey. No vas a cuestionar mis decisiones —dijo en tono irritado, y se puso en pie—. Tienes hasta mañana para tomar una decisión.

Aunque sabía que me estaba despidiendo, no podía moverme: todavía luchaba por encontrar las palabras mágicas que lo convencieran sin ofenderlo ni enojarlo.

—Alera, ahora puedes retirarte —dijo, y rompió el hechizo que me tenía inmovilizada.

Lo miré con expresión desconsolada; luego me di la vuelta y me fui rápidamente mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas. Destari me miró, preocupado, mientras yo cruzaba la antesala a toda velocidad, pero no dijo nada ni intentó detenerme. Me parecía que se me venía el palacio encima. Abrí las puertas del jardín para alejarme por el camino y, así, escapar de mi padre, de sus órdenes, de mis pensamientos y de mis emociones. Me alegré de que Destari no me siguiera. Me dejé caer en un banco y me cubrí la cara con las manos.

Allí, sumida en la tristeza, pasó un buen rato hasta que me di cuenta de que alguien se había acercado y esperaba pacientemente a varios pasos de donde me encontraba sentada. Levanté la cabeza y me topé con London. Agradecida, miré hacia el final del camino, donde estaba Destari; debía de haber sido él quien lo había hecho llamar.

—London, ayúdame —sollocé.

Él se sentó a mi lado y me tomó entre sus brazos. Apoyé la cabeza en su hombro y le empapé el jubón de piel con mis lágrimas. Después de un largo rato, el llanto cesó y permanecí apoyada en él, cansada y reconfortada al sentir su brazo fuerte alrededor de mi cintura.

—¿Queréis contarme de qué se trata? —preguntó por fin, en un tono tan amable que me dieron ganas de ponerme a llorar de nuevo.

—Mi padre ha decretado que, o bien me caso con Steldor el día de mi cumpleaños, o bien renuncio al trono en favor de Miranna, quien sí ha accedido a esa unión. Parece que somos hermanas intercambiables.

London no dijo nada, simplemente me escuchó.

—Exige que le dé una respuesta mañana antes de la puesta de sol. Podría haberme dado un plazo de varios años, pero no hubiera cambiado nada. No conozco a nadie, excepto a Steldor, a quien él pudiera aceptar como rey: solamente el hijo del capitán cumple todos sus requisitos.

Volví a sentirme indignada. Me incorporé y me sequé las lágrimas de las mejillas con las manos.

—¿Cómo puede mi padre valorarme tan poco? ¿Cómo puede ignorar mis sentimientos, cuando soy yo quien deberá vivir con Steldor el resto de su vida? ¿Y qué hay de Miranna? Ya hay un joven por quien se siente interesada y con quien, creo, podría encontrar la felicidad.

Como no tenía respuesta a esas preguntas, me quedé en silencio. A medida que la conmoción y el dolor fueron pasando, empecé a tener frío, pues había salido de palacio sin la capa ni el chal, y la temperatura había bajado con la puesta de sol.

—Será mejor que os acompañe de vuelta a vuestros aposentos —dijo London— antes de que os quedéis completamente helada.

Me ayudó a ponerme en pie y me condujo hasta la puerta sin apartarme de su lado.

—Haz traer un poco de sopa caliente a sus aposentos —le dijo a Destari cuando entramos en palacio—. Está helada.

Al cabo de media hora, me estaba tomando una sopa de verduras mientras miraba a London con la mirada vacía. Él atizaba el fuego para que las ascuas prendieran en la leña e hicieran llama. Cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando, se acercó al sofá.

—Voy a dejaros ahora, pero Destari se quedará al otro lado de la puerta unas cuantas horas más. Vuestra doncella llegará pronto y os preparará para ir a la cama.

Asentí con la cabeza, pues no tenía fuerzas para pronunciar ni una palabra.

—Haré que Sahdienne le pida al médico algo que os ayude a dormir —continuó mientras me acariciaba la mejilla con ternura—. Os veré por la mañana. Quizás el mundo no os parezca tan funesto a la luz del nuevo día —concluyó, y se dio la vuelta para salir.

—¿Adónde vas? ¿No te puedes quedar un poco más? —le pregunté.

—Tengo un asunto urgente que solucionar. —Suspiró; luego, al ver mi angustia, confesó—: Voy a tener que hablar con vuestro padre.

Los ojos se me llenaron de lágrimas de gratitud y, cuando salió de la habitación, sonreí.

London estaba equivocado. A la mañana siguiente, el mundo no parecía más luminoso, a pesar de que albergaba la esperanza de que hubiera podido modificar las órdenes de mi padre. Pero a medida que pasaban las horas y mi antiguo guardaespaldas no regresaba, mis esperanzas menguaban y sólo era capaz de darle vueltas a la elección que mi padre me obligaba a tomar. Si hubiera alguna otra persona con quien me pudiera casar, alguien con quien me sintiera cómoda…, pero también tenía que ser alguien a quien mi padre no pudiera poner ninguna objeción. Repasé todos los candidatos posibles, pero no fui capaz de encontrar una alternativa para sustituir a Steldor. Sentada en el sofá, no paraba de lamentar mi suerte. Entonces London entró en la sala. Destari lo había dejado pasar.

Lo miré con ansiedad, pero él negó con la cabeza y supe que mi padre no había cedido. Se sentó a mi lado y me contó la decepcionante conversación que habían mantenido.

—El Rey no desea daros más tiempo para tomar esta decisión, pues tiene un gran deseo de abandonar el trono, especialmente ahora que tenemos la amenaza de Cokyria. Siente que padre e hijo estarán mejor preparados para dirigir la estrategia de la batalla, si llega el momento. También piensa, igual que la mayoría de los hombres de Hytanica, que un padre no debe confiar en el juicio de su hija en una decisión tan importante como la elección de un marido. Como bien sabéis, tiene derecho a decidir sobre vuestro matrimonio; le parece que vuestra resistencia a casaros con Steldor no tiene fundamento. Desde su punto de vista, tiene las cualidades necesarias para convertirse en un gran rey y en un buen esposo.

Hizo una pausa y me miró con atención. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Cree que está siendo generoso, pues os permite renunciar al matrimonio, si de verdad no podéis casaros con Steldor; eso sí, como contraprestación, deberéis ceder el trono.

—Ayúdame a averiguar qué debo hacer —le supliqué con un hilo de voz; me sentía demasiado abatida para hablar con voz clara.

—Me temo que sólo vos podéis tomar esta decisión —me contestó apenado.

Bajé la mirada y clavé los ojos en mis manos mientras le daba vueltas a las posibilidades que tenía ante mí. Luego levanté la cabeza de repente: se me había ocurrido una nueva idea.

—¡London! —exclamé, sintiéndome un tanto extraña, aunque sabía que había dado con la solución ideal.

—¿Qué? —preguntó él, perplejo por mi cambio de actitud.

—¿Tú considerarías la posibilidad…, quiero decir, qué tal si nosotros…? —Me sonrojé al pronunciar esas palabras—: Mi padre consideraría que vos tenéis la experiencia y las cualidades necesarias para ser rey. Estoy segura de que daría su permiso a nuestro matrimonio.

London pareció conmocionado y, luego, divertido.

—¿Me estáis pidiendo matrimonio?

—Sí, supongo que sí —contesté, casi eufórica de alivio. No podía creer que hubiera tardado tanto tiempo en pensar en eso—. ¿No te das cuenta? ¡Es perfecto! Nos apreciamos, y tú tienes mucha experiencia militar. Sé que mi padre confía en tu criterio, pues él y Cannan buscan tu consejo. Y tienes aptitudes de líder. Las tropas siguen tus órdenes igual que las de Cannan.

Me lanzó una mirada seria. Luego habló, despacio pero con seguridad.

—Me siento honrado, Alera, pero no me puedo casar con vos. Os aprecio profundamente, y daría mi vida por protegeros, pero mis sentimientos hacia vos no son los de un esposo hacia su mujer. Y no puedo ser rey. No aspiro a gobernar, y soy demasiado independiente como para sentirme cómodo en ese papel. Lo siento de verdad.

No estaba dispuesta a abandonar la idea tan fácilmente, pues estaba segura de que London sería un mejor rey y un mejor esposo que Steldor.

Lo miré de reojo y dije, medio en broma:

—En calidad de princesa de la corona de Hytanica, y futura reina, puedo ordenar que os caséis conmigo.

Él se puso tenso, pues esperaba lo peor.

—Si me ordenáis que me case con vos, acataré la orden, pero os pido que no lo hagáis.

Por mucho que deseara evitar el matrimonio con Steldor, no podía obligar a London a casarse contra su voluntad. Le causaría el mismo dolor que mi padre me estaba causando a mí.

—Muy bien —dije en tono de desaliento.

London me observó un momento.

—A pesar de que deseo que seáis feliz, estoy contento con mi vida tal como es —dijo—. Si de verdad no os podéis casar con Steldor, entonces quizá lo mejor sea ceder el trono.

Me mordí el labio inferior mientras intentaba tomar una decisión. No podía dejar de retorcerme los dedos de las manos de puro nerviosismo.

—No puedo permitir que mi hermana se case con Steldor, sean cuales sean mis circunstancias. Eso no sería justo para ella, pues Steldor está enamorado de mí.

—Pero ¿no creéis que sus sentimientos hacia vos se irían apagando con el tiempo?

—No lo sé. Después de todo, los dos viviríamos en palacio y estaríamos en contacto continuamente. Tengo miedo de que se muestre amargado y resentido, y no tengo ninguna fe en que, llegado el caso, trate bien a Miranna. Ella es muy sensible, y no soportaría ni su rabia ni su indiferencia.

—Pero hay algo más, aparte de eso, ¿verdad? —observó London, astuto como siempre—. Sospecho que vos, que nunca os dejáis apartar de los temas que afectan al reino, lo pasaríais mal si renunciarais al trono.

Asentí con la cabeza, un tanto avergonzada. London me comprendía mejor que nadie.

—A diferencia de mí, Mira no presta ninguna atención a estos temas. Y aunque lo hiciera, no creo que pudiera influir en Steldor. Por el contrario, yo puedo, por lo menos, hacer que escuche mis opiniones, a pesar de que él puede no actuar de acuerdo con ellas.

Me froté las manos, pues me había entrado frío.

—Ser la heredera es mi carga, y no puedo sacrificar la felicidad de Mira para proteger la mía. Todo eso significa que soy yo quien debe casarse.

—Parece que no os había juzgado bien. Después de todo, habéis crecido. —No había ni rastro de sarcasmo en el tono de London; más bien me pareció percibir cierta admiración en él.

Acepté el cumplido con un gesto de la cabeza, pues me resultaba difícil incluso fingir una sonrisa. A pesar de que había tomado la decisión correcta, no me resultaba menos difícil ni doloroso seguirla.

—Gracias por intentar interceder por mí. Pero ahora me gustaría quedarme sola. Sólo me quedan unas cuantas horas antes de ir a ver a padre.

Cuando London se hubo marchado, tomé la comida que me habían traído a la sala. Las horas transcurrían y mi desesperación se hacía más profunda. Salí de mis aposentos y fui al jardín, pues su atmósfera siempre me tranquilizaba. Caminé entre la enorme variedad de plantas, contemplé los brotes de los árboles y los primeros tulipanes de la primavera hasta que recordé que tenía un trabajo por terminar. Me acerqué a mi guardaespaldas, que se encontraba en la entrada trasera del palacio.

—Destari, envía a alguien a informar a Cannan de que quiero verlo.

Esa petición lo sorprendió, pero rápidamente entró en palacio y envió a un guardia a buscar al capitán. Me di la vuelta y empecé a pasear por el camino del jardín hasta que me fui a sentar en uno de los bancos de piedra para esperar a Cannan. Éste no tardó en llegar y me levanté al verlo.

—Princesa Alera, me han dicho que deseáis hablar conmigo —dijo, deteniéndose.

Decidí ir directa al grano.

—¿Conoces el ultimátum de mi padre?

—Sí, vuestro padre y yo hemos hablado de su decisión. Siento mucho que haya sido así.

—Dijisteis que no darías vuestro permiso para que Steldor se casara conmigo si yo no estaba preparada para casarme con él. ¿Haríais lo mismo con respecto a Miranna?

Aguanté la respiración mientras esperaba su respuesta, pues todas mis esperanzas dependían de ella. Si Cannan negaba su permiso a mi hermana igual que a mí para casarse con Steldor, a mi padre no le quedaría otra opción que darme más tiempo para encontrar un marido.

El capitán me observó un momento, y me di cuenta de que sabía lo que yo estaba pensando. A pesar de la comprensión que percibí en el tono de su voz, su respuesta no fue la que deseaba oír.

—No, puesto que ella ha accedido a casarse. Debéis comprender que tanto vuestro padre como yo pensamos que Steldor tiene cualidades para convertirse en rey. Os hice esa oferta para que tuvierais la oportunidad de encontrar a alguien que no sólo fuera un buen rey, sino alguien a quien pudierais dar vuestro amor. No lo hice porque quisiera evitar que mi hijo accediera al trono.

Aparté la vista de Cannan y miré el sol del final de la tarde: sabía que se me había agotado el tiempo. Él permaneció pacientemente a mi lado, de pie, mientras yo tomaba la única decisión que mi corazón me permitía.

—Entonces estoy preparada para casarme —declaré con renuencia; mi deseo por proteger la felicidad de Miranna era mucho mayor que el de evitar el matrimonio con Steldor—. ¿Informaréis a mi padre de mi decisión? En estos momentos no soportaría verlo.

—Como deseéis —repuso él, sin perturbarse por el resentimiento que acababa de expresar hacia el Rey.

Cannan hizo una reverencia y, antes de partir, habló por última vez:

—Me doy cuenta de la complejidad de esta decisión, pero creo que obráis correctamente. Vuestro amor por vuestra hermana y vuestra devoción por el deber son evidentes. Tenéis todo mi respeto.

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